Capítulo 33: Sueños rotos.

Capítulo inspirado en las melodías: Oltremare - Experience - Elegy for the arctic (Todas obras de Ludovico Einaudi)

.

.

.

Existen noches efímeras, y por otro lado, noches eternas. Noches en las que cierras los ojos por un segundo y que al siguiente instante ya te envuelve la luz de un nuevo amanecer. Otras son lentas y tortuosas, en donde por más que verifiques la hora en tu reloj, simplemente el tiempo parece detenerse y no avanzar por más que lo anheles.

Y es en esa clase de noches en donde los pensamientos intrusivos te asechan, haciéndote cuestionar desde lo más ínfimo hasta lo magnánimo; lo bueno y lo malo; lo intrínseco y extrínseco que te ha llevado a cometer tus acciones y decisiones. La soledad tampoco es una buena compañera, pero tampoco quieres acudir a terceros para no molestar. Así que solo decides afrontar la oscuridad de la noche en ese aislamiento autoimpuesto, observando muchas veces el techo de tu habitación, contemplando viejas fotografías o distraerte utilizando el teléfono celular con alguna música de fondo. ¿Música? Sí, y parece ser que entre más dolorosa y triste es mejor. Maldito masoquismo el del ser humano.

El amanecer llega y notas que la alarma fue innecesaria puesto que llevas toda la noche en vela. El techo de la habitación o el espacio vacío en tu cama ya no es interesante. Lo que necesitas es una ducha para despejarte por unos cuantos minutos y que esos pensamientos intrusivos escurran con el agua tibia hacia el desagüe.

Al menos eso me he dicho para tener un nuevo motivo para levantarme. Mi compromiso ya agendado es la segunda razón para deslizarme sin ningún tipo de pereza por las sábanas y encaminar mis pasos descalzos hacia el cuarto de baño.

¿Estás segura de que quieres hacer esto?

Mi reflejo en el espejo pareciera hacerme esa pregunta, y noto lo demacrada que estoy. La mirada llena de sufrimiento y sin chispa, las enormes ojeras y bolsas bajo los ojos no ayuda.

Bien, no hay nada que una buena capa de maquillaje no pueda arreglar.

Al quitarme las ropas voy notando las heridas que aun sobresalen en mi piel. Marcas de amarras y cortes de los que ni siquiera fui del todo consciente hasta que pude darme el primer baño luego de despertar. También está la piel sobrante de mi barriga de embarazada que aún no se aplanará del todo, puesto que mis órganos internos están acomodándose nuevamente en su sitio. El corte de la cesárea sigue cubierta para que los puntos no se infecten, y mis dedos no evitan tocar la zona con delicadeza, todavía negándose a creer todo lo que sucedió.

Una vez dentro de la ducha, me deleito con la calidez del agua y todo parece silenciarse. Es una pequeña burbuja donde solo siento como mis músculos se relajan y como el cuero cabelludo reacciona exquisitamente por el masaje capilar que mis dedos le proporcionan.

El dulce aroma del jabón inunda mis fosas nasales y la voz de Naraku se entromete en mi mente "Si hueles tan bien con este aroma a fresas, debes saber de igual modo". El recipiente del jabón líquido se estrella contra el piso al momento que mi mente recrea la imagen de verlo relamerse los labios. Cierro la llave del agua y salgo agitada de la ducha para envolverme rápidamente con una toalla y salir del cuarto de baño.

Él ya no está. Él se ha ido. Ya no puede hacerte daño, Rin.

Espero a que mi agitado corazón encuentre su ritmo mientras me abrazo a mí misma, sentada en la orilla de mi cama, meciéndome levemente para encontrar un consuelo que mi cabeza se niega a escuchar en este momento. El contar cada cosa que me rodea me ayudará a distraerme.

Los minutos pasan, uno tras otro, y cuando ya puedo respirar sin ese nudo en el pecho, comienzo a vestirme.

Media hora transcurre y unos golpes se escuchan desde la puerta principal. Estando vestida debidamente, voy hacia la entrada y antes de abrir observo por la mirilla con algo de nerviosismo, como si cada vez que me acercase a esa puerta para abrirla alguien estuviera ahí para lastimarme.

Para mi alivio es Inuyasha y Kagome.

Ellos esperan a que vaya por mi abrigo y bolso. Una vez lista, nos encaminamos hacia el estacionamiento y comenzamos la travesía hacia nuestro destino. La conversación que intentan mantener me distrae a momentos, pero no logro incluirme del todo. Simplemente son muchos los pensamientos dando vueltas de aquí para allá y mi atención se escabulle con la imagen de la ciudad que puedo observar a través de la ventana del asiento trasero.

-Rin, perdón por lo que voy a preguntar pero… ¿estás segura de querer hacer esto?

De ser sincera, esa pregunta me lleva rondando la cabeza toda la noche y parte de esta mañana. Ahora esa misma interrogante ha vuelto a mi con la voz de Kagome, quien está sentada al lado de Inuyasha en el asiento del copiloto.

¿Qué si estoy segura de querer hacerlo? De momento lo estoy, de otro modo no estaría pidiéndoles que me acompañen hasta las puertas de la morgue donde Irasue Taisho me citó ayer. Me siento algo mareada y con dolor de cabeza, pues la presión de la situación y la incertidumbre me están pasando la cuenta.

-No la presiones, Kagome. –Recomienda el muchacho tras dedicarme una fugaz mirada a través del espejo retrovisor- De todos modos, pronto llegaremos al estacionamiento del edificio.

Debe haber notado mi cara de culo sin duda alguna. Ella parece ignorar su recomendación y prosigue con su charla matutina sobre las miles de razones para dar media vuelta y regresar por donde vinimos.

Cierro los ojos. Comienzo a contar en reversa desde cien.

-Kagome, en serio, aunque tengas las mejores de las intenciones, no la presiones. –Repite Inuyasha, mientras prueba aparcar al primer intento- Si Rin lo considera algo necesario no hay nada que podamos hacer más que apoyarla.

El vehículo se detiene al quedar perfectamente estacionado. Menos diez segundos y contando. Mantengo los ojos cerrados para concentrarme en los números y no en lo que mis acompañantes hablan.

-¡Es que simplemente no entiendo su afán de sufrir innecesariamente! –Exclama con un tono de voz algo más alto de lo común.- ¿Quién en su sano juicio hace algo así?

-Kagome, basta. –Advierte su novio, apagando el motor del vehículo-

-¿Acaso eres una maldita masoquista o qué, Rin?

Cero segundos y la diarrea verbal ocurre en cuanto mis ojos se abren.

Exploto como una bomba nuclear en su contra, diciendo todas las cosas que me he guardado para mí misma todos estos días. ¿Hasta cuándo cuestiona todo lo que hago o dejo de hacer? Entiendo que se preocupe por mi, y lo agradezco demasiado, pero sería igualmente gratificante el que no se entrometiera más de lo necesario.

¡Es mi vida!

¡Son mis decisiones, mis procesos y nadie más que yo sé lo que necesito en este preciso momento!

Está perpleja, dudando si abrir nuevamente la boca o no, pues noto como su labio inferior tiembla. Creo que me he pasado de la raya, pero Inuyasha interviene suavemente, diciendo que eso ha ocurrido por ser demasiado sobreprotectora conmigo. Ella lo silencia con un solo gesto de su mano. El pobre tipo ha aprendido que en pelea de mujeres es mejor no entrometerse.

-Kagome, entiende que si no entro a ese edificio en unos minutos, me volveré loca si no confirmo de una vez lo que mi corazón se niega a aceptar en su totalidad –Explico respirando hondamente para calmar mis nervios alterados- No puedo seguir si no veo con mis propios ojos que él ya no está, porque no podría volver a dormir ni estar tranquila en lo que me queda de existencia.

-Sufrirás, hermana, lo vas a hacer. –Contesta conteniendo las lágrimas-

-Lo sé, pero el dolor que conlleva una muerte no es comparable al que causa el no saber qué sucedió realmente con esa persona. –Aprieto levemente la correa de mi bolso de mano con frustración- La primera situación trae cierta paz luego del intenso tormento emocional, pero en el segundo caso, el tormento me perseguiría para siempre por no saber qué es de él y por qué fingieron todo esto.

Antes de que haga el intento de interrumpir mis argumentos, prosigo con determinación:

-Necesito tocar, necesito saber que sea lo que sea que vea allí se trata de él y nadie más que él, aunque eso me vuelva a romper el corazón.

Necesito ser la madre que necesita mi hijo. No a medias ni a tres cuartos. Debo luchar por estar al cien por ciento. ¿Costará? Por supuesto que sí, pero hoy será el primer paso de muchos.

-¿Deseas que entremos allí contigo? –Pregunta Inuyasha desbloquea el seguro interior para que pueda abrir la puerta del asiento trasero sin dificultades-

¿Y que tengas que someterte a ver lo que yo tendré que ver?

-No, gracias. Es algo que debo realizar sola. –Respondo abriendo la puerta y colocando un pie en el exterior. Antes de salir completamente, añado- Sin embargo, si requiero de su ayuda o apoyo, les llamaré sin falta.

-Estaremos para lo que requieras, Rin.

Cierro la puerta tras sonreírle levemente en agradecimiento a Kagome quien se nota bastante afligida por mi enfrentamiento. Encamino mis pasos hacia el interior del edificio, donde la señora Irasue ya esperaba mi llegada. Revisa su reloj de mano y debe haber corroborado que faltaban tres minutos para la hora acordada.

Echa otro vistazo tras de mi y manifiesta su sorpresa por verme llegar sin compañía al lugar, debido a que es plenamente consciente que Kagome no me ha dejado sola en todo este tiempo. Le explico, sin entrar en mayores detalles, que me espera en el estacionamiento junto a Inuyasha.

Sin preguntar ni agregar nada más, con un movimiento de cabeza me indica que es hora de que la siga. Muestra una identificación en recepción y la persona a cargo realiza una llamada breve que no logro entender. Tras unas puertas aledañas, aparece un señor de cabellos negros con algunas canas producto de la edad. Porta mascarilla, unas gafas gruesas de tono marrón y viste una bata blanquecina que cubre un uniforme oscuro. Sí, es de tonalidad negra.

El señor antes mencionado saluda respetuosamente a mi acompañante. Él se convierte en nuestro guía en el momento en que abre las puertas por donde salió hace unos segundos y nos indica que ingresemos a lo que da un largo y silencioso pasillo. El sonido de nuestros pasos es lo único que se percibe y el frío que hace en este sitio parece colarse por mi abrigo con facilidad. Aparecen varias puertas a ambos lados del pasillo, agitando más mi corazón ya inquieto, al no saber dónde nos detendremos.

Respira, Rin. No entres en pánico aún.

Corazón, no te agites tanto, no puedes colapsar aún.

El hombre se detiene a dos puertas del final del pasillo que a mi perspectiva se ha convertido en un laberinto. Sus ojos se detienen en mi y nota la indecisión que me embarga. Creo que las palabras de Kagome me han desestabilizado más de lo que ya me encontraba.

-¿Está segura de querer hacer esto, señorita? –Pregunta el hombre con un tono que roza la compasión y la empatía-

Irasue analiza mi comportamiento, pero no pronuncia comentario alguno. ¿Tan patética me veo en este preciso instante?

Afirmo a su interrogante en silencio, puesto que las palabras parecieron morir en mi garganta.

-Entonces, que así sea. –Dice el médico forense extendiéndome una mascarilla y guantes plásticos sellados- Las reglas son las siguientes: debe ponérselos antes de ingresar. No puede sacárselos en ningún momento. –Observa como acato su solicitud con cierta rapidez- No puede quedarse demasiado tiempo allí dentro. Cuando requiera salir, puede abrir la puerta sin ningún impedimento.

-¿Algo más que necesite saber? –Tartamudeo producto de los nervios al finalizar mi tarea de colocarme la mascarilla-

-Tendrá veinte minutos como máximo desde ahora, señorita.

Con el nudo en la boca del estómago soy testigo como el forense gira la perilla y abre la puerta tras un ligero sonido. Clic. Vomitar no es opción; toleraría cuanto pudiese y luego vomitaría de ser necesario. Después de todo, yo quise esto y debía enfrentarlo.

La vibra y aroma de este sitio es lúgubre y lleno de muerte. Olor a muerte, sí. Nunca lo experimenté para determinar si existía algo que pudiese definirse así, pero este día lo he comprobado.

Ni siquiera sé cómo describirlo, solo… está ahí, siendo percibido y envolviéndote disimuladamente tras la capa de líquido desinfectante y formol. Tal vez distingo un poco a hedor de sangre, pero no estoy segura.

Observo el pesar en los ojos de aquel hombre cuando cerraba la puerta y se perdía tras ella al otro lado de aquella fría habitación. Mis ojos recorren la sala. Cerámica blanca; dos puertas colindantes cuyo interior no despierta mi interés; un nicho de puertas metálicas selladas y una camilla. Esta última cubre algo con una especie de sábana blanca y puedo sentir como el nudo en la boca del estómago se sube de golpe hasta mi pecho y la bilis se ubica en la base de la garganta.

Dios, encomiendo mi alma y corazón por lo que haré a continuación.

Con las piernas temblando, me acerco paso a paso hacia ese punto medio en la habitación. La luz encendida recae a aquel lugar, como una anfitriona silente para llegar a destino. Extiendo mi mano que no ha parado de temblar y cojo la esquina más cercana de aquella tela ligera.

Reúno el poco valor que encuentro y la voy apartando lentamente hacia la parte inferior.

Al ver el indicio de una cabellera platinada me detengo de golpe y regreso a la posición original aquella sábana. No he comido nada desde ayer y siento que voy a vomitar de igual manera.

No, no puedo hacer esto. No puedo.

La cobardía me invade, encamino mis pasos a la salida que es mi puerta a la salvación. Sin embargo, antes de coger la manilla dorada, me detengo. Observo nuevamente la camilla y deseo estrellar la cabeza contra la pared, tanto metafórica como literalmente.

Tú quisiste esto, testaruda. Tú y solo tú decidiste meterte en este embrollo porque querías saber la verdad. Así que solo tú podrás buscar la paz que el corazón necesita.

Ahora ve allá y termina lo que empezaste.

Luchando contra mi luz y oscuridad, mi cobardía y mis agallas, devuelvo mis pasos una vez más, cojo la sábana blanca entre mis dedos enguantados y me obligo a ver qué o quién está debajo de ella.

Lo que veo me hace soltar un gemido ahogado por el dolor que siento en el centro de mi pecho. La vista se nubla por el nacimiento de las lágrimas que se acumulan una tras otra al corroborar lo que me temía. Es Sesshomaru Taisho… mi querido Sesshomaru.

Mis dedos temblorosos acarician su rostro hinchado y ciertamente magullado por las heridas. Algunas son más profundas que otras. Sigo bajando la tela exponiendo la parte superior de su cuerpo y van apareciendo otras heridas y moretones de distinta consideración.

-Mi amor, ¿qué… qué fue lo que te hicieron allí?

A penas soy consciente de lo que he dicho, pues mi pregunta muere al ver que uno de sus antebrazos había sido amputado. Abrumada por la impresión, caigo de rodillas ante la camilla y lloro abiertamente por lo que acabo de ver.

Lloro por todo lo que no he podido llorar desde que desperté en el hospital, lloro por el miedo de perder a nuestro hijo, lloro porque ahora puedo dimensionar realmente el nivel en que Sesshomaru luchó cruel y dolorosamente tratando de salvarme, y… lloro porque corroboro lo que me negaba a aceptar.

Está muerto.

Sus mejillas y cuerpo ya no tienen su color característico; él no tiene su calor, aquel calor que me abrigaba y me hacía sentir segura, y que alejaba los miedos.

Está en un sitio lejano donde no lo puedo encontrar.

Dejo libre todos los sollozos que se vuelven un grito desgarradoramente negativo porque no quiero creer que esto esté pasando. Cojo entre mis manos la extremidad superior derecha de Sesshomaru, la cual parecía estar caída en mi dirección, pero que no la había movido en ningún momento hasta ahora. Su mano no es suave, es rugosa, firme e inflexible como si se tratara de acero.

Este ha sido el amargo despertar de mis esperanzas más desesperadas.

-Perdóname, Sesshomaru, por favor.

Le pido perdón por todo el daño y dolor por el cual tuvo que pasar. Le pido perdón por ser una cobarde. Pido que me disculpe por ocultarle la verdad y privarlo de vivir algo nuevo para él con nuestro bebé. Que perdone mi indecisión y la lealtad a una familia egoísta.

Pero, no puedo evitar agradecerle la oportunidad que nos dimos mutuamente para vivir nuestro amor, uno efímero, aunque sabíamos que no acabaría bien. Ahora ya es muy tarde para ambos, solo me queda grabar su rostro en mi memoria y corazón, y esperar que en otra vida seamos inseparables como la arena y el mar, que no sea tarde para nosotros sin importar nuestros pasados y futuros, teniendo lo que no pudimos en esta vida. Que tus abrazos me envuelvan hasta último aliento de mi existencia.

Por eso y más, te buscaré, Sesshomaru.

Sin soltar su mano entre las mías, incorporo mi cuerpo para estar a su altura. Luego sostengo esa extremidad con mi mano izquierda y con la otra restante acaricio sus cabellos tan particulares. Silbo por unos segundos nuestra melodía, nuestro código íntimo, aunque mis sollozos lo interrumpen de vez en cuando.

Tres golpes en la puerta me hacen saber que nuestro tiempo se está acabando nuevamente. Contra toda indicación de salubridad, acerco mi rostro al tuyo y a través de la mascarilla deposito un breve beso sobre tus labios violáceos.

-Te amo y te amaré siempre, Sesshomaru. –Acaricio su rostro una última vez mientras le hago una última promesa- Estaremos bien con Kazuhiko, de algún modo lo haremos. Ya no debes preocuparte por nada más, ¿de acuerdo?

Acomodo su brazo derecho a un costado de su cuerpo, deposito la sábana en su posición original y me encamino a la salida.

Las luces parpadean como si hubiese un desperfecto eléctrico.

Me detengo. Echo un vistazo y todo sigue en su lugar.

Doy otros pasos y me parece escuchar de regreso el silbido de hace un rato. Me congelo en mi lugar. Cierro los ojos y pareciera sentir una presencia tras de mi. Los abro y sin mirar atrás, salgo de la habitación sacándome la mascarilla y los guantes de látex. Sin mucha delicadeza, cojo mis pertenencias y busco salir del edificio.

Los rayos del sol me ciegan brevemente. Escucho la voz de Kagome llamándome y haciéndome una señal para que me acercara a ellos. Mis oídos omiten su voz por un intenso pitido que atraviesa mi cabeza. Inuyasha se quita las gafas de sol y veo como su vaso de café cae al pavimento de la acera mientras mi vista se nubla y caigo al piso desmayada.

.

.

.

-¿Cómo sigue la muchacha?

Consultó Irasue a Inuyasha mientras ella esperaba la culminación de la cremación del cuerpo de su hijo, para por fin tener en sus manos sus restos en un ánfora dorada y que pudiese recibir un funeral digno de un sirviente a su nación.

-Sigue débil, pero al menos ya está consiente. La impresión fue demasiado fuerte. –Se limitó a contestar mientras se sentaba a su lado- Por el mismo motivo, por recomendación médica, ella no podrá asistir al funeral.

-Me lo imaginaba. –Bebía café tratando de mantenerse despierta, pues ya eran varios los días en donde no podía tener un descanso reparador, y dudaba que en un lapso corto de tiempo lo obtuviese- Conste que le advertí que lo mejor era quedarse con su antigua imagen y que le afectaría verlo en esa condición, Inuyasha.

-Lo sé, pero lo importante es que se recompondrá después de esto, ¿verdad?

-No lo tengo muy claro, Inuyasha. –Hablo con seriedad- Escuché perfectamente fuera de la habitación su conmoción, el cómo lloraba y gritaba por su pérdida. Sus arcadas. Sus lamentaciones.

-¿Aun así no entraste? –Recriminó abiertamente el peliplateado-

-Es una reacción normal, lo creas o no. –Se encogió de hombros, omitiendo el tono en cómo le habló anteriormente- Me hubiese preocupado en cierta medida si hubiese estado muy silencioso dentro de la sala.

-¿Reaccionaste de igual forma cuando lo encontraste en el muelle?

Silencio absoluto.

-Cierra la boca, mocoso. –Su mirada se ocultó tras su largo flequillo- No sabes nada.

¿Qué si había llorado tratando de traerlo a la consciencia en cuanto pudo llegar a su lado?

¿Qué si acaso no lo maldijo por no esperar a alguien que le cubriese las espaldas y actuar solo?

¿Qué si no lloró golpeando su pecho con la impotencia y dolor que siente una madre al saber que había muerto?

¿Qué no se maldijo a sí misma una y mil veces por ser una pésima madre?

Claro que no sabía nada, y tampoco tenía que hacerlo. Que siguiera sumergido en su ignorancia y ella en su miseria silenciosa aparentando una falsa indiferencia que en las noches desaparecía abrazando la soledad y la pérdida.

-Por cierto, con la fuerte conmoción de lo vivido, ella tenía algo que no te entregó.

-¿Qué es?

Del bolsillo interior de su chaqueta sacó una bolsita de gamuza y se la extendió. Tras liberar sus ataduras, sobre la palma de su mano cayó una cadena de plata la cual sostenía un nudo o algo así. Sin embargo, luego de analizarlo, notó que el dije era un nudo celta, que representaba el amor eterno y la unión de cuerpo, mente y alma.

-Solicitó que lo depositaras en el interior del ánfora. Ella tiene uno igual que Sesshomaru le obsequió en su último cumpleaños y pues… ya imaginarás el significado que tiene para ellos en sí.

-Lo imagino. Dile que su deseo será cumplido. –Se puso de pie al ver como un trabajador del lugar le indicaba que el proceso ya había finalizado- Nos vemos en el funeral.

-Te veo allí, Irasue. –La abrazó momentáneamente y procedió a desaparecer de su vista luego de ello-

Quien diría que Irasue Taisho, la agente, la mujer de hierro, derramaría lágrimas al tener en sus manos el ánfora con las cenizas de su único hijo. Obviamente no lo hizo al estar en presencia de terceras personas. No, claro que no. Esperó a estar en la soledad que el mismo funcionario le brindó al hacerla pasar a una sala colindante con el crematorio. Acariciando el cuello del ánfora, la abrió momentáneamente para depositar el collar que Rin Higurashi le había entregado a través del joven Inuyasha.

-Espero lo estés usando el día en que sus almas se encuentren, querido cachorro. –Sonrió mientras las lágrimas silenciosas se deslizaban por sus pálidas mejillas- Sé lo mucho que te molestaba ese apodo, pero eras parte de mi manada, hijo. Y debí protegerte mejor. Fallé por la ambición de poder y la confianza excesiva por ser considerados dioses guerreros y letales.

Sí, olvidó la dolorosa verdad de ser simples humanos con otras capacidades y entrenamientos que los llevó a la grandeza. Y sin embargo, de todos modos serían olvidados por la mayoría de quienes los han conocido a través de los años.

-Todo para nada.

Limpió todo rastro de lágrimas en su rostro, selló el ánfora dorada y procedió a ponerse las gafas oscuras que ocultaba el dolor reflejado anteriormente a través de sus ojos. Posteriormente, salió de aquella sala para dirigirse de una vez por todas al cementerio donde los restos de su hijo descansarían al lado de Inu no Taisho e Izayoi, donde calculaba que irían unas pocas personas a la ceremonia fúnebre.

El trayecto hacia el parque santo fue bastante expedito, no demoró más de quince minutos, pero al llegar al lugar todo cambió. Extrañamente habían demasiados vehículos estacionados, todos eran mercedes negros con vidrios polarizados, de cierto año en específico y con patentes alteradas.

Definitivamente esos automóviles correspondían a la agencia de inteligencia.

¿Qué demonios ocurría?, se cuestionó Irasue al aparcar. Entre sus manos cogió el ánfora y al salir del vehículo, puso el seguro y alarma, para posteriormente encaminar sus pasos hacia la entrada que estaba custodiado por hombres vestidos completamente de negro y que portaban en su cabeza un pasamontañas del mismo tono. Al notar su presencia, los seis hombres hicieron una reverencia ante la mujer y dieron aviso por radio que nadie más entraría o saldría del lugar hasta la finalización de la ceremonia.

Hicieron una seña para que ella avanzara y lo hizo, manteniendo la cabeza en lo alto con el orgullo que siempre le caracterizó desde temprana edad. Caminó por la ruta empedrada, viendo una multitud significativa de personas en un cierto punto del cementerio, donde se realizaría el funeral. Serían cercano a las quinientas personas, no sabría con exactitud si eran más. Prácticamente era toda la central de inteligencia en un mismo punto, esperándola sin prisas y con expectación por cada paso que la acercaba al punto de encuentro.

El cielo nublado abrió poco a poco sus puertas, disipando algunas nubes amenazantes de lluvia y dejando caer algunos rayos de sol sobre la agente que sostenía con fuerza el ánfora de su hijo. Algunos creyeron verla caminar con alguien al lado, como un espejismo breve, otros tantos manifestaron que se aferraba al objeto para no caer en su recorrido, y otros simplemente concordaron en las dos versiones y que era el alma de Sesshomaru cuidando sus pasos para que no decayese en su andar.

Si en vida se apoyaron con titubeos, tras la sombra de la muerte no sería la excepción.

Cuando llegó a destino, Inuyasha la recibió con un fuerte abrazo e Irasue pudo notar como todos los agentes llevaban, sin excepción, un pasamontañas que ocultase su verdadera identidad. Solo los familiares podían tener libre su faz y ser libres de mostrar sus verdaderas emociones.

Cada palabra de despedida y condolencia fue verídica y transparente, haciéndole ver y saber a la madre de Sesshomaru cuan querido y respetado era realmente, y que no era solamente una zalamería la que le manifestaban en vida.

No, ahora sabía cuan equivocada estaba. Y eso le removió aún más el corazón.

La ceremonia ya casi llegaba a su final, cuando veinte agentes (tanto hombres como damas) se apartaron con unos fusiles, y dispararon al aire treinta y un veces. Uno por cada año de vida de su compañero y líder.

Uno por uno, que reemplazaría al sonar de una campanada al depositar el ánfora en su lugar de eterno descanso.

Un disparo tras otro que rompía las barreras del dolor de cada familiar, amigo y compañero, y que daba a riendas sueltas a las lágrimas que anteriormente se negaban a liberar. Incluida Irasue que saludaba formalmente la tumba ya sellada que su hijo, dejando caer las lágrimas sobre el mármol recién puesto.

-Algún día lo volveremos a ver, Irasue.

Habló Inuyasha arrodillándose ante la tumba para tocar el mármol humedecido por las lágrimas de aquella madre y depositando un arreglo floral en su nombre y de Kagome, quien estaba acompañando a Rin en el hospital.

-Sí, pero espero que el dolor de este sueño roto acabe algún día antes de que suceda.

Porque sabía de sobra que tenía el alma y corazón hecho trizas, y que el hecho de ser la nueva cabeza de la central de inteligencia japonesa jamás podría llenar el vacío que dejó su hijo.

Su Sesshomaru.

Su cachorro descarriado.

Su máximo orgullo.

-Espera, Irasue. -Inuyasha se puso de pie, sacudiéndose el polvo de sus pantalones y secando sus lágrimas con el dorso de la mano- ¿Dónde vas? Los demás aún no se van.

-Que se jodan. -Respondió con la sonrisa socarrona que hace días no enseñaba al mundo- Iré a la tumba de Naraku y la voy a agujerear tal y como lo hice con él mientras agonizaba tras la caída.

-¡No hagas locuras!

-Querido, es solo para que sepa que en el infierno está seguro aún, pero cuando muera... ¡Juro ante Dios, el mismísimo diablo o lo que sea que rija este puto mundo físico y espiritual, que lo que sufra ahora por sus pecados serán vacaciones a comparación de lo que le espera cuando muera y vaya por él!

-¿Necesitas ayuda?

-No, muchacho. –Acomodó sus gafas y sacó su arma de servicio- Esto es terapéutico para mi y debes ver a Rin y tu noviecita. Lo que si acepto, es que agradezcas la compañía de los asistentes, advertirles que no se entrometan en mis asuntos y despídelos debidamente. Tú eres más diplomático que yo, querido.

Ahora era tiempo de decorar una tumba que estaba muy cerca de la fosa común de aquel cementerio.