MUGEN

Aventura

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El sonido de la lluvia chocando contra las hojas de los árboles, aunado al olor de la tierra húmeda, debía tener un efecto relajante en los dos, sin embargo no era así. Permanecemos uno junto al otro en total silencio, esperando bajo este árbol a que el agua no nos moje demasiado.

Respiro hondamente y suspiro para no dejar salir la retahíla de te lo dije que ahora tengo en la cabeza. Tú me miras, siento la intensidad de tus ojos castaños en mí, aunque me niego a mirarte y reafirmo mi decisión, girando un poco la cara hacia el otro lado. Te escucho bufar con fuerza en un extraño gesto por tu parte, lo que consigue que te mire de reojo.

—Anda. Ya dilo —me instas y yo oprimo los labios en una línea que pretende contener mis palabras— ¡InuYasha! —insistes, con un tono extraño, mezcla de enfado y desaliento.

Vuelvo a tomar aire y lo suelto en una exhalación cargada de resignación.

—Ya lo sabes —finalmente digo, fijando la vista adelante, en el frondoso y amplio bosque que nos separa de nuestra cabaña. De habitual me sería fácil cruzarlo contigo a la espalda.

Vuelves a bufar y yo vuelvo a considerar que aquello es extraño. La lluvia se va haciendo cada vez más copiosa y el árbol que nos cobija comienza a dejar que ésta se filtre.

—Lo sé, debí dejar la recolección antes —aceptas con cierto aire de derrota que, maldita sea, me ablanda el corazón.

Ahora soy yo quien bufa, mientras me quito el kosode y te lo pongo por sobre la cabeza.

—¡No! —te quejas— Los dos nos vamos a mojar.

—Parece que no me conocieras, mujer, soy muy fuerte —sonrío casi sin pensarlo; un gesto que nos sorprende a ambos.

—Parece que no recuerdas que noche es ésta —indicas el cielo oscuro y sin luna visible.

—Eso da igual —defiendo, no dejaré que te mojes.

—No da igual —intentas alcanzar mi altura para que ambos nos cubramos la cabeza.

En ese momento decido que basta de inacción, la lluvia seguirá cayendo estemos aquí de pie o no. Te alzo para llevarte en brazos y te sorprendes, sin embargo te sostienes de mis hombros.

—Si nos vamos a empapar, que sea de camino a casa —declaro.

Tus ojos no dejan de mirarme y de pronto siento que esto no es más que otra de nuestras aventuras. Quizás lo lees en mi expresión, pues me muestras esa suave sonrisa de cuando cedes sin batallar. Me echas el kosode por sobre la cabeza y éste termina cubriéndonos a ambos.

Comenzamos el camino a nuestra cabaña y mientras noto lo resbaladizo de la tierra mojada, tú empiezas a hacer planes.

—En cuánto lleguemos pondré la olla de agua caliente —tus palabras me llevan a rememorar, con la mente y el cuerpo, el último día que usamos esa olla y retozamos dentro del agua caliente en medio de besos y caricias, suspiros e intensas sensaciones— y prepararé con ella una infusión que nos ayudará a no enfermar.

En ese momento todo se confunde.

—¿A qué olla te refieres? —pregunto, mirándote de reojo.

—A la del hogar —respondes con la segunda pregunta destellando en tu mente— ¿Cuál otra puede ser?

—Oh, bueno, pensé, ya sabes —pareces esperar a que desembrolle mi respuesta—… La olla grande, esa en la que…

Sueltas una carcajada que consigue que te estires en mis brazos y me esfuerzo por sostenerte y mantener el equilibrio. Aun así doy un paso sobre tierra barrosa y ambos vamos a dar al suelo.

—¡Kagome! —intento incorporarme, resbalando en el barro. Me asusta el haberte hecho daño, aunque has caído con gran parte de tu cuerpo sobre el mío.

Me miras y te echas a reír nuevamente y quizás sea por el alivio de verte bien, aunque medio recubierta de barro, que te acompaño y me echo a reír también.

Finalmente esa noche, pusimos ambas ollas de agua caliente.

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N/A

Gracias y besos!

Anyara