Notas de la autora: ¡Aquí estamos un domingo más! Tengo que decir que este capítulo no existía hace 24 horas, pero decidí añadirlo inspirada por algunos comentarios que habéis dejado. Publico esta historia tanto en Fanfiction como en Wattpad, y he leído comentarios de algunas diciendo que os gustaba más la narración desde el punto de vista de Sesshomaru, otras que tenían ganas de leer la primera vez de esta pareja desde su perspectiva... y bueno, me puse manos a la obra y aquí lo tenéis^^

Me ha dado mucho nostalgia volver al primer capítulo de esta hisoria, donde comenzó todo, y no lo voy a negar, me da vergüenza releer las escenas lemon que yo mismta he escrito, no sé si tiene sentido jajaja. En cualquier caso, espero que os guste!

Estuve meditando hasta bien entrada la noche en mi oficina. La bestia parecía haberse apaciguado dentro de mí, finalmente. Otro día más, podía regresar a descansar a la alcoba donde me esperaba mi tierna esposa. Ya se había vuelvo una costumbre luchar con toda mi fuerza de voluntad por calmar mis instintos antes de yacer a su lado. Resultaba demasiado tentadora, y ella ni siquiera era consciente de ello.

Las velas se apagaban a mi paso por el largo corredor hasta llegar a la puerta del dormitorio. Recordé dejar una única vela encendida, en caso de que mi esposa se despertase en mitad de la noche y pudiera asustarse al verse envuelta en la oscuridad. Aquel simple detalle era un recordatorio constante de por qué no debía ir más allá con ella, quien era una criatura que vivía en la luz, mientras yo siempre había permanecido oculto bajo la sombra de la noche. Nada bueno podía salir de la interacción forzada entre dos elementos opuestos, en el que la existencia de uno suprimía por completo la presencia del otro. Simplemente, resultaba inconcebible. De hecho, el pensar que mi padre había fallecido tratando de proteger una relación de la misma naturaleza confirmaba mi teoría de que no podía haber un final feliz.

Con una profunda exhalación, corrí el shoji hacia un lado para poder acceder a la habitación, cerrándolo tras mi paso. Alcancé a observar de reojo un minúsculo movimiento en los párpados de Rin, quien fingía dormir una vez más.

Evitando observar su rostro angelical con los ojos cerrados, me tumbé a su lado, manteniendo una distancia prudencial entre nuestros cuerpos. A pesar de tener bajo control mis instintos como bestia, aún no era capaz de controlar completamente mis impulsos como hombre, por creía más seguro darle la espalda y tratar de ignorar su presencia. Aunque resultaba complicado fingir que no percibía su dulce aroma llamándome, casi tentándome a envolverla entre mis brazos. Me repetía una y otra vez que no debía sucumbir, sólo tenía que esperar hasta que amaneciese y podría volver a ocupar mi mente en otros quehaceres…

Entonces sentí su cálida y pequeña mano posarse sobre mi espalda, seguida de una corriente eléctrica que puso todos mis sentidos bajo alerta.

- Señor Sesshomaru… - Pronunció mi nombre en voz baja con una lastimera vocecilla - ¿He hecho algo para molestarle? ¿No se encuentra usted cómodo con mi presencia?

La pobre criatura creía que la detestaba, cuando no podía estar más equivocada en sus conclusiones. No soportaba el matiz de tristeza que teñía sus palabras.

- No has hecho nada que pueda molestarme, Rin. Simplemente, deseo descansar por hoy. – Respondí lo más escuetamente que pude.

Quería dejar su conciencia más tranquila, aunque sin dejar abierta la puerta a que aquella interacción escalase a mayores.

- ¿Acaso no desea consumar su matrimonio conmigo? ¿Le desagrado como esposa, aunque no haya hecho nada para molestarle?

Sentí como si una flecha hubiese acercado justo en el objetivo. Se había vuelto tenaz y directa ante mis evasivas, lo cual desató la inevitable reacción de mi cuerpo. Suspiré, tratando de mantener al menos la cabeza fría, desterrando todo tipo de pensamientos respecto al tema que había puesto sobre la mesa. Sentí cómo sus dedos trepaban hasta mi hombro, hechizando por completo mis sentidos. Me giré de inmediato y tomé su muñeca para detener su avance.

- ¿Acaso tú sí lo deseas? -Murmuré, perdido en sus ojos que brillaban en la penumbra.

No tenía ni idea de por qué le había preguntado eso, no se trataba de lo que ninguno de los dos quisiéramos o no. ¿Acaso la falta de riego sanguíneo en la cabeza estaba afectando?

Rin, por el contrario, tenía toda la sangre concentrada en las mejillas, coloreadas de un nítido color carmesí. Hipnotizado, me sentía incapaz de despegar los ojos de sus adorables expresiones. Bajando ligeramente la vista, observé cómo sus clavículas se dibujaban tímidamente entre las solapas del kimono.

- Señor Sesshomaru, es mi deber como esposa… - Se excusó en voz baja, evitando el contacto visual directo.

Sin embargo, mis deseos nada tenían que ver con la convención social de consumación del matrimonio entre humanos. Sólo podía pensar hacerla mía, marcarla como mi propiedad y saciar mi sed de sangre clavando los colmillos en su piel. Maldición. La bestia parecía haberse despertado de nuevo. Tenía que revertir aquella peligrosa situación inmediatamente.

- No tienes que preocuparte, no requeriré de ti nada que pueda resultarte desagradable.

Solté su fina muñeca, tratando de poner distancia de nuevo entre nuestros cuerpos. Esperaba que no replicase a mi fingida consideración, y pudiéramos pasar otra noche más sin descubrir el cuerpo del otro. Aquel pensamiento se clavó como un aguijón envenenado en mi pecho. No era agradable sentir aquella punzada de culpabilidad, pero no podía arriesgarme a acabar con su vida por un deseo tan retorcido.

En aquel momento, Rin se aferró con fuerza a la manga de mi kimono para evitar que volviera a darle la espalda. Su voz sonaba a punto de romperse:

- Yo nunca he dicho que su contacto me resulte desagradable en absoluto. Le ruego que no decida cómo me siento al respecto sin tener en cuenta mis verdaderos sentimientos…

Todo hubiera sido mucho más sencillo si ella hubiera llegado a odiarme debido a mi distante comportamiento… Odiaba hacerla sufrir de aquella manera, pero no podía permitir que me dijese cómo se sentía, tenía que decir cualquier cosa con tal de impedirle continuar:

- Rin, soy consciente de que a las mujeres no os agrada demasiado que los hombres invadan su espacio personal… - ¿Qué estupidez sin sentido estaba diciendo? - No tengo ninguna intención de…

Mi vacío discurso fue interrumpido por su boca al posarse sobre la mía. Me sentí completamente desarmado y como un auténtico imbécil. Jamás había alcanzado a comprender la magnitud de las emociones humanas como el afecto hasta aquel instante. Aquella joven estaba impaciente, molesta, y por encima de todo, completamente prendada de mí. Una sombra de temor cruzó su mirada cuando nuestros labios se separaron.

La observé por un instante, completamente encandilado por las formas suaves de su rostro, y el brillo anhelante de sus ojos castaños. Sabía que ya no podía reprimirme más, deseaba a aquella mujer en todos los sentidos. Su ternura y sinceridad habían logrado derretir la gruesa coraza de hielo que había colocado a mi alrededor, la cual no había supuesto barrera alguna para que se colase en lo más profundo de mi ser.

- L-lo lamento mucho, amo Sesshomaru… - Balbuceó ella de repente- Lo cierto es que me cuesta contener mis sentimientos por usted, llevo mucho tiempo observándole y… Le amo. No tengo más excusa, simplemente de gustaría que usted pudiera llegar a amarme la misma manera algún día…

¿Cómo podía ser tan condenadamente adorable? Apreté los puños, tratando de contener mi impulsividad. Ya no había marcha atrás, pero eso no significaba que fuera a comportarme como una bestia fuera de control. Me incorporé lentamente sin apartar los ojos de ella, cuando Rin se arrodilló de repente, topando con su frente a superficie del futón.

- Por favor, le ruego que me perdone. Sé que no tengo excusa…

No pensaba permitir que se siguiera disculpando por más tiempo, no tenía motivo ninguno para hacerlo.

- ¿Estás segura de que quieres entregarle tu corazón a alguien como yo? – La interrumpí intencionalmente.

Necesitaba confirmarme una última vez que podía dejarme ir con ella, que deseaba que aquello ocurriese tanto como yo, o no podría perdonarme por mancillar su cuerpo y espíritu.

- Le amo con todo mi ser. Por supuesto que estoy segura.

La sencilla honestidad de sus palabras me dejó sin aliento. Sentía cómo todas mis restricciones autoimpuestas desde la noche de la boda se desvanecían, maldición, la deseaba tanto en aquel momento... Pero no podía perder la cabeza del todo, y ya comenzaba a sentir mis garras asomar, sin poder remediarlo. No podía permitir que se diese cuenta de que era un demonio, bajo ningún concepto. Si ella se asustaba y huía de mí, no pensaba retenerla, aunque no tenía de idea de cómo recuperaría la cordura sin tenerla a mi lado.

Impulsado por el terror de ser descubierto, tomé su rostro entre las manos y incliné para mirarla de cerca, vigilando que no pudiese notar mis cambios físicos a esa distancia.

- Con una condición, Rin: no puedes voltear a mirarme en ningún momento, ¿entendido?

Era la única forma que me quedaba para proteger su inocencia, sus puros sentimientos por el hombre que creía humano. No deseaba romper esa ilusión. Rin se mostró algo desconcertada por mis palabras. Sin embargo, la transformación era tan acuciante como mi deseo, por lo que sin permitirle tiempo para procesarlo o responder, fundí mi boca con la suya. Apenas sentía que tenía el control de mi cuerpo, buscando su lengua con avidez, como si eso pudiera calmar mi sed. Necesitaba mucho más.

Deshice el contacto entre nuestras bocas, aún ansioso, observando cómo Rin trataba de recuperar el aliento. Tenía las mejillas sonrosadas y los labios brillantes por la saliva. Sus párpados comenzaron a abrirse como el suave aleteo de una mariposa, el cual encendió todas mis alarmas. Era muy posible que mi rostro se hubiese transformado, no podía arriesgarme a que me viese, por lo que la sujeté por los hombros y la coloqué de espaldas a mí.

La calidez de su cuerpo resultaba tan tentadora que no pude resistirme a aprisionar su cintura entre mis brazos. Inhalé el aroma que desprendía su cabello, delicioso. En aquel punto no podía distinguir cuál deseo se encontraba más complacido por su cercanía, pero ya no había marcha atrás, no estaba dispuesto a privarme en aquel momento de ella.

Acaricié su mejilla, notando cómo aún ardía, y la besé delicadamente en la parte trasera de su cabeza. Aquella situación aún se sentía como una ilusión tras tantos días fantaseando con ella, pero esta vez Rin se encontraba presente, en carne y hueso. Necesitaba probar su sabor, por lo cual mi siguiente movimiento fue morder su cuello. Sentí cómo ella se sobresaltaba, aunque permaneció muy quieta mientras seguía lamiendo y besando su sensible piel.

El sonido de su voz teñido de placer me tentaba a seguir, incapaz de pensar en otra cosa que no fuese ella y en entregarme a la lujuria que me provocaba. Me molesté cuando sus gemidos fueron acallados por sus propias extremidades, interrumpiendo aquella melódica orquesta que guiaba mis movimientos.

Agarré sus diminutas manos para liberar sus labios, y las dejé apoyadas sobre su regazo. Sentí el nudo de su obi obstruyendo el recorrido por lo que decidí deshacerme de él. Obsesionado con la idea de exponer su aterciopelada piel, mordí la tela que cubría su hombro y la deslicé hacia abajo, cumpliendo mi anhelado objetivo.

- Me avergüenza que escuche mi voz de esta manera, señor… - Objetó ella llena de vergüenza, girándose para mirarme.

Sujeté rápidamente su cabeza con ambas manos y a la obligué a mirar al frente de nuevo.

- Sin mirar atrás, Rin. – Le recordé. - Respecto a tu voz, ¿acaso tendría sentido acallar los gemidos de la mujer a la que intento complacer? ¿O acaso piensas detallarme las cosas que te gusta que haga? – En aquel punto, era innegable que ella estaba disfrutando tanto como yo lo que estaba ocurriendo, no iba a permitir que sus valores humanos sobre el pudor limitasen las formas en las que podía disfrutar de ella.

Ella negó ligeramente, consumida en su tímido silencio. Impacientándome, al no sentir ningún signo de oposición por su parte, volví a deleitarme con el sabor y la textura de su cuello, esta vez avanzado hasta su hombro desnudo y descendiendo por su brazo.

Rin trató de cubrir su desnudez, pero ella era toda mía en ese momento, por lo que no iba a negarme el placer de descubrir su cuerpo. En un arrebato infantil, tomé ambas solapas de su kimono y tiré de ellas hacia abajo. Desde mi posición pude atisbar unos rosados pezones asomando, y la inmaculada piel de su espalda. Tenía ganas de devorarla, aunque no estaba seguro de en qué sentido me resultaba más apetecible.

De forma completamente inesperada, sentí como Rin tanteaba con sus dedos a la altura de mi entrepierna, llegando a rozar el palpitante bulto de carne que pujaba por ser liberado. A pesar haber sido su propia iniciativa, se sobresaltó al tocar mi erección, como si no esperaba que estuviese allí. ¿Acaso nadie le había hablado nunca de lo que podía encontrar entre las piernas de un hombre?

Entonces recordé que aquella joven parecía haberse criado completamente sola, sin nadie para ayudarla, por lo que me avergoncé de mi precipitado e impulsivo comportamiento. ¿Y si la estaba asustando? No poder ver la expresión de su cara era un inconveniente. Sopesé que convenía disminuir un poco la intensidad, y quizás entregarle por un instante el control.

- Rin, ¿deseas tocarme? – Le pregunté en voz baja para no sobresaltarla.

Rin tragó saliva con claro nerviosismo. Temía que pudiese haberse sentido incómoda por mi rudeza.

- No… sabría cómo complacerle, señor. – Murmuró con la voz temblorosa.

- Si eso es todo lo que te preocupa, puedo enseñarte cómo hacerlo.

Sin meditarlo mucho más, asintió con la cabeza. Sentí toda la sangre acumularse en el mismo punto, me excitaba su determinación.

- No abras los ojos. – Le recordé una vez más.

Para poder concentrarme más en mi propio placer, me tomé la libertad de cubrir los ojos de mi esposa con su obi. De aquella manera, no tenía que preocuparme porque alzara el rostro hacia o mi o abriese los ojos. Rin se mostró se nerviosa ante la privación de la vista, estirando los brazos en mi busca.

- No tengas miedo, sigo aquí. – Dije, en un intento de tranquilizarla, mientras me ponía en pie.

Necesitaba un momento de espacio para poder desnudarme. Apenas podía esperar a sentir su tacto sobre mi excitado miembro. Me agaché frente a ella vistiendo únicamente la toga superior completamente abierta, al haber retirado mi propio obi.

- Deme la mano, por favor. – Musitó.

Entrelacé mi mano con la suya y me la llevé al pecho para que sintiera mi presencia frente a ella.

- Estoy aquí. – Le aseguré con firmeza.

Ella comenzó a dudar, abrumada por la situación.

- ¿Está seguro que puedo… tocarle?

Fue incapaz de contener una risa entre dientes. ¿Cómo podía ser tan adorablemente pudorosa? Ella, quien me estaba arrastrando al borde del deseo, y quien sabía confesado sus sentimientos con seguridad al comienzo de la noche.

- Eres mi esposa, Rin. – Fue todo lo que pude responderle. No me habría desnudado si no estuviese deseando que lo hiciera, por lo que no tenía más explicaciones que dar.

Rin apoyó sus manos sobre mi pecho con delicadeza, transmitiéndome una sensación de calma a la par que sentía mi excitación crecer. Recorrió mis hombros lentamente, para volver a descender por mis pectorales y costillas. La imagen de aquella mujer con los ojos vendados mientras exploraba mi cuerpo era sumamente erótica y adorable. Jamás me habría imaginado a mí mismo sometiéndome por voluntad propia de aquella manera tan íntima con un ser tan bajo y efímero como un humano. Sin embargo, allí estaba, un demonio como yo ansiando el roce de aquellas pequeñas manos.

Distraído como estaba, me recorrió un escalofrío cuando alcanzó mi miembro. Permaneció quieta unos instantes, antes de balbucear:

- S-Señor… ¿Podría enseñarme c-cómo…?

Guie sus movimientos de arriba abajo sobre mi miembro con paciencia. Debía evitar pensar en hundirme en ella en aquel mismo instante, pues había decidido ir despacio.

- Así. – Le indiqué. - ¿Puedes intentarlo?

Rodeó mi pene con ambas manos, imitando el movimiento que le había enseñado con delicadeza, como si tuviera miedo de hacerme daño.

- Más fuerte. – Necesitaba sentir con más intensidad lo que estaba haciéndome.

Sentí cómo la presión aumentaba, pero no lo suficiente. E iba demasiado lento.

- No temas lastimarme, Rin. Hazlo más fuerte… y más rápido.

Finalmente, Rin comenzó a tocarme con el ritmo y la intensidad que necesitaba. Dejé caer mi cabeza hacia atrás, apoyándome sobre mis manos en el tatami. Mi respiración comenzó a agitarse, acompasándose con sus movimientos. Quizás volvió a sentirse insegura con lo que estaba haciendo, por lo que empezó a detenerse.

- No. No pares, sigue así. – Le reforcé para que dejase de sentir inseguridad. Lo estaba disfrutando demasiado, maldición.

Incliné la cabeza para observarla mientras se encargaba de mi miembro con dedicación. Tenía los carnosos labios entreabierto, alimentando la sádica fantasía de hundir mi miembro en su boca mientras seguía con los ojos vendados. Casi podía visualizar su avergonzada expresión al notar mi sabor en su lengua. En ese momento, escapó de mi boca un sonido que no había brotado cuando yo mismo me había encargado de calmar mi deseo. Pero se sentía tan diferente, tan extraordinario… No había podido reprimirlo.

Seguido de mi gemido, Rin se detuvo para rodearme con sus brazos y hundir su rostro en mi cuello. Sus redondeados y suaves pechos presionaban mi torso. Me quedé atónito, incapaz de comprender qué estaba pasando por su cabeza.

- ¿Así es como le gusta, mi señor? – Musitó junto a mi oído.

Entonces me fijé en los acelerados latidos de su corazón. Palpitaba como loco, posiblemente debido al nerviosismo. No podía decir que no comprendiera la anticipación de desnudarse delante de otra persona por primera vez, pero estaba claro que no tenía las mismas implicaciones para los dos, dado que habíamos sido criados en mundos muy diferentes. Hundí mis garras en su abundante cabellera, acariciándola con suavidad en un gesto tranquilizador.

- Sí, me gusta de esa manera. – Le respondí, depositando un corto beso sobre su sien como recompensa.

- ¿Puedo besarle, amo? Quiero volver a besarle.

Estaba claro que había aprendido que yo debía tener el control absoluto de todo lo que ocurriese entre nuestras sábanas, pero quería que supiera que no era así. Es más, no tenía palabras para describir hasta qué punto me volvía loco su iniciativa.

- No tienes que pedir permiso para todo, Rin.

Me quedé quieto, en actitud sumisa, mientras ella se acercaba y me besaba repetidas veces, con suavidad y despacio. Me sentí contagiado por la ternura de caricias sobre mi cuerpo, por lo que la imité y deslicé la punta de mis garras sobre su piel. Sintiéndose más confiada, Rin se atrevió a introducir su lengua en mi boca y la seguí con gusto. Aquella sensación era lo más encantador y dulce que había probado jamás. Pensé que podría volverme adicto a ella sin dudarlo un instante.

Rin interrumpió el contacto entre nuestras bocas y no tardé en percibir cómo la venda se había desprendido y caía sobre su nariz. Tan pronto como ella abrió los ojos la inmovilicé de cara al suelo, sujetándola por un brazo y el hombro. Temía haber sido demasiado violento, pero no podía permitir que viese mi rostro bajo ninguna circunstancia.

- Te he dicho que no puedes mirarme, Rin. – La reprendí, con tono severo.

- Lo lamento, Señor Sesshomaru, no ha sido mi intención en ningún momento desobedecer sus órdenes. Le ruego que no se enfade, le prometo que ha sido de forma accidental. – Balbuceó con nerviosismo.

Quizás me había sobrepasado, no era justo aprovecharme de mi superioridad física. No servía de nada ocultar mi aspecto si la asustaba con mi fuerza. Quería hacerlo sentir bien a mi lado, no todo lo contrario. Analizando la posición en la que estábamos, se me ocurrió cómo podía tratar de hacerle olvidar aquel insignificante contratiempo.

- Permanece dándome la espalda. Apóyate sobre tus brazos y piernas. – Le ordené.

Ella siguió mis órdenes obedientemente, aunque su cuerpo aún temblaba ligeramente. Traté de convencerme a mí mismo de que era posible que se debiese al gélido aire de la noche. Me disculpé internamente por despojarla del resto de sus ropas a pesar de ser consciente de la temperatura de la habitación. Después de todo, la sensación de frío no iba a durar mucho tiempo, tenía intención de encargarme personalmente de que Rin entrase en calor.

Una vez colocaba sobre cuatro, como un adorable cachorro, Rin juntó las piernas, demasiado consciente de que podía verlo todo de ella si permanecía en aquella posición. Me pude se rodillas a su lado, acariciando la longitud completa de su espalda y descendiendo hasta sus costillas. No pude privarme de rozar sus pechos con disimulo, para acabar explorando su abdomen y muslos. Cada rincón de su cuerpo era tan hermoso que apenas podía evitar fantasear con recorrerlos con mi lengua. Además, sus débiles estremecimientos ante mi contacto me tentaban a seguir provocándole nuevas sensaciones.

Me desplacé hasta colocarme detrás de ella para admirar su hermoso trasero, redondeado y rosado como un melocotón. Tomé sus caderas entre mis dedos, rodeé sus muslos y finalmente me permití sujetar aquellos glúteos con firmeza. Ella se sobresaltó, pero mayor aún fue su desconcierto cuando no pude reprimir el impulso de morder su tierno muslo. El sonido de su gemido fue agudo, y resonó en mis oídos como música celestial.

- S-señor Sesshomaru, por favor, no mire ahí… - Rogó ella avergonzada.

No me había que pedido que parase, en cualquier caso, por lo que apoyé mi cabeza sobre su espalda para que pueda identificar mi posición exacta.

- No estoy mirando. – Le aseguré.

Podía esperar un poco más, si había logrado no abalanzarme sobre ella en todo aquel tiempo. Sin embargo, que no pudiera observar sus rincones más íntimos no significaba que no pudiera experimentar con ellos. Llevé mi mano hasta su humedad, haciéndola jadear con aquel simple roce. Apenas comencé a acariciar y explorar sus pliegues, sentí cómo empapaba mis dedos. Su olor penetraba profundamente en mis fosas nasales. Me moría por averiguar cómo sabrían sus fluidos en mi boca.

- Rin. -La llamé, colocando la mano que tenía libre entre sus omóplatos. – Relaja tu cuerpo.

Mi esposa volvió a obedecerme sin rechistar, inclinando su torso sobre el suelo, mostrando sus zonas pudorosas de forma más accesible que antes. Agarré sus muslos, consumido por el deseo, mientras observaba descaradamente su rosada intimidad. Jamás hubiera logrado adivinar las curvas que escondía aquella muchacha bajo su ropa, por lo que me sentía afortunado de poder observarla en aquel estado de perfecta desnudez. No podía aguantar esa tentación por más tiempo, por lo que cubrí con mi boca aquel delicioso rincón entre sus piernas. Su sabor me volvía loco, y sus sonoros gemidos me motivaban a seguir explorando con mi lengua.

Pero necesitaba hundirme en aquella cálida humedad. No podía soportarlo por más tiempo.

Pasé mi lengua una última vez por su clítoris y despegué mi boca de su entrada. Necesitaba comprobar que estuviera lista, no quería lastimarla. Introduje varios dedos en su interior, despacio, tanteando el terreno. Rin no hacía más que retorcerse de placer ante cada uno de mis movimientos. Mi miembro se sentía tan duro e hinchado que no podía soportarlo más.

- Veo que ya estás lista, Rin.

La sujeté por sus caderas, preparándome para entrar en ella. Empecé muy lentamente, sintiendo cómo sus paredes se abrían para hacerme paso. Estaba muy apretada, caliente y húmeda. Su cuerpo se estremecía con mi avance y gemía débilmente. Sentía que estaba a punto de perder el control, necesitaba tomarla con fuerza para ahogar la necesidad que tenía, su voz y la forma de su cuerpo me estaba llevando al límite.

Al notar cómo Rin alzaba sus caderas hacía mí pidiendo más no pude seguir conteniéndome. La agarré y embestí con fuerza, extasiado por las sensaciones que me proporcionaba, amando cada centímetro de su ser. Quizás estaba siendo demasiado rápido. Quizás estaba siendo demasiado rudo, pero esperé que supiera perdonarme, ya que lo único que guiaba mis movimientos era el puro placer.

La sed de sangre se fue desvaneciendo a medida que se acercaba el clímax. Sólo podía pensar en llenarla por completo, en hacerla mía para siempre, que las convulsiones de su cuerpo bajo el mío. Ella también lo disfrutaba. Ella estaba sumida en el mismo placer que yo, mientras chillaba, incapaz de bajar el tono de su voz. El obsceno sonido de su trasero al topar con mi entrepierna cada vez que la embestía aceleraba mi clímax a una velocidad de vértigo, adicto a la calidez de su cuerpo chocando contra el mío…

Y entonces, terminé. Una oleada de éxtasis me recorrió mientras me vaciaba en ella. Jadeé, agotado, mientras me inclinaba ligeramente sobre el cuerpo de ella, exhausto. Cerré mis dedos sobre su cintura. Era mi diosa. La amaba. La necesitaba. No podía permitir que nada ni nadie me la arrebatase.

En mitad de aquel momento de debilidad, me topé repentinamente con los castaños orbes de Rin, que me observaba con los ojos muy abiertos. Horrorizado, no sabía si su sorpresa la llevaría a golpearme para liberarse o salir corriendo, desnuda como estaba, lo más rápido que le permitiesen sus piernas. Temía que ahí había terminado todo.

- Un… demonio… -Balbuceó, atónita.

No podría negar la evidencia. Sin embargo, presa del pánico, me retiré de encima de ella y me cubrí el cuerpo con las solapas de mi kimono a toda velocidad. Rin no se movió un ápice mientras yo me vestía. Pensé que podía haber entrado en estado de shock, aunque no parecía atemorizada.

- ¿Vas a… gritar ahora? – Le pregunta que formulé fue tan estúpida que quise golpearme a mí mismo.

Comenzó a incorporarse muy lentamente, y observé con horror cómo su torso estaba cubierto por arañazos que coincidían perfectamente con el tamaño de mis garras. Los surcos en sus caderas y cintura eran lo más profundos. ¿En qué momento le había hecho eso? Me había notado algo fuera de mí, pero en ningún momento había sido consciente de haber estado hiriéndola de aquella manera.

Rin se sentó de rodillas frente a mi antes de comenzar a hablar:

- No tengo ningún motivo para estar asustada, Señor Sesshomaru.

Parpadeé, perplejo. ¿Su cabeza mantenía una pizca de cordura siquiera? Sabía que era una abominación de la noche, que además había dejado su cuerpo ensangrentado con sus garras en uno de los mayores momentos de vulnerabilidad de un ser vivo.

- ¿Acaso no eres consciente de lo que acabas de acceder a hacer con…? – Carraspeé - Que te encuentras casada con un demonio. ¿No te parece motivo suficiente para gritar por ayuda?

Rin trató de alcanzarme con su brazo, haciéndome gruñir en un acto reflejo. Tenía todos mis instintos alerta y a flor de piel. Sin embargo, la advertencia funcionó, y ella se detuvo en el acto.

- El que parece asustado aquí es usted, mi señor. – Sentenció sin un solo atisbo de maldad.

Por supuesto que estaba asustado. De mí mismo y de lo que podía llegar a ser capaz. Me dejé caer en el suelo, sentándome en una postura relajada, tratando de aparentar una seguridad que no sentía.

- No podría tener más certeza de que es imposible que tú me causes ningún daño, esposa mía. – No podía entrar en pánico, sólo la espantaría saber que no tenía control pleno sobre mi fuerza. -No se puede decir lo mismo en tu caso. – No era justo acusarla de mi debilidad, pero necesitaba que se diera cuenta de que tenía que mostrarse cauta a mi alrededor, ya que no lo sabía hasta que punto podía llegar a poseerme la bestia.

Sin embargo, la perspicacia de Rin era mucho más tenaz de que lo me hubiera gustado:

- Pero yo no estoy a la defensiva. – Replicó completamente desnuda como estaba, extendiendo los brazos hacia los lados, mostrando absoluta vulnerabilidad y sumisión- Usted sigue siento el Señor Sesshomaru, ¿verdad?

Su idealismo, aunque conmovedor, resultaba demasiado impudente.

- Te aseguro que no me parezco en lo más mínimo a la persona digna de devoción que ves en mí, porque ni siquiera soy un ser humano, en primer lugar.

- Sea usted un humano o no, sigue siendo mi Señor Sesshomaru, ¿verdad? Esto no cambia nada. – Insistió con terquedad.

No lo comprendía. Ella sólo podía verme como objeto de su amor y devoción, ignorando por completo el gravísimo peligro que corría si seguía actuando con fe ciega en mí:

- ¿Es que acaso no lo entiendes? Soy un monstruo que devora a los de tu especie, podría acabar contigo ahora mismo.

Aquello sonó como una amenaza, aunque no fue mi intención en ningún momento. Su expresión se sumió en la tristeza mientras agachaba el rostro tras oír mis palabras. Lo último que deseaba era romperle el corazón, pero no me estaba dejando otra manera de hacerle ver que era mejor mantener una distancia prudencial conmigo. Lo que había ocurrido aquella noche no podía repetirse, por su seguridad.

- No… no me da miedo pensar que pueda matarme con facilidad, señor. – Sollozó Rin, al borde del llanto, partiéndome el alma en dos. - Me aterra muchísimo más pensar que usted se pueda sentir arrepentido de haberse casado conmigo, o que no quiera volver a verme nunca más…

No podía decirle que no me arrepentía, ya que no quería alimentar sus esperanzas de tener un romance convencional conmigo, aunque fuésemos un matrimonio consumado. La situación era mucho más compleja de lo que ella podía siquiera llegar a imaginar…

Rin se echó a llorar sin esconder sus lágrimas y su dolor. Una vez más, aquella joven demostrada tener mucha mayor fortaleza emocional que yo.

Incapaz de encontrar palabras que consuelo que no incluyesen falsas promesas, tomé la gruesa manta de nuestro lecho para envolver su menudo cuerpo. Si no podía aliviar el dolor de su corazón, lo único que podía hacer era velar por su bienestar, ya que ella era incapaz de priorizarse.

La joven utilizó mi hombro como almohada en la que desahogó todas sus lágrimas hasta quedarse dormida, de puro agotamiento mental y físico. Con sumo cuidado, la transporté hasta la cama y me aseguré de que estuviera bien envuelta para evitar que enfermase.

Había sido bonito mientras había durado, pero tenía que distanciarme de ella. No podría quedarme mucho tiempo más en ese castillo, con el sello que había suprimido a mi bestia por tanto tiempo a punto de romperse.

Me permití observar el dulce rostro de Rin mientras dormía hasta el amanecer. Sus labios entreabiertos parecían invitarme a besarlos una última vez, pero traté de enterrar aquel deseo y aquella emoción en el fondo de mi corazón bajo llave para siempre.

Notas de la autora: Ahora sí que sí, amigas, nos depedimos de los flashbacks y los pov de Sesshomaru, ya que no tengo ninguno más planeado por el momento. Además, es hora de que la historia siga avanzando, ¿no creeis?

Se vienen conversaciones profundas, emociones complejas de gestionar y ya tengo casi definido el nuevo arco argumental que se viene, por lo qie esperos que os quedéis para ver cómo se desarrolla la historia. Un día más, gracias por seguir aquí y por apoyar esta historia, ¡os leo en los comentarios!