Disclaimer: Esta es la primera historia que pongo en ff.net, espero que les guste. Los personajes son del maestro J.R.R. Tolkien, salvo uno que otro que invente para la ocasión. No gano nada con esto, todo es solo con fines de divertirlos a ustedes y entretenerme yo. Es un fanfic slash/yaoi, o sea, relación chico-chico. No quisiera herir susceptibilidades, así que si no te gustan este tipo de relatos, baja el menú que esta arriba y ve al rating correcto a tus necesidades. Si les gusta lo que leen, déjenme reviews, por favor! ¡Disfrútenlo!
LanthirLos hechos que acontecieron después de la partida de la comunidad de Rivendel fueron conocidos como la Guerra del Anillo. De los nueve que salieron de la casa de Elrond, solo 8 llegaron a ver el Anillo destruido, pues Boromir fue muerto antes de que los caminos de la comunidad se separaran.
Las aventuras que vivieron fueron narradas en los libros que escribió Bilbo Bolsón y que prosiguió el propio Frodo y los demás hobbits. Para el momento en que el Anillo fue destruido en la tierra de Sauron, Aragorn y Legolas habían estrechado aún mas sus lazos. El amor del elfo por el mortal lo había llevado a seguirlo a través de los grandes peligros que afrontaron, sin dudarlo ni un momento. Cuando la última batalla llegó a su fin y la sombra del Señor Oscuro se disolvió en el aire de las Tierras Yermas, Legolas estaba junto a Aragorn, luchando hombro con hombro. Cuando Sauron exhaló su último grito, los corazones de todos se hincharon de alegría, y mas el de Legolas, quien vio por fin la esperanza de una vida junto a su amado.
Sin embargo, Elessar no estaba tan tranquilo; la caída de Sauron lo había hecho inmensamente feliz, claro. Pero estaba consciente de que ahora tendría que asumir las
responsabilidades que tenía desde el momento de su nacimiento, o abandonarlo todo en pos de lo que mas amaba en el mundo: Legolas. No había tenido el corazón para decirle al elfo lo que Elladan y Elrohir habían hablado con el cuando llegaron a engrosar las filas del ejercito contra el Señor Oscuro.
Los gemelos entraron una noche en la tienda de Aragorn, un par de días antes de llegar a la puerta negra. Legolas no estaba; había salido a hacer la ronda con Gimli, del
que había terminado haciéndose amigo. Aragorn estaba mirando unos mapas, pensando en la mejor forma de escape para cuando las tropas de Sauron los atacaran.
Estaba tan preocupado... las vidas de todos esos hombres pendían de un hilo, sabía que las posibilidades de victoria eran menos que escasas. Y también estaba el maldito estandarte. Supo lo que era desde el momento en que los hijos de Elrond lo pusieron en sus manos, pero no supo lo que había querido decir Arwen al enviárselo. Se suponía que por su parte, el compromiso estaba anulado.
Se apretó los ojos con los dedos, con la vista cansada de escudriñar los planos a la escasa luz de una vela. Suspiró, y al levantar la vista se sobresaltó, pues Elladan
y Elrohir estaban justo frente a él. Los elfos no habían hecho ningún ruido al entrar. Por un momento, el Dunedain pensó en lo extraño que era que dos personajes de tan
maravillosa y frágil apariencia pudieran parecer tan atemorizantes, pero se quitó esos pensamientos de la cabeza.
-¿Que desean?- preguntó con la voz ligeramente tensa. Aún no los perdonaba por lo que habían hecho pasar a Legolas en su trayecto a Rivendel.
-Tenemos que hablar- dijo Elladan con gesto grave. Como siempre, su gemelo parecía mas enojado que él. Elrohir solo se limitó a escudriñar a Aragorn con sus claros ojos acerados.
El mortal les hizo un gesto para que se sentaran. Elladan juntó las puntas de sus delicados dedos, apoyado en la mesa frente a él. Parecía estar pensando en la forma correcta de empezar. Tomó aire y dijo:
-Elessar... mi padre no nos envió solo a ayudarte en esta batalla-
-Me lo imaginaba- dijo Aragorn, mirándolos duramente. Elrohir no habló, pero frunció el ceño ante este comentario.
-Nos ha enviado también con otro propósito- continuó Elladan, como si no hubiera habido interrupción- El ha estado meditando acerca de tu decisión, y a cedido... al menos en parte. Aún no olvida tu promesa de matrimonio a nuestra hermana, e insiste en que cuando esto acabe, la tomes como tu reina. Pero te ha concedido el poder quedarte con Legolas como... compañía. Arwen se niega a todo esto, pues dice que ella ya te liberó de tu promesa. Pero por supuesto, no sabe lo que le conviene.- dijo el elfo, haciendo un gesto desdeñoso, como si su hermana fuera una tonta a la que había que cuidar.
Aragorn escuchó todo esto con una sorpresa e ira crecientes. ¿Conceder? ¡¿Como se atrevían siquiera a sugerir que Legolas fuera su concubina?! ¿Y por que insultaban a Arwen de esa manera, humillándola aún mas? Aragorn se puso de pie, con los puños fuertemente apretados.
-Fuera de aquí- dijo con la voz peligrosamente alta. La mirada de Elladan se endureció, y se levantó, derribando la silla.
-Escúchame mortal, no estas en posición de sentirte ofendido- el elfo estaba furioso, y le daba a Aragorn golpecitos en el pecho con el dedo muy tieso -¿Aún no entiendes que no puedes abandonar todo en pos de tu pasión? Mi padre se cansó de repetírtelo, pero parece que nunca lo escuchaste. ¡Ah sido demasiado indulgente contigo!-
-¡Lárguense de aquí!- gritó Aragorn, fuera de si y empujando a Elladan.
Elrohir, que hasta ese momento no había dicho una palabra, se levantó, y veloz como un rayo, derribó a Aragorn y le puso un afilado puñal en el cuello.
-Tu vas a hacer lo que nosotros te digamos que hagas- dijo Elrohir con la voz envenenada de odio- O tu elfo lo va a pagar-.
Aragorn se quedó de piedra. Pensó que era un estúpido al no haber reparado en lo que le podrían hacer los gemelos a Legolas. Siempre pensó que el afectado en caso de una
venganza sería solo él.
Elladan parecía un poco alarmado por lo que dijo su hermano, pero se arrodilló junto al cuerpo caído de Aragorn y le dijo:
-No solo tu puedes salir afectado. La gente del Bosque Negro no sabe de las correrías de su príncipe, pero si se enteraran, ¿Te imaginas lo que pasaría? Y no creo que Thranduil se lo tome muy bien. Nuestro padre no ha querido meterse con el soberano de Mirkwood, pero nosotros no somos él- Elladan dudó un momento, pero prosiguió. -No queríamos llegar a esto, pero no nos dejas alternativa. No permitiremos que Arwen sea el hazmerreír de la Tierra Media-.
Aragorn no supo que hacer; por una parte, sentía que la furia lo consumía. Por otra, en verdad le atemorizó lo que pudiera ser de Legolas si los gemelos hacían o decían algo. El elfo rubio seguro ignoraría al resto del mundo con tal de estar con Aragorn, pero el mortal temía por el futuro reinado de Legolas en Mirkwood. No soportaría que su gente lo repudiara por culpa suya.
Aragorn sintió el filo del puñal apretarse mas contra su cuello. Elrohir le susurró al oído:
-¿Aceptaras?-
Aragorn hizo un gesto afirmativo, sintiéndose mas derrotado que nunca. El elfo lo dejó libre y lo ayudó a levantarse.
-Si Elbereth lo permite y te conviertes en soberano de Gondor, desposarás a Undomiel- dijo Elladan, con voz triunfante- El estandarte que te envió era para darte buena fortuna, y parece que finalmente así será.-
-Estas advertido, Elessar- dijo Elrohir, y sin mas, se retiraron.
Aragorn sintió que el mundo se derrumbaba, y temblando de rabia e impotencia, se dejó caer sobre la silla, sin saber que hacer.
En los días siguientes, el Dunedain no se atrevió a contarle nada a Legolas. Nunca se había sentido tan acobardado en toda su vida. El día de la batalla final llegó, y al derrotar a Sauron, tuvo que afrontar lo que pasaba y se decidió a hablar con el elfo.
Una noche, mientras regresaban de Mordor hacia Gondor, Aragorn tomo valor. El hombre y el elfo se encontraban en la tienda de este ultimo, tumbados sobre las mantas. Aragorn acariciaba los rubios cabellos del ser que descansaba sobre su pecho. Por Elbereth... lo amaba tanto. Si no hubiera sido por él, nunca habría llegado hasta ahí.
-Le he prometido a Gimli que lo acompañaría a las Cavernas de Helm, pero antes vendrá conmigo a visitar el Bosque de Fangorn. Cuando regresemos, podemos hacer planes, Aragorn, podemos...-
-Legolas- interrumpió el mortal repentinamente- Necesito decirte algo-.
El elfo se apoyó en un codo y miró a su compañero con extrañeza. Aragorn estaba pálido y parecía muy agobiado.
-¿Qué sucede?- preguntó Legolas, asustado.
-Elladan y Elrohir... ellos no solo vinieron a ayudarnos en la batalla. Vinieron por algo más...-
Entonces Aragorn le contó todo a Legolas, excepto que había aceptado lo que le pidieron los gemelos. El elfo pareció desconcertado.
-¿Pero... como? Nunca pensé que llegarían a tal extremo. Además la decisión no es de ellos, es de Arwen. ¿Cómo se atreven a obligarla a hacer algo solo para que la gente no hable?-
-Lo mismo digo yo- murmuró Aragorn, sintiendo una repentina punzada de remordimiento. Su querida Arwen, enredada en todo eso sin tener culpa alguna...
-Por supuesto que denegaste todo esto, ¿verdad?- dijo Legolas- Creo que ya pasamos por la etapa de las dudas, y estamos de acuerdo en que pase lo que pase vamos a estar juntos. Ahora que todo esto acabó, por fin tenemos la oportunidad de...-
Legolas silenció su risueña perorata. Estaba viendo el rostro de Aragorn, infinitamente triste.
-Lo hiciste- susurró Legolas, sin dar crédito a sus palabras. El mortal asintió apesadumbrado.
-¡¿Cómo te atreviste?!- gritó el elfo, poniéndose de pie de un salto. – No puedes desposar a Arwen, no puedes sacrificarte por mi... ¡No puedes dejarme!-
Aragorn se levantó y lo abrazó fuertemente.
-No puedo permitir que por mi culpa arruines tu vida para siempre- dijo el mortal, apretando mas a Legolas, que forcejeaba por soltarse del estrecho contacto- Sabes que yo viviré solo unos años mas, y que tu eres inmortal. Algún día tendrás que gobernar a tu gente, y no quiero que te rechacen...-
Legolas por fin se liberó, y vio a Aragorn con los ojos llenos de lagrimas, llenos de furia.
-¡No puedes hacer esto! ¡Yo tengo que tomar la decisión, no tú!-
Aragorn vio con dolor a su elfo. Nunca lo había visto tan agitado, su hermoso rostro surcado por las lagrimas. Su amado Legolas ahora le suplicaba que no lo hiciera, tratando de ser razonable, aunque su voz quebrada lo traicionaba. Estaba hablando en elfico, como lo hacía solo cuando se encontraba bajo una gran tensión.
-Lo siento, melda- dijo Aragorn, dejando que su propio dolor cayera líquido de sus ojos grises.
Legolas se detuvo unos instantes, y el Dunedain casi pudo ver como se rompía su corazón mientras un rictus de dolor atravesaba su pálido rostro. Después el elfo salió corriendo de la tienda, internándose en la oscuridad. Aragorn se desplomó en el suelo, llorando amargamente y no muy seguro de lo que acababa de hacer.
Gimli era muy astuto, a pesar de lo que los demás pensaran. Se había dado cuenta de inmediato de que algo ocurría entre Aragorn y Legolas, desde aquel episodio en el concilio de Elrond, cuando los conoció. Durante la travesía que compartió con ellos, confirmó sus sospechas; el hombre y el elfo nunca fueron muy abiertos con su relación frente a los demás, pero algunas miradas discretas y cierto inevitable contacto hicieron que Gimli estuviera al tanto de lo que ocurría. No lo tomo como algo malo, en lo absoluto; los enanos no eran tan adustos y primitivos como se los creía. En realidad, su raza era tan antigua que ya estaban mas allá de los prejuicios ridículos.
Sin embargo, no mencionó ni preguntó nada; no le gustaba meter las narices en cosas que no le incumbían.
Pero esa noche, al ver que Legolas salía como una exhalación de la tienda de Aragorn, supo que algo andaba mal. Llamó al elfo para que se acercara a comer algo en su pequeña fogata, pero el rubio lo ignoró y se adentró en la oscuridad del bosque. Gimli había forjado una gran amistad con Legolas, pues a pesar de su primer accidentado encuentro en el concilio, cuando el enano insultó a los elfos del Bosque Negro, se dio cuenta después de que el príncipe tenía un alma noble y valerosa. Así que se preocupó mucho al verlo en ese estado. Decidió seguirlo para cerciorarse de que se encontraba bien.
Ahora, una cosa eran las buenas intenciones del enano y otra su capacidad para seguir al ágil elfo. La oscuridad era casi total, y el espeso paisaje solo era iluminado por la tenue luz de la luna. Gimli corría a todo lo que daban sus piernas, y de no ser por que el cabello del elfo brillaba bajo la escasa luz, nunca lo habría visto. Después de lo que le parecieron leguas, Gimli por fin vio como se detenía su amigo y se sentaba sobre una roca. El enano se acercó cautelosamente, y se sintió un poco incómodo al darse cuenta de que Legolas estaba llorando. Sus estrechos hombros oscilaban con los suaves sollozos que escapaban de sus labios; Gimli se acercó con cuidado y le puso una mano en el hombro.
Un segundo después, se vio derribado en el suelo, con un cuchillo en la garganta.
-¡Legolas! ¡Soy yo, amigo!- exclamó el enano.
-¡Por Elbereth! Lo siento Gimli, me tomaste por sorpresa- dijo el elfo, ayudando a su amigo a levantarse y sacudiéndole la barba, que se había llenado de tierra y ramitas.
-No te preocupes, debí haberte avisado... Legolas, ¿te encuentras bien?- preguntó el enano. El elfo se volvió a sentar en la roca y miró a las pocas estrellas que había en el firmamento.
-En realidad no- murmuró.
-Es por Aragorn, ¿verdad?¿- dijo Gimli sin mas preámbulos.
Legolas lo miró con sorpresa, y asintió algo aturdido.
-Amigo mío- dijo el enano, resoplando un poco al sentarse a su lado- Si en algo te puedo ayudar, aquí estoy-.
Legolas apenas dudó; empezó a contarle a Gimli toda su historia con Aragorn, desde que se conocieron hacía tantos años. El príncipe elfo nunca había contado esto a nadie, y cuando terminó se sintió mucho mejor, casi aliviado.
Sus lagrimas se habían secado para cuando dijo:
-No debe hacer esto; no es justo para el ni para mi... yo estoy dispuesto a hacer lo que sea por estar con él- Sus mejillas se sonrosaron imperceptiblemente y bajó la mirada, cohibido.
Gimli no había hablado durante toda la historia, salvo para asentir en algunas cosas o indicar que entendía. Ahora se había quedado callado y pensativo, sopesando las asombrosa y triste historia de Legolas. Entendía a su amigo; pero también comprendía a Aragorn. El aferrarse a Legolas era como si él pretendiera que la Dama Galadriel abandonara todo por él. Los elfos eran inmortales, lo que los hacía totalmente distintos a ellos, y una unión de ese tipo sería muy difícil que funcionara. Además, la responsabilidad de Aragorn para con su raza era abrumadora. Tal vez sería el último rey verdadero de los hombres.
-Legolas- dijo el enano. El elfo se sobresaltó un poco; pareció despertar de las profundidades de sus pensamientos. –No puedes culpar a Aragorn por todo esto; el no quiere dañarte-
-Lo se, pero...-
-Escúcheme, señor elfo- dijo Gimli con firmeza. Legolas guardó silencio. –Debes hacerle honor a tu raza y se fuerte. Afronta los hechos, amigo mío, y date cuenta de que lamentablemente ambos tienen responsabilidades inevitables. Muchos seres dependerán de ustedes en un futuro no muy lejano, y Aragorn tiene razón en que... que será de ti cuando él... muera-
El rostro de Legolas se contrajo en un rictus de dolor, pero ninguna lagrima asomó a sus ojos.
-Se que duele, pero debes ser sensato, Legolas. Tal vez lo mejor es que dejen que las cosas pasen, de una u otra forma pueden encontrar la manera de estar juntos, aunque no de la forma en que hubieran querido. Al final de cuentas, lo que importa es lo que sienten- El enano le dio unas palmadas en la espalda a su amigo; le pesaba verlo así, pero no quería que sufriera mas adelante, cuando el daño estuviera hecho. Además, temía que los hijos de Elrond atacaran a Legolas si se atrevía a desafiarlos.
El elfo permaneció en silencio largo tiempo, sintiendo un profundo y negro vacío en su corazón que nunca antes había sentido. Pensó que tal vez la muerte le estaba llegando, de una de las pocas formas en que los elfos podían morir. Sufrimiento, corazón roto.
Y en realidad, no le importaba.
El tiempo dejo de tener sentido para Legolas. En un momento estaba en el campamento, mientras Aragorn le decía una y otra vez que lo perdonara, que tenía que entender; pero él no le contestaba. Ya no estaba enfadado. Simplemente, su dolor y su vacío eran tan intensos que se hundió dentro de si mismo cada vez mas. Seguía conciente; caminaba y avanzaba con los demás en el viaje, pero era como si se dejara llevar por la marea. Se sumió en el silencio, roto solo para decirle vagamente a Gimli que estaba bien, que entendía, aunque en realidad no fuera así. Solo deseaba que todo el mundo lo dejara en paz.
No se dio cuenta de cuando fue que llegaron a Minas Tirith, y solo supo vagamente que Faramir, el senescal del reino, le había cedido el gobierno de la ciudad a Aragorn. Vio como a través de un cristal empañado la coronación de su amado bajo los ardientes rayos del sol, y escuchó el murmullo de cientos de voces, que en realidad eran los gritos de alegría de la gente de Gondor.
Después llegó la comitiva de Rivendel con Elrond, que parecía mas satisfecho que nunca, y Arwen. La pobre elfa se veía asolada y al borde de las lagrimas a cada momento. Después Gimli le dijo que la boda se realizaría al día siguiente. Legolas no contestó; solo se dirigió a su habitación en el estado casi catatónico en el que se había sumido. Lo único que aún deseaba era dormir, perderse en el profundo pozo del olvido.
Gimli estaba sumamente preocupado. A pesar de que Legolas le decía que estaba bien, era claro que mentía. Parecía no saber donde se hallaba, y el brillo de sus ojos se había apagado por completo. Era terrible verlo en ese estado. Así que el enano habló con Aragorn, quien se mostró asombrado de que Gimli supiera todo. Pero el dolor creció mas que ninguna otra cosa, al confirmar que Legolas no estaba bien. Se había esforzado por hacerlo entender, durante todo el camino a Minas Tirith no había hecho otra cosa que hablar con Legolas, pero el elfo parecía sumido en una indiferencia total hacia él. Se sintió destrozado, pero las cosas pasaron demasiado rápido desde que había llegado a Gondor y ahora su boda sería al día siguiente. Elrond y sus hijos habían reafirmado sus amenazas una vez mas; Elrohir incluso le dijo que no tendría reparo en matar a Legolas si Aragorn se echaba para atrás a última hora. Aquella honorable y antigua familia había perdido todo rastro de cordura al final de cuentas.
El mortal se hallaba atrapado. No sabía que hacer. ¿Huir? ¿Para condenar a Legolas a una vida de clandestinidad, en lugar del esplendor del reino al que pertenecía? ¿Para
vivir con el temor de que Elrond y los gemelos los encontraran y acabaran con ellos? No, no podía permitir que su amado sufriera eso. Y estaba toda esa gente, su gente de Gondor, que lo necesitaban y amaban.
Pero antes de que enlazara su vida a la de Arwen, quiso decirle a Legolas que pasara lo que pasara, era y seguiría siendo su único amor; así que se dirigió a la habitación del elfo en la madrugada previa a la boda.
El mortal pasó furtivamente por lo pasillos del palacio, envuelto en una capa oscura. Llegó a los aposentos de Legolas y abrió con cuidado la puerta. Tras poner el seguro fue a la recamara. Lo que vio le encogió el corazón. Su hermoso príncipe estaba tendido sobre las mantas, con una mano enredada entre su rubio cabello y la otra sobre el pecho, como si sufriera un terrible dolor. Sus ojos estaban cerrados, lo cual no era normal en un elfo, y su rostro tenía una clara expresión de sufrimiento.
Aragorn se acercó al elfo y se sentó en la orilla de la cama.
-Oh Legolas... lo siento mucho- dijo el rey, acariciando los cabellos de su amado, sin embargo, este no respondió de ninguna forma. Solo siguió allí, como sumido en una angustiosa pesadilla.
Legolas estaba confundido. Sabía que estaba durmiendo, pero en algún punto dejó de tener control sobre su cuerpo y ahora se sentía perdido. Sin embargo, estaba tan cansado... pensó que podría desvanecerse como si de humo se tratara.
Entonces, sintió la presencia de alguien junto a él; y por alguna razón, sabía que amaba a esa persona, que la amaba mas que a nadie en todo el mundo. Pudo sentir el contacto de esa mano sobre su cabello, aunque la sensación parecía extrañamente lejana. Sin embargo, una rara vitalidad empezó a crecer dentro de él; la urgencia de salir de la prisión sin muros en la cual voluntariamente había entrado lo abrumó de repente. Comenzó a luchar con todas sus fuerzas, tenía que alcanzar a Aragorn y decirle que no le importaba como, pero tenía que estar con él.
Aragorn se empezó a preocupar. Legolas no le respondía, a pesar de que lo llamó varias veces. Acercó su oído al corazón del elfo, y puso oír su pausado y lejano latir. Entonces lo tomó entre sus brazos, apoyando la rubia cabeza en su pecho, y le quitó el cabello de la cara.
-Legolas... Legolas, respóndeme-
Pero su compañero seguía tan laxo como al principio. Ahora Aragorn estaba asustado de verdad; levantó al elfo y lo trató de poner de pie para que caminara. Pensó que tal vez había tomado algo, tenía que hacer que el aire circulara por sus pulmones y tratar de despertarlo.
Sosteniéndolo como si estuviera ebrio, lo llevó hacia la ventana abierta. El frío aire de la madrugada revolvió sus cabellos, y Aragorn le dio palmaditas en la cara, deseando que el color volviera a sus pálidas mejillas.
De repente, un débil gemido salió de los labios del elfo.
-¿Legolas? Despierta, por favor-
El rubio respiró profundamente, y sus ojos azules se abrieron, parpadeando varias veces, como tratando de enfocar a su amado.
-Aragorn... melda...- murmuró, mientras las lagrimas comenzaban a brotar de sus ojos. El mortal lo abrazó y lo besó, tratando de expresarle todo lo que significaba para él, aunque las palabras no alcanzaban. El elfo despertó de su sueño paralítico y se abrazó de Aragorn como si fuera el último asidero antes del precipicio.
-Lo siento Aragorn- sollozó Legolas, mientras volvían a la cama y se sentaban en ella. El elfo trastabillaba un poco, pues nunca había experimentado aquello que llamaban entumecimiento.- Fui un tonto al culparte de todo, solo pensabas en mi...-
-Shhh- Aragorn abrazó a su elfo y le secó las lagrimas –Ya pasó, se que todo esto es muy duro, pero lo que siempre debes de tener presente es que pase lo que pase yo te seguiré amando-
Legolas vio en los ojos cristalinos de Aragorn toda la sinceridad de sus palabras. Unió sus labios con los del mortal, haciéndole saber que el sentimiento era mutuo.
Pronto se encontraron tumbados sobre la cama. Las amorosas manos de Aragorn despojaron a Legolas de sus ropas, con tanta delicadeza que casi no lo notó. El elfo sentía esa conocida y maravillosa sensación del amor mezclándose con la pasión; su cuerpo estaba en llamas mientras besaba suavemente los puntos sensibles de su anatomía.
Aragorn quería grabar en su mente cada sensación, cada imagen de aquel momento. La cálida y suave piel del elfo bajo sus dedos, sus dulces labios besándolo y el maravilloso placer que sintió al penetrarlo. Legolas gemía con dulzura, moviendo las caderas cadenciosamente. Hicieron el amor largo tiempo, mientras se decían cuanto se amaban y se prometían no dejar de hacerlo pasara lo que pasara.
La mañana los sorprendió abrazados; el sol que se filtraba por la ventana calentaba sus cuerpos desnudos. Legolas fue el primero en despertar; observó al mortal junto a él durmiendo plácidamente y en paz. Los viejos recuerdos de la primera vez que lo vio acudieron a su mente. Las dudas, las peleas, pero también el sincero amor que a pesar de todo se tenían. Legolas nunca se había enamorado, y después de mas de un milenio de existencia, había pensado que nunca lo haría. Sin embargo, Aragorn llegó a su vida y todo cambió. Ahora sabía que uno no siempre obtiene lo que desea, pero él aceptaría lo que la vida le daba y seguiría amando a Aragorn.
Unas cristalinas campanas sonaron en el aire matutino, y Legolas despertó a su amado; era el día de su boda.
La ceremonia de enlace fue hermosa, tanto como Minas Tirith, que había renacido después de la guerra. A pesar de la palpable tristeza de Arwen, que no paraba de susurrarle a Aragorn que la perdonara, que no había sido su culpa y que la estaban obligando a hacerlo, todo lo demás fue encantador. El soberano de Gondor tranquilizó a la elfa; él la quería sinceramente y sabía que sus palabras eran verdaderas. También sabía que su vida junto a ella sería buena y que Arwen se convertiría en una gran reina, que ayudaría a Gondor a alcanzar el esplendor de antaño.
Legolas estuvo presente en la boda, un poco alejado y meditabundo, pero manteniéndose firme gracias a Gimli, que lo acompañó durante todo el proceso. Los festejos se extendieron durante varios días, en los cuales la aceptación cayó sobre Legolas y Aragorn.
Un par de semanas después de la boda, el elfo estaba paseando por uno de los pocos jardines de la ciudad de piedra. Los invitados de fuera estaban planeando el regreso a sus hogares, y Gimli le había recordado hacía unas horas sus planes para ir a las Cavernas de Helm y al Bosque de Fangorn. Legolas le había dicho a su amigo que estaba de acuerdo en salir en un par de días. Aunque en realidad, estaba muy confundido. Por una parte, no deseaba alejarse de Aragorn, pero por otra aún le dolía verlo tomado del brazo de Arwen. Y era claro que su presencia también estaba afectando a la pareja. Aragorn lo añoraba y Arwen aún estaba en shock por lo que su familia le había hecho. Elrond y los gemelos se irían a las Tierras Imperecederas junto con su gente, y Legolas pensó que era hora de partir también y cumplir su promesa para con Gimli. Así, el señor de Rivendel vería que abandonaba Gondor y se marcharía para siempre. El príncipe de Mirkwood no pensaba irse a las Tierras Imperecederas; no mientras Aragorn viviera y su gente aún siguiera en la Tierra Media. Pero era necesario salir de Gondor por un tiempo.
Así que el día en que la comitiva de Rivendel salió rumbo a los Puertos Grises, Legolas y Gimli partieron también. Aragorn y Arwen los acompañaron parte del viaje, y una noche antes de separarse, Legolas fue al encuentro de Aragorn. Gimli convenientemente había invitado a Arwen a cenar con él, pues quería que le hablara de la Dama Galadriel, a quien no volvería a ver en la Tierra Media. La reina había accedido gustosa, pues sabía cuanto apreciaba el enano a su abuela.
Aragorn se encontraba solo en su tienda, pero sintiéndose terriblemente inquieto, salió a dar un paseo. Pidió a los guardias que no lo siguieran, pues estaría bien; sabía que al día siguiente se despediría de Legolas, y aunque habían hablado y estaban en buenos términos, no sabía cuanto tiempo estaría sin verlo.
Se adentró más en la espesura del bosque, y llegó hasta un lago por el que recordaba haber pasado hacía años. Mientras pensaba en que sería agradable estar allí con Legolas y en que debería ir a hablar con él, vio unas ondas en el agua, como de algo que se acercara por debajo de la oscura superficie. Rápidamente sacó su espada y se puso en guardia, atento al menor movimiento. De repente, un hermoso ser rubio como el sol emergió del agua y salpicó a Aragorn.
-¿Qué pensabas hacer con eso?- dijo Legolas entre risas, al ver la cara de sorpresa del mortal. El elfo nadó hasta la orilla y salió del lago sacudiéndose el cabello. Estaba totalmente desnudo, y Aragorn solo atinó a ver a su amante con cara de atontado.
-Yo... eh...- el Dunedain carraspeó un poco tratando de guardar la compostura- Pues es obvió, ¿no?-
-Si querías lograr la expresión mas vacía en la historia lo lograste- dijo Legolas, alzando una ceja divertido. Aragorn iba a recriminarle, pero antes de decir nada, los labios del elfo estaban sobre los suyos.
Mortal e inmortal se dejaron caer sobre la hojarasca y se entregaron con pasión uno al otro. Un rato después, mientras se vestían, Legolas abrazó a su amado.
-Solo estaré lejos unos meses, y después volveré a Gondor-
Aragorn vio agradecido a su elfo.
-Lamento que las cosas tengan que ser así... pensaba que al final triunfaríamos sobre todos-
Legolas lo besó, tranquilizándolo.
-Hay que aceptar las cosas, melda. Te amo y eso es lo único que importa-
Se abrazaron en silencio por unos minutos, solo disfrutando de la presencia y el calor del otro. Después se despidieron y salieron del bosque por caminos separados.
Al día siguiente, Aragorn vio como Legolas se internaba en el Bosque de Fangorn con Gimli. Arwen estaba junto a él, y se dio cuenta del sufrimiento de su esposo; le dolía verlo así, y en ese mismo lugar tomó la determinación de que él y Legolas algún día estarían juntos.
Pasaron los años, y Gondor floreció gracias al reinado de Aragorn, ahora Elessar, y Arwen. Concibieron un hijo al que llamaron Eldarion, que creció fuerte y hermoso como sus padres.
Legolas iba a ver al rey de vez en cuando, pero esas cortas visitas los dejaban mas dolidos que si no se hubieran visto. Era demasiado triste estar juntos solo unos pocos días para después tener que alejarse de nuevo. Su amor no menguó a pesar del tiempo y la distancia, pero las responsabilidades de los dos en sus respectivos reinos les impedían estar juntos. La gente de Gondor dependía totalmente de Aragorn, y Thranduil había abdicado en favor de Legolas poco después de la Guerra del Anillo. Ambos eran soberanos de sus pueblos, y no podían dejar esto de lado.
Cada vez veían mas remota la posibilidad de estar juntos.
Arwen siempre estuvo conciente de todo esto, y en verdad se sentía mal por como habían resultado las cosas. Pero a través de los años, la determinación que nunca tuvo creció en ella; esperó pacientemente, hasta que las circunstancias fueron las adecuadas.
Eldarion tenía ya 17 años, y era un joven noble y recio, con toda la capacidad de llevar un reino a pesar de su juventud. Desde siempre fue muy independiente, pero no por eso dejó de amar a sus padres. En verdad, nunca sospechó las circunstancias en las que vivían Aragorn y Arwen.
Un día, su madre habló con él sobre la posibilidad de que ocupara el trono mas pronto de lo que esperaba; el muchacho se preocupó de que algo le pasara a su padre, pero Arwen lo tranquilizó, diciéndole que el rey estaba bien, solo que le parecía prudente que Eldarion fuera preparándose para el futuro. Así que el príncipe empezó a hacerse cargo de cada vez mas asuntos del reino, hasta que un año después, prácticamente gobernaba por si mismo, solo supervisado por el rey.
Arwen habló con Aragorn el mismo día que lo hizo con su hijo. Legolas había visitado Gondor hacía unos días, y el rey estaba melancólico, como cada vez que el elfo partía. Se encontraba en uno de los balcones de su hogar, viendo el horizonte y preguntándose en donde estaría su amado. Arwen llegó en silencio y lo rodeó con sus finos brazos.
-Se que sufres, Elessar- murmuró contra el hombro del mortal.
Aragorn no respondió; solo acarició los sedosos cabellos de su querida consorte.
-Ha pasado el tiempo- dijo la elfa, aún abrazando al rey –Y ya no queda nada para nosotros en esta tierra. Nuestro amado Eldarion es un hombre ya, y estoy segura de que cuidará de la gente de Minas Tirith-
Aragorn la separó de si suavemente, y escrutó el significado de sus palabras en sus ojos azules. Arwen continuó.
-No deseo quedarme aquí a ver morir todo lo que amo y conozco. No deseo estar lejos de mi gente, a la cual amo a pesar de todo. Quiero zarpar a Valinor, Aragorn, y quiero que Legolas y tu vayan conmigo-
El rey se quedó sin habla. Secretamente, casi había perdido las esperanzas de estar con Legolas desde hacía un tiempo, y el dolor velado pero permanente de esto lo había hundido en una cruda conformidad. Ya no pensaba en formas de mejorar su situación, simplemente se estaba dejando llevar por la corriente de la depresión, cosa que nunca antes había hecho.
Pero ahora, las palabras de Arwen le traían nuevas esperanzas, como si de un trago de agua fresca se tratara. Ella también lo deseaba, y le pedía que partiera con Legolas... Arwen podría volver con su gente, y él y su elfo se retirarían a algún lugar alejado a estar juntos por fin. Para siempre.
-¿Estas segura de esto, cariño?- dijo Aragorn. No deseaba que Undomiel lo hiciera solo por él.
-Es lo que quiero- contestó ella -Nunca había estado tan convencida de algo en los largos años de mi vida-
Ambos se abrazaron con cariño, sellando sus planes de escape hacia la felicidad.
Después de esto, Aragorn empezó a instruir a Eldarion para llevar las riendas del reino. La parte mas difícil para los monarcas fue el saber que tendrían que dejar a su hijo, y pasado un año, el tener que explicarle las razones de su partida. No le dijeron la verdad; prefirieron que los recordara como los padres cariñosos que deseaban que su amor no se marchitara, así que partirían a las Tierras Imperecederas a vivir felices por la eternidad. Eldarion se sintió triste por la perdida de sus padres, pero con tal de que su madre no se quedara sola cuando todos hubieran muerto, lo aceptó.
El tiempo de la partida se acercaba.
Aragorn y Arwen tenían planeado marcharse un par de meses después del cumpleaños de Eldarion. Habían comunicado a uno de los últimos elfos de los Puertos Grises su deseo de zarpar con él a Valinor, y el noble naviero se sintió honrado de llevar con él tan fina compañía. Habían pasado nueve meses desde aquella charla entre Aragorn y Arwen, y todo estaba listo. Solo les faltaba esperar el cumpleaños de su hijo.
Aragorn nunca olvidaría la alegría que sintió al decirle a Legolas las buenas nuevas.
Había sido unos meses después de que Arwen hablara con él. No quiso comunicarle nada al elfo, no hasta que estuviera totalmente seguro de que su partida sería un hecho. Pero al concretar los planes y teniendo solo la espera de la fecha indicada por delante, decidió hablar con Legolas.
Viajó a lomo de Haladel, hijo de su fiel corcel Hasufel, quien muriera en paz unos años antes. Cabalgó como en los viejos tiempos, solo y encapuchado rumbo a Mirkwood. Legolas era el rey del Bosque Negro, y se sorprendió mucho al ver a su amado en sus tierras. Siempre había sido el elfo quien iba a Gondor. El elfo salió a recibirlo lleno de emoción, pero esperó hasta que estuvieron a solas para demostrarle lo que en verdad sentía.
-Oh melda... no sabes cuanto me alegra que estés aquí- le dijo, mientras lo llenaba de besos. El mortal le correspondió, pero después lo apartó un poco, pues deseaba verlo como lo que era ahora: Un esplendoroso monarca, vestido de plata y coronado por una delgada tiara de Mithrill que contrastaba con el rubio cabello.
-Legolas... tengo noticias, amado mío-
Aragorn entonces le narró lo que había pasado, el deseo de Arwen de marcharse de la Tierra Media y la oportunidad única que se les presentaba. El elfo solo atinó a lanzarse a los brazos de Aragorn.
-Iré contigo a donde sea- le dijo, con el pecho rebosante de júbilo.
Aragorn lo alzó en vilo, riendo de felicidad. Muy en su interior, había pensado que tal vez el elfo lo rechazaría, pues su pueblo se quedaría sin rey. Ahora solo quedaban unos cuantos elfos en el Bosque Negro, pero aún así necesitaban de la guía de Legolas.
Sin embargo, el elfo le contó a Aragorn que su gente había decidido partir también, pues añoraban a los que se habían ido del otro lado del mar. El elfo no se había animado a decirle esto, pues pensaba que lo incitaría a irse. Había planeado quedarse por Aragorn, aunque sabía que tarde o temprano se quedaría tan solitario como Arwen, y a pesar de que le había prometido al rey que se iría si se presentaba la oportunidad. Pero ahora todo estaba marchando mejor de lo que se hubieran imaginado. El barco de los elfos de Mirkwood partiría un mes antes que el de Arwen y Aragorn, así que decidieron encontrarse en Valinor, pues habían decidido alejarse y vivir solos, para poder disfrutarse por fin después de tanto tiempo.
Aragorn permaneció en el Bosque Negro unos días mas, disfrutando de aquel lugar al que no volvería nunca más. Legolas le dijo que Gimli había aceptado el ofrecimiento del elfo de ir a vivir a las Tierras Imperecederas, y que podrían contar con su ayuda para lo que fuera. El enano era un amigo invaluable para los dos, y Aragorn se alegró de que los acompañara.
La celebración por el cumpleaños de Eldarion fue también su coronación como rey de Minas Tirith. La abdicación de Aragorn fue muy sentida por parte de sus súbditos, pues en verdad amaban a su soberano. Sin embargo, comprendieron que quería estar con Arwen y que no era justo que ella se quedar sola al final. Así que los despidieron como los mas nobles y buenos monarcas que hubiera tenido Gondor.
La despedida fue triste, pero Aragorn y Arwen partieron rumbo a los Puertos Grises, en compañía de una pequeña escolta.
Legolas y su gente ya se habían marchado, y para cuando Aragorn tomó el barco, el último que partiría alguna vez de la Tierra Media, el elfo ya estaba en las eternas tierras de Valinor. Se despidió de sus súbditos, prometiendo volver a visitarlos, y partió a buscar un lugar donde establecerse con su amado. Dejó a Gimli con el mensaje de que lo alcanzara en la zona que se conocía como el Bosque Eterno, un hermoso e inmenso lugar donde casi nadie habitaba. El enano se quedó encantado por las hermosas tierras que había ante sus ojos y por la compañía. Después de todo, ahora los elfos eran de su agrado. Y seguro habría algunas interesantes cavernas inexploradas en algún lugar.
Aragorn llegó a las costas de Valinor después de lo que le preció una eternidad. Nunca se había imaginado que aquel lugar fuera tan hermoso, pero en lo único que pensaba era en encontrar a Legolas. Llevó a Arwen con los elfos de Rivendel, quienes se mostraron sorprendidos de su presencia. Sin embargo, Elrond, Elladan y Elrohir la aceptaron y cedieron ante Aragorn. A través de los años, habían comprendido su error.
Arwen y Aragorn se despidieron con cariño, y él partió a buscar a Legolas.
A unos días de camino tuvo la buena fortuna de encontrarse con Gimli, quien estaba viviendo nada menos que con Frodo, Sam y Gandalf. El hombre no cabía en si de gusto; los hobbits estaban radiantes y no habían envejecido ni un día, fruto de la magia inmortal de aquellas tierras. El enano le dio el mensaje de Legolas, y Aragorn solo estuvo con ellos un par de días, tan ansioso estaba por ver a su elfo.
El Bosque Eterno era una vasta extensión de tierra cubierta de los mas grandes mallorns que Aragorn hubiera visto. Ni siquiera en Lothlórien crecían así de altos. Pero a pesar de la espesura del bosque y de que no conocía la zona, por alguna razón sabía a donde se dirigía. Se adentró cada vez más, y pasaron varios días en los que no vio a nadie, salvo los hermosos animales que habitaban allí. Por fin, una mañana salió a la orilla de un río de aguas cristalinas. El riachuelo que había estado siguiendo para proveerse de agua durante el camino desembocaba en aquel cauce, que a pesar de tener varios pies de profundidad, no se veía demasiado difícil de cruzar. Aragorn se sentó a descansar un rato antes de cruzar el río. El presentimiento de que su elfo lo esperaba del otro lado lo hizo tomar la decisión. Se dio un baño en las deliciosas aguas y se acomodó bajo un árbol desde donde tenía una magnífica vista; estaba atardeciendo y los dorados rayos del sol se reflejaban sobre la tranquila superficie del agua. Nunca en la tierra media podían haber brillado las cosas de aquella manera, como si todas las superficies estuvieran perladas de piedras preciosas. Aragorn entrecerró los ojos ante tal belleza, y a través de todo aquel esplendor vio a una figura aún mas luminosa que el resto. Legolas acababa de salir de entre los árboles, mas hermoso de lo que Aragorn podía recordarlo. Vestía sus viejas ropas castañas y verdes, como cuando lucharon en la Guerra del Anillo, y era la imagen misma de la juventud y lozanía. Su expresión era de completa felicidad, y cuando llamó a Aragorn por su nombre, su voz fue el sonido mas bello que jamás escuchó mortal alguno.
El hombre se lanzó al agua y nadó hasta el otro lado, donde Legolas lo ayudó a salir, riendo sin parar cuando ambos cayeron al suelo.
-¡Estas aquí, no puedo creer que hayas llegado!- exclamó Legolas, abrazando a su amado.
-Hey, soy un montaraz, ¿recuerdas? Puedo seguir las huellas de cualquiera en donde sea-
-¿Ah si?- dijo el elfo, poniéndose de pie juguetonamente y retrocediendo unos pasos.
-¿Me estas retando?- preguntó Aragorn mientras se levantaba, dispuesto a alcanzar a su compañero.
Legolas le lanzó una sonrisa esplendorosa y echó a correr hacia los árboles. Aragorn lo siguió, aunque solo era una fugaz visión de cabellos rubios brillando bajo la menguante luz. Unos momentos después salió a un pequeño claro en medio del bosque, y lo que encontró lo dejó sin habla.
Una cabaña de troncos, con el techo cubierto de musgo y rodeada de grandes árboles, una réplica casi exacta de la cabaña donde los dos habían pasado aquel maravilloso mes antes de que Elladan y Elrohir llegaran a buscarlos. Legolas estaba en la puerta, sonriéndole a Aragorn. El antiguo rey se acercó y lo besó, con los ojos empañados de lágrimas.
-He esperado por eso tantos años...- dijo Aragorn.
-Yo también, melda... por fin estamos juntos, y esta vez será para siempre-
Aragorn besó a su elfo, conduciéndolo hacia el interior de la cabaña. Cayeron sobre la mullida cama, y se desvistieron entre besos apasionados y gemidos acalorados. Fue como si fuera la primera vez que se tocaban, tanto era su deseo y sentimiento. Aragorn prácticamente arrancó la camisa de Legolas; su deseo creció al ver la docilidad con que el elfo se le entregaba, una maravillosa visión de blanca piel y músculos esbeltos bajo él. El elfo quedó totalmente desnudo, y con un lánguido movimiento estiró los brazos hacia arriba, mirando a Aragorn con los ojos llenos de amor y deseo.
El hombre tomó una de las delicadas manos y le besó la punta de los dedos, bajando por la tierna piel del antebrazo. Legolas sonrió ante las cálidas sensaciones que lo llenaban, y cerró los ojos. Sintió entonces la lengua del mortal haciendo suaves círculos sobre uno de sus pezones, y el calor se intensificó más en su vientre. Abrió sus ojos azules y vio el hermoso rostro de su amante observarlo con adoración. A pesar de los años, Aragorn apenas había cambiado. La edad solo le había dejado algunas vetas grises en su largo y oscuro cabello, acentuando sus varoniles rasgos. Para Legolas, era el hombre más atractivo que hubiera visto, y eso aunado al amor que sentía por él, hacía que todo fuera perfecto.
Lo besó apasionadamente entrelazando sus lenguas, y bajó la mano hasta alcanzar el palpitante miembro del Dunedain.
-Poséeme Elessar- le dijo en un murmullo –Quiero sentirte dentro de mi-
Esta sensual petición hizo arder a Aragorn de deseo. Marcó un sendero de besos desde el cuello de su elfo hasta su endurecido y rubio pene, deteniéndose para lamerlo y succionarlo. Legolas gimió ruidosamente ante este contacto, arqueando la espalda como un felino. Aragorn siguió entonces su camino hacia la pequeña entrada de su amante, la cual empezó a acariciar con su húmeda lengua. Introdujo primero un dedo, al que Legolas se adaptó rápidamente; después lo siguieron otros dos, y finalmente, apoyó la punta de su miembro en Legolas, empujando poco a poco, atento a las reacciones del elfo. Lentamente se deslizó dentro de su amado hasta que lo poseyó totalmente.
Legolas suspiró y se mordió los labios.
-Hazlo fuerte- le dijo al humano, moviendo las caderas y tratando de obtener un contacto más profundo.
Aragorn tomó una de las piernas del elfo, la subió sobre su hombro y empezó a moverse enérgicamente, sintiendo que su mundo se derrumbaba de placer.
Tomó el pene del elfo con una mano, masajeándolo fuertemente.
Legolas se retorcía en la cama, más agitado que nunca y murmurando palabras de amor en elfico. La mano libre de Aragorn viajó hasta su boca, y el elfo lamió los dedos del hombre.
El Dunedain siguió golpeando sus caderas contra las de Legolas, hasta que escuchó a su amante dar un grito apasionado y sintió su mano inundándose de la semilla del rubio. Un par de embestidas después se vació dentro de Legolas. Cayó rendido sobre él, más feliz de lo que hubiera recordado haber estado.
-Te amo- le murmuró al oído al despeinado elfo.
-Yo también, no sabes cuanto- contestó este.
Aragorn y Legolas estaban sentados bajo un árbol, abrazados. La vista esplendorosa del río casi lo cegaba, pero al hombre le gustaba la forma en que la luz se reflejaba en los ojos celestes del elfo.
Ahora después de tantos años, se sentía totalmente feliz. Y sabía que Legolas sentía lo mismo... y que esta felicidad sería eterna.
FIN
¡Hola a tod@s! Oh my... no puedo creerlo, pero por fin El Hombre y el Elfo llega a su fin. ¡Voy a llorar! :´( A pesar de todo, Legolas y Aragorn terminaron juntos, ¡Hay! Se lo merecían, sufrieron tanto :P Espero que les haya gustado este final, quiero aclarar que no todo está totalmente de acuerdo con los libros, modifiqué algunas cosas para que se adaptaran a los intereses de este fic. Como he mencionado en anteriores ocasiones, soy solo una burla de el Maestro Tolkien y espero que no se esté revolcando en su tumba por las estupideces que a algunos nos da por escribir con sus entrañables personajes.
En realidad disfruté muchísimo escribiendo esta historia, es el primer fanfic largo que escribo. Quiero dar las gracias a todas las personas que se tomaron la molestia de leer esto, a las que me dejaron reviews (no saben lo importante que son para mi) y a las que me apoyaron a lo largo de estos meses para que no dejara de esta pareja quedara en el olvido :) Quiero dedicar esta historia a Ayesha (antes LG), a Vania/Jun y a Mina, quienes fueron las mas fieles de mis lectoras y la cuales me inspiraron mucho para continuar con el relato. ¡Muchas, muchas gracias por acompañarme a lo largo de esta historia! :D También quiero agradecer a las chicas de la comunidad de Billy, Elijah y Dom, de Yaoi & Slash Paradise y a Chibi de Cute. Mil gracias por publicar todo este rollo, y por aguantar mis tardanzas :P Son geniales, chicas! :)
Por último, quisiera avisarles que hice una página donde voy a poner todas las historias que he escrito, no solo de LOTR, sino de HP y otras. La dirección es
Por favor, a las chicas que les gustó esta historia, les pido que vayan a darse una vuelta a mi site, pues allí encontrarán otros fics que no he publicado en ninguna parte aún. Inscríbanse a la lista de correos para avisarles cuando haya algo nuevo. Les estaría muy agradecida si me pudieran apoyar en este proyecto, ¡Gracias! :D
OK, creo que eso es todo. Recuerden que cualquier duda o comentario, pueden escribirme a lanthir_l@yahoo.com.mx Gracias de nuevo y ¡Nos vemos! :D
Lanthir
