Las Aventuras de la Compañía: Al llegar el ocaso.
Capítulo 2do: Un refugio no muy seguro.
Casi había llegado la noche. El cielo se había teñido de colores en tonos rosa y rojo. Los rayos anaranjados del alba se filtraban aun entre las bellas ramas de los árboles. Las hojas se movían con un suave rumor, y los colores centelleaban en ellas; tonos marrones, amarillos y naranja que bailaban en el techo del bosque como diminutas mariposas.
Una voz se alzó por encima del rumor de las hojas: un canto, dulce, melodioso, de voz angelical. No se distinguían palabras en aquel canto, solo la entonación de una dulce voz. Atraído por la música se internó más en las profundidades de aquel tan familiar bosque, y allí, entre el perfume del romero y la danza del trigo en el viento, bailaba una hermosa Elfa de tez blanca y largos cabellos negros, sus suaves movimientos acompañando su encantadora canción. Su largo vestido de seda azul estaba cubierto de un rocío plateado que resplandecía, y la tela de los delicados brazos se elevaba suavemente como si dos alas le hubiera salido a tan precioso pájaro ruiseñor.
En aquel instante, quedó prendado de su hechizo, y dando una paso al frente gritó unas palabras que le salieron del corazón. "¡Tinúviel! ¡Tinúviel!"
La doncella se volvió, una inmediata expresión de confusión, al oír la voz que parecía llamarla a ella. Se vieron el rostro. A él le pareció que ella era joven, tal vez de su edad o menor aún, pero en sus ojos brillaban las estrellas y se podía ver en ellos la sabiduría años incontables. Aun no había hablado con ella, pero en aquel instante en que sus ojos de encontraron, supo que se había enamorado pérdidamente de tan bella visión.
Ella le sonrió.
Una mirada traicionada. Unos ojos tristes. Un rostro herido. Un corazón roto. Una lágrima. Y luego ya no había nada. Tan sólo un infinito negro y solitario. Muy solitario. Estaba muy solo...
Aragorn despertó sobresaltado. Desde que partieron de Rivendel, que cada día despertaba de ése modo. Todo por culpa de ese sueño, o pesadilla sería mejor llamarlo. La causa de esos sueños era obvio: se sentía culpable por haber abandonado a Arwen y dejarla cruzar los mares con los restos de su linaje. La última vez que hablaron, él le había prometido una vida mejor, lejos del dolor, las guerras y el sufrimiento, si viajaba a Valinor, las tierras de los Eldar. Ella le había mirado con dolor, como si se sintiera traicionada por un falso amor.
Aragorn no hubiera deseado que las cosas fueran así, pero así fueron. Una fuerte barrera se interponía entre ellos dos: la mortalidad de uno y la inmortalidad del otro. Pero otra más fuerte ahora también se había interpuesto en su amor: el Anillo.
Se restregó los ojos, y se levantó un poco turbado aun. De pronto notó un escalofrío recorrerle el cuerpo. No había sol; las nubes lo cubrían con su velo oscuro. Una brisa fría soplaba del norte.
A su lado la hoguera que Gandalf encendió anoche se había consumido, dejando unos pocos restos de madera quemada y un señal carbonizada en la tierra. Junto a la fogata, donde los había dejado, estaban sus ropas secas. También estaban las de Gimli y Merry. Esos dos aun dormían profundamente. Gimli roncaba silenciosamente, pero a cada ronquido fuerte que hacía Legolas le miraba con mala cara. El Hobbit dormía plácidamente envuelto en su manta y acurrucado como niño pequeño.
Aragorn el Montaraz tomó sus ropas con manos temblorosas (siempre le temblaban muy ligeramente después de despertar de tal modo) y se vistió rápidamente, esperando que ninguno de los que ya estaban despiertos le hubiera visto desvelarse así, ni se percatara del involuntario temblor de sus manos. Pero nada (o casi nada) escapa a los sentidos de un Elfo. En seguida oyó la voz de Legolas, llamándole desde lo alto de un árbol. El príncipe del Bosque Negro estaba sentado en una de sus gruesas ramas. Las piernas se columpiaban y su melena rubia caía libre sobre sus hombros.
"¿Estel? ¿Te encuentras bien? Te tiemblan las manos."
"Sí, mi amigo. He sentido frío al despertar, eso es todo."
Legolas había visto su angustiosa dormía de despertar, pero no dijo nada. No entendía muy bien los sueños de los mortales, pero sabía que algunas veces sufren lo que llaman 'malos sueños' o 'pesadillas'. Debía de ser eso lo que molestaba a Aragorn. No era nada por lo que preocuparse, o al menos así lo esperaba él.
"¿'Estel'?" - se dijo Boromir en voz alta - "¿Cuantos nombre tienes, Aragorn?" - sonrió.
"Unos cuantos." - dijo él riéndose, y se llevó una ano a la barbillal para meditar algunos de los nombre por lo que es llamado - "Aragorn, Estel, Dúnadan, Elessar, Trancos, Patas Largas, Piedra de Elfo, Thorongil, Telcontar, Don Trancos-sin-escrúpulos..."
"¿Algo más?" - rió Boromir perplejo.
"Unos cuantos apodos más no tan bonitos." - sonrió.
"Es normal que te llamaran Trancos;" - dijo Merry, que acababa de despertar y bostezando había oído parte de la conversación. - ", siempre caminas a grandes trancos."
"Pero la forma en que te trató y te llamó Helenchal me indignó." - dijo Pippin - "¡Me alegro de que Sam le metiera esa manzana en las narices! ¡Muy bien, Sam, le diste su buen merecido!"
Sam, que estaba colocando el equipaje sobre los lomos de Bill, no pareció escucharle. Bostezó con ojos soñolientos.
"¿Qué pasa, Sam? ¿No has dormido bien?"
"En absoluto. Esos nique-brique no me han dejado dormir de nuevo. ¡Pensé que después de Moscagua no los volveríamos a ver más, y aquí resulta que nos encontramos con una laguna llena de ellos!"
"A mí esos bichos no me han vuelto a molestar en absoluto." - dijo Merry - "Estaba tan cansado anoche que ni siquiera los ronquidos de Gimli podían estorbarme." - Miró al Enano que aun dormía en un profundo sueño. Cubierto con una manta verde sólo asomaba su cabeza de ella y la barba rojiza, extendida en rizos sobre su estómago. Su respiración era ruidosa, y a veces murmuraba palabras que no podían entender, volviéndose de uno a otro lado y rascándose la barba.
Gimli hizo un fuerte ronquido, mas despertó de repente al ser golpeado (no con fuerza) por el bastón de Gandalf. "¡Arriba, Señor Enano! ¡Una nueva etapa del viaje comienza! ¡En pie! ¡Nos vamos!"
Tras bostezar Gimli se levantó para vestirse y tan buen punto acabó, la Compañía continuó su viaje, aun el Enano trenzándose la barba mientras caminaba.
Era un día triste. El cielo estaba pálido; nubes grises lo cubrían de palmo a palmo. La brisa era fresca, y para colmo húmeda. El sendero que seguían estaba envuelto en niebla. En algunos puntos se hacía tan espesa que hasta los envolvía en un manto blanco, del que no podían salir sin estar empapados, y cuando la niebla era tan intensa caminaban más juntos, casi pegados, pues si se separaban a más de cinco pasos ya no se podían ver a ellos mismos.
Sin embargo no se quejaban del todo de la húmeda bruma, porque era un buen sistema para esconderse de ojos enemigos, aunque desde que partieron de Rivendel aun no habían encontrado ninguno (lo que por ahora agradecían).
El viaje continuó así la hasta bien entrada la tarde. No hablaban mucho, pues la humedad y el frío (que les helaban las manos) no les daba ánimos para hacerlo, lo que hacía de la jornada una de muy silenciosa. Sólo oían los monótonos pasos de los Caminantes. En el frente, el bastón de Gandalf acompañaba los débiles pasos del mago; se oían los pasos de Aragorn caminado a grandes zancadas a su lado. Los pasos de los Hobbits eran casi imperceptibles, sobretodo en comparación a los pasos firmes de Boromir y al sonido de las pesadas botas de Gimli sobre el campo. Los livianos pies de Legolas no hacían ruido alguno.
Gimli maldijo a Legolas en la Lengua de los Enanos por milésima vez; de todos los caminantes, el Elfo era el único que no mostraba señales de tener frío, y andaba fresco como una lechuga y de forma orgullosa, sin encogerse de frío o ni siquiera frotarse las manos o los brazos.
Fue a media tarde cuando el día se oscureció por completo, y empezaron a caer las primeras gotas; pequeñas, que no podían mojarlos más que la niebla, y cuyo sonido era relajador. Pero poco a poco las gotitas como patas de mosca se convirtieron en grandes gotas que les mojaban los rostros y descendían por sus cuellos hasta meterse en su ropa y enfriarles el cuerpo.
No se inmutaron y continuaron con su camino, pero todo cambió cuando el viento del norte sopló fuerte, tan fuerte que les impedía caminar con ligereza. Gandalf se agarraba el sombrero picudo, que con la ventisca podría salir volando a la primera que lo soltara. Pronto sintieron las orejas frías y el penetrante silbido del vendaval les molestaba.
"Gandalf," - dijo Aragorn, su pelo negro goteando a chorros y revolviéndose - ", el tiempo va de mal en peor. A lo lejos se ven luces parpadeantes: relámpagos, diría yo; y con éste viento no tardarán en llegar sobre nosotros."
"No podemos caminar todo el día bajo la lluvia." - dijo Frodo - "Caeremos enfermos si seguimos así."
"Podríamos buscar un refugio hasta que la tormenta pase." - dijo Boromir.
"Por una vez estoy totalmente de acuerdo con vosotros." - dijo Gandalf, (por alivio de los demás) sujetándose aun el sombrero con la mano derecha y la vara con la izquierda - "Buscaremos un refugio y esperaremos a que la tormenta cese. Si hemos de caminar de noche, lo haremos. Pero no esperéis un buen descanso junto al fuego en una cueva hasta la mañana: nunca se sabe los que nos depara la llegada del ocaso."
Aceleraron el paso, pero aun así no fue hasta la noche (o eso parecía, pues las nubes les ocultaban las estrellas y la luna) cuando por fin Aragorn advirtió una hendidura en una pared rocosa al pie de una colina, y llamó a los demás para ir a ver. Por suerte (o así lo aparentaba en aquel momento) no era una simple hendidura, sino una cueva, y profunda en verdad. Era oscura, y no se veía lo que había en el interior, pero Gandalf colocó una pequeña piedra de cristal el la punta de su vara, sopló, y la piedra empezó a brillar tenuemente con luz propia. "Entremos." - dijo - "Pero no os alejéis mucho. Quedaos junto a la salida."
Gandalf entró el primero, alzando le bastón mágico para iluminar el camino. Aragorn esperó a que entraran Frodo, Merry, Pippin, Sam con Bill el poney y el Enano, y luego entró. Boromir aferró más su capa sobre cuerpo mojado y frío, y frotándose las manos para hacerlas entrar en calor se dispuso a seguir a sus compañeros. Pero se detuvo. Tenía el presentimiento de que alguien, o algo, estaba detrás suyo, mirándole con ojos penetrantes. Se dio la vuelta echando mano a la espada.
Se rió para sí mismo cuando vio que era Legolas. El Elfo estaba de pie, inmóvil como una roca a la que el viento ni el agua puede estorbar. Tenía los ojos fijos en la cueva, con un brillo extraño en ellos.
Boromir iba a disculparse por haber tomado la empuñadura de su espada por él, mas cuando vio como el Elfo no se movía en absoluto, se calló. No sabía ciertamente lo que era aquel brillo extraño en sus ojos, pero parecía...¿miedo? Al final sólo pudo decir una cosa. "¿Vas a entrar?"
Legolas le miró entonces, pero no le respondió por el momento. La fuerte lluvia le empapaba y gotas se deslizaban por su fino rostro y goteaban de su punta de la nariz. Su larga melena rúbia tenía un color más oscuro y anaranjado ahora. Una cegadora luz de relámpago le iluminó la cara un momento, y sus ojos mostraron un claro color azul. A los segundos, el rugido de un trueno retumbó.
"No... No me agradan las cuevas." - dijo al fin - "Sus paredes ocultan la luz de las estrellas, ecos amenazantes resuenan en sus paredes, y el murmullo del viento suena como un amargo lamento. Las rocas son frías; no hay vida en ellas, y cuando la luz no llega a su interior el aire se hace pesado, y hay un fuerte y desagradable olor a polvo. Entonces siento como si no pudiera respirar."
Boromir no supo que tenía que responder. La verdad era que nunca antes había hablado con él, no sabía porqué. Tal vez simplemente por ser Elfo: la criatura más hermosa de la Tierra Media, también la más nostálgica, y sobretodo la más sabia. Nunca hasta que llegó a Rivendel había tenido trato con ellos, y se sentía incomodo al hablarles. "Ah," - dijo - ", creía que los Elfos no le temían a nada."
Boromir sintió ganas de golpearse la cabeza al haber dicho aquellas palabras. Trató de decir algo más, pero Legolas habló. "Lo Elfos tememos al igual que los hombres. Tenemos nuestros propios miedos y temores. Pero a diferencia de los Hombres" - objetó - "nosotros debemos enfrentamos a nuestros miedos... y vencerlos."
Dicho ésto Legolas entró. Boromir se encogió de hombros, y le siguió al interior de la lúgubre cueva. Otro rayo tronó.
"¿Qué os ha retrasado?" - preguntó Aragorn al Elfo y al Hombre de Gondor tan pronto como se unieron a todos.
"Nada. Nos había parecido oír un ruido. Al final sólo había sido una liebre asustada por los truenos." - se apresuró a decir Boromir. Legolas calló. Se acercó a la pequeña tenue luz de la vara de Gandalf.
A primera vista aquella era un cueva natural, nacida con la colina y envejeciendo con ella. Pero algo llamó la atención del Istari, y no sólo de él, sino que Gimli el Enano también se percató de ello: la profundidad. Aquella era una cueva demasiado profunda para estar en una colina como aquella. Y cuanto a más profundidad, más bajaba el nivel del suelo. Gandalf se adentró unos pasos más, Gimli con él, y supo que se encontraban en un largo pasadizo que descendía a las profundidades y que a un lado (al derecho) había otra entrada, y un pasadizo. Aquello ya no parecía natural, sino que más bien daba la sensación de que alguien había abierto aquel otro camino. Gimli advirtió que la piedra gris estaba tallada, como si picos y palas hubieran trabajado en ella. La cueva había nacido con la colina, pero seguro que alguien la había agrandado, construyendo pasadizos y túneles que llevaban al corazón de la tierra. ¿Y quién podría habitar en una cueva de la colina en estos parajes desolados? Orcos, sin duda alguna.
"Este lugar me preocupa." - le susurró Legolas, que no se había apartado de la luz de Gandalf - "Una amenaza crece en mi interior cuando miro en las profundidades. Hay algo ahí abajo, lo presiento." Gandalf asintió.
"Bien," - sonrió Pippin - ", parece que vamos a tener 'un buen descanso junto al fuego en una cueva hasta la mañana.' "
"No." - dijo Gandalf - "No por el momento. Antes de dejar el equipaje y acomodarnos quisiera explorar más a fondo este lugar. Dejaremos a Bill aquí, atado junto a la salida, pues las cuevas no son lugar para un poney; el camino podría ser tortuoso o los pasadizos demasiado estrechos. Iremos mejor en fila, como hemos hecho hasta ahora. Prestad atención a vuestros oídos y vuestros ojos, y si presenciáis algo extraño, ¡decidmelo en seguida!"
Se dio la vuelta y se fue caminando lentamente sin esperar una respuesta por parte de los otros. Sam ató a Bill a una enorme roca caída de la colina junto la entrada , dejándole la suficiente cuerda suelta para que el animal encontrara cobijo en el interior de la cueva. Su amo Frodo le esperó, y juntos se quedaron al final de la fila. Tras Gandalf (quien esgrimía la espada Glamdring con la derecha) caminaba elegantemente y con pies ligeros Legolas; tras él Gimli, Merry, Pippin, Boromir y Aragorn.
Caminaron hacia adelante, aunque vieron pasar el túnel de la derecha, pero lo dejaron atrás. Era más seguro que siguieran una ruta lo más recta posible, para evitar perderse en el laberinto de cuevas que algunos temían encontrar. La entrada a la cueva llegó a ser un punto lejano para ellos. Mas el sonido de la lluvia les llegaba en ecos, y también el poderoso estruendo de los truenos, que les retumbaban en los oídos. El viento era fuerte, y silbaba en lamentos graves al entrar en la cueva.
Caminaban en silencio, pues el aviso de Gandalf los había perturbado de alguna manera. Pippin se aferraba a Merry, y a cada dos por tres miraba atrás, para asegurarse de que Boromir seguía a sus espaldas. Frodo no hacía más que escudriñar su espada Dardo, para ver si su filo brillaba, como Bilbo le había dicho; Sam miraba temeroso a los lados, temiendo que las paredes se movieran solas de repente o que una mano poderosa y roída como la roca apareciera de las sombras para agarrarlo. Legolas no temía por las palabras de Gandalf, pero el hecho de estar en una cueva ya le ponía nervioso, aunque no lo aparentaba. Se le encogía el corazón al no ver ni una sola planta, ni un vegetal. Tampoco había señales de haber algún animal ahí dentro: ni conejos, ni pájaros, ni serpientes, nada. El quejido de los truenos y los llantos del viento no eran un consuelo. Pronto se encontró caminando cabizbajo y escuchando los pasos de sus compañeros (y eso sin darse cuenta) para evitar pensar en sus miedos: El bastón de Gandalf golpeaba firme mientras que sus pasos eran débiles; las botas de Gimli hacían mucho ruido, demasiado para su gusto; los pasos de los Hobbits sonaban como los de gatos salvajes de los bosques, silenciosos y rápidos; había dos sonidos más: unos pasos firmes y otros que caminaban a grandes trancos; sin duda los primeros eran de Boromir y los segundos de Aragorn.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, Legolas casi se sonrojó, y en seguida trató de levantar la mirada y seguir caminando firme como hacía siempre.
"¿Qué ocurre, Elfo?"
El corazón de Legolas saltó al oír la voz grave del Enano. "Maldito Enano..." - pensó - "¿No podría dejarme en paz?"
"Nada, Señor Enano. Estaba prestando atención a cualquier ruido, como Gandalf nos ha aconsejado." - Legolas suplicó a los Ainur que Gimli no se hubiera dado cuenta del casi imperceptible temblor de su voz.
Gimli sonrió para sí mismo. Estaba claro: al Elfo no le gustaban las cuevas. Ésta sería una buena oportunidad para burlarse de él. "¡Cuánto me divertiré aquí!" - pensó.
"¡Gimli!" - musitó Boromir - "¡Silencio ahora! Por lo que veo, Gandalf teme que esta cueva esté infestada de trasgos; deberíamos seguir su consejo y prestar suma atención a nuestros oídos y a nuestros ojos."
Gimli asintió y no dijo nada más. Después de todo, el Hombre tenía razón: ésta no era una excursión, sino una peligrosa misión de la que debían salir victoriosos por el bien de los Pueblos Libres de la Tierra Media. Legolas no se volvió ni dijo nada, pero le estaba agradecido a Boromir: ésta era la segunda vez que le salvaba de la vergüenza, aunque tampoco no le importaba mucho que los demás supieran de su temor por las cuevas; lo que en verdad le importaba más era que el Enano se burlara de él delante de todos. Parecía que el hijo del Senescal Denethor le había librado de una buena.
Siguieron caminado durante cerca de un cuarto de hora. El camino que seguían continuaba siempre recto y cuesta abajo, aunque encontraron varios túneles a sus lados, más estrechos que el camino que ellos habían tomado; seguramente andaban por una especie de Túnel Principal, más ancho, que se conectaba con los demás y que sin duda alguna su final llevaba al corazón de aquel 'agujero'.
Ya no oían los truenos tan claramente como al principio, pero les llegaba el murmullo de sus ecos. El aire era ahora cálido y sofocante, aunque no especialmente viciado. De pronto, frente a ellos, se alzó una gran puerta abierta, tallada con precisión en la roca. Se detuvieron para inspeccionarla y, de improviso, vieron algo que les confirmaba todas sus sospechas: arriba, en el marco de roca, una horrenda cara de orco había sido tallada. Alrededor había unas runas escritas en la lengua oscura de los orcos; la escritura no podían entenderla. Sólo Gandalf conocía alguna de esas palabras, pero de las que allí había escritas, ninguna pudo distinguir.
No entraron. Gandalf inclinó la vara y su luz penetró en la sala. Era espaciosa, pero su estado no estaba en muy buenas condiciones. Por lo que podían ver, el techo estaba resquebrajado, como a punto de venirse abajo. El suelo estaba algo resquebrajado también. Se oía un zumbido, que resultaron ser una moscas volando y posándose sobre una especie de mesa: una piedra oblonga, de cuatro pies de alto, situada en el centro y fondo de la sala. La intensa mirada de Legolas, que estaba junto a Gandalf, vio algo que los demás no habían visto aun, pues la roca era de un sombrío tono negro. "Sangre." - dijo - "Hay manchas de sangre sobre aquella mesa."
Y no sólo ahí, sino que en las paredes también había manchas sangrientas. Sintieron un escalofrío. Algo les decía que aquella no era sangre de Orco.
"No puede ser sangre humana." - dijo Aragorn - "Nadie vive en estos parajes; no en esta Edad."
Aquello los tranquilizó en cierto modo, aunque no del todo, pues el recuerdo de los Orcos seguía en su mente.
"Sólo, creo yo, puede ser sangre animal: de algo han de alimentarse los Orcos de aquí." - dijo Gandalf, la piedra blanca de su vara extinguiendo su luz un poco, dejando la suficiente para poder verse las caras con un resplandor tenue, tan tenue que casi ni proyectaba ninguna sombra. - "Si no me equivoco, ésta es la Sala de Sacrificios. Y parece que se divierten con ellos, ¡mírad! esas manchas de las paredes parecen que estuvieran hechas adrede."
"No me extraña tal sadismo entre los Orcos." - dijo Aragorn - "Pero creo que ya hemos visto bastante. Deberíamos dar media vuelta y escapar de éste antro por el mismo lugar por el que hemos entrado."
"Todos estamos de acuerdo con éso."
"¡Un momento!" - siseó Legolas - "Oigo algo."
Un silencio inquietante lo siguió. Intentaron contener el aliento. Los Hobbits deseaban que el Elfo de la Compañía se volviera a ellos y les dijera que había sido una falsa alarma. Legolas estaba ahora al final de la fila, mirando en frente, ligeramente inclinado y escuchando cuidadosamente.
"¡Orcos!" - dijo volviéndose - "No están muy lejos. Puedo oír sus pasos y sus voces. Son tres."
"¿Qué hacemos ahora?" - preguntó Pippin desesperado - "Nuestra única salida está en esa dirección. ¡Y por allí es precisamente donde vienen! No podemos ir por otro camino, ¡correríamos el riesgo de perdernos en su laberinto! Y estoy seguro de que con más de tres Orcos nos encontraríamos entonces."
Frodo se dio cuenta de que el filo de Dardo brillaba con una pálida y fría luz azul.
"Calma, Peregrin Tuk." - dijo Gandalf solemnemente - "Nosotros somos más que ellos. Si logramos pararles los pies a esos tres sin que den la alarma a sus compañeros, podremos salir sanos y salvos de aquí. ¡Entrad en la sala! Les esperaremos en la oscuridad. Ten tu arco en mano, joven Elfo, y los demás empuñad vuestras espadas. Debemos acabar con ellos antes de sus gritos nos traicionen."
La piedra mágica de Gandalf ya se había pagado del todo cuando entraron en la Sala y se ocultaron en la oscuridad tras la enorme piedra manchada de sangre.
"¿Estamos todos, verdad?" - oyeron la anciana voz del Istari susurrar, aunque no le podían ver en la nítida negrura - "¿Frodo?"
"Aquí estoy." - respondió el Portador del Anillo. - "¿Sam?"
"Estoy junto a usted, mi amo. ¿Merry?"
"Aquí. ¿Pippin?"
"Sí. ¿Trancos? ¿Eres tú?"- preguntó a quien podía tocarle el brazo.
"No, soy Gimli."
"Estoy frente a ti, Pippin." - dijo Aragorn - "¿Boromir, Legolas?"
"Estamos aquí, junto a Gandalf." - respondió el Hombre de Gondor.
Legolas, silencioso, espiaba sobre el pilar. Una luz roja se acercaba despacio por el túnel. Todos callaron, pues ahora podían oír las voces claras de los tres Orcos, hablando en esa horrible Lengua suya, de palabras malsonantes que parecían blasfemias.
"Legolas." - le susurró Gandalf - "Tu que tienes los ojos de tu hermosa gente, ¿qué ves en la oscuridad?"
"Viene directos aquí." - respondió el Príncipe Elfo - "Son Goblins. Uno de ellos lleva un antorcha. Puedo ver su ojos: amarillos y fríos. No visten con armaduras especialmente fuertes, y no llevan cascos. Dos de ellos llevan espadas cortas. El otro un arco. No las empuñan. Ignoran que estemos aquí."
Un silencio de muerte volvió a rodearles. Las voces enemigas seguían acercándose. Ya estaban frente a la sala. La Compañía trataba de no hacer ningún ruido. Las moscas revoloteaban y se pegaban en su piel, dándoles picores. Pippin, quien espiaba en la oscuridad, se echó atrás de espanto al ver los tres Goblins: criaturas horribles de piel arrugada y morena, manos que más bien parecían garras de uñas sucias de inmundicias, ojos felinos de color amarillo y cabellos negros como el carbón y largos hasta media espalda. Hablaban, y cuando abrían sus labios podían verse sus dientes como colmillos, podridos y carcomidos, y una lengua negra detrás de ellos.
Pero al retroceder, sin querer la mano de Pippin entró en contacto con una piedra, que se deslizó haciendo ruido. No especialmente un arrebato de ruido, pero suficiente para que los Goblins callaran y volvieran su mirada amenazante y gélida hacia la enorme piedra cuadricular; el rincón donde se ocultaban ellos.
Balrog of Altena: ¡Final del capi! En el próximo la Compañía se disolverá (por accidente) en ése laberinto de túneles y cuevas: Aragorn irá solo (pobrecino), Merry y Pippin juntos, Legolas irá solito (¡qué mala soy!); Sam y Gimli irán juntos, Frodo y Boromir también juntos (¡uy! que mal rollo...), y Gandalf que se las apañe solo, como siempre.
~ Inwon Derland: ¡Gracias! ^_^ Pues habría estado bien eso de echarle barro...¿cómo no se me ocurrió? (porque ya lo tenía pensado para mi fic "Hojaverde y el Amigo de los Eflos" ^_~ *susurro*: pero no se lo digas a nadie jeje) ¡Espero que éste cap también te haya gustado!
~ Earwen Eressea: A mí también me encantan las historias donde aparece toda la Compañía. Oh, no te preocupes, habrá más Legolas (y más Aragorn, y más Boromir, y más Pippin, y más Gandalf...) jeje
~ Ginny: ¡Aiya! Elen síla lúmenn' omentielvo.Mi nombre es Roser, tengo 17 años (bueno, los hago el mes de Junio) y soy de Menorca (Baleares). Yo me he leído tres veces ESDLA. Tambíen he leído Los Apéndices, El Hobbit (dos veces), El Silmarillion, dos volúmenes de La Historia de la Tierra Media.
¡Estoy muy contenta de que leas mi fic! Y más contenta estaría si leyeras mi otro fic (Hojaverde y el Amigo de los Elfos) que trata sobre las aventuras de Gimli y Legolas después de la derrota de Sauron, hasta que se van de la Tierra Media a las Tierras Imperecederas. Estoy segura de que te gustaría. ¡Tenna rato!
Namarië, an sí.
Capítulo 2do: Un refugio no muy seguro.
Casi había llegado la noche. El cielo se había teñido de colores en tonos rosa y rojo. Los rayos anaranjados del alba se filtraban aun entre las bellas ramas de los árboles. Las hojas se movían con un suave rumor, y los colores centelleaban en ellas; tonos marrones, amarillos y naranja que bailaban en el techo del bosque como diminutas mariposas.
Una voz se alzó por encima del rumor de las hojas: un canto, dulce, melodioso, de voz angelical. No se distinguían palabras en aquel canto, solo la entonación de una dulce voz. Atraído por la música se internó más en las profundidades de aquel tan familiar bosque, y allí, entre el perfume del romero y la danza del trigo en el viento, bailaba una hermosa Elfa de tez blanca y largos cabellos negros, sus suaves movimientos acompañando su encantadora canción. Su largo vestido de seda azul estaba cubierto de un rocío plateado que resplandecía, y la tela de los delicados brazos se elevaba suavemente como si dos alas le hubiera salido a tan precioso pájaro ruiseñor.
En aquel instante, quedó prendado de su hechizo, y dando una paso al frente gritó unas palabras que le salieron del corazón. "¡Tinúviel! ¡Tinúviel!"
La doncella se volvió, una inmediata expresión de confusión, al oír la voz que parecía llamarla a ella. Se vieron el rostro. A él le pareció que ella era joven, tal vez de su edad o menor aún, pero en sus ojos brillaban las estrellas y se podía ver en ellos la sabiduría años incontables. Aun no había hablado con ella, pero en aquel instante en que sus ojos de encontraron, supo que se había enamorado pérdidamente de tan bella visión.
Ella le sonrió.
Una mirada traicionada. Unos ojos tristes. Un rostro herido. Un corazón roto. Una lágrima. Y luego ya no había nada. Tan sólo un infinito negro y solitario. Muy solitario. Estaba muy solo...
Aragorn despertó sobresaltado. Desde que partieron de Rivendel, que cada día despertaba de ése modo. Todo por culpa de ese sueño, o pesadilla sería mejor llamarlo. La causa de esos sueños era obvio: se sentía culpable por haber abandonado a Arwen y dejarla cruzar los mares con los restos de su linaje. La última vez que hablaron, él le había prometido una vida mejor, lejos del dolor, las guerras y el sufrimiento, si viajaba a Valinor, las tierras de los Eldar. Ella le había mirado con dolor, como si se sintiera traicionada por un falso amor.
Aragorn no hubiera deseado que las cosas fueran así, pero así fueron. Una fuerte barrera se interponía entre ellos dos: la mortalidad de uno y la inmortalidad del otro. Pero otra más fuerte ahora también se había interpuesto en su amor: el Anillo.
Se restregó los ojos, y se levantó un poco turbado aun. De pronto notó un escalofrío recorrerle el cuerpo. No había sol; las nubes lo cubrían con su velo oscuro. Una brisa fría soplaba del norte.
A su lado la hoguera que Gandalf encendió anoche se había consumido, dejando unos pocos restos de madera quemada y un señal carbonizada en la tierra. Junto a la fogata, donde los había dejado, estaban sus ropas secas. También estaban las de Gimli y Merry. Esos dos aun dormían profundamente. Gimli roncaba silenciosamente, pero a cada ronquido fuerte que hacía Legolas le miraba con mala cara. El Hobbit dormía plácidamente envuelto en su manta y acurrucado como niño pequeño.
Aragorn el Montaraz tomó sus ropas con manos temblorosas (siempre le temblaban muy ligeramente después de despertar de tal modo) y se vistió rápidamente, esperando que ninguno de los que ya estaban despiertos le hubiera visto desvelarse así, ni se percatara del involuntario temblor de sus manos. Pero nada (o casi nada) escapa a los sentidos de un Elfo. En seguida oyó la voz de Legolas, llamándole desde lo alto de un árbol. El príncipe del Bosque Negro estaba sentado en una de sus gruesas ramas. Las piernas se columpiaban y su melena rubia caía libre sobre sus hombros.
"¿Estel? ¿Te encuentras bien? Te tiemblan las manos."
"Sí, mi amigo. He sentido frío al despertar, eso es todo."
Legolas había visto su angustiosa dormía de despertar, pero no dijo nada. No entendía muy bien los sueños de los mortales, pero sabía que algunas veces sufren lo que llaman 'malos sueños' o 'pesadillas'. Debía de ser eso lo que molestaba a Aragorn. No era nada por lo que preocuparse, o al menos así lo esperaba él.
"¿'Estel'?" - se dijo Boromir en voz alta - "¿Cuantos nombre tienes, Aragorn?" - sonrió.
"Unos cuantos." - dijo él riéndose, y se llevó una ano a la barbillal para meditar algunos de los nombre por lo que es llamado - "Aragorn, Estel, Dúnadan, Elessar, Trancos, Patas Largas, Piedra de Elfo, Thorongil, Telcontar, Don Trancos-sin-escrúpulos..."
"¿Algo más?" - rió Boromir perplejo.
"Unos cuantos apodos más no tan bonitos." - sonrió.
"Es normal que te llamaran Trancos;" - dijo Merry, que acababa de despertar y bostezando había oído parte de la conversación. - ", siempre caminas a grandes trancos."
"Pero la forma en que te trató y te llamó Helenchal me indignó." - dijo Pippin - "¡Me alegro de que Sam le metiera esa manzana en las narices! ¡Muy bien, Sam, le diste su buen merecido!"
Sam, que estaba colocando el equipaje sobre los lomos de Bill, no pareció escucharle. Bostezó con ojos soñolientos.
"¿Qué pasa, Sam? ¿No has dormido bien?"
"En absoluto. Esos nique-brique no me han dejado dormir de nuevo. ¡Pensé que después de Moscagua no los volveríamos a ver más, y aquí resulta que nos encontramos con una laguna llena de ellos!"
"A mí esos bichos no me han vuelto a molestar en absoluto." - dijo Merry - "Estaba tan cansado anoche que ni siquiera los ronquidos de Gimli podían estorbarme." - Miró al Enano que aun dormía en un profundo sueño. Cubierto con una manta verde sólo asomaba su cabeza de ella y la barba rojiza, extendida en rizos sobre su estómago. Su respiración era ruidosa, y a veces murmuraba palabras que no podían entender, volviéndose de uno a otro lado y rascándose la barba.
Gimli hizo un fuerte ronquido, mas despertó de repente al ser golpeado (no con fuerza) por el bastón de Gandalf. "¡Arriba, Señor Enano! ¡Una nueva etapa del viaje comienza! ¡En pie! ¡Nos vamos!"
Tras bostezar Gimli se levantó para vestirse y tan buen punto acabó, la Compañía continuó su viaje, aun el Enano trenzándose la barba mientras caminaba.
Era un día triste. El cielo estaba pálido; nubes grises lo cubrían de palmo a palmo. La brisa era fresca, y para colmo húmeda. El sendero que seguían estaba envuelto en niebla. En algunos puntos se hacía tan espesa que hasta los envolvía en un manto blanco, del que no podían salir sin estar empapados, y cuando la niebla era tan intensa caminaban más juntos, casi pegados, pues si se separaban a más de cinco pasos ya no se podían ver a ellos mismos.
Sin embargo no se quejaban del todo de la húmeda bruma, porque era un buen sistema para esconderse de ojos enemigos, aunque desde que partieron de Rivendel aun no habían encontrado ninguno (lo que por ahora agradecían).
El viaje continuó así la hasta bien entrada la tarde. No hablaban mucho, pues la humedad y el frío (que les helaban las manos) no les daba ánimos para hacerlo, lo que hacía de la jornada una de muy silenciosa. Sólo oían los monótonos pasos de los Caminantes. En el frente, el bastón de Gandalf acompañaba los débiles pasos del mago; se oían los pasos de Aragorn caminado a grandes zancadas a su lado. Los pasos de los Hobbits eran casi imperceptibles, sobretodo en comparación a los pasos firmes de Boromir y al sonido de las pesadas botas de Gimli sobre el campo. Los livianos pies de Legolas no hacían ruido alguno.
Gimli maldijo a Legolas en la Lengua de los Enanos por milésima vez; de todos los caminantes, el Elfo era el único que no mostraba señales de tener frío, y andaba fresco como una lechuga y de forma orgullosa, sin encogerse de frío o ni siquiera frotarse las manos o los brazos.
Fue a media tarde cuando el día se oscureció por completo, y empezaron a caer las primeras gotas; pequeñas, que no podían mojarlos más que la niebla, y cuyo sonido era relajador. Pero poco a poco las gotitas como patas de mosca se convirtieron en grandes gotas que les mojaban los rostros y descendían por sus cuellos hasta meterse en su ropa y enfriarles el cuerpo.
No se inmutaron y continuaron con su camino, pero todo cambió cuando el viento del norte sopló fuerte, tan fuerte que les impedía caminar con ligereza. Gandalf se agarraba el sombrero picudo, que con la ventisca podría salir volando a la primera que lo soltara. Pronto sintieron las orejas frías y el penetrante silbido del vendaval les molestaba.
"Gandalf," - dijo Aragorn, su pelo negro goteando a chorros y revolviéndose - ", el tiempo va de mal en peor. A lo lejos se ven luces parpadeantes: relámpagos, diría yo; y con éste viento no tardarán en llegar sobre nosotros."
"No podemos caminar todo el día bajo la lluvia." - dijo Frodo - "Caeremos enfermos si seguimos así."
"Podríamos buscar un refugio hasta que la tormenta pase." - dijo Boromir.
"Por una vez estoy totalmente de acuerdo con vosotros." - dijo Gandalf, (por alivio de los demás) sujetándose aun el sombrero con la mano derecha y la vara con la izquierda - "Buscaremos un refugio y esperaremos a que la tormenta cese. Si hemos de caminar de noche, lo haremos. Pero no esperéis un buen descanso junto al fuego en una cueva hasta la mañana: nunca se sabe los que nos depara la llegada del ocaso."
Aceleraron el paso, pero aun así no fue hasta la noche (o eso parecía, pues las nubes les ocultaban las estrellas y la luna) cuando por fin Aragorn advirtió una hendidura en una pared rocosa al pie de una colina, y llamó a los demás para ir a ver. Por suerte (o así lo aparentaba en aquel momento) no era una simple hendidura, sino una cueva, y profunda en verdad. Era oscura, y no se veía lo que había en el interior, pero Gandalf colocó una pequeña piedra de cristal el la punta de su vara, sopló, y la piedra empezó a brillar tenuemente con luz propia. "Entremos." - dijo - "Pero no os alejéis mucho. Quedaos junto a la salida."
Gandalf entró el primero, alzando le bastón mágico para iluminar el camino. Aragorn esperó a que entraran Frodo, Merry, Pippin, Sam con Bill el poney y el Enano, y luego entró. Boromir aferró más su capa sobre cuerpo mojado y frío, y frotándose las manos para hacerlas entrar en calor se dispuso a seguir a sus compañeros. Pero se detuvo. Tenía el presentimiento de que alguien, o algo, estaba detrás suyo, mirándole con ojos penetrantes. Se dio la vuelta echando mano a la espada.
Se rió para sí mismo cuando vio que era Legolas. El Elfo estaba de pie, inmóvil como una roca a la que el viento ni el agua puede estorbar. Tenía los ojos fijos en la cueva, con un brillo extraño en ellos.
Boromir iba a disculparse por haber tomado la empuñadura de su espada por él, mas cuando vio como el Elfo no se movía en absoluto, se calló. No sabía ciertamente lo que era aquel brillo extraño en sus ojos, pero parecía...¿miedo? Al final sólo pudo decir una cosa. "¿Vas a entrar?"
Legolas le miró entonces, pero no le respondió por el momento. La fuerte lluvia le empapaba y gotas se deslizaban por su fino rostro y goteaban de su punta de la nariz. Su larga melena rúbia tenía un color más oscuro y anaranjado ahora. Una cegadora luz de relámpago le iluminó la cara un momento, y sus ojos mostraron un claro color azul. A los segundos, el rugido de un trueno retumbó.
"No... No me agradan las cuevas." - dijo al fin - "Sus paredes ocultan la luz de las estrellas, ecos amenazantes resuenan en sus paredes, y el murmullo del viento suena como un amargo lamento. Las rocas son frías; no hay vida en ellas, y cuando la luz no llega a su interior el aire se hace pesado, y hay un fuerte y desagradable olor a polvo. Entonces siento como si no pudiera respirar."
Boromir no supo que tenía que responder. La verdad era que nunca antes había hablado con él, no sabía porqué. Tal vez simplemente por ser Elfo: la criatura más hermosa de la Tierra Media, también la más nostálgica, y sobretodo la más sabia. Nunca hasta que llegó a Rivendel había tenido trato con ellos, y se sentía incomodo al hablarles. "Ah," - dijo - ", creía que los Elfos no le temían a nada."
Boromir sintió ganas de golpearse la cabeza al haber dicho aquellas palabras. Trató de decir algo más, pero Legolas habló. "Lo Elfos tememos al igual que los hombres. Tenemos nuestros propios miedos y temores. Pero a diferencia de los Hombres" - objetó - "nosotros debemos enfrentamos a nuestros miedos... y vencerlos."
Dicho ésto Legolas entró. Boromir se encogió de hombros, y le siguió al interior de la lúgubre cueva. Otro rayo tronó.
"¿Qué os ha retrasado?" - preguntó Aragorn al Elfo y al Hombre de Gondor tan pronto como se unieron a todos.
"Nada. Nos había parecido oír un ruido. Al final sólo había sido una liebre asustada por los truenos." - se apresuró a decir Boromir. Legolas calló. Se acercó a la pequeña tenue luz de la vara de Gandalf.
A primera vista aquella era un cueva natural, nacida con la colina y envejeciendo con ella. Pero algo llamó la atención del Istari, y no sólo de él, sino que Gimli el Enano también se percató de ello: la profundidad. Aquella era una cueva demasiado profunda para estar en una colina como aquella. Y cuanto a más profundidad, más bajaba el nivel del suelo. Gandalf se adentró unos pasos más, Gimli con él, y supo que se encontraban en un largo pasadizo que descendía a las profundidades y que a un lado (al derecho) había otra entrada, y un pasadizo. Aquello ya no parecía natural, sino que más bien daba la sensación de que alguien había abierto aquel otro camino. Gimli advirtió que la piedra gris estaba tallada, como si picos y palas hubieran trabajado en ella. La cueva había nacido con la colina, pero seguro que alguien la había agrandado, construyendo pasadizos y túneles que llevaban al corazón de la tierra. ¿Y quién podría habitar en una cueva de la colina en estos parajes desolados? Orcos, sin duda alguna.
"Este lugar me preocupa." - le susurró Legolas, que no se había apartado de la luz de Gandalf - "Una amenaza crece en mi interior cuando miro en las profundidades. Hay algo ahí abajo, lo presiento." Gandalf asintió.
"Bien," - sonrió Pippin - ", parece que vamos a tener 'un buen descanso junto al fuego en una cueva hasta la mañana.' "
"No." - dijo Gandalf - "No por el momento. Antes de dejar el equipaje y acomodarnos quisiera explorar más a fondo este lugar. Dejaremos a Bill aquí, atado junto a la salida, pues las cuevas no son lugar para un poney; el camino podría ser tortuoso o los pasadizos demasiado estrechos. Iremos mejor en fila, como hemos hecho hasta ahora. Prestad atención a vuestros oídos y vuestros ojos, y si presenciáis algo extraño, ¡decidmelo en seguida!"
Se dio la vuelta y se fue caminando lentamente sin esperar una respuesta por parte de los otros. Sam ató a Bill a una enorme roca caída de la colina junto la entrada , dejándole la suficiente cuerda suelta para que el animal encontrara cobijo en el interior de la cueva. Su amo Frodo le esperó, y juntos se quedaron al final de la fila. Tras Gandalf (quien esgrimía la espada Glamdring con la derecha) caminaba elegantemente y con pies ligeros Legolas; tras él Gimli, Merry, Pippin, Boromir y Aragorn.
Caminaron hacia adelante, aunque vieron pasar el túnel de la derecha, pero lo dejaron atrás. Era más seguro que siguieran una ruta lo más recta posible, para evitar perderse en el laberinto de cuevas que algunos temían encontrar. La entrada a la cueva llegó a ser un punto lejano para ellos. Mas el sonido de la lluvia les llegaba en ecos, y también el poderoso estruendo de los truenos, que les retumbaban en los oídos. El viento era fuerte, y silbaba en lamentos graves al entrar en la cueva.
Caminaban en silencio, pues el aviso de Gandalf los había perturbado de alguna manera. Pippin se aferraba a Merry, y a cada dos por tres miraba atrás, para asegurarse de que Boromir seguía a sus espaldas. Frodo no hacía más que escudriñar su espada Dardo, para ver si su filo brillaba, como Bilbo le había dicho; Sam miraba temeroso a los lados, temiendo que las paredes se movieran solas de repente o que una mano poderosa y roída como la roca apareciera de las sombras para agarrarlo. Legolas no temía por las palabras de Gandalf, pero el hecho de estar en una cueva ya le ponía nervioso, aunque no lo aparentaba. Se le encogía el corazón al no ver ni una sola planta, ni un vegetal. Tampoco había señales de haber algún animal ahí dentro: ni conejos, ni pájaros, ni serpientes, nada. El quejido de los truenos y los llantos del viento no eran un consuelo. Pronto se encontró caminando cabizbajo y escuchando los pasos de sus compañeros (y eso sin darse cuenta) para evitar pensar en sus miedos: El bastón de Gandalf golpeaba firme mientras que sus pasos eran débiles; las botas de Gimli hacían mucho ruido, demasiado para su gusto; los pasos de los Hobbits sonaban como los de gatos salvajes de los bosques, silenciosos y rápidos; había dos sonidos más: unos pasos firmes y otros que caminaban a grandes trancos; sin duda los primeros eran de Boromir y los segundos de Aragorn.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, Legolas casi se sonrojó, y en seguida trató de levantar la mirada y seguir caminando firme como hacía siempre.
"¿Qué ocurre, Elfo?"
El corazón de Legolas saltó al oír la voz grave del Enano. "Maldito Enano..." - pensó - "¿No podría dejarme en paz?"
"Nada, Señor Enano. Estaba prestando atención a cualquier ruido, como Gandalf nos ha aconsejado." - Legolas suplicó a los Ainur que Gimli no se hubiera dado cuenta del casi imperceptible temblor de su voz.
Gimli sonrió para sí mismo. Estaba claro: al Elfo no le gustaban las cuevas. Ésta sería una buena oportunidad para burlarse de él. "¡Cuánto me divertiré aquí!" - pensó.
"¡Gimli!" - musitó Boromir - "¡Silencio ahora! Por lo que veo, Gandalf teme que esta cueva esté infestada de trasgos; deberíamos seguir su consejo y prestar suma atención a nuestros oídos y a nuestros ojos."
Gimli asintió y no dijo nada más. Después de todo, el Hombre tenía razón: ésta no era una excursión, sino una peligrosa misión de la que debían salir victoriosos por el bien de los Pueblos Libres de la Tierra Media. Legolas no se volvió ni dijo nada, pero le estaba agradecido a Boromir: ésta era la segunda vez que le salvaba de la vergüenza, aunque tampoco no le importaba mucho que los demás supieran de su temor por las cuevas; lo que en verdad le importaba más era que el Enano se burlara de él delante de todos. Parecía que el hijo del Senescal Denethor le había librado de una buena.
Siguieron caminado durante cerca de un cuarto de hora. El camino que seguían continuaba siempre recto y cuesta abajo, aunque encontraron varios túneles a sus lados, más estrechos que el camino que ellos habían tomado; seguramente andaban por una especie de Túnel Principal, más ancho, que se conectaba con los demás y que sin duda alguna su final llevaba al corazón de aquel 'agujero'.
Ya no oían los truenos tan claramente como al principio, pero les llegaba el murmullo de sus ecos. El aire era ahora cálido y sofocante, aunque no especialmente viciado. De pronto, frente a ellos, se alzó una gran puerta abierta, tallada con precisión en la roca. Se detuvieron para inspeccionarla y, de improviso, vieron algo que les confirmaba todas sus sospechas: arriba, en el marco de roca, una horrenda cara de orco había sido tallada. Alrededor había unas runas escritas en la lengua oscura de los orcos; la escritura no podían entenderla. Sólo Gandalf conocía alguna de esas palabras, pero de las que allí había escritas, ninguna pudo distinguir.
No entraron. Gandalf inclinó la vara y su luz penetró en la sala. Era espaciosa, pero su estado no estaba en muy buenas condiciones. Por lo que podían ver, el techo estaba resquebrajado, como a punto de venirse abajo. El suelo estaba algo resquebrajado también. Se oía un zumbido, que resultaron ser una moscas volando y posándose sobre una especie de mesa: una piedra oblonga, de cuatro pies de alto, situada en el centro y fondo de la sala. La intensa mirada de Legolas, que estaba junto a Gandalf, vio algo que los demás no habían visto aun, pues la roca era de un sombrío tono negro. "Sangre." - dijo - "Hay manchas de sangre sobre aquella mesa."
Y no sólo ahí, sino que en las paredes también había manchas sangrientas. Sintieron un escalofrío. Algo les decía que aquella no era sangre de Orco.
"No puede ser sangre humana." - dijo Aragorn - "Nadie vive en estos parajes; no en esta Edad."
Aquello los tranquilizó en cierto modo, aunque no del todo, pues el recuerdo de los Orcos seguía en su mente.
"Sólo, creo yo, puede ser sangre animal: de algo han de alimentarse los Orcos de aquí." - dijo Gandalf, la piedra blanca de su vara extinguiendo su luz un poco, dejando la suficiente para poder verse las caras con un resplandor tenue, tan tenue que casi ni proyectaba ninguna sombra. - "Si no me equivoco, ésta es la Sala de Sacrificios. Y parece que se divierten con ellos, ¡mírad! esas manchas de las paredes parecen que estuvieran hechas adrede."
"No me extraña tal sadismo entre los Orcos." - dijo Aragorn - "Pero creo que ya hemos visto bastante. Deberíamos dar media vuelta y escapar de éste antro por el mismo lugar por el que hemos entrado."
"Todos estamos de acuerdo con éso."
"¡Un momento!" - siseó Legolas - "Oigo algo."
Un silencio inquietante lo siguió. Intentaron contener el aliento. Los Hobbits deseaban que el Elfo de la Compañía se volviera a ellos y les dijera que había sido una falsa alarma. Legolas estaba ahora al final de la fila, mirando en frente, ligeramente inclinado y escuchando cuidadosamente.
"¡Orcos!" - dijo volviéndose - "No están muy lejos. Puedo oír sus pasos y sus voces. Son tres."
"¿Qué hacemos ahora?" - preguntó Pippin desesperado - "Nuestra única salida está en esa dirección. ¡Y por allí es precisamente donde vienen! No podemos ir por otro camino, ¡correríamos el riesgo de perdernos en su laberinto! Y estoy seguro de que con más de tres Orcos nos encontraríamos entonces."
Frodo se dio cuenta de que el filo de Dardo brillaba con una pálida y fría luz azul.
"Calma, Peregrin Tuk." - dijo Gandalf solemnemente - "Nosotros somos más que ellos. Si logramos pararles los pies a esos tres sin que den la alarma a sus compañeros, podremos salir sanos y salvos de aquí. ¡Entrad en la sala! Les esperaremos en la oscuridad. Ten tu arco en mano, joven Elfo, y los demás empuñad vuestras espadas. Debemos acabar con ellos antes de sus gritos nos traicionen."
La piedra mágica de Gandalf ya se había pagado del todo cuando entraron en la Sala y se ocultaron en la oscuridad tras la enorme piedra manchada de sangre.
"¿Estamos todos, verdad?" - oyeron la anciana voz del Istari susurrar, aunque no le podían ver en la nítida negrura - "¿Frodo?"
"Aquí estoy." - respondió el Portador del Anillo. - "¿Sam?"
"Estoy junto a usted, mi amo. ¿Merry?"
"Aquí. ¿Pippin?"
"Sí. ¿Trancos? ¿Eres tú?"- preguntó a quien podía tocarle el brazo.
"No, soy Gimli."
"Estoy frente a ti, Pippin." - dijo Aragorn - "¿Boromir, Legolas?"
"Estamos aquí, junto a Gandalf." - respondió el Hombre de Gondor.
Legolas, silencioso, espiaba sobre el pilar. Una luz roja se acercaba despacio por el túnel. Todos callaron, pues ahora podían oír las voces claras de los tres Orcos, hablando en esa horrible Lengua suya, de palabras malsonantes que parecían blasfemias.
"Legolas." - le susurró Gandalf - "Tu que tienes los ojos de tu hermosa gente, ¿qué ves en la oscuridad?"
"Viene directos aquí." - respondió el Príncipe Elfo - "Son Goblins. Uno de ellos lleva un antorcha. Puedo ver su ojos: amarillos y fríos. No visten con armaduras especialmente fuertes, y no llevan cascos. Dos de ellos llevan espadas cortas. El otro un arco. No las empuñan. Ignoran que estemos aquí."
Un silencio de muerte volvió a rodearles. Las voces enemigas seguían acercándose. Ya estaban frente a la sala. La Compañía trataba de no hacer ningún ruido. Las moscas revoloteaban y se pegaban en su piel, dándoles picores. Pippin, quien espiaba en la oscuridad, se echó atrás de espanto al ver los tres Goblins: criaturas horribles de piel arrugada y morena, manos que más bien parecían garras de uñas sucias de inmundicias, ojos felinos de color amarillo y cabellos negros como el carbón y largos hasta media espalda. Hablaban, y cuando abrían sus labios podían verse sus dientes como colmillos, podridos y carcomidos, y una lengua negra detrás de ellos.
Pero al retroceder, sin querer la mano de Pippin entró en contacto con una piedra, que se deslizó haciendo ruido. No especialmente un arrebato de ruido, pero suficiente para que los Goblins callaran y volvieran su mirada amenazante y gélida hacia la enorme piedra cuadricular; el rincón donde se ocultaban ellos.
Balrog of Altena: ¡Final del capi! En el próximo la Compañía se disolverá (por accidente) en ése laberinto de túneles y cuevas: Aragorn irá solo (pobrecino), Merry y Pippin juntos, Legolas irá solito (¡qué mala soy!); Sam y Gimli irán juntos, Frodo y Boromir también juntos (¡uy! que mal rollo...), y Gandalf que se las apañe solo, como siempre.
~ Inwon Derland: ¡Gracias! ^_^ Pues habría estado bien eso de echarle barro...¿cómo no se me ocurrió? (porque ya lo tenía pensado para mi fic "Hojaverde y el Amigo de los Eflos" ^_~ *susurro*: pero no se lo digas a nadie jeje) ¡Espero que éste cap también te haya gustado!
~ Earwen Eressea: A mí también me encantan las historias donde aparece toda la Compañía. Oh, no te preocupes, habrá más Legolas (y más Aragorn, y más Boromir, y más Pippin, y más Gandalf...) jeje
~ Ginny: ¡Aiya! Elen síla lúmenn' omentielvo.Mi nombre es Roser, tengo 17 años (bueno, los hago el mes de Junio) y soy de Menorca (Baleares). Yo me he leído tres veces ESDLA. Tambíen he leído Los Apéndices, El Hobbit (dos veces), El Silmarillion, dos volúmenes de La Historia de la Tierra Media.
¡Estoy muy contenta de que leas mi fic! Y más contenta estaría si leyeras mi otro fic (Hojaverde y el Amigo de los Elfos) que trata sobre las aventuras de Gimli y Legolas después de la derrota de Sauron, hasta que se van de la Tierra Media a las Tierras Imperecederas. Estoy segura de que te gustaría. ¡Tenna rato!
Namarië, an sí.
