2 — RETIRO
Milo, antes de partir a la Isla de Andrómeda, recopiló una gran cantidad de planos y de información que debía analizar para ejecutar con las órdenes del Patriarca. Llegó al Santuario de Retiro, una cabaña con bastantes comodidades en lo alto de una montaña, algo alejada del Santuario de Grecia, pero bajo la misma bandera. Entró, encendió la televisión y luego abrió las ventanas. La cocina estaba perfectamente equipada y la nevera llena de provisiones. Más bien parecía un refugio de montaña que un lugar de recogimiento, aunque a Milo eso le daba igual con tal de que sus necesidades quedaran cubiertas.
Llevaba la armadura del Escorpión con él, que colocó cuidadosamente en el dormitorio.
El dormitorio...
La mente de Milo recordó lo que había ocurrido en aquel dormitorio.
¿Por qué no me avisaste que tendrías compañía recordó Milo la voz, traspasada por el dolor, mientras miraba a la cama, trasladándose con el pensamiento a una noche, mucho tiempo atrás, que sin embargo le dolía como si hubiera ocurrido en aquel mismo momento.
¿ Por qué debería haberte avisado, Camus? había contestado él. ¿Querías otra muchacha para retozar con ella?
Milo había llevado a una campesina del lugar a pasar la noche con él al Santuario de Retiro. Camus se había presentado allí en respuesta a una cita que el propio Milo le había dejado en el oráculo, y lo encontró en la cama, ebrio de placer y de lujuria. Camus, su frío rostro, sus ojos de hielo, le taladraron, no quiso atenerse a explicaciones, no quiso entenderle.
Con tu actitud manchas la Armadura Sagrada de Escorpio contestó el francés, enfurecido.
Camus se sentía herido, comprendió Milo después.
Bien pensado, Camus, no traje ninguna muchacha para ti porque estoy seguro que no sabrías qué hacer con ella
Y, para sorpresa de Milo, Camus le atacó. Fue un ataque fulgurante, creó una energía de hielo en la palma de su mano y la aplastó cerrando el puño con violencia. Gritó su golpe preferido, el Polvo de Diamante, y un haz de hielo punzante pareció salir de sus nudillos y se clavó en la almohada, donde segundos antes había estado apoyada la espalda de Milo. La muchacha salió gritando de la habitación, mientras Milo se levantaba, completamente desnudo, y se enfrentaba a su enloquecido amante, con su uña carmesí preparada para asestarle la Aguja Escarlata.
Camus estaba fuera de sí lanzando golpes cada vez menos certeros.
Milo supo más tarde que no conseguía atinar porque sus ojos estaban llenos de lágrimas.
Volvió al presente meneando la cabeza.
—¿Por qué te hice tanto daño, Camus? —susurró.
Sus azules ojos brillaron con un fulgor resplandeciente.
—Te hice tanto daño porque nunca quisiste entregarme tu alma completamente, maldito cabezota.
Abrió la caja de la armadura y el Escorpión Celeste inundó con su brillo la estancia. Se vistió con ropas más austeras, dejando las mundanales colgadas de una percha. Una túnica blanca, sandalias, un ceñidor y su pelo, cayendo por su espalda, sólo sostenido por una cinta que recorría su frente.
Milo era muy hermoso. Con su hermosura era capaz de seducir a hombres y mujeres por igual, cada conquista era un nuevo reto para él: jovencitos, jovencitas, hombres, mujeres, todos suspiraban por una de sus miradas...
... excepto Camus.
Movió de nuevo la cabeza y se acercó a los planos que había depositado sobre la mesa. Sabía que la Isla de Andrómeda estaba custodiada por Albiore, el maestro de uno de los renegados japoneses, Shun, que era a su vez hermano de Ikki, el caballero del Fénix, traidor al Santuario. Milo empezó a preocuparse: cada persona que se ponía en contacto con aquella a la que los renegados llamaban Athenea, acababa pervirtiéndose.
Perversión.
La palabra que más odiaba Camus.
—Sal de mi cabeza, Témpano de Hielo. Tengo una misión que completar.
Conectó el vídeo, y vio a los diferentes caballeros de bronce: Seiya, el cabecilla, era discípulo de Marim, entrenado en Grecia. Shiryû, el místico Dragón, poseía las técnicas de combate de Dohko, el caballero de Libra.
Dohko...
No puedes hacer nada, Milo, él no está preparado para afrontar sus sentimientos, no debes presionarle más
La voz de Dohko resonó en su cabeza. Había detectado la hostilidad entre los dos caballeros y llamó a Milo a su retiro en los Cinco Picos, para hacerle comprender que luchaba contra un enemigo formidable: los prejuicios de Camus.
Continuó observando el vídeo y en ésta apareció Shun, el más joven de los cinco, había sido instruido por Albiore, en la Isla de Andrómeda. Le pareció el más poderoso de todos los caballeros de bronce, aunque su aura de inocencia le hizo sonreír. Había estado con muchachos muy parecidos a Shun.
Ikki mostraba técnicas de combate muy parecidas a las de Saga, el caballero de Géminis. Hacía mucho tiempo que no le veía, y siempre le había parecido un ser extraño: triste y alegre, amoroso y desprendido. La bondad y la maldad en el mismo hombre.
Cuando vio a Hyôga combatir se quedó helado. Tenía el porte, las posturas, la presencia y la frialdad calcadas a Camus.
Congeló la imagen del Cisne y se acercó al televisor.
—Huiste a Siberia no solo para alejarte de mí, sino para crear una réplica tuya... un aprendiz...
Pasó los dedos sobre la imagen de Hyôga.
—Es muy hermoso, pero no te alcanza en belleza, Camus...
En su corazón sentimientos enterrados pugnaban por salir a la superficie. Se vistió con la armadura del Escorpión y en el exterior, un entrenamiento salvaje y extenuante le obligaron a pensar en otra cosa.
Hacía años que no le veía, y sin embargo, daría cualquier cosa por acariciar de nuevo aquellos sedosos cabellos.
Traicionaría a Athenea, si Camus se lo pidiera.
