Legolas sintió la hierba bajo sus pies a pesar de llevar las botas
calzadas. Dejó que el aire húmedo llegara desde la cascada a su rostro y le
enredara el pelo y fueron tantas las ganas de gritar que sintió al poder de
nuevo pisar tierra de Rivendel que para contenerlas tuvo que sonreír de
oreja a oreja, dibujando alegría desde cada uno de sus poros.
Y allí estaban: en el jardín de la Casa de Elrond y a lo lejos se les podía ver por fin, estaban todos. Como habían cambiado, cómo habían crecido y que ganas tenía de abrazarles a todos de nuevo.
Legolas no pudo contenerse ni un segundo más y salió corriendo hacia aquellos que tanto había añorado. No se detuvo, sabía que iba a chocar con ellos y eso era lo que quería. Se abalanzó sobre los gemelos con las sonrisa más contenta que podía esbozar, abrazándolos y cayendo los tres al suelo, riendo.
-¡Cuánto os he echado de menos a todos!
Los hermanos reían en la hierba, debajo de él y uno de ellos habló: -¡Nosotros también a ti!
-¡Mucho!- dijo el otro, también riendo.
Legolas se sintió confuso durante un segundo, eran los dos tan iguales, no los recordaba tan iguales de la última vez que los vio, no hubiera sido capaz de decir quien era Elladan y quien Elrohir.
Miró a su alrededor aún en el suelo y descubrió unos ojos grises que le miraban con severidad profunda. Que tonto había sido, cómo podía haber echo aquello delante de Elrond, el señor de Rivendel...
-Bienvenido Legolas.
Se levantó inmediatamente del suelo y ayudó a levantarse a Elladan y Elrohir, aún si no sabia cual era cual y les sacudió el polvo de los trajes con esmero, intentando remediar la imagen que había dado ya de adolescente rebelde.
-Buenos días Señor Elrond...
Thranduil llegó corriendo con paquetes y bolsas de equipaje en los brazos, que parecían pesar mucho: -¡Legolas!- gritó nada más tenerle cerca: -¡¿Dónde te crees que estás?! ¡¿En un parque de atracciones?! ¡Esa no es forma alguna de saludar a nuestros anfitriones!
La mirada de Thranduil superaba ahora en severidad y rudeza a la de Elrond con creces, si eso podía ser posible.
-Per... perdón...- susurró Legolas cada vez más arrepentido.
-¡No hay perdón que valga! ¡Me parece haberte dicho bastante claro la manera en la que quería que te comportaras!
-Ada... yo...
-¡Ni ada ni nada!
Elrond se acercó despacio al sulfurado Thranduil y le puso una mano en el hombro: -Tranquilo.- dijo: -No pasa nada.
-¡Si que pasa Elrond! ¡Este chico es incorregible! ¡Si te digo el viaje me han dado...!
Elrond abrazó a Thranduil: -Me alegro de volver a verte.
El rostro del rey del Bosque Negro pareció cambiar de repente y entonces sonrió, pareciéndose cada vez más a su hijo: -Yo también, Elrond.
Legolas volvió a sonreír, como si la tormenta por fin hubiera pasado y notó una mano en su hombro.
-Aiya Legolas.
Sabía que no podía ser otro, aquella voz perennemente alegre no podía ser otra. Se giró rápidamente y los ojos intensamente azules de Glorfindel le sonrieron, brindándole su siempre presente brillo que portaba en ellos.
-¡Glorfindel!- Legolas le abrazó con fuerza. Que alegría volver a verles a todos. Mas abrazado a Glorfindel recordó algo: -Glorfindel...- Legolas se apartó un poco de él con cara preocupada.
-Dime.
-Es que...- Legolas había dejado de sonreír de nuevo: -Se... se me murieron los peces...
Glorfindel le miró extrañado: -¿Qué peces...?
-Los peces que me regalaste cuando era pequeño...
Glorfindel rió de aquella forma con la que sólo él sabía reír: -¿Todavía te acuerdas de los peces?
-Sí... lo siento... es que... ¡es que una niña tonta me los tiró al río!
Glorfindel continuó riendo: -¡No te preocupes! ¡Los peces viven muy poco!
-Creía que te iba a sentar mal...
-¡Que va!- Glorfindel revolvió el pelo de Legolas y le dio la mano, como se hace con los mayores, de aquella forma que tanto le gustó que optara para saludarle cuando era todavía pequeño. Fue con eso, hace tanto años, con lo que comenzó su amistad.
Una voz femenina habló también entre la alegría que se versaba en aquel prado: -¡Muy bonito que no me digas nada, eh, Legolas! ¿Ya no te acuerdas de mí?
Legolas miró rápidamente hacia donde provenía la voz y encontró lo que no se esperaba. Allí, una elfa, de ambarinos cabellos y ojos penetrantemente grises como los de su padre, sonreía mirándole irónicamente, casi, casi enfada de ser la última a la que Legolas había saludado.
Legolas no podía creérselo a primera vista y tampoco más tarde, no podía creer que aquella elfa tan crecida fuese aquella niña que había conocido hacía tanto tiempo y que siempre llevaba un oso de peluche en la mano.
-¿Arwen?
Arwen abrazó a su viejo amigo: -¡Cuánto tiempo sin verte!- dijo sonriendo.
Legolas balbuceó entre sus brazos: -E... estas muy guapa...
Arwen rió: -Gracias.- dijo dejando de abrazarle, notando también un leve rubor en las mejillas de Legolas. Acercó su mano a su barbilla y la sujetó con dos dedos sin dejar de sonreír: -¡Tú también estás muy guapo!
Fue cuando todos su hubieron saludado y abrazado varias veces cuando se dieron cuenta de la presencia de alguien más, de menor altura, tímida y miedosa, escondida detrás de su padre.
Thranduil miró detrás de sus ropas a su hija, dándola ánimos a acercarse a los demás mientras la presentaba: -Bueno, y esta es mi hija Lithlis. Lithlis saluda.- dijo.
Lithlis dudó, pero siguió agazapada tímidamente detrás de su padre, sin atreverse a dar un paso ni a decir una palabra.
Arwen fue la primera en acercarse y se agachó cerca de Lithlis para darle la mano: -Aiya.- le dijo con voz suave: -Soy Arwen.
Lithlis se alejó un poco de las ropas de su padre y le dio la mano a Arwen, viéndola tan hermosa y sonriente como la verdadera princesa que esperaba ser algún día: -Aiya...- dijo nerviosa.
-Ven.- Arwen tiró despacio de su mano para acercarla a los demás.
-Este es Elrohir.- y Arwen señaló a uno de sus hermanos, que lucía en la frente una tiara con un rubí, tras su oscuro pelo, recogido en la nuca con una coleta.
-¡Aiya Lithlis!- dijo este extendiéndole también la mano.
Lithlis se la estrechó cogiendo confianza: -Aiya Elrohir.
-Y este es Elladan.- Arwen señaló a su otro hermano y en su frente tenía un zafiro en su tiara.
-Aiya.- se apresuró la niña.
-¡Buenos días chatina!- dijo Elladan sonriéndola.
Arwen la acercó hacia su padre y Lithlis se escondió un poco tras las faldas del largo vestido de Arwen, asustada tras tan imponente mirada.
-Este es mi papá.- dijo Arwen riendo tras el comportamiento de Lithlis y se acercó al oído de la joven princesa del Bosque Negro: -Da miedo...- le dijo susurrando: -...pero en el fondo es muy bueno.
Lithlis salió un poco de detrás de Arwen, más confianzuda que antes e hizo una gran reverencia ante aquella alta figura que tanto respeto imponía: -Aiya Señor Elrond...
Elrond no cambió de postura ni dijo nada.
Lithlis levantó un poco la cabeza y miró aquellos ojos grises que la observaban serios, sintió que había hecho algo mal, punzada por aquella juiciosa mirada, pero Elrond la sonrió al fin, aún si su sonrisa no era tan visible como la de los demás, y Lithlis ya no sintió miedo.
-Y este es Glorfindel.- y Arwen la guió todavía de la mano frente a la última persona que quedaba.
Glorfindel se agachó hasta tener su cabeza a la altura de la cabeza de Lithlis y sonrió al verla como ninguno antes la había sonreído: aquella si que era una sonrisa cálida y amistosa, y sus ojos atrapaban prontamente a cualquiera. Lithlis no supo que decir.
Glorfindel acercó su mano a la de ella y la cogió con suavidad, la acercó hasta sus labios y con dulzura la besó en el dorso, como se hacía con las ya crecidas princesas: -Aiya, mi niña.
Lithlis sintió que se ponía colorada.
-No me la enamores, Glorfindel...-dijo riendo Thranduil: -Sólo faltaba que en el viaje de vuelta, a parte de pelear con su hermano, estuviera también todo el rato hablándome de ti...
Glorfindel volvió a sonreír, Lithlis sonrió con él y los demás les acompañaron, para después entrar a través de las grandes y doradas puertas a la Casa de Elrond.
CARMENCHU!!!
Y allí estaban: en el jardín de la Casa de Elrond y a lo lejos se les podía ver por fin, estaban todos. Como habían cambiado, cómo habían crecido y que ganas tenía de abrazarles a todos de nuevo.
Legolas no pudo contenerse ni un segundo más y salió corriendo hacia aquellos que tanto había añorado. No se detuvo, sabía que iba a chocar con ellos y eso era lo que quería. Se abalanzó sobre los gemelos con las sonrisa más contenta que podía esbozar, abrazándolos y cayendo los tres al suelo, riendo.
-¡Cuánto os he echado de menos a todos!
Los hermanos reían en la hierba, debajo de él y uno de ellos habló: -¡Nosotros también a ti!
-¡Mucho!- dijo el otro, también riendo.
Legolas se sintió confuso durante un segundo, eran los dos tan iguales, no los recordaba tan iguales de la última vez que los vio, no hubiera sido capaz de decir quien era Elladan y quien Elrohir.
Miró a su alrededor aún en el suelo y descubrió unos ojos grises que le miraban con severidad profunda. Que tonto había sido, cómo podía haber echo aquello delante de Elrond, el señor de Rivendel...
-Bienvenido Legolas.
Se levantó inmediatamente del suelo y ayudó a levantarse a Elladan y Elrohir, aún si no sabia cual era cual y les sacudió el polvo de los trajes con esmero, intentando remediar la imagen que había dado ya de adolescente rebelde.
-Buenos días Señor Elrond...
Thranduil llegó corriendo con paquetes y bolsas de equipaje en los brazos, que parecían pesar mucho: -¡Legolas!- gritó nada más tenerle cerca: -¡¿Dónde te crees que estás?! ¡¿En un parque de atracciones?! ¡Esa no es forma alguna de saludar a nuestros anfitriones!
La mirada de Thranduil superaba ahora en severidad y rudeza a la de Elrond con creces, si eso podía ser posible.
-Per... perdón...- susurró Legolas cada vez más arrepentido.
-¡No hay perdón que valga! ¡Me parece haberte dicho bastante claro la manera en la que quería que te comportaras!
-Ada... yo...
-¡Ni ada ni nada!
Elrond se acercó despacio al sulfurado Thranduil y le puso una mano en el hombro: -Tranquilo.- dijo: -No pasa nada.
-¡Si que pasa Elrond! ¡Este chico es incorregible! ¡Si te digo el viaje me han dado...!
Elrond abrazó a Thranduil: -Me alegro de volver a verte.
El rostro del rey del Bosque Negro pareció cambiar de repente y entonces sonrió, pareciéndose cada vez más a su hijo: -Yo también, Elrond.
Legolas volvió a sonreír, como si la tormenta por fin hubiera pasado y notó una mano en su hombro.
-Aiya Legolas.
Sabía que no podía ser otro, aquella voz perennemente alegre no podía ser otra. Se giró rápidamente y los ojos intensamente azules de Glorfindel le sonrieron, brindándole su siempre presente brillo que portaba en ellos.
-¡Glorfindel!- Legolas le abrazó con fuerza. Que alegría volver a verles a todos. Mas abrazado a Glorfindel recordó algo: -Glorfindel...- Legolas se apartó un poco de él con cara preocupada.
-Dime.
-Es que...- Legolas había dejado de sonreír de nuevo: -Se... se me murieron los peces...
Glorfindel le miró extrañado: -¿Qué peces...?
-Los peces que me regalaste cuando era pequeño...
Glorfindel rió de aquella forma con la que sólo él sabía reír: -¿Todavía te acuerdas de los peces?
-Sí... lo siento... es que... ¡es que una niña tonta me los tiró al río!
Glorfindel continuó riendo: -¡No te preocupes! ¡Los peces viven muy poco!
-Creía que te iba a sentar mal...
-¡Que va!- Glorfindel revolvió el pelo de Legolas y le dio la mano, como se hace con los mayores, de aquella forma que tanto le gustó que optara para saludarle cuando era todavía pequeño. Fue con eso, hace tanto años, con lo que comenzó su amistad.
Una voz femenina habló también entre la alegría que se versaba en aquel prado: -¡Muy bonito que no me digas nada, eh, Legolas! ¿Ya no te acuerdas de mí?
Legolas miró rápidamente hacia donde provenía la voz y encontró lo que no se esperaba. Allí, una elfa, de ambarinos cabellos y ojos penetrantemente grises como los de su padre, sonreía mirándole irónicamente, casi, casi enfada de ser la última a la que Legolas había saludado.
Legolas no podía creérselo a primera vista y tampoco más tarde, no podía creer que aquella elfa tan crecida fuese aquella niña que había conocido hacía tanto tiempo y que siempre llevaba un oso de peluche en la mano.
-¿Arwen?
Arwen abrazó a su viejo amigo: -¡Cuánto tiempo sin verte!- dijo sonriendo.
Legolas balbuceó entre sus brazos: -E... estas muy guapa...
Arwen rió: -Gracias.- dijo dejando de abrazarle, notando también un leve rubor en las mejillas de Legolas. Acercó su mano a su barbilla y la sujetó con dos dedos sin dejar de sonreír: -¡Tú también estás muy guapo!
Fue cuando todos su hubieron saludado y abrazado varias veces cuando se dieron cuenta de la presencia de alguien más, de menor altura, tímida y miedosa, escondida detrás de su padre.
Thranduil miró detrás de sus ropas a su hija, dándola ánimos a acercarse a los demás mientras la presentaba: -Bueno, y esta es mi hija Lithlis. Lithlis saluda.- dijo.
Lithlis dudó, pero siguió agazapada tímidamente detrás de su padre, sin atreverse a dar un paso ni a decir una palabra.
Arwen fue la primera en acercarse y se agachó cerca de Lithlis para darle la mano: -Aiya.- le dijo con voz suave: -Soy Arwen.
Lithlis se alejó un poco de las ropas de su padre y le dio la mano a Arwen, viéndola tan hermosa y sonriente como la verdadera princesa que esperaba ser algún día: -Aiya...- dijo nerviosa.
-Ven.- Arwen tiró despacio de su mano para acercarla a los demás.
-Este es Elrohir.- y Arwen señaló a uno de sus hermanos, que lucía en la frente una tiara con un rubí, tras su oscuro pelo, recogido en la nuca con una coleta.
-¡Aiya Lithlis!- dijo este extendiéndole también la mano.
Lithlis se la estrechó cogiendo confianza: -Aiya Elrohir.
-Y este es Elladan.- Arwen señaló a su otro hermano y en su frente tenía un zafiro en su tiara.
-Aiya.- se apresuró la niña.
-¡Buenos días chatina!- dijo Elladan sonriéndola.
Arwen la acercó hacia su padre y Lithlis se escondió un poco tras las faldas del largo vestido de Arwen, asustada tras tan imponente mirada.
-Este es mi papá.- dijo Arwen riendo tras el comportamiento de Lithlis y se acercó al oído de la joven princesa del Bosque Negro: -Da miedo...- le dijo susurrando: -...pero en el fondo es muy bueno.
Lithlis salió un poco de detrás de Arwen, más confianzuda que antes e hizo una gran reverencia ante aquella alta figura que tanto respeto imponía: -Aiya Señor Elrond...
Elrond no cambió de postura ni dijo nada.
Lithlis levantó un poco la cabeza y miró aquellos ojos grises que la observaban serios, sintió que había hecho algo mal, punzada por aquella juiciosa mirada, pero Elrond la sonrió al fin, aún si su sonrisa no era tan visible como la de los demás, y Lithlis ya no sintió miedo.
-Y este es Glorfindel.- y Arwen la guió todavía de la mano frente a la última persona que quedaba.
Glorfindel se agachó hasta tener su cabeza a la altura de la cabeza de Lithlis y sonrió al verla como ninguno antes la había sonreído: aquella si que era una sonrisa cálida y amistosa, y sus ojos atrapaban prontamente a cualquiera. Lithlis no supo que decir.
Glorfindel acercó su mano a la de ella y la cogió con suavidad, la acercó hasta sus labios y con dulzura la besó en el dorso, como se hacía con las ya crecidas princesas: -Aiya, mi niña.
Lithlis sintió que se ponía colorada.
-No me la enamores, Glorfindel...-dijo riendo Thranduil: -Sólo faltaba que en el viaje de vuelta, a parte de pelear con su hermano, estuviera también todo el rato hablándome de ti...
Glorfindel volvió a sonreír, Lithlis sonrió con él y los demás les acompañaron, para después entrar a través de las grandes y doradas puertas a la Casa de Elrond.
CARMENCHU!!!
