MILO x CAMUS

EL FAVOR

Saori se ha revelado como la reencarnación de Athenea. Todos los caballeros de plata enviados para acabar con los caballeros de bronce que la acompañan han sido derrotados. El Patriarca empieza a ponerse nervioso y ha convocado a sus mejores guerreros, dispuesto a acabar con la amenaza de una vez por todas.

En el Santuario, el gran Patriarca está ultimando sus planes frente a un caballero dorado:

1 — ORDEN

—Has venido.

—Caballero de oro Milo, del signo del Escorpión a su servicio, Alteza. Supongo que terribles peligros amenazan al Santuario para convocar a un caballero de oro, Majestad.

—Efectivamente, caballero. Imagino que habrás oído hablar de lo que ha sucedido recientemente en Japón. Los caballeros de bronce se han enfrentado en el transcurso de una manifestación deportiva.

—En efecto, estoy al corriente. Pero tan solo se trataba de reducidos combates sin ningún valor real— Milo sonrió—. No veo porqué habéis de inquietaros.

—Eso es lo que yo también pensaba al principio, pero con ellos, una joven, a la que llaman la reencarnación de la diosa Athenea, intenta desestabilizar la paz que reina en el Santuario, y hemos de impedirlo.

—¿Y porqué debemos impedirlo? Son sólo simples caballeros de bronce, con limitados poderes y frágiles armaduras. Los caballeros de plata...

—Todos han muerto en singulares combates.

—Es increíble... Unos simples caballeros de bronce...

—Han traspasado los límites que su propia orden establece, Milo. Así que deberás matar a Seiya y sus compañeros.

—Pero gran Patriarca, esa no es tarea digna de un caballero de oro.

—No hay peros que valga, Milo. Cumplirás mi voluntad, que es la voluntad de Athenea.

—Iré porque vos me lo ordenáis, aunque estimo que es indigno el medir fuerzas con alguien de rango inferior a...

—¡Esperad!

Milo giró la cabeza.

—Pero si es Aioria... —susurró.

—Quisiera que la misión de acabar con los caballeros del Zodíaco me fuera concedida a mí.

Milo levantó una ceja. Aioria le ignoró.

—Tú deberás queda...

—Con el debido respeto, excelencia, yo terminaré la labor de Shaina y os traeré la cabeza de los renegados.

—Y si yo le diera la misión al caballero del Escorpión, ¿Qué harías?

—Le retaría en duelo y le mataría.

Milo se quedó petrificado.

—¿Cómo te atreves?

Aioras le ignoró de nuevo.

—Muy bien, Aioras. Que así sea. Puedes retirarte.

—Gracias, gran Patriarca.

Milo seguía con una rodilla en el suelo aunque miraba de reojo cómo se alejaba el caballero de Leo.

"Ni siquiera me ha mirado".

—Sin embargo, Milo, tengo otra misión para ti...

Milo se quedó, esperando.

—Irás a la Isla de Andrómeda, y la destruirás.

Milo arrugó su hermoso ceño.

—Acataré las órdenes porque vos sois la voz de Athenea, la diosa a la que debo proteger.

—Muy bien, Milo. Puedes retirarte.

Milo salió de las lujosas estancias del Gran Patriarca y deseó caminar por las diferentes casas del Zodíaco, antes de partir a su retiro espiritual y velatorio de armas. Para la gran batalla que se avecinaba, Milo necesitaba reposo y paz, dejar todas las dudas fuera de su mente, y todas las emociones de su corazón proyectarlas en sus golpes. Cruzó el templo de Piscis, y sonrió al ver las flores que Aphrodita tenía cultivadas en él. Rosas, rosas rojas como los corazones apasionados de los amantes, como su propio corazón que tantas veces suspiró por una mirada, un beso, una caricia... El templo de Acuario, a continuación, irradiaba la frialdad del caballero de mismo signo, Camus, el hombre de porte tan magnífico como austero. Su autocontrol llegó a sacar a Milo de sus casillas, incluso enfrentándose en combate sin la protección de sus armaduras. Si se hubieran empleado a fondo en aquella ocasión, ambos estarían muertos.

Camus... el Patriarca le había dicho que los caballeros de oro no se conocían entre sí, y que existían tantos caballeros de oro como armaduras doradas. Siete de aquellas divinas vestiduras estaban en la cámara del Patriarca, pero lo que no sabía el Patriarca es que Milo conocía a sus siete portadores.

Había sentido una punzada de dolor, casi imperceptible, cuando vio la armadura de Acuario entre las demás. Camus se la había llevado consigo a Siberia cuando se marchó del Santuario, lo que significaba que el hombre de los hielos había vuelto a Grecia.

Camus... Milo pasó por su templo como una exhalación. El templo de Capricornio, el de Shura, al igual que el de Sagitario, estaban en completo orden. El de Escorpión, el suyo propio, irradiaba fuertes ondas magnéticas, uno de los poderes de Milo. Recordó cuando usó aquel poder contra Camus, hacía ya tanto tiempo, y como el caballero de Acuario le congeló las puntas de sus cabellos. Camus tenía tanto autocontrol mental como de sus poderes; los años de duro entrenamiento y de meditación habían dado sus frutos.

Si no fuera tan cabezota...

Milo continuó con el paseo. El templo de la Balanza, el de Dohko, que tan bien sabía leer en los corazones, era un remanso de paz. El viejo jamás volvería al Santuario, jamás pondría los pies allí si el Patriarca no cambiaba sus costumbres lascivas.

Costumbres lascivas... si en algo Milo era maestro, era en lascivia.

Excepto con Dohko y con Aiolos, el caballero de Sagitario, Milo había tenido relaciones con todos los caballeros de oro. Les conocía íntimamente a todos, desde Aries hasta Piscis: la dulzura de Mo, la masculinidad de Aioria, el misticismo de Shaka, la rudeza de Máscara de Muerte... la frialdad de Camus.

Camus... ¿cuántas veces había pensado en él durante estos años? Muchas. Sabía que la razón por la que el francés se había marchado del Santuario no era conseguir un nuevo nivel en su conocimiento del cosmos y de sus propios poderes en Siberia, sino alejarse de Milo, el escorpión. Milo, el conquistador. Milo, el despiadado.

Lo que nunca supo Camus es que Milo le había amado con una intensidad y un fuego que aún no estaban extintos.

Pero ya era demasiado tarde. Camus llegaría para proteger la casa de Acuario y él, la casa del Escorpión. Y una vez finalizada la batalla, ¿quién sabe lo que ocurriría?