Inuyasha es de Rumiko Takahashi.

Este capítulo será desde el punto de vista de Inuyasha.


Inuyasha caía derrotado, un viaje desde las garras de aquel youkai hasta el suelo. Una distancia de aproximadamente seis metros, una que a cualquier mortal mataría en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, nuestro protagonista quien tenía sangre demoníaca como humana por igual, en situaciones normales no significaría mucho. Lo verdaderamente preocupante eran las heridas que poseía, la gravedad de las mismas era preocupante para cualquier espectador. Estas eran profundas y grandes, como también su ubicación poseía una clara intención de matar debido a lo sensible de la zona.

Si bien en esta circunstancia se encontraba cayendo de cabeza, se podía notar que este líquido lo había llegado a manchar desde la cabeza hasta los pies. Indicando que este se encontraba hasta hace unos momentos con sus pies hacia el suelo.

La primera herida que se podía ver era una ubicada en su vientre, un agujero del tamaño de una mano perforaba de un lado al otro. Dejando ver un manchón bordó asqueroso que perforaba y manchaba los alrededores de su ya destruido traje. Una mezcla entre harapos rojos y blancos era una escena muy tétrica de ver.

La siguiente se encontraba en su pecho, como si hubiera sido un corte con una espada muy afilada. Un ataque que iba de derecha a izquierda en su pecho, con mucha profundidad la zona que alberga el corazón.

Un corte profundo en su cabeza hizo que grandes cantidades de sangre corrieran manchando su cabello blanco de un color rojizo oscuro. A la vez que manchando desde sus párpados hasta la boca, siguiendo su recorrido por el cuello.

El enemigo que no era otro que Naraku fue el responsable de este suceso, quien aprovechando la debilidad del grupo y su fragmentación ya que la sacerdotisa no se encontraba, la exterminadora y el monje junto con el pequeño zorro se encontraban en la aldea de Kaede, fue tras Inuyasha que custodiaba el lugar desde la lejanía.

Su sangre era lo que le permitió seguir con vida. Su fortaleza.

Inuyasha no dejaba de pensar en lo que vivió. La vida con su madre, una princesa humana, el ser más importante y bondadoso que conoció, una que no mereció no solo su final, sino su propia vida hasta ese momento. Ella era una joven heredera de la cual su familia jamás perdonó su relación con un youkai, y mucho menos la gestación de un sucio mestizo. Su familia se encargó específicamente de hacerles saber a ambos de ellos, ya que, aunque no la habían desheredado, el trato que sufrieron era la prueba misma de ello.

Su madre sufría mucho cuando el trataba de socializar con otros niños, sin importar su lugar de origen o su edad, niños o adolescentes, sirvientes o hijos de terratenientes, ya que siempre acababa de la misma manera. Ese resultado ya se podía descifrar sin adivinar: este era golpeado tanto por los adultos (de los cuales eran los más crueles y atroces) como por los niños, quienes imitaban a sus padres o vecinos.

Cada vez que ocurría aquello, Izayoi siempre trataba la situación de la misma manera; se acercaría lentamente al niño malherido, tomaría su cuerpo frágil y pequeño entre sus brazos y lo abrazaría con toda la dulzura y cuidado posible mientras susurraba un pequeño "lo siento". Inuyasha no podía entender el por qué se disculpaba, pero jamás dijo nada. Esos momentos, antes de que ella curara de sus heridas era lo mejor que ocurría, ya que en esas situaciones se sentía verdaderamente a salvo.

Si bien él quería tener amigos, ser respetado y querido, mientras su madre estuviera con él… solo eso, lo haría verdaderamente feliz. Su madre y él, el único ser que siempre lo aceptó por cómo era.

¿por qué tuvo que morir?

Ese pensamiento fue nuevamente el que lo trajo de nuevo a la realidad. Una en donde estaba luchando por su vida contra un ser asqueroso y deforme debido al rejunte de distintos demonios: ese era Naraku. Quien se reía violentamente hacia el espectáculo del cual presenciaba y era el autor.

Su cuerpo eventualmente, y siguiendo con las leyes de la gravedad, toco el suelo de una manera violenta y mortal para un humano, pero no para él. Esa sangre que tenía le permitió no solo resistir incluso la caída.

pero, pensó mientras sentía la tierra fría en su rostro, con unos ojos perdidos y desenfocados debido al trauma que había vivido por la caída y la pérdida de sangre, ella no fue la única que me aceptó.

Y eso era verdad, luego de la muerte de su madre. El hanyou vivió solo y aislado de la sociedad… hasta la llegada de la sacerdotisa de la perla de Shikón. Kikyou era una humana que había nacido con unos grandes poderes espirituales y con ellos una gran responsabilidad. Se podría decir que nació, que su propósito en la vida estaría relacionado con la religión.

Si bien eso era cierto, también lo era su deseo de ser una mujer ordinaria, una que pueda amar u odiar a su antojo. Una que pudiera usar perfumes o prendas distintas de ropa. Una que pudiera casarse sin importar quien sea. Eso era lo que quería.

"tú y yo nos parecemos, Inuyasha". Dijo de repente en ese terreno a las afueras de la villa. Esa conversación había iniciado cuando ella había entendido que él no era una verdadera amenaza e Inuyasha comprendió que no recibiría daño de su parte. "tú por tu condición de mestizo y yo por ser sacerdotisa" agregó "por eso no puedo matarte" esas palabras le habían llegado de sobremanera a su persona. No solo en el sentido de generar una herida en su orgullo que todavía seguía fresca desde su niñez, sino también en la forma en como ella se comparaba, una mujer tan importante y poderosa.

"¿qué te ocurre, Kikyou?" solo pudo atinar a decirle como respuesta "tú no eres así" en un vano intento de hacerle entrar en razón sobre sus dichos, unos absolutamente tontos y faltos de verdad. Ella no se parecía en nada a él, a ella la respetaban.

Y con una sonrisa triste ella contestó algo que le quedó grabado hasta el día de hoy. Una frase que lo hizo sentir culpable y triste al mismo tiempo. Nunca fue de recriminarse nada, pero aquella vez fue la primera vez que odió ver a una mujer sufriendo por algo dicho por él que no era su madre.

Fue entonces cuando comenzó a prestarle atención y a observarle desde otros ángulos, no como la sacerdotisa que podía matarlo en cualquier momento, sino como Kikyou: una mujer. Ese descubrimiento le hizo tan feliz, como también el avance en su relación hasta entender aquella frase dicha, pero sobre todo la petición de ella de que se convirtiera en humano para vivir juntos.

ya nunca mas estaría solo.

Pero esa fue otra mentira. Ella lo traicionó cuando él fue a su encuentro a las afueras de la aldea para pedir el deseo a la perla de shikón. Como venganza decidió tomar por sus propias manos el objeto que cumpliría sus deseos de ser un verdadero youkai.

Pero no todo tiene un final feliz, o se consigue lo que se busca. Ya que ese mismo día fue asesinado por la sacerdotisa, como también ella pereció debido a las heridas de aquel ser despreciable. Él que la había matado haciéndose pasar por él, para que se sembrara entre ellos el odio.

Pero ella logró revivir como un conjunto de barro y huesos por aquella bruja… para luego… luego volver… volver a….

-Sigues pensando en ella, Inuyasha. Puedo notarlo debido a que has empezado a llorar. Patético. - Así era, de sus ojos se escapó la primera lágrima, luego de ella le siguió la segunda y la tercera hasta que se convirtió en un sollozo desganado.

La extrañaba, la extrañaba y mucho. Aunque más que nada era el hecho de que no la había podido proteger, era mas que nada el hecho de que nuevamente estaba completamente solo.

Aunque eso no era verdad.

-Kagome.- susurró con todas sus fuerzas. Si bien sufrió por la muerte de la sacerdotisa, fue la joven quien logró sacarlo de aquel dolor incontrolable y ese rencor profundo que sufría. Fue quien logró que él tuviera amigos en los que confiar y apoyarse en sus días de debilidad, o un aliado en una batalla. La que le ayudó a entender el sentido de ayudar a los demás. Fue ella quien ayudó a recuperar su corazón perdido. Como también fue la razón por la cual ahora él estaba destruido en el interior por su partida que, entendía y apoyaba. Pero que deseaba que no hubiera ocurrido.

La quería devuelta. La necesitaba desesperadamente, su corazón ansiaba verla. Sabía que su amargura por Kikyou fue lo que la llevó a irse, la razón por la que decidió tomarse un tiempo, pero egoístamente quería traerla aunque sea por la fuerza.

-cierto, Inuyasha. ¿Kagome donde está? Ella se fue apenas tuvo la oportunidad, te ha abandonado como el sucio mestizo que eres. - dijo con sorna Naraku. Jactándose de la situación. - estas solo otra vez, nadie será testigo de tu muerte. ¿Qué te hace sentir eso, Hanyou?

Tras decir esas palabras, uno de sus partes de youkai se extendió, específicamente la que se encontraba detrás de su brazo, y se dirigió desde los cielos hasta el suelo con mucha velocidad. Específicamente para generar el ataque final.

Kagome, deseo verte una vez más.

-Di adiós, Inuyasha.- pero ese ataque nunca llegó, ya que fue segado por una luz blanca de irreconocible destinatario. Inuyasha solo pudo escuchar un quejido del villano y su reticente huida. Su mundo perdía sentido y sensibilidad, todo se volvía negro y frío de no ser por unos brazos cálidos que lo envolvían.


Cuanto tiempo desde que publiqué esta historia.

Espero que les haya gustado este capítulo.