5 — LA ENTREGA
"No podré mirarte a los ojos..."
"Mírame con los ojos de tu cosmos"
Shiryû, concentrado, era capaz de ver dentro del cosmos de Mü. Se representa a sus ojos de la Iluminación como un lugar apacible, tranquilo y lleno de serenidad, aunque una pequeña tormenta amenaza con cubrirlo todo de negrura. Pero las tormentas que podían entristecer el cosmos de Mü duraban muy poco tiempo. Era un hombre muy curtido en las lides de la soledad.
Y además vivir con su aprendiz significaba tener una constante dedicación a tiempo completo.
El caballero del signo de Aries, aún reticente, aceptó la proposición del espigado discípulo de Dohko y se introdujo en la cama con él. Temblaba casi imperceptiblemente, su respiración estaba entrecortada, no deseaba hacer nada que lastimara al joven guerrero del signo del Dragón.
Mü nunca aparentaba nerviosismo, pero su templanza decidió dejarle ser él mismo.
El joven Dragón sabía que su vida estaba en sus manos, y Shiryû no le daba importancia.
Mü le protegería.
Shiryû se colocó de medio lado, para acercarse más a Mü, que estaba boca arriba, ahora más tenso y nervioso. Se apoyó en un codo, y con la mano libre le soltó la túnica, que Mü terminó de quitarse.
El caballero de oro del signo de Aries demostraba su nerviosismo ante un joven que jamás había tenido relaciones con nadie.
"Estás nervioso"
"Sí"
"Tú eres el maestro. Tendrás que enseñarme"
"Casi no recuerdo cuando fue la última vez..."
"Entonces, ¿qué deseas que haga?"
"Que seas tú mismo"
Shiryû sonrió y se acercó a Mü. Con la venda de Endimión colocada sobre los ojos, no podía ver el rostro del caballero custodio del Templo del Carnero, pero sabía dónde estaba, qué sentía y porqué estaba tan nervioso.
Su virginidad le cohibía.
Shiryû deseaba agradar a aquel hombre de mirada hermosa y profunda. Estaba tan agradecido a él que le cubriría completamente con sus besos, serían los primeros besos que la boca del Dragón daría...
Sus primeros besos...
Shiryû no había besado ni siquiera a Shunrei, con la que se había criado. Dohko reía cada vez que los niños se enfadaban y se peleaban.
"Amores reñidos son los más queridos", gritaba desde lo alto de la cascada, con grandes risas.
Y ahora, él, que siempre pensó que sería aquella niña la primera que lo acariciaría, estaba en el lecho con otro hombre, otro caballero.
"Shiryû, en combate adáptate a las circunstancias. Y sigue ese ejemplo durante toda tu vida, en todos los aspectos" le había repetido Dohko hasta la saciedad.
Jamás unas palabras habían sido tan sabias.
Acariciaba el pecho de Mü, su piel suave y tersa, el caballero cerró los ojos dejándose llevar por aquel inesperado, olvidado y hermoso placer que ya había tenido la suerte de probar en Grecia, mucho tiempo atrás.
Cuando su maestro aún estaba vivo.
La espalda de Mü se tensó, arqueándose y elevando su tórax. Un suspiro salió de su boca, dejando entrever que deseaba más al joven Dragón de lo que había creído en un principio.
Su templanza deseaba abandonarlo.
Sólo una vez le abandonó, y para Mü fue la mejor de sus experiencias: cuando estuvo con Milo.
Pero desde aquello habían pasado tanto tiempo y tantas cosas...
Y Mü sonrió al ver, en su propio cosmos, la representación de la escena: él, como la diosa Templanza, con su túnica hasta los pies y su espada firmemente agarrada, enfrente de la diosa Inocencia, con su corto peplo, sonriendo, pícara.
Templanza se ruborizaba mientras Inocencia se iba acercando... acechando... provocándola...
Mü se acercó a Shiryû y le besó en los labios. El Dragón suspiró, gimió imperceptiblemente, su espalda también se arqueó y su pecho rozó el de Mü suavemente.
A partir de ese momento, Mü se dejó llevar, siempre observado por la Templanza. Y lo hizo delicadamente, dulcemente, como todo lo que realizaba, como todo lo que decía, como todo lo que pensaba.
Nunca se enfadaba. No iba a empezar a hacerlo ahora.
Y se entregó y aceptó la entrega del Dragón, le besó y fue besado, le abrazó y fue abrazado, le acarició y fue acariciado... el Dragón, con los ojos vendados, la boca abierta, sudoroso, jadeante, recibió los embates del Maestro de Jamiel y su dulce violencia dentro de sí mismo porque así había sido acordado por ambos. Su Inocencia, la niñita diosa que le había acompañado reía feliz mientras contemplaba la entrega de Shiryû, sus largas piernas abrazando la cintura de Mü. Si le había entregado ya su vida, ¿cómo no iba a hacerlo con su cuerpo?
Mü, de rodillas, con el pelo suelto como una gran cascada cayendo por su espalda, sujetaba las caderas del espigado Shiryû mientras se preocupaba de que el joven, que tanto ardor estaba poniendo en aquella su primera experiencia, no sintiera ningún tipo de dolor, solamente el placer que merecía recibir. Daba pequeñas embestidas, escuchando los jadeos del Dragón, y sintiéndose excitado a la par que feliz, a la par de agradecido...
A la par que acompañado.
Se separó del joven discípulo de Dohko y se colocó a su lado, acariciándole el rostro sudoroso, besándole la frente, las vendas de Endimión, la boca que sonreía, colocándole su flequillo indómito...
En su percepción sintió dolor.
Kiki estaba en la puerta.
Se acarició sus marcas faciales, y su rostro por primera vez se mostró preocupado. Shiryû también lo noto, y no pudo evitar preguntarle
—¿Algo va mal?
—Mi joven discípulo me ha visto contigo y he de ir a hablar con él.
Shiryû se sintió culpable.
Mü se giró, mientras sujetaba el cinturón a su cuerpo, listo para ir a hablar con Kiki.
—No, mi joven muchacho, no te sientas culpable. No creo que el amor y el deseo haya que ocultarlos detrás de puertas. Con lo que hay que ser cuidadoso es con la forma de entender ese amor y ese deseo, y por eso he de ir en su busca. Descansa.
Le oyó caminar, sin correr, pero tampoco lentamente. Su paso, firme y elegante, como las marcas faciales de su rostro, convertían a Mü en un ser excepcional, ya no solo por sus poderes o por su capacidad de regenerar armaduras, sino por la bondad de su corazón.
Shiryû supo que no le costaría amarle, que no le costaría entregarse a él nuevamente, aunque también sabía que sus caminos iban parejos, pero no juntos.
Sonrió al moverse y notar un pequeño dolor en sus recién amadas entrañas, el cuidado que había tenido el maestro de Jamiel había sido exquisito.
No le importaría repetir aquella experiencia mientras estuviera en su casa.
