Lo complicado del amor. 1° Capítulo

Ella estaba feliz; finalmente, Horo le dijo dos palabras que cambian la vida de cualquier persona.

-Te amo.- le dijo él una mañana. Esto la tomó por sorpesa, pues no pensaba que se lo diría; Tamao sólo se quedó plasmada, incapaz de dar crédito a lo que escuchó. Pero Horo insistió. Fue entonces, en que ella le rodeó el cuello con sus cálidos brazos y se besaron con ternura por largo rato. Sus labios se juntaron en infinitas ocasiones y sus miradas se cruzaron otras tantas. No había forma de expresar lo que sentían mutuamente en ese momento; el sentimiento del amor hizo de las suyas.

Ese mismo día, en la tarde, Horo salió a caminar por algún bosque cercano. Estaba igual de feliz que Tamao. Su vida se había iluminado ampliamente; era fantástica esa sensación. Nunca había estado con esos ánimos. Pero eso acabaría pronto, pues algo pasaría...

-¡¿Q-quién eres?!- gritó Tamao llena de temor. Un tipo se acercó a ella amenazadoramente. Ella salió a caminar, igual que Horo; pero no contaba con que algo le pasaría. La sujetó de la mano, tratatando de domarla. Tamao no se dejó y le dio una fuerte bofetada, logrando zafarse.

-¡¡Muchacha insolente!!- gritó el tipo, sacando un revólver. Esta parecía un arma vieja, lista para matar a Tamao. Pero como en todas las historias, algo la salvará, y esta historia no es la excepción.

-¡¡Déjala en paz, maldito bastardo!!- gritó otra voz. Era un chico con cabello café y con mayor oscuridad en la nuca. Sus verdes ojos centelleaban de rabia y su puño lo demostraba mejor, pues temblaba de ira. Y sin esperar respuesta, desenfundó una katana con la hoja de color arena. Más, con un rápido movimiento, le clavó su arma en el pecho, haciendo derramar sangre por doquier.

-¿Tamao?- preguntó Horo entrando a la casa de los Asakura. No se encontraba en lugar alguno. Preguntó por ella a Yoh y Ana, pero no supieron qué responder. En ese preciso momento, se escuchó que golpeaban la puerta. Horo fue rápidamente, con esperanzas de que fuera Tamao. Pero estas se esfumaron, pues en la puerta estaba un repartidor de pizzas.

-¿Está usted bien, señorita?- preguntó el chico que la salvó.

-S-si.... - murmuró ella, aún asustada. Su temor se derivó de varias cosas: el que un sujeto extraño quisiera hacerle algo, quizá; que otro le salvara la vida y lo más aterrador de todo, la sangre desparramada en el suelo. Esta era oscura y brillante. Pero la sonrisa en la cara del chico de la katana color arena le hizo olvidar el temor.

-Lamento asustarla, señorita.- dijo él con la misma sonrisa y acercándose, la tomó de la cintura. Nuevamente ella trató de zafarse, pero sus fuerzas eran inútiles, por lo que se dejó llevar. La boca de él se unió a la de ella, aprisionandola por completa. Ese descaro no se comparaba con nada de lo que sintió Horo al ver esa escena, lleno de furia e incomprensión. Lo único que logró hacer, fue correr con lágrimas en los ojos, sin saber qué hacer.