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Camus observaba, sentado en la posición del loto, la inmensidad del cielo despejado. Milo, mientras tanto, ejercitaba sus músculos colgado boca abajo del árbol cercano a la cabaña, y miraba a su amante, embelesado. El perfil de Camus era, literalmente, digno de ser esculpido para representar al más bello de los hombres. Sus cejas, que tenían aquella terminación tan deliciosa, daban un aire de singularidad a su rostro, siempre serio.
Siempre serio... excepto cuando estaba en los brazos de Milo.
—Camus, ¿en qué piensas?
—Deberías concentrarte en tu próxima prueba, y no distraerte con tonterías.
—Necesito saber si estás pensando en mí o en otro— Contestó el Escorpión, sonriendo maliciosamente.
Camus le miró, sorprendido.
—Sabes que yo...
No pudo terminar la frase porque Milo reía a carcajadas.
—Qué gracioso eres...
Camus concentró un poco de Polvo de Diamante en su mano, y le lanzó un ataque que Milo no consiguió esquivar, por lo que las puntas de su adorada melena quedaron congeladas.
—¡Odio que hagas eso, Témpano!
—No me provoques y no lo haré más.
—Vamos, Camus, no todo en la vida es la Gran Seriedad...
—Pensaba en Aristeo y lo que le diré cuando le vea... si es que soy capaz de mirarle a los ojos...
—En tu rostro no observo nada extraño... no llevas nada tatuado en la frente... también es verdad que tu frente queda oculta por tu pelo, pero vamos...
—¡Por los dioses, Milo!, ¿No puedes tomarte nada en serio?
—Sólo una cosa.
—¿Sólo una?— preguntó Camus, extrañado.
—Sí.
—¿Y cuál es, si puede saberse?
Milo ya se había bajado del árbol, y las puntas de sus cabellos brillaban como si llevara abalorios en ellas.
—Que te amo, Témpano de Hielo.
Camus le miró, alzando una ceja.
—Me gustaría quitarte toda esa frialdad a besos, tu indiferencia me duele, Camus...
Y el joven aspirante a la armadura de Acuario se levantó y abrazó a Milo, para a continuación besarlo con pasión. No quería pensar en lo que ocurriría cuando volviera, quería detener el tiempo y quedarse con él allí para siempre, sin presiones, sin prejuicios, sin nada más que Milo y su cuerpo, Milo y su temperamento apasionado, Milo y aquella relación prohibida para él que le estaba matando.
Con Milo se sentía completo, lleno, exultante, como jamás había pensado que se sentiría.
Vivo.
Aristeo le arrancaría la piel a latigazos si se enteraba de sus sentimientos.
"Has profanado tu cuerpo, Camus, el cuerpo que la Diosa te concedió para que la protegieras. No mereces ser caballero de Acuario."
Y cuanto más oía en su mente esas palabras, con más ardor besaba a su amante, con más ardor se entregaba a él, con más ardor le suplicaba, casi llorando, que lo tomara, abrazándolo con las piernas y colocándose sobre él, a horcajadas, sintiéndolo cada vez más adentro, más profundo.
—... te... per...tenez...co... Mi....lo...
Le agarraba del pelo, enredando sus dedos en la melena del otro, desesperado, haciendo fuerza sobre el Escorpión, empujándole contra su cuerpo, como si quisiera fundirse con él. Milo jamás había visto tanta pasión en ninguno de sus anteriores amantes, y se vaciaba dentro de Camus, porque éste se lo suplicaba, entre susurros, recordándole que le pertenecía, que cada una de las fibras de su cuerpo llevaba su nombre, el nombre de Milo.
El nombre de Milo...
Camus parecía incansable. El Escorpión sólo tenía que llamar su atención y sacarlo de sus pensamientos, y el espigado aprendiz de Aristeo le tomaba la medida hasta dejarle prácticamente exhausto. Practicó con él todas las posturas imaginables, la elasticidad de Acuario dejaba pasmado al que creía ser un experto amante.
Camus había perdido la virginidad el día anterior y ya poseía, para sorpresa de Milo, un repertorio que dejaría a la diosa Aphrodita en un bebé de meses.
Y Milo comprendió que, aunque estuviera íntimamente con medio planeta, nadie llegaría a la altura del frío caballero de Acuario.
