¡Hola! Es mi primera vez publicando aquí, igual que es la primera historia que pienso podría ser divertida para la gente que se interese por leerla. La idea surgió de una conversación nostálgica e interesante.
Aclaro que nuestros protagonistas están a punto de cumplir 18 años, por lo que la trama será más seria respecto a la original, así mismo incluirá algunos personajes nuevos inventados por mí que contribuirán al desarrollo de los personajes.
Espero les guste, y cualquier comentario que tengan que me ayude a mejorar será bien recibido, igualmente consejos o algunas ideas que tengan.
Con un saludo, pasamos al capítulo.
Capítulo Uno
El cauce del río aumentó de la nada, quizá por arte de magia o algún efecto aleatorio de la naturaleza. Los científicos analizarían un efecto tan particular y le darían un nombre extraño, los naturalistas lo alabarían.
Sin embargo, la verdad se mantenía oculta.
Lo cierto es que parecía propulsada, como si en algún lugar de la montaña existiera una tubería a presión.
Si uno seguía el camino río arriba, terminaría descubriendo que son tres los agujeros de la montaña por los que el agua llega al exterior, tres orificios erosionados por el paso del tiempo, aunque con algunos bordes dentados que dan a pensar que hubo algo artificial en aquel lugar.
De uno de ellos, una pequeña roca salió, envuelta en el agua y formando parte del cauce, demasiado ligera para hundirse y demasiado pesada para flotar libremente.
El río desembocaba en el lago, a varios kilómetros de su origen, pasando por al menos dos ciudades pequeñas antes de llegar a su destino, en el centro de un parque rodeado de largos y altos edificios.
Siguiendo su rumbo, el pequeño y singular pedrusco se perdió entre las corrientes, buscando su destino.
Max Taylor se despertó cuando una almohada le golpeó la cabeza, internamente lo agradecía, hace dos días se quedó despierto hasta tarde para ver una película de terror, y le comenzaba a dar pesadillas.
—Despierta, llegaremos tarde a clase.
Rex observó como el castaño se rascó el trasero antes de comenzar a estirarse, el rubio negó con la cabeza y comenzó a caminar por el cuarto de Max.
—¿Hoy tenemos clase? —cuestionó Max, quitándose la camiseta del pijama para tomar la primera que viera.
—Nuestro horario dice que sí, a no ser que quieras hablar con el director y cambiarlo. —Rex abrió el cajón y sacó una camiseta para lanzársela a Max—. Cámbiate rápido, somos el primer grupo en sustentar el trabajo.
El castaño se puso la camiseta y ladeó la cabeza al escuchar a su mejor amigo, su cerebro hizo clic y dio un grito al cielo.
Se vistió a la velocidad de un rayo, tomó su mochila, a su mejor amigo y lo arrastró hacia la primera planta de la casa.
—¡Mamá, tenemos que irnos! —exclamó el castaño.
—Y pensar que tuve que despertarte con una almohada —comentó por lo bajo Rex, suspirando y dejándose arrastrar.
Aki alzó la mirada y mostró una cariñosa sonrisa, la madre de Max ya pasaba de los cuarenta años, pero no los aparentaba, tenía un cabello mucho más claro que el de su hijo, y unos bonitos ojos grises.
—Un momento. —La señora de la casa tomó dos bolsas de almuerzo y caminó hacia los adolescentes.
—Aquí tienes, Max. —Le entregó la primera a su hijo y estiró la segunda bolsa hacia el rubio—. Y esta es para ti, Rex, tu favorito.
Se inclinó levemente y le dejó besos en la mejilla a los dos, Rex había pasado tanto tiempo con ellos que ya lo consideraba un hijo más.
—¡Gracias, mamá!
—Muchas gracias, Señora Taylor. —Rex se sonrojó ligeramente y se dispuso a guardar su almuerzo en su mochila.
—Oh, esperen. —Aki volvió con rapidez a la cocina y tomó un plato con dos pequeños sándwiches—. No se vayan sin desayunar…
Para cuando salió de la cocina, Aki negó con la cabeza y se llevó una mano a la mejilla, observando con una sonrisa como los chicos ya no se encontraban allí.
—Estos jóvenes de ahora.
La hermosa mujer volvió a la cocina para seguir con sus quehaceres, tenía que alimentar a dos adolescentes y un adulto con un apetito de dinosaurio.
Mientras tanto, Max y Rex corrían hacia la escuela de forma desesperada, esquivando hombres, mujeres, niños, perros y semáforos. El rubio observaba con una mueca en su rostro a su mejor amigo, pues Max corría mientras le daba varios mordiscos a su hamburguesa.
—¡¿Qué haces?!
—Ay, pues comiendo —respondió Max mientras daba otro mordisco.
—¡Te vas a comer una mosca! —reprendió el rubio.
—Rex, ¿cómo crees que...? —Para diversión de Rex Owen, el castaño se atoró con una mosca y comenzó a toser como un loco.
—Te lo dije —sonrió con suficiencia el rubio.
El edificio de la escuela se localizaba en el barrio alto de la ciudad, por lo que todos sus aledaños se asentaban al pie de la montaña. Si uno sigue la calle contigua, llega al parque central, donde se sitúa el lago de la ciudad.
Los dos amigos visualizaron la puerta de su instituto, una reja altísima y estrecha, diseñada minuciosamente para que nadie pudiera entrar ni salir, exactamente igual que en una prisión.
Marcus se encontraba en el puesto de mando y cerraba la puerta de forma remota, era un alumno de último año, de un profundo cabello negro y corto, y el encargado del ingreso de los estudiantes.
—¡Marcus, detén la puerta! —gritó Max.
Marcus observó a los dos amigos corriendo con intenciones suicidas, por reglas de la institución, el pelinegro no podía detener la puerta para dejar pasar estudiantes que llegaban tarde.
Pero, podía hacer algo por ellos.
Sabiendo que los superiores lo observaban por las cámaras de la caseta, se inclinó con cuidado y dejó caer unas monedas de su bolsillo.
—Rayos, qué tonto —se recriminó a sí mismo de forma falsa, se agachó a recoger las monedas y soltó el botón que cerraba la puerta, dejándola abierta el tiempo suficiente para que Max y Rex lograsen atravesarla sin peligro alguno.
Marcus tomó su dinero, levantó la cabeza y le guiñó el ojo a Max, cuando los dos chicos se perdieron en el interior del edificio, volvió a presionar el botón para cerrar la puerta y culminó con su trabajo.
—Tuvimos mucha suerte —suspiró Rex, totalmente cansado del largo maratón que corrieron sin descanso, y apoyándose en la pared del segundo piso.
—Deberíamos agradecer que a Marcus le caemos bien —Max se secó el sudor de la frente y caminó hacia el bebedero del pasillo, pisó el interruptor y acercó la boca, saciando su sed al mismo tiempo que aprovechaba para mojarse el cabello.
—¿Sabes qué más deberíamos agradecer? Que la profesora aún no llega —señaló el rubio, observando la puerta abierta de su salón de clases, las conversaciones se escuchaban con claridad y se notaba el claro desorden que provocaban sus compañeros.
—¡Qué genial, vamos! —Max agitó la cabeza como si fuera un perro y se dirigió hacia la puerta, nada más entrar, una carpeta voló y le pegó en la cabeza.
—Al parecer es el día de golpear a Max —comentó Rex, dejando a su amigo en el suelo mientras iba a sentarse a su lugar, el penúltimo al lado de la ventana.
Apenas se sentó, un escalofrío recorrió su columna, sintió siete miradas acechándolo entre las sombras, como si fuera una presa débil e indefensa.
El rubio llevó las manos a la bandeja que se encontraba debajo del pupitre, y lanzó una maldición silenciosa, chasqueó la lengua y lloró internamente.
"Uno, dos, tres… ¡Hay al menos diez cartas aquí abajo!" gritó mentalmente el rubio.
Aquello era una de las cosas que Rex odiaba de la escuela, todos los malditos días que llegaba para clases, encontraba cartas en su sitio. Todas las chicas que le escribían se dedicaban a adularlo y declarar sus sentimientos.
—¿Qué pasa Rex? ¿Otra vez te escribieron? —Max se había levantado del suelo y aprovechó para acercarse a molestar a su amigo, se lo estaba tomando como una venganza personal, y, a decir verdad, siempre era divertido molestarlo.
—Y eso que les dejé en claro que no me interesan —replicó el rubio, con un aura depresiva a su alrededor y golpeando la cabeza contra la mesa.
—Parece que tus chicas no lo entienden, ¿cierto, Rexie?
Rex frunció el ceño al escuchar el apodo, Max se tomó del estómago y se carcajeó en la cara de su amigo.
—Odio ese apodo, siempre es lo mismo, Rexie esto, Rexie lo otro. —El rubio se tomó del cabello y negó con la cabeza—. Es irritante.
—Sí, creo que tus chicas no se lo van a tomar bien —agregó Max de forma nerviosa, notando que las siete chicas más guapas de clase se acercaban a ellos dos con ganas de asesinarlos.
Max tomó la decisión más difícil e inteligente, huir.
—¿Escuchaste eso? Creo que fue Zoe, voy a ver. —Max salió corriendo en dirección a su asiento, dejando a Rex totalmente solo.
—Pero, si Zoe ni siquiera estudia aquí —musitó el rubio, tragando saliva y sonriendo de forma nerviosa al ver los ojos asesinos de las mujeres frente a él—. Ho-hola, chicas, ¿qué tal?
La primera del séquito se tronó los nudillos y lo miró con furia, su cabello pelirrojo ondeaba con violencia y se movía como si tuviera vida propia.
—Si esto es amor apache, ya no quiero nada —concluyó el rubio antes de que las chicas se lanzaran hacia él.
Zoe Drake cabeceaba debido a la tediosa clase de Geografía. Quizá en algún punto de su niñez deseó que algún dinosaurio se comiera a su maestra para no tener que asistir nunca más a esa clase.
—Zoe, no te duermas —susurró Anna, una compañera de la pelirrosa que se sentaba justo detrás de ella.
La menor de las Drake reaccionó al escucharla, y decidió prestar algo más de atención a clase, aunque su cabeza estaba en otro sitio.
Quizá en lo que haría aquella tarde junto a sus dos amigos.
—Zoe, ¿podrías entregarle esta carta a tu sexi amigo? —le susurró Jenna, su compañera de al lado.
—No sé si a Max le gusten tus cartas —respondió Zoe con una ceja enarcada y las manos en las mejillas.
—Cierto, tu pésimo sentido del gusto —se lamentó Jenna, echando su cabello negro hacia atrás—. Me refiero al rubio.
Obviamente Zoe sabía que hablaban de Rex, pero también sabía que su amigo iba a dar un grito al cielo si veía una carta de ese tipo fuera de la escuela.
Para alivio de la pelirrosa, la campana sonó y señaló el final de su periodo escolar, sonrió con emoción, guardó sus libros en la mochila, y se la echó al hombro.
—¡Adiós, nos vemos! —Zoe se despidió con la mano de forma rápida, esquivando a las chicas que la buscaban para hablar sobre su amigo el rubio.
La pelirrosa corrió por el pasillo y se sentó en el barandal de la escalera para bajar de forma rápida. Cruzó la puerta sin voltear a ver a nadie y se dirigió de inmediato a la salida de su instituto.
—¡Nos vemos, Collin! —se despidió Zoe del vigilante de la escuela, recibiendo un movimiento de sombrero en respuesta.
Una vez fuera del instituto se detuvo a respirar aire fresco, a diferencia de sus dos amigos, su escuela justamente se encontraba en el centro de la ciudad, por lo que le quedaba un buen tramo en bicicleta para llegar al punto de encuentro.
Zoe se dirigió a un pequeño lugar al lado de la puerta y se dispuso a retirar el seguro de la bicicleta. Una vez retirado, lo guardó en la mochila y se subió sobre la bici, acomodándose ligeramente la ropa para que no le incomodase.
Tomó su teléfono y abrió un chat grupal, envió un mensaje con rapidez y volvió a guardarlo. Ajustó el manubrio, probó los frenos y comenzó a avanzar hacia su destino.
—Al fin, creí que moriría. —Max puso las manos detrás de la cabeza y dio un largo silbido.
—Pues qué suerte, porque yo sí estuve a punto de morir —añadió Rex, con un parche en la nariz y el labio partido—. Había escuchado que las mujeres pueden ser violentas, pero eso estuvo a otro nivel.
—Vamos, Rex, no estuvo tan mal, al menos no te golpearon en tus partes bajas —recordó Max, viéndole el lado positivo a la golpiza que le propinaron a su amigo, si es que existe algún lado positivo en aquello—. Aunque gracias a tus golpes no tuvimos que sustentar nada, igual nos aprobó.
—A veces quisiera tener la cabeza tan vacía como tú —suspiró el rubio.
Ambos amigos pasaban por un pequeño camino de tierra detrás de su instituto, solitario y tranquilo. Arbustos, árboles y algunos animales pequeños eran los únicos seres vivos que podías encontrar en aquella zona.
—Deberíamos ir más rápido, Zoe dijo que salió hace veinte minutos —le recordó Rex a su amigo castaño—. Y nosotros debimos llegar hace cinco, pero te distrajiste con una lagartija.
—Te dije que la lagartija me había mirado feo —respondió Max, acelerando el paso.
Con un suspiro, Rex siguió a su mejor amigo a través de ramas y troncos caídos, llegando por fin a un pequeño claro en medio de la inmensa urbe.
—Al fin, creí que no iban a llegar. —Zoe se levantó de la zona de césped donde se encontraba sentada y se sacudió las ropas, sonriendo a ambos chicos.
—¡Zoe! —saludó el castaño acercándose y corriendo hacia su amiga para saludarla con un abrazo.
—Hola, Zoe. —Rex llegó con ellos convirtiendo el abrazo en uno grupal.
—Los extrañé, chicos —confesó la pelirrosa, dándoles un beso en la mejilla a cada uno—. Un momento, ¡¿a ti qué te pasó?!
Efectivamente, la cara de Rex se llevó toda la atención.
—Unas chicas locas casi lo matan —explicó Max, llevándose una mala mirada de parte del rubio.
—Las chicas del instituto son crueles —respondió con simpleza y sin querer ahondar más en el tema.
—Buena suerte que no acepté la carta de Jenna —dijo Zoe sin percatarse de la mueca del rubio.
—¿Qué cosa?
—¡Nada!
Luego de la presentación, el grupo de amigos se acercó a un punto especial del claro, donde el rio cruzaba para volver a ocultarse bajo tierra y llegar al lago. Era ancho, y soportaba al menos seis personas en cadena para cruzarlo de un lado a otro.
Las rocas del fondo sobresalían y creaban pozos perfectos para pasar el rato.
Los tres se quitaron los zapatos y se sentaron sobre el césped, observando el agua del río pasar.
—¿No se van a animar? —preguntó Max, que ya se había quitado la camiseta.
—No quiero averiguar si tengo más moretones en algún otro sitio —respondió Rex, sintiendo que era suficiente con los que ya le habían destrozado el rostro.
—Yo sí, para eso vine. —Levantó la mano Zoe de forma animada.
La pelirrosa se acercó a Max y tomándose el borde de la blusa, se la quitó sin problemas y con una gran confianza, quedando con una parte superior de traje de baño de color aguamarina y sin el pequeño moño en la parte de atrás, liberando su cabello corto hasta los hombros.
—¿De verdad no vienes? —La pregunta de Zoe hizo dudar al rubio.
—Será divertido, te puede hacer bien para relajar tus músculos —sugirió Max, haciendo un gesto con su brazo derecho para resaltar sus bíceps.
Zoe pasó un brazo por la cintura de Max y llevó la otra mano al músculo de su brazo, toqueteándolo de forma juguetona para intentar motivar al rubio.
—Son imposibles, está bien —cedió finalmente Rex.
Max y Zoe dieron un grito de alegría y levantaron los puños, esperaron a que Rex llegase junto a ellos y se quitase la camiseta.
—Ay, no manches —susurró el castaño al ver la espalda del rubio, Zoe iba a soltar un comentario sobre ello, pero Max le cubrió la boca con la mano.
—¿Pasa algo? —preguntó Rex con suma curiosidad.
—No, tra-tranquilo —respondió Max de forma nerviosa y rascándose la parte de atrás de la cabeza.
Rex le creyó, contra su voluntad, pero le creyó.
Como Max y Rex tenían un short y ropa interior de repuesto en sus mochilas, se metieron de inmediato, sintiendo el frío natural el agua y divirtiéndose. Por su parte, Zoe se desabrochó el cinturón y se quitó el pantalón, dejando a la vista su traje de baño de dos piezas.
—¿Por cierto, que tal me veo? —La pelirrosa dio una vuelta en su sitio e hizo pequeñas poses.
—¡Te queda genial! —halagó el castaño, aunque luego Rex lo tomó de los hombros y lo hundió un rato en el agua.
—Sí, te queda como en serie de televisión —secundó el rubio, sin darse cuenta de que Max lo tomó de los brazos y acabó por revertir la situación.
—¡Gracias, chicos! —exclamó la pelirrosa, lanzándose junto a sus amigos y tomándolos de la cabeza a los dos para hundirlos.
Los minutos de la tarde pasaron entre juegos de los tres, se persiguieron en el agua en un juego extremo de pilla pilla donde Max ganó. Luego, sacaron una pelota que llevó Zoe y se dedicaron a dar pases difíciles entre ellos, Rex ganó en aquel juego, al final, decidieron sacar la antigua cámara de fotos de Reese y tomar fotos de la tarde.
Fueron fotos de todo tipo, de los tres juntos, con Rex cargando a Zoe sobre sus hombros y Max saltando sobre ellos dos, una con Rex sumergido boca abajo mientras Max y Zoe se abrazaban, incluso la última fue con Rex ahogando a Max por el cuello mientras Zoe lo tomaba de la cintura y le sacaba la lengua a cámara.
—Debo admitirlo, deberíamos hacer esto más seguido —sugirió el rubio, sintiendo que el agua limpiaba su cicatriz del labio y aliviaba el golpe en su nariz.
Zoe estaba recostada sobre una roca y con medio cuerpo sumergido, disfrutando del momento, mientras tanto, Max buceaba y buscaba todo tipo de cosas entre las rocas.
"¿Qué es eso?" se preguntó mentalmente el castaño al ver varias rocas amontonadas en el fondo y obstruyendo lo que parecía ser un camino.
El castaño comenzó a retirarlas con cuidado, sacando una por una, lo que no esperaba era que al sacar todas, un agujero en el fondo absorbiera un poco de agua y aumentara la corriente.
Sin poder tener una reacción rápida, Max fue arrastrado hasta que su brazo estuvo dentro de aquel lugar, quedando atascado.
Lo primero que hizo fue agitarse, pero se calmó de inmediato al sentir con su mano una superficie lisa y seca, siguió palpando con cuidado hasta descubrir lo que parecía ser un asa de maletín.
"No puede ser posible"
Cuando Max la tomó sintió que el maletín bajo las rocas se abrió moviendo la tierra y liberando su brazo, además de dejarle observar lo que había en el interior.
"Son, dos cartas" pensó con incredulidad el castaño.
Max las tomó y sintió el tirón en su estómago, por lo que subió a la superficie para respirar.
—¡Chicos, no van a creer lo que me encontré!
Pero se quedó quieto al ver que Rex y Zoe lo buscaban con desesperación por el área.
Nada más escucharlo, ambos giraron a verlo, el rubio soltó un suspiro de alivio, y la pelirrosa se lanzó a abrazarlo.
—¡No vuelvas a asustarnos así! —le recriminó su amiga.
—Amigo, desapareciste por al menos cinco minutos, te estuvimos buscando —explicó el de la cara destruida.
—Lo siento, pero en serio, deben ver lo que acabo de encontrar —dijo el castaño con voz seria, extendiendo la mano que sostenía dos cartas, con un acabado metálico y destellos amarillos.
En el reverso, la imagen de unos truenos.
Y en la parte frontal de ambas, un Triceratops.
Los tres amigos estaban sentados en círculo, las dos cartas en medio de ellos y expresiones pensativas en sus rostros.
—Bien, a no ser que esto pertenezca a un nuevo juego de cartas, estoy perdido —dijo Rex, cruzándose de brazos y haciendo una ligera mueca con el labio.
Max volvió a tomar la carta del Triceratops para observarla con detenimiento, fijándose en los vívidos colores de la cresta y el cuerpo del dinosaurio.
—Puede que tu papá sepa algo —dijo Zoe, inclinándose un poco para tomar una toalla limpia de las que Max llevó en reemplazo de los libros de estudio.
—No lo creo, si existiera un juego de cartas ya me lo habría dicho, sabes que le encantan esas cosas —explicó el castaño, rascándose la cabeza con algo de hastío.
Y no mentía, Spike Taylor era todo un apasionado de lo relacionado con dinosaurios, ser paleontólogo tenía algo que ver.
Zoe se puso la toalla sobre los hombros para secarse, como los tres habían salido del agua apenas Max apareció, se encontraban muy mojados.
—No sé ustedes chicos, pero el viento se hace más fuerte y si seguimos así nos enfermaremos —razonó Zoe, levantándose y caminando hacia el lugar donde estaban las mochilas.
—Tiene razón, luego podríamos pensar en lo que son estas cartas, Max —secundó Rex, levantándose para ir por otra de las toallas, su favorita, la que tenía copos de nieve en el borde.
—¿Chicos, podrían darse la vuelta? —preguntó Zoe, tomando su recambio de ropa y guiñándole el ojo a ambos, Rex y Max asintieron de inmediato y sin ningún problema, se voltearon, el castaño volvió a inspeccionar la carta mientras el rubio se secaba y tomaba una camiseta nueva.
La de cabello rosa aprovechó el momento para quitarse la ropa y secarse con calma, no tenía temor alguno en que Rex o Max la mirasen a traición, habían pasado muchos momentos juntos y existía una gran confianza, lo máximo que podría pasar sería un momento vergonzoso.
Rex también decidió aprovechar el momento para apartarse un poco y terminar de cambiarse de ropa, aunque cuando se agachó para ponerse bien el nuevo short, sintió un ligero dolor en la espalda.
Zoe se ajustó los shorts y volvió a abrocharse el cinturón, se ató su corto cabello y guardó la ropa mojada en una bolsa especial que Reese hizo para ella.
Mientras tanto, Max se fijaba en el símbolo trasero de la carta, una idea bastante loca estaba pasando por su cabeza, pero justo en ese momento, sus oídos quedaron en la nada, no escuchaba nada que no fuera el cauce del río.
En específico, un objeto que viajaba por él, sus dedos se apretaron sobre la carta y chispas saltaron por todo su cuerpo.
—¡Qué demonios! —exclamó Rex, yendo hacia Zoe para tomarla y lanzarse al suelo, pues los rayos comenzaron a brotar en todas las direcciones.
Cuando el objeto que Max percibía chocó con una de las piedras cerca de su posición, el castaño estiró su brazo y con un rayo, lo atrajo directamente hacia él.
Lo siguiente que ocurrió, fue desconcertante.
Quizá fue de forma impulsiva, como una especie de instinto innato en su cerebro, el castaño deslizó la carta sobre la roca a una velocidad imperceptible.
—¡¿Max, qué haces?! —gritó el rubio, manteniendo bajo su cuerpo a Zoe para evitar el impacto de los rayos.
El castaño se contorsionó de forma extraña y apretó los dientes.
—¡No lo sé!
La carta se zafó del agarre que mantenía en ella y se dirigió hacia el campo, en el cielo, nubes de tormenta aparecieron de la nada y comenzaron a soltar rayos.
—¡¿Qué está pasando?! —preguntó Zoe al escuchar un trueno retumbar en el cielo de la ciudad.
La gente de las zonas colindantes, salieron a sus balcones y abrieron sus ventanas para observar con curiosidad lo que ocurría, no todos los días una tormenta aparecía de la nada y soltaba rayos en un punto específico.
Max observó fijamente como un rayo golpeó la carta y esta empezó a brillar, soltando potentes descargas mientras la electricidad se movía a su alrededor y se condensaba, formando una figura grande e imponente.
—No puede ser… —susurró el castaño, con los ojos bien abiertos y sin apenas energía para moverse.
La figura se terminó de formar y se solidificó, mostrando un imponente Triceratops que se irguió en sus patas traseras y rugió, despertando de un largo sueño de sesenta y cinco millones de años.
—Por favor, que esto sea un sueño —rogó Rex al observar la escena con sus propios ojos, Zoe se revolvió y saliendo del abrazo del rubio, también pudo ver la escena.
Lo primero que se le ocurrió fue gritar, pero la mano de Rex le impidió hacerlo, la joven de cabello rosa se notaba confundida, pero el rubio le señaló con la cabeza la escena, y se dedicaron a observarla en silencio.
El Triceratops veía a Max con curiosidad, el castaño, por otra parte, solo veía al ceratópsido, era como si su visión se hubiera reducido parcialmente y con un objetivo claro. Los rayos brotaban del cuerpo del dinosaurio y de Max, convergiendo entre ellos sin ningún problema.
Max avanzó con lentitud y ladeó la cabeza, como si fuera un espejo, el Triceratops imitó su movimiento y dio exactamente sus mismos pasos.
—¿Lo está imitando?
Aquella pregunta no llegó a ningún lado debido a los oídos sordos de Max y el notable nerviosismo de Rex con la escena.
El castaño dio dos pasos más para terminar de acercarse al dinosaurio, estiró lentamente la mano y el Triceratops acercó la cabeza, dejando que Max tocara su cuerno y lo acariciase con lentitud.
—Increíble —susurró el castaño, al mismo tiempo que hacía contacto visual con el inmenso reptil, Max se sentía embelesado, la electricidad que cubría el cuerpo de ambos comenzó a desaparecer lentamente.
En la mente del castaño, una oleada de recuerdos que no son suyos llegaban de forma estrepitosa, recuerdos de hace millones de años y que pertenecían al Triceratops que lo observaba fijamente.
Cuando los pequeños rayos desaparecieron en su totalidad, el dinosaurio volvió a convertirse en una carta, la electricidad sobrante volvió a los cielos para finalmente despejar las nubes y regresar a su estado anterior.
Max tomó la carta y la observó nuevamente, pero con un brillo distinto en los ojos.
—¡Max!
El castaño volvió a escuchar a sus amigos y giró la cabeza para mirarlos.
—¡¿Qué fue lo que pasó?! —preguntó Zoe, sintiéndose nerviosa por la profunda mirada en los ojos de su amigo.
—¡¿Eso fue un dinosaurio de verdad?! —Rex se acercó lentamente, sin creer del todo lo que acababa de ver, pero las marcas del césped no dejaban lugar a dudas.
—Creo que sí. —Max volvió a observar la imagen del dinosaurio en la carta y sonrió—. Zoe, ¿tu hermana sigue en su laboratorio?
Intentando calmarse, la única chica del grupo asintió.
—Tenemos que ir, ahora —sentenció Rex, entendiendo lo que Max quería hacer en ese momento, debido a que su padre, Spike, estaba fuera del país, la única persona en la que podían confiar era Reese Drake.
Reese podía dar por finalizado su largo día de trabajo, debido a que el Doctor Taylor se encontraba en China, su carga matutina se vio reducida. Además, le había dado más tiempo para trabajar en proyectos personales, aprovechó las últimas dos horas para seguir en ello y sonreír al finalizar la primera parte de su trabajo.
Sin embargo, también tuvo que analizar varias muestras fósiles que le enviaron, por lo que tenía la mente fresca. Casualidad del destino, cuando estaba por apagar todo, la puerta del laboratorio se abrió.
—¡Reese!
La rubia emitió un ligero suspiro al escuchar a su hermana, seguramente tendría que estar unos minutos más en el laboratorio. Dejó encendidos los ordenadores y caminó hacia la puerta.
—Zoe, qué te dije sobre venir cuando termino mi traba… —la rubia se interrumpió a sí misma al ver el estado del hijo de Spike Taylor, el castaño parecía un muñeco de trapo que Rex y Zoe ayudaban a caminar por primera vez—. ¡¿Qué fue lo que pasó?!
Se acercó de inmediato hacia ellos y tomó al castaño entre sus brazos, con una mano le sujetó el mentón con cuidado y le levantó la mirada, percatándose de que tenía los ojos cerrados y respiraba con demasiada lentitud.
—¡Se desmayó en el camino! —se exaltó Zoe, notoriamente preocupada por el estado de Max, al lado de ella, Rex llevaba la misma expresión plasmada en su rostro—. ¡Dinos que puedes hacer algo!
Reese observó al rubio, y afianzó el agarre de sus brazos en el castaño.
—Ayúdenme a llevarlo a la mesa —dijo la rubia.
Los tres llevaron a Max a una zona despejada del laboratorio y lo subieron a una mesa que normalmente se utilizaba para poner algún que otro fósil o dispositivo destruido.
—¿Podrían explicarme bien qué fue lo que ocurrió? —inquirió nuevamente Reese mientras apoyaba la cabeza en el pecho del castaño para escuchar sus latidos, sintiéndose mentalmente aliviada al ver que no era tan grave como pensó en un inicio.
—Verás, Reese. —Zoe se dispuso a contar la historia, pero se detuvo a la mitad al recordar que aquel día se saltó dos clases en la tarde para ir al claro—. Mejor que Rex te cuente.
Ambas mujeres desviaron la mirada al rubio, Rex se sintió presionado y negó con la cabeza al mismo tiempo que se deprimía.
—Está bien, todo comenzó cuando fui con Max al claro, pasamos unas horas divirtiéndonos en el río y luego lo perdimos de vista por al menos cinco minutos. —Rex clavó su mirada en el bolsillo derecho de su mejor amigo—. Cuando salió del agua, llevaba consigo dos cartas, parecían de un juego, así que nos dedicamos a hablar sobre ellas.
—¿Cartas dices? —Reese abrió un cajón y sacó un pequeño frasco con un líquido verde que apestaba, por lo que los adolescentes se taparon la nariz—. Continúa.
—Lo que pasó después, sé que parecerá difícil de creer, pero Zoe puede corroborar que digo la verdad.
Reese desvió la mirada hacia Zoe, los ojos de la rubia eran cubiertos por la iluminación de sus gafas, pero su hermana sabía el gesto que le estaba mandando.
—Zoe, tú y yo hablaremos luego —sentenció la hermana mayor, acercándose a Max y dándole una gota de aquel líquido—. Continúa, Rex.
El rubio decidió seguir hablando antes de que Zoe pudiera someterlo por el cuello y estrangularlo por irse de boca.
—Entonces, de la nada, rayos empezaron a salir de la carta y rodearon a Max, sacó una roca del río y deslizó la carta sobre ella —contó Rex, notando como las cejas de Reese se enarcaban, lo siguiente que tenía que decir era lo más surrealista—. Y apareció un dinosaurio.
—¿Un dinosaurio? —preguntó la mujer algo escéptica.
—Sí, un Triceratops para ser preciso. —Rex llevó una mano al bolsillo de Max, sacó las cartas y la roca, y las depositó con cuidado a un lado—. Lo hizo con esto.
La roca con símbolo de trueno estaba a una distancia prudencial de ambas cartas.
Reese las observó con cuidado, a simple vista parecían objetos muy normales, pero algo en su mente le decía que debía indagar más, quizá fue el bichito de la curiosidad en su sentido de científica lo que le hizo poner la piedra sobre el analizador.
Al iniciar el dispositivo, la rápida tecnología de Reese inició el escaneo y estaría listo en algunos segundos.
Y hablando de Max, en cuanto el líquido fue absorbido por su cuerpo, se despertó de golpe y con muchas ganas de vomitar, aparte del dolor de cabeza y la insensibilidad en las piernas, aunque eso solo duró unos segundos.
—Chicos, ¿qué me pasó? —preguntó el castaño sentándose en la mesa con ayuda de sus brazos.
—¡Max, despertaste!
Zoe se acercó a abrazarlo con efusividad, Rex también se unió al medio abrazo y le dio un ligero golpe en la cabeza.
—¡Ay, ¿y eso por qué?!
—Por hacer tonterías sin pensar en las consecuencias —le regañó el rubio, negando con la cabeza al ver como Max simplemente se rascaba detrás de la cabeza y reía.
—No puedes culparme por eso. —Max se llevó las manos a los bolsillos una vez que terminó el abrazo—. Oigan, ¿dónde está Gabu?
Ambos chicos ladearon la cabeza, confundidos, como si lo que hubieran escuchado fuera una ilusión auditiva producto de sustancias ilícitas que vendía el chico de la última fila de clase.
—¿Quién es Gabu? —preguntó Zoe, que se llevó un dedo al mentón para recordar si conocía a alguien con ese nombre.
—Max, ya estás delirando.
—Claro que no, chicos, Gabu es mi Triceratops. —Max Taylor sonrió al encontrar la carta de su amigo, se levantó de un salto de la mesa y tomó ambas cartas—. ¿Y la roca?
Reese observaba los resultados con consternación en el rostro, después de todo, la piedra databa de hace sesenta y cinco millones de años, igual que la extinción de los dinosaurios.
Y no solo eso, la roca en sí emitía una energía extraña y poderosa, en su interior deseaba que el Doctor Taylor estuviera allí, pues a pesar de lo excéntrico que podía llegar a ser, le iban más este tipo de cosas.
—Parece ser de la misma época que los dinosaurios. —Reese apagó la maquina y sacó la roca de allí, caminó hacia Max y se la puso en la mano derecha—. Y tiene una energía extraña, muéstrame que puedes hacer con ella.
—Hecho. —Max sonrió y relámpagos refulgieron en sus iris, tomó la carta y la deslizó nuevamente sobre la piedra.
—¡Espera, hazlo afuera! —exclamó Rex, pero era demasiado tarde.
Todos esperaban un espectáculo gigantesco, pero solo aparecieron rayos de apenas cinco centímetros, la carta se dirigió al suelo y envuelta en electricidad, tomó la forma de un Triceratops pequeñito y adorable.
—¡Gabu! —Max se acercó al pequeño y este saltó a sus brazos mientras movía la cola como si se tratase de un perro.
—¿Qué acaba de pasar? No es grande, ¿por qué no es grande? —Zoe miraba con curiosidad al pequeño Gabu, sus cuernitos y los colores vivos de sus escamas de réptil eran muy llamativos.
—Dinosaurio grande ahora es pequeño, esto parece una broma. —dijo Rex apoyando la mejilla en su mano y negando con la cabeza.
—No puedo creerlo, realmente es un dinosaurio. —Reese miró fijamente al pequeño Triceratops y se llevó una mano al mentón—. Y solo deslizó la carta.
Max acarició la cabeza de Gabu y luego volvió a fijarse en la roca, para ser específicos, en la perilla que esta parecía tener en la base, la giró un poco y Gabu volvió a su mano en forma de carta.
—Y funciona como un interruptor, podría ser…
Reese tenía una gran idea en su mente.
—Max, quisiera que me prestes la roca por algunas horas —pidió amablemente la mayor de las Drake.
—Claro, Reese, sin problema, pero antes… —Max deslizó nuevamente la carta para materializar a su pequeño Gabu—. Listo, aquí tienes.
Rex observó a Gabu e hizo un puchero.
—Yo también quisiera mi propio dinosaurio —mencionó el rubio.
—Estoy igual que tú, Rex —secundó Zoe, cruzándose de brazos.
—Tú y yo tenemos que hablar de algo, señorita. —Reese puso una mano sobre el hombro de su hermana y la apretó—. No puedes saltarte las clases extra para ir a nadar con tus novios.
Rex y Max se ruborizaron hasta las orejas, Zoe sintió que no ocurriría nada si a Gabu le dieran ganas de hacerse grande y comérsela allí mismo, aunque fuera herbívoro. La menor de las hermanas echaba humo por las orejas y se cubrió el rostro con las manos.
—N-no so-son…
—Como tú digas, Zoe. —Reese dejó tartamudeando a su hermana y caminó hacia el ordenador para empezar a trabajar en lo que tenía pensado, aunque por dentro, sonrió internamente—. Pero no escuché que ellos lo negasen.
"Eres brillante, Reese" se dijo a sí misma de forma alegre.
Rex iba a intentar decir alguna palabra, pero sintió que su teléfono vibraba entre sus bolsillos, lo sacó rápidamente y observó quien era.
—Vuelvo rápido, es mi padre. —Rex salió del laboratorio para responder la llamada, dejando a Max y Zoe en aquella zona específica del área de trabajo de Reese, que, por cierto, estaba cien por ciento concentrada en lo suyo.
Gabu jugaba con la mano de Max mientras Zoe los observaba.
—Gabu, no muerdas muy fuerte —le dijo Max al pequeño Triceratops mientras le acariciaba la frente.
Zoe observó de reojo como Reese se encontraba centrada en su trabajo, todavía tenía en su mente las palabras dichas hace nos minutos, dio una respiración profunda y tomó a Max del brazo.
—Zoe, ¿qué pasa? —preguntó el castaño, sonriéndole.
Zoe se acercó, primero lo hizo lento, luego decidió mandarlo todo al bote de basura lleno de dulces para perro que había en la oficina de su padre.
Tomó a Max de los hombros y lo arrinconó contra una de las mesas del laboratorio, el castaño se sorprendió y se puso nervioso ante tal cercanía de su amiga, su espalda baja chocó con el borde de la mesa y solo le quedó inclinarse hacia atrás.
—¿Qué ha-haces? —preguntó el castaño con la punta de la nariz algo roja, Zoe se había inclinado sobre él y tenían sus rostros cerca.
—Solo pensaba —susurró la pelirrosa, sonriendo de forma juguetona mientras aprisionaba las manos del castaño sobre la mesa—. De lo que ocurrió la última vez.
—Claro, la última vez —dijo el castaño, tragando saliva mientras sentía que sus orejas se ponían rojas—. Fue divertido, aún lamento la parte de la cena.
—Bueno, podríamos olvidar esa cena —sugirió Zoe, acercando un poco más su rostro—. Invítame a salir, de nuevo.
Los ojitos tiernos de Zoe hicieron latir más fuerte el corazón del castaño.
—No te adelantes a mis planes —susurró por lo bajo el castaño.
—O sea que, sí planeabas invitarme a salir —Zoe subió sus manos hasta llegar a los antebrazos de Max—. Eres todo un pillo, Max.
Max Taylor se estremeció y tomó las manos de Zoe.
—El sábado, a las cuatro, en el cine —dijo el castaño con voz más segura, provocando que ahora fuera la menor de las Drake la que se ruborizase.
—Ahí estaré —Zoe se acercó y le dejó un beso en la mejilla, Gabu se acercó a la chica y se frotó lentamente, le agradaba.
Max se atrevió un poco más y acercó levemente sus labios a los de Zoe, la pelirrosa se dejó llevar y también comenzó a cerrar la distancia.
—Chicos, ya volví, solo era mi… ¿Interrumpí algo?
Rex observaba con una gota de sudor la escena frente a sus ojos, Max abrazaba un aparato al azar como si fuera un peluche y Zoe estaba en el suelo, con una silla tumbada y Gabu lamiéndole la cara.
El rubio iba a soltar otro comentario, sin embargo, la tierra retumbó y una explosión se escuchó a lo lejos.
Un muro de fuego se acercaba por la Segunda Avenida.
La Segunda Avenida no era nada del otro mundo, la calle de dos vías era separada por setos y lindos árboles. En los alrededores, negocios y casas de juegos eran el principal atractivo de aquel lugar, la gente estaba acostumbrada a todo tipo de espectáculos.
Quizá por aquella razón, no cundió el pánico de inmediato.
En lo alto de la calle, un rodaje para una película se estaba llevando a cabo, la utilería, programas y todo lo necesario debió costar como una película de Michael Bay, por lo que existía un cordón policial, rejillas y todo lo necesario para evitar extras sin contratar.
Nadie sabe con exactitud en qué momento ocurrió, los ventiladores apuntaban hacia los actores para lograr el efecto deseado en el cabello de ambos, detrás, una pequeña cápsula cuadrada caía desde una grieta en la pared, abriéndose al impactar contra el suelo y dejando libres dos cartas.
Un Carnotauro de tonos azules en las escamas y cuernos amarillos, la parte posterior de su carta mostraba ligeros tornados juntándose entre ellos. El viento del poderoso ventilador llegó hasta ella, y brilló.
En un espectáculo inesperado, las nubes volvieron a aparecer sobre el cielo y generaron un tornado que impactó sobre la carta de dinosaurio, el viento tomó forma y se solidificó.
El Carnotauro se encontraba libre en las calles de la ciudad.
En una habitación oscura, una persona observaba con tranquilidad el mapa, habían pasado algunas horas desde que un punto rojo apareciese en el momento justo en el que su equipo estaba ocupado siendo carnada de dinosaurio.
Se llevó una mano en la frente en sentido de resignación, no podía perder un dinosaurio así, iba a castigar a los tres inútiles si no lograban capturar al siguiente que apareciera.
Para su sorpresa, el monitor volvió a encenderse, un punto rojo apareció en la misma zona del primer dinosaurio, era ahora o nunca.
—¡Trío de inútiles, traigan a ese dinosaurio! —ordenó con firmeza el peliazul, las tres personas que se encontraban a una distancia prudencial asintieron y salieron corriendo hacia el hangar.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Max algo nervioso al observar la columna de humo proveniente del centro de la ciudad.
Rex sacó su teléfono y tecleó con rapidez, buscando en la página de noticias de la ciudad, la recargó una y otra vez, hasta que en la parte superior de la misma, aparecieron dos palabras.
—Chicos, esto es en vivo —anunció Rex, enseñándoles su teléfono con la transmisión en directo iniciada, los tres observaron con asombro a un Tiranosaurio, el réptil caminaba por la calle y destruía edificios altos con facilidad.
—¡No puede ser, esto se ha vuelto Parque Jurásico! —chilló Zoe, cubriéndose los ojos ante la escena de la cola del Tiranosaurio golpeando edificios y destruyendo todo a su paso.
—No saldremos a la calle, ¿cierto? —preguntó Rex con una ceja alzada al ver la expresión de Max, pocas veces había visto a su amigo tan asustado—. Amigo, ¿ocurre algo?
—Si sigue caminando… —Max se tensó y apretó los dientes, sus ojos se movieron con desesperación—. Llegará a casa, mamá está allí.
La mirada de Rex también cayó.
Zoe siguió observando y se llevó las manos a la boca con horror al ver que el dinosaurio comenzó a correr.
—¡Maldita sea, mi mamá! —Max comenzó a correr para salir del laboratorio, Rex le dio su teléfono a Zoe.
—Mantente alerta.
El rubio salió corriendo tras su mejor amigo.
—¡Esperen, voy con ustedes! —exclamó Zoe, sin embargo, fue detenida por su hermana en el momento justo.
—¡No! Tienes que quedarte —Reese llegó y le puso una mano en el hombro—. Te necesito aquí, porque si las cosas sucederán como creo, alguien tiene que ir a entregarle algo a Max.
Zoe soltó un suspiro y bajó la cabeza, aceptando la explicación de su hermana. Reese le acarició el cabello y volvió a trabajar, en la pantalla de su ordenador, un diseño para un dispositivo se encontraba a mitad de desarrollo.
Max corría por la calle, Rex lo acompañaba al lado derecho, y a su izquierdo estaba Gabu, que resaltaba entre la gente mucho más de lo que ambos pensaron en un inicio.
"Nadie se creerá la historia de que es un perro" pensó Rex.
Mientras más se acercaban a la zona del desastre, las personas corrían en la dirección contraria, las pisadas sobre la tierra eran más notorias, el retumbar que estas causaban rompían cristales de los escaparates y tumbaba mesas, carritos de comida y algún que otro poste.
—Max, si cruzamos por la calle de la izquierda acortaremos camino —aconsejó Rex, esquivando un neumático rodante que iba en su dirección.
—Vamos por ella —aceptó el castaño y levantó a Gabu del suelo para evitar que las escaleras le dificultasen el moverse con facilidad.
Rex siguió a su amigo, pero tuvo que agacharse para esquivar un segundo neumático.
—¿De dónde salen tantos neumáticos? —inquirió irritado el rubio. Se dedicó a observar a su alrededor mientras avanzaba, y su mirada se fijó en un coche a varios metros, aplastado, sin ruedas—. Acaso…
Una patada mandó a volar el vehículo hacia una pared, levantando el asfalto en su camino.
Max no se había percatado de lo que presenciaba Rex, él seguía su camino hacia la siguiente calle para llegar lo más rápido posible a casa. Sin embargo, antes de que pudiera entrar, un Carnotauro se estrelló contra los edificios, provocando que grandes trozos de la construcción obstruyesen la calle.
El castaño retrocedió hasta toparse con la espalda de Rex.
—El camino está bloqueado —dijo el castaño.
—No quieres ver este —respondió el rubio con rapidez, observando al imponente Tiranosaurio acercarse a ellos—. Tiranosaurio a la vista.
—No te muevas, su visión se basa en el movimiento, eso creo que me lo dijo Papá.
—Max, eso lo viste en una película —se desesperó Rex, tragando saliva al sentir la respiración del dinosaurio sobre su cabello.
—Rex, si no salimos de esta, quiero decirte algo.
—Deja de decir idioteces, aunque, yo también quiero decirte algo.
—Podríamos decirlo a la vez —sugirió el castaño, abrazando más a Gabu.
—Mejor dilo primero. —Rex observó con los ojos bien abiertos y una expresión de terror los afilados dientes del lagarto tirano.
—Está bien, el año pasado, fui yo el que le dijo a Hina que le correspondías —confesó Max, bajando la cabeza.
—¿Qué? Amigo, luego de confesarse todo acabo muy mal, Hina lloró por dos semanas y se mudó —gruñó por lo bajo el rubio, sintiéndose ligeramente furioso, aunque incapaz de expresarlo para no ser comida de Tiranosaurio.
—Sí, aún quiero disculparme con ella —dijo por lo bajo el castaño.
Ambos aceptaron su destino, Rex observaba fijamente los ojos del dinosaurio, y Max veía como el Carnotauro empezaba a incorporarse lentamente.
Y en ese momento, el Tiranosaurio se fijó en el otro carnívoro y rugió, ignoró completamente a ambos chicos y corrió hacia el Carnotauro.
—No nos quiere a nosotros —suspiró aliviado Rex.
El dinosaurio más pequeño fue mandado a volar por el impacto del golpe y cayó sobre el asfalto, totalmente debilitado, su cuerpo se convirtió en viento y volvió a la carta.
—Rex, el Carnotauro se convirtió en una carta —informó el castaño a su mejor amigo, en ese momento, Gabu se inquietó entre sus brazos y lo mordió—. Auch.
El pequeño Triceratops corrió hacia la zona de desastre, el Tiranosaurio se percató de ello y lo siguió.
—¡Oh no, va por Gabu! —El castaño se estremeció y salió corriendo tras el dinosaurio.
—Y yo voy tras de ti. —Rex tomó a su amigo de la manga y lo detuvo en seco—. ¡No seas estúpido, Max!
—Rex, tengo un plan —el castaño tomó la mano que lo sostenía y se liberó de ella—. Si puedes distraerlo por mí, te lo agradeceré.
Rex refunfuñó para sí mismo.
—Para que me molesto en darle sentido común —espetó el rubio antes de buscar algo entre la basura del suelo que pudiera ayudarlo.
Max corrió hacia donde se encontraba Gabu, el pequeño movía la cola y sostenía la carta con la boca, el Tiranosaurio también se acercaba y le sacaba mucha ventaja.
—¡Gabu, por aquí! —exclamó el castaño.
El Tiranosaurio llegó y levantó la pata trasera para dar un fuerte pisotón, sin embargo, una bengala cayó en su ojo derecho y lo hizo gruñir de dolor.
—Toma eso, lagartija desarrollada —celebró Rex, acercándose a Max con una pistola de bengalas colgada de la cintura, aunque era más apariencia que otra cosa, solo tenía un disparo que ya usó.
—¡Gracias, Rex! —Ambos amigos chocaron puños—. ¿De dónde sacaste las bengalas?
—Te sorprendería ver la basura de los vecinos.
—A veces hurgo en ella —respondió algo perdido el castaño al recordar ciertas cosas—. Pero no es el momento, ¡Gabu, rápido, ven aquí!
Gabu aprovechó la distracción del carnívoro para correr hacia Max, entregándole la carta de dinosaurio.
—Gracias amigo. —Max observó la carta y con una sonrisa, se la extendió a Rex—. Es tuya.
El rubio se sorprendió por ello, alzó la mano y notó que le temblaba un poco, le había disparado una bengala al depredador más peligroso del cretácico, todavía sentía la adrenalina corriendo por su cuerpo.
—¿En serio? —preguntó Rex, algo nervioso y emocionado.
—Claro que sí, tómala. —Max le entregó la carta y el rubio la sujetó con fuerza—. Ahora, tenemos que irnos de aquí.
Un rugido llamó la atención de ambos, sintieron un escalofrío y voltearon lentamente.
—Tengo ganas de correr —susurró Rex, observando la mirada llena de furia del Tiranosaurio.
Gabu se puso frente a ellos y soltó pequeños rugidos para intentar defenderlos.
—¡¿Qué es lo que le hicieron a Terry?!
Aquella voz provino de la cima de uno de los edificios, donde una mujer con cabello verde y ojos de un tono avellana los observaba con cierta furia. Vestía con un traje rojizo con detalles negros, bastante pegado a su cuerpo y que resaltaba sus atributos, sobre este, llevaba una bufanda y chaqueta, ambas de tonos grises, junto a un cinturón y botas.
—¡¿Quién es usted?! —preguntó Max, alzando la voz.
—Niños maleducados, no se responde una pregunta con otra —respondió la mujer con una sonrisa siniestra en los labios—. ¡Terry, acábalos y tráeme esa carta!
El Tiranosaurio rugió, Gabu le respondió como pudo.
—¡Max, tenemos que irnos, ahora! —Rex volvió a tomarlo del brazo, pero el castaño se negó.
—Solo necesito la roca, con ella Gabu podrá hacer algo —explicó el castaño.
—La roca está en el laboratorio —recordó Rex.
Un timbre de bicicleta sonó tras ellos.
—¡Ya no lo está!
Zoe llegó con la bici a máxima velocidad y dio un freno digno de película de Vin Diesel.
—¡Max, atrapa! —Zoe tomó un dispositivo de su bolsillo y lo lanzó hacia el castaño, que a duras penas logró atraparlo.
Max observó con curiosidad el aparato, tenía un mango y una pantalla, en el centro, el mismo símbolo de la roca, lo curioso es que la línea del centro parecía ser un lector de cartas.
—Es un Dino Lector, ya sabes cómo funciona —explicó Zoe, dejando la Bici y yendo hacia ellos, observando fijamente al dinosaurio enemigo sin miedo alguno.
Max se desesperó al escuchar eso y oprimió todos los botones, uno de ellos funcionó y Gabu volvió a ser una carta.
—Vamos, amigo —dijo el castaño, tomando la carta entre sus dedos y pasándola con velocidad por el lector—. ¡DINO PASE!
Rayos brotaron de Max y el lector que sujetaba con fuerza, la electricidad los cubrió por completo y se dirigió al frente, materializando parte por parte el cuerpo de Gabu.
Los rayos se solidificaron, y un imponente Triceratops rugió al cielo de la ciudad.
El escenario donde se encontraban cambió, el cielo se tornó anaranjado y los edificios se notaban mucho más viejos, como si fueran construcciones rocosas.
—Un campo de batalla —susurró la mujer, que ahora se encontraba sobre una piedra gigante en lugar de un edificio—. Da igual, también tomaremos su carta, ¡Terry, ataca!
—No la dejaremos, ¡ve, Gabu!
El choque de cabezas de ambos fue un impacto digno de la era Mesozoica, Gabu aprovechaba sus cuernos para golpear en puntos sensibles del depredador, pero Terry aprovechó su fuerte mandíbula para tomarlo por la parte de atrás de su cresta y lanzarlo hacia un lado.
—¡Gabu, resiste! —Max observaba con cuidado—. ¡Embístelo por abajo!
El Triceratops hizo caso a lo que le dijo Max, se incorporó y se lanzó hacia el depredador, embistiéndolo directamente en el abdomen, evitando así los colmillos del Tiranosaurio.
—¡Terry, usa tu cola!
Terry se volteó y lanzó un coletazo directo a la cabeza de Gabu, haciéndolo retroceder.
—¡Tienes que acabar con esto, Max! —Rex apretó la carta que tenía en su mano, sin percatarse que algo de viento empezaba a rodear sus dedos y subir por su antebrazo—. ¡Usa la otra carta!
—La otra carta… —recordó el castaño, sacándola de su bolsillo—. No sé qué harás, pero allá vamos.
Max pasó la carta por el lector y este terminó por explotarle en la cara, dejándola llena de hollín.
—Ay, Reese te va a matar —comentó Zoe.
El efecto de la carta se activó, las nubes se arremolinaron sobre Gabu y le lanzaron un rayo, cargando al dinosaurio con electricidad, el Triceratops cargó hacia el Tiranosaurio e impactó de lleno con su cuerpo, creando una potente esfera eléctrica que lo mandó hacia la roca donde estaba la mujer rara, impactando y destruyendo buena parte de ella.
—¡Bien hecho! —felicitó Max.
Terry intentó levantarse, sin embargo, el golpe lo había dejado totalmente fuera de combate, su cuerpo se deshizo en llamas y volvió a convertirse en una carta.
—Eso fue una carta de movimiento —susurró la mujer con incredulidad, tomando la carta de Terry, el escenario volvió a cambiar y suspiró con resignación—. Esto no va a ir nada bien.
—Oigan, ¿quién es esa ancianita? —preguntó Zoe, observando a la mujer que sostenía la carta del Tiranosaurio entre sus dedos.
A la mujer, una vena del cuello le estaba palpitando con furia.
—¡¿A quién crees que le llamas ancianita?! —rugió de furia y de forma similar a su dinosaurio—. ¡Maldita mocosa! ¡Y ustedes, niños maleducados, volverán a saber de mí!
La mujer dio media vuelta y se fue, un auto pasó con rapidez, y desapareció.
—¡Lo logramos! —brincó de alegría el castaño, Gabu volvió a ser una carta y Max la guardó, porque el lector que le había hecho Reese se destruyó completamente.
—Mi hermana te va a matar por eso, y luego me matará a mi —se lamentó Zoe.
Rex estaba callado, sentía un cosquilleo en su mano y sus oídos se ensordecieron, percatándose en un objeto que se encontraba a cierta distancia.
El viento se arremolinó alrededor del rubio, una ligera tempestad se liberó a través de las calles, Rex estiró el brazo, y de unos escombros a varias calles, dos objetos viajaron a toda velocidad, los dos venían de direcciones diferentes.
—¡¿Esto fue lo que me pasó a mí?! —habló en voz alta el castaño, pues el viento se volvía cada vez más fuerte y tapaba sus oídos.
—¡Pero con rayos! —explicó la pelirrosa.
La roca y la segunda carta del Carnotauro cayó en sus manos, los ojos de Rex parecían envueltos en una tormenta interna.
—Genial, ahora solo falto yo —replicó Zoe, haciendo un puchero.
En el laboratorio, Reese terminaba un diseño completamente nuevo para el Dino Lector, en el fondo, había tenido la corazonada de que no duraría ni siquiera una hora en funcionamiento.
No hay que aclarar, que tuvo razón.
Y eso fue el primer capítulo, espero haya estado bien y les sacara alguna sonrisa.
Claramente iré subiendo más poco a poco, las ideas para esto no dejan de llegar, además, tengo en mente a muchos de nuestros amigos extintos para ir agregando a la trama.
Por cierto, y para mencionar el tema de las parejas en la historia, eso será algo más secundario que otra cosa, aunque también me gustaría conocer su opinión.
Me despido gentecita, nos vemos en el siguiente capítulo.
