Tatuaje nupcial.

Se sonrieron. Definitivamente querían llevar algo del otro grabado en sus pieles. Así que dentro del estudio de tatuajes cada uno estaba sentado en su respectiva mesa. Liam con una sonrisa traviesa y ojos entrecerrados, dándole un aspecto seductor. Sherlock por su parte, observaba a Liam como si tuviera sed y con algo de molestia también.

¿La razón?

Liam se encontraba sin pantalones y con la pierna del bóxer remangada, su tatuaje sería en su muslo. En cambio, Sherly que estaba frente a él, tenía solo la muñeca descubierta.

El hijo de la luna suspiró.

No quería que nadie más que él viera a Liam, pero en ese momento era una inevitable excepción. Si iban a tatuarse, el artista necesitaba verlo. No obstante, su mente se distraía a sí misma con lo que le preocupaba que otros hicieran: con su mirada siendo robada por la piel lechosa en el muslo de su pareja. Como siempre, se sentía derrotado a la seducción de ese hombre, no obstante, estaban en público. Debía contenerse. Y aceptar el hecho de que Liam siempre sería una persona que atraería miradas y, por lo tanto, debía acostumbrarse a ello. Él ya tenía su corazón, eso era más que suficiente y no había razón para competir cuando él ya había ganado.

El dolor en su muñeca le hizo remembrar por qué estaban ahí en ese momento. Habían acordado que harían un diseño para que el otro se lo tatuara. Cada uno había elegido la zona en la que quería el tatuaje, ya de ahí, el otro debía adaptar su idea al tamaño adecuado. Por supuesto, no podrían ver el resultado hasta que estuviera grabado en sus pieles. Ese había sido un trato que habían hecho. Un voto de confianza. Casi una ceremonia matrimonial.

El rostro de Liam ocasionalmente se deformaba con muecas de dolor. El tatuaje que el moreno había elegido era más grande y laborioso. Sentía un dolor y comezón fuertes en aquella área tan sensible. Pero no podía voltear a ver. Debía confiar en Sherly y sostenerle la mirada.

Ocasionalmente soltaba suspiros a modo de contención y mantenía la sonrisa dolorida en su rostro. Esperando así tolerar todo el proceso de las agujas entrando saliendo de su piel, desgarrando y entintando todo a su paso, provocando un delirio martirizante y a su vez placentero. Había leído sobre eso antes, al tatuarse, el cerebro liberaba endorfinas, que resultaba en una sensación de placer, que servía para mediar con el dolor.

Del otro lado, Sherlock veía cada mínimo cambio en la expresión de su pareja, una parte de su cerebro se desviaba a otro tipo de situaciones en las que la expresión era homologa, intercalándose entre el dolor y el placer. Y, la otra parte, se sentía culpable de elegir un diseño tan grande que lo lastimaba. No obstante, no había podido evitarlo. Era su sentir, era su marca, era él en la piel de Liam.

En cambio, para él mismo, en comparación, sí, sentía dolor, y sí, la zona resultaba sensible, pero terminó bastante pronto. Liam había elegido para él, un diseño minimalista que cuando pudo verlo completo, le hizo latir con fuerza el corazón.

Era la secuencia de Fibonacci con unos detalles que daban la sensación de ver una escalera igualmente minimalista. Esa elección, arrancó una sonrisa en el rostro de Sherlock, quien tenía deseos de solo ir a devorar sus labios. Había sido un símbolo de cómo se conocieron en una escalera de caracol, donde él lo abordó y detuvo su andar al percibir la enigmática presencia solar y su gusto por la proporción áurea. Un recuerdo tan dulce como la miel que ahora se grababa en la piel solar.

Del otro lado, Liam seguía en su mesa, ocasionalmente mordiéndose el labio y observando a Sherlock, buscando confort en su mirada. El mar estelar en los ojos del lunariano le tranquilizaron lo suficiente para soportar de inicio a fin el largo proceso de agujas y tinta en el lienzo que era su pierna.

Al terminar, sus respectivos tatuadores les colocaron una especie de vendaje temporal en la zona, les dieron indicaciones de comprar una crema y les explicaron el modo para limpiar la zona los días de curación, así como los cuidados posteriores a la cicatrización.

El hijo del sol estaba impresionado por el diseño que el hijo de la luna había elegido para él. Era una formula química esqueletal de la dopamina, serotonina y oxitocina, la formula química del amor. Tenía unos agregados en tonos ambarinos como acuarela, para que simulara un panal con miel y algunas abejas que le adornaran. Era un tatuaje impresionante, delicado y sumamente detallado.

Fue tal el gozo, que con una sonrisa le transmitió el deseo de estar con él de manera más cercana. Pero, Liam sabía que debía esperar si quería agradecerle adecuadamente al hijo de la luna por el diseño que había hecho para él. De repente, lo vio ponerse de pie, alejarse y dejarlo sentado. No le fue difícil deducir que había ido a pagar a los tatuadores para permitirle descansar un poco. Mientras le cobraban a Sherlock, este último ocasionalmente le devolvía la mirada de deseo. Ya tenía una idea de qué harían más tarde esa noche.

Liam, mientras tanto, tuvo que vestirse y por supuesto, batalló para ponerse de vuelta los pantalones. La zona en su muslo estaba hinchada y adolorida. Aunque el pantalón no era ajustado, el simple rose de la tela con aquel vendaje, le hacía sentir un fuerte dolor al contacto. El área estaba muy lastimada y llena de sangre.

Al verlo, Sherlock sugirió de inmediato pasar por algo para cenar en casa. Fue por el auto para aparcarlo afuera del local y que así, Liam no tuviera que caminar tanto. Cuando finalmente instaló a su pareja en el vehículo, se dirigió a una farmacia, llegó por comida rápida y volvieron a su departamento.

Apenas cruzar el umbral y cerrar la puerta, Liam se liberó de sus pantalones de inmediato, igual que Sherlock de su camisa. Se sentaron uno frente al otro en la cama y se aplicaron mutuamente la crema que los tatuadores les habían indicado. Se observaron algunos minutos y luego, Liam se atrevió a hablar:

— Me gustó el diseño. Me hace pensar que mi piel toca la tuya.

Comentó tocando en los alrededores de su muslo.

— Me gusta tenerte en mi piel — coincidió Sherlock, imitando la acción, tocando en las cercanías de su muñeca.

Sin evitarlo, el hijo de la luna se acercó a Liam a robar sus labios y comenzó a recostarlo en la cama. No podrían hacer mucho, para no lastimarse, pero podrían seguir intercambiando besos en celebración a lo que acababan de hacer.

Esa había sido su promesa. Su voto de confianza. Su ceremonia nupcial.