7 — ESPERANZA

No fue la única vez aquella que Shiryû y Mü disfrutaron del cuerpo del otro. Mü le amó calmadamente, pausadamente, sin prisa y sin aspavientos. Tal y como era Mü. La personificación de la dulzura.

No dejó que Kiki desarrollara pensamientos de violencia contra el Dragón. Mientras terminaba de rematar las armaduras, le obligaba a que hiciera compañía al joven japonés, que le ayudara a curar sus heridas, que le conociera para así hacerse amigo de él.

Mü sabía que la batalla de las Doce Casas estaba a punto de comenzar, por las cosas que Shiryû le había ido contando, después de sus escarceos amorosos.

Athenea había vuelto a la Tierra, y el joven que compartía su lecho y calmaba su soledad lucharía por ella. Se enfrentaría al Patriarca, la personificación de la maldad, y trataría de expulsarlo del Santuario.

Qué ironía.

El joven amante de Mü, el que se entregaba sin reservas a la personificación de la diosa Templanza, acabaría con el bastardo que mató a su maestro Shion, su dulce y sabio maestro.

Aunque no tenía pruebas, les ayudaría, a Shiryû y a sus amigos, hasta que no le quedara un hálito de vida.

Mü volvía a tener pasión. Volvía a estar vivo.

Había dejado de sentirse solo.

Visitaría a Dohko, para darle las gracias. Y ahora volvería a tomar las armas, y a empuñarlas para que la Justicia triunfara.

Para que Athenea viviera.