Capítulo 9
Reunión a media noche
Elisa volvía de clase de Pociones, cuando vio enfrente suyo a Sirius. Se dio media vuelta inmediatamente intentando evitarle. La última vez que le había visto fue el último día –fatídico- que estuvo con Snape. Pero dio la terrible casualidad que cuando dio media vuelta, apareció Snape. Elisa maldijo su mala suerte. Intentó pasar de largo Snape mirando el suelo, pero a él no le pasó en absoluto desapercibida.
-¡Sssst...! –hizó Snape cogiéndola del brazo para pararla.
-Ahora no, por favor –le susurró Elisa suplicante.
-Te he estado buscando toda la semana y ahora al fin te encuentro.
-¿No se te ha ocurrido que he estado evitándote?
-¿Por qué? –preguntó Snape inocentemente.
-Es evidente, ¿no? –inquirió Elisa haciéndole una mirada significativa.
-¡Ah, eso!
-Exacto.
-¿Quieres que lo repita?
-¡Ni en broma! –dijo Elisa librándose de su mano.
-¿Es que no te gustó?
-Para nada –tartamudeó Elisa inquieta.
-Puedo hacerlo mejor...
-¡Ay, calla! –le cortó Elisa perdiendo los nervios.
-Pero tú me dijiste que...
-¡Sirius!
-¿Cómo?
-¡Viene hacia aquí! –susurró ella desesperada.
-Oh. Black –dijo Snape tranquilamente-. ¿Se te ha olvidado la novia?
Elisa le metió un doloroso codazo a Snape en el estómago, que pasó totalmente inadvertida. Sirius le clavó una mirada asesina, pero se limito a ignorarle.
-¡Lo siento, Black, pero la que tú querías la tengo yo!
Ya está. Aquello fue ya demasiado para Sirius. Se giró y, cogiendo a Snape de sorpresa, le propinó un golpe de puño en la cara. Elisa retrocedió horrorizada.
-¡Sirius! –chilló Elisa.
Snape iba a devolvérselo, per en aquel preciso instante, vio que se acercaban James y Remus.
-Sabes que igualmente salgo yo ganando –dijo Snape con soberbia. Se llevó la mano a la mejilla adolorida y, antes de irse, le guiñó el ojo a Elisa. Elisa dio un respigno exasperada.
-¿Qué ha pasado? –preguntó James mirando a Snape y a Sirius.
-Que Snape es idiota –murmuró Elisa.
-No parecía que pensaras eso el otro día –la recriminó Sirius indignado.
-Vamos, Sirius –intervino Remus.
Elisa se tragó las lágrimas que querían salir y se marchó.
* * *
-Mi primer beso ha sido con el mayor cretino de la historia. Y mi primer amor es un rencoroso. ¿Visto así podría decirse que no tengo muy buen gusto con los chicos, no crees? Aunque, claro, tampoco es que yo me comporte... debidamente. No sé, ¿sabes?, es que yo no estoy hecha para estos líos. Me convierto en una persona mala, cruel, deshonesta, mezquina, desagradable... en conclusión, una persona horrible. ¡Decs! ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? ¿Acaso no merezco un novio? ¿Estoy predestinada a no tener novio?
La Señora Norris maulló.
-Tienes razón. Debería pasar del tema.
Elisa acarició la gata que estaba a su lado. Elisa se había sentado en las escaleras de entrada y la gatita se había sentado a su lado para hacerle compañía. Debía de hacer ya unas cuantas horas que estaba allí, ya que cuando había llegado era de día. Elisa sabía que era una tontería hablar con una gata, pero el hecho que no pudiese contestarle o reprocharle le gustaba. La gata ronroneó agradecida por sus caricias.
-Tú sí que me comprendes. Verás... se lo contaría a Katrina, pero des de que tiene novio..., no sé... no es la misma. Le preocupan demasiado esa clase de temas, claro que ahora a mí también, pero... no es lo mismo. Creo que se siente responsable de que yo no tenga novio. Pero, si estoy gafada, ¿qué se le va a hacer?
De repente, la gata se incorporó y abrió mucho los ojos.
-¿Qué pasa...? ¿Hay alguién? ¿Es Flinch?
Elisa calló, puesto que hacerle preguntas a la gata de nada le serviría, sino más bien ayudaría a que la oyesen. Elisa se levantó y miró preocupada a su alrededor. A aquellas horas de la noche, no debería estar en las escaleras de entrada del castillo. Elisa había ido precisamente allí para no encontrarse con nadie. La gata –que le tenía bastante afecto- la había seguido hasta allí. Elisa tan metida en sus pensamientos, que no había pensado el castigo que podía suponer que la descubriesen a esas horas.
-¿Señora Norris? ¿Has encontrado a alguién?
Elisa comprendió horrorizada que aquella era la voz de Flinch. Elisa busó nerviosa un sitio donde esconderse, pero solo podía salir fuera del jardín para no ser vista. Fue corriendo hacia la puerta, la abrió y salió fuera con el corazón a cien. ¡Si se quedaba allí palpantada, delante de la puerta y Flinch decidía mirar fuera, estaría perdida! Corrió tan rápido como pudo hasta el Bosque Prohibido. Solo había estado una vez, pero igualmente, nunca le había producido mucho temor –a diferencia del resto de Hogwarts-. Así que no tuvo ningún problema por entrar, a pesar de conocer la clase de bestias que se escondían.
Se introdució en entre los frondosos y oscuros árboles y se agachó detrás de unos arbustos para esconderse. No quería entrar más en el bosque, puesto que si lo hacía podría perderse.
Esperó que el corazón se le calmase y pudo recuperar el aliento. Cuando finalemente se hubo tranquilizado, decidió regresar al castillo, ya que consideraba que había pasado suficiente tiempo. Pero unas voces provinentes del bosque hicieron que se parase. Parecía que venían de más adentro, donde el bosque era más oscuro y tenebroso. Elisa se acercó lentamente hacia el lugar para poder oír. No sospechaba el peligro que podía suponer que la descubriesen.
-... y bien? ¿Quántos son? –oyó Elisa que preguntaba un hombre con voz queda.
Elisa miró en la dirección que se suponía que estaba, pero la oscuridad solo le permitía ver la sombra que dos hombres con capa, uno más alto y otro más bajo y delgado. Elisa permaneció quieta, expectante.
-Unos diez –dijo la otra voz más aguda.
-¿Diez? ¿Sólo diez? ¿No eran trece?
-No... no están seguros, señor. Si más no, uno de ellos.
-¿Me quieres tomar el pelo? ¿O acaso no sabes quién soy? –amenazó el más alto con voz ultratumba- Necesito una respuesta clara y precisa. Si no la tienes más vale que no vuelvas.
-Señor...
-¡Vete!
La figura más baja se removió y se fue andando torpemente. El otro hombre se quedó un rato quieto. Elisa esperó, plentamente consciente de que si se movía lo más mínimo, la oiría. El silenció que reinaba en el bosque era inquietante. Elisa se preguntó asustada si aquel hombre pensaba a quedarse el resto de su vida. Entonces, la figura se movió, se cogió el brazo y gimió. Luego se soltó el brazo y se fue en dirección cotraria del otro.
Al cabo de un rato, Elisa salió de su escondite dispuesta a volver al castillo. Pero era evidente que aquel no era su día. Cuando iba a salir del bosque, alguién la cogió por la espalda.
-¿Qué haces aquí?
Elisa vio sorprendida que era el guardabosque, Hagrid. Un hombre impresionante que medía más de dos metros, pero a pesar de su rudeza, era muy simpático y agradable. Sin embargo, Elisa presentía que a aquellas horas no podía ser muy simpático con una alumna que anda por el bosque furtivamente.
-¡Hagrid! –dijo Elisa sorprendida.
-No son horas ni lugar para pasear, jovencita. Te acompañaré hasta el castillo.
A pesar del miedo por su estatus, Elisa sabía que tenía que explicar a alguién lo que había visto.
-¡Hagrid, había alguién en el bosque!
-¿Alguién? ¿Quién? Cuando he hecho mi ronda...
-Había dos hombres hablando, uno parecía más joven que el otro, no sé quién eran, estaba demasiado oscuro... –dijo Elisa acelerada.
-¿De qué hablaban? –la cortó Hagrid evidentemente interesado.
-Algo de unas personas que se tenían que confirmar o algo así...
-Cambio de planes, vamos al despacho del director.
Elisa abrió mucho los ojos y le miró atónita.
-¡Pero Hagrid, yo solo se paseaba! –intentó defenderse Elisa con desesperación.
-No es por ti, chica –murmuró Hagrid muy serio-. Es por los dos hombres que has visto. Creo que a Dumbledore le apetecerá saberlo.
Por un momento, Elisa se sintió tan importante como el grupo de James Potter, que siempre se estaba metiendo en líos pero arreglándolos también. El problema era que la situación era más grave de lo que ella imaginaba. No era, como siempre había deseado, una pequeña aventura de la que poder fardar delante de los compañeros.
Mientras Elisa seguía a Hagrid, ni se dio cuenta por donde iba. Hasta que este se paró delante de una gargola de piedra muy grande y fea. Elisa supuso que aquella sería la entrada del desapcho del director.
-¡Perros y gatos! –dijo Hagrid. Era evidente que aquello era la contraseña, ya que la gargola dio un salto hacia un lado mientras que la pared que tenía detrás se habría en dos batientes. Elisa dio un pasó atrás cuando vio que tras la pared había una escala de caracol automática. Cuando Hagrid y ella pisaron un escalón, la pared de detrás se cerró. Empezaron a subir en círculos hasta que se vio una puerta de roble con el picaporte de latón con forma de grifo.
Llegaron arriba del todo, salieron de las escaleras de piedra y Hagrid llamó a la puerta. La puerta se abrió con un chirrido y entraron dentro.
Se encontraron con Dumbledore sentado en el escritorio, que estaba justo en el centro de la habitación circular.
¿Es que este hombre no duerme? Se preguntó Elisa mientras avanzava detrás de Hagrid hacia el escritorio.
-¿Qué pasa, Hagrid? –preguntó el profesor Dumbledore mirandole a través de sus gafas de media luna.
-Profesor Dumbledore, he sorprendido a Elisa White paseandose por el Bosque Prohibido, y me ha explicado no sé qué historia de unos hombres que hablaban... –explicó Hagrid agitando los brazos.
-Muy bien Hagrid. Puedes irte ya, gracias –dijo Dumbledore amablemente.
-De acuerdo, profesor –asintió Hagrid obedientemente.
Hagrid se dio media vuelta y salió por la puerta.
-Puedes sentarte, Elisa.
Elisa se sentó en una de las sillas que había delante del escritorio.
-¿Y bien? –preguntó Dumbledore después de un rato.
-No es... no es nada del otro mundo lo que he visto... oído –se corrigió rápidamente Elisa, con nerviosismo-. Bueno... había dos hombres con capucha en el Bosque Prohibido que hablaban de algo sobre unas diez personas o así que tenían que asegurar una cosa.
-¿Nada más?
-Pues... uno de los hombres, el más alto, que parecía mayor, se ha cabreado al saber que el otro no le podía asegurar nada. Después ese mismo se ha quedado un rato parado y después de unos minutos se ha marchado.
-Y, dime, el otro ya se había ido, ¿verdad?
-Eso he dicho.
Dumbledore se pasó la mano por su larga barba plateada meditabundo.
-Los dos andando, ¿no es así?
-Sí.
-¿Ya ha hecho alguno de los dos algo un poco raro?
-¿Raro? –repitió Elisa sin comprender.
-Quejarse, o tocarse un brazo... –se explicó Dumbledore haciéndole una mirada inquisitiva.
Elisa cayó en la cuenta.
-Eh... sí, sí. El que se ha ido más tarde. Se ha tocado el brazo y se ha ido. ¿Por qué?
Dumbledore señaló el antebrazo.
-¿Justo aquí?
-Sí –asintió Elisa aún más desconcertada.
-Porque este, Elisa, es el lugar donde los mortífagos tienen la señal de lord Voldemort, la marca tenebrosa.
* * *
Hacía dos semanas desde aquella noche, y no había pasado nada anormal. Aún así, Elisa se sentía preocupada, como si algo la oprimiese. Por alguna extraña razón, no se sentía bien.
-... Elisa? ¿Elisa, me eschuchas? –le preguntó Katrina de camino a la clase de Transfiguración.
Elisa salió una vez más de su ensimismamiento y miró a Katrina.
-Perdona. Estaba en otro lugar.
-... de la galaxia. Últimamente nunca estás aquí. ¿Qué te pasa?
-No lo sé. No me encuentro bien –respondió Elisa lacónica.
-¿Es por Sirius?
Curiosamente, desde aquella noche no había pensado ni en Sirius, ni Snape, ni en ninguna cosa relacionada con aquellas clase de asuntos amorosos. Elisa sabía perfectamente qué era lo que le pasaba, pero no quería preocupar a Katrina. Además, Dumbledore le dijo que sería mejor no propagar la noticia de que dos mortífagos se habían reunido en el Bosque Prohibido, no era recomendable sembrar el pánico. Por eso Elisa decidió no comentarle nada. La pobre tenía ya demasiadas preocupaciones.
-Es posible –mintió Elisa.
-¡Te dije que no te preocupases más por ese tema!
-Ya –contestó Elisa secámente.
-¿Quieres que le diga algo?
-¿A quién? –preguntó Elisa con un leve deje en la voz.
-¡A Sirius, quién va a ser!
-¿Qué le vas a decir?
-¡No lo sé! Cualquier cosa.
-Mejor no –murmuró Elisa señalando el grupo de Gryffindor que se acercaba-. Últimamente está muy ofensivo.
Katrina miró a Elisa con preocupación y después hacia los Gryffindor.
-Sabes que no lo podeis dejar así.
-¿Así? ¿El qué, Katrina? Jamás ha habido nada...
-Amistad, Elisa, amistad.
Elisa suspiró con amargura.
-Me da igual. Haz lo que quieras.
-Bien. Ve tú delante. Ya te cogeré.
Elisa miró interrogativa a Katrina, pero ella iba a la suya. Elisa prefirió dejarla hacer y fue para clase con la cabeza gacha.
Elisa iba a entrar, cuando chocó con alguién.
-Lo siento –musitó Elisa mirando hacia arriba.
Entonces vio al prefesor de Runas, Julius White. Su padre.Un hombre alto, de pelo castaño y abundante, la nariz achatada y los ojos marrones. Su aspecto era similar al de Elisa, excepto por los ojos. Elisa tenía los ojos azules, con el contorno de la pupila amarillo, cosa que hacía que pareciesen verdes si uno no se fijaba bien.
-No importa –contestó él fríamente.
Elisa apartó la mirada dolida e hizo inteción de entrar a clase, pero la llamó.
-Elisa, quiero hablar contigo.
-¿De qué, padre? –preguntó Elisa con un ligero desdén.
-Me habló Dumbledore... de lo que viste la pasada noche. ¿Es cierto?
-Lo es.
-Interesante...
Elisa dio un respigno.
-Ya sabía yo. Que no querrías preocuparte de mí ni en broma.
-Las cosas no son como tú crees, Elisa.
Elisa le miró interrogativa. Su padre suspiró con cansancio.
-Tal vez algún día lo comprendas –resolvió su padre, dio media vuelta y se marchó por donde había venido.
Elisa permaneció unos segundos con la mirada fija al vació. Luego parpadeo y lenvantó la vista. Entonces vio a Sirius, enfrente suyo mirándola con preocupación. Elisa mantuvo la mirada unos minutos, pero luego la apartó y entró a clase.
Sirius conocía su historia de sobras. Y la comprendía bien. Por eso había olvidado por unos segundos sus problemas. Su familia era tan horrible que había decidido marcharse, justo aquel año, para vivir en casa de su mejor amigo, James. Sin embargo, Sirius conocía las razones por las que no estaba a gusto con su familia. Elisa no tenía ni idea de porqué su padre no la quería. Porqué, ella sabía que no podía haber hecho nada malo, decepcionante, que ella supiera. Su madre decía que le ignorase, pero no podía evitarlo. Aquel hombre, era su padre. Y la odiaba. ¿Por qué?
