3— REENCUENTRO

Había diseñado todo el plan. Ahora solo faltaba velar la armadura, hacer ayuno y prepararse para la batalla. Sin embargo, las dudas campaban en el corazón de Milo. Destruir la isla no era misión para él, ni para ningún otro dorado. Y matar a los caballeros era simplemente estúpido. Aioria los detendría, era muy fuerte y estaba dispuesto a limpiar su honor, manchado por Aiolos años atrás.

Pero si todo salía mal, la presunta diosa llegaría a Grecia y trataría de ver al Patriarca. Por eso éste había convocado a los caballeros de oro, para proteger las doce casas del Zodíaco y evitar que los de bronce pasaran por allí...

Eso significaría que lucharía al lado de Camus.

Camus... su pelo sedoso, cayendo por su espalda, coronado por su tiara de Acuario, su piel blanca y sus ojos azul oscuros... Milo se perdía en la profundidad de la mirada de Camus cuando hablaba con él, no era capaz de seguir una conversación, se deleitaba viendo como Camus movía sus labios, sus hermosos y dulces labios, sus apasionados labios...

—No he conseguido dejar de amarte, Témpano de Hielo, a pesar de todo... —sonrió con tristeza—. Eras mi complemento. Yo, la pasión, tú, la maldita indiferencia... el deber, el honor... la pureza de corazón... bajo esa coraza, Camus, late una pasión que rivaliza con la mía... Si hubieras sido valiente, si hubieras decidido enfrentarte a ti mismo yo. . yo... me habría entregado a ti para siempre.

Milo se quedó helado al sentir un cosmos que se acercaba al Santuario de Retiro. Se asomó a la ventana, y lo vio a lo lejos. No tuvo que esforzarse para saber que era él.

Milo sintió que su estómago se encogía. Se miró en el espejo y estiró su túnica lo mejor que pudo, colocó su pelo y comprobó que su aspecto era tan impresionante como siempre. La imagen que devolvió el espejo no correspondía a la suya interior. Se sentía como un niño pequeño, temeroso y deseoso a la vez.

Desde que Camus se había ido a Siberia, sin despedirse de él, no había vuelto a verle, y ahora subía, con su armadura a cuestas, por el camino al Santuario de Retiro.

Le oyó carraspear en el exterior. Se apostó detrás de la puerta y esperó la frase de cortesía.

—¿Existe cobijo para el viajero en esta morada?— pronunció Camus.

Milo sintió un escalofrío.

—Los hombres de buena fe son bienvenidos a mi casa.

Camus abrió la puerta y entró. Sus ojos, clavados en el suelo, no se cruzaron con los de Milo.

Seguía teniendo un físico impresionante. Distinguido, esbelto, hermoso, su rostro de alabastro, sus cejas finas, su nariz recta, su boca enloquecedora...

—Hacía mucho que no sabía nada de ti, Camus de Acuario.

—Siete años.

—Me pregunto qué te ha obligado a salir de tu retiro de hielo.

Camus pareció ignorar el ataque. Se dirigió hacia la televisión, aún estaba la imagen de Hyôga congelada.

—La batalla de las doce casas y mi discípulo me hacen volver, Milo.

—Pues deberías saber que yo estoy aquí de retiro espiritual, así que si querías meditación, tendrás que buscar otra parte donde realizarla.

Milo sentía su corazón desbocarse. No podía evitar atacar al Témpano con sus peores pullas, su frialdad le sacaba de quicio.

—No vengo a realizar retiro espiritual, Milo— Camus levantó los ojos del suelo y los clavó en los de Milo— sino a pedirte un favor.

"Lo que quieras, mi armadura, mi templo, mi alma, mi vida... son tuyas, Camus, ¡Camus! ¡Pídemelo, Camus!"

—¿Pedirme un favor? Milo supo contener el torrente de sentimientos que le inundaban.

—Sí.

—Qué curioso. Antes de eso, ¿Puedo hacerte una pregunta?

Camus lo miró, extrañado, pero asintió.

—¿No te trae malos recuerdos haber vuelto aquí, al Santuario de Retiro?

—No entiendo a qué viene tu pregunta.

Camus se giró.

—Aquí fuiste mío, Acuario. Te entregaste a mí y me demostraste una pasión que hasta a mí, el rey de los lujuriosos, me sorprendió. Fuiste un volcán...

—¡Cierra la boca, Milo!

—Pero aún no has madurado. Noto tu aura, tu cosmos, crecer lleno de ira, lleno de prejuicios, jamás soportaste que yo sedujera...

Camus se giró, cerró el puño y lanzó un ataque a su antiguo amante.

—¡Tienes la boca llena de veneno!

—¡Y tú un cinismo tremendo al volver pidiéndome favores, maldito cabezota!

El puño de Camus se encontró con la palma de Milo, que bloqueó el ataque.

—Podría congelarte la mano si quisiera, Escorpión.

—Y yo agujerearte el corazón con mi Aguja Escarlata si llevaras a cabo tu amenaza, Acuario.

Camus relajó el brazo, y le miró.

—No te hizo falta tu Aguja Escarlata para agujerearme el corazón, Milo. Lo conseguiste simplemente con palabras.

Milo bajó la mano, y se quedó boquiabierto al ver la lágrima que rodó por la mejilla de Camus.

Su fragilidad en aquel momento le hizo parecer a los ojos del escorpión aún más hermoso.

—Aquí lo tuve todo, y aquí lo perdí, Milo. Tu forma de actuar fue tan...

Un silencio pesado les rodeó.

—... vengativa...—susurró Milo.

—Solo sé que aquí fui feliz, y a la vez muy desgraciado. Por eso me marché.

—... no sabrías qué hacer con ella... —recordó Milo.

Camus le miró fijamente.

—Exacto, Milo. Nunca he estado íntimamente con una mujer. En Siberia, en el pueblo dónde vivía, las mujeres iban y venían a mi casa, buscando consejo, buscando apoyo, buscando cariño... todo eso lo obtuvieron de mí, pero jamás tuve relaciones con ninguna.

—Pues con tu aspecto, seguro que tendrías un gran éxito.

—Sí, no me faltaban muchachas que quisieran compartir mi cama, pero no acepté ninguna proposición.

—Por supuesto. No es propio de un caballero de Athenea.

—Qué sabrás tú lo que es propio de un caballero de Athenea, deg...

—¡Dilo, Camus! ¡Llámame degenerado, por no saber decir que no, por aprovechar todas las oportunidades que se me presentan al momento... es posible que tengas razón, pero entre mi moral libidinosa y la tuya, hay un término medio!

Milo había vuelto a enfurecerse. Se encaró con Camus, casi fuera de sí.

—¡Dilo, Camus!

Había vuelto a cerrar el puño, había vuelto a enfrentarse a la única persona que lo amó sinceramente.

Camus le miró con tristeza, tomo aire y abrió su sensual boca para hablar.

—Solo puedo decirte que te amé, Milo, te amé tanto que creí enloquecer. Deseaba ser el aire que respirabas, tu armadura de combate, los hombres, mujeres y niños a los que mirabas, a los que sonreías... odié a tu maestra por enseñarte a pelear, a los demás caballeros por ser tus compañeros... Milo, morí el día en que te vi con aquella...

De los ojos de Camus manaban abundantes lágrimas.

Y Milo se sintió desarmado y vencido.

—Cómo no voy a amarte de esta forma tan salvaje, mi dulce Camus...

Se acercó al caballero de Acuario y le secó las lágrimas, para a continuación colocar sus labios sobre los del otro. Creyendo que le rechazaría, como tantas veces hizo, incluso su cuerpo se tensó al contacto, pero Milo se encontró con la sorpresa de que Camus le devolvía el beso, un beso apasionado que sólo el caballero de Acuario era capaz de devolverle tan salvajemente. Milo vibró, se excitó tan violentamente que sintió la cabeza dar vueltas, y acariciando el cabello de Camus le abrazó con fuerza, pegando su cuerpo al de él.

Había estado ciego y ahora, volvía a ver la luz.

—Has vuelto a mí, mi maravilloso Témpano de Hielo— le susurraba mientras le besaba, suavemente, dulcemente, como Camus merecía ser besado. La armadura reposaba en el suelo, al lado de ellos, y Camus no se había dignado a colocarla en un sitio más apropiado.

Esta actitud extrañó a Milo, pero estaba tan contento que no quiso seguir pensando. Camus estaba allí, con él, después de siete largos años... y le había confesado lo que sentía.

Aún abrazados, el vídeo se apagó, y el murmullo de su mecanismo al hacerlo devolvió a Milo lejos del paraíso terrenal.

—Dijiste que habías venido a pedirme un favor.

—Así es.

—Te escucho.

Camus carraspeó.

—Yo... no sé por donde empezar...

—Pues por el principio, sigues siendo tan tímido, tan...

—Está bien. Vayamos a la cocina. Estoy sediento.

Milo se le adelantó mientras Camus recogía sus pocas pertenencias y las colocaba en la sala. Después entró en la cocina, mientras Milo preparaba un té.

—Vamos, Camus, te escucho.