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Aristeo llegó al Templo de la Vasija bastante enfadado. Camus no estaba en el campo de entrenamiento, tampoco en el receptáculo de Athenea, aquel lugar cercano al oráculo que solía visitar, y mucho menos por las zonas de combate del Santuario. A medida que caminaba notaba como su enfado aumentaba, y cuando se tropezó con Perséfone supo que algo no iba nada bien.
—Perséfone, quiero saber dónde está mi aprendiz.
—No tengo la más remota idea— dijo la amazona sin inmutarse.
—Me fue entregado para conservarse puro e inmaculado— escupió Aristeo.
—Te fue entregado para convertirse en caballero, no para convertirse en piedra.
Aristeo hervía de rabia.
—Tu perversión es tan grande como tu vicio.
—Y tu mente tan estrecha como tus miras— Perséfone no se molestó ni en alzar la voz.
—Qué sabrás tú lo que es ser un caballero...
—Aristeo, con tus prejuicios estás destrozando a Camus y hasta que no consiga encontrarse a sí mismo su cosmos no aumentará. Eres un gran guerrero, un excelente caballero y un buen compañero en el campo de batalla. Sin embargo, no eres el más indicado para ser maestro.
—Prefiero un maestro con estrictas reglas a una meretriz como tú.
—Yo no soy Milo, Aristeo. Ni tú eres Camus, por lo que no voy a emprenderla a golpes contigo. Tus insultos sólo me demuestran el miedo que me tienes.
—Me lo llevaré lejos si me entero que...
—No podrás impedir que Camus crezca, Aristeo. Camus está preparado para afrontar la prueba de la Diosa del Hielo, y nada ni nadie lo podrá evitar. Cuando conquiste la armadura, podrá elegir su camino, y con quién quiera compartirlo, es asunto de él, no tuyo.
—No te das cuenta de lo frágil que es...
—Quizás me doy cuenta de más cosas de las que tú crees, Aristeo— le llamaba por su nombre aún a sabiendas que el maestro de Acuario odiaba que sus labios lo pronunciaran—. Me juzgas por mi vida, sin ningún derecho ya que no me conoces en absoluto. Eres un misógino, pero no permitiré que Camus se convierta en un calco a ti.
—¿Y cómo vas a impedirlo?
—Hablaré con el gran Patriarca.
Aristeo rió groseramente.
—No te escuchará.
—Le pediré que someta a Camus a la prueba de la Diosa del Hielo.
Aristeo resopló, visiblemente enfurecido.
—¡Ocúpate de tu aprendiz y deja en paz al mío!
—Camus pertenece a la orden del Zodíaco, así que es tan aprendiz tuyo como mío, si lo piensas con detenimiento. Sabes que si tú no pudieras entrenarlo, cualquiera de nosotros lo tomaría a su cargo, así que...
—Esto no quedará así.
—Haz lo que creas que debes hacer.
