Las Aventuras de la Compañía: Al llegar el ocaso.
Capítulo 4to: Vagando en la oscuridad.
Cuando Frodo Bolsón abrió los ojos después de un lago sueño lleno de imágenes confusas, lo primero que vio fue el rostro de Boromir, inclinado sobre él con una mirada preocupada. Fue cuando el hobbit se acordó del derrumbamiento, en el que debió perder la conciencia.
El Hombre de Gondor le sonrió y suspiró aliviado. "¡Frodo! ¿Cómo te encuentras, Frodo? ¡Me has dado un buen susto, tú, pequeño hobbit!"
Frodo no estaba de humor para devolverle la sonrisa, pero se incorporó y tembló, porque sentía frío. Entonces se dio cuenta de que tenía las ropas mojadas y el pelo chorreante, y si no recordaba mal, sus ropas casi se habían secado de la tormenta antes de que diera lugar el encuentro de la sala y el ataque de los Goblin. Entonces, ¿por qué estaba tan empapado? Icluso ahora vio que Boromir también lo estaba, y que de sus cabellos castaños con un tono rubio goteaba agua y se escurría por el rostro del Hombre.
"¿Qué ha pasado?" - preguntó el Portador del Anillo, estrechando con una mano sus rizos mojados.
"Hubo un derrumbamiento," - dijo Boromir - ", nosotros dos tuvimos suerte y caímos en un lago subterráneo, y por suerte, también, encontré esta antorcha." - Boromir llevaba en la mano una antorcha de Goblin encendida. Otras antorchas cayeron (al igual que muchos cadáveres Goblin) en el lago subterráneo y se consumieron, pero ésta que había encontrado el hijo del Senescal había ido a parar sobre una roca sobresaliente, como una pequeña isla en medio del agua, por lo que no se había consumido y le había dado la suficiente luz a Boromir como para hallar a un pequeño cuerpo nada parecido a un Goblin flotando entre los cadáveres.
"¿'Nosotros dos', dices? ¿Y los otros?" - Frodo no pudo evitar sentir un escalofrío.
"No los encontré." - respondió Boromir apenado - "Pero no desesperes. Estarán en algún lugar de estas cuevas, buscándonos como nosotros les buscamos a ellos." -Y no le dijo nada a Frodo sobre el tiempo (no sabía si minutos u horas) que había estado buscando a sus compañeros en la laguna cuya agua se tornaba roja, apartando los cadáveres de su enemigos con manos temblorosas y sintiendo repugnancia por el color rosado del agua y el hedor a cadáver y a sangre que le inundaba los pulmones. Boromir le dedicó una sonrisa reconfortante a Frodo y le ofreció la mano para ayudarle a ponerse en pie.
Mientras Frodo estuvo inconsciente, Boromir le había llevado en brazos durante un buen trecho, y Frodo se encontró de repente caminando en pasadizos oscuros, polvorientos y tan estrechos que debían ir en fila y podía apoyar las manos a cada lado en las paredes.
Los relámpagos ya no tronaban a fuera y no se oía el murmullo de la lluvia, mas podría ser que en aquellas profundidades el sonido del exterior no traspasara sus paredes. Tan silencioso estaba todo, que sólo podían sentir la llama de la antorcha de Boromir y sus propias respiraciones, pausadas y temerosas, aunque calmadas. Por eso ambos hobbit y Hombre se sobresaltaron cuando les llegaron los ecos de un susurro o un algo similar. Los dos creyeron que eran voces, pero ninguno podía decir si eran las voces de esos malvados Goblin o de sus compañeros.
Por un momento dudaron seguir adelante, pues cada vez se oían los susurros con más claridad, y podrían haber jurado que eran las palabras de una conversación, aunque no las distinguían. Finalmente, optaron por arriesgarse y seguir adelante, hacia las voces, pues tenían esperanzas de que fueran sus amigos.
Pero a los segundos siguientes los susurros callaron, y no volvieron a oírlos durante su caminata cuando, de repente, cruzando los laberínticos pasadizos aparecieron dos figuras pequeñas como niños. Eran Merry y Pippin, por alivio de Frodo y Boromir, y los dos hobbits se aferraron a ellos, gritando sin temor a que los oyeran hasta las profundidades más profundas.
"¡Frodo!" "¡Primo Frodo!" "¡Mira Merry, es el viejo Frodo!" "¡Y Boromir! ¡Boromir!"
Frodo estaba tan contento de hallar a sus primos que los abrazó fuertemente y les besó las mejillas. Boromir no estaba menos contento, y también rodeó con sus grandes y poderosos brazos a aquellos dos hobbits con los que había formado una bonita amistad con rapidez.
Boromir y Frodo les preguntaron si estaban heridos. Tenían algún arañazo y moretón, y Boromir se alarmó cuando vio la sangre en las manos de Pippin, pero no dijo nada que alarmara a Frodo porque en seguida se dio cuenta de que la sangre era de Goblin, y de que entonces Pippin no estaba malherido. Ellos respondieron que estaban bien, muy bien ahora que se habían encontrado. Los hobbits habían estado un poco asustados al estar solos tanteando en la oscuridad, y por eso se habían escondido cuando vieron llegar la luz de la antorcha de Boromir, pensando que podría ser el enemigo.
"Vimos una luz y nos escondimos," - explicó Merry - ", pero tuve un presentimiento y decidimos no alejarnos mucho para poder hechar un vistazo a quienfuera que se acercaba....¿pero cómo es que estáis tan mojados?" - preguntó, percatándose ahora que ellos dos estaban empapados de pies a cabeza.
"¿Qué os ha pasado?" - preguntó Pippin asombrado. Boromir y Frodo rieron suavemente.
"Nos caímos en una especie de lago o laguna subterránea. Supongo que eso nos salvó." - dijo Frodo.
"En todo caso, tuvisteis más suerte que yo." - dijo Merry - "Por poco me sepultaron los escombros, y me hubieran aplastado si Pippin no me hubiera sacado de ahí."
"Demos gracias a los Valar que ninguno de nosotros ha salido gravemente herido." - dijo Frodo - "Y rezemos para que los demás también estén ilesos."
Entonces un escalofrío les recorrió la espalda cuando de pronto oyeron ecos de pasos y risas, no bellas ni infantiles sino malvadas y sanguinarias. Supieron que eran Goblin, y que posiblemente les habían oído y por eso se acercaban de frente con rapidez y riendo de esa forma alocada.
"¡Huyamos, pequeños hobbits!" - musitó Boromir - "Corred en dirección opuesta tan rápido como podáis. Yo os cubriré las espaldas. ¡Corred!"
Se volvieron y corrieron tan rápido como sus pies descalzos y peludos le permitieron; en el frente, Merry llevaba la antorcha que les cuidaba de los agujeros y otras peligrosas trampas del camino; Frodo se llevó la mano al Anillo que le colgaba con una cadena del cuello sin darse cuenta; Boromir estrechaba el mango de su espada. Los Goblin estaban más cerca de lo que creían.
***
Legolas Hojaverde despertó con un entrecortante gemido de dolor. No sabía dónde estaba, qué estaba pasando ni por qué le dolía tan terriblemente el hombro izquierdo. En verdad estaba demasiado confuso para preguntárselo. Pero la negra oscuridad y el silencio que encontró cuando abrió sus ojos élficos le dio pavor.
El aire era muy pesado y estaba cargado de malos olores: polvo, fango pestilente, excrementos... En cambio echó a faltar aquellos olores de la naturaleza que tanto le gustaban: el viento, la hoja de pino, la tierra mojada por la lluvia, los limones frescos, la corteza perfumada de los olmos, las florecitas del campo, la paja de los establos de su hogar en el Bosque Negro...
De repente recordó todo, turbándole la mente como un mar en calma cuando es turbada por una gigantesca ola, y apoderándose de él el temor quiso ponerse en pie de un salto. Pero no pudo. Una fuerza se oponía a la suya, aplastándolo contra el suelo húmedo y polvoriento. El brusco movimiento hizo que su hombro estallara en una punzada de dolor. Legolas instintivamente se llevó la mano al hombro, hallando lo que le estaba impidiendo ponerse en pie: una gran roca le aplastaba el hombro y parte del brazo y pecho izquierdos.
Estaba atrapado entre los escombros en una cueva laberíntica bajo tierra, donde no llega la luz del sol, ni de la luna, ni de las estrellas, y no se oye el canto de los pájaros. Estaba tumbado en el suelo, a oscuras, rodeado de algún que otro cadáver de Goblin, con un hombro atrapado y el aire... no había aire. El corazón de Legolas latía con una rapidez que no se podía distinguir un latido del siguiente. Sentía los pulmones oprimidos. No podía respirar. Comenzó a sudar y a jadear, pero nunca encontraba suficiente oxígeno para llenar sus pulmones.
Quiso librarse de la roca que le aplastaba el hombro con la mano derecha. Pero no tenía fuerzas y tan sólo levantaba el brazo, éste le temblaba, y nada más podía hacer. Se encontraba en una grave situación, pues su propio miedo a las cuevas le estaba asfixiando y no le daba fuerzas ni para levantar el brazo derecho.
Jadeando con fuerza y desesperación, trató de gritar, o de decir algo, cualquier cosa por tal de pedir ayuda a alguno de los Compañeros del Anillo; pero ningún otro sonido que no fuera su jadeante aliento salió de sus labios. Cerró los ojos dándose por vencido, sólo sintiendo las calientes gotas de su sudor deslizándose por su hermoso rostro élfico, que ahora estaba más pálido que nunca. Y no solo su rostro sino que el cuello de su túnica ya estaba empapada de sudor y sus manos se humedecían. Tenía el pecho oprimido, y a pesar de que no le salían las palabras, su mente gritaba a pleno pulmón - ¡Ayuda! ¡Aragorn! ¡Aragorn, ayúdame! ¡Gandalf! ¡Saes! ¡Estel, Mithrandir! ¡No quiero morir aquí...! -
Y Legolas creyó que había llegado su fin, pero sólo se desmayó, y durmió sin sueños durante una hora. Cuando despertó ya no jadeaba, ni se movió; sólo abrió los ojos con esfuerzo, pues las lágrimas que había llorado antes se le habían secado en los ojos y sus pestañas se habían pegado con las migrañas. Esperó a que su vista se adaptara a la oscuridad del lugar; por un instante aspiró una buena bocanada de aire, entonces se dio cuenta de que podía respirar.
Volvió a probar y levantó el brazo derecho para librarse el izquierdo. Poniendo todas sus fuerzas en ello, logró hacer que la roca se deslizara gran parte de su hombro. Con un último esfuerzo lo liberó, y lo estrechó entre sus dedos porque le dolía terriblemente. No había sangre que manchara sus ropas, pero se había roto la clavícula.
No perdió un minuto en recoger el arco del Bosque Negro que yacía a su lado y ponerse en pie. Antes de que se diera cuenta ya estaba deslizándose con la cabeza agazapada entre los escombros y los sanguinolientos cadáveres de Goblin. Encontró un pasadizo recto, aunque no podía decir que ésa fuera la salida; pero no tenía alternativa, así que se encaminó en la oscuridad, sin saber a dónde se dirigía. Tan sólo tenía la esperanza de encontrar a los demás, perdidos en aquel laberinto; juntos encontrarían el camino de vuelta y respirarían el aire libre de nuevo.
Legolas se guiaba por el lógrebo túnel con las manos tocando las paredes, pero se sentía mareado y cansado, y el hedor y el peso del aire le sofocaba. Al final la cabeza empezó a darle vueltas, y de repente se sintió completamente desorientado y no recordaba si aquel túnel le había conducido cuesta arriba, cuesta abajo, hacia la izquierda, hacia la derecha o en línea recta. Había encontrado más túneles y pasadizos a cada lado, mas no recordaba si había tomado alguno de ellos o los había dejado pasar de largo.
Sin sospechar nada. Legolas dio un paso en falso y su pie halló el vacío de una abertura en el suelo. Antes de que pudiera reaccionar cayó, golpeó una sola vez contra la dura roca y rodó y rodó hasta que por fín se detuvo en suelo firme. Al instante se puso en pie sintiendo punzadas de dolor, y corrió en la oscuridad, sin saber ni mirar a donde le llevaban sus pasos. Entonces se desplomó y no supo más. Pero antes de sumergirse en la oscuridad, al Elfo le había parecido oír el murmullo del agua...
***
Un tiempo después (no podría decir cuanto) los deseos de Aragorn se cumplieron, pues por fortuna encontró a Gimli y a Samsagaz, y sus dos compañeros estaban tanto o más contentos de haber encontrado al Montaraz, que caminaba con una mano estrujando siempre un collar que llevaba colgado del cuello. Mas antes de dar explicaciones, en primer lugar Aragorn quería echar un vistazo a sus heridas. Tuvo que sacar las hierbas, vendas y agua de su mochila, pues había heridas que necesitaban ser tratadas para no empeorar y otras debían ser desinfectadas para no provocar fiebres.
Lo primero fue la pierna derecha de Gimli. Le limpió la sangre con cuidado y la trató con rapidez pero eficacia. "No tienes ningún hueso roto," - le dijo Aragorn al Enano, posando una mano afectuosa en su hombro - ", pero no sería extraño que hubiera faltado poco. En cuanto salgamos de aquí, deberás descansar esa pierna lo más posible, si no quieres que empeore y se te hinche hasta tomar el tamaño de una pierna de troll." - rió suavemente.
El golpe que Sam tenía en las costillas había tomado un espantoso color mora. Aragorn le preparó una bebida de hierbas para ayudarle con el dolor, pero si la infusión sabía mal, ahora sabía peor aun porque no perdieron tiempo en preparar una fogata para calentarla ni ponerle otras hierbas que le darían mejor sabor en el fuego.
Cuando hubo terminado con su dos Compañeros del Anillo, Aragorn quiso ponerse en marcha en seguida. Ambos Sam y Gimli se opusieron testarudamente y dijeron que no se moverían de donde estaban hasta que él se curara la herida sangrante de su antebrazo.
Es curioso, pensó el Montaraz, ni siquiera me acordaba de ella. Y eso era porque, después de todo, Aragorn no sentía dolor por la herida. Sólo cuando había despertado de su inconsciencia sintió dolores por todo el cuerpo, pero éstos poco a poco remediaron para dejar que sólo la jaqueca y el mareo le atormentaran. Luego se le despejó la cabeza y vio con más claridad. Sin embargo, seguía sudando a chorros a pesar de sentir los miembros fríos como la lluvia bajo la que habían caminado aquel día (o el día anterior; no sabrían decirlo).
Por no discutirlo más, Aragorn accedió a la petición de sus dos amigos y se desnudó el brazo. El largo corte (el corte causado por una cimitarra) no era excesivamente profundo, pero sus bordes habían palidecido y las venas se marcaban rojas en su piel. Se limpió la sangre ya seca, que corría el largos ríos carmesí por el largo de su brazo hasta la punta de los dedos, y usó unas gotas de miruvior, el cordial de Imladris que Elrond le dio a Gandalf al partir y quien se lo había prestado, para prever o sanar una infección. Aragorn, de haber querido, podría haber bebido algo de miruvior o de la infusión de Sam o cualquier otra cosa para prever que enfermara en caso de infección; y también podría haber comprobado que no había veneno en su herida (pues muchas veces el peor mal de las armas de los orcos es el veneno que inyectaban sus filos). Pero para él el tiempo apremiaba y sólo podía pensar en que debían partir cuanto antes. Pensaba que si ellos se habían encontrado, los otros no podían andar muy lejos de allí.
Efectivamente, caminaron poco hasta que encontraron al próximo Compañero del Anillo. Era Legolas. Sam fue el primero que lo vio, y echó una exclamación, porque el Elfo estaba inmóvil en el suelo húmedo y maloliento. Al principio Aragorn y Gimli no sabían el motivo por el que Sam había gritado en nombre de Legolas, mas cuando vieron al Elfo caído también dejaron escapar un grito ahogado.
Tan pronto como el Montaraz llegó a su lado le tomó en su abrazo y comprobó que el Elfo aun respiraba. Las llamas de las cuatro antorchas revelaron el rostro pálido de Legolas, la melena rubia descuidada, las ropas rasgadas y sucias de polvo y barro y el hombro ensangrentado. A pesar de todo, Legolas soñaba con los ojos abiertos; señal de que no estaba herido de importante gravedad.
Aragorn acarició el rostro blanco de Legolas apartando los cabellos que se le habían pegado a la piel con el sudor; sacó un trapo y, mojándolo con un poco de agua de su cantimplora, le limpió el rostro suavemente, susurrándole una palabras en élfico para ver si despertaba o daba señales de oírle.
"Im Aragorn, Legolas, pent an enni. Im sinome ni le."
El Elfo no hizo movimiento alguno.
"¿Se pondrá bien?" - se atrevió a preguntar Gimli el Enano, mirando al Elfo inconsciente entre los brazos del Montaraz con cierta preocupación.
"Estará bien. Tiene un hueso roto" - dijo, sintiendo el frío brazo izquierdo de su amigo, helado hasta la punta de los dedos, que se habían amoratado - "pero por lo demás no está gravemente herido."
Diciendo ésto, Aragorn colocó la cabeza de Legolas contra su pecho y le llevó la cantimplora a los labios pálidos y secos, humedeciéndolos con un poco de agua. Le dio de beber. Tan pronto como el Elfo notó la frescura del líquido descender por su garganta reseca, sus ojos parpadearon una sola vez y comenzó a beber con deleite. Su mano derecha sujetó la cantimplora entre las manos de Aragorn y bebió como el caminante que perdido en el desierto encuentra agua potable.
"¿Se encuentra bien, señor Legolas?" - preguntó la voz tímida de Sam, una vez que Legolas terminó de beber. El Elfo miró al pequeño hobbit que le miraba con preocupación y le asintió con la cabeza. A su lado estaba el Enano, que le contemplaba sin decir palabra, lo cual Legolas agradeció en silencio. Aragorn aun le tomaba suavemente en brazos y le estaba echando una ojeada a sus heridas con suma concentración, pero cuando el Elfo intentó librarse de su abrazo e incorporarse, éste le abrazó más fuerte con sus poderosos brazos y le obligó a que se sentara.
"Sedho, Legolas."
Legolas hizo un gesto de dolor.
"Agor im naeth le? Aranna nín."
"No importa." - respondió Legolas suavemente.
"¿Qué te ha pasado?" - le preguntó el hijo de Arathorn mientras le curaba las heridas y preparaba trapos y vendas que pudieran servirle para sujetarle el brazo herido hasta que salieran de ahí y pudiera tratarle la rotura con más calma. Sam le ayudaba con las hierbas medicinales y Gimli aguardaba agudizando el oído, escuchando cualquier ruido que pudiera provenir de los oscuros túneles. Sólo oía el murmullo del agua.
"Caminé algún tiempo a oscuras; creo que caí por algún agujero que no pude ver y entonces me desmayé." - respondió Legolas mirando a su alrededor, que ahora podía ver claramente gracias a la luz de las antorchas que llevaban sus compañeros mortales. Se encontraban en una caverna de por lo menos el tamaño de la de la Sala de Sacrificios donde habían liberado su batalla. Estalactitas largas y puntiagudas pendían del techo y goteaban agua en charcos en el suelo barroso. A poca distancia había una especie de laguna subterránea, donde ocho cadáveres de Goblin flotaban en su superficie. El agua se había teñido de color rosa. Sobre la laguna el techo estaba agrietado y al otro lado sólo podía verse oscuridad.
Aragorn, Samsagaz, Gimli y Legolas se encontraban donde hacía unas horas Boromir había estado buscándoles entre los cadáveres y, finalmente dándose por vencido, había tomado a Frodo en brazos y se había marchado en dirección contraria a ellos.
Aragorn miró dudando de la explicación de Legolas. La verdad era que Aragorn había notado algo extraño en Legolas desde que entraron en esa cueva. Incluso había estado temiendo algo así, porque le extrañaba que el Elfo no les hubiera encontrado antes valiéndose de su fino oído y de su 'sexto sentido' que tantas veces había mosrado. Finalmente asintió y ayudó al hijo de Thranduil a ponerse en pie. "Frodo, Gandalf, Boromir, Merry y Pippin no deben de estar lejos. Sigamos a delante. Gimli, dále una antorcha a Legolas. Caminemos en fila; yo iré primero, y tú, Sam, ayudarás a Gimli a caminar. Legolas irá el último."
Cuanto tiempo anduvieron sin hallar rastro de los otros, eso no lo saben. Trataron de caminar en línea recta, pero más de una vez se vieron obligados a elegir entre el pasadizo de la izquierda o el de la derecha. Sus pasos eran seguros y ya no temían a los tropiezos en la oscuridad ni a un segundo derrumbamiento. Sin embargo temían a los Goblin. Cuarenta de esas malvadas criaturas habían matado en su última batalla, y estaban convencidos de que muchas más acechaban entre las paredes de aquel laberinto de túneles y cuevas. Cuatro hombres heridos y fatigados no podrían vencer a cuarenta Goblin más, descansados y sanos.
Aragorn estaba muy preocupado por Frodo, pero intentaba no mostrarlo. También sentía algo de temor por Gandalf, pues era extraño que el Istari no hubiera aparecido aun. Se volvía de vez en cuando para mirar a sus compañeros, caminando atentos tras él. Una vez, Legolas le llamó con un gesto silencioso y Aragorn dio un alto para descansar y así poder hablar con él sin levantar sospechas a los otros dos. Legolas le dijo entonces que estaba casi seguro, por no decir completamente, de haber oído los restos de unos débiles ecos venidos de la dirección que tomaban. Qué ecos habían sido aquellos, no pudo decirlo.
Habían retomado la marcha obligándose a mover los pies con más rapidez. Todo seguía silencioso, y sólo las llamas y los pasos (los largos trancos de Aragorn, el pesado cojeo de Gimli y los casi imperceptibles pasos de Sam) ese oían claramente, en excepción de los pies livianos de Legolas que no emitían ruido alguno. Las abrasadoras llamas de sus antorchas de fuego no parpadeaban, pues no había corrientes de aire, y casi yacían inmóviles, como si se petrificaran poco a poco. Todos se dieron cuenta de que cuanto más se adentraban en las entrañas de la tierra, más empequeñecían las llamas y se extinguían lentamente; porque el aire era pesado, y con cada paso lo era más. Eso demostraba claramente que iban en dirección contraria a cualquier salida. Pero de momento lo que importaba era que encontraran al Portador del Anillo y a los demás, antes de decidirse a buscar una salida.
De repente, Legolas llamó al Montaraz. "¡Aragorn! ¡Alguien se acerca!" - susurró - "Siento que nos está mirando. ¡Ahí!"
El dedo índice de Legolas señaló a la negrura que se extendía frente a Aragorn. Fue entonces cuando el Montaraz sintió que algo se aferraba a sus piernas y le empujaba a un lado. Aturdido, Aragorn miró abajo. Una voz agonizaba y resoplaba de cansancio. De pronto apareció un niño de pelo rizado frente a sus ojos. Pero no era un niño, sino Frodo Bolsón, que se aferraba a él jadeante y escondía un pequeño anillo dorado en su bolsillo. ¡Se había acercado a ellos con el Anillo puesto!
"¡Frodo!" - gritó con sorpresa el Montaraz.
"¡Señor Frodo! ¡Mi Señor!" - sollozó Sam con lagrimitas de alegría. - "¡Su Sam está aquí, Amo!"
Mientras que Aragorn y los demás miraban que el hobbit no tuviera heridas, éste no lograba tomar aliento de lo nervioso que estaba e incluso temblaba. Tras varias veces que le preguntaran si estaba herido o qué le había pasado, Frodo pudo hablar, a penas calmándose. "¡Goblin!" - balbuceó - "L-los Goblin han... M-Me..Merry...y...y...l-los demás están..."
"¿Qué? ¿Dónde están?" - preguntó Aragorn manteniendo la calma como podía.
"L-los Go-goblin..."
"¿Qué intentas decirnos?"
"Los...han...at-atrapado...Se los han llevado..."
The Balrog of Altena: ¡Final del capi! Siento mucho el retraso. Hubo tormenta y un rayo me frió tanto el ordenador, como el teclado y el ratón y el módem para internet. Me puse a escribir tan pronto como lo tuve arreglado, pero luego tuve que esperar algo más de una semana para tener otra vez internet.
Ahora voy a empezar otra vez el instituto y tendré menos tiempo para escribir. No esperéis que escriba durante el mes de Septiembre, porque por la mañana tendré cole y por la tarde trabajaré. Espero que en Octubre los estudios me den tiempo para escribir.
Espero que os haya gustado este capi. El próximo se titulará "Mornië alantië." Dejadme vuestro review, porfavor!!
~ Inwon Derland: ¡Ya estoy aquí!
~ Noki: Aquesta vegada sa m'ha espatllat a jo l'ordinador ^_^
* Saes = Por favor.
* Miruvior = En ESDLA, miruvior es un licor tibio y perfumado que Elrond le dio a Gandalf en un frasco de cuero. Cada uno de los Nueve Caminantes bebió un trago en Caradhras.
* Im Aragorn, Legolas, pent an enni. Im sinome ni le = Soy Aragorn, Legolas, díme algo. Estoy aquí por ti.
* Sedho, Legolas = No te muevas, Legolas.
* Agor im naeth le? Aranna nín = ¿Te he hecho daño? Perdóname.
Capítulo 4to: Vagando en la oscuridad.
Cuando Frodo Bolsón abrió los ojos después de un lago sueño lleno de imágenes confusas, lo primero que vio fue el rostro de Boromir, inclinado sobre él con una mirada preocupada. Fue cuando el hobbit se acordó del derrumbamiento, en el que debió perder la conciencia.
El Hombre de Gondor le sonrió y suspiró aliviado. "¡Frodo! ¿Cómo te encuentras, Frodo? ¡Me has dado un buen susto, tú, pequeño hobbit!"
Frodo no estaba de humor para devolverle la sonrisa, pero se incorporó y tembló, porque sentía frío. Entonces se dio cuenta de que tenía las ropas mojadas y el pelo chorreante, y si no recordaba mal, sus ropas casi se habían secado de la tormenta antes de que diera lugar el encuentro de la sala y el ataque de los Goblin. Entonces, ¿por qué estaba tan empapado? Icluso ahora vio que Boromir también lo estaba, y que de sus cabellos castaños con un tono rubio goteaba agua y se escurría por el rostro del Hombre.
"¿Qué ha pasado?" - preguntó el Portador del Anillo, estrechando con una mano sus rizos mojados.
"Hubo un derrumbamiento," - dijo Boromir - ", nosotros dos tuvimos suerte y caímos en un lago subterráneo, y por suerte, también, encontré esta antorcha." - Boromir llevaba en la mano una antorcha de Goblin encendida. Otras antorchas cayeron (al igual que muchos cadáveres Goblin) en el lago subterráneo y se consumieron, pero ésta que había encontrado el hijo del Senescal había ido a parar sobre una roca sobresaliente, como una pequeña isla en medio del agua, por lo que no se había consumido y le había dado la suficiente luz a Boromir como para hallar a un pequeño cuerpo nada parecido a un Goblin flotando entre los cadáveres.
"¿'Nosotros dos', dices? ¿Y los otros?" - Frodo no pudo evitar sentir un escalofrío.
"No los encontré." - respondió Boromir apenado - "Pero no desesperes. Estarán en algún lugar de estas cuevas, buscándonos como nosotros les buscamos a ellos." -Y no le dijo nada a Frodo sobre el tiempo (no sabía si minutos u horas) que había estado buscando a sus compañeros en la laguna cuya agua se tornaba roja, apartando los cadáveres de su enemigos con manos temblorosas y sintiendo repugnancia por el color rosado del agua y el hedor a cadáver y a sangre que le inundaba los pulmones. Boromir le dedicó una sonrisa reconfortante a Frodo y le ofreció la mano para ayudarle a ponerse en pie.
Mientras Frodo estuvo inconsciente, Boromir le había llevado en brazos durante un buen trecho, y Frodo se encontró de repente caminando en pasadizos oscuros, polvorientos y tan estrechos que debían ir en fila y podía apoyar las manos a cada lado en las paredes.
Los relámpagos ya no tronaban a fuera y no se oía el murmullo de la lluvia, mas podría ser que en aquellas profundidades el sonido del exterior no traspasara sus paredes. Tan silencioso estaba todo, que sólo podían sentir la llama de la antorcha de Boromir y sus propias respiraciones, pausadas y temerosas, aunque calmadas. Por eso ambos hobbit y Hombre se sobresaltaron cuando les llegaron los ecos de un susurro o un algo similar. Los dos creyeron que eran voces, pero ninguno podía decir si eran las voces de esos malvados Goblin o de sus compañeros.
Por un momento dudaron seguir adelante, pues cada vez se oían los susurros con más claridad, y podrían haber jurado que eran las palabras de una conversación, aunque no las distinguían. Finalmente, optaron por arriesgarse y seguir adelante, hacia las voces, pues tenían esperanzas de que fueran sus amigos.
Pero a los segundos siguientes los susurros callaron, y no volvieron a oírlos durante su caminata cuando, de repente, cruzando los laberínticos pasadizos aparecieron dos figuras pequeñas como niños. Eran Merry y Pippin, por alivio de Frodo y Boromir, y los dos hobbits se aferraron a ellos, gritando sin temor a que los oyeran hasta las profundidades más profundas.
"¡Frodo!" "¡Primo Frodo!" "¡Mira Merry, es el viejo Frodo!" "¡Y Boromir! ¡Boromir!"
Frodo estaba tan contento de hallar a sus primos que los abrazó fuertemente y les besó las mejillas. Boromir no estaba menos contento, y también rodeó con sus grandes y poderosos brazos a aquellos dos hobbits con los que había formado una bonita amistad con rapidez.
Boromir y Frodo les preguntaron si estaban heridos. Tenían algún arañazo y moretón, y Boromir se alarmó cuando vio la sangre en las manos de Pippin, pero no dijo nada que alarmara a Frodo porque en seguida se dio cuenta de que la sangre era de Goblin, y de que entonces Pippin no estaba malherido. Ellos respondieron que estaban bien, muy bien ahora que se habían encontrado. Los hobbits habían estado un poco asustados al estar solos tanteando en la oscuridad, y por eso se habían escondido cuando vieron llegar la luz de la antorcha de Boromir, pensando que podría ser el enemigo.
"Vimos una luz y nos escondimos," - explicó Merry - ", pero tuve un presentimiento y decidimos no alejarnos mucho para poder hechar un vistazo a quienfuera que se acercaba....¿pero cómo es que estáis tan mojados?" - preguntó, percatándose ahora que ellos dos estaban empapados de pies a cabeza.
"¿Qué os ha pasado?" - preguntó Pippin asombrado. Boromir y Frodo rieron suavemente.
"Nos caímos en una especie de lago o laguna subterránea. Supongo que eso nos salvó." - dijo Frodo.
"En todo caso, tuvisteis más suerte que yo." - dijo Merry - "Por poco me sepultaron los escombros, y me hubieran aplastado si Pippin no me hubiera sacado de ahí."
"Demos gracias a los Valar que ninguno de nosotros ha salido gravemente herido." - dijo Frodo - "Y rezemos para que los demás también estén ilesos."
Entonces un escalofrío les recorrió la espalda cuando de pronto oyeron ecos de pasos y risas, no bellas ni infantiles sino malvadas y sanguinarias. Supieron que eran Goblin, y que posiblemente les habían oído y por eso se acercaban de frente con rapidez y riendo de esa forma alocada.
"¡Huyamos, pequeños hobbits!" - musitó Boromir - "Corred en dirección opuesta tan rápido como podáis. Yo os cubriré las espaldas. ¡Corred!"
Se volvieron y corrieron tan rápido como sus pies descalzos y peludos le permitieron; en el frente, Merry llevaba la antorcha que les cuidaba de los agujeros y otras peligrosas trampas del camino; Frodo se llevó la mano al Anillo que le colgaba con una cadena del cuello sin darse cuenta; Boromir estrechaba el mango de su espada. Los Goblin estaban más cerca de lo que creían.
***
Legolas Hojaverde despertó con un entrecortante gemido de dolor. No sabía dónde estaba, qué estaba pasando ni por qué le dolía tan terriblemente el hombro izquierdo. En verdad estaba demasiado confuso para preguntárselo. Pero la negra oscuridad y el silencio que encontró cuando abrió sus ojos élficos le dio pavor.
El aire era muy pesado y estaba cargado de malos olores: polvo, fango pestilente, excrementos... En cambio echó a faltar aquellos olores de la naturaleza que tanto le gustaban: el viento, la hoja de pino, la tierra mojada por la lluvia, los limones frescos, la corteza perfumada de los olmos, las florecitas del campo, la paja de los establos de su hogar en el Bosque Negro...
De repente recordó todo, turbándole la mente como un mar en calma cuando es turbada por una gigantesca ola, y apoderándose de él el temor quiso ponerse en pie de un salto. Pero no pudo. Una fuerza se oponía a la suya, aplastándolo contra el suelo húmedo y polvoriento. El brusco movimiento hizo que su hombro estallara en una punzada de dolor. Legolas instintivamente se llevó la mano al hombro, hallando lo que le estaba impidiendo ponerse en pie: una gran roca le aplastaba el hombro y parte del brazo y pecho izquierdos.
Estaba atrapado entre los escombros en una cueva laberíntica bajo tierra, donde no llega la luz del sol, ni de la luna, ni de las estrellas, y no se oye el canto de los pájaros. Estaba tumbado en el suelo, a oscuras, rodeado de algún que otro cadáver de Goblin, con un hombro atrapado y el aire... no había aire. El corazón de Legolas latía con una rapidez que no se podía distinguir un latido del siguiente. Sentía los pulmones oprimidos. No podía respirar. Comenzó a sudar y a jadear, pero nunca encontraba suficiente oxígeno para llenar sus pulmones.
Quiso librarse de la roca que le aplastaba el hombro con la mano derecha. Pero no tenía fuerzas y tan sólo levantaba el brazo, éste le temblaba, y nada más podía hacer. Se encontraba en una grave situación, pues su propio miedo a las cuevas le estaba asfixiando y no le daba fuerzas ni para levantar el brazo derecho.
Jadeando con fuerza y desesperación, trató de gritar, o de decir algo, cualquier cosa por tal de pedir ayuda a alguno de los Compañeros del Anillo; pero ningún otro sonido que no fuera su jadeante aliento salió de sus labios. Cerró los ojos dándose por vencido, sólo sintiendo las calientes gotas de su sudor deslizándose por su hermoso rostro élfico, que ahora estaba más pálido que nunca. Y no solo su rostro sino que el cuello de su túnica ya estaba empapada de sudor y sus manos se humedecían. Tenía el pecho oprimido, y a pesar de que no le salían las palabras, su mente gritaba a pleno pulmón - ¡Ayuda! ¡Aragorn! ¡Aragorn, ayúdame! ¡Gandalf! ¡Saes! ¡Estel, Mithrandir! ¡No quiero morir aquí...! -
Y Legolas creyó que había llegado su fin, pero sólo se desmayó, y durmió sin sueños durante una hora. Cuando despertó ya no jadeaba, ni se movió; sólo abrió los ojos con esfuerzo, pues las lágrimas que había llorado antes se le habían secado en los ojos y sus pestañas se habían pegado con las migrañas. Esperó a que su vista se adaptara a la oscuridad del lugar; por un instante aspiró una buena bocanada de aire, entonces se dio cuenta de que podía respirar.
Volvió a probar y levantó el brazo derecho para librarse el izquierdo. Poniendo todas sus fuerzas en ello, logró hacer que la roca se deslizara gran parte de su hombro. Con un último esfuerzo lo liberó, y lo estrechó entre sus dedos porque le dolía terriblemente. No había sangre que manchara sus ropas, pero se había roto la clavícula.
No perdió un minuto en recoger el arco del Bosque Negro que yacía a su lado y ponerse en pie. Antes de que se diera cuenta ya estaba deslizándose con la cabeza agazapada entre los escombros y los sanguinolientos cadáveres de Goblin. Encontró un pasadizo recto, aunque no podía decir que ésa fuera la salida; pero no tenía alternativa, así que se encaminó en la oscuridad, sin saber a dónde se dirigía. Tan sólo tenía la esperanza de encontrar a los demás, perdidos en aquel laberinto; juntos encontrarían el camino de vuelta y respirarían el aire libre de nuevo.
Legolas se guiaba por el lógrebo túnel con las manos tocando las paredes, pero se sentía mareado y cansado, y el hedor y el peso del aire le sofocaba. Al final la cabeza empezó a darle vueltas, y de repente se sintió completamente desorientado y no recordaba si aquel túnel le había conducido cuesta arriba, cuesta abajo, hacia la izquierda, hacia la derecha o en línea recta. Había encontrado más túneles y pasadizos a cada lado, mas no recordaba si había tomado alguno de ellos o los había dejado pasar de largo.
Sin sospechar nada. Legolas dio un paso en falso y su pie halló el vacío de una abertura en el suelo. Antes de que pudiera reaccionar cayó, golpeó una sola vez contra la dura roca y rodó y rodó hasta que por fín se detuvo en suelo firme. Al instante se puso en pie sintiendo punzadas de dolor, y corrió en la oscuridad, sin saber ni mirar a donde le llevaban sus pasos. Entonces se desplomó y no supo más. Pero antes de sumergirse en la oscuridad, al Elfo le había parecido oír el murmullo del agua...
***
Un tiempo después (no podría decir cuanto) los deseos de Aragorn se cumplieron, pues por fortuna encontró a Gimli y a Samsagaz, y sus dos compañeros estaban tanto o más contentos de haber encontrado al Montaraz, que caminaba con una mano estrujando siempre un collar que llevaba colgado del cuello. Mas antes de dar explicaciones, en primer lugar Aragorn quería echar un vistazo a sus heridas. Tuvo que sacar las hierbas, vendas y agua de su mochila, pues había heridas que necesitaban ser tratadas para no empeorar y otras debían ser desinfectadas para no provocar fiebres.
Lo primero fue la pierna derecha de Gimli. Le limpió la sangre con cuidado y la trató con rapidez pero eficacia. "No tienes ningún hueso roto," - le dijo Aragorn al Enano, posando una mano afectuosa en su hombro - ", pero no sería extraño que hubiera faltado poco. En cuanto salgamos de aquí, deberás descansar esa pierna lo más posible, si no quieres que empeore y se te hinche hasta tomar el tamaño de una pierna de troll." - rió suavemente.
El golpe que Sam tenía en las costillas había tomado un espantoso color mora. Aragorn le preparó una bebida de hierbas para ayudarle con el dolor, pero si la infusión sabía mal, ahora sabía peor aun porque no perdieron tiempo en preparar una fogata para calentarla ni ponerle otras hierbas que le darían mejor sabor en el fuego.
Cuando hubo terminado con su dos Compañeros del Anillo, Aragorn quiso ponerse en marcha en seguida. Ambos Sam y Gimli se opusieron testarudamente y dijeron que no se moverían de donde estaban hasta que él se curara la herida sangrante de su antebrazo.
Es curioso, pensó el Montaraz, ni siquiera me acordaba de ella. Y eso era porque, después de todo, Aragorn no sentía dolor por la herida. Sólo cuando había despertado de su inconsciencia sintió dolores por todo el cuerpo, pero éstos poco a poco remediaron para dejar que sólo la jaqueca y el mareo le atormentaran. Luego se le despejó la cabeza y vio con más claridad. Sin embargo, seguía sudando a chorros a pesar de sentir los miembros fríos como la lluvia bajo la que habían caminado aquel día (o el día anterior; no sabrían decirlo).
Por no discutirlo más, Aragorn accedió a la petición de sus dos amigos y se desnudó el brazo. El largo corte (el corte causado por una cimitarra) no era excesivamente profundo, pero sus bordes habían palidecido y las venas se marcaban rojas en su piel. Se limpió la sangre ya seca, que corría el largos ríos carmesí por el largo de su brazo hasta la punta de los dedos, y usó unas gotas de miruvior, el cordial de Imladris que Elrond le dio a Gandalf al partir y quien se lo había prestado, para prever o sanar una infección. Aragorn, de haber querido, podría haber bebido algo de miruvior o de la infusión de Sam o cualquier otra cosa para prever que enfermara en caso de infección; y también podría haber comprobado que no había veneno en su herida (pues muchas veces el peor mal de las armas de los orcos es el veneno que inyectaban sus filos). Pero para él el tiempo apremiaba y sólo podía pensar en que debían partir cuanto antes. Pensaba que si ellos se habían encontrado, los otros no podían andar muy lejos de allí.
Efectivamente, caminaron poco hasta que encontraron al próximo Compañero del Anillo. Era Legolas. Sam fue el primero que lo vio, y echó una exclamación, porque el Elfo estaba inmóvil en el suelo húmedo y maloliento. Al principio Aragorn y Gimli no sabían el motivo por el que Sam había gritado en nombre de Legolas, mas cuando vieron al Elfo caído también dejaron escapar un grito ahogado.
Tan pronto como el Montaraz llegó a su lado le tomó en su abrazo y comprobó que el Elfo aun respiraba. Las llamas de las cuatro antorchas revelaron el rostro pálido de Legolas, la melena rubia descuidada, las ropas rasgadas y sucias de polvo y barro y el hombro ensangrentado. A pesar de todo, Legolas soñaba con los ojos abiertos; señal de que no estaba herido de importante gravedad.
Aragorn acarició el rostro blanco de Legolas apartando los cabellos que se le habían pegado a la piel con el sudor; sacó un trapo y, mojándolo con un poco de agua de su cantimplora, le limpió el rostro suavemente, susurrándole una palabras en élfico para ver si despertaba o daba señales de oírle.
"Im Aragorn, Legolas, pent an enni. Im sinome ni le."
El Elfo no hizo movimiento alguno.
"¿Se pondrá bien?" - se atrevió a preguntar Gimli el Enano, mirando al Elfo inconsciente entre los brazos del Montaraz con cierta preocupación.
"Estará bien. Tiene un hueso roto" - dijo, sintiendo el frío brazo izquierdo de su amigo, helado hasta la punta de los dedos, que se habían amoratado - "pero por lo demás no está gravemente herido."
Diciendo ésto, Aragorn colocó la cabeza de Legolas contra su pecho y le llevó la cantimplora a los labios pálidos y secos, humedeciéndolos con un poco de agua. Le dio de beber. Tan pronto como el Elfo notó la frescura del líquido descender por su garganta reseca, sus ojos parpadearon una sola vez y comenzó a beber con deleite. Su mano derecha sujetó la cantimplora entre las manos de Aragorn y bebió como el caminante que perdido en el desierto encuentra agua potable.
"¿Se encuentra bien, señor Legolas?" - preguntó la voz tímida de Sam, una vez que Legolas terminó de beber. El Elfo miró al pequeño hobbit que le miraba con preocupación y le asintió con la cabeza. A su lado estaba el Enano, que le contemplaba sin decir palabra, lo cual Legolas agradeció en silencio. Aragorn aun le tomaba suavemente en brazos y le estaba echando una ojeada a sus heridas con suma concentración, pero cuando el Elfo intentó librarse de su abrazo e incorporarse, éste le abrazó más fuerte con sus poderosos brazos y le obligó a que se sentara.
"Sedho, Legolas."
Legolas hizo un gesto de dolor.
"Agor im naeth le? Aranna nín."
"No importa." - respondió Legolas suavemente.
"¿Qué te ha pasado?" - le preguntó el hijo de Arathorn mientras le curaba las heridas y preparaba trapos y vendas que pudieran servirle para sujetarle el brazo herido hasta que salieran de ahí y pudiera tratarle la rotura con más calma. Sam le ayudaba con las hierbas medicinales y Gimli aguardaba agudizando el oído, escuchando cualquier ruido que pudiera provenir de los oscuros túneles. Sólo oía el murmullo del agua.
"Caminé algún tiempo a oscuras; creo que caí por algún agujero que no pude ver y entonces me desmayé." - respondió Legolas mirando a su alrededor, que ahora podía ver claramente gracias a la luz de las antorchas que llevaban sus compañeros mortales. Se encontraban en una caverna de por lo menos el tamaño de la de la Sala de Sacrificios donde habían liberado su batalla. Estalactitas largas y puntiagudas pendían del techo y goteaban agua en charcos en el suelo barroso. A poca distancia había una especie de laguna subterránea, donde ocho cadáveres de Goblin flotaban en su superficie. El agua se había teñido de color rosa. Sobre la laguna el techo estaba agrietado y al otro lado sólo podía verse oscuridad.
Aragorn, Samsagaz, Gimli y Legolas se encontraban donde hacía unas horas Boromir había estado buscándoles entre los cadáveres y, finalmente dándose por vencido, había tomado a Frodo en brazos y se había marchado en dirección contraria a ellos.
Aragorn miró dudando de la explicación de Legolas. La verdad era que Aragorn había notado algo extraño en Legolas desde que entraron en esa cueva. Incluso había estado temiendo algo así, porque le extrañaba que el Elfo no les hubiera encontrado antes valiéndose de su fino oído y de su 'sexto sentido' que tantas veces había mosrado. Finalmente asintió y ayudó al hijo de Thranduil a ponerse en pie. "Frodo, Gandalf, Boromir, Merry y Pippin no deben de estar lejos. Sigamos a delante. Gimli, dále una antorcha a Legolas. Caminemos en fila; yo iré primero, y tú, Sam, ayudarás a Gimli a caminar. Legolas irá el último."
Cuanto tiempo anduvieron sin hallar rastro de los otros, eso no lo saben. Trataron de caminar en línea recta, pero más de una vez se vieron obligados a elegir entre el pasadizo de la izquierda o el de la derecha. Sus pasos eran seguros y ya no temían a los tropiezos en la oscuridad ni a un segundo derrumbamiento. Sin embargo temían a los Goblin. Cuarenta de esas malvadas criaturas habían matado en su última batalla, y estaban convencidos de que muchas más acechaban entre las paredes de aquel laberinto de túneles y cuevas. Cuatro hombres heridos y fatigados no podrían vencer a cuarenta Goblin más, descansados y sanos.
Aragorn estaba muy preocupado por Frodo, pero intentaba no mostrarlo. También sentía algo de temor por Gandalf, pues era extraño que el Istari no hubiera aparecido aun. Se volvía de vez en cuando para mirar a sus compañeros, caminando atentos tras él. Una vez, Legolas le llamó con un gesto silencioso y Aragorn dio un alto para descansar y así poder hablar con él sin levantar sospechas a los otros dos. Legolas le dijo entonces que estaba casi seguro, por no decir completamente, de haber oído los restos de unos débiles ecos venidos de la dirección que tomaban. Qué ecos habían sido aquellos, no pudo decirlo.
Habían retomado la marcha obligándose a mover los pies con más rapidez. Todo seguía silencioso, y sólo las llamas y los pasos (los largos trancos de Aragorn, el pesado cojeo de Gimli y los casi imperceptibles pasos de Sam) ese oían claramente, en excepción de los pies livianos de Legolas que no emitían ruido alguno. Las abrasadoras llamas de sus antorchas de fuego no parpadeaban, pues no había corrientes de aire, y casi yacían inmóviles, como si se petrificaran poco a poco. Todos se dieron cuenta de que cuanto más se adentraban en las entrañas de la tierra, más empequeñecían las llamas y se extinguían lentamente; porque el aire era pesado, y con cada paso lo era más. Eso demostraba claramente que iban en dirección contraria a cualquier salida. Pero de momento lo que importaba era que encontraran al Portador del Anillo y a los demás, antes de decidirse a buscar una salida.
De repente, Legolas llamó al Montaraz. "¡Aragorn! ¡Alguien se acerca!" - susurró - "Siento que nos está mirando. ¡Ahí!"
El dedo índice de Legolas señaló a la negrura que se extendía frente a Aragorn. Fue entonces cuando el Montaraz sintió que algo se aferraba a sus piernas y le empujaba a un lado. Aturdido, Aragorn miró abajo. Una voz agonizaba y resoplaba de cansancio. De pronto apareció un niño de pelo rizado frente a sus ojos. Pero no era un niño, sino Frodo Bolsón, que se aferraba a él jadeante y escondía un pequeño anillo dorado en su bolsillo. ¡Se había acercado a ellos con el Anillo puesto!
"¡Frodo!" - gritó con sorpresa el Montaraz.
"¡Señor Frodo! ¡Mi Señor!" - sollozó Sam con lagrimitas de alegría. - "¡Su Sam está aquí, Amo!"
Mientras que Aragorn y los demás miraban que el hobbit no tuviera heridas, éste no lograba tomar aliento de lo nervioso que estaba e incluso temblaba. Tras varias veces que le preguntaran si estaba herido o qué le había pasado, Frodo pudo hablar, a penas calmándose. "¡Goblin!" - balbuceó - "L-los Goblin han... M-Me..Merry...y...y...l-los demás están..."
"¿Qué? ¿Dónde están?" - preguntó Aragorn manteniendo la calma como podía.
"L-los Go-goblin..."
"¿Qué intentas decirnos?"
"Los...han...at-atrapado...Se los han llevado..."
The Balrog of Altena: ¡Final del capi! Siento mucho el retraso. Hubo tormenta y un rayo me frió tanto el ordenador, como el teclado y el ratón y el módem para internet. Me puse a escribir tan pronto como lo tuve arreglado, pero luego tuve que esperar algo más de una semana para tener otra vez internet.
Ahora voy a empezar otra vez el instituto y tendré menos tiempo para escribir. No esperéis que escriba durante el mes de Septiembre, porque por la mañana tendré cole y por la tarde trabajaré. Espero que en Octubre los estudios me den tiempo para escribir.
Espero que os haya gustado este capi. El próximo se titulará "Mornië alantië." Dejadme vuestro review, porfavor!!
~ Inwon Derland: ¡Ya estoy aquí!
~ Noki: Aquesta vegada sa m'ha espatllat a jo l'ordinador ^_^
* Saes = Por favor.
* Miruvior = En ESDLA, miruvior es un licor tibio y perfumado que Elrond le dio a Gandalf en un frasco de cuero. Cada uno de los Nueve Caminantes bebió un trago en Caradhras.
* Im Aragorn, Legolas, pent an enni. Im sinome ni le = Soy Aragorn, Legolas, díme algo. Estoy aquí por ti.
* Sedho, Legolas = No te muevas, Legolas.
* Agor im naeth le? Aranna nín = ¿Te he hecho daño? Perdóname.
