05/11/2022: Inspirado en distintas versiones pero hay detalles propios. ¡Disfruten la lectura!
Se puede apreciar las formas de los copos de nieve en su blanca piel. La mancha de sangre que tiene por labios es capaz de disfrazarse en una sonrisa afable. Sus ojos negros como pozos de agua sin fondo brillan con los rayos de sol así como su cabello del color de los cuervos. Todo gesto refleja su minuciosidad, si miras con atención.
Todo en ella es correcto, algo de lo que te percataste en los primeros minutos que, escondida entre los árboles, cantando una plana melodía, te sobresaltaste al vislumbrarla desmayada en un claro y rodeada de al menos cinco animales. Su vestido blanco con bordados amarillos destacaba contra la superficie verde claro y también por su persistente impecabilidad entre tanta mezcla de olores y convivencia de desaseo.
Te llaman Rosa, fuiste criada por tus tres amorosas tías y no conocés nada más que el bosque cercano a tu cabaña. Allí solés ir a recoger bayas, en tu hogar peinás tu cabello, ayudás a tus tías con los quehaceres y tu voz melodiosa nunca se ausenta.
Es cuando cumplís quince años que ambas se conocen en el bosque.
Hay una diferencia clara, además de que tu cabello sea largo, dorado y ondulado y el de ella corto, casi cortísimo, y ébano, recto, casi puntiagudo. Ella ve, escucha y agranda sus ojos ante vos, que tratás de fingir seriedad y agudeza para que piense que la mirás para comprenderla y no por descarada curiosidad. Su rostro y ademanes aniñados parecerían perfectos si no fuera porque tiene tu misma edad, así que le preguntás por qué junta sus manos tan nerviosamente, por qué mira cada árbol como si nunca hubiera vislumbrado uno…
Por qué te mira, curiosa como lo estás por ella.
—Es m-mi madre. E-ella me está buscando.
—Estoy segura de que no la querrás preocupar —Asentiste sin sonreír pero sentiste que lo hacías.
Y ella también debió sentirlo, porque sus rasgos se relajaron perceptiblemente.
Aunque una tensión se sumó.
—Deja que te ayude a encontrarla.
Y bastante se hizo notar.
—No puedo —negó bruscamente con la cabeza y vos solo pudiste confundirte, más aun cuando dijo que ella había ordenado su muerte.
—Hey, calmate.
Extendés tus brazos y ella se deja envolver en ellos, temblando levemente. Mirás encima de su hombro mientras tratás de consolarla.
—Quizá estás exagerando y solo quiere castigarte —especulás—: ¿Qué hiciste?
—No lo sé.
—Te voy a llevar a mi hogar, ¿bien? Estoy seguro de que mis tías podrán hacer algo. Soy Rosa.
—Blancanieves —pronunció trabadamente.
Despierto, abro mis ojos y recuerdo.
El horror me pesa y la indecisión también.
Ella se me acerca y yo no sé qué hacer.
Sus ojos violáceos son curiosos. Se impone aunque no lo quiera, como si me preguntara qué estoy haciendo en estos lares… en sus lares.
Se destaca la brillantez dorada de la melena que sobresale de su mantón púrpura. Y sus labios, rosados… normales tan solo, por alguna razón me hacen alusión a las rosas del jardín de mi castillo.
Cuando me abre los brazos, yo doy pasos, aturdida… Luego siento un extraño pinchazo que ignoro ante su extraño consuelo.
—¿Qué hiciste? —Su tono está suavizado. Yo me hundo más en su pecho.
—No lo sé —respondo de inmediato, cerrando los ojos ante memorias tristes y ahora abrumadoras.
En un silencio llenado por la mutua compañía y las pisadas esperadas, Rosa me conduce hasta su hogar. El ya sombrío bosque hace que me pregunte cuánto tiempo estuve inconsciente y si siquiera algo dejaba entrar a los rayos de sol.
En un punto evito mirar mi entorno y me permito enfocarme en la presencia de esta muchacha de grácil apariencia. Se la ve decidida y bien parada sobre sus pies, por lo que no puedo evitar cuestionar su edad.
—Cumplí quince al comienzo de la primavera.
Sonrío, solo porque la mención de la estación me trae recuerdos del invierno, los que decido compartir.
—Mi madre sabe que nací en otoño.
La atención de Rosa se ve superficial, educada mínimamente. No obstante, me la redirige casi en su totalidad cuando continúo hablando.
Y es que se podría decir que esta vendría a ser nuestra primera charla larga. O eso supongo al ver que su curiosidad parece bordear la fascinación, agarrándose de cada palabra que digo.
—Pero me acuerdo que en invierno, cuando el mundo apenas se asoma, las enfermedades abundan y yo me muevo como si fuera parte de él, me acuerdo que mi madre llamaba mi nombre —profiero con pena.
»Juntas nos reuniríamos en donde rosas muertas se paraban y ella me ordenaría que tocara una de las espinas junto con ella. Ambas dejaríamos caer tres gotas de nuestra sangre, nos daríamos media vuelta en dirección al palacio y yo voltearía a ver al jardín de rosas, donde una extrañamente brillaría en rojo entre las marchitas que la rodeaban.
»Y tenés esa pinta, Rosa, ¿lo sabías?
Ella solo me mira, con el rostro congelado en contemplación y los ojos penetrantes y luego redondeados en cierta contrariedad.
—Creo que sos ese tipo de persona impredecible. Delicada como una rosa, vos… ¡hasta tus labios avergüenzan a la rosa roja!
Su risa es una melodía desvaneciente que, sonríese yo, es como tocar el triángulo.
Era curioso conocer a alguien que no fueran tus tías. De tus pocos libros solo podías guiarte. Y esto no es nada parecido. Blancanieves incluso te dio el privilegio de enterarte de algo fuera de tu pequeño, pequeño mundo.
Entonces, realmente existe la realeza como tal —la casual mención de un "palacio" no pasó desapercibida—. Suponés que la de ébanos cabellos es la princesa en apuros y su madre la figura malvada que la perturba en estos silencios, donde ambas se dirigen a tu hogar, pensativas.
—¿Qué solés hacer en un día normal?
El intento de Blancanieves de romper el hielo solo sirve para sacarte suspiros. Pues no hay un día en el que tu pequeña salida por los alrededores no te conduzca hacia ese significativo claro en el bosque. Allí te sentás en una rama, no sin antes comprobar su firmeza, y contemplás el bien alzado castillo en el centro de un paisaje brillante al que solo visitás en tus sueños.
Tus tías no te permitirían aventurarte más allá de la seguridad del bosque.
—Ejem… —El tímido carraspeo de la única otra muchacha te saca de tus ensoñaciones, haciendo que bajes levemente tu cabeza, apenada; pero te fijes en la forma de sus labios, hacia abajo en vergüenza y pequeños como un pétalo rojo carmesí.
—Tan solo ayudo a mis tías en nuestra cabaña —soltás, casi sin temor a fijarte una vez más en su apariencia mientras distraídamente le hablás—: Criamos un par de gallinas, cocinamos, tenemos una pequeña huerta… Lo único aventurero que hago son los paseos: conozco como la palma de mi mano este bosque, al menos.
—Eso es increíble —Sus palabras te desconciertan—: no solo no debés tener temor a perderte, sino que tenés una vida tranquila, si lo digo yo misma. ¿Hay muchos animales peligrosos?
—No en realidad —Te limitas a responder, ignorando su apreciación—: no me ha pasado nada en los quince años que me crié por aquí.
Pronto, ambas llegan a su punto de destino. Blancanieves con un rígido andar y vos con una leve tensión en tu mandíbula.
La escena de Primavera jadeando en su trote hacia las mismas gallinas que encerraste solo antes de marcharte en tu búsqueda de bayas que no recogiste, rompe con esa inquietud presente.
—¡Tía! —La llamás, sin hacer ningún esfuerzo para socorrerla mientras, en el proceso sobresaltándote, tu compañera sí lo hace. Se acerca a un paso tranquilo y tararea una tierna melodía.
Mirás, incapaz de apartar la mirada, incapaz de ver a tus otras dos tías llegar y sostener a Primavera.
Las gallinas se detienen tan de repente… Blancanieves se arrodilla y se inclina sobre ellas, con una mano apartando cabellos de su rostro y con la otra acariciando las plumas de una, como tranquilizándola…
—Es muy peligroso allá afuera, queridas.
La figura de una de Fauna aparece en tu memoria, diciéndote algo parecido. Aunque ni eso te distrae de lo que ahora sucede.
—No entiendo por que querrían dejar su hogar. Porque Rosa y su familia les dan un buen cobijo. ¿Verdad que son gentiles? —Inocente, te sonríe así como a Flora y Fauna que ayudan a Primavera a permanecer parada. Y asentís. Incluso cuando matan a la más vieja para comer, acaban rápido con su sufrimiento. Aunque lo hacés vos, porque ni siquiera Flora, la más sensata de tus días, puede ser suave en su firmeza.
Aún un poco aturdida, guías a Blancanieves al gallinero y la ayudás a encerrarlas. Ella se detiene a examinar las delicadas caídas de pétalos de flores antes de que juntas entren a la cabaña y finalmente traten de explicar lo que acababa de pasar.
