55. LAS REGLAS DEL JUEGO
Las considerables habilidades de los Rompedores del Cielo para hacer aquello implicaban casi una habilidad divina, para lo que ninguna potencia ni ningún spren conceden capacidad. Sin embargo, la orden consiguió tal aptitud, y ese hecho fue real y reconocido incluso por sus rivales.
De Palabras radiantes, capítulo 28, página 3
—Magnífico. ¿Hoy vas a ser tú mi niñera?
Raven se dio media vuelta mientras Clarke salía de su habitación. La princesa llevaba un elegante uniforme, como siempre. Botones con monograma, botas que costaban más que algunas casas, espada al costado. Una extraña elección para una portadora de esquirlada, pero Clarke probablemente la llevaba como adorno. Su pelo era un remolino de rubio salpicado de negro.
—No me fío de ella, princesa —dijo Raven—. Extranjera, compromiso matrimonial secreto, y la única persona que podría hablar en su favor está muerta. Podría ser una asesina, y eso significa que han de vigilarte los mejores que tengo.
—Humilde, ¿eh? —dijo Clarke, avanzando hacia el salón de piedra, mientras Raven la seguía.
—No.
—Era un chiste, muchacha del puente.
—Un error por mi parte. Creía que los chistes habían de ser graciosos.
—Solo para las personas con sentido del humor.
—Ah, claro —dijo Raven—. Cambié mi sentido del humor hace mucho tiempo.
—¿Y por qué lo cambiaste?
—Por cicatrices —replicó Raven en voz baja.
Los ojos de Clarke se dirigieron a las marcas que Raven tenía en la cabeza, aunque la mayoría quedaban cubiertas por el cabello.
—Magnífico —dijo entre dientes—. Simplemente magnífico. Me alegro muchísimo de que vengas conmigo.
Tras recorrer el pasillo, salieron a la luz del día. No había mucha. El cielo seguía nublado por las lluvias de los últimos días. Desembocaron en el campamento de guerra.
—¿Vamos a recoger a algún guardia más? —preguntó Clarke—. Normalmente sois dos.
—Hoy solo estoy yo. —Raven andaba corto de recursos, con el rey bajo su protección y Marcus llevándose a los nuevos reclutas de patrulla otra vez. Solo tenía dos o tres hombres para todo lo demás, pero Clarke supuso que podía vigilarlos ella sola.
Un carruaje tirado por dos caballos de aspecto irascible los esperaba. Todos los caballos parecían irascibles, con aquellos ojos que todo lo sabían y sus súbitos movimientos. Por desgracia, una princesa no podía ir a ninguna parte en un carruaje tirado por chulls. Un lacayo abrió una puerta para Clarke, que se acomodó en el interior. El lacayo cerró la puerta, luego se subió a su lugar en la parte trasera del carruaje. Raven se preparó para subirse al asiento junto al conductor, pero se detuvo.
—¡Tú! —dijo, señalando al conductor.
—¡Yo! —respondió el sagaz del rey desde donde estaba sentado, sujetando las riendas. Ojos azules, pelo negro, uniforme negro. ¿Qué estaba haciendo conduciendo el carruaje? No era un criado, ¿no?
Raven subió cautelosamente a su asiento, y Sagaz agitó las riendas para que los caballos arrancaran.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Raven.
—Buscando problemas —replicó Sagaz alegremente, mientras los cascos de los caballos resonaban contra la piedra—. ¿Has estado practicando con mi flauta?
—Uh…
—No me digas que te la dejaste en el campamento de Sadeas cuando te mudaste.
—Bueno…
—He dicho que no me lo digas —señaló Sagaz—. No hace falta, puesto que ya lo sé. Una lástima. Si conocieras la historia de esa flauta, no lo creerías. Y por eso, quiero decir que te echaría del carruaje por haberme espiado.
—Uh…
—Ya veo que hoy estás de lo más elocuente.
Raven, en efecto, había dejado la flauta. Cuando reunió a los hombres del puente que quedaban en el campamento de Sadeas (los heridos del Puente Cuatro y los miembros de las otras cuadrillas) estaba concentrada en las personas, no en las cosas. No había prestado atención a sus escasas posesiones, olvidando que la flauta estaba entre ellas.
—Soy soldado, no músico —replicó Raven.
—Todo el mundo es músico —replicó Sagaz—. ¿Sabes? Me estoy esforzando mucho para encontrar temas de conversación interesantes, inteligentes y que te llamen la atención. No puedo dejar de pensar que no cumples con tu parte del acuerdo. Es un poco como tocar música para un sordo. Cosa que podría intentar, ya que parece divertido, siempre que mi flauta no se hubiera perdido.
—Lo siento —dijo Raven. Prefería estar pensando en las nuevas posiciones de esgrima que le había enseñado Zahel, pero Sagaz había sido amable con ella antes. Lo menos que podía hacer Raven era hablar con él—. Entonces… eeeh, ¿conservaste tu empleo? Como sagaz del rey, quiero decir. Cuando nos encontramos antes, diste a entender que corrías el riesgo de perder tu título.
—Aún no lo he comprobado.
—No… no has… ¿Sabe el rey que has vuelto?
—¡No! Intento pensar una manera adecuadamente espectacular para comunicárselo. Quizás un centenar de abismoides marchando al unísono, cantando una oda a mi magnificencia.
—Eso parece… difícil.
—Sí, los malditos bichos tienen problemas para afinar sus cuerdas tónicas y mantener la entonación.
—No tengo ni idea de lo que acabas de decir.
—Sí, los malditos bichos tienen problemas para afinar sus cuerdas tónicas y mantener la entonación.
—No tiene gracia, Sagaz.
—¡Ah! Así que te estás quedando sorda, ¿eh? Avísame cuando el proceso haya terminado. Quiero probar una cosa. Si puedo acordarme…
—Sí, sí —dijo Raven, suspirando—. Quieres tocar la flauta para uno mismo.
—No, no es eso… ¡Ah! Sí. Siempre he querido colarme por detrás y darle a un sordo un golpe en la cabeza. Creo que eso será para troncharse.
—Entonces, ¿has venido a burlarte de mí? —dijo Raven.
—Bueno, más o menos. Pero te dejaré en paz. No quiero que explotes por mi culpa.
Raven se sobresaltó.
—Ya sabes —dijo Sagaz, tan tranquilo—. Explotar de puro enfado. Ese tipo de cosas. —Raven entornó los ojos ante el alto ojos claros.
—¿Qué sabes?
—Casi todo. Ese «casi» puede ser a veces una verdadera patada en los dientes.
—¿Qué quieres entonces?
—Lo que no puedo tener. —Sagaz se volvió hacia ella con aire solemne—. Lo mismo que todos los demás, Raven Bendita por la Tormenta.
Raven vaciló. Sagaz sabía que era una potenciación. Estaba seguro. ¿Debía esperar entonces algún tipo de exigencia?
—Ah, así que estás pensando. Bien. De ti, amiga mía, quiero una cosa. Una historia.
—¿Qué clase de historia?
—Eso tienes que decidirlo tú. —Sagaz le sonrió—. Espero que sea animada. Si hay algo que no soporto es el aburrimiento, así que te rogaría que evitaras ser pesada. De lo contrario, puede que tenga que colarme por detrás y golpearte en la cabeza.
—No me estoy quedando sorda.
—También es para troncharse con la gente que oye bien, obviamente. ¿Qué, pensabas que iba a atormentar a alguien solo porque es sordo? No, atormento a todo el mundo por igual, que lo sepas.
—Magnífico. —Raven se acomodó, esperando más.
Sorprendentemente, Sagaz pareció contentarse con dejar ahí el asunto. Raven contempló el cielo, tan sombrío. Odiaba los días como ese, que le recordaban el Llanto. Padre Tormenta. Los cielos grises y el clima miserable le hicieron preguntarse por qué se había molestado en levantarse de la cama. Al cabo de un rato, el carruaje llegó al campamento de Sebarial, un lugar que todavía parecía más una ciudad que los demás campamentos de guerra. Raven se maravilló de las viviendas perfectamente construidas, los mercados, los…
—¿Granjeros? —preguntó mientras adelantaban a un grupo de hombres que se dirigían a las puertas, llevando cañas antiparasitarias y cubos de crem.
—Sebarial les ha hecho emplazar campos de lavis en las colinas suroccidentales —explicó Sagaz.
—Las altas tormentas son demasiado fuertes aquí para establecer granjas.
—Díselo a los natanos. Antes cultivaban toda esta zona. Hace falta un tipo de planta que no crezca tanto como las que estáis acostumbrados.
—Pero ¿por qué? —preguntó Raven—. ¿Por qué no van los granjeros a otro sitio donde sea más fácil, como la propia Alezkar, incluso?
—No sabes mucho de la naturaleza humana, ¿verdad, Bendita por la Tormenta?
—Yo… No, no sé.
Sagaz sacudió la cabeza.
—Qué sincera eres, y qué bruta. Bellamy y tú sois iguales, desde luego. Alguien tiene que enseñaros a los dos cómo pasar un buen rato de vez en cuando.
—Sé perfectamente cómo pasármelo bien.
—¿Ah, sí?
—Sí. Solo hay que estar en cualquier sitio donde tú no estés.
Sagaz se lo quedó mirando, luego se echó a reír, sacudiendo las riendas de modo que los caballos se agitaron un poco.
—Así que tienes una chispa de humor.
Raven lo había heredado de su madre. A menudo decía cosas así, aunque nunca tan insultantes. «Estar cerca de Sagaz debe de estar corrompiéndome».
Por fin, Sagaz detuvo el carruaje ante una bonita mansión, del tipo que Raven habría esperado en algún agradable lait, no allí en un campamento de guerra. Con aquellas columnas y las hermosas ventanas de cristal, era aún más hermosa que la mansión del señor de la ciudad de Piedralar. En el camino de acceso para el carruaje, Sagaz pidió al lacayo que fuera a buscar a la prometida provisional de Clarke. La princesa bajó del vehículo a esperarla, alisándose la chaqueta y puliéndose los botones en una manga. Miró hacia el asiento del conductor y se sobresaltó.
—¡Tú! —exclamó.
—¡Yo! —replicó Sagaz. Bajó de lo alto del carruaje y ejecutó una florida reverencia—. Siempre a tu servicio, brillante señora Griffin.
—¿Qué has hecho con mi cochero habitual?
—Nada.
—Sagaz…
—¿Cómo? ¿Estás dando a entender que le he hecho daño al pobre tipo? ¿Sería eso propio de mí, Clarke?
—Pues… no.
—En efecto. Además, estoy seguro de que ya se habrá desatado. Ah, aquí está tu encantadora prometida pero-no-del-todo.
Lexa Wood salió de la casa. Bajó rápidamente los escalones, no pavoneándose como habrían hecho la mayoría de las damas ojos claros. «Desde luego, es entusiasta», pensó Raven, sujetando las riendas que había cogido después de que Sagaz las soltara. Había algo extraño en esta Lexa Wood. ¿Qué ocultaba tras aquella actitud ansiosa y la sonrisa dispuesta? En realidad, la manga abotonada de la mano segura de su vestido podía esconder cualquier instrumento mortal. Una sencilla aguja envenenada, clavada a través del tejido, bastaría para acabar con la vida de Clarke.
Por desgracia, no podría vigilarla todo el tiempo que estuviera con Clarke. Tenía que mostrar más iniciativa: ¿podía confirmar en cambio que ella era quien decía ser? ¿Investigar su pasado para decidir si era una amenaza o no?
Raven se levantó con intención de saltar al suelo para controlarla mientras se acercaba a Clarke. Lexa se sobresaltó de pronto y abrió mucho los ojos. Señaló a Sagaz con la mano libre.
—¡Tú! —exclamó.
—Sí, sí. Se ve que hoy todo el mundo me reconoce. Tal vez tendría que ponerme…
Sagaz se interrumpió cuando Lexa se abalanzó hacia él. Raven saltó al suelo, echando mano al cuchillo que llevaba al cinto, pero vaciló cuando Lexa envolvió a Sagaz en un abrazo y apoyó la cabeza contra su pecho, cerrando los ojos. Raven retiró la mano del cuchillo y miró alzando una ceja a Sagaz, que parecía completamente aturdido. Permaneció de pie con los brazos a los costados, como si no supiera qué hacer con ellos.
—Siempre he querido darte las gracias —susurró Lexa—. Nunca tuve la oportunidad.
Clarke carraspeó. Finalmente, Lexa soltó a Sagaz y miró a la princesa.
—Has abrazado a Sagaz —dijo Clarke.
—¿Ese es su nombre? —preguntó Lexa.
—Uno de ellos —intervino Sagaz, al parecer todavía desconcertado—. En realidad, hay muchos. Cierto, la mayoría están relacionados con algún tipo de insulto…
—Has abrazado a Sagaz —repitió Clarke.
Lexa se ruborizó.
—¿Ha sido indecoroso?
—No se trata de decoro —dijo Clarke—. Se trata de sentido común. Abrazarlo es como abrazar a un espinablanca, o una montaña de clavos o algo. Quiero decir, es Sagaz. Se supone que no ha de caerte bien.
—Tenemos que hablar —dijo Lexa, mirando a Sagaz—. No recuerdo todo lo que hablamos, pero hay partes…
—Intentaré hacerte un hueco en mi agenda —dijo Sagaz—. Pero estoy muy ocupado. Quiero decir que simplemente el hecho de insultar a Clarke va a llevarme hasta la semana que viene.
Clarke sacudió la cabeza, despidió al lacayo y ayudó a Lexa a subir al carruaje. Después de hacerlo, se inclinó hacia Sagaz.
—Las manos quietas.
—Es demasiado joven para mí, niña —replicó Sagaz.
—Así es —asintió Clarke—. Cíñete a las mujeres de tu edad.
Sagaz sonrió.
—Bueno, eso puede ser un poco difícil. Creo que solo hay una por aquí, y en general no nos llevamos bien.
—Eres muy extraño —dijo Clarke, subiendo al carruaje.
Raven suspiró y se dispuso a seguirlos.
—¿Pretendes viajar ahí dentro? —preguntó Sagaz, sonriendo de oreja a oreja.
—Sí —respondió Raven. Quería vigilar a Lexa. No era probable que intentara nada mientras viajaba en el carruaje con Clarke, pero tal vez descubriera algo vigilándola, y de todas formas tampoco podía estar absolutamente segura de que no fuera a intentar hacerle daño.
—Intenta no flirtear con la chica —susurró Sagaz—. La joven Clarke parece estar volviéndose posesiva. Pero… ¿qué estoy diciendo? Al contrario, tú coquetea con la chica, Raven. Puede que la princesa eche chispas.
Raven bufó.
—Ella es ojos claros.
—¿Y? —preguntó Sagaz—. Estáis demasiado obcecados con eso.
—No es por ofender —susurró Raven—, pero preferiría coquetear con un abismoide.
Dejó que Sagaz condujera el carruaje, y entró. Al verla, Clarke miró al techo.
—Estás de broma.
—Es mi trabajo —replicó Raven, sentándose junto a ella.
—Seguro que aquí dentro estoy a salvo —dijo Clarke, apretando los dientes—. Con mi prometida.
—Bueno, entonces tal vez es que quiero un asiento cómodo —replicó Raven, dirigiendo un gesto de saludo a Lexa.
Ella hizo caso omiso y sonrió a Clarke mientras el carruaje se ponía en marcha.
—¿Adónde vamos hoy?
—Bueno, dijiste algo de una cena —respondió Clarke—. Conozco una taberna nueva en el Mercado Exterior, y sirven comida.
—Siempre conoces los mejores lugares —comentó Lexa, ampliando su sonrisa.
«¿Podrías ser más obvia con tus halagos, mujer?»., pensó Raven.
Clarke le devolvió la sonrisa.
—Simplemente, escucho.
—Si prestaras más atención a qué vinos son buenos…
—¡No lo hago porque es fácil! —Sonrió Clarke—. Todos son buenos.
Ella soltó una risita.
Tormentas, los ojos claros eran un incordio. Sobre todo cuando tonteaban. Continuaron conversando, y a Raven le resultó descaradamente palmario hasta qué punto deseaba esa mujer establecer una relación con Clarke. Los ojos claros siempre estaban buscando oportunidades para ascender… o para apuñalarse unos a otros por la espalda, si estaban de ese humor. En cualquier caso, su trabajo no era descubrir si esta mujer era una oportunista. Todos los ojos claros lo eran. Solo tenía que averiguar si era una cazadora de fortunas oportunista o una asesina oportunista. Siguieron hablando, y Lexa volvió a conducir la conversación a la actividad de ese día.
—No voy a decir que me apetezca otra taberna —dijo—. Pero me pregunto si no se están volviendo una opción demasiado obvia.
—Lo sé —respondió Clarke—. Pero, tormentas, hay poco que hacer aquí de todas formas. No hay conciertos, ni muestras de arte, ni competiciones escultóricas.
«¿De verdad os entretenéis con eso? —se preguntó Raven—. Que el Todopoderoso os proteja si no tenéis competiciones escultóricas que mirar».
—Hay una casa de fieras —señaló Lexa, ansiosa—. En el Mercado Exterior.
—Una casa de fieras —dijo Clarke—. ¿No es eso un poco… grosero?
—Oh, vamos. Podríamos mirar a todos los animales, y tú me dirías a cuántos has matado valientemente mientras cazabas. Será muy divertido. —Vaciló, y a Raven le pareció detectar algo en sus ojos. Un destello de algo más profundo. ¿Dolor? ¿Preocupación?—. Y me vendría bien un poco de distracción —añadió, en voz más baja.
—En realidad desprecio la caza —dijo Clarke, como si no se hubiera dado cuenta—. No hay ninguna competición real. —Miró a Lexa, que seguía con la sonrisa puesta y asentía con entusiasmo
—. Bueno, de todas formas podría ser un cambio agradable. De acuerdo, le diré a Sagaz que nos lleve allí. Esperemos que lo haga, en vez de llevarnos a un abismo para reírse de nuestros gritos de horror.
Se volvió para abrir la pequeña puertecita de corredera que comunicaba con el pescante del cochero. Raven observó a Lexa, que se acomodó en su asiento, con una sonrisita de satisfacción en el rostro. Tenía otro motivo para ir a la casa de fieras.
¿Cuál sería?
Clarke se volvió de nuevo y preguntó a su casi prometida cómo le había ido el día. Raven escuchó a medias, estudiando a Lexa para tratar de detectar cualquier cuchillo oculto en su persona. Ella se ruborizó por algo que dijo Clarke y luego se echó a reír. A Raven en realidad no le caía bien Clarke, pero al menos la princesa era sincera. Tenía el temperamento formal de su padre, y siempre había sido franca con ella. Displicente y altiva, pero franca. Esa mujer era diferente. Sus movimientos eran calculados. La manera en que se reía, la forma de elegir sus palabras… Se reía y ruborizaba, pero sus ojos siempre estaban alerta, siempre observaban. Era el epítome de todo lo que le asqueaba de la cultura ojos claros.
«Estás de mal humor», reconoció una parte de ella. Le sucedía a veces, más a menudo cuando el cielo estaba nublado. Pero ¿de verdad tenían que actuar de esa manera tan repugnantemente alegre?
No le quitó a Lexa la vista de encima mientras continuaba el viaje, y al final acabó por decidir que recelaba demasiado. La joven no era una amenaza inmediata para Clarke. Se puso a divagar y recordó la última noche en los abismos. Cabalgando los vientos, la luz removiéndose en su interior. La libertad.
No, no solo la libertad. El propósito.
«Tienes un propósito —pensó Raven, obligándose a volver al presente—. Proteger a Clarke». Era un trabajo ideal para un soldado, el trabajo con el que otros soñaban. Buena paga, su propio escuadrón, una tarea importante. Una comandante digna de confianza. Era perfecto. Pero aquellos vientos…
—¡Oh! —dijo Lexa, echando mano a su zurrón y buscando en él—. Te he traído esa relación, Clarke. —Vaciló, mirando a Raven.
—Puedes fiarte de ella —dijo Clarke, un poco a regañadientes—. Me ha salvado la vida dos veces, y mi padre le permite protegernos incluso en las citas más importantes.
Lexa sacó varias hojas de papel con notas hechas en el galimatías que era el tipo de escritura femenina.
—Hace dieciocho años, el alto príncipe Yenev era importante en Alezkar, uno de los más poderosos altos príncipes que se opusieron a la campaña de unificación del rey Gavilar. Yenev no fue derrotado en batalla. Murió en un duelo. Contra Sadeas.
Clarke asintió, inclinándose hacia delante, ansiosa.
—Aquí está la narración de los hechos realizada por la brillante Ialai —explicó Lexa—: «Derrotar a Yenev fue un acto de inspirada sencillez. Mi esposo habló con Gavilar en relación al Derecho de Desafío y el Premio del Rey, antiguas tradiciones que muchos de los ojos claros conocían pero ignoraban en circunstancias modernas».
»"Siendo tradiciones que invocaban una relación con la Corona histórica, invocarlas reflejaba nuestro derecho a gobernar. La ocasión fue una gala de poderío y renombre, y mi esposo se enfrentó primero en duelo con otro hombre".
—¿Una qué de poderío y renombre? —preguntó Raven.
Los dos la miraron, como sorprendidos por oírlo hablar. «Seguís olvidando que estoy aquí, ¿no? —pensó Raven—. Preferís ignorar a los ojos oscuros».
—Una gala de poderío y renombre —dijo Clarke—. Es una forma de referirse a un torneo. Era común entonces. La manera que tenían de alardear los altos príncipes que estaban en paz unos con otros.
—Tenemos que encontrar un modo de que Clarke se bata en duelo o al menos desacredite a Sadeas —explicó Lexa—. Mientras pensaba sobre ello, recordé una referencia al duelo con Yenev en la biografía de Anya del antiguo rey.
—De acuerdo… —dijo Raven, frunciendo el ceño.
—«El propósito —continuó Lexa, alzando el dedo mientras seguía leyendo el relato— de este duelo preliminar era asombrar e impresionar de manera perceptible a los altos príncipes. Aunque lo habíamos planeado de antemano, el primer hombre no conocía su papel en nuestro plan. Sadeas lo derrotó con calculado espectáculo. Detuvo la lucha en varios momentos y subió las apuestas, primero con dinero, luego con tierras.
»Al final, la victoria fue toda una exhibición. Con la multitud tan entregada, el rey Gavilar se puso en pie y ofreció a Sadeas un premio por haberlo complacido siguiendo la antigua tradición. La respuesta de Sadeas fue sencilla: "¡No quiero más premio que el cobarde corazón de Yenev en la punta de mi espada, majestad!"».
—Estás bromeando —dijo Clarke—. ¿Golpe Duro Sadeas dijo eso?
—El hecho, junto con sus palabras, está registrado en varias crónicas importantes —dijo Lexa—. Sadeas se enfrentó luego a Yenev, lo mató, y creó una oportunidad para que un aliado, Roan, tomara el control de aquel principado.
Clarke asintió, pensativa.
—Tal vez dé resultado, Lexa. Puedo intentar lo mismo: ofrecer espectáculo con mi duelo contra Relis y la otra persona que traiga, asombrar a la multitud, ganarme la felicitación del rey y exigir el Derecho de Desafío contra el mismísimo Sadeas.
—Tiene cierto encanto —reconoció Lexa—. Recurrir a una maniobra que él mismo ha empleado, y luego usarla contra él.
—No aceptará nunca —dijo Raven—. Sadeas no se dejará atrapar de esa forma.
—Tal vez —repuso Clarke—. Pero creo que subestimas la situación en la que se encontrará, si lo hacemos correctamente. El Derecho de Desafío es una tradición antigua… algunos dicen que la instituyeron los Heraldos. Un guerrero ojos claros que ha demostrado su valía ante el Todopoderoso y el rey, que se vuelve y exige justicia contra alguien que lo ha agraviado…
—Aceptará —dijo Lexa—. Tendrá que hacerlo. Pero ¿puedes ser espectacular, Clarke?
—La multitud espera que haga trampas —contestó ella—. No me tendrán en mucha consideración después de mis últimos duelos… eso debería actuar a mi favor. Si puedo ofrecerles un verdadero espectáculo, estarán entusiasmados. Además, ¿derrotar a dos hombres a la vez? Solo eso debería concedernos ya la atención que necesitamos.
Raven las miró de una a otra. Se lo estaban tomando muy en serio.
—¿De verdad pensáis que podría salir bien? —dijo, pensativa.
—Sí —respondió Lexa—, aunque, por tradición, Sadeas podría nombrar un campeón que luchara por él, así que tal vez Clarke no logre enfrentarse a él personalmente. Pero ganará de todas formas las esquirlas de Sadeas.
—No será tan satisfactorio —dijo Clarke—. Pero sería aceptable. Derrotar a su campeón en duelo cortaría a Sadeas por las rodillas. Perdería muchísima credibilidad.
—Pero en realidad no significaría nada —dijo Raven—. ¿Verdad?
Las otras dos se la quedaron mirando.
—Es solo un duelo —dijo Raven—. Un juego.
—Esto sería diferente —repuso Clarke.
—No veo por qué. Cierto, puede que ganes sus esquirlas, pero su título y su autoridad seguirían igual.
—Es cuestión de percepción —dijo Lexa—. Sadeas ha formado una coalición contra el rey. Eso implica que es más fuerte que Finn. Perder ante la campeona del rey desmontaría esa idea.
—Pero no son más que juegos —insistió Raven.
—Sí —dijo Clarke. Raven no se esperaba que fuera a estar de acuerdo—. Pero es un juego cuyas reglas Sadeas ha aceptado.
Raven se acomodó en el asiento, reflexionando sobre aquellas palabras. «Esta tradición podría ser una respuesta —pensó—. La tradición que he estado buscando para…».
—Sadeas era un fuerte aliado —dijo Clarke, lamentándolo—. Se me habían olvidado determinadas cuestiones, como su derrota a Yenev.
—Entonces, ¿qué ha cambiado? —preguntó Raven.
—Gavilar murió —dijo Clarke en voz baja—. El viejo rey era lo que mantenía a mi padre y a Sadeas apuntando en la misma dirección. —Se inclinó hacia delante y miró las hojas de notas de Lexa, aunque obviamente no sabía leerlas—. Tenemos que conseguir esto, Lexa. Tenemos que colocar la soga alrededor del cuello de esa anguila. Esto es brillante. Gracias.
Ella se ruborizó, luego metió las notas en un sobre y se lo entregó.
—Dale esto a tu tía. Detalla lo que he encontrado. Tu padre y ella sabrán mejor que yo si es una buena idea o no.
Clarke aceptó el sobre y le cogió la mano al hacerlo. Las dos compartieron un momento, mutuamente absortos la una en la otra. Sí, Raven estaba cada vez más convencida de que esa mujer no iba a suponer ningún peligro inmediato para Clarke. Si era una especie de impostora, no iba tras la vida de Clarke. Solo de su dignidad.
«Demasiado tarde —pensó, viendo a la princesa echarse hacia atrás con una sonrisa estúpida en la cara—. Ya está muerta y calcinada».
El carruaje llegó poco después al Mercado Exterior, donde adelantaron a varios grupos de hombres de patrulla, ataviados con los uniformes azules de Griffin: hombres de los puentes que no pertenecían al Puente Cuatro. Hacer la ronda de guardia allí era una de las formas que tenía Raven de entrenarlos. Raven bajó la primera del carruaje, advirtiendo las filas de carros de tormenta alineados cerca. La zona quedaba bloqueada por unas cuerdas alrededor de unos postes, para impedir que la gente entrara, aunque los hombres con porras que esperaban apoyados en los postes harían probablemente un mejor trabajo.
—Gracias por traernos, Sagaz —dijo Raven, volviéndose—. Lamento de nuevo lo de esa flauta tuya…
Sagaz había desaparecido de lo alto del carruaje. En su lugar había otro hombre, un tipo más joven con pantalones marrones, camisa blanca y una gorra que se quitó, cohibido.
—Lo siento, señora —dijo. Tenía un acento que Raven no acertó a identificar—. Me pagó bien, sí que lo hizo. Dijo exactamente dónde tenía que estar para que cambiáramos de sitio.
—¿Qué es esto? —preguntó Clarke, bajando del carruaje y alzando la mirada—. Oh, Sagaz suele hacer esto, muchacha del puente.
—¿Esto?
—Le gusta desaparecer misteriosamente.
—No fue tan misterioso, señora —dijo el muchacho, que se volvió y señaló—. Yo estaba allí atrás, donde el carruaje se detuvo antes de girar. Lo estaba esperando para encargarme de conducir. Tuve que subirme sin que nadie se diera cuenta. Él se marchó riendo como un niño, sí señora.
—Le gusta sorprender a la gente —dijo Clarke, ayudando a Lexa a bajar del carruaje—. No le hagas caso.
El nuevo conductor se encogió, como avergonzado. Raven no lo conocía de nada: no era uno de los sirvientes habituales de Clarke. «Tendré que viajar ahí arriba en el viaje de vuelta. Echarle un ojo a este tipo».
Lexa y Clarke se dirigieron a la casa de fieras. Raven recogió su lanza de la parte trasera del carruaje y luego echó a correr para alcanzarlas, hasta situarse a unos pasos por detrás de ellas. Las escuchó reír y le entraron ganas de darles un puñetazo en la cara.
—Vaya —dijo la voz de Syl—. Se supone que tienes que controlar las tormentas, Raven, no llevarlas en los ojos.
Ella la miró mientras danzaba y revoloteaba en el aire a su alrededor en forma de lazo de luz. Se echó la lanza al hombro y siguió andando.
—¿Qué pasa? —preguntó Syl, deteniéndose ante ella. No importaba hacia dónde girara Raven la cabeza, ella automáticamente se deslizaba hacia ese lado, como si estuviera sentada en una plataforma invisible, el vestido juvenil disolviéndose en niebla justo por debajo de sus rodillas.
—Nada —dijo ella en voz baja—. Es que estoy cansada de escuchar a esas dos.
Syl miró por encima del hombro a la pareja que tenía delante. Clarke pagó la entrada, indicó con el pulgar a Raven y pagó también la suya. Un azishiano de aspecto pomposo con un sombrero extraño y un largo gabán de intrincado diseño les dejó pasar, señalando diferentes filas de jaulas e indicando qué animales contenían.
—Lexa y Clarke parecen felices —dijo Syl—. ¿Qué tiene eso de malo?
—Nada —respondió Raven—. Mientras yo no tenga que escucharlo.
Syl torció el gesto.
—No son ellas, eres tú. Eres agria. Casi noto el sabor en la boca.
—¿El sabor? —preguntó Raven—. Tú no comes, Syl. Dudo de que tengas sentido del sabor.
—Es una metáfora. Y puedo imaginarlo. Y sabes agrio. Y deja de discutir, porque tengo razón. —Se marchó para flotar cerca de Lexa y Clarke mientras ellos inspeccionaban la primera jaula.
«Maldita spren —pensó Raven, acercándose a la pareja—. Discutir con ella es como… bueno, como discutir con el viento, supongo».
La carreta se parecía mucho a la jaula en la que Raven había viajado a las Llanuras Quebradas, aunque el animal que había dentro parecía haber sido mejor tratado que los esclavos. Estaba sentado en una roca, y la jaula había sido cubierta con crem por dentro, como para imitar una cueva. La criatura en sí no era más que un bulto de carne con dos ojos saltones y cuatro largos tentáculos.
—Oooh… —exclamó Lexa, con los ojos muy abiertos. Parecía como si le hubieran regalado un montón de joyas, solo que en realidad era una masa viscosa de algo que Raven habría esperado encontrar pegado en la suela de su bota.
—Es el bicho más feo que he visto en mi vida —dijo Clarke—. Es como lo que hay dentro de un hasper, pero sin concha.
—Es un sarpenthyn —informó Lexa.
—Pobrecillo. ¿Le puso su madre ese nombre?
Lexa le dio un golpecito en el hombro.
—Es una familia.
—Así que la madre estaba detrás de todo eso.
—Una familia de animales, idiota. Hay más en el oeste, donde las tormentas no son tan fuertes. Solo he visto unos pocos: los tenemos más pequeños en Jah Keved, pero no como este. Ni siquiera sé a qué especie pertenece. —Vaciló, luego metió los dedos entre los barrotes y agarró uno de los tentáculos.
El bicho tiró inmediatamente, inflándose para parecer más grande y alzando dos de sus brazos tras la cabeza de manera amenazante. Clarke gritó y tiró de Lexa.
—¡Nos han dicho que no los tocáramos! —exclamó—. ¿Y si es venenoso?
Lexa no le hizo caso y sacó un cuaderno de su cartera.
—Es cálido al tacto —murmuró para sí—. Sangre caliente. Fascinante. Necesito dibujarlo. —Entornó los ojos ante una plaquita que había en la jaula—. Bueno, esto es inútil.
—¿Qué dice? —preguntó Clarke.
—«Roca diablo capturado en Marabethia. Los lugareños dicen que es el espíritu vengativo renacido de un niño que fue asesinado». Ni siquiera una mención a su especie. ¿Qué clase de investigación es esta?
—Es una casa de fieras, Lexa —dijo Clarke, riendo—. Lo han traído desde tan lejos para entretener a los soldados y los que siguen al campamento.
En efecto, la casa de fieras era popular. Mientras Lexa dibujaba, Raven se entretuvo observando a los que pasaban, asegurándose de que mantenían la distancia. Vio de todo, desde fregonas y dieces a oficiales, e incluso algunos ojos claros. Tras ellos, una mujer ojos claros pasó en su palanquín, sin apenas mirar las jaulas. Resultó un verdadero contraste con los ansiosos dibujos de Lexa y los comentarios jocosos de Clarke. Raven no estaba reconociendo a estos dos lo que valían. Puede que la ignorasen, pero no eran claramente despectivos hacia ella. Eran felices y agradables. ¿Por qué le molestaba tanto?
Al cabo de un rato, Lexa y Clarke pasaron a la siguiente jaula, que contenía anguilas aéreas y una gran tina de agua para que se zambulleran. No parecían tan cómodas como la «roca diablo». No había mucho espacio para moverse en la jaula, y no volaban. No era muy interesante. A continuación había una criatura que parecía un pequeño chull, pero con garras más grandes. Lexa quiso dibujarlo también, así que Raven se puso a esperar junto a la jaula, observando a la gente que pasaba y escuchando a Clarke tratar de hacer chistes que divirtieran a su prometida. No era muy buena, pero Lexa se reía de todas formas.
—Pobre animal —dijo Syl, aterrizando en el suelo de la jaula y mirando a su triste ocupante—. ¿Qué clase de vida es esta?
—Una vida segura. —Raven se encogió de hombros—. Al menos no tiene que preocuparse por los depredadores. Le dan de comer. Dudo de que un chull o un bicho de esos pueda pedir más.
—¿Sí? —preguntó Syl—. Supongo que, en su lugar, tú estarías encantado de la vida.
—Por supuesto que no. No soy un chull ni un bicho de esos. Soy soldado.
Siguieron adelante, pasando de una jaula a otra. Lexa quiso dibujar algunos animales, mientras que en el caso de otros llegó a la conclusión de que no necesitaba un boceto inmediato. El que le pareció más fascinante era también el más extraño, una especie de pintoresco pollo con alas azules, rojas y verdes. Sacó lápices de colores para hacer ese boceto. Al parecer, había perdido la oportunidad de dibujar uno de estos animales hacía mucho tiempo. Raven tuvo que admitir que el bicho era bonito. Pero ¿cómo sobrevivía? Tenía la concha justo delante de la cara, pero el resto no era blando, así que no podía esconderse en las grietas como la roca diablo. ¿Qué hacía ese pollo cuando llegaba una tormenta?
Syl se apoyó en el hombro de Raven.
—Soy soldado —repitió Raven, hablando en voz muy baja.
—Eso eras —dijo Syl.
—Es lo que quiero volver a ser.
—¿Estás segura?
—Casi. —Se cruzó de brazos, apoyando de nuevo la lanza contra su hombro—. Lo único es que… Es una locura, Syl. Absurdo. El tiempo que estuve en los puentes fue el peor de mi vida. Sufrimos muerte, opresión, indignidad. Sin embargo, creo que nunca me he sentido tan viva como en aquellas últimas semanas.
Comparado con el trabajo que había hecho con el Puente Cuatro, ser un simple soldado (incluso una soldado muy respetada, como capitana de la guardia de un alto príncipe) parecía una ocupación banal. Intrascendente. Pero surcar los vientos… eso había sido cualquier cosa menos intrascendente.
—Estás casi preparada, ¿verdad? —susurró Syl.
Ella asintió lentamente.
—Sí. Sí, creo que lo estoy.
La siguiente jaula tenía una gran cantidad de público delante, e incluso unos cuantos miedospren rebullendo en el suelo. Raven empujó, aunque no tuvo que despejar el sitio: la gente se apartó para dejar pasar al heredero de Bellamy en cuanto se dieron cuenta de quién era. Clarke pasó ante ellos sin mirarlos, obviamente acostumbrada a esa deferencia. La jaula era distinta a las demás. Los barrotes estaban más juntos, la madera reforzada. El animal que había dentro no parecía merecer el tratamiento especial. La triste bestia yacía delante de unas rocas, los ojos cerrados. La cara cuadrada mostraba unas mandíbulas afiladas (como dientes, pero de algún modo más feroz) y un par de largos colmillos como dientes que salían de la mandíbula superior. Las afiladas púas que corrían desde la cabeza hasta la sinuosa espalda, junto con sus poderosas patas, eran indicativos de qué era esta bestia.
—Espinablanca —jadeó Lexa, acercándose a la jaula.
Raven nunca había visto uno. Recordó a un joven, muerto en la mesa de operaciones, sangre por todos lados. Recordó el miedo, la frustración. Y luego la tristeza.
—Esperaba —dijo Raven, tratando de asimilarlo todo—, que la criatura fuera… más.
—No viven bien en cautividad —explicó Lexa—. Esta probablemente se habría dormido en cristal hace mucho tiempo, si se lo hubieran permitido. Tienen que mojarla continuamente para reblandecer la concha.
—No te compadezcas de la criatura —dijo Clarke—. He visto lo que le pueden hacer a un hombre.
—Sí —dijo Raven en voz baja.
Lexa sacó sus útiles de dibujo, aunque cuando comenzó su boceto la gente empezó a marcharse de la jaula. Al principio, Raven pensó que era algo referido a la bestia misma… pero el animal continuó allí tendido, los ojos cerrados, bufando de vez en cuando por los ollares.
No, la gente se congregaba al otro lado de la casa de fieras.
Raven llamó la atención de Clarke y señaló. «Voy a comprobar eso», implicaba el gesto. Clarke asintió y posó la mano en su espada. «Estaré atenta», decía el suyo.
Raven se marchó a investigar, la lanza al hombro. Por desgracia, pronto reconoció un rostro familiar por encima de la multitud. Amaram era un hombre alto. Bellamy iba a su lado, protegido por varios hombres de Raven, que mantenían a la asombrada multitud a distancia segura.
—He oído que mi hija estaba por aquí —le dijo Bellamy al bien vestido dueño de la casa de fieras.
—¡No tienes que pagar, alto príncipe! —dijo el dueño, hablando con acento similar al de Wallace—. Tu presencia es una gran bendición de los Heraldos sobre mi humilde colección. Y la de tu distinguido invitado.
Amaram. Llevaba una extraña capa de color amarillo dorado brillante, con un glifo negro en la espalda. ¿Juramento? Raven no reconoció la forma. Sin embargo, parecía familiar.
«El ojo doble», advirtió. Símbolo de…
—¿Es cierto? —preguntó el dueño de la casa de fieras, mirando a Amaram—. Los rumores en el campamento son tan intrigantes…
Bellamy suspiró audiblemente.
—Íbamos a anunciarlo en la fiesta de esta noche, pero ya que Amaram insiste en llevar la capa, supongo que hay que aclararlo. Por indicación del rey, he ordenado la reinstauración de los Caballeros Radiantes. Que se hable de ello en los campamentos. Los antiguos juramentos vuelven a pronunciarse, y el brillante señor Amaram fue, a petición mía, el primero en hacerlo. Los Caballeros Radiantes han sido restablecidos, y él está a la cabeza.
