2 — EL MAESTRO

"Estoy impresionado con la entrega de éste joven" pensaba Mü mientras terminaba de realizar las complicadas tareas sobre la armadura del Dragón. Hacía mucho tiempo que no arreglaba una armadura con unos útiles tan difíciles de conseguir como los que tenía en sus manos en aquel momento: la sangre de un caballero de corazón puro.

"Sí, estoy realmente muy impresionado". Mü se secó la frente con las telas de Endimión, perfectas para evitar que ni una sola gota de sudor impregne el metal. "Y es tremendamente hermoso, quizás uno de los jóvenes más hermosos que he visto... aunque hace tanto tiempo que estoy solo, que cualquier cosa que tenga más de ocho años me parecería atractiva"

Sonrió con la idea. Hacía años que no se relacionaba con nadie que no fuera su pequeño y vivaracho aprendiz Kiki. Le satisfacía enseñarle las artes que algún día le convirtieran en caballero de Aries, una vez él se retirara... o muriera. Mü aún era un hombre muy joven, pero tiempos difíciles estarían al llegar si el joven Shiryû les había encontrado.

Pero Kiki era muy pequeño para hacer sentir a Mü que estaba vivo...

Quizás Shiryû sí sería capaz.

Con la punta de los dedos rozó ligeramente sus marcas faciales. Todos los guerreros del Carnero Blanco carecían de cejas, pero tenían dos motas sobre el hueso de la ceja de vivos colores.

Aquellas originales marcas eran la fuente de su poder de empatía. Sentían en sí mismas el dolor y la alegría de los corazones de los que estaban cerca de ellos.

Levantó la vista de su trabajo, y pensó en Shiryû. Tan joven y tan poderoso... como él mismo una vez, hacía tantos años.

"Me siento tan solo..." Movió la cabeza y siguió con su tarea. Aquellos pensamientos sobre su soledad le impulsaban a hacer locuras tales como desaparecer varias semanas para escalar los picos más escarpados de las cercanías de Jamiel. Kiki se quedaba muy preocupado cuando Mü se iba, pero a veces la presión del corazón y del cuerpo había que liberarla con duros ejercicios.

Dejó las herramientas en el banco de trabajo, se levantó y buscó con su percepción a su aprendiz. Notó su tristeza, el joven Kiki se sentía desplazado por el visitante.

Kiki... tenía tanto que aprender aún... era como un hijo para Mü.

Se levantó y miró las sombras que la luna proyectaba en las piedras que marcaban el paso del tiempo en Jamiel. Era la hora de dar la cena a su invitado.