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Milo lo intentó todo: hacerse el encontradizo, revolotear por el Templo de la Vasija con las disculpas más peregrinas, espiar los lugares de entrenamiento que visitaba Camus... pero nada parecía surtir efecto. Siempre estaba acompañado por aquella vieja urraca llamada Aristeo, y en los momentos en que se encontraba solo, mostraba una capacidad para darle esquinazo digna de un escapista. Milo empezaba a impacientarse. El francés era el único que no reía sus chistes, que no se quedaba embelesado cuando él pasaba, ni suspiraba por una de sus miradas. ¿Estaría perdiendo el encanto? No lo creía. Simplemente, el aprendiz de Acuario era diferente a todos los demás. Más reposado, más calmo.
Más frío.
¿Tendría corazón? Milo no dejaba de darle vueltas a aquello. Si consiguiera estar a solas con él una sola vez, lo descubriría.
Pero... ¿Realmente quería descubrirlo? ¿Y si en el corazón del Témpano de Hielo, sobrenombre que le habían dado los demás caballeros, ya había alguien? No, no quería ni imaginarlo. Que Camus le rechazara no entraba en sus planes. Además, sólo quería verle una vez, y dejaría que las flechas de Cupido hicieran su trabajo.
Pero... ¿Y si una vez se vieran, Camus se convertía en un celoso guardián y no dejaba respirar a Milo? La mera idea le hizo sonreír sádicamente. Sería una gran victoria tenerlo, de rodillas, como un perro, humillado.
Siendo sincero consigo mismo, lo que más le excitaba de tener a Camus de rodillas, es que su boca quedaría a la altura justa para...
—¡Milo!
—¡Qué! —Milo dio un salto—. Por todos los dioses, Aioria, me has asustado.
—Vaya, lo siento.
—¿Querías algo?
El joven león sonrió.
—Hay una fiesta en el pueblo. Las muchachas me han preguntado si vas a asistir...
Aioria sonrió.
—¿Tú irás?
—Claro.
—Entonces avísame cuando estés listo. Te acompañaré.
Aioria volvió a sonreír.
—¿En el mismo lugar de siempre?
—Ahí, justamente— asintió Milo. —¿Lo saben los maestros?
—No.
—¿Tu hermano tampoco?
—Tampoco.
Milo mostró su perfecta dentadura.
—Entonces será como la última vez.
—O quizás mejor... quien sabe...
Y Milo emprendió el camino a su Templo, relegando a Camus a la categoría de "asuntos pendientes". Aunque sabía que, si Acuario asistiera a la fiesta, no tendría escapatoria... era un gran reto, y él, el Escorpión, le daría caza.
Pero el francés no asistió tampoco a aquella fiesta.
