Disclaimer: Esta es la primera historia que pongo en ff.net, espero que les guste. Los personajes son del maestro J.R.R. Tolkien, salvo uno que otro que invente para la ocasión. No gano nada con esto, todo es solo con fines de divertirlos a ustedes y entretenerme yo. Es un fanfic slash/yaoi, o sea, relación chico-chico. No quisiera herir susceptibilidades, así que si no te gustan este tipo de relatos, baja el menú que esta arriba y ve al rating correcto a tus necesidades. Si les gusta lo que leen, déjenme reviews, por favor! ¡Disfrútenlo!
Lanthir
Cuando subió al caballo con Legolas, a Aragorn le faltaban las fuerzas. Tenía una tos persistente desde que se resfrió, y ahora con la agitación de la batalla, le costaba trabajo respirar.
Por eso se sintió aliviado al ver que el elfo estaba relativamente bien y podía caminar. Se apoyó en la espalda de Legolas, y emprendieron la marcha.
Aragorn recordaba un arroyo en el que le gustaba nadar cuando era niño. Casi podía sentir la caricia del agua en el rostro, suave y cristalina. El agua se convirtió de repente en un mar de hebras doradas que rozaron su mejilla. Abrió los ojos, y vio el rubio cabello de Legolas frente a él. Tuvo ganas de acariciarlo, ese suave cabello de oro, pero sus manos no respondieron; volteó un poco, y vio que estaban crispadas alrededor de la cintura de Legolas. A pesar de que el elfo le había dicho que sentía las costillas rotas, no se quejaba del abrazo de Aragorn. Pensó que era curioso la forma en que el dolor afectaba a la Hermosa Gente. El sufrimiento espiritual, mas que el físico, era lo que los doblegaba.
De repente, Aragorn escucho un leve silbido en el aire. Antes de poder hacer o decir algo, sintió un súbito dolor atravesando su espalda y llegando hasta su pecho. Un grito se apago en su garganta, como si le hubieran sacado todo el aire de los pulmones. Algo cálido empapó su camisa rápidamente, y un mareo espantoso lo hizo caer en el oscuro pozo de la inconciencia. Lo último que supo fue que grandes borbotones de sangre salían silenciosos por su boca, y aún a través del rojo torrente, murmuro el nombre de Legolas con sus ultimas fuerzas.
Legolas se quedó congelado unos instantes al ver a Aragorn sangrando en el suelo. Un gemido inarticulado, parecido a una negación, salió de sus labios mientras saltaba del caballo y levantaba en brazos a su amigo.
-Silätan, corre a la casa de curación y avisa que llevo a un mortal gravemente herido- le dijo, mientras avanzaba lo mas rápido que podía. Sentía una desesperación que nunca había conocido, y lo único que podía pensar era "No morirás, resiste, no te mueras..."
Podía sentir la cálida sangre de Aragorn entre sus dedos, y la dificultosa y casi imperceptible respiración. Era extrañamente ligero en sus brazos, lo que le ayudo a llegar rápidamente a la parte de atrás del castillo, donde ya lo esperaba un curandero y Silätan.
-¡Majestad! ¿Qué sucedió? ¿Esta herido?-le preguntó el curandero, viendo las ropas manchadas del elfo.
-Estoy bien, por favor, ayuda a mi amigo- respondió Legolas, dejando a Aragorn en una de las camas, cuidando de no mover la flecha que aún tenía en la espalda.
El curandero lo reviso rápidamente. La flecha le había perforado el pulmón izquierdo, por eso es que estaba vomitando sangre. Sin embargo, no podía sacarla, pues estaba muy profunda. No tenía mas remedio que romperla y empujarla, sacándola por su pecho y rogando por que no dañara algo mas. Rápidamente alisto su equipo, y sin pensarlo mucho rompió el penacho de la flecha y la empujó hacia delante. Un nuevo absceso de sangre salió de los labios de Aragorn, pero no se despertó. El curandero se alegró de esto. Los mortales no toleraban el dolor como los elfos.
Legolas estaba junto de la ventana, con una mano aferrada a las cortinas. No podía moverse, ni dejar de ver a Aragorn. Los sentimientos de culpabilidad volaban por su cabeza; toda la gente que murió y seguía muriendo en el Bosque Negro, los elfos de Rivendel que luchaban en este momento una batalla que no era suya, y ahora el Heredero de Isildur estaba a punto de fallecer por su culpa. Nunca, en todos los largos años de su vida, se había sentido tan mal. Toda esa gente muerta por su culpa. Una sensación de vértigo lo asaltó, y pensó que se iba a desmayar. Pero una repentina furia acalló todo lo demás. Furia contra el mismo. Si tantos murieron por su culpa, el también moriría... llevándose las cabezas de algunos orcos en el camino.
Sin decir una palabra, salió corriendo de la habitación. Montó al caballo, y espoleándolo fuertemente, se dirigió a la salida.
Silätan vio como el curandero trabajaba lavando la herida de Aragorn y aplicándole ungüentos, mientras susurraba palabras de protección. Con cuidado, le quitó las ropas ensangrentadas y le puso una túnica blanca. Limpió la sangre de su cara y peino sus cabellos con delicadeza.
Ahora, yacía allí, lívido y pálido. Silätan tuvo la desagradable sensación de estar presenciando el arreglo de un cadáver para el ataúd. No conocía al mortal, pero por lo visto era muy apreciado por su príncipe, así que no quería que muriera.
-Es todo lo que puedo hacer por él- le dijo el curandero- No se que vaya a pasar; la herida es grave, y con los humanos nunca se sabe. Algunos son fuertes, pero otros se derrumban por menos que esto-
-Por favor, cuídelo bien- dijo Silätan- Es amigo del príncipe Legolas. Ahora, me tengo que ir, los enemigos aún asolan la ciudad-.
La batalla que siguió fue recordada en Mirkwood como una de las mas terribles de su historia. Después de mucho tiempo y perdidas, lograron acabar con la mayoría de los trolls y expulsar a los que quedaban. Legolas había salido de la habitación de Aragorn en el momento en que el ejercito del Bosque Negro se aprestaba a atacar nuevamente. Se les unió, comandándolos con una rabia ciega hacia los enemigos. Con ayuda de los elfos de Rivendel, atacaron desde ambos frentes, derrotando a las bestias. Legolas no recordó mucho de la pelea después. Solo sentía esa furia creciente, mezclada con la mas dolorosa tristeza.
La mañana siguiente a la lucha, el campo frente al castillo estaba devastado, al igual que los alrededores. Habían muchos muertos de ambos lados, y los que quedaron vivos se dieron a la penosa tarea de enterrar a los caídos. Se levantaron dos grandes túmulos, dejando a las bestias en uno lejos de la ciudad, y a los valientes soldados de Mirkwood y Rivendel en otro, en un claro del bosque cercano.
Legolas despertó como de un sueño, pero no estaba dormido. Se encontró sentado en las escaleras del castillo, abrazando sus rodillas. Estaba temblando a pesar de que el sol le daba de lleno. Miraba un mar de desolación frente a sus ojos; cientos de cadáveres dispersados ante las puertas abiertas del palacio; elfos llorando, buscando a los suyos, el campo quemado como un paisaje de pesadilla.
Unas lagrimas desgarradoras amenazaban con salir de sus ojos, cuando algo lo distrajo. Sus manos... tenía algo en sus manos. Sangre. Roja sangre secándose como costras sobre sus inmaculadas y blancas manos. Se levantó y se dio cuenta de que no solo ellas, sino sus ropas y hasta sus cabellos estaban manchados de carmesí. El no estaba herido; era sangre de los enemigos que había abatido.
Una vaga determinación lo hizo pensar en que tenía que ayudar con los muertos y heridos, y de repente, recordó a su padre y hermanos. Sobresaltado, corrió al interior del castillo.
Cuando llegó, se sintió aliviado al ver que estaban bien. Organizaban la restauración de la ciudad, y las exequias de los caídos. Cuando entró, toda la corte lo recibió amorosamente, dándole las gracias por haber llevado a los de Rivendel y reconociendo el valor que mostró en la batalla. Agradeció ese homenaje ligeramente, con el corazón oprimido, y se retiro a su habitación seguido por su padre. Allí, Legolas no pudo mas. Rompió a llorar amargamente, diciendo al rey que no sabía como podían estar agradecidos con él, cuando había llegado tan tarde y muchos habían muerto por eso.
Thranduil le explico calmadamente que no era su culpa; los trolls que vieron partir de las montañas eran un señuelo para que los elfos se confiaran, cuando los que los atacaron ya estaban escondidos en las cercanías desde mucho antes, esperando el momento preciso. Los guardias se habían dado cuenta demasiado tarde, y aún si Legolas y los refuerzos hubieran salido antes, no hubieran podido llegar a tiempo. Gracias a ellos pudieron derrotar a los enemigos, y todos le están agradecidos.
A pesar de estas noticias, Legolas seguía acongojado; las pérdidas habían sido grandes. Se disculpó con su padre, y salió rumbo a la casa de curación.
Encontró a Aragorn tendido entre las blancas sabanas. Se le veía casi tan pálido como el color del genero, debido a la perdida de sangre. El curandero le dijo a Legolas que se había detenido la hemorragia, pero no había despertado aún. No sabía si el mortal estaba bien o había sufrido un daño irreparable, y no quedaba mas que esperar. El curandero salió, dejando al elfo solo con el hombre.
Legolas vio a Aragorn con los ojos cerrados y la frente con un ligero sudor, que le daba una apariencia febril. La habitación parecía el velo en el que flotaba el joven mortal.
Se sentó en la orilla de la cama, junto a él. Tomo la mano de Aragorn entre las suyas.
"19 años... ¿Quién puede saber algo a esa tierna edad? Y aún así, este joven mortal parece tener la nobleza y la sabiduría de los tiempos. Es un verdadero descendiente de reyes. El me salvó la vida, y por eso estoy en una deuda que nunca olvidare..."
En ese momento, recordando los breves pero significativos momentos que compartieron juntos, se sorprendió al sentir no solo agradecimiento y admiración por Aragorn, sino también amor. Y no se resistió; simplemente se dejó llevar por la agradable marea. Era raro, lo mas raro que le había pasado hasta ahora; desde que lo vio en el camino a Rivendel le pareció hermoso, y después de solo un tiempo a su lado constato que su alma igualaba a su exterior. No tenía idea de que pasaría, ni de si Aragorn correspondería a algo así, pero decidió no luchar contra lo que sentía.
En esos momentos, Aragorn despertó, y lo primero que vio fue la hermosa imagen de Legolas recortada frente al sol que entraba por la ventana. Le sonreía con la mas dulce de las expresiones, mientras acariciaba su mano.
El mortal sonrió, y murmuro el nombre del elfo.
-Aquí estoy, Aragorn-
¡Hola! Gracias por seguir leyendo este fanfic, que bueno que les este gustando!! :D
*Vania: Muchas gracias por el review! Bueno, si Legolas no acepta a Aragorn, tendría un serio problema mental, digo, ¿Quién puede rechazar a semejante Dunedain? Je, je :)
*Maggie: Que bueno que te gusto la historia, y sip, espero subir los capítulos en cuanto los tenga listos. De hecho, no va a ser un fic muy largo, a lo más cinco capítulos (no creo que mi cerebro de para mas :P) Pero de que lo termino, lo termino. Gracias por el review! :)
Lanthir
