¡Los personajes pertenecen a S. Meyer, pero la historia es mía!
Capítulo 2
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Bella
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Cuando llegué a casa alrededor de las siete de la noche, la señora Cope ya me estaba esperando con la cena servida. Ella había quedado al cuidado del lugar cuando Charlie y yo nos habíamos mudado permanentemente a Seattle después de la muerte de mamá.
Él solía viajar entre el pequeño pueblo y la gran ciudad porque a Renee no le gustaban los suburbios, pero cuando el cáncer la venció no tuvo una razón válida para seguir haciendo lo mismo. Yo tampoco.
Años después, cuando por fin logré entrar a la universidad que él quería para mí, decidió que Seattle también le quedaba pequeño, así que ahora vivía cómodamente en Chicago, muy, muy lejos de mí.
—Hola, nana —saludé sonriente, sacudiéndome los pies en la alfombra de la entrada.
—Hola, cariño, ¿cómo te fue hoy? ¿conseguiste alguna entrevista?
—Mejor que eso —vitoreé—. ¿Recuerdas que te dije que iría a darme una vuelta por el pueblo y sino intentaría ir a Port Ángeles?
—Sí, niña.
La seguí por el pasillo hasta la cocina, donde comenzó a servir nuestra cena. Ambas nos lavamos las manos y nos sentamos a comer.
—Me pasé por la cafetería Cullen, la del centro de la ciudad —dije, tomando un bocado de mi sopa de papa—. Estaban contratando repartidores.
Nana alzó la ceja hacia mí.
—¿Cullen como Cullen's bakery? Adoro el pan de ahí, y su café —comentó—. ¿Entonces qué? ¿Hablaste con Edward?
Parpadeé hacia ella.
—¿Conoces a Edward? —cuéntame más, cuéntame todo, quise agregar, pero me mantuve estoica. Nana se daría cuenta muy rápidamente de mi excesivo interés si abría la boca de más; yo era más abierta que un jodido libro.
—Por supuesto que sí, niña —se rio—. Uno pensaría que para este punto ya sabrías que todos se conocen con todos aquí.
Me enfurruñé en mi asiento.
—Oh, lo sé —me quejé—. No sé si alguna vez podré acostumbrarme.
—Lo harás eventualmente.
Le eché una mirada.
—Entonces… —dije como quien no quiere la cosa, mientras hacía migas un bollito de pan— me estabas diciendo de Edward.
Nana me estudió con cuidado, sus ojos perspicaces revoloteando por todo mi rostro. Ups.
» Ya sabes, deberías contarme todos los trapos sucios de mi nuevo jefe —bromeé, tratando de desviar su atención. Pareció funcionar.
—¿Cómo? ¿Lo conseguiste? —asentí enérgicamente a su pregunta—. ¡Vaya! Creí que te tomaría más tiempo encontrar trabajo; ya incluso había pensado en llamar a tu padre y convencerlo de que era una idea estúpida.
Fruncí el ceño, olvidando mi buen humor por un instante.
—Nana, ya no hables con papá, ¿está bien? —suspiré, con la sopa de repente sabiéndome agria—. Él tenía razón hasta cierto punto cuando dijo que necesitaba madurar. Tal vez sí me hace falta.
Nana negó con la cabeza, disgustada.
—No fue la forma correcta de decírtelo.
—Como sea —me medio encogí de hombros—. Así que… ¿Edward?
—Oh, sí —nana entró en su mejor faceta chismosa, y me fasciné—. Edward es el hijo mayor de Carlisle y Esme Cullen. Carlisle era el doctor del pueblo, pero se jubiló hace un par de años. Tiene un hermano… El pequeño Emmett, aunque de pequeño no tiene nada. Me sorprende que no los recuerdes, Edward abrió su cafetería dos años antes de que te mudaras.
Me entristecí. Mamá había estado luchando con el cáncer por muchos años antes de finalmente morir, así que al menos la mitad de mi infancia la pasé más que nada encerrada en casa. Eso sin contar que papá me obligaba a ir a una escuela privada en Port Ángeles, lo que mantuvo a raya mi contacto con la gente de Forks.
—No tengo muy buenos recuerdos de esa época en especial, nana —expliqué como quien no quiere la cosa, haciéndole saber que no me gustaba recordar ese tipo de cosas—. Entonces… el señor Cullen —hice una pequeña pausa, echándole una miradita por debajo de mis pestañas— ¿está casado?
Nana casi escupe su jugo de naranja.
—¡Niña! ¿Qué preguntas son esas?
Le di una sonrisa torcida y juguetona.
—¿Qué? ¿No puedo tener curiosidad?
La verdad es que no se me había ocurrido que el señor Cullen pudiese estar casado, porque de verdad había pensado en todo menos eso durante mi pequeña estadía en la cafetería. No tenía un recuerdo concreto de sus manos más allá de pensar que eran grandes y que se sentían cálidas contra las mías.
Me entristeció, por alguna razón que no pude comprender, el hecho de que podría estar tomado. Eso no tenía sentido, porque él sería mi jefe a partir del día siguiente. No quería pensar de esa forma, pero mi cabeza me estaba jugando malas pasadas. Casi resoplé sobre mi plato.
Nana negó con la cabeza y casi me rodó los ojos; afortunadamente para mí, ella sabía que yo era un alma curiosa. No vio a través de eso, tampoco notó mi interés de más en Edward Cullen. O tal vez sí lo hizo, pero se guardó sus comentarios para ella.
—Estaba casado, sí —dijo, y mi corazón se apretó hasta que noté que lo había dicho en tiempo pasado—. Se divorció hace unos años… ¿tal vez cinco? No recuerdo bien. Desde entonces ha estado soltero, el pobre.
Mmh, Edward soltero… Eso significaba que ninguna mujer en la ciudad le había llegado a interesar lo suficiente después de su matrimonio fallido.
Esa era una información que procesaría más tarde.
—Uh, ¿en serio?
—Sí, con esta mujer… Kate Hinnings. Fue un escándalo en el pueblo cuando se divorciaron.
Estaba segura de que para este punto estaba inclinada sobre la mesa demás, ávida de curiosidad.
—¿Escándalo por qué?
—Ella lo dejó por otro —nana frunció el ceño, y parecía realmente escandalizada por ese hecho—. Se fue con un corredor de la bolsa; ya sabes, un hombre millonario. No lo pensó ni dos segundos.
Mi corazón cayó ante la idea de Edward sufriendo de esa manera por alguien que, obviamente, no lo merecía. Ya odiaba a la tal Kate.
—Qué mujer tan más cruel —farfullé, molesta—. Él no se merecía algo así.
Nana estuvo de acuerdo.
—Edward Cullen es el hombre más bueno que Forks tiene —asintió—. Es una dulzura, ya lo notarás por ti misma eventualmente.
No le quise decir que ya me había dado cuenta.
—Me sorprende que no parezca amargado porque su mujer lo dejó —dije, casi que queriendo asfixiarme por dejar caer eso sobre la mesa, pero necesitaba estar segura… solo por si acaso.
—Si lo está, lo esconde muy bien. Pero francamente lo dudo —nana se encogió de hombros—. Él parece muy feliz con lo que hace.
Tomé una cucharada de sopa.
—Y, mmh… —tragué ruidosamente— ¿tiene hijos?
¿Qué? Solo era curiosidad.
Sí, claro.
Nana resopló, viéndose absolutamente rara al hacerlo.
—No, es una lástima —me echó una mirada y se acercó a mí, queriendo susurrar. No hice comentario alguno acerca de que estábamos solas de por sí—. He escuchado, ya sabes, en el super, con algunas amigas del pueblo... —rodé los ojos porque era obvio que me contaría un chisme—. ¡Niña, no me hagas esas caras! No seas ingrata, ¿o no quieres que te cuente?
Hice un puchero.
—Dime, nana.
—Bueno, como estaba diciendo antes de que me interrumpieras… —mi boca se formó en una fina línea, tratando desesperadamente de no reír—. Edward no tiene hijos, pero, hasta donde yo sé, es porque esta chica, Kate, no quería tenerlos. Así que él simplemente se resignó, lo cual es una lástima. Aun así, ayuda en la guardería con su mamá algunos fines de semana. Lo he visto.
Parpadeé, aun procesando la información. Era demasiado…
—¿La señora Cullen tiene una guardería?
—Sí, es la única del pueblo.
U-uhm. Me pregunté por qué Edward ayudaba ahí. Tal vez a él le gustaban los niños tanto como a mí. Recordaba que, de pequeña, mi único sueño era tener hermanos, pero eso nunca pudo ser por la enfermedad de mamá y la posterior ausencia de papá.
—Vaya —comenté—. Tal vez también pueda ayudar ahí en mis días libres.
Nana me miró sorprendida.
—¿Lo harías?
Me encogí de hombros tímidamente.
—Sabes que adoro los niños, nana —expliqué—. Además, no tendré nada más que hacer en este pueblo olvidado por Dios durante los siguientes seis meses. ¿A dónde más podría ir?
Nana se rio.
—Lo haces sonar como si fuera un castigo, Bella —le di mi mejor mirada de «duh» y ella volvió a soltar una risita—. Algo me dice que pronto estarás tragándote tus palabras.
Alcé la ceja hacia ella, pero por mi bien no dije nada; sabía que apostar contra Nana Cope era casi que aceptar la derrota antes de que el juego empezara.
—Entonces, ¿cuándo comienzas a trabajar? —me preguntó después de un rato.
Sonreí brillantemente.
—Mañana mismo.
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Edward
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El jueves por la mañana estaba de pie frente al mostrador acomodando un par de cajas de galletas dentro de la vitrina de vidrio cuando unos fuertes brazos me rodearon por detrás, casi asfixiándome. Me separé torpemente, empujando al imbécil de mi hermano lejos de mí.
—Emmett, joder, ya te dicho que no hagas eso —me quejé, acomodándome la solapa de la camisa y echando un vistazo alrededor—. Es bueno que no haya gente; me pondrías en vergüenza.
Mi hermano menor sonrió, mostrando un hoyuelo idéntico al mío.
—Me enteré por el pequeño Seth que contrataste a una fabulosa morena para el puesto de repartidor; no me podía perder eso así que vine aquí a investigar —cacareó divertido. Le rodé los ojos y miré mi reloj; faltaban 5 minutos para las ocho.
—¿No tienes clases? —pregunté, esperanzado de que me dijera que sí. Él era maestro de educación física en la pequeña preparatoria de Forks.
—Mi primer grupo es a las 9, así que no, hermanito. No te podrás librar de mí hoy —gorjeó—. Entonces, ¿dónde está la bella dama?
—Si no te detienes hablaré con Rose sobre lo que haces en tus tiempos libres —murmuré molesto, acomodándome detrás del mostrador. Emmett se quedó recargado en él, sin prestar atención a mis amenazas y viéndome atentamente a través de sus ojos claros. Suspiré—. Debería estar aquí pronto, su horario empieza a las ocho.
Justo en ese momento, como si la hubiera llamado con la mente, la moto negra de Bella entró al pequeño estacionamiento de la cafetería. Emmett silbó en apreciación y quise patearlo en el estómago, pero me contuve. Bella se quitó el casco, sacudiéndose el cabello en una manía que noté que tenía, y lo dejó colgado en el espejo retrovisor. Se bajo de un saltó y estacionó, entrando un momento después.
Una sonrisa apareció en mi rostro, sin saber exactamente por qué.
—Buenos días, jefe —me guiñó el ojo, luciendo tan bonita que debería ser ilegal. Quería patearme por pensar así, pero no podía evitarlo—. ¿Cómo estamos hoy?
—Hola, Bella —saludé, saliendo de mi estupor—. Bastante bien, en realidad. No tiene mucho que acabo de abrir, ¿qué tal estás? ¿Ya acostumbrándote al pueblo?
—¡Ja! Definitivamente me acostumbré a que no se puede salir sin chaqueta —se burló, señalando su atuendo de denim—. Pero estoy bien, gracias por preguntar.
En ese momento, Emmett decidió que ya nos había dado suficiente tiempo.
—¿Entonces, hermanito? ¿No me vas a presentar a tu nueva empleada?
Bella parpadeó hacia él, como si no hubiera registrado su presencia hasta que habló. Muy en el fondo, una pequeña voz detrás en mi subconsciente bailó al pensar que podría estar tan distraída en mí como yo en ella.
—Oh, hola —sonrió avergonzada, con un pequeño rubor cubriendo sus mejillas. Le ofreció la mano un momento después—. ¿Qué tal? Soy Bella Swan.
—Emmett Cullen —ignoró su gesto y se lanzó hacia ella, envolviéndola en un abrazo. Rodé los ojos detrás de ellos, sin saber cómo sentirme al respecto—. Soy hermano de Edward.
—U-uh, sí, me imaginé por el apellido —Bella dijo, sonando divertida pero ahogada.
—Emmett, suéltala. No quiero que salga corriendo porque la asustaste —me quejé, golpeando la espalda del gigantón de mi hermano. Él se separó, sin lucir culpable.
—No pasa nada, ¿no, Bells? ¿Te puedo decir Bells?
Ella lo miró, pareciendo triste por un momento. Mi corazón cayó ante sus ojos tristes.
—Bella, ¿estás bien? —pregunté preocupado, ya queriendo correr a mi hermano de la tienda, pero ella sonrió y asintió.
—Sí, solo recordé algo —suspiró y negó con la cabeza—. Claro que puedes decirme Bells, pero yo te llamaré Em, solo para que estemos a mano.
Mi hermano sonrió.
—Me parece justo.
En ese momento el ruido en la cocina me regresó al presente.
—Oh, sí, Bella, lo olvidaba. Quiero presentarte a todos, espérame aquí —me acerqué a la puerta de madera y llamé a las cuatro mujeres y a Seth, que estaban acomodando todos los implementos para comenzar a hornear los pedidos que teníamos para hoy. Todos ellos estaban usando el uniforme de Cullen's bakery: una camisa polo en color verde pino y pantalones caqui. Salieron a la parte de enfrente, y se reunieron frente a Bella.
» Tenemos a nuestra jefa de cocina, Sue —la mujer mayor sonrió—, ella es mamá de Leah y de Seth. Kim es ayudante de cocina también, mientras que Leah y yo horneamos. También está Seth, que ya lo conoces, él atiende el mostrador y pasa los pedidos —Seth sonrió desde su lugar y la saludó con la mano, manteniéndose quieto, sorprendentemente—. Lauren es mesera, la conociste ayer, me parece, pero hoy es su día libre —gracias a Dios, agregué en mi mente—. Por último tenemos a Ángela, es mesera también, ayer no estuvo porque fue su día libre.
Ángela dio un paso al frente y saludó efusivamente a Bella. Ellas dos probablemente se llevarían bien.
Bella notó el estómago de Ángela.
—Oh, ¿estás embarazada? ¡Qué bonito! —sonrió, pareciendo verdaderamente emocionada y luciendo aún más tierna de lo que ya era—. ¿Qué será?
Ángela rio.
—No lo sabemos aún porque decidimos enterarnos hasta el parto, pero mi suegra jura que es una niña —sonrió brillantemente y se frotó la pancita ausentemente—. Espero que sí.
En ese momento la campana sonó y dos personas entraron, los reconocí como maestros de la preparatoria de Forks. Ellos vieron a Emmett y se acercaron a platicar. Sue también lo notó y arrastró a todos a las cocinas, con excepción de Seth y de Ángela, que se fueron para atender a los clientes.
Bella se acercó y se plantó a mi lado, en una esquina. Su olor a champú de fresa me pegó directamente en el rostro y quise gemir; olía casi tan bien como la mermelada. Me recordó a los hojaldres de fresa.
—Entonces, cuando no hay pedidos que llevar…—comenzó a decir, sacándome de mis pensamientos sobre postres y ella— ¿solo me quedaré aquí sin hacer nada?
Le di una sonrisita.
—Tengo otro repartidor, se llama Jacob —le dije— a él le gusta mucho la parte de no hacer nada. Lo verás en unas horas.
Bella se encogió de hombros.
—No me importaría ayudar a Ángela si las cosas se ponen pesadas o así.
—No es necesario que lo hagas.
—Lo sé, pero quiero. No me gusta ser de las que se sientan y ya —sonrió—. Entonces, ¿siempre es tan tranquilo por aquí?
—A las ocho de la mañana sí —asentí—, excepto en algunas ocasiones. Las cosas empiezan a moverse alrededor de las diez hasta las tres, porque es la hora del desayuno y comida de la mayoría de las personas en Forks. Ahí es cuando más se usan los repartidores.
Bella asintió en apreciación.
—¿Usaré uniforme?
La miré.
—Bueno, si quieres hacerlo, por supuesto que sí. Te lo podría conseguir —sonreí, extrañado al placer que sentí al imaginármela con la camisa con el «Cullen» en letras doradas en la espalda—. Creí que no te gustaría.
—¿Dónde quedaría el espíritu del trabajador si no tengo uniforme, Edward? —me frunció el ceño burlona—. Por supuesto que me gustaría.
—Bien, bien. Lo resolveré mañana mismo —dije, divertido.
Estuvimos hablando de unas cuantas cosas más en el rato en que no tuvimos nada que hacer; todos los demás estaban ocupados recibiendo los pedidos de los maestros en la cocina. Sabía que en más o menos una media hora tendría que ponerme manos a la obra, ya que tenía un pedido de dos tartas de manzana para el final de la tarde, pero hablar con Bella era refrescante.
Ella era bastante divertida, en realidad, y nunca me esperaba lo que tenía por decir. Hablamos un poco acerca de lo que había hecho antes de mudarse de nuevo a Forks, pero no fue muy concreta y me di cuenta de que ese tema era algo difícil para ella, así que lo dejé por la paz. Aun así no pude evitar dejar de sentirme curioso al respecto.
Al cuarto para las 9, Emmett estuvo sobre nosotros de nuevo.
—Me tengo que ir, hermanito. Estoy a quince minutos de entrar en retardo —rodó los ojos—. Pasaré por aquí el sábado, yo creo, con Rose y los niños; Allie lleva días pidiendo verte.
Sonreí pensando en mi sobrina favorita. Bella me echó una mirada curiosa.
—Tal vez vaya el viernes a tu casa —ofrecí, pero sin comprometerme.
—Sí vas, nos avisas. Rose estaría feliz de hacer cena para más —guiñó y se volteó a ver a mi acompañante—. Bueno, Bellita, fue un placer conocerte. Estoy seguro de que te la pasarás bien aquí, incluso aunque tendrás que soportar al cascarrabias de mi hermano.
Bella resopló.
—Creo que sobreviviré.
Hice un gesto de ofensa tocándome el pecho con la mano y Emmett soltó una risita.
—Definitivamente ya me caes bien —dijo alegre. Luego miró el reloj en su mano izquierda—. Mierda, tengo que correr. ¡Nos vemos luego!
Emmett salió pitando de la cafetería, como siempre que se le ocurría venir a verme. Tenía más retardos como maestro que cuando era estudiante.
—Se ve que tienes una buena relación con tu hermano —Bella comentó como si nada, sonriendo.
—Sí, es un dolor en el culo pero lo quiero —me reí—. Esas cosas pasan cuando eres hijo único por diez años y luego llega un hermano. Una vez intenté meterlo en el buzón para ver si se lo llevaban; no funcionó.
—No parece que se lleven tantos años.
—¿Tan viejo se ve Emmett?
Los ojos de Bella brillaron pícaros.
—Tan joven te ves tú —me corrigió. No supe que contestar, pero por fortuna Seth nos interrumpió, por primera vez, en un buen momento.
—¡Bella! Tengo un pedido bastante grande que necesito que lleves al hospital de Forks.
Bella me echó una miradita.
—El deber me llama.
—Corre, corre —le sonreí—. No te entretengo más; si regresas y necesitas algo o tienes una duda estaré en horneando en la cocina que está en la parte de atrás, ¿si recuerdas? —ella asintió vigorosamente así que me fui, dejándola detrás mientras charlaba con Seth y acomodaba el pedido en la mochila gigante.
Leah me estaba esperando en la cocina cuando llegué, ya revolviendo la manzana con mantequilla en la estufa. Le alcé la ceja.
—Edward, te ibas a tardar una eternidad allá afuera así que decidí empezar antes que tú —sonrió como si nada y siguió mezclando—. Entonces… esta Bella, es nueva en el pueblo, ¿no?
No entendí su tono de voz, pero asentí como si nada, mientras sacaba del refri la mezcla de masa que había preparado esa mañana.
—Sí, bueno, hasta donde sé sí. Vivía aquí antes en la casa de Charles Swan, pero no la conocía de antes —expliqué.
Leah me miró y entrecerró los ojos.
—Es de mi edad, pero iba a una escuela privada en Port Ángeles. Lo sé porque en ese entonces todo el mundo sabía que era una creída —casi bramó—. No creo que haya cambiado mucho y ni siquiera sé por qué busca trabajo si su papá se pudre en dinero.
—Leah —mi voz se volvió dura y ella saltó, sorprendida—, no te quiero volver a oír a hablar así. No importa la razón por la que Bella estaba buscando un trabajo, eso no es de nuestra incumbencia.
Leah bufó.
—Sí, claro —murmuró, más para sí misma que para mí—. Maneja una motocicleta de miles de dólares, pero necesita trabajar en una pequeña cafetería de pueblo.
—Leah —repetí. Ella sólo negó y siguió haciendo lo suyo.
Me quedé pensando un rato más en lo que había dicho, todo contra mi voluntad. Era cierto que Charles Swan tenía bastante dinero, lo recordaba porque siempre se habló en el pueblo del reconocido arquitecto. Y era cierto, no parecía que Bella de verdad necesitara el trabajo.
Pero honestamente, esos eran jodidos chismes de pueblo que a mí no me tenían que interesar. Siempre había dicho que yo no participaría en ese tipo de cosas, porque yo mismo había estado envuelto en eso cuando sucedió mi divorcio.
Con todo eso en mente, suspiré y seguí amasando.
Primer día de trabajo de Bella y ya conoció a todo el mundo, incluyendo al Cullen menor ;) También supimos un poco de su nueva dinámica de trabajo y, por supuesto, a la nana Cope, quien será muy importante en esta historia también.
Car Cullen Pattinson me preguntó las edades de los personajes, bueno, Edward tiene 38 y Bella 22, por lo tanto se llevan 16 años.
PD. Si me dejan más de sus bonitos reviews tal vez nos leamos de nuevo el miércoles, ¡depende de ustedes! «3🍪🍪
