Esta vez sí llego a tiempo y trataré de hacerlo de ahora en lo adelante, pero no puedo prometerlo. Lo que sí prometo es no abandonar la historia. Ella se merece que la termine. Y quienes la leen, merecen esa conclusión. Sin más aquí les dejo la continuación (;-D me salió rima).
Nota: Los personajes son de la grandiosa mangaka Rumiko Takahashi. La historia es un pedacito de mi inspiración que quise compartir con ustedes.
Capítulo 7
—¿Es aquí?
—Sí, ya hemos llegado.
Trato de ver la aldea desde los ojos de Inuyasha: no es un castillo feudal o la mansión de un terrateniente, pero las cabañas están organizadas de forma que sean fáciles de encontrar o que sea factible escapar de ellas en caso del ataque de algún demonio o que estallara una guerra, ambas situaciones extremadamente comunes en la época.
Sin embargo, al ver un suspiro de alivio casi imperceptible escapar de los labios de Inuyasha me percato que su pregunta tenía más que ver con el hecho de, al fin, haber llegado hasta aquí que con el juicio que pudiese estar haciendo de la distribución de las cabañas de la aldea o las críticas a lo humilde que es.
Porque debo afrontar la realidad. Hubiese sido fantástico haber llegado rápidamente y sin contratiempos a la aldea, no haber encontrado amenazas en nuestro camino, que no era tan largo ni en un relieve complicado…
Sí, hubiese sido fantástico…, pero no lo fue.
Fue una pesadilla.
Una cruel, trágica y horrible pesadilla.
Perdí la cuenta de cuántos monstruos nos atacaron cuando iba por 26 y eso por no mencionar que no importaban las especies o los tamaños, todos sin excepción querían asesinar a Inuyasha y de paso utilizarme a mí de postre o de mondadientes. Honestamente, no me detuve a preguntarles. De hecho, ni siquiera se me ocurrió.
Básicamente llegar aquí requirió mucho esconderse y arrastrarse, en mi caso sangrar (porque sí, la herida de mi brazo está abierta nuevamente) y huir lo más rápido que podíamos cuando los atacantes no se detenían ante el campo de fuerza de Colmillo de Acero, que no dejaba de ser efectivo, pero que tenía sus límites. Y no dejemos de lado el detalle de que no contaba con flechas que pudiera utilizar para defendernos. Con solo mencionar que partimos tras el desayuno, más o menos a media mañana y estamos llegando al atardecer, cuando apenas se ve algo del sol en el horizonte, creo que dejo claro que la travesía hasta aquí fue dura, ardua, tormentosa… y podría utilizar más adjetivos, pero creo que ya se entendió la idea.
Por el lado positivo, salvo mi brazo sangrante, no hay nuevas heridas de gravedad que reportar y no perdí mi mochila. Creo que para una lista de pros no estamos tan mal, sobre todo porque logramos llegar, ambos, de una pieza (o casi, si no contamos mi herida, que técnicamente no es de hoy).
—Vamos, Inuyasha, será mejor que lleguemos a la cabaña de la anciana Kaede.
—¿Es muy lejos? —me preguntó cansado. Incluso para él, con su resistencia sobrehumana, el día había sido agotador.
—Es la última cabaña de la aldea, pero dado que llegamos por el extremo sur, no nos queda lejana. De hecho se puede ver desde aquí. —le señalo y con el brazo sano le apunto a una casa un poco alejada del resto en la que se podía ver por las rendijas de la esterita que hacía las veces de puerta el resplandor del fuego.
—Entonces, vamos. Hay que curarte el brazo. Estás sangrando mucho de nuevo.
Creo que es obvio que me encanta que se preocupe tanto por mí. Quiero decir, siempre lo hace. Inuyasha (adulto) siempre corre a protegerme o se molesta y me regaña si salgo herida en cualquiera de nuestras batallas y luego va y me ayuda a vendar las lesiones, mientras se reprende a sí mismo por no haber sido capaz de llegar a tiempo de impedir que me ocurriera algo. Pero ahora, siendo niño, es más suave al respecto. Aprecio más la preocupación en su semblante que el enojo.
Avanzamos lentamente y cuidando nuestra espalda por si ataca cualquier enemigo, sin embargo la tensión es menor que en el bosque.
Según me había contado Kaede, hace 50 años los monstruos no paraban de atacar la aldea, fundamentalmente, tratando de apropiarse de la Perla de las Cuatro Almas que Kikyō protegía y purificaba, pero cuando la perla desapareció de este mundo tras la muerte de la sacerdotisa, los ataques habían disminuido bastante, aunque no cesaron por completo. También había quienes decían que no atacaban porque mientras Inuyasha estuvo dormido en el Árbol Sagrado, su aura se percibía a su alrededor y alejaba a los demonios más débiles.
Fuera cual fuera la razón por la que no atacaban tantos ni con tanta frecuencia en esos 50 años, la realidad es que hoy en día atacaban menos porque sabían que Inuyasha tenía su, digamos, "base de operaciones" en la aldea y su reputación ya había alcanzado lugares bastante recónditos. Solo los más valientes, o estúpidos según el punto de vista, se atrevían a desafiarlo. Y él siempre salía victorioso, lo cual es más que obvio que me llena de orgullo y satisfacción.
Al llegar a la entrada, respiro profundamente y aparto la esterita para poder entrar en la única habitación que posee la vivienda. La anciana Kaede se encuentra de frente a nosotros pero no levanta la vista de su labor, arrodillada frente al fuego, así que me imagino que no nos escuchó llegar. Me fijo en que frente a ella se cuece algo en el caldero y que me permite percibir un olor delicioso.
—¿Anciana Kaede? —no quiero sorprenderla o asustarla más de lo que estará cuando se fije en mi compañía, así que mantengo el tono de mi voz bajo pero audible.
—¿Kagome? —pregunta sin levantar la vista del fuego— ¿Qué haces aquí? ¿No deberían estar ya a varias leguas de aquí?
—Sí, así era anciana Kaede, pero tuvimos un problema.
Creo que la palabra "problema", acompañada de mi tono lastimero y del hecho de que no me había acomodado en la cabaña del modo en que ya acostumbraba a hacerlo, despertaron lo suficiente la curiosidad de la anciana Kaede para que apartara la vista del fuego y me mirara a mí y a mi acompañante.
Solo puedo imaginarme la estampa que teníamos a los ojos de Kaede: yo, siempre aseada y tranquila (o al menos la mayoría de las veces), estaba sucia, con un montón de ramas en el cabello y algunos rasguños en el rostro, mi brazo izquierdo sangrando mientras sostenía mi arco y mi uniforme sucio por esa sangre y por el fango en el que nos habíamos escondido, con Colmillo de Acero atada en diagonal a mi espalda y cruzándose con este, mi carcaj vacío.
Pero lo más extraño seguramente fue que mi cuerpo medio ocultaba a un Inuyasha que estaba dividido entre hacerse el valiente y demostrarle a esta humana desconocida que no iba a permitir que nos hiciera daño, y mantenerse a mi espalda, dejando que yo manejara esta situación con una persona que le dije que era mi amiga, todo sin soltarme la mano en ningún momento.
—Como le había dicho, anciana Kaede, tuvimos un problema.
…
—Debo admitir que fuiste afortunada de que la regresión temporal y mental de Inuyasha se detuviese en la niñez y no llegase a completarse.
Contarle lo ocurrido a Kaede había sido todo un desafío. No podía permitir que Inuyasha lo escuchara y se confundiera más, así que esperamos a concluir la cena para que él se entretuviera dibujando mientras le explicaba a la anciana sacerdotisa todo lo que había acontecido en apenas dos días.
Como curandera al fin que era, en cuanto procesó la situación, la prioridad de Kaede fue atender mi brazo y cualquier otra herida que hubiésemos podido sufrir. Por suerte, Inuyasha estaba ileso y yo solo tenía, aparte del brazo, lesiones menores y un poco de dolor en el pie que se me había quedado atrapado cuando luchamos con la polilla, pero fuera de eso, nada de importancia. Y teniendo en cuenta todo lo que habíamos pasado, esa escasez de heridas era algo que debía agradecer.
Todavía acudía una semisonrisa a mi rostro cuando recordaba la primera interacción entre ellos dos. Quiero decir, tuve que presentarle a Inuyasha como si fuese la primera vez que Kaede lo viera, cuando en realidad lo conoció muchísimo tiempo antes que yo, mientras le rogaba con la mirada que no le hiciera saber a Inuyasha de sus previos encuentros para que él no sospechara la buena cuota de mentiras que había tenido que contarle hasta ahora.
No es que dudase de la inteligencia de Inuyasha, a pesar de ser un niño, pero había cuestiones que era mejor omitir o, en el más problemático de los casos, sustituir por otras más plausibles.
—Todavía, a pesar de estos días, me cuesta procesarlo, así que no me quiero ni imaginar la confusión que siente usted, anciana Kaede.
—Yo estoy acostumbrada a los monstruos de esta época y a sus particularidades, aunque debo admitir que es la primera vez que veo los resultados de lo que ese monstruo polilla es capaz de hacer. Y repito, somos afortunados de que Inuyasha haya detenido la transformación cuando lo hizo. De no ser así, los problemas serían aún peores.
—¿A qué se refiere?
—Si te parece que a un niño hanyō lo persiguen los demonios, un bebé sería más cotizado. Si lo destruyen antes de que crezca, no tienen que lidiar con su capacidad de supervivencia o con la posibilidad de que en un futuro crezcan, se fortalezcan y los destruyan.
Ese comentario solo trajo un nombre a mi mente: Izayoi. Ya la admiraba muchísimo antes por haberse opuesto a las leyes de su época y a toda su familia por amor a un demonio, pero, tras analizar lo que me acababa de comentar Kaede, mi admiración hacia ella creció exponencialmente por su valentía y por haber protegido a su hijo como lo hizo hasta el último momento de su vida. Sin embargo, dejé mis pensamientos para mí. No era conveniente pronunciar el nombre de la madre de Inuyasha por más bajo que fuera mi tono. No quería reabrir viejas heridas en el niño que, ahora mismo, dibujaba alegremente algo que aún se oponía en enseñarme.
—Entiendo. Yo… en estos días que llevo con él he aprendido mucho de cómo fue su infancia, Kaede, me ha contado cosas que antes solo se callaba. Y, aunque me ha partido el alma escuchar lo que ha tenido que pasar, no puedo dejar de admirar su fuerza y lo que ha conseguido.
—Es más abierto y confiado ahora porque es más inocente y no ha sufrido todavía todo lo que en realidad sufrió. Sabes, —me dice con la mirada perdida en algún momento de su pasado al que solo ella tiene como llegar y yo no estoy segura que lo desee— cuando yo lo conocí, siendo una niña, me pareció alguien triste. Siempre mostraba una actitud fría y hasta cierto punto cruel y arrogante, pero dicen que los niños pueden ver más allá de lo que los adultos muestran, tal vez porque su vista no está contaminada por las maldades, porque su alma es pura. Y, cuando yo veía que su mirada se perdía en el horizonte, lo que yo veía era tristeza y algo más que en aquella época mi tierna edad no me permitió comprender, pero que ahora identifico claramente como un deseo de pertenecer, tal vez a algún lugar…
—El deseo de tener un hogar…—concluí mientras lo miraba concentrado en su dibujo y ajeno a nuestros susurros.
—Puede ser, —me dijo enigmática, lo que me obligó a mirarla— todo depende de qué definición se tenga de hogar.
…
—Kagome, ¿ya te sientes mejor?
Se acercó a nosotras sin que nos percatáramos mientras Kaede me cambiaba el vendaje antes de dormir. Por suerte, ya para ese momento, las cuestiones serias habían abandonado la conversación y solo nos dedicábamos a conversar acerca de lo eficientes que eran los productos de mi época para la curación de heridas y que era posible que ni siquiera me quedara una cicatriz.
—Sí, Inuyasha, ya estoy mucho mejor. Gracias, anciana Kaede. —le dije cuando concluyó la labor. —¿Ya quieres acostarte? —pregunté acercándome a él.
—Sí, si no te molesta.
—No, por mí no hay problema. —lo siguiente que hice fue levantarme para preparar el saco de dormir mientras percibía una mirada algo extraña procedente de Kaede, pero no le di mucha importancia.
—Kagome, ¿hoy podrías… contarme una historia, para dormir? Si me cantas, podríamos despertar a la anciana Kaede, pero tengo buena audición, así que tal vez un cuento…—me pregunta dubitativo.
—Claro que sí. ¿Qué historia te gustaría? —mientras hablamos coloco el saco de dormir que presiento que, una vez más, nos abrigará a los dos.
—Mi mamá siempre me contaba la historia de Orihime y Hikoboshi, pero tú me podrías contar alguna de las de tu pueblo.
Pensar en qué historia contarle no me devanó tanto los sesos como la canción. En un final, no habían muchas dudas al respecto, porque siempre he querido mostrarle que a veces se puede amar a una bestia y aceptarla tal y cómo es, así que...
Continuará…
Bueno, chic s, la historia que contaremos quedará para otro capítulo, aunque ya se va viendo cuál va a ser. La leyenda de Orihime y Hikoboshi es un famoso cuento asiático y uno de mis favoritos de esa cultura. Honestamente no sé si por la época en la que nació Inuyasha ya se los llamaba por esos nombres, pero supongo que esa es una de esas licencias creativas que nos tomamos algunas veces.
Gracias por leer.
Besos!
