A esas horas, las tripas de Harry rugían suplicando ser atendidas, y le hacían recordar las innumerables veces que los Dursley pasaban por alto darle de cenar. Con impaciencia y mucha hambre, claro, frotaba con ahínco una copa de plata de la sala de trofeos mientras llegaba a sus oídos el rumor de las conversaciones del pasillo, indicándole que estaban llegando los alumnos que habían podido ir a Hogsmeade ese fin de semana.
Era obvio que él no había podido, estaba castigado. McGonagall lo sorprendió sin prestar atención a las clases y no encontró nada mejor que dejarlo sin visita al pueblo cercano. Y ahora ahí estaba, limpiando los antiguos trofeos de miles de generaciones atrás y sin poder usar magia. Sí, definitivamente la situación le recordaba a los Dursley. Al menos, Filch lo había dejado solo para ir a inspeccionar a quienes llegaban de Hogsmeade y procurar que no trajesen consigo algunos de los artículos de Zonko.
Intentando no pensar en lo poco que faltaba para la hora de la cena, Harry mira hacia los trofeos que le faltaban por limpiar, no eran muchos y la mayoría ya los había limpiado un par de veces antes de que Filch decidiera que necesitaban una tercera vez.
Quizás, estaba demasiado concentrado en eso o quizás el aroma del jabón ya lo estaba mareando, porque Harry no siente como la puerta se abre lentamente, acompañado de un suave chirrido de las bisagras oxidadas. Ni siquiera repara en débil risa que se escapa de los labios de quien lo ve.
De lo único de lo que es consciente Harry, es que la luz del salón se apaga de inmediato y la puerta se cierra de golpe, y antes de poder hacerse una idea de lo que ocurre, oye el sonido de la cerradura al cerrarse.
—¿Señor Filch? -pregunta inseguro, sabiendo que el conserje, en caso de entrar, no lo haría de esa forma. El corazón comienza a latirle con fuerza y lamenta con un poco de rabia no tener su varita consigo, la cual estaba bajo la custodia de McGonagall. —¿Quién anda ahí?
Insiste. Lo primero que piensa es que es una broma, pero debe admitir que no le hace ni un poco de gracia la situación, sobre todo a menos de un año de que se había desarrollado la guerra contra Voldemort entre esas mismas paredes.
Una brisa repentina y sin origen aparente le hace cosquillas en el cuello, dándole escalofríos y al instante el ruido de un pupitre siendo arrastrado contra el suelo lo sobresalta.
—En serio, no es chistoso. -se queja, molesto. Más ruidos, y cuando está a punto de insistir otra vez, la lluvia se desata con ímpetu golpeando fuerte contra los cristales del salón.
Sin más opción, y esperando no chocar con lo que sea que estaba con él, camina hasta la puerta para intentar abrirla, pero no alcanza a dar ni dos pasos cuando lo sujetan de la muñeca.
De su garganta se escapa un gritito de asombro e intenta deshacerse del agarre, pero la mano desconocida es más rápida y se encarama por sus hombros para arrastrarlo hacia atrás, haciéndolo chocar contra el pecho de alguien.
—¿Asustado, Potter? -susurra contra su oído una voz grave que estaba modificada con magia, lo sentía. Su cuerpo se relaja a penas un poco pensando en que quien sea el desgraciado que le hace la broma al menos lo conoce. Sin embargo, antes de interrogarlo, su nariz percibe un agradable aroma que reconoce de inmediato y que últimamente le resultaba embriagador.
—Malfoy -afirma. El agarre afloja y la risa del rubio se oye por toda la habitación antes de que las luces vuelvan a encenderse.
Harry parpadea un instante y luego sus ojos se fijan en el Slytherin, quien se reía con ganas mientras tomaba asiento sobre la mesa en donde Harry tenía un balde con agua y jabón.
—¿Qué fue ese grito, Potter? -se burla —¿En serio estabas tan asustado?
—Cállate, Malfoy. -le espeta, resoplando y rodando los ojos. —¿Qué haces aquí? -cuestiona, fingiendo enojo que el rubio, por su expresión, no se cree ni por un segundo.
—Volvía de Hogsmeade y recordé que estabas castigado -contesta, dibujando en su rostro una sonrisa inocentona que logra que Harry le enseñe el dedo de en medio.
—Fue por tú culpa.
—No es cierto -le dice —No sabes pasar ni recibir papeles en clases. McGonagall te lo quitó a ti. Por suerte no lo leyó ante todos.
Harry tiene que darle la razón suspirando con fastidio. Y es que, si tuvo que ser castigado, al menos le hubiese gustado saber que decía el papel.
Después de la guerra, McGonagall había traído a un grupo de psicomagos para hacer terapia a quienes se vieron más afectados. Ni Harry quería ir, y como se enteró después, Malfoy tampoco, pero la directora insistió en que tenían que asistir al menos a una primera sesión, y fue ahí donde Draco y Harry comenzaron a hablar. El turno de Harry era, la mayoría de las veces, a la misma hora que el turno de Draco, y mientras ambos esperaban a sus respectivos profesionales, no tenían más opción que verse las caras.
Harry, quien no lo había querido admitir en un principio, ya no podía negar que cuando estaba cerca de Malfoy su corazón se aceleraba y sentía un manojo de nervios que se retorcían en su estómago. Podía disimularlos, claro, pero que lo mirase así con esa sonrisa tan genuina que nunca antes le había dedicado a él lo descolocaba un poco.
—Por cierto, es obvio que no alcancé a ver que decía la nota… -le recuerda. Draco asiente.
—Porque tus neuronas no se llevan muy bien, tenías que recibir el pergamino con disimulo, no dejando caer tus libros de la mesa.
—Ugh, Los tiró el gato al que le cambiábamos el color del pelaje.
—Entonces, la culpa de que te castigaran es del gato, Potter, no mía -concluye, dándose golpecitos con el índice en la barbilla a modo de reflexión.
—Eres insoportable -le dice, fingiendo exasperación que Draco nuevamente no se cree, porque le sonríe. —De todas formas ¿Qué decía el papel?
—No lo tengo, lo tiene McGonagall. Tendrás que pedírselo a ella.
—¿No me puedes decir tú?
Malfoy rueda los ojos y luego de suspirar mira hacia su alrededor. Sus ojos se posan en una de las esquinas del salón, Harry se da vuelta para saber qué observa y se percata de que solo estaba su mochila.
—¿Tienes pergamino y pluma?
Harry va a preguntar para qué rayos lo quiere, pero no lo hace. Seguramente Malfoy le seguiría insistiendo por la pluma y el pergamino, así que sin rechistar camina hasta a ella, encuentra entre el revoltijo de cosas una pluma que medio sirve y un rollo de pergamino un poco arrugado. Cuando se los tiende al rubio, este no comenta nada, pero no por eso deja de regalarle una mirada de desaprobación ante sus útiles maltrechos.
Malfoy se inclina sobre la mesa, y dándole una mirada de advertencia para que no espiase, comienza a escribir sobre el pergamino, dándole la espalda. Cuando acaba, por los movimientos de sus brazos, sabe que lo rompe y lo dobla en varias partes hasta dejarlo más pequeño.
—Ten. -se gira y le tiende el trozo de papel.
Harry le dedica una mirada antes de tomarlo entre sus dedos y comenzar a desdoblarlo. Una sola palabra se plasmaba en la hoja: "Subnormal".
El pelinegro sube la mirada hasta Malfoy y levanta ambas cejas.
—No jodas.
Malfoy se ríe nuevamente, y esta vez extiende un segundo papel.
Harry, preparándose para una segunda broma, lo abre de mala gana, pero esta vez no era solo una palabra.
"Potter, desde donde estoy sentado puedo ver que tu cabeza está en cualquier parte menos en la clase. Me atrevería a decir que estás pensando en mí, pero no soy yo quien está frente a ti, sino que es Neville Longbottom lo que me lleva a pensar que te gustan los torpes. ¿Será que los torpes se atraen? No quiero decir que me guste hablar contigo, ni que quiera salir un día contigo, pero si no tienes planes con Longbottom, no estaría mal que nos tomemos una cerveza de mantequilla en las Tres Escobas. Estoy dispuesto a escuchar todo lo que te gusta del bobo Gryffindor y por qué no te le declaras.
-Draco Malfoy"
Conforme va leyendo, Harry siente las cosquillas en su estómago mucho más fuerte que nunca. Da una rápida mirada hacia el Slytherin y el muy desgraciado lo mira tan tranquilo, con las cejas en alto y una media sonrisa que Harry debe preguntarse si sentir esos nervios está siendo una exageración.
—No me gusta Neville -es lo único que atina a decir.
—Parecía que sí.
A Harry el corazón comienza a latirle más de prisa, y sin pensarlo da un paso más hacia Draco. No invadían el espacio personal del otro, pero le gusta que el Slytherin no haya retrocedido.
—Me gustan los rubios, sí -confiesa con el pulso a mil por hora —Pero no me gusta Neville.
—¿Y quién te gusta? -pregunta con una ceja en alto, sus ojos grises exigiendo una respuesta.
—Un mimado arrogante -suspira con teatralidad. —Antes no nos llevábamos, pero creo que ahora igual le gusto. -se atreve a decir. Las palabras parecen complacer al rubio porque asoma una pequeña sonrisa de satisfacción.
—Seguramente… deberías preguntarle.
En algún momento ambos habían disminuido todavía más la distancia. El ruido de los alumnos llegando de Hosgmeade era más fuerte en ese minuto, pero la lluvia tras los cristales lo amortiguaba tanto que podía olvidarse fácilmente de ellos. Se sostienen la mirada, Harry no quiere bajarla de sus ojos porque si lo hace sabe que se va a distraer y va a decir alguna tontería. Entonces, intentando mantener la calma sin ceder a sus impulsos Gryffindor lo piensa mejor.
—¿Tú crees que debería preguntarle?
—Sí -responde Draco, relamiendo a penas un poco los labios. Para Harry ese mínimo movimiento es el cielo y el infierno a la vez.
—¿Y si mejor lo beso? -pregunta, aferrándose a su paz interior para verse tan relajado como Malfoy, o al menos intentarlo. Y da resultado. A Draco se le abren un poco los ojos, ligeramente sorprendido.
—Harry -suelta como si la palabra hubiese luchado por salir de sus labios, y sin más se acerca a él y lo besa.
Harry inmediatamente lleva las manos al rostro de Draco y éste último lo atrae contra sí. Sus labios, moviéndose despacio contra los de él logran que el remolino de nervios en su estómago sea aún más intenso y si Draco pusiese atención, seguro escucharía el latir de su corazón.
No puede creer que esté besando a Draco. Su piel suave, el perfume, los labios cálidos, tantas sensaciones, tantas, que no está seguro a qué aferrarse para confirmar que aquello está ocurriendo.
La lengua del rubio se encuentra a penas con la suya, como si pidiera permiso, o mejor dicho, como si avisara de su presencia. Harry, entonces, separa un poco más los labios para darle paso y la recibe todavía con sorpresa.
Como si se resistieran sus labios a separarse, el beso termina lento, a penas dan indicios de acabarlo se vuelven a besar, pero cuando finalmente se alejan, se miran y Harry siente que no es real.
—¿Ahora cómo le diré a Neville? -bromea.
—No me jodas, Potter. Acabas de arruinar todo. -le suelta Draco, pero no hace ni el más mínimo esfuerzo de alejarse de él.
Harry suelta una risita antes de acercar sus labios otra vez a los de Draco. La lluvia se vuelve todavía más fuerte, haciendo menos audibles las conversaciones del otro lado que ya comenzaban a apaciguarse de todas formas.
Cuando la hora de la cena está por terminar, nadie, salvo unos pocos, advierten la entrada de los dos adolescentes, con las mejillas rojas y sonrisas que intentaban, sin éxito, reprimir.
