4 — LA COMUNION DE LAS ALMAS
"Siento tu soledad"
Mü le dio muchas vueltas a la frase mientras terminaba de reparar la armadura de Pegaso. El joven que portaba aquella vestidura debía ser muy importante para Shiryû, ya que por él había traspasado lo humanamente inteligente adentrándose en lo humanamente estúpido.
Una simple herida que se hiciera y su corazón bombearía toda la sangre hacia el exterior y la muerte le sobrevendría por hemorragia. A pesar de todo su poder, Mü no podía evitar aquella decisión. Uno solo de sus dedos sobre el corazón de Shiryû y el joven no pendería de un hilo cada vez que se enfrentara en combate, pero para Mü aquella decisión significaba mucho más que una locura.
Para Mü era una entrega total.
Subió un par de pisos de la Torre, y pasó ante la pequeña habitación dónde reposaba Shiryû. Se detuvo delante de la puerta y le observó, con la cabeza apoyada en el marco, detenidamente, con los ojos soñadores, y media sonrisa dibujada en su rostro.
Shiryû dormía profundamente.
Kiki se acercaba, su cosmos era un hervidero de dudas.
—¿Qué hacéis, maestro?
—Contemplar a nuestro invitado.
La contestación de Mü dejó perplejo al niño.
—¿Contemplarlo? ¿Para qué?
—No hay un motivo. Simplemente tiene un rostro que apetece contemplar.
Kiki levantó una de sus marcas faciales a modo de arqueo de cejas.
—Maestro, es un hombre.
—¿No existe la belleza en los hombres, Kiki?
—No lo sé, maestro. He visto a pocos hombres que sean hermosos, como el dios Apolo, o el semidiós Hércules de las ilustraciones de mis libros.
—¿Soy hermoso yo a tus ojos, mi joven discípulo?
—Sois mi maestro. Nunca lo había pensado.
Mü le miró de manera grave.
—Escúchame, Kiki. No dejes jamás que ideas preconcebidas y prejuicios nublen tu percepción. Ten tu mente abierta a cualquier idea.
—Sí, maestro.
El niño se marchó, meneando la cabeza.
Aún era muy joven, pero tenía que hablarle de estas cosas para evitar que en su cabeza prendieran sentimientos contrarios al amor, a la igualdad, a la fraternidad y el respeto.
No quería que Kiki sufriera lo que Camus había sufrido por culpa de su endiablado maestro Aristeo.
Lo que le enseñara a Kiki sería la referencia futura del pequeño hasta el día de su muerte.
Si Camus hubiera sido entrenado por alguien menos férreo que Aristeo, en aquellos momentos estaría con Milo y no escondido en algún remoto lugar en Siberia.
Movió la cabeza, con tristeza. Él no era nadie para juzgar ni para hablar sobre los entrenamientos de los demás. Camus había tenido mala suerte a la hora de tener un maestro, pero cada uno debía forjar su propio futuro. Ahora, todos los caballeros del Zodíaco estaban dispersos: Camus en Siberia, Milo en la zona italiana, Shura en España, él en Jamiel, Dohko en China... solo Aioria permanecía en Grecia.
Seguía sintiéndose muy solo.
"Me estás observando, lo noto"
Mü se sobresaltó.
"Eres el hombre que me está reparando las armaduras"
"Sí, lo soy"
"Y porqué me observas"
"Porque eres digno de observar"
Shiryû sonrió.
"Sigues sintiéndote solo"
"Desde hace algún tiempo, sí"
"Aun no me he recuperado lo suficiente para poder hacerte compañía"
"No es necesario que estés en plena forma para acompañar a un ermitaño y a su aprendiz"
Shiryû giró la cabeza, y sus ojos, cerrados, enfocaron hacia la cara de Mü.
"Me gustaría agradecerte lo que estas haciendo por Seiya y por mí"
"No es necesario, muchacho"
"No me has entendido. Deseo hacerlo"
Mü se quedó gratamente sorprendido.
"Quiero que tu cosmos beba del mío, y evitar tu soledad, hasta que me vaya de tu casa"
"Eres dueño de una gran generosidad, Shiryû del Dragón"
Shiryû dejó que Mü se acercara a él, y le hizo una leve seña de que se sentara a su lado, en la cama. Quiso abrir los ojos pero el otro se lo impidió. Se quitó una de sus muñequeras y con la tela de Endimión, la más suave que existía, le vendó los ojos.
"¿No deseas que te mire?"
"Mírame con los ojos de tu cosmos"
Shiryû abrió la boca y se quedó quieto. Sentía a Mü muy cerca, pero éste no parecía querer actuar.
"¿No deseas besarme?"
"Eres demasiado joven. No puedo hacerlo"
"Sé que velas mi sueño. Tu cosmos no es igual al del joven aprendiz que parece odiarme"
"Kiki no te odia, simplemente ha de abrir su experiencia a terrenos que jamás había tenido que explorar. Aquí, en estas montañas, siempre hemos estado los dos solos, ningún guerrero consiguió traspasar el camino encantado que pudiera contarlo"
"Vuestros cosmos son tan diferentes... el de él siente una curiosidad imposible de saciar. Sin embargo el tuyo..."
"¿El mío? ¿Qué ves en el mío?
"Una gran pasión"
"¿Pasión?" "Mi pasión está muerta y enterrada" "Ya no hay pasión en mí"
Shiryû notó la incomodidad en Mü.
Su templanza retenía un torrente desbordante que brillaba, hermosa, en la mitad del lago que Mü utilizaba para representarse a sí mismo.
"Seré joven e inexperto, no lo niego, pero mi entrega es total. Mü, he puesto mi vida en tus manos"
"Ya lo he visto, joven Shiryû"
"Ahora solo me resta poner mi cuerpo entre tus brazos y tratar de llenar ese vacío que tienes en el corazón con el ardor del dragón que habita en mí..."
En la mejilla de Mü brilló una lágrima, como un pequeño diamante que cruzó, audaz, su dulce rostro.
Emoción.
Pasión que pugna por florecer.
Kiki... su pequeño aprendiz... no quiere ver a su maestro como un hombre, sino como un dios. Un dios infalible y con las soluciones precisas para evitar los males en el mundo.
Por eso se siente solo.
Porque él quiere ser simplemente un hombre.
