Esta historia está considerada como M por el tema y algunos tratamientos de escenas. Porque puede incluir temas que pueden llegar a ser perturbadores… creo (no sé qué perturbe a otros y lo que a algunos puede perturbarles a otros no…) y por contenido explícito (aunque intenté manejar un tono que no fuera tan crudo, sí, contiene escenas subidas de tono).
Si eres menor de edad en tu país, estoy obligada a pedirte que no leas esto.
WARNING: Creo que el tema mismo podría ser considerado como grooming.
La imagen que ilustra esta historia no es mía, fue sacada de las profundidades de internet y, aunque intenté buscar el autor para pedir permiso de usarla o darle crédito, no encontré rastro qué seguir.
Los personajes pertenecen a sus respectivos dueños. Yo sólo los usé para divertirme y esperando entretener a otros. Usé de los originales lo que recuerdo de la franquicia y varía en lo que sería el principio del libro la órden del Fénix.
Agradezco de antemano por su lectura y comentarios, si gustan dejarlos. Ahora les dejo comenzar con la historia.
Lecciones de Magia Oscura: Magia Sensual, Magia Sexual.
Esa voz siseante, salida de las pesadillas de muchos magos —jóvenes y adultos por igual—, gritó una vez más en la noche. La frustración en su voz daba un matiz más oscuro al sonido, ¿o eso era sólo la falta de nariz? Severus Snape, Mortífago en este momento, no podría decidirlo mientras estuviera tan cerca del Señor Tenebroso.
Recién se había acomodado en la majestuosa mansión Malfoy, el Señor Tenebroso había demandado a sus seguidores que se presentaran sin importarle la hora. Con el frío de la madrugada colándose por las ventanas abiertas de par en par, quienes no lo sabían, temían que así lo hubiera decidido su Señor para torturar a quienes se atrevieran a temblar.
—Severus —lo llamó con un grito desde la cabecera de la mesa.
—Sí, mi Señor —respondió tranquila, pausadamente, mientras volvía la atención a aquella reunión que no le proveía de nueva información para un bando o para el otro.
—¿Ya averiguaste la debilidad del muchacho?
—Mi Señor, el muchacho está lleno de debilidades. Es arrogante en su debilidad, es soberbio en su ignorancia, es un idiota que se arroja al peligro si así lo dictan sus sentimientos.
—Su varita… —comenzó sólo para detenerse.
Todos los mortífagos reunidos en el gran salón de la mansión Malfoy se sorprendieron al ver al Señor Tenebroso sonreír. En seguida cerró los ojos y jaló aire profundamente; movió el cuello y los hombros en un círculo lento y se ensanchó su sonrisa.
Bellatrix sonrió con placer malsano al ver al Señor Tenebroso gozar y sus ojos se encendieron con claro deseo. Al verla así a ella, el resto temió.
—Severus —ordenó el Señor Tenebroso mientras se acariciaba el cuello con una mano—. Ven aquí.
No bien la orden fue dicha, los más de quince asistentes a la reunión se tensaron en sus asientos y sonrieron aliviados por no ser ellos el compañero de cama elegido esa noche. Sólo Bellatrix rezongó, con una súplica en la voz, a su Señor.
—Bella, silencio —ordenó sin haber abierto los ojos.
Lanzándole una mirada del más puro odio a Severus, Bellatrix Lestrange guardó silencio y se dejó caer en su asiento.
—Quítate la ropa, Severus —siseó una orden tibia.
Sin siquiera parpadear por la sorpresa, Snape obedeció. Poniéndose de pie y yendo hacia el mago oscuro, comenzó por la túnica.
—Sensualmente —ordenó con una tensa obviedad.
Confundido, Snape obedeció de nuevo mientras fingía no escuchar las risillas y los aspavientos ajenos. Mirando directamente a aquellos ojos que pocas veces tenía permitido sostenerles la mirada, abrió botones negros y botones blancos mientras acariciaba el torso cubierto para remover la tela. Se engalanó aún más con los movimientos al ver la sonrisa perversa en el rostro del Señor Tenebroso hasta dejar la túnica y la camisa olvidadas sobre el mármol. Cuando sus manos fueron a la cinturilla del pantalón, el hombre sin nariz siseó algo en el lenguaje de las serpientes y se relamió la mala imitación de labios.
Cuando el Señor Tenebroso se palmeó la entrepierna, Snape lo tomó como una orden para seguir. A unos pasos del puesto de honor en esa mesa larga y oscura, abrió lentamente el botón de sus pantalones y aún más lento bajó la cremallera. Estando completamente desnudo ya, vio el gesto mudo del Señor Tenebroso. Se acercó a él con pasos decididos y sólo se detuvo cuando sintió la fría y blanca palma de la mano sobre su pecho. El Señor Tenebroso se acercó hacia el cuello de piel morena y se detuvo antes de tocarlo. Suspiró sobre la piel expuesta y se alejó como si jugara con una presa.
Cuando Snape abrió los labios para preguntar algo, el Señor Tenebroso lo calló poniendo un dedo sobre los labios, se acercó como si fuera a besarlo y se alejó un palmo. Si cualquier otra persona estuviera haciendo aquello, Snape se sentiría tan interesado como irritado por la coquetería que se le presentaba de frente; siendo el Señor Tenebroso quien lo hacía… no estaba tan seguro.
—Un momento —dijo el mago oscuro antes de cerrar los ojos, retorcerse un poco y dejar escapar un gemido desde su garganta.
En ese momento, Snape sólo pudo agradecer mentalmente que tantos años de férreo autocontrol impidieran que reaccionara, fuera para sonreír o para torcer el gesto. Frente a sus ojos, el mago oscuro más poderoso de los últimos tiempos gruñía, gemía y se movía como si quisiera follar con el aire.
Cuando aquella pantomima terminó con un movimiento más de cadera, el Señor Tenebroso sonrió con una perversa felicidad que nada tenía que ver con los movimientos sexuales que había demostrado.
—Tengo un nuevo trabajo para ti —habló al fin.
Snape, esta vez, no pudo evitar tensarse ante el significado de la situación completa.
Y el mago oscuro lo notó a la perfección.
—No es lo que imaginas, espía.
Mientras permanecía en silencio, repitiendo en su mente una y otra vez lo que había sucedido recién, Snape no falló en notar al Señor Tenebroso ponerse de pie para alejarse de la mesa y de sus Mortífagos. Con la mirada siguió al Señor Tenebroso mientras este iba de un lado a otro del salón.
En el silencio de la madrugada los frenéticos pies descalzos sobre el mármol se escuchaban menos incluso que la túnica arremolinándose tras el mago perdido en maquinaciones. Nadie más se atrevía a producir sonido alguno, ni siquiera con sus respiraciones.
Lord Voldemort se detuvo intempestivamente y miró con sospecha al espía que le había dado la pieza de información más valiosa de todas.
—Dime qué piensas —habló con voz ficticiamente nivelada—. ¿Crees que es un error de mi parte querer matar al muchacho?
—No lo creo un error, mi Señor —respondió el espía sorprendido—. La profecía dice que no pueden vivir los dos.
—Tienes razón, Severus —dijo lentamente—. Pero no menciona un límite de tiempo.
—¿Señor?
—Aún recuerdo a esa mujer que me pediste mantuviera con vida —siguió, aunque diera la impresión de que cambiaba de tema—. Esa mujer, la que se negó a dejar que matara al muchacho.
Su espía entrecerró los ojos fingiendo hacer un esfuerzo para recordar.
—Fue hace mucho tiempo, mi Señor. Ahora que lo menciona, comienzo a recordarlo. No me parece que fuera tan importante, mi Señor; un capricho del momento tal vez. Me honra al recordar algo de hace tanto tiempo.
—Puede que haya sido sólo un capricho para ti, Severus; pero lo pediste de mí y no pude entregarte eso —cortó el resto de las palabras del espía—. Quiero compensarte.
Su espía abrió los ojos con sorpresa y abrió la boca para interrumpirlo de nuevo. Tronó la boca para callarlo y volvió a pasear por el salón de la mansión.
—Quiero compensarte… con su hijo.
—¿Mi Señor?
—Si quieres que el muchacho viva un poco más, Severus; tráelo a mi lado. Haz que elija la oscuridad.
—Sólo querría mantener vivo a ese insufrible muchacho para que mi Señor pueda matarlo, como siempre ha debido ser.
Tronó la boca con desesperación ante lo obtuso que su espía se estaba comportando.
—Sí, sí. La profecía. Como dije, la profecía ha de cumplirse, pero no dice cuándo deba ser cumplida. Y tal vez, por el momento, el chico sea más útil de mi lado que muerto.
—Disculpe a este siervo, Mi Señor. No alcanzo a comprender su...
—No lo has pensado bien, Severus. A Dumbledore le gusta el muchacho, lo acoge, lo protege… envenena su mente en mi contra. Es Dumbledore el que me quiere muerto, el muchacho sólo es el arma que esgrime. Y tú estás en la posición adecuada para… evitar que así sea.
—Mi señor, he pasado años tratando de presionar y fastidiar su mente. Lo he antagonizado y aterrorizado para menguar su espíritu. Si lo desea a su lado, ¿no sería más fácil que lo consiga otra persona? —palideció el espía.
—Contrario a lo que piensas, Severus —respondió tersamente—; eres el único que puede hacerlo.
—¿Mi Señor?
—El muchacho sueña con tenerte entre sus piernas —dijo con una sonrisa rompiendo su gesto—. Dale lo que quiere y a mí entrégame lo que te exijo; dame el arma de Dumbledore —ordenó.
En cuanto el espía asintió a su orden, se marchó para que cubriera su desnudez o para que el resto hiciera lo que quisiera con él.
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Furioso, indignado y humillado como pocas veces, entró a la oficina de Dumbledore y se dirigió directo al escritorio del anciano.
—¿Qué hiciste esta vez, viejo loco? —escupió plantando las manos con sendos golpes sobre el mueble que los separaba—. ¡El Señor Tenebroso llamó a Potter tu arma y decidió que la quiere para él!
Aún sentado cómodamente en su silla, Albus Dumbledore se reclinó en el respaldo de su asiento, entrecruzó los dedos sobre las cartas que leía antes de ser interrumpido y miró directo a Snape.
—La única arma verdadera contra Voldemort es el amor —dijo tranquilamente—. Si Harry fuera un arma, lo sería sólamente por el amor que tiene.
Snape gruñó ante la inmovilidad del anciano y ante el tipo de respuesta; ante el brillo en esos ojos azules. Cuando el anciano se movió lentamente para tomar uno de esos malditos dulces de limón, algo dentro de él estalló. Con una mano levantó la dulcera y la arrojó a la madera que guardaba la espalda del viejo director. Mientras el cristal estallaba con un sonido amenazante, los dulces volaron con el estallido y repiquetearon sobre el suelo. Apenas notaba que gritaba palabras, pero no sabría decir cuales de todos sus secretos estaba revelando.
—¿No lo consideras una buena estrategia? —preguntó Dumbledore cuando vio a Snape cansarse de su rabieta. Cuando el profesor de pociones se le quedó mirando con el gesto desencajado se explicó—. Poniendo a Harry al lado de Voldemort; podrá acabar con él desde adentro. Además, si Voldemort lo cree de su lado, estará protegido. Es un plan brillante, Severus —dijo con una sonrisa tranquila—. Con Harry siendo aceptado dentro del círculo de confianza de Voldemort, puede acabar con una guerra antes siquiera que empiece.
—Estás demente —soltó Snape con ácida incredulidad—. Potter jamás podría lograrlo. Es arrogante, inconsciente, bravucón. Es incapaz de sobrevivir por sí solo. Es un idiota que sólo va a lograr que nos maten a todos.
—Por eso vas a tener que enseñarle —aseguró Dumbledore—. No imagino a nadie mejor que tú para enseñarle a… recorrer ese camino. Tras la muerte de Cedric y lo que sucedió con Voldemort, Harry está vulnerable; un poco de comprensión por tu parte hará maravillas. Severus, confío en que este nuevo capricho de Voldemort se convertirá en una oportunidad de oro.
El rechazo que surgió de lo más interno en él fue inmediato ante esas palabras. La furia, esta vez, lo dejó paralizado.
—¿Quieres hacerlo un doble espía? —adivinó justo antes de soltar una carcajada cargada de histeria y ácido—. Felicidades, Albus. Al fin lograste perder la cordura.
—No te pido que hagas algo que no hayas estado haciendo desde el principio. Me juraste que protegerías la vida de Harry en nombre de Lily —le recordó con una ceja arqueada—, y es lo que vas a hacer.
—No —aseguró cuadrando los hombros.
—Esta vez tienes que distraer a Voldemort mientras preparas a Harry. Yo me encargaré de los Horrocruxes.
—¿Horrocruxes? —repitió horrorizado.
—El diario de Tom Riddle fue la primera pista. Tengo que buscar a Horace —pensó en voz alta—. Necesito estar seguro de esto.
—No me estás escuchando, viejo chalado. No voy a hacerlo.
Enfrentó la mirada del director con una propia, cargada de su más pura y definitiva negativa. Ninguno dispuesto a dar un metafórico paso atrás.
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No bien entró al salón de Pociones y vio a la frecuente causa de sus problemas las últimas 24 horas de su vida le pesaron más que los últimos 20 años de espionaje.
—Potter, tiene detención a las 6 en mi despacho —gruñó sin detener la mirada en su estudiante.
—¡Pero no hice nada! —rezongó el escuincle de inmediato.
—Cincuenta puntos menos para Gryffindor por responderle a un profesor —devolvió ante la contestación.
Al conseguir silencio de nuevo en su clase, Snape hizo aparecer los ingredientes de las pociones en el pizarrón. Con una orden más dio por comenzada la clase y, mientras se anticipaba a las calamidades que saldrían de esos calderos, se encontró imposibilitado para anticiparse a la que se avecinaba en su vida.
Maldiciendo una y tres veces a Dumbledore por sus pasadas órdenes, quiso desquitarse con el favorito del director. Aunque sin un juramento inquebrantable o una marca sobre su piel, el anciano chalado lo tenía bajo su poder como no lo hacía otro mago. Dumbledore lo poseía al poseer sus secretos más profundos.
Y los usaba contra él indiscriminadamente.
Cuando finalizó la clase y Potter entregó su muestra de poción, claramente desastrosa, la tomó entre los dedos y la dejó caer al suelo frente a los ojos del muchacho. El sonido del vial rompiéndose contra el piso de piedra llevó una sonrisa a sus labios —la primera que ponía en una semana—.
—Es una pena que no haya entregado su poción, Potter —escupió el nombre.
Viendo la cara del muchacho transfigurarse con rabia y humillación, la victoria que sintió recorriendo sus venas lo apaciguó lo suficiente como para sobrevivir unas horas más.
Tras tomar el té de la tarde en sus habitaciones, se dirigió a su despacho a esperar al muchacho. Si bien se había permitido ese último gesto vengativo; comprendía a la perfección lo que una noche atrás le había asegurado al Señor Tenebroso: había pasado tanto tiempo antagonizando a Potter hijo que, incluso él, temía haberse acostumbrado a esa dinámica. Los caprichos de sus dos "Maestros" lo ponían en un predicamento ya que, ninguno de los cretinos, parecía tomar en cuenta sus esfuerzos pasados; pero igual demandaban resultados inmediatos.
La única solución en la que podía pensar era la que el Señor Tenebroso le había dado. La pregunta que tenía que hacerse era: ¿qué tan ciertas habían sido las palabras del mago oscuro?
Tendría que poner a prueba al chico, suponía. Porque, en cualquier momento preferiría que muriera Harry Potter a que muriera Severus Snape. Y para salvarse a él mismo, tendría que hacer lo que siempre hacía.
Sentado tras su escritorio, rodeado de sus ingredientes para pociones, comenzó a pensar en su misión como los pasos para hacer una poción complicada.
Lo primero era definir un objetivo claro. Discernir el mejor material del caldero a usar, las propiedades de cada uno de los ingredientes en existencia para, sólo después de ello, comenzar a pensar en las interacciones de cada uno. Elegir el mejor tratamiento de cada uno de los ingredientes, la temperatura, el tiempo de cocción… Después de todo, la magia no necesitaba de una varita para ser tal.
Cinco minutos antes de la hora, cerró los ojos y respiró profundamente. Se repitió un par de veces que había terminado de antagonizar al chico y dejó ir de su mente —y de su sistema— los recuerdos de sus enfrentamientos con los Merodeadores; se permitió tener un poco de esperanza en esa promesa tácita de un poco de paz al no tener que proteger al muchacho de cualquier otro ataque del Señor Tenebroso. Ese pensamiento, sin embargo, lo hizo ser consciente de que —ahora— era él el peligro para el hijo de Lily.
Se aferró al recuerdo de las emociones buenas que ella había llevado a su infancia y, como si recordara que aún no era libre, las tuvo que teñir con los colores del resto de su pasado.
El sonido de golpes en la puerta de su despacho lo sacó de sus cavilaciones.
—Adelante —dijo con tono neutro.
Harry Potter entró con la mirada gacha y los hombros caídos.
—Profesor.
—Pase, Potter. Cierre la puerta tras usted.
Viendo al muchacho darle la espalda para obedecer la orden supo, por sus movimientos casi sedados, el viejo chalado había cumplido su amenaza y había hablado con él en algún momento del día.
—Tome asiento —invitó tranquilamente mientras abandonaba su propia silla.
El muchacho se acercó a la silla frente al escritorio, y dudó en obedecer. Snape se acercó a él mientras rodeaba el escritorio y se apoyó en el borde de la madera pulida sin recriminarle que no obedeciera.
Después de todo… estaba intentando eso de ser agradable.
—Supongo que ya habló con Dumbledore, Potter.
—Sí —respondió el muchacho en un susurro y sin elevar la mirada del piso.
—Tengo dos preguntas para usted, pero no sé cuál preguntar primero —tras un momento para organizar sus ingredie… sus pensamientos, continuó—. ¿Qué le dijo el director?
—Dijo que… hay una nueva estrategia para derrotar a Voldemort.
Snape gruñó ante el uso del nombre maldito. El muchacho se cayó después de eso.
—¿Fue lo único que dijo?
Potter negó en silencio.
—No. Dijo que… usted me va a enseñar a ser un espía.
La respuesta le causó dolor físico a varios niveles. El viejo loco, estaba seguro, no le había dicho ni la mitad de lo que debería ser dicho. No por primera vez dirigió insultos mentales al mago anciano.
—Se lo pido, señor Potter; responda con un "no" a la siguiente pregunta —pidió con un suspiro al final—: ¿Está dispuesto a serlo?
—Quiero dejar de ser perseguido —respondió el muchacho a media voz, casi sonando avergonzado—. Quiero dejar de tener a Voldemort en la cabeza.
—Señor Potter, me voy a permitir ser franco con usted, sabiendo de antemano que va a decepcionarme una vez más. Ya me ha demostrado que no tiene la capacidad de aprender lo que tengo que enseñarle; esto no es cómo reconocer a un hombre lobo, pociones o sentido común. Con su arrogancia, esto es caminar directo a una ejecución. Y no confío en usted para salvaguardar su propia vida, mucho menos en yo salir con vida de esto.
—Dumbledore dijo que confiaba en que podía hacer esto —rezongó—, y lo haré —terminó con una seguridad testaruda.
—Ese viejo chiflado quiere ver el mundo mágico en cenizas —refunfuñó para él mismo.
—¡No llame así a Dumbledore! —gritó el muchacho por fin.
Esta vez, en vez de usar un grito indignado, calló al muchacho alzando una mano para demandar silencio pero nada más. Entre tenso y suspirando con resignación, Snape se permitió mostrar sólo un poco de la derrota que sentía en cada fibra de su cuerpo.
—Potter, no tiene idea de lo que Dumbledore, una vez más, pide de nosotros.
—Confío en Dumbledore —aseveró el chico con pasión—. Y si hay una forma de acabar con esto de una vez, yo estoy dispuesto. Aunque tenga que pasar tiempo con usted —lo retó.
Su temperamento se encendió con la provocación.
—Quítese la ropa —ordenó con un gruñido.
La reacción del muchacho fue inmediata. La sorpresa en su cara se convirtió en un rojizo que cubrió su rostro completo antes de enfurecerse y hacer un movimiento por su varita. El chico mismo se detuvo de llegar a una amenaza declarada, en cambio, dio media vuelta y se largó azotando la puerta.
Snape se dejó caer en la silla que Potter no había usado. Si hubiera estado en la segura soledad de Spinner's End, se hubiera permitido soltar una carcajada histérica y dejar caer la cabeza sobre sus manos. En cambio, sonrió con alivio: Dumbledore no podría obligarlo a esta locura si el chico no se prestaba para ello.
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Tres días después de haber salido de su despacho indignado y furioso, el muchacho lo sorprendió volviendo por voluntad propia.
Sin cruzar una palabra, el muchacho cerró la puerta, caminó hacia él sólo para detenerse a la mitad del despacho y comenzó por quitarse la túnica negra del uniforme. Snape arqueó una ceja con interrogación, pero el chico no desistió. A la túnica le siguió el suéter, la corbata, la camisa blanca, el cinturón y los pantalones. Lo vio luchar para quitarse los zapatos y, cuando terminó con los calzoncillos, se acercó con una intención seductora que falló miserablemente.
—Vístase —ordenó más decepcionado que molesto.
Mientras el joven mago comenzaba a colocarse la ropa sobre el cuerpo apenas en desarrollo, su rostro ya no mostraba indignación o furia, sino la más pura humillación.
Fue esa humillación lo que llevó una punzada de interés a recorrer su cuerpo completo justo antes que la controlara. Aunque él había sido la causa de tal humillación en el otro, ésta vez no había buscado tal; ni el chico la merecía.
—Para que esto funcione, Potter; necesita, primero, mostrarme respeto —comenzó llanamente mientras el otro continuaba vistiéndose—. Me llamará "Señor" siempre que estemos solos. Nuestra forma de relacionarnos a ojos de los demás seguirá siendo la misma salvo porque me respetará en palabra, acción y pensamiento al obedecer mis órdenes. Por cada orden que le dé, le explicaré lo que espero de usted y el tiempo que tiene para realizar tal; el cómo lo realice es cosa suya salvo cuando yo le dé especificaciones puntuales. Su vida en el colegio se mantendrá igual salvo porque me visitará un día sí y un día también para recibir este… entrenamiento. Si requiere la excusa de detención, podemos manejarlo así también —tomó un respiro mientras le indicaba que se sentara en la silla frente al escritorio. Esta vez el chico tomó asiento. Continuó—. Lo que suceda, aprenda o se le pida, no puede comentarlo con nadie. No con Dumbledore u otros profesores, con su padrino, por supuesto no con sus amigos; ni siquiera con su lechuza: con nadie. Si cumple mis órdenes de forma perfecta, recibirá de mí una recompensa, de lo contrario se ganará un castigo. Y, con castigo, no me refiero a lavar calderos, copiar viejos textos o restarle puntos a su casa. De cualquier forma, no lo dañaré física, emocional o psicológicamente siempre que realice lo que pido, cuando lo pido, como lo pido y con el resultado que espero. A partir de que acepte, se convertirá en lo que yo quiera que sea, sea así mi posesión más preciada o la suciedad bajo mis suelas. Vivirá para agradarme, para complacerme en todo; pensará en mí y se comportará de una manera que a mi me agrade, vivirá para mí y se encargará de satisfacer cada uno de mis deseos. Aprenderá qué me complace y qué no, aprenderá qué tiene que hacer para complacerme. Me verá como su dios si eso me complace, se entregará y entregará lo que se pida de usted y lo hará sin preguntar. Responderá sólo cuando se le pida responder y no hablará si no se lo permito expresamente. Comerá lo que le diga que coma y cuanto le diga que coma. Hará lo que yo le diga que haga cuando se lo diga y a veces sin necesidad de que yo diga las palabras; aprenderá a leer mis movimientos y mis rutinas, mis cambios de humor. Tendrá que adelantarse a mi pensamiento constantemente para ofrecer todo lo anterior. Hablará con quien yo le diga que hable y abandonará a las personas que yo le indique abandonar. Lo poseeré de cada manera que me satisfaga poseerlo y tanto como me satisfaga hacerlo. Por el momento, y hasta nuevo aviso, tendrá la posibilidad de salir de esta… negociación; pero es una decisión única e inapelable por cualquiera de las partes. Pero una cosa le prometo desde este momento, Potter; si decide abandonar, lo respaldaré incluso contra Dumbledore de ser necesario.
La sospecha y el miedo del chico fueron inconfundibles cuando escuchó la promesa. Snape sintió, por primera vez en su envergadura completa, en qué concepto lo tenía en verdad el chico y que tan bien había hecho su anterior trabajo. Por primera vez se encontró a él mismo deseando que el Señor Tenebroso estuviera en lo correcto por una vez y que, en verdad, pudiera malear al chico a pesar del pasado.
—Sepa también —continuó aprovechando el silencio en el que se mantenía el joven—, que si pone un alto a todo esto, no habrá marcha atrás. Nunca más lo tomaré de vuelta a mi lado como aprendiz, y veré que nadie más lo haga. A cambio de lo que pido de usted me aseguraré de su bienestar, lo reconstruiré cuando se sienta derrumbado, lo acompañaré cuando se sienta solo; lo guiaré cuando se sienta perdido, lo escucharé cuando necesite hablar y lo cobijaré cuando se sienta vulnerable.
Habiendo terminado con lo que tenía que decir, le dio tiempo al muchacho para que procesara todo aquello.
—¿Puedo… pensarlo? —aventuró la pregunta tras tragar pesadamente.
Asintió una vez.
—No aceptaría una respuesta apresurada —dijo honestamente.
—Supongo que esto tampoco lo puedo hablar con nadie —dijo a medias entre aseveración y pregunta.
Snape sonrió impresionado, aunque no quisiera reconocerlo él mismo. Se puso de pie, rodeó de nuevo su escritorio y se acercó al joven abrumado.
Con la excusa de acomodar la capa sobre los hombros del muchacho, rozó su cuello con el filo de la uña apenas larga en su dedo y se acercó un palmo más.
—Tal vez, después de todo, puedas conseguirlo —dijo bajo y tersamente; invitándolo a recrear en la vida esos supuestos sueños.
Lo vio cerrar los ojos, inhalar profundamente y acercarse casi por instinto. Detuvo el movimiento del joven con un roce más en su cuello, tentador como una promesa por cumplir, y se apartó antes de permitirle seguir.
—Puede marcharse —ordenó tibiamente—, lo espero en mis habitaciones personales en tres días para escuchar su respuesta y, si acepta, para… afinar detalles. Preséntese en punto de las 6.
El chico abrió la boca, seguramente para rezongar, pero la cerró y se marchó con una mirada confundida.
Con una sensación de amarga esperanza, Snape se vio obligado a pensar que tal vez —sólo tal vez— podría salir vivo de esta misión y proteger al hijo de Lily al mismo tiempo.
