La celda era fría y oscura, con olor a humedad, bastante amplia para ser lo que era. Sentada en el suelo junto a la pared, Eirea se abrazaba a sus rodillas, agarrándose los tobillos e intentando aliviar el dolor y el mareo que las esposas de kairoseki le producían mientras escondía su cabeza para evitar que los marines disfrutaran al verla llorar, suplicando interiormente despertarse de esa pesadilla.
En su cabeza se repetía una y otra vez lo estúpida que había sido al haberse apartado de sus compañeros, pero en ese momento solo quería estar sola, absorta en sus pensamiento, tanto que no se percató de que estaba siendo perseguida por una pareja de Marines que la acorraló en una esquina del mercado, cerca de un callejón sin salida. Ella sabía que, en otras condiciones, habría sido capaz fácil zafarse de ellos, aún más en el estado de embriaguez en el que estaban, pero no aquel día, no después de cómo se sentía por las palabras que Zoro le había dedicado.
Durante su caminata por las calles de aquel pueblo, aquellas frases lapidarias se repetían una y otra vez en su memoria. "¿Por qué?" se preguntaba "¿por qué me afecta tanto lo que él piense? Es un imbécil que no puede pensar más allá de la bebida y las mujeres. Fantasea con ser el mejor espadachín del mundo pero no es más que un idiota sin cerebro" Mientras se autoconvencía de que todo lo que pensaba era real, recayó en las lágrimas que caían por sus mejillas, y procuró limpiárselas con rapidez. No se soportaban, buscaban cualquier momento, cualquier palabra, cualquier hecho para dejarse en ridículo y empezar una discusión no llevaba a ningún lugar más que a incrementar el odio que sentían el uno por el otro, y esa era una sensación adictiva: se levantaba pensando en cómo y cuándo poder fastidiarlo, hacerle daño, sentirse superior… o tal vez le fastidiara ver como centraba su vida en otras cosas que no eran siempre sus peleas… "No existe otro motivo" se repitió a sí misma cuando el simple hecho de crear esa duda le provocó un vuelco al corazón "No le soporto, tiene que ser eso… debe de serlo!"
-¡Eh, tú! –le gritó un marine, haciendo que volviera a la realidad- Ven aquí
Aquel hombre gigante sacó las llaves del bolsillo y buscaba la que abriera aquella celda. El cuerpo de la chica comenzó a temblar y negaba una y otra vez con la cabeza mientras las lágrimas emanaban de sus ojos con mayor rapidez. Venían a por ella, y conocía lo que vendría después. Empezó a negar con la cabeza a la vez que se mordía el labio para evitar no gritar de la desesperación. "No puede volverme a ocurrir" susurró para sí misma y comenzó a repetir como si de un hechizo se tratara para evitar que se la llevaran "otra vez no, otra vez no, otra vez no"
De repente, sintió una sombra cerca de ella, cerró fuertemente los ojos, esperando sentir esas manos rudas y mugrientas agarrándola, pero, para su sorpresa, escuchó un golpe seco acompañado de la cerradura de la celda. Su respiración se paró en seco, sus ojos se abrieron y la curiosidad la hizo mirar entre sus brazos para ver como los guardas cerraban la celda y hacían gestos de burlas y enfado.
-Tratadme con más cuidado, escoria. Sois unos mierdas.
Esas palabras, con ese tono…. Esa voz…. Eirea no podía creerlo, por eso tuvo que mirar: allí, a apenas un metro de ella, un joven trataba de deslizar su espalda hasta poder apoyarla en la pared fría de ladrillos e incorporarse, pues tenía las manos apresadas con grilletes.
-Zo…Zoro? –dijo la chica con un hilo de voz.
Zoro miró dónde provenía la voz y su gesto se tornó en una mezcla de sorpresa y repulsa
-No… no me lo puedo creer… Como no tengo suficiente con aguantarte en el barco… ¡Puta mala suerte la mía! –se acercó hasta la reja y comenzó a gritar- ¡Oye! ¡Tú, marine! ¿No hay otra celda? Me da igual si es más pequeña, pero estar con ella sí que es un infierno y no esta habitación del terror… ¿Hola? ¿Alguien me escucha?
Pero el sonido de un cuerpo golpeando contra el suelo y las cadenas arrastrándose por el ladrillo, haciendo que algo en su interior se helara al sentir su mano agarrando su tobillo mientras gemía de dolor por estar atada.
-Para, ¡PARA! –le espetó sin mover ni un solo músculo- Acabarás haciéndote daño, ceporra.
Sin embargo, se congeló al oírla romper a llorar, apretando sus manos contra su pierna; su corazón se paró por un momento y comenzó a latir fuertemente, a la vez que su mente era bombardeada por ideas contrarias. Un sentimiento le embriagó: detestaba a esa chica, pero no soportaba verla así. Se puso en cuclillas y poniendo sus manos en su pelo, le susurró:
-No te preocupes… Todo va a salir bien, ya lo verás.
"Caminaba por un pasillo oscuro… lo conocía… ya lo había recorrido con anterioridad. Al fondo, una puerta la separaba de una cicatriz más en su alma y en su cuerpo. Trató de frenarse con sus pies, pero dos hombres la agarraban por los brazos, dirigiéndola hacia delante mientras reían con arrogancia. Al llegar a la puerta, tocaron tres veces y contestó una voz que le sobresaltó el corazón. Entraron y sus piernas comenzaron a temblar; la dejaron a pocos metros de la puerta, pues sabían que no podría escaparse al tener esposas de Kairoseki.
-Vaya, vaya, vaya –dijo el hombre que se sentaba en la mesa dirigiéndose hacia ella- ¿Acaso no te alegras de verme?
Calló, era mejor el silencio que cualquier palabra. Lo había intentado todo y solo había recibo golpes y algo peor… Era mejor callar. Aquel hombre la sujetó por el mentón y levantó su cabeza para que lo mirara a los ojos.
-Vamos, no me mires así –rió aquel hombre mientras se quitaba las gafas de sol, las tiraba al suelo y le acariciaba libidinosamente la cara- Sabes que esa mirada de odio es lo que más me gusta de ti.
El resto de la sala carcajeó más fuerte. Miró de reojo, a través de su pelo: muchos de ellos ya habían estado en esa sala alguna vez. Era adictivo para ellos observarla mientras era torturada por aquel hombre o cualquiera de sus colegas, lo que hacía de aquello algo más repugnante de lo que ya era.
-Chicos –le indicó el hombre a sus captores, haciendo un gesto que se dirigía hacia su mesa de escritorio- ya sabéis lo que tenéis que hacer.
La agarraron bruscamente por los brazos pero ella permaneció inmóvil, emitiendo un pequeño quejido cuando le tiraron del pelo para que mirara a los ojos a su adversario. Jamás olvidaría esa cara, el asco que le provocaba estar allí y cómo se divertía al verla sufrir. Él le acarició la cara de nuevo y ella le contestó escupiéndole en la cara; lo escuchó reírse mientras se limpiaba y sacaba de su bolsillo un par de guantes de cuero negro
-Cada vez me lo pones más fácil. Venga… espero que hoy aguantes un poco más…"
Despertó ahogando un grito, incorporándose. Su respiración estaba aceleraba y estaba empapada por el sudor y las lágrimas. Pasó sus manos por el rostro para limpiarlo y trató de respirar profundamente para calmarse. Había sido una pesadilla, otra más desde que subió por error al barco equivocado; sin embargo, su corazón se congeló al recordar que seguía en aquella celda y de cómo se sucederían los hechos ahora que había vuelto a caer en la trampa.
-Va a ser difícil que escapemos de aquí, ¿sabes?
Había olvidado por completo que se había quedado dormida recostada en el brazo de Zoro después de llorar hasta donde pudo recordar. El chico se incorporó hasta estar a la misma altura, sujetó su brazo para que ella lo mirara y dudó varios segundos si preguntarle si estaba bien, hasta que finalmente informó:
-Céntrate, no sabemos si Luffy y los demás saben que estamos aquí, no nos queda tiempo para zafarnos de esta antes de que nos envíen a cualquier lugar que sea peor que este y… y no estoy dispuesto a morir por tu culpa.
Aquel comentario, enunciado con tanta soberbia, le hizo salir de su ensimismamiento y le contestó enfadada, devolviéndole la mirada:
-No vas a morir por mi culpa. Si mueres aquí será por lo estúpido que eres al beber más de lo que puedes soportar y no poder defenderte como debías.
-¿Me crees capaz de dejarme atrapar por dos marines recién entrenados?
-Encima eran novatos… Idiota –rió la chica, mirando de nuevo a la puerta de la celda.
-Escúchame –le explicó Zoro, volviendo a inclinarla hacia él- No estoy para tus escenas de niña mimada. Tenemos que pensar la forma de escapar de aquí…
-No hay forma ninguna –le interrumpió Eirea- Estamos encerrados en una celda, tú no tienes tus espadas de juguetes y estamos amarrados con esposas, las mías concretamente de Kairoseki. No hay salida, lo siento.
-No te soporto, ¿sabes? ¡No te soporto!
Los dos se volvieron a apoyar en la pared y estuvieron bastante tiempo en silencio, hasta que Zoro se levantó y se acercó hasta la puerta de la celda. Miró a ambos lados y oteó sus espadas al final del pasillo, sonriendo picarescamente. Se giró hacia Eirea, quien cambió su mirada hacia otro lado para evitar que se fijara en que no dejaba de observarlo y se volvió a sentar a su lado, cruzando los brazos en su pecho.
-Ya sé cómo lo voy a hacer -Eirea resopló burlescamente y él continuó ignorándola- El pasillo está desierto, pero no tardarán en llegar. Entonces cuando vengan a por uno de los dos…
El corazón de Eirea dio un vuelco y su mente volvió a colapsarse. Había estado tan concentrada en pelearse de nuevo con Zoro que se había olvidado del propósito que tenían para ella.
-Eirea… Eirea…
La voz de su nakama la sacó de sus pensamientos absorbentes. Zoro se he había acercado a ella y su gesto era preocupante. Sintió el frío en sus mejillas, había vuelto a llorar, y su cuerpo temblaba. El joven pasó uno de sus dedos por el rostro de ella y atrapó una de las lágrimas; tras varios segundos en silencio, le preguntó:
- ¿Puedes contarme de una vez en qué líos estás metida?
Eirea negó con la cabeza pero sintió de nuevo la ruda mano de Zoro conduciendo su mirada hacia él y se perdió en la inmensidad de esos ojos oscuros. Era impensable cómo había llegado a esa situación, sobre todo con él, a quien tanto odiaba; no obstante, en aquellos instantes, ese acto había hecho crecer en ella la confianza, y, tras unos minutos dubitativa, pensó que solo de esa forma podrían escapar los dos de allí. Apartó su masculina mano de su cara y giró su cuerpo hacia él, quedando frente a frente.
-Está bien… sólo prométeme una cosa: jamás le contarás a Luffy nada de lo que te diga.
Zoro dudó por unos segundos y ella se percató.
-No puedo perder a mi hermano de nuevo… –añadió cogiéndole de las manos –Por favor…
El joven asintió con la cabeza y recogió las manos de su nakama en un gesto de apoyo. Eirea respiró profundamente y comenzó a explicarle:
"El día que cumplí 18 años no fue el más feliz de mi vida. Siempre había escuchado a mi hermano decir que se haría pirata cuando fuera mayor de edad y que se echaría a la mar para buscar aventuras junto a mis hermanos, pero nunca creí que lo fuera a hacer el mismo día que cumplió 18. Yo estaba en la cocina de nuestra casa, preparando una tarta para que sopláramos juntos las velas, cuando alguien me dijo que lo habían visto bajar al puerto con una mochila, listo para embarcarse.
Corrí montaña abajo deseando que aquello no fuera real y lo vi allí… estaba preparándolo todo para marcharse… Me enfadé muchísimo con él… le gritaba muchas cosas pero el imbécil no perdía la risa bobalicona y solo sabía decirme que pronto nos veríamos. ¿Cómo íbamos a vernos si él se marchaba para siempre? De repente, mi mente se quedó en blanco y sentía como mi boca articulaban palabras que expresaba sentimientos que nunca sentí.
-¡Desearía que jamás hubieras sido mi hermano! – Recordó con tristeza- ¡Ojalá no existieras para mí!
Volví a casa corriendo y estuve días sin comer ni dormir. Sólo podía pensar en cómo me había dejado sola en la vida, él, con quien tanto he compartido. Esa rabia se convirtió en resentimiento por todo lo que le dije, no podía dejar de pensar en que, si mi hermano moría, las últimas palabras que le dije fueron esas… Me levanté de la cama, hice una maleta y me fui en su búsqueda.
Pasé por todos los pueblos por donde él había estado, empapándome de sus historias, soñando en ese momento en el que pudiéramos hacer todas esas locuras juntos. Acordaba con diferentes personas dinero para que me llevaran al siguiente puerto, hasta participé en un circo para poder pagarme el billete… pero fui quedándome cada vez con menos recursos. Un día, escuché a un par de marines hablar de lo cerca que habían estado de vuestro barco y de alcanzaron y pensé que sería una buena idea colarme en uno de sus navíos… Aquello fue mi perdición…
Estuve infiltrada varios días hasta que me descubrieron y me llevaron hasta el comandante de la nave, Kurosawa… Tardé varios días en decirles mi verdadera identidad, pero en el fondo pensaba que con aquella explicación las torturas cesarían; sin embargo, Luffy ya se había hecho un nombre en el mundo de los Piratas tras haber derrotado a Crocodile… entonces pensaron que sería un buen anzuelo para atraparle, por lo que me necesitaban sana y salva.
Me pusieron esposas de kairoseki, me encerraron en una celda parecida a esta … Pensaba que lo peor que podían hacerme ya había pasado, y temí por la vida de Luffy, porque sabía que de conocer mi paradero, no pararía hasta rescatarme.
Pero una noche, unos marines vinieron a por mí diciéndome que Kurosawa me requería en su despacho. Al llegar, no estaba solo en el despacho: Kizaru estaba allí. La mirada de Kurosawa ya no era la misma que días anteriores, sino que era oscura, sombría, perturbadora… Me explicó que Kizaru había venido para corroborar el estado en el que me encontraba y para hacer un trato… Nos dejó a solas y me explicó que Luffy se había enterado de que estaba allí y que no tardaría en llegar, pero que tenían un plan para atraparle y matarlo ante mí. Se acercó y comenzó a susurrarme cosas al oído… Fui una estúpida al creerle… Me dijo que tenía que pagar un precio por la vida de mi hermano…"
Apartó las manos de las de Zoro y se tapó la cara para ocultar su pesar, rompiendo de nuevo a llorar. El joven se quedó pensativo, en silencio, tratando de aceptar lo que acababa de escuchar: algo en su interior ardía y sentía su cuerpo en tensión, igual que cuando luchaba contra algún enemigo. Eirea se secó las lágrimas y, tras un suspiro, le siguió contando.
"Yo no quería, pero cuánto más me resistía y defendía era peor para mí… Después de eso, me dejó tirada en el despacho y cuando lo vi salir sabía que jamás encontraría a Luffy. Traté de recomponerme antes de que me llevaran de nuevo a la celda… Tras el encuentro con Kizaru, las cosas cambiaron: los golpes fueron constantes, a Kurosawa le hacían desestresarse después de una jornada en el mar, y las visitas de los altos cargos al barco se hicieron frecuentes… Kizaru le había contado lo que era tener bajo su dominación a una chica como yo, tan joven… Incluso él se volvió adicto a la satisfacción de someterme a su poder, a su cuerpo…"
-Fueron algunas semanas las que pasaron hasta que Kurosawa diera con Luffy y, bueno, el resto ya lo sabes…-concluyó Eirea, que levantó la mirada hacia su interlocutor.
Zoro seguía inmóvil, la miraba pero su mente estaba en otro lugar. Apretaba los puños con rabia, aún sin poder creer lo que acababa de escuchar. Esa chica, aquella que tanto le hacía rabiar, había pasado por un calvario y comprendió en ese momento el porqué de su estancia en esa celda. La historia volvería a repetirse si no hacía nada por evitarlo.
-¿Entiendes por qué Luffy nunca debe enterarse de esto? –las palabras de Eirea lo sacaron de su ensimismamiento- Él se sentirá culpable de haberse ido… de haber perseguido su sueño… y… me despreciará por todo lo que…
-No –le interrumpió- No ha sido tu culpa.
-Pero yo debería de haberme defendido, ellos me entrenaban para ello…
-No –repitió sujetándole los hombros- Jamás vuelvas a decir eso, ¿me oyes? ¡Nada de lo que ha ocurrido es culpa tuya!
Estaba enfadado, su interior temblaba de ira, y deseaba poder encontrarse con cada uno de aquellos hombres que le habían lastimado y destrozarlos hasta la muerte, pero su mente tenía que serenarse y volver a pensar en el plan para escapar de allí, pero, ¿cómo podrían hacerlo? "Tengo que sacarla de aquí" se dijo "Debo hacerlo, cueste lo que cueste…" La cálida mano de Eirea se posó sobre sus manos y su corazón dio un vuelco.
-Gracias –le dijo, sonriendo tímidamente - por escucharme y no juzgarme…
-No tienes por qué darlas…
No podían dejar de apartar los ojos el uno del otro, mientras se sonreían. Por extraño que pareciera, aquella situación había desarmado todo el odio que sentían y eso les hacía sentirse raro, estar juntos y no odiarse no era algo habitual en ellos, como tampoco era esa sensación que empezaba a crearse en su estómago… pero el sonido de la puerta abriéndose y los pasos de un par de marines acercándose hacia ellos
-Deberíamos pensar en cómo vamos a escapar de aquí –comenzó a hablar Zoro, todavía sonrojado.
-Ya te dije –carraspeó la chica, también colorada por aquel momento tan extraño- No hay salida.
Los marines habían alcanzado ya su celda: uno los apuntaba con una escopeta mientras el otro sacaba un manojo de llaves del cinturón y abría la celda para entrar en ella. Zoro se puso en pie como un resorte y se posicionó delante de Eirea, quien también se levantó. El marine sonrió y dejó en el suelo una jarra con agua y un vaso, sin quitarle ojo de encima a Zoro, quien lo asesinaba con la mirada; tras esto, cerraron la puerta y rieron al verlos a los dos tan indefensos.
-No te preocupes, bonita. Aún no venimos a por ti. Todavía no ha llegado tu cita, se está haciendo esperar –le dijo el marine mientras se marchaban carcajeando.
Zoro caminó decidido hasta los barrotes y le dio una patada que hizo retumbar las paredes. Los marines se volvieron y lo encararon.
-Estate tranquilo, espadachín, necesitamos que estés de una pieza para poder cobrar tu recompensa.
-Te voy a matar –le susurró el joven muy calmado pero con un gesto amenazante- A ti, te abriré y tus tripas se derramarán por todo el pasillo, y a ti te cortaré el cuello y disfrutaré viendo caer vuestras entrañas y sangre por todo el suelo.
Aquellos hombres anduvieron hacia atrás con cara de circunstancia, y salieron del lugar lo más rápido posible. Zoro sonrió y se echó un vaso de agua.
-Cómo desearía que fuera sake –dijo tendiendo un vaso a Eirea- Estamos de celebración.
Ante el gesto desconcertante de la chica, se acercó a ella y le susurró al oído.
-No vas a tener esa cita. Ya sé cómo vamos a salir de aquí.
