Capítulo: Seis

Mi estancia en la enfermería fue larga, dolorosa y aburrida. Lupin no volvió a visitarme, y a nadie más se le hubiera siquiera ocurrido venir a ver cómo seguía.

Pero, después de lo que me pareció una eternidad, salí.

La biblioteca nunca ha sido un lugar muy visitado por Potter y sus amigos. Por eso me sorprendió ver que, todas las tardes que gasté en la biblioteca para ponerme al tanto de las clases a las que falté, Black se sentaba cerca de mi. Se dedicaba a tamborilear en la mesa con los dedos, a ponerme nervioso canturreando. Hasta que, cuando ya había decidido yo que un golpe discreto no despertaría a Mme Flurate, la bibliotecaria, el chico dejó de imitar la manera tan estúpida en la que escribía sobre un pergamino, y me habló:

- ¿No te interesa saber a dónde va Lupin una vez al mes?

Inmediatamente subí la cabeza, y miré directamente los ojos azul marino del chico. Ya no parecía tan idiota, más bien daba la impresión de saber perfectamente lo que estaba haciendo. Nada bueno, por cierto.

- No es asunto mío, Black - le contesté, conservando la frialdad que diariamente practicaba.

Sirius sonrió.

- Pero admite que te interesa...

- Me interesaría más saber cómo pasas de año con tan pocas neuronas - le respondí - y cómo te vas a quitar el golpe que te voy a dar si no te largas de inmediato.

El chico se limitó a agitar su reluciente cabellera, y a acercarse más a mi.

- Si quieres, yo te puedo decir. Sólo tienes que pedírmelo. Yo que tú lo haría... te podrías llevar una sorpresa.


Suspiré exasperado. Sabía que Sirius era terco, y podríamos quedarnos así durante una semana. Al fin decidí acceder.

- Dime.

Aquellos ojos del color de la noche brillaron, como brilla una estrella en el firmamento. Cerré los ojos, y escuché. Sabía que era una mala broma. Pero, aún así, sentí cómo mi mente se concentraba para aprenderse las instrucciones. Y como mis pies caminaban, algunos días después, hacia el Sauce Boxeador.