Espero que disfruten el cap y gracias por todo el apoyo a la historia.
Disclaimer: Nanatsu no Taizai no me pertenece, todo es propiedad de su creador Nakaba Suzuki.
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Capítulo III.
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"¿Capitán?" Llamó suavemente Merlin al entrar a la habitación donde se estaba quedando el rubio. Ésta hizo una mueca al ver todo hecho un desastre. Muebles destruidos por todos lados, el fino tapiz completamente reducido a cenizas, fragmentos peligrosamente filosos de cristal dispersos por doquier que antes habían formado parte de los bellos candelabros que yacían en el suelo hechos trizas junto a todo lo demás, y en el centro de todo este campo de destrucción total, se encontraba Meliodas con la mirada baja sentado en el frío suelo de mármol completamente inmóvil.
El rubio no respondió en lo absoluto, a lo que Merlin suspiró pensando qué hacer para remediar esta situación. No permitiría que su capitán se consumiera por el dolor así, tenía que haber algo que ella pudiese hacer al respecto. ¿Pero qué?
Merlin negó con la cabeza. Tal vez en estos momentos sería mejor dejarlo pensar las cosas, pues la azabache no creía que fuese bueno hablar del tema de los pecados y Elizabeth, no tan pronto, pues podría causar más mal que bien.
"Merlin". El rubio le habló repentinamente a la bella maga, con una voz carente de emoción.
"¿Sí, Capitán?" Preguntó ésta.
"El estúpido conflicto entre los cinco clanes ya duró lo suficiente, es por eso que tengo la intención de terminar de una vez por todas con esta maldita guerra y en el proceso, romperé la maldición de Elizabeth, tal y como se lo prometí, luego..., no lo sé..., solamente deseo alejarme de todo". Declaró Meliodas serio, aunque la ambarina podía ver claramente el dolor por el que estaba pasando el rubio, reflejado en sus ojos. "¿Estarás conmigo?"
"Siempre, Meliodas, siempre". Le respondió la azabache sin duda alguna, solo completa seguridad en su voz. "De todos modos, mientras la guerra santa continúe, nunca podremos vivir en paz". Añadió el Pecado de la Gula.
"Así es, nunca". Murmuró con amargura el príncipe demonio. Suspiró haciendo esos pensamientos a un lado. "Gracias, Merlin". Le dijo el ojiverde, esbozando una pequeña sonrisa, sabiendo que al menos aún le quedaba su fiel amiga.
"No hay de qué, Capitán". Le dijo la mujer con una suave sonrisa. "Además, yo también tengo a alguien a quien ayudar en esta guerra". Agregó ésta.
"Te refieres a Arthur, ¿verdad?" Meliodas preguntó manteniendo su mirada sobre su amiga más antigua.
"Efectivamente, Capitán". Confirmó la bella maga. "No puedo abandonarlo a su suerte, simplemente no puedo". El Pecado de la Ira asintió en comprensión, consciente de lo importante que era ese joven para la azabache.
"¡Meliooodaaaas!" Escucharon que gritaban desde afuera de la habitación. Abruptamente la puerta se abrió y Hawk entró abalanzándose sobre el rubio derrumbándolo al suelo. El cerdito sollozaba fuertemente sobre el aturdido ojiesmeralda, quien torpemente comenzó a palmear el lomo del animal parlante. "¡Pensé que no te volvería a ver, me alegro que estés vivo, no vuelvas a asustarme así, cerdo!" Le reclamó éste llorando a mares empapando la camisa del rubio en segundos.
"Ya, ya, tranquilo, Hawk. Estoy bien, y tampoco pienso morir en el corto plazo". Le dijo el rubio con una pequeña sonrisa que iluminó levemente sus ojos.
"¡Más te vale!" Replicó éste.
De pronto, Ianus y Eón aparecieron en medio de la habitación sobresaltando a todos.
"Todo esto es muy conmovedor, pero el tiempo apremia". Eón declaró con seriedad. "Sus enemigos en Britannia están moviendo a sus tropas para conquistar todo el país y con pocos guerreros que apenas pueden enfrentarlos en combate, las cosas no pintan muy bien en el futuro". Anunció sin rodeos la terrible situación que vivía su país de origen.
Los dos Pecados y Hawk se tensaron ante lo dicho por el dios primordial del tiempo. Era verdad, los Diez Mandamientos continuaban con su conquista de Britannia mientras ellos estaban allí sin poder hacer nada para cambiar esa terrible situación. Gente inocente estaba muriendo día con día, y reinos completos estaban siendo devastados en nombre del Rey Demonio. Necesitaban cambiar las tornas a su favor, y pronto.
"Vaya, parece que pasó un tornado por aquí". Comentó divertido Ianus mirando todo a su alrededor, aligerando la tensa atmósfera que se había instalado en el lugar.
"Eh... Lo siento". Se disculpó incómodo el príncipe demonio notando por primera vez el desastre que había hecho en la habitación debido a su ataque de ira y dolor.
"Descuida, esta no es la primera y tampoco la última vez que algo así ocurre, es por eso que los muros de las habitaciones tienen protecciones mágicas, así como el resto del palacio. Si no estuvieran ahí, con tu energía hubieras nivelado todo a 40 kilómetros a la redonda". Ianus le explicó amablemente. Con un chasquido de sus dedos, el ambarino arregló toda la enorme habitación en un abrir y cerrar de ojos quedando ésta como si nada hubiese pasado. Entre tanto, el dios del tiempo observaba al ojiesmeralda de forma analítica.
"Capitán, ellos son Lord Ianus y Lord Eón, los dioses primordiales que nos han estado brindando ayuda y refugio". Le informó Merlin.
"Se los agradezco". El rubio hizo una pequeña reverencia a sabiendas de lo importantes que eran estas dos deidades antiguas.
Ambos dioses asintieron cortesmente aceptando su agradecimiento, aunque Eón estaba más centrado en la gran cantidad de energía que podía detectar arremolinándose dentro del cuerpo del pequeño ojiesmeralda.
"Meliodas, eres poseedor de un gran poder, pero tu cuerpo apenas puede contenerlo. Estoy seguro de que cuando tratas de usarlo al máximo de su capacidad pierdes el control, ¿estoy en lo cierto?" Inquirió de pronto el dios rubio con voz seria.
"Sí, se me hace prácticamente imposible hacer uso total de él. Quiero que eso cambie, pero no sé como hacerlo". Confesó el Pecado del dragón.
"Hmm... Tal vez podamos darle solución a ese problema..." Dijo el dios Ianus de forma meditativa.
"¿De verdad?" Inquirió Merlin sorprendida.
"Sí..., aunque posiblemente ambos estén en desacuerdo con la idea". Les dijo el dios peliplata.
Meliodas y Merlin compartieron una mirada seria. Parecía que ambos estaban comunicándose en silencio con solo leves gestos. Tras un minuto, los dos Pecados asintieron pareciendo llegar a un acuerdo y, seguidamente los dos posaron sus serias miradas en el dios.
"De todos modos sería bueno escucharla y tomar una decisión en base a ello". Alegó Meliodas.
"Bien". Asintió Ianus. "Podríamos modificar tu cuerpo, Meliodas. Hacerlo más resistente, más semejante al de un dios, así el contener y manejar tu poder se te haría más fácil".
"¿Modificar, mi cuerpo?" Repitió anonadado Meliodas lo dicho por el Dios de los comienzos y los finales.
"Efectivamente". Confirmó la deidad.
"Si eso me ayuda a no destruir todo lo que está a mi alrededor, además de mantener bajo control mi mente y a poder diferenciar entre aliados y enemigos de nuevo al entrar en modo asalto, entonces estoy de acuerdo con esta propuesta". Declaró Meliodas decidido, tras sopesar los beneficios de aquello.
"Perfecto, ahora faltaría ver quién te podría entrenar, a fin de ampliar tus habilidades y manejar a su máxima capacidad tus poderes. Lo haríamos nosotros, pero tu tipo de energía no entra en nuestro campo de especialidad". Dijo el dios del tiempo y el zodiaco.
"Yo me encargaré del entrenamiento del joven Meliodas". Una profunda voz masculina declaró repentinamente. Después de ese inesperado anuncio, las sombras empezaron a reunirse en un solo punto frente a todos formando la silueta de un hombre alto y delgado que vestía una elegante túnica gris humo.
Finalmente la apariencia del dios fue clara dejando ver a un atractivo hombre de unos 23 años con un físico elegante, pero tonificado y musculoso. Su cabello era largo hasta la mitad de la espalda, de color negro como la noche más oscura, y estaba atado con un lazo de seda color plata. Sus ojos eran estrechos y agudos, de color azul oscuro, casi negros con tintes de gris plata, su línea de la mandíbula era afilada pero refinada y prominente. Poseía labios carnosos pero no lo suficientemente gruesos como para cruzar la idea de lo femenino al verlos y su tono de piel era oliva.
Meliodas, Merlin y Hawk se tensaron ante esta nueva deidad, sobre todo por el aura tan dominante y oscura que la rodeaba, por su parte, Ianus y Eón se hallaban de lo más tranquilos, aunque un destello de curiosidad se podía ver en sus ojos al posar éstos últimos sus miradas en el dios primordial que acababa de aparecer.
"Érebo, dios primordial de la oscuridad, la niebla y las sombras". Anunció Ianus con una ceja levantada. "Es curioso que quieras intervenir en algo como esto, dada tu normalmente indiferencia hacia los demás que no sean tu familia directa. ¿A qué se debe tu generosa ayuda?"
"Simple aburrimiento". Respondió éste arrastrando las palabras con una expresión estoica. En realidad ese no era el motivo. Su hijo Letus le había hablado del hijo del Rey Demonio, al cual había ayudado a sacar del purgatorio o más bien el alma del joven demonio. El dios de la muerte pacífica le informó que el rubio poseía un aura muy familiar, bastante similar a la de ellos mismos. Intrigado, el dios de la oscuridad había estado observando al grupo desde antes de que Ianus y Eón hicieran acto de presencia, confirmando, al analizar el aura del joven Meliodas que lo que le dijo su hijo era muy cierto. Sin ser consciente de sus propias acciones, había proclamado que el sería el tutor del joven demonio. Tal vez el estar más cerca de él le sería útil para estudiar mejor al joven y hallar respuestas a sus preguntas.
"Um. Bien, como sea, funciona a nuestro favor, pues eres exactamente a quien necesitamos para el trabajo". Se encogió de hombros Ianus.
"El día de hoy te recomiendo que descanses, Meliodas. Mañana a primera hora llevaremos a cabo el ritual". Le informó Eón al Pecado de la Ira.
"Muy bien". Le dijo el rubio.
Con eso, los tres dioses se fueron en un destello de luz, dejando a los tres amigos solos pensando en el futuro.
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"Zeldris, ¿ya averiguaste que fue lo que hizo enojar tanto a nuestro padre?" Estarossa le preguntó curioso a su hermano menor. Los dos Mandamientos se encontraban de vuelta en el viejo castillo de Edinburgh.
"No, y eso es frustrante. Él tampoco ha querido decir absolutamente nada al respecto. Trata de fingir tranquilidad, pero cuando me comunico con él, puedo notar que aún sigue furioso". Le respondió el azabache.
"Qué extraño..." Dijo el peliplata pensativo con el ceño levemente fruncido. "Nuestro padre no suele perder el control de ese modo... Debió suceder algo realmente malo que provocara tal reacción de disgusto en él".
"Efectivamente, pero..., ¿qué?" Zeldris no podía pensar en nada, por más que lo intentara. Su señor padre era tan difícil de desifrar y le sumaba a eso lo cerrado que también actuaba guardando todo para sí mismo, ocultando información, así como buena parte de sus verdaderos planes que sinceramente en muchas ocasiones lo hacían desconfiar de las intenciones de su progenitor, pese a ello, no le quedaba de otra más que seguir sus órdenes actuando en su nombre si no quería sufrir un destino peor que la muerte. El azabache apartó esos oscuros pensamientos de su mente y miró a su hermano mayor, el único que le quedaba... Apretó los puños por el caos que se convertían sus emociones cada vez que recordaba a su difunto hermano mayor, al que se suponía que odiaba con todo su ser y por el cual, contrario a lo frío que se mostró exteriormente a Diferencia de Estarossa que lloró por Meliodas, en una parte muy dentro de él, se hallaba de luto por el hermano al cual quiso y admiró desde que era un niño, que a su manera los cuidó hasta que llegó esa maldita diosa a destruir todo. "Por ahora será mejor que hagamos de lado eso y nos centremos en los preparativos de nuestra nueva misión, Estarossa".
"Sí". Estuvo de acuerdo el mayor. "El ataque a Liones. Será dentro de tres semanas, ¿cierto?"
"Así es". Confirmó el joven verdugo. "Solo iremos siete de nosotros, Gloxinia y Drole no vendrán, ya que a ellos se les asignó destruir el Bosque del Rey Hada".
"Hm. ¿Cres que puedan hacerlo?" Cuestionó con leve interés el mayor de los hermanos demonio, que aún tenía algo de dudas sobre esos dos.
"No lo sé". Le dijo Zeldris con seriedad. "Cuando llegue ese momento lo descubriremos y, también, de que lado están sus verdaderas lealtades".
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En las profundidades de una antigua cueva, ubicada en una zona remota y carente de toda vida, un extraño ser humanoide alado aprisionado por ocho espadas, con cuatro de éstas pareciendo estar hechas de diamante que dentro suyo emitían luz pura y las otras cuatro eran de un cristal semejante a la obsidiana que así como las primeras, emanaban una luz opaca de color morado, todas ellas cargadas de energía, se removió sobre el extraño altar de piedra con runas gravadas en la que el mencionado ser yacía recostado.
Tras un brusco movimiento de su parte, por un breve momento, las ocho espadas parpadearon fuera de la existencia, aunque segundos después, la serie de runas gravadas alrededor del gran altar de piedra brilló fuertemente iluminando gran parte de la cueva, seguidamente, las ocho espadas se materializaron nuevamente, cesando así, todo movimiento proveniente de aquel ser, quedando todo en completa calma otra vez. Este suceso se repitió varias veces, uno tras otro entre largos intervalos de tiempo, y en cada ocasión, las runas brillaban con menos intensidad, ya a la cuarta vez, las ocho espadas reaparecieron, no obstante, dos de ellas, que se encontraban clavadas en las partes superiores de la ala derecha y la ala izquierda de aquel ser, se veían más deterioradas que las otras. Repentinamente, aquellas espadas se sacudieron brevemente y, a continuación, éstas se hicieron añicos, cayendo los pequeños fragmentos junto a los restos de otras espadas de diamante y obsidiana de aspecto antiguo y más desgastadas.
Con evidente dificultad, el ser de género claramente femenino, revelándose su delicado aspecto durante el fuerte brillo que generaron las runas, fue abriendo lentamente sus ojos, dejando ver dos hermosos orbes de color esmeralda que brillaban con poder.
Dentro de muy poco... Solo un poco más... se dijo así misma, renovando sus luchas contra el poderoso sello que la aprisionaba desde hace milenios...
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Fin del Capítulo.
Información de los dioses primordiales de la historia según la Wiki.
Chronos (para no confundir con Cronos) o Jronos es el dios del tiempo, de las Edades (desde la Dorada hasta la de Bronce) y del zodiaco. Chronos permaneció como el dios remoto e incorpóreo del tiempo que rodeaba el universo, conduciendo la rotación de los cielos y el eterno paso del tiempo. Su contraparte romana es Eón.
En la antigua religión y mitología romana, Jano (Latín: IANVS (Iānus)) es el dios de los comienzos, puertas, transiciones, tiempo, dualidad, umbrales, pasajes y finales. Solía representarse con dos caras, ya que mira al futuro y al pasado. Convencionalmente se piensa que el mes de enero se llama en honor de Jano (Ianuarius), pero según los almanaques de los antiguos granjeros romanos, Juno era la deidad tutelar del mes.
Érebo es el dios primordial de la oscuridad, la niebla y las sombras. Su esposa es Nix, diosa de la Noche, quien también es su hermana. Se decía que sus densas nieblas de oscuridad rodeaban los bordes del mundo y llenaban los sombríos lugares subterráneos.
Tánatos es el dios de la muerte pacífica, hijo de Nix y Érebo. Su hermano gemelo es Hipnos, dios del sueño, y su contraparte romana es Letus.
