Senkuu había estado vivo por veintisiete años, y muerto más de cien. Había sido un vampiro la mayor parte de su existencia, succionado la sangre de miles y asesinado a sangre fría como su naturaleza la exigía. Había, incluso, asesinado a dos cazavampiros con sus propias manos, dándole el título de un peligroso demonio. Y aunque había vivido como un rey, y se divirtió como nunca, sin importante lo que nadie más pensara, cuando la cazadora Kohaku se aparecía en su cripta para insultarlo y exigirle su ayuda, Senkuu perdía los estribos.
¿Por qué no podía simplemente matarlo? Él no podía hacerle daño ya a ningún humano, aunque lo quisiera, debido al maldito chip que unos gendarmes incrustaron en su cerebro. Era tan fácil para ella; él ni siquiera le pondría una pelea. Si no podía hacer lo que un vampiro debía hacer, no valía la pena seguir existiendo.
Como si corriera aún sangre por su cuerpo, Senkuu se sentía acalorado y molesto.
-Te pagaré esta vez si me ayudas a matar a esos demonios. -Kohaku insistió, cruzando ambos brazos sobre su pecho.
-No quiero tu dinero, cazadora. No quiero nada de ti. -Senkuu gruñó. Había estado bebiendo toda la noche pensando en lo mucho que quería morir. Pero clavarse una estaca a sí mismo o romperse el cuello era realmente imposible.
-Por favor. Eres el único que puede ayudarme ahora. Yuzuriha no puede usar sus brujerías y Tsukasa está fuera de la ciudad. Deja de hacerte de rogar, te ves estúpido.
-Bueno, leona, si lo pides tan amablemente como ahora, me temo que será imposible. -Senkuu rio, sabiendo que la cazadora odiaba que la llamara así.
-¿Qué es lo que quieres, Senkuu?
-Descansar en paz. Que me dejes tranquilo de una maldita vez. O, de otra forma, que me quiten este chip de mierda para poder quebrar ese delicado cuello tuyo de una vez, y el de las cazadoras que te sigan.
Kohaku rio sardónicamente.
-No pudiste matarme cuando eras un vampiro de verdad. ¿Por qué crees que te dejaré hacerlo?
Senkuu gruñó, y se acercó rápidamente a ella, rodeándola por el cuello. Sin poder hacer presión.
-Te atrae la idea de morir, ¿no es así? ¿No sería magnífico que toda esta matanza de vampiros y criaturas horribles se detuviera de una vez? Yo podría ser quien te de la satisfacción que necesitas. Te mataré rápidamente y luego drenaré tu sangre.
Cuando Kohaku hizo un puchero burlesco, Senkuu quiso enterrarle los dedos en su tersa piel humana, pero lo detuvo ese horrible e intenso dolor de cabeza producido por el chip.
-Eres una desgracia, ¿sabías? Pero al menos, por ahora podemos ser aliados. ¿Qué más tienes que hacer además de quedarte aquí quejándote y viendo ese ridículo melodrama que te gusta?
Senkuu se llevó las manos a la cadera, dando vueltas por su cripta.
-¿A dónde vamos, entonces?
Qué horror.
Kohaku era una insoportable jovencita con demasiada carga en sus hombros. Se creía tan superior a él, tan buena, tan pura. Aunque por ella hubiesen pasado cientos de maldiciones y unos cuantos hombres hubiesen recorrido su cuerpo, Kohaku se mantenía absolutamente pura.
La odiaba. Senkuu realmente la odiaba. Invadía sus pensamientos día y noche y ya le era imposible descansar.
Pero cuando el peliverde soñó con Kohaku atrapada entre su cuerpo y la pared mientras besaba sus carnosos labios y le susurraba que la amaba desesperadamente, supo que ese odio no era tan así como lo sentía, y se transformaría en un problema que duraría más de lo que podría desear.
Cuando le compró chocolates para su cumpleaños y ella los tiró a la basura, furiosa y desconcertada, supo que, si estuviera vivo, su corazón se habría quebrado en mil pedazos.
Y cuando le dijo que la amaba, sin más explicación, y Kohaku corrió lo más lejos posible de él, tuvo el súbito deseo de morir en ese mismo momento, después de haber recobrado la esperanza.
Porque, aun así, la cazadora volvía a buscarlo; él la ayudaba, y luego huía cuando Senkuu se ponía a hablar de sus sentimientos hacia ella.
Era un real tomento. Senkuu había muerto hacía cientos de años, pero Kohaku lo hacía sentir como si no fuese así.
-Estás asustada. -le comentó en una de sus tantas visitas, harto de que solo lo buscase para que la ayudase a pelear. -Y te da vergüenza estar aquí conmigo. Te apuesto a que tus amigos no saben que concurres el cementerio para verme. Se les quebraría su frágil corazón.
Kohaku solo guardó silencio, sentada en la tumba contigua mientras lo observaba: pensativa.
-Estoy cansado de jugar a ser tu amigo, leona. Me pasan cosas cuando estoy contigo.
-¿Qué quieres, Senkuu? ¿Quieres que me vaya? Eres el único con quien puedo contar ahora. Mis amigos… te tienen miedo, y te odian. Eres un maldito vampiro, ¿qué esperabas? ¿querías que me enamorara de ti también?
-Solo… deja de atormentarme. Déjame descansar en paz. -Senkuu se recostó en su tumba, agobiado. -Quisiera tomar lo que siento y enterrarlo bajo tierra. Eso me gustaría.
Kohaku comenzó rápidamente a caminar hacia la puerta, pero Senkuu la detuvo. Realmente, no quería que se fuera. Tenía que aclarar las cosas, y quería que la rubia le mostrase una pizca de interés.
-Tú sabes que aún así soy tu esclavo. Lo que me pidas, lo haré. Pero para de una puta vez de jugar con mis sentimientos; con tus visitas en medio de la noche, tus sonrisas y tu olor. No puedo evitar sentir lo que siento.
-Senkuu. Tú no tienes alma. Lo que sea que sientes, no es amor.
-Eres tú la que no quiere creerlo. -el peliverde remarcó, y abrió la puerta de su cripta. -Ahora corre, como siempre lo haces.
Pero la rubia se mantuvo ahí, sombría y pensativa.
-¿Por qué… yo? Senkuu, soy tu peor enemiga.
Kohaku era la elegida. Cuando cumplió quince años, adquirió sus poderes de cazadora de demonios otorgado por El Consejo, mató al jefe de los vampiros, estuvo muerta por un minuto; mientras cursaba sus materias en la escuela, hacía amigos y tenía su primer novio -para colmo, un vampiro con alma-, quien fue el primero también que le rompió el corazón. De eso había pasado mucho tiempo, y muchos exterminios que ya la habían coronado como la mejor cazadora de demonios hasta el momento. Su vida amorosa estaba tan muerta como su primer amor, y no merecía ya nada más.
No tenía ninguna otra gracia aparte de ser super fuerte. No era muy inteligente, ni tenía poderes mágicos. Su estabilidad mental era terrible y la mayor parte de las veces ella misma se alejaba de sus amigos y su hermana, quienes la querían realmente. ¿Qué veía Senkuu en ella? ¿Cómo podía un vampiro sin alma amarla de la manera en que él describía, después de querer matarla?
¿Y qué importaba si dañaba los sentimientos de un hombre muerto hace cientos de años?
-Porque me haces sentir como si estuviese vivo. -respondió el peliverde con seguridad, mirándola a los ojos.
Le atemorizaba que pudiese sostenerle la mirada de esa manera, en una conversación tan difícil. Senkuu debía tener años de experiencia con las mujeres, probablemente más bellas y virtuosas que ella misma. Era indudablemente guapo, y aún así, la quería a ella.
Solo a ella.
Su enemiga mortal.
Kohaku se acercó rápidamente al vampiro y abofeteó su estúpido, maldito -y bello- rostro, mandándolo de espaldas a la pared más cercana. El imbécil solamente rio, luego de acariciarse la mandíbula.
-¿Quieres matarme ahora, cazadora? Está bien, sería un honor.
Kohaku lo miró horrorizada cuando abrió su camisa para mostrarle su pecho desnudo, y sacó la estaca que guardaba pegada a su muslo.
Senkuu jadeó cuando la rubia se abalanzó a él, apuntando con la estaca directo a su pecho, y cerró los ojos con fuerza, pero cuando no sintió movimiento por parte de ella, la empujó lejos.
-Lo siento, eso fue patético. Te daré la pelea. -Senkuu murmuró.
Kohaku solo lo observó lentamente, de pies a cabeza.
Ah, Senkuu podía reconocer esa mirada. Podía ver el súbito e incontrolable deseo acumularse en los ojos azules de la cazadora, atormentándola profundamente.
Kohaku no quería matarlo en ese momento. Quería follárselo.
Senkuu solo atinó a correr rápidamente hacia ella y abrazar sus brazos con fuerza para jalarla hacia él, provocando que los pechos de ambos colisionaran, y la besó con furia y desesperación, abriendo rápidamente la boca ajena para tentarla con su lengua.
Su cuerpo, frío, sintió el dulce ardor de la lujuria de la humana cuando lo rodeó del cuello con sus peligrosos brazos. Si Senkuu no podía ir al cielo, se conformaría solo con eso, y con los suaves gemidos que emitía la rubia mientras las manos del vampiro le acariciaban la cintura y la guiaban en contra de una de las paredes de la cripta.
El muro se rompió con la fuerza de sus cuerpos juntos, pero poco le importaba a Senkuu destruir todo el mundo en ese momento si podía tener a Kohaku así, trepándose a él y confiando en sus expertas manos mientras la temperatura de su cuerpo aumentaba y sus latidos incrementaban, al punto que el vampiro pensó que podría combustionar.
-Tócame, Senkuu. -Kohaku se despegó de su boca para rogarle que llevase las cosas más allá.
Senkuu sonrió ampliamente, casi con burla. Sus plegarias contrastaban profundamente con la siempre impenetrable Kohaku.
El vampiro besó suavemente los labios de la humana antes de darle una pequeña mordida, saboreando su sangre lentamente, deleitándose con la adrenalina y la dopamina corriendo por su sistema. Quería conocerla de esta forma también; saber la manera de tocar su cuerpo como un instrumento. Y aunque jamás probar la sangre de una mujer fuese para Senkuu una manera de provocar placer, sentía que estaba hecho para solamente para dárselo de esa manera a Kohaku.
Porque Senkuu no veía otra forma de tenerla más que perdida en el placer y consumida por él. Y ahora, haría lo que ella le pidiese.
Así que, sin mucha delicadeza, desabotonó los ajustados jeans de la caza vampiros e introdujo sus frías manos tras la humedecida ropa interior, haciéndola brincar y luego gemir cuando comenzó a tocar de manera experta el botón nervioso de la rubia, quien se aferraba con sus uñas a la chaqueta de cuero de Senkuu, y comenzó a temblar de placer cuando el vampiro le concedió su primer orgasmo.
-Senkuu, te necesito ahora. -la cazadora, siempre fuerte y valiente, balbuceó en el oído del vampiro, haciéndolo gruñir solo con la expectativa de sentir su cuerpo caliente alrededor de su miembro.
-Te conseguiré unos nuevos pantalones. -Senkuu replicó, antes de alzarla contra la pared con los brazos tras las rodillas de la rubia y rasgarle desesperadamente los pantalones.
-Maldito… -Kohaku se quejó de él antes de maullar como una gata cuando Senkuu se desabotonó los pantalones y comenzó a rozar su miembro desnudo por la ropa interior de la humana, dejándole sentir lo excitado que estaba.
-Sin quejas. -el vampiro gruñó con el contacto directo de sus sexos, y se introdujo en ella rápidamente, sin importarle si la tela entre sus cuerpos les molestaba.
Era algo desesperado, y quizás no sucedería nunca más. Pero Kohaku parecía necesitarlo así; necesitaba sentir el ardor de su amor por ella. El cuerpo de la caza vampiros reaccionó inmediatamente estrujándolo dentro de ella y siguiendo el rápido ritmo que había establecido Senkuu para follarla contra la pared, que cada vez se agrietaba más.
Y en un momento de la noche, el muro finalmente cayó en pedazos, probablemente despertando a todo el cementerio mientras la pareja desesperada continuaba una encima de la otra, una y otra vez, hasta que finalmente pudieron dormir en paz bajo los escombros.
-Me debes mi dignidad -Kohaku le avisó la mañana siguiente, mientras Senkuu intentaba cubrirse del sol con lo que quedaba de su cripta.
-Sí, bueno, creo que podría decir lo mismo. Estás demente. Si fuera humano, jamás podría hacerlo siete veces seguidas.
-Te gustó. -Kohaku lo molestó, colocándose lo que quedaba de su ropa y robándole a Senkuu un par de pantalones.
-Claro que sí, leona, pero tienes que dejar a un hombre descansar.
-No te dejaré descansar en paz, Senkuu. No mientras estés vivo.
