51. HEREDEROS
En resumen, si alguien piensa que Kazilah era inocente, que examine los hechos y los niegue por completo; decir que los Radiantes perdieron su integridad al ejecutar a uno de los suyos, alguien que había confraternizado de manera tan obvia con los elementos insanos, indica el más indolente de los razonamientos; pues la siniestra influencia del enemigo exigía vigilancia en todas las ocasiones, en la paz y en la guerra.
De Palabras radiantes, capítulo 32, página 17
Al día siguiente, Clarke se calzó las botas, con el pelo todavía mojado tras el reconfortante baño matutino. Resultaba sorprendente la diferencia que podían suponer un poco de agua caliente y algo de tiempo para reflexionar. Había tomado dos decisiones. No iba a preocuparse por la desconcertante conducta de su padre durante las visiones. Todo aquello (las visiones, la orden de volver a fundar los Caballeros Radiantes, la preparación para un desastre que podía producirse o no) formaba parte de lo mismo. Clarke ya había decidido creer que su padre no estaba loco. Seguir preocupándose carecía de sentido. La otra decisión podía crearle problemas. Salió de sus aposentos y se dirigió a la sala de estar, donde Bellamy estaba ya haciendo planes con Echo, el general Khal, Teshav, y la capitana Raven. Aden, frustrantemente, guardaba la puerta, ataviado con un uniforme del Puente Cuatro. Se había negado a renunciar a aquella decisión suya, a pesar de la insistencia de Clarke.
—Necesitaremos a los hombres de los puentes de nuevo —dijo Bellamy—. Si algo sale mal, puede que nos haga falta una retirada rápida.
—Prepararé a los puentes Cinco y Doce para ese día, señor —dijo Raven—. Esos hombres parecen echar de menos sus puentes, y hablan con afecto de las cargas.
—¿No eran baños de sangre? —preguntó Echo.
—En efecto —contestó Raven—, pero los soldados son gente extraña, brillante. El desastre los une. Esos hombres nunca querrían volver, pero siguen identificándose como hombres de los puentes.
El general Khal asintió, aunque Echo seguía asombrada.
—Yo tomaré mi posición aquí —dijo Bellamy, indicando un mapa de las Llanuras Quebradas—. Podemos explorar la meseta de reunión primero, mientras yo espero. Al parecer tiene algunas formaciones rocosas extrañas.
—Parece buena idea —dijo la brillante Teshav.
—Lo es —intervino Clarke, uniéndose al grupo—, excepto en una cosa. Tú no estarás allí, padre.
—Clarke —repuso Bellamy con tono dolido—, sé que piensas que es demasiado peligroso, pero…
—Es demasiado peligroso, sí —añadió Clarke—. La asesina sigue ahí fuera… y la última vez nos atacó el mismo día que el mensajero parshendi llegó al campamento. ¿Y ahora vamos a reunirnos con el enemigo en las Llanuras Quebradas? Padre, no puedes ir.
—Tengo que hacerlo. Clarke, esto podría significar el final de la guerra. Podría significar repuestas: por qué nos atacaron en primer lugar. No renunciaré a esta oportunidad.
—No vamos a renunciar a nada —declaró Clarke—. Solo vamos a hacer las cosas de manera un poco distinta.
—¿Cómo? —preguntó Bellamy, entornando los ojos.
—Bueno, para empezar, yo iré en tu lugar.
—Imposible —replicó Bellamy—. No arriesgaré a mi hija en…
—¡Padre! —exclamó Clarke—. ¡Eso queda fuera de discusión!
La habitación quedó en silencio. Bellamy retiró la mano del mapa mientras Clarke tensaba la mandíbula, soportando la mirada de su padre. Tormentas, era difícil oponerse a Bellamy Griffin. ¿Se daba cuenta su padre de la presencia que tenía, de la forma en que hacía actuar a la gente simplemente por lo que esperaba de ellos?
Nadie le llevaba la contraria. Bellamy hacía lo que quería. Por fortuna, entonces esos motivos tenían un propósito noble. Pero en muchos aspectos era el mismo hombre que veinte años antes había conquistado un reino. Era el Espina Negra, y conseguía lo que deseaba.
Excepto ese día.
—Eres demasiado importante —insistió Clarke, señalándolo—. Niégalo. Niega que las visiones son vitales. Niega que si mueres Alezkar se hará pedazos. Niega que todos los que estamos presentes en esta sala son menos importantes que tú.
Bellamy inspiró profundamente, luego exhaló despacio.
—No debería ser así. El reino tiene que ser lo bastante fuerte para sobrevivir a la pérdida de un hombre, no importa quién sea.
—Bueno, no hemos llegado ahí todavía —repuso Clarke—. Para hacerlo, vamos a necesitarte. Y eso significa que tienes que permitir que cuidemos de ti. Lo siento, padre, pero de vez en cuando debes dejar que la gente haga su trabajo. No puedes resolver todos los problemas tú solo.
—Tiene razón, señor —dijo Raven—. No deberías arriesgarte en las Llanuras Quebradas. No si hay otra opción.
—No veo que haya ninguna —declaró Bellamy con frialdad.
—Ya lo creo que la hay —contestó Clarke—. Pero voy a tener que pedir prestada la armadura esquirlada de Aden.
Para Clarke, lo más extraño de toda esta experiencia no era llevar la antigua armadura de su padre. A pesar de las diferencias estilísticas externas, las armaduras esquirladas solían encajar de modo similar. La armadura se adaptó, y poco después de llevarla puesta sintió como si fuera exactamente la suya propia. Tampoco le resultaba raro cabalgar al frente del ejército, con el estandarte de Bellamy ondeando sobre su cabeza. Clarke llevaba ya seis semanas dirigiéndolo a la batalla. No, lo más impropio era cabalgar el caballo de su padre. Galante era un gran animal negro, más fornido y recio que Sangre Segura, el caballo de Clarke. Galante parecía un caballo de guerra incluso cuando se le comparaba con otro ryshadio. Por lo que Clarke sabía, ningún otro hombre aparte de Bellamy lo había montado jamás. Los ryshadios eran susceptibles. Bellamy había tenido que dar largas explicaciones al caballo para conseguir que este permitiera que Clarke sujetara las riendas, y aún más para montarse en la silla. Al final lo había logrado, pero Clarke no se atrevería a cabalgar con Galante a la batalla: estaba bastante segura de que el animal la desarzonaría y escaparía, buscando proteger a Bellamy. En efecto, parecía raro montar un caballo que no fuera Sangre Segura. Seguía esperando que Galante se moviera de forma diferente a como lo hacía, girando la cabeza en momentos distintos. Cuando Clarke le palmeaba el cuello, la crin del caballo se movía de maneras que no podía explicar. Su ryshadio y ella eran más que simplemente jinete y caballo, y sintió una extraña melancolía por estar cabalgando sin Sangre Segura. Tonterías. Tenía que permanecer concentrada. La comitiva se acercó a la llanura de reunión, que tenía un extraño montículo de roca cerca del centro. La meseta estaba más cerca del lado alezi que del parshendi, pero se encontraba mucho más al sur de lo que Clarke había llegado jamás. Las primeras patrullas de reconocimiento habían dicho que los abismoides eran más comunes en esta región, pero nunca habían divisado una crisálida allí. Una especie de territorio de caza, pero ¿no un lugar donde pupar?
Los parshendi no habían llegado todavía. Cuando los oteadores indicaron que la meseta era segura, Clarke instó a Galante a cruzar el puente móvil. Sentía calor con la armadura: las estaciones, según parecía, habían decidido acercarse un poco a la primavera y quizás incluso al verano. Se aproximó al montículo de roca del centro. Era realmente extraño. Clarke lo rodeó, advirtiendo su forma, abultada en algunos sitios, casi como…
—Es un abismoide —advirtió. Pasó ante la cara, una piedra ahuecada que evocaba exactamente el aspecto de la cabeza de un abismoide. ¿Una estatua? No, parecía demasiado natural. Un abismoide había muerto allí hacía siglos y en vez de haberse desintegrado con los vientos, se había cubierto lentamente de crem.
El resultado era espeluznante. El crem había reproducido la forma de la criatura, aferrándose al caparazón, enterrándolo. La enorme roca parecía un ser nacido de la piedra, como en las antiguas historias de los Portadores del Vacío. Clarke se estremeció, apartó al caballo del cadáver de piedra y se dirigió al otro lado de la meseta. Poco después, oyó a los vigías dar la alarma. Venían los parshendi. Se preparó, lista para invocar su hoja esquirlada. Tras ella se desplegaron un grupo de hombres de los puentes, diez en total, incluyendo al parshmenio. La capitana Raven se había quedado con Bellamy en el campamento, por si acaso. Clarke era la que estaba más expuesta. Una parte de ella deseaba que la asesina acudiera ese día. Así podría volver a ponerse a prueba. De todos los duelos que esperaba librar en el futuro, ese (contra la mujer que había matado a su tío) sería el más importante, aún más que eliminar a Sadeas. La asesina no apareció mientras un grupo de doscientos parshendi cruzaba desde la meseta contigua, saltando ágilmente y aterrizando en la del encuentro. Los soldados de Clarke se agitaron, las armaduras tintinearon, las lanzas se aprestaron. Habían pasado años desde que hombres y parshendi se reunieron por última vez sin derramamiento de sangre.
—Muy bien —dijo Clarke—. Traed a mi escriba.
La brillante Inadara se abrió paso entre los hombres, sentada en un palanquín. Bellamy había querido que Echo se quedara con él, ostensiblemente porque quería su consejo, pero también para protegerla.
—Vamos —dijo Clarke, instando a Galante para que avanzara.
Cruzaron la meseta, solo ella y la brillante Inadara, que se bajó del palanquín para ir caminando. Era una matrona madura, con el pelo gris, que llevaba corto por comodidad. Clarke había visto escobas más voluptuosas que ella, pero era de inteligencia aguda y una escriba tan digna de fiar como la que más. La portadora de esquirlada parshendi salió de entre las filas y avanzó sola entre las rocas. Tranquila, sin preocupaciones. Era una criatura llena de confianza. Clarke desmontó y continuó a pie el resto del camino, con Inadara a su lado. Se detuvieron a pocos pasos de la parshendi, los tres solos en la extensión rocosa, con el abismoide fosilizado mirándolos desde la izquierda.
—Soy Eshonai —se presentó la parshendi—. ¿Me recuerdas?
—No —respondió Clarke. Habló con voz grave para intentar imitar el tono de su padre y esperó que, con el yelmo puesto, lograra engañar a la mujer, que no podía saber bien cómo hablaba Bellamy.
—No me extraña —dijo Eshonai—. Yo era joven y sin importancia la primera vez que nos vimos. Apenas digna de recordar.
Clarke había esperado que la conversación de la parshendi fuera cantarina, por lo que había oído de ellos. Pero no fue así. Eshonai imprimía ritmo a sus palabras, en la forma en que las recalcaba y dónde se detenía. Cambiaba de tonos, pero el resultado era más un recitado que una canción. Inadara sacó una tabla de escribir y una vinculacañas, luego empezó a anotar lo que decía Eshonai.
—¿Qué es esto? —exigió Eshonai.
—He venido sola, como pediste —dijo Clarke, tratando de proyectar el aire de mando de su padre—. Pero registraré lo que se diga y lo enviaré a mis generales.
Eshonai no se alzó la visera, así que Clarke tuvo una buena excusa para no levantar la suya. Se miraban mutuamente a través de las rendijas para los ojos. Esto no iba tan bien como había esperado su padre, pero Clarke contaba con ello.
—Estamos aquí —dijo Clarke, utilizando las palabras que su padre le había sugerido— para discutir los términos de una rendición parshendi.
Eshonai se echó a reír.
—Ese no es el objetivo.
—Entonces, ¿cuál es? —exigió Clarke—. Parecías ansiosa por reunirte conmigo. ¿Por qué?
—Hay cosas que han cambiado desde que hablé con tu hija, Espina Negra. Cosas importantes.
—¿Qué cosas?
—Cosas que no puedes imaginar —dijo Eshonai.
Clarke esperó, como reflexionando, pero en realidad estaba dándole tiempo a Inadara para comunicarse con el campamento. La mujer se inclinó hacia ella y le susurró lo que Echo y Bellamy le habían escrito para que dijera.
—Estamos cansados de esta guerra, parshendi —dijo Clarke—. Vuestro número disminuye. Lo sabemos. Establezcamos una tregua, una tregua que nos beneficie a ambos.
—No estamos tan débiles como crees —dijo Eshonai.
Clarke frunció el ceño. Cuando ella le había hablado antes parecía apasionada, acogedora. En cambio en ese momento se mostraba fría y despectiva. ¿Era correcto? Era parshendi. Tal vez las emociones humanas no podían aplicarse a ella.
Inadara volvió a susurrarle.
—¿Qué quieres? —preguntó Clarke, diciendo las palabras que le enviaba su padre—. ¿Cómo puede haber paz?
—Habrá paz, Espina Negra, cuando uno de nosotros esté muerto. He venido aquí porque quería verte con mis propios ojos, y quería advertirte. Acabamos de cambiar las normas de este conflicto. Ya no importa disputarnos las gemas.
¿Ya no importa? Clarke empezó a dudar. «Habla como si hubieran estado jugando a su propio juego todo este tiempo. No está desesperada, ni mucho menos». ¿Podrían los alezi haber errado tan profundamente en su valoración?
Ella se dio media vuelta para marcharse.
No. Todo esto, ¿solo para que la reunión acabara en nada?
¡Tormentas!
—¡Espera! —gritó Clarke, dando un paso al frente—. ¿Por qué? ¿Por qué actúas así? ¿Qué ha fallado?
Ella se volvió a mirarlo.
—¿De verdad quieres acabar con esto?
—Sí. Por favor. Quiero la paz. No importa a qué precio.
—Entonces tendrás que destruirnos.
—¿Por qué? —repitió Clarke—. ¿Por qué matasteis a Gavilar hace años? ¿Por qué traicionar nuestro tratado?
—El rey Gavilar —dijo Eshonai, como si reflexionara sobre el nombre—. No tendría que habernos revelado sus planes aquella noche. Pobre necio. No sabía. Alardeó, pensando que nosotros agradeceríamos el regreso de nuestros dioses. —Sacudió enérgicamente la cabeza, luego se volvió otra vez y saltó, haciendo tintinear su armadura.
Clarke dio un paso atrás, sintiéndose inútil. Si su padre hubiera estado allí, ¿habría podido hacer más? Inadara seguía escribiendo, enviando las palabras a Bellamy.
Una respuesta suya llegó por fin.
—Regresad a los campamentos. No hay nada que tú, ni yo, pudiéramos haber hecho. Está claro que ya ha tomado su decisión.
Clarke se pasó el viaje de regreso de mal humor. Cuando finalmente unas horas más tarde llegó a los campamentos de guerra, encontró a su padre reunido con Echo, Khal, Teshav y los cuatro lores de batallón del ejército. Juntos examinaban las palabras que había enviado Inadara. Un grupo de criados parshmenios servía en silencio vino y fruta. Teleb, vestido con la armadura que Clarke le había ganado a Eranniv en duelo, observaba desde un lado de la habitación, el martillo esquirlado a la espalda, la visera alzada. Su pueblo había gobernado antaño Alezkar. ¿Qué pensaba de todo esto? El hombre normalmente guardaba sus opiniones para sí.
Clarke entró en tromba en la sala, quitándose el yelmo de su padre…, bueno, de Aden.
—Tendría que haberte permitido ir —declaró—. No era una trampa. Tal vez podrías haberla hecho entrar en razones.
—Son la gente que asesinó a mi hermano la misma noche en que firmaron un tratado con él —dijo Bellamy, inspeccionando los mapas sobre la mesa—. Parece que no han cambiado nada desde aquel día. Lo hiciste perfectamente, hija; sabemos todo lo que necesitábamos saber.
—¿Ah, sí? —preguntó Clarke mientras se acercaba a la mesa con el yelmo bajo el brazo.
—Sí —respondió Bellamy, alzando la cabeza—. Sabemos que no accederán a la paz, pase lo que pase. Mi conciencia está limpia.
Clarke contempló los mapas desplegados.
—¿Qué es esto? —preguntó, advirtiendo los símbolos que representaban los movimientos de tropas. Todos estaban desplegados por las Llanuras Quebradas.
—Un plan de ataque —dijo Bellamy en voz baja—. Los parshendi no quieren tratar con nosotros, y están planeando algo grande. Algo para cambiar la guerra. Ha llegado el momento de llevarles la lucha directamente y acabar de una vez, de un modo u otro.
—Padre Tormenta —dijo Clarke—. ¿Y si nos rodean mientras estamos ahí fuera?
—Nos llevaremos a todo el mundo —contestó Bellamy—, al ejército entero y a tantos altos príncipes como quieran unirse a mí. Moldeadores de almas para proporcionar alimento. Los parshendi no podrán convocar una fuerza semejante, y aunque lo hicieran, no importaría. Podremos enfrentarnos a ellos.
—Partiremos justo después de la última alta tormenta antes del Llanto —dijo Echo, escribiendo unos números a un lado del mapa—. Es Año Claro; sin duda tendremos lluvias, pero no altas tormentas durante semanas. No quedaremos expuestos a ninguna mientras estemos en las Llanuras.
También estarían en las Llanuras Quebradas, solos, a pocos días de la fecha que había aparecido marcada en las paredes y el suelo… Clarke contuvo un escalofrío.
—Tendremos que forzarlos a luchar —dijo Bellamy en voz baja, contemplando los mapas—. Interrumpir lo que estén planeando. Antes de que termine la cuenta atrás. —Miró a Clarke—. Necesito que te batas en más duelos. Combates importantes, lo más importantes que puedas. Gana esquirlas para mí, hija.
—Me bato con Elit mañana —dijo Clarke—. A partir de ahí, tengo un plan para mi próximo objetivo.
—Bien. Para vencer en las Llanuras, necesitaremos portadores de esquirlada… y la lealtad de cuantos altos príncipes quieran seguirme. Concentra tus duelos en los portadores de la facción leal a Sadeas, y derrótalos con tanto derroche de exhibición como puedas. Yo acudiré a los altos príncipes neutrales y les recordaré su juramento de llevar a cabo el Pacto de Venganza. Si logramos arrebatar las esquirlas a los que siguen a Sadeas y usarlas para poner fin a la guerra, servirá para demostrar lo que llevo diciendo todo el tiempo. La unidad es el camino a la grandeza alezi.
Clarke asintió.
—Me encargaré de que así sea.
