«Imposible, tendré que esperar que nieve ¡No hay manera de hacer un muñeco de niebla!»

—Marci.

La nieve había empezado a caer en la ciudad de Karakura, no había tardado más de un día en que todo el suelo se cubriese de nieve y no había tardado más de dos semanas en que en sí todo el paisaje se cubriese de blanco y como es natural, que la nieve comenzase a estorbar en los caminos al punto de que podía verse a los vecinos desenterrando sus autos o entradas con grandes palas y que caminar fuese un esfuerzo sobrehumano, contando al hecho de que ir en auto era casi imposible debido a las carreteras resbaladizas.

Normalmente nada de esto le habría importado a la actual capitana del segundo escuadrón, pero el problema estaba en que, según el comunicado que recibió la sociedad de almas estaba en una situación similar —si es que no era peor—, sumado al hecho de que había una gran tormenta helada que tardaría al menos cuatro días en aminorarse imposibilitándole regresar. En otras palabras, Soi Fong estaría atrapada cuatro días en la tienda de Urahara por circunstancias ajenas a su control, cosa que la verdad la llenaba de impotencia y molestia por estar descuidando sus deberes —rezaba en lo más profundo de su ser que Omaeda no estuviese provocando ningún desastre en su ausencia—.

Aunque había un consuelo en todo eso y era que Soi Fong pasaría esos días en compañía de su tan adorada mentora y novia —a quien juraba haber visto sonreír ampliamente cuando recibió el comunicado sobre el clima—. Lo malo era que tendría que soportar los chistes de mal gusto del dueño de la tienda y mejor amigo de Yoruichi, a quien parecía dolerle pasar un día sin sacarla de quicio.

¿Qué? Que se hubiesen arreglado —más o menos— luego de la guerra de los Quincy no cambiaba que el hombre fuese pesado como el carajo.

—La pequeña Soi Fong-taicho me ha traído una bufanda para que no me congele mientras arreglo la grieta ¡Es tan amable de su parte! —exclamó el rubio con un tono tan exagerado que la chica de cabello oscuro no podía decir si hablaba en serio o no.
—¡¿La quieres o no, Urahara?! —preguntó a la mala Soi Fong con una vena marcada en su frente mientras con su mano sujetaba una bufanda rojiza de lana— ¡Sólo vine aquí porque Yoruichi-sama me lo pidió!
—No, no es cierto —canturreó la mencionada semi escondida en el marco de la puerta y observando la escena, con una expresión de que intentaba con todas sus fuerzas no estallar en carcajadas.

Claro, que a veces la mujer morena no la apoyaba. Soi Fong se permitió girarse para mirarla feo, cosa que aumentó la risa de la morena y la puso en evidencia delante de Kisuke.

—¿Lo hiciste sin que Yoruichi-san te lo pidiera? ¡Eres tan considerada, Soi Fong-taicho! —volvió a picarle Kisuke.
—Si no vas a aceptar la maldita bufanda y te dedicarás a decir estupideces entonces me iré y por mí que te mueras de hipotermia —gruñó entre dientes la capitana apuñalando al hombre con mirada gris.
—¿Cómo rechazar tan dulce gesto, Soi Fong-taicho? —al fin el rubio tomó la bufanda y se la anudó alrededor del cuello, tal vez porque ya había notado que estaba tocando terreno peligroso— ¡Muchas gracias! —canturreó mientras regresaba su mirada a la grieta en la pared que, se suponía estaba arreglando pues la brisa que la atravesaba hacía que el ambiente del recibidor fuese terriblemente frío.

Soi Fong contestó con un bufido a la vez que rodaba los ojos y después giró sobre sus talones dispuesta a volver al calor de la chimenea, siempre seguida por la mirada divertida de Yoruichi, se sentó en un cojín cercano y la morena no tardó en seguirla.

—No pensé que de todos tú le mandarías algo con lo que abrigarse, Soi Fong ¿Acaso Kisuke empieza a agradarte?
—Tampoco sé en qué estaba pensando —replicó irritada la menor—. Debí quedarme en donde estaba y dejar que contrajera el resfriado más aparatoso de su vida.
—No digas eso —Yoruichi estiró los brazos para envolver el cuerpo de Soi Fong, quien aún estando molesta se relajó entre su abrazo—. Aunque no lo aparente a Kisuke le alegra que le estés dando una oportunidad.

Soi Fong guardó silencio un momento: —¿Ah sí?

—Claro que sí, mi abeja tiene tan buen corazón —seguido de esto la morena plantó un rápido beso en la sien de su sucesora, que sólo atinó a enrojecer de golpe.
—Yoruichi-sama —se quejó apenada Soi Fong, pero no hizo nada para separarse del abrazo.
—¡Oye, oye! ¡Se me ocurrió algo genial! —exclamó de la nada la Shihouin después de un rato abrazadas. Soi Fong la miró con una ceja alzada.

Pero en lugar de contestar, Yoruichi sólo le dijo un breve «Quédate aquí» y luego saltó de su lugar y se dirigió corriendo a su habitación bajo la mirada curiosa de la menor, quien al principio esperó con paciencia a que su novia regresase. Pero al cabo de casi veinte minutos y viendo que no aparecía suspiró y se paró para buscarla y preguntarle que estaba tramando, o quizá pillarla en el acto.

Aunque Soi Fong ni bien había abierto la puerta de la habitación y había pronunciado el nombre de Yoruichi cuando recibió algo suave en la cara, pero lanzado con tal fuerza que la hizo retroceder. Se llevo las manos al rostro y sujetó lo que la había golpeado, una almohada. La fuerte carcajada de la Shihouin la hizo alzar el rostro para mirar con extrañeza a la morena.

—¡Te ves tan linda cuando estás confundida! —exclamó Yoruichi entre risas, parada en la esquina opuesta de la habitación junto a su futón.
—¿Qué fue eso, Yoruichi-sama? —preguntó a la vez que fruncía el ceño, pero ni bien había terminado de hablar cuando sus manos soltaron la almohada y se movieron para atrapar otra que casi la golpeaba— ¡Yoruichi-sama!
—¡No seas tan estirada, Soi Fong! ¡Responde el golpe! —otro almohadazo que Soi Fong tuvo que bloquear con sus brazos, las tres almohadas cayeron a sus pies.

Al procesar lo que estaba pasando allí una sonrisa comenzó a crecer en el rostro de la capitana ¿Qué podía decir? Le encantaban los retos.

—¿Así que quiere guerra? Pues guerra tendrá —y dicho esto levantó una de las almohadas a velocidad cegadora y la lanzó contra su antigua mentora, que gritó y se cubrió del golpe con otro cojín.

Ambas mujeres se perdieron por completo, la habitación se llenó de sus risas y gritos cuando la una lograba golpear a la otra, también de algunas plumas que se escapaban de las almohadas y cojines que se lanzaban o con el que se golpeaban. Era probable que estuviesen haciendo un escándalo increíble y tal vez se pudiesen malinterpretar sus gritos y carcajadas. Pero a ninguna le importaba, lo único en lo que pensaban era en lo mucho que se divertían peleando con almohadas como si fueran niñas pequeñas en una pijamada, en lo libres que se sentían.

Soi Fong sentía tanta calidez en su pecho y estómago, pocas eran las veces en las que se reía con tantas ganas como lo estaba haciendo en estos momentos. Pocas eran las veces en las que podía actuar como una adolescente, la adolescente que nunca pudo ser.

Y aunque no lo notase, Yoruichi se sentía de igual manera.

Era una sincronía que siempre había existido entre las dos. Sentían alegría cada vez que la otra estaba presente por más que se esforzasen en disimularlo, sentían que en el mundo todos desaparecían quedando sólo ellas mismas, en su propio pequeño mundo. Disfrutando de esa extraña pero adorable conexión que tenían.

Fue Yoruichi la que ganó el pequeño combate cuando se arrojó sobre la capitana y la tumbó sobre el futón para luego comenzar a golpearla repetidas veces con la almohada. Soi Fong trató de escapar y cubrirse con su propia almohada pero la morena se lo impidió.

—¡Está bien está bien! ¡Me rindo! —exclamó Soi Fong con dificultad a causa de sus carcajadas al mismo tiempo que seguía cubriéndose con su almohada.

Riéndose de igual manera o tal vez más fuerte Yoruichi al fin se quitó de encima de Soi Fong y cayó de espaldas junto a ella en el futón. Ambas tardaron un rato en calmar sus risas, y una vez que pudo respirar con normalidad Soi Fong se incorporó hasta sentarse en la cama con las piernas encogidas, secándose con las manos las lágrimas que se le habían escapado por la risa e intentando organizarse un poco su revuelto flequillo.

—¿Qué... Fue eso, Yoruichi-sama? —preguntó girándose a mirar a la de cabellos violetas, que seguía recostada a su lado.
—¿El qué? ¿El que te tiré una almohada? —contestó Yoruichi con otra pregunta, con una amplia sonrisa en su cara— Era lo que te quería mostrar, quería que te divirtieses un poco antes de irte.
—¿Por qué lo dice?
—Porque estás bastante tensa últimamente, sólo eso —contestó la morena, ella también se incorporó para sentarse al lado de su novia—. No juego esto desde que Kisuke y yo éramos niños —terminó en tono reflexivo.
—Yo... No había jugado nunca, Yoruichi-sama —las mejillas de la menor se coloraron de rojo—. A mis hermanos nunca les gustaron esta clase de juegos... Y luego murieron. No tenía más amigos que ellos, o algo así.

Las palabras de Soi Fong hicieron que el ceño de la ex-capitana se frunciera con tristeza. Ambas estaban lejos de haber tenido infancias normales pero la infancia de Soi Fong parecía haber resultado tan solitaria. Ella había tenido la suerte de contar con la compañía de Kisuke y Tessai para consolarla y brindarle la calidez que su familia no le había dado pero Soi Fong... Técnicamente no había tenido a nadie hasta que sus vidas se cruzaron.

—Debiste haberte sentido muy sola —musitó.
—A veces sí —dijo con suavidad la joven de ojos grises—. Eran débiles, pero eran mis hermanos, y su compañía me confortaba cuando sentía el hogar Fong demasiado frío.

Rápidamente Yoruichi sujetó entre sus dedos el mentón de Soi Fong para hacer que la mirara, con una sonrisa dulce que no solía mostrarle a nadie más que a ella.

—Oye, ahora me tienes a mí —dijo con ternura la morena—. Y esta vez no hay razón para que me aleje de ti. También tienes a Kisuke —ignoró el gruñido que se le escapó a su novia con la mención del tendero—. Ya no estás sola, Soi Fong.

La capitana sonrió con ternura y Yoruichi aprovechó para darle un beso dulce mientras su mano que antes estaba en su mentón pasaba a acariciar su corta cabellera, la capitana no dudó en corresponderle y podrían haberse quedado así por horas.

Pero tuvieron que separarse cuando el teléfono de Soi Fong comenzó a sonar, la joven lo recogió del suelo y por la cara de fastidio que colocó cuando vio quién la llamaba Yoruichi pudo deducir que se trataba de su teniente.

—Discúlpeme —le dijo a la mujer de ojos dorados y luego contestó— ¿Qué hiciste ahora, Omaeda? —fue lo primero que dijo al hombre al otro lado de la línea— ¿Qué?... ¡Omaeda te dije que no te metieras con esos reportes! ¡Te dije que los entregaría yo misma! —comenzó a reclamar la capitana— ¡No no no no no tú escúchame a mí!

Soi Fong se puso de pie y salió al pasillo con el teléfono en el oído —puesto que no quería incomodar a Yoruichi discutiendo con su teniente delante de ella—. Aún en la habitación la morena la siguió con la mirada con una expresión de diversión plasmada en su rostro, y con un recuerdo cálido más implantado en el corazón. Los momentos lindos que pasaba con su antigua alumna siempre hacían que todo valiese la pena.