Preparativos
Escuchaba muchas voces hablar, orar, chillar o reír. Niños, mujeres y hombres, sin distinción, alzaban la voz haciéndola sentir acompañada, pero de forma escalofriante. Entonces llegó a una cala, donde había una pequeña barca con alguien esperando en ella.
-Vaya, no esperaba a nadie esta noche – el hombre, de barba oscura y de ojos azules vestía una túnica marrón con tildes rojizos – eres muy joven, una lástima.
-¿Caronte? – el hombre asintió – ¡Por todos los dioses! Al fin ha pasado
-Y ¿Cuál es tu nombre, querida?
-Andrómaca – la mujer vio como el barquero del inframundo abría la boca sorprendido, obviamente no esperando su llegada
-Mujer de Héctor, hija de Troya ¿qué haces en esta orilla? ¿qué infortunio ha hecho que llegues hasta aquí?
-No lo recuerdo – contestó simplemente mirando alrededor – pero parece que mi camino ha acabado – abrió su boca intentando encontrar la moneda que debía de ser su pasaje al más allá – no puede ser
-¿No tienes moneda? – Andrómaca habría jurado que el dios barquero estaba afligido por tener que negarle el viaje, cosa que le sorprendió, ya que ella siempre había escuchado que Caronte era un marinero renegado y amargado que trataba con ira a los muertos – sabes las normas de la casa de Hades
-Completamente – cerró los ojos e intentó aguantar las ganas de llorar. ¿Es que los aqueos eran tan malvados que no podían depositar una sola moneda a sus esclavos caídos?- Debo volver por mi camino y vagar como un alma en pena.
Eran cerca de las ocho de la mañana cuando decidió levantarse después de haber dado vueltas por la cama toda la noche. Con toda seguridad, el caso en el que trabajaba le había abierto heridas que creía curadas hacia años. Por mucho que Ranma durmiera a su lado, Akane se sentía nuevamente desprotegida, vulnerable y sola, esperando a que en cualquier momento apareciera Suikotsu por la puerta y la pesadilla volviera a empezar. Besó los labios del inspector y salió por la puerta, empezando la jornada mucho antes de lo que lo hacía habitualmente.
Hoy debía interrogar a un sospechoso que había entrado en el departamento sin ser visto. Ranma y ella lo arrestaron y lo dejaron encerrado toda la noche, para mellar su carácter condescendiente e irónico. Por suerte no había pedido un abogado por lo que aún tenía algo de tiempo para intentar sacarle algún tipo de información. El sospechoso, que tenía una pequeña tienda de armas, era robusto, de metro setenta, y de ojos y cabello castaño, además de no tener ningún tipo de altercado con la ley, sin contar las multas de tráfico. Nadie hubiera sospechado nada de él sino se hubiera entrometido en el departamento de policía.
Akane cogió la carpeta de su mesa y se dirigió a la sala de interrogatorios donde Ukyou le había asegurado que se encontraba el sospechoso, pero antes de poder llegar a su destino, la detective fue interceptada por Ryoga.
—¡Akane! Pensaba que hoy no aparecerías por comisaría.
—Cuando se trabaja en un crimen, no hay vacaciones disponibles —contestó a la pregunta velada de su compañero—. He venido a interrogar al sospechoso.
—¿Tu sola? —La pregunta del detective la descolocó—. ¿No viene Ranma contigo? ¿Qué clase de compañero es?
—Sé cuidarme sola Ryoga, de verdad —consiguió contestar con una sonrisa mediocre—. No necesito a nadie que me proteja. Sí me disculpas, debo interrogar al sospechoso. —La mujer del cabello corto le dio la espalda para ir nuevamente a la sala, despidiéndose con la mano
—Yo no diría lo mismo. —Akane se detuvo de golpe—. Por lo que sé, necesitas más protección de la que crees. No todas las mujeres que han sido agredidas tienen las agallas de volver a enfrentarse a un hombre y eso Ranma debería saberlo —dijo altivo—. No deberías tenerlo como compañero.
—¿Sabes que husmear en un caso clasificado al que no has tenido acceso está penado por la ley verdad? —Ryoga desdibujó la sonrisa de su rostro—. No vuelvas a menospreciarme Ryoga, no sabes de lo que soy capaz —advirtió enfadada. Se giró para dirigirse a la sala de interrogatorios calmando sus nervios.
Ya no recordaba como dolía que alguien la tratara como una víctima, un ser indefenso que necesitaba estar atendida las veinticuatro horas al día.
Después de la agresión que sufrió en su casa, la vida de Akane no fue la misma. Por muchos psicólogos que la escucharan o muchas terapias que probara, ella seguía en un agujero negro que únicamente desaparecía cuando practicaba artes marciales. Se sentía fuerte cuando se encerraba en el gimnasio y recordaba los katas aprendidos con ocho años, pues tenía total dominio sobre su cuerpo y sabía a la perfección que nunca le harían daño.
Así fue como Ranma volvió a acercarse a ella. Su prometido fue poco a poco adentrándose en su corazón mediante las artes marciales, convirtiéndose en un compañero leal al que le entregaría su vida. Esa fue la auténtica terapia que la curó de la oscuridad.
Salió de sus cavilaciones cuando se encontró con la puerta cerrada de la sala de interrogatorios donde Mukotsu la esperaba después de una noche entera en el calabozo. Con la carpeta en la mano izquierda, Akane abrió la puerta con firmeza, cambiando, de forma automática, su expresión hacia una neutral, privándole al acusado de información adicional de su expresión.
—¿Qué hago aquí? ¿Por qué me han retenido? —El criminal estaba sentado en la sala de interrogatorios de cara al espejo moviendo la pierna, nervioso. Tenía un ojo morado, la nariz azulada con los orificios hinchados y el labio roto. Mentalmente, Akane felicitó a Mūsū por las marcas duraderas que el médico le había dejado al acusado.
—Señor Yari, ha sido acusado por allanamiento al departamento de policía y por la agresión de uno de nuestros compañeros. —El hombre no había dejado de mover la pierna derecha y miraba hacia los lados, sin querer cruzar la mirada con ella—. Es un delito grave por lo que difícilmente se salve de la cárcel. —Él levantó la mirada asustado—. Tenga en cuenta, que nos tomamos muy en serio cuando alguien pone a prueba nuestra seguridad.
—¿Qué pruebas tienes contra mí? Si tuvieras algo ya estaría entre rejas.
—No se confunda —sonrió de forma perversa, erizándole los vellos al acusado. Entrelazó los dedos de las manos y los apoyó en la mesa, desafiante—. Tenemos un video que muestra un hombre de su misma complexión y estatura, saliendo del departamento momentos después del asalto —sacó de la carpeta una foto en la que el hombre subía a una camioneta—. Este es su vehículo.
—Eso no es una prueba —espetó sonriendo algo más relajado—. La furgoneta me la robaron hace unos días, así que pudo ser cualquiera. —Yari se cruzó de brazos y se apoyó en el respaldo de la silla—. Parece que me podré ir.
—¿Le han robado el vehículo? —Akane sacó su móvil—. ¿Cuándo?
—No lo recuerdo —respondió sin pensar—. Fue hace unos días.
—¿Y por qué no lo ha denunciado? —Ella levantó la vista hacia él, con la misma sonrisa perversa—. No hay registro alguno de denuncias por parte de la desaparición de una camioneta Ford del 78 gastada y con este número de matricula. —Mukotsu la miró desconcertado—. Sí, se puede distinguir en la foto.
—Eso no prueba nada.
—Es cierto, pero este en particular ha sido requisado por la policía esta madrugada del desguace en el que estaba a punto de ser destruida. En ella se han encontrado la gorra del hombre misterioso y la chaqueta, junto a unas grandes gafas de sol. En el registro del desguace, aparece usted como aquel que cedió el coche, por una suma de dinero —sacó de la carpeta unas fotos de las pruebas de la furgoneta y un resguardo del desguace—. Es una suerte que lleven un libro de cuentas tan al día ¿no le parece?
—Eso solo es circunstancial —dijo temeroso—. Alguien se ha hecho pasar por mí y ahora quieren hacerme parecer culpable —airado dio un golpe en la mesa—. No dejaré que me encierres.
—Tenemos dos testigos, además. —Akane se acercó más a la mesa intimidándolo—. A parte del hombre del desguace, el forense al que atacaste te ha situado en la escena y te ha reconocido. Por tanto, estás con la soga al cuello —se levantó sonriente, vencedora—. Prepárate para ocho o diez años de cárcel. —La detective se fue hacia la puerta a paso lento.
—¡Espera! —Ella paró en seco—. Yo solo cumplía órdenes —empezó esperando a que Akane se sentara—. Yo solo cumplí con lo que me pidieron.
—¿Alguien te pidió que entraras en una comisaría y que intentaras robar unos informes y a ti no se te ocurrió negarte?
—Por diez mil dólares, vendería a mi madre. —Akane entrecerró los ojos—. No me mires así, tengo un pequeño negocio que ahora mismo pasa por una temporada baja, después de que esos hippies estén haciendo una política contra las armas. Necesitaba el dinero, además era algo fácil y nadie debía salir herido —resopló—. Se puso como un loco y se abalanzó sobre mi, aunque yo tuviera el arma en mis manos. Tuve que golpearle en la cabeza para coger los informes y salir de aquí.
—No hemos notado ningún incremento en tu cuenta.
—Obviamente porque me lo dio en mano —respondió como si aquello fuera la cosa más obvia del mundo—. No quería ser relacionado con esto si salía mal, pero no pienso pagar el pato.
—¿Quién los quiere?
—No soy tan estúpido como para decírtelo. No quiero pagar el pato, pero no seré yo quien señale a esa bruja esquizofrénica —respondió cruzándose de brazos.
—¿Por qué quería esos documentos? —decidió preguntar la detective.
—Hay cosas que se han descubierto que pueden señalar a los autores de la muerte de la señora Manami, es lo único que sé.
—Nosotros no estamos investigando el asesinato de Sonomi Manami, sino el de Enrique Plaza —puntualizó Akane.
—Sois estúpidos ¿aún no sabéis que los asesinatos están…? —Antes de acabar la pregunta, la puerta de la sala de interrogatorio se abrió, sobresaltando a ambos.
—No diga ni una palabra más, señor Yari. —Una mujer rubia con el cabello perfectamente ligado en un maño impoluto y vestida de traje y chaqueta negro, se adentró en la sala como si esta fuera suya—. Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra. —el acusado calló de golpe.
—¿Quién es usted? —preguntó exasperada la detective.
— Laura Table, la abogada del señor Yari —le tendió una tarjeta para acercarse al acusado—. Debería haberle dado la oportunidad de concederle una llamada, lo han retenido sin su autorización por lo que pienso demandar al departamento por el poco rigor con el que han tratado a mi cliente
—Usted no es un abogado de oficio —comentó Akane extrañada viendo la tarjeta.
—¡Yo no puedo costearme un abogado! Yo no la he llamado —miró a la mujer asustado.
—Tiene un amigo en particular que sí puede costeárselo. —el rostro de Yari se volvió como la leche—. Ahora dejaran libre a mi cliente para que pueda llevármelo y…
—No tan rápido señora Table. —la del cabello azul se colocó delante de la puerta—. Su, cliente, ya ha sido acusado y será encerrado hasta que se celebre el juicio—. La abogada la miró iracunda—. Y otro día, procure picar antes de entrar, esto es una comisaría seria y no una serie de televisión. Si entorpece mi investigación, la que será llevada a juicio será usted por obstrucción. —A medida que hablaba, la abogada se echaba hacia atrás inconscientemente—. Señor Yari, queda detenido por allanamiento y por el ataque a un agente de policía. Será encerrado a la vista de su juicio, pero, si está dispuesto a hacer un trato estaremos encantados de hablar con usted.
—¿Un trato? —el acusado abrió los ojos.
—Sabemos que usted no ha matado a Enrique Plaza, ya que tiene coartada, pero si nos ayuda a averiguar quienes querían esos documentos, la pena puede bajar de seis u ocho años a uno o dos.
—No haremos tratos, nos veremos en el juicio —la voz de la abogada sonó seca y fría, pero no intimidó a Akane.
—Es una pena, señor Yari —sonrió la joven descolocando a la rubia—. Para próximos encontronazos con la ley, procure que el abogado que lo lleve esté más pendiente de sus intereses que los del cliente que realmente le ha contratado —abrió la puerta e hizo una señal a Ukyou—. Llévate al detenido —miró a la abogada—. Buenos días señora Table.
—Señorita Table —corrigió apretando su maletín en la mano—. Esto no quedará así.
—Ya lo que creo que no —contestó tétrica—. Avise a su cliente de eso. —Table, salió de la sala y del departamento iracunda. Akane suspiró, al menos había conseguido la información que deseaba.
—Yo sí quiero hacer un trato —se quejó Yari.
—Puedes hablar con Ukyou de todos los detalles. Pero deberás explicarnos todo lo que sepas sobre el asesinato de Enrique Plaza y Sonomi Manami.
—Creía que no investigabais el de la mujer —argumentó extrañado.
—Gracias a tu intervención, ahora sí —Akane sonrió y salió de la sala de interrogatorios. Tenía que preparar el terreno para cuando el detective Taisho llegara al departamento —hoy va a ser un día muy largo.
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Kagura estaba leyendo un e-mail en su móvil cuando Sango entró junto con Midoriko por la puerta. Ambas mujeres se quedaron sorprendidas ante la cara malhumorada de la mujer de ojos cobres. Parecía murmurar algunas maldiciones mientras escribía con rapidez por el teclado ficticio del móvil táctil.
—No quiero verte yo enfadada conmigo Kagura. —La editora levantó la vista al escuchar la voz de Riko—. Recuerda que tú y yo somos amigas ¿de acuerdo?
—Es mi jefe —suspiró hastiada—. Tenemos un problema con nuestro mecenas. Nos quiere retirar la subvención si publicamos una obra. Onigumo, el marido de Kikyō ha escuchado que a lo mejor Kagome publica algo en nuestra editorial y está armando un gran jaleo.
—¿Qué le importa a él? —preguntó la detective privada.
—Hablé con Inuyahsa. Parece que el joven alemán está de parte del padrastro de nuestra amiga —comentó Midoriko a la vez que ella y Sango tomaban asiento—. No puedo decir que sea algo fácil de llevar.
—Es una jodida mierda —aseguró Kagura— Kagome ha mejorado mucho con el tiempo y, además, está inspirada. Parece que todo lo que le ha pasado durante estos meses no ha acabado con su imaginación.
—Es una forma de evadir la realidad —apuntó Riko después de beber del refresco de la editora. Esta la miró con extrañada—. ¿Qué? Ya que somos amigas, compartimos cosas ¿no?
—¿Ahora te has vuelto comunista? —Kagura le robó el refresco de las manos, secamente.
—No estamos aquí para discutir sobre eso —suspiró Sango—. El tema que nos concierne es Kagome y su intencionalidad de ponerse siempre en peligro.
—Yo no creo que ella quiera eso —apuntó Kagura—. Solo quiere saber quién mató a su madre y eso es perfectamente comprensible.
—¿A qué precio? —apuntó Riko—. Durante el tiempo que llevo con ella de incógnito se ha acercado demasiado, sin temer en las consecuencias de sus actos.
—Exageras Riko —contradijo la editora.
—En este caso yo estoy con la psicóloga —aportó Sango—. Kagura, Kagome lleva tiempo encerrada en sí misma, y su trabajo ha sido lo único que ha permitido sociabilizar con el mundo exterior. Ahora este trabajo la está llevado a una muerte segura, sin precaución.
—De todas maneras ¿Qué haces tú en una investigación oficial? —le preguntó la de ojos cobre.
—Pregúntale al loco de tu marido —contestó la psicóloga con soltura—. Se presentó un día en mi despacho y casi me ordenó que trabajara como encubierta en el caso en el que ella trabajaba.
—¿La estas vigilando sin que ella lo sepa? ¿sabes cómo se puede llegar a enfadar?
—Kagura, sé que te sientes identificada con ella —la editora abrió los ojos sorprendida—. Tu hiciste algo parecido porque ambas os culpabais de la situación. Tú enfrentaste a tu hermano, provocando casi tu muerte segura y ella, está buscando al auténtico asesino de su madre para poder redimirse de unos pecados que ella misma se ha impuesto.
—No me psicoanalices, Riko, no soy ninguna de tus pacientes —susurró enfadada.
—Por desgracia, porque deberías —apartó un mechón pelirrojo de su abundante cabellera—. Tú sigues teniendo fases de insomnio por las pesadillas que te acechan —agregó señalando las ojeras—. Y tu marido, que es menos efusivo que una pared de mármol, no deja que te abras a él. Además, sigues acomplejada por tu cuerpo.
—¿Cómo te sentirías tú, si te hubieran grabado con una navaja más grande que un cuchillo jamonero, una araña enorme y unas letras griegas? Toda la vida tendré el recuerdo de Naraku encima de mí, deleitándose mientras me desgarraba —fue perdiendo la voz a medida que hablaba, cuando sintió la mano de Sango acogiendo la suya—. Perdona, pero lo que tengo en la espada no lo quita ningún psicólogo —espetó enfadada.
—Puede, pero sí un tatuador —respondió resuelta Riko. Las otras dos la miraron extrañada—. ¿Qué? No me vais a decir que no habías pensado en que el tatuaje podría tapar el dibujo de la espalda ¿no? Y sino, podrías mirar de hacerte alguna operación en la espada, regenerativa de alguna forma.
—¿Crees que eso funcionara? —le preguntó extrañada.
—¿Cuánto hace que no te pones una camiseta de tirantes? —preguntó la psicóloga. Kagura bajó la mirada—. ¿No te la pondrías si tuvieras un ave fénix en la espada? O mejor, una lechuza —sonrió al ver el brillo de la editora.
—Es posible que funcione —asintió Sango.
—En el caso de Kagome, es más complicado, ya que no es un tema físico. Ella necesita el reconocimiento de alguien que ha muerto, y al ser eso imposible se está exponiendo hasta su perdición. Es por ello que estoy aquí, necesito vuestra ayuda.
—¿Cómo podría ayudar yo? No tengo acceso a ella de ninguna forma —contrapuso Kagura.
—Tengo entendido que eres buena con los ordenadores —Riko sacó un portátil y se lo pasó a la editora—. Necesito que entres en la cuenta de tu marido y obtengas información de allí.
—¿Qué? ¡Eso es un delito Riko! —chilló asustada. Miró alrededor y vio como tres o cuatro personas se le quedaban mirando—. ¿Qué crees que pasará cuando descubran que he entrado en la base de datos de la policía? No veré a mis hijos hasta que tengan edad suficiente como para tener hijos —susurró exaltada.
—Para empezar, este es mi portátil, si algo sale mal soy yo quien pagará las consecuencias —dijo sonriendo la psicóloga.
—Y para seguir —agregó Sango— yo seré quien te cubra las espadas. No habrá nadie quien te señale con el dedo. —Kagura suspiró—. Ya lo has hecho más de una vez y además sabes cubrir tus huellas. Kagome se lo merece.
—Odio cuando me dejáis sin argumentos —cogió el portátil y lo conectó al wifi del café—. ¿Qué queréis que busque que no pueda preguntar a mi marido de forma directa?
—Aquí tienes unos cuantos nombres —la psicóloga le pasó una hoja de libreta—. Quiero saber si estos tienen o han tenido algún problema con la ley y de qué tipo. No he podido analizar mucho a los que se reúnen en el bar, pero creo que dijeron algo de esta noche. Hoy le toca a Kagome estar de camarera y no quiero llevarme una sorpresa.
—¿Qué pasará si ocurre algo? Puede salir herida y tú también —objetó Kagura.
—Kagome sabe defenderse —contradijo Sango.
—Y yo también, no en vano, Tōga me obligó a saber artes marciales —contestó con una sonrisa nerviosa—. Sin embargo, al igual que tú, estoy inquieta. Hay algo que se nos escapa y no quiero encontrarme con alguna sorpresa.
—Estoy dentro —ambas mujeres la miraron sorprendida—. ¿Qué? Conozco a Sesshomaru desde hace ocho años… Son pocos los secretos que guarda —contestó con una sonrisa melancólica.
—Yo con Miroku llevo más o menos lo mismo y no tengo tanta afinidad como tú, querida —se opuso sonriente Sango.
—Bueno… mi marido no es un mujeriego. —Kagura le sacó la lengua y Sango le golpeó en el brazo con suavidad. Lo cierto es que Miroku había cambiado bastante en los años que su relación había sido formalizada. Aunque en un primer momento no se llevaron bien, Sango fue cayendo en las redes del forense enamorándose de su encanto—. El primero es un tal Renkotsu —Kagura le pasó el portátil a Riko.
—¿El camello adolescente? —Ambas miraron a Sango sorprendidas—. ¿Qué? Soy detective privado, sé de estos casos.
— Yanaka Renkotsu de dieciocho años, es uno de los mayores empresarios de la droga hoy en día. Por su cara, diría que es algo más maduro de lo que aparenta. Tiene los ojos decaídos y tristes… — Riko levantó la cabeza del ordenador—. Sango ¿sabes si ha perdido a alguien recientemente a manos de un policía?
—Em… bueno… —Sango bebió del refresco de Kagura—. Creo que su hermana pequeña murió en una redada que se hizo en su casa. Se dice que uno de los "empresarios" rivales de la coca se infiltró con la policía y mató a la adolescente de dieciséis años.
—Es posible que eso indique la rebeldía hacia el orden y la gente de uniforme. Ha atacado a una veintena de hombres uniformados mientras que nunca ha atacado a nadie de a pie. Solo ha matado una vez, pero como no se ha descubierto el cadáver no se ha podido dar con él.
—Es escurridizo —declaró Sango.
—Sí, pero no es un asesino —sentenció la pelirroja.
—¿En qué te basas? —le preguntó Kagura—. La psicología no es una ciencia empírica como para decretar si una persona es o no inocente.
—En realidad hay programas donde los psicólogos tienen un papel importante en la reinserción de los criminales —aseguró con una sonrisa genuina—, pero no me baso en conjeturas, sino en hechos. Obviamente que puede cambiar su patrón y matar, pero no es su modo de operar. Le encanta tomar el pelo a la policía y dejarlos en ridículo. Además, el asesinato del que se le acusa, solo son pruebas circunstanciales.
—No creo que yo lo quisiera tener como vecino —espetó Sango.
—Depende —aseguró ella—. Aun es un niño que se está forjando en un mundo mucho más exigente de lo que debería ser. Tiene una moral muy alta por lo que no ataca a aquellos que considera débiles.
—Que bien… un narco con moralidad —resopló irónica Kagura.
—No todos los criminales son asesinos despiadados ni la policía seres que solo quieren el bien común. Ambas partes son movidas por la lucha entre la lógica y el sentimiento del ser humano y simplemente porque unos sigan un orden que otros desobedezcan no implican que los primeros sean mejores que lo segundos —Midoriko calló de golpe. Segundos después, suspiró derrotada—. No lo puedo evitar.
—Pero es posible que esté hasta el cuello en los asesinatos ¿no? —Kagura miraba la imagen en el ordenador. Los ojos fríos y sin vida que a Riko le parecían tristes, a ella le recordaban a Naraku.
—No me malinterpretes —se apresuró a hablar la psicóloga—. No estoy diciendo que sea un santo. Trafica con una mercancía por la que millones de personas mueren antes o después y eso no le acarrea ningún signo de conciencia. Pero eso le ocurre al ser humano con asiduidad, no es algo nuevo. —Kagura la miró con el ceño fruncido—. ¿Me vas a decir que has llorado por cada víctima del terrorismo que ha habido los últimos años? Por los ataques a Siria y a Pakistan donde han muerto miles de personas. No. Podemos escuchar el número de muertes elevado, pero no somos conscientes del sufrimiento de los demás hasta que no lo sufrimos en nuestras propias carnes. No sabes lo que significa perder un hijo Kagura, por muchas desgracias que hayas padecido, igual que Sango no sabrá la sensación de desprotección que se siente al ser violada. Aun así, no digo que sea buena persona, pero es un criminal que está en sus cabales y que si hubiera tenido otro entorno posiblemente no hubiera delinquido.
—Entonces ¿crees que él no es el asesino verdad? —preguntó Sango cambiando de tema.
—No, él no me preocupa —descartó Riko.
—Bien pues veamos el siguiente —Sango cogió el portátil y miró el siguiente detenido —Mukotsu Yari. Tiene una tienda de armas, pero está todo en regla, está limpio.
—Déjame ver el perfil, por favor —Riko leyó el pequeño archivo que habías sobre él—. No parece un hombre muy inteligente. Le dio un arma cargada y montada a un joven que luego lo atracó. ¿Qué relación tiene con Sonomi? Aquí no hay nada más.
—Déjame ver —Kagura cogió nuevamente el portátil y tecleó rápidamente—. Parece que ser que se encontró en el registro un arma a nombre de Sonomi Manami, comprada en aquella tienda. Pero —agregó moviendo el cursor táctil del ordenador con maestría—, es extraño, el arma no aparece en ningún lado.
—¿Crees que se han deshecho de ella? —Sango se incorporó para mirar la pantalla—. No sería la primera vez que las tiran a la basura.
—Es extraño que una mujer con el perfil de Sonomi comprara un arma. Querían preguntar a Yari si recordaba quien la había adquirido.
—Parece más bien un secuaz estúpido que un criminal sanguinario —se aventuró a hablar Sango—. No creo que haya podido urdir un plan sofisticado para matar a alguien sin ser descubierto.
—Puede que le hayan pagado para ello —contradijo Kagura.
—¿Para matar? Lo dudo —refutó Riko—. Yo al menos, no le pagaría a alguien que nunca ha matado para encargarse de un asunto así de importante.
—El siguiente se llama Hirata Suikotsu —prosiguió Kagura. Riko asintió, a él lo conocía—. Es dueño de un café aquí en Salem. Está casado con una tal Hiromi y no tienen hijos.
—Ese nombre me suena. ¿Antecedentes? —preguntó Sango.
—Extorsión, tráfico de drogas, agresión y condenado dos años en la cárcel. También fue acusado de violación a una joven de su barrio, pero se desestimó por falta de pruebas—leyó Riko.
—Ese hijo de puta seguro que lo hizo —Kagura miró la imagen demacrada del archivo policial—. Este país cada vez es más permisivo con la violencia.
—Siempre lo ha sido —objetó Riko—. Aquí dice que la joven en cuestión se llamaba Tendo, Akane Tendo.
—¿Akane? —exclamó la detective privada—. No puede ser.
—¿La conoces? —preguntó Kagura sorprendida.
—Somos amigas de hace años. Kagome trabaja nuevo departamento gracias a mis contactos. Espera un minuto —sacó su Smartphone y apuntó los datos—. De esté me encargo yo. Esta noche recibirás noticias mías.
—Esta noche estaré en el bar, Sango —recordó Riko.
—Antes de las diez de la noche tendrás noticias mías —aseguró la detective.
—Sigamos entonces —Kagura pasó el siguiente documento—. Aquí tenemos a Sakasagami Yura. Tiene un pequeño negocio, una floristería llamada Polen —Riko levantó los ojos.
—Esa mujer la vi sentada en la mesa de los narcos, en el bar de Hiromi—la detective y la editora la miraron extrañada—. Tenía un comportamiento muy agresivo con la gente que no conocía. Es muy desconfiada y con un temperamento feroz. ¿Tiene algún altercado con la ley?
—Que aquí se lea no —Kagura miró detenidamente la ficha—. Aparece una entrevista que le hizo Sesshomaru en su negocio. Fue bastante condescendiente con él, pero al final consiguió que le diera unas imágenes sacadas de la cámara de video de la floristería.
—¿Una floristería con cámaras? ¿Qué espera que le roben… margaritas? —ironizó Sango.
—Puede que guardara algo más de valor por allí —Riko se acercó al portátil—. ¿Puedes acceder a las…?
—Ya estoy dentro —dijo con una sonrisa pícara—. Tienes razón… soy buena con los ordenadores —agregó sacando la lengua.
—Bueno por fin nos hemos relajado —sonrió Riko y Sango se acercó más para ver la pantalla.
Las cámaras enfocaban hacia la entrada donde había un expositor con macetas de ruda y dentro, hacia el mostrador. No parecía ocurrir nada extraño, entraban clientes y se llevaban flores. Lo único excepcional, era que la dependienta, Yura, no dejaba que nadie se llevara las rudas mustias de la entrada, siempre sacaba una de dentro del almacén.
Pero entonces, unos días antes de las muertes investigadas, entró un hombre mayor, canoso se acercó al mostrador con un papel que le enseñó a Yura y ésta le dio una maceta de las rudas de fuera. Todo sería normal, salvo por el hecho de que el hombre no pagó y que simplemente se fue sin mirar atrás.
Más de una, fueron las personas, casi todas extranjeras, que se llevaban macetas de ruda sin pagar, bajo el beneplácito de la dependienta, que no hacía nada para detenerlos. Unos días antes a la muerte de Sonomi, la madre de Kagome apareció en la imagen sola, encarándose a Yura quien parecía casi saltar del mostrador para tirarse encima de ella. Sonomi al final salió del local, no sin antes llevarse consigo una maceta de ruda, sin ser vista por la dependienta.
En la última imagen registrada aparecía Sesshomaru y Kagome hablando con la sospechosa, después de que un hombre que parecía hablar por teléfono se fuera echando pestes. Las tres, se sorprendieron de encontrar a Kagome en aquel lugar, cuando se suponía que ella estaba fuera del caso.
—Si Sesshomaru no la ha dejado fuera de esto es posiblemente porque cree que ella puede ayudar en algo —supuso Sango.
—O simplemente porque quiere estar con ella —Kagura suspiró—. Siempre han tenido una conexión especial.
—Los compañeros policías pasan horas juntos, es normal que exista algún tipo de conexión, les va la vida en ello —contrapuso Sango—, pero eso no significa que haya más.
—Kagura, busca en la base de datos a este hombre —Riko hizo una captura de pantalla con la imagen del hombre mayor—. Sango, pídeme una cerveza por favor, esto va a traer cola —la detective entendió y se levantó—. ¿Has hablado con Sesshomaru? —preguntó cuándo estuvieron a solas.
—¿Sobre qué?
—Sobre tu falta de confianza con él y el miedo que tienes de que se haya enamorado de Kagome. —Kagura sonrió irónica—. Es más que eso ¿verdad? Crees que siempre la ha amado y que sólo se contenta contigo.
—Deja de psicoanalizarme Riko —se quejó con los ojos llorosos—. Es un asunto privado
—Mírame Kagura. —la editora suspiró y levantó sus ojos cobre—. Eres consciente de que todo esto que sientes aquí —señaló el corazón— acabará por destruirte sino lo hablas con tu marido ¿verdad?
—Y ¿Qué le digo? ¿Qué estoy celosa de que se pase las horas en la oficina y que no tengamos ni cinco minutos para nosotros? Está investigando la muerte de la madre de Kagome, Riko, no puedo exigirle atención.
—Pues deberías —Sango llegó con un par de cervezas y no pudo contenerse—. ¿Cómo crees que se lo tomará Kagome si sabe que es la causante inconsciente de tu infelicidad?
—Hablé con ella hará unos días —Kagura centró su mirada en el portátil—le dije muchas cosas, no muy bonitas, pero ella simplemente escuchó y me consoló, como lo hacía antaño. No quiero hacerle sentir peor por algo que solo es mío.
—Y de tu marido —corrigió Riko—. Ambos debéis comunicaros de una maldita vez. O yo seré la que os obligue a hablar —el ordenador pitó avisando de una coincidencia— ¿Qué ha salido?
—El hombre se llama Enrique Plaza —Kagura miró a la psicóloga—. ¿De qué me suena ese nombre?
—Es la víctima del caso de Kagome —Sango miró más detenidamente la ficha—. Fue detenido por tráfico de droga. ¿Cómo has sabido dónde mirar? —le preguntó a Riko.
—Llámalo brujería —sonrió la psicóloga.
—¿Ambos asesinatos están relacionados? ¿Cómo es posible que mi marido no sepa ya esto?
—Posiblemente porque has descodificado los videos —Sango se levantó de su silla y se posicionó a la espalda de Kagura, para teclear en una mejor postura—. La empresa de vigilancia, por orden de la propietaria, habría cedido las imágenes codificadas. No es ilegal sino tienes una orden que lo especifique.
—Hay que enseñarle esto a Sesshomaru —concluyó Riko—. Kagura guárdalo en este pen y entrégaselo a tu marido. —La editora abrió los ojos asustada—. Le dices que yo he descubierto esto.
—Sabe que eres desastrosa con los ordenadores Riko, no se lo va a creer.
—Pero si le dices que Ayame nos ha ayudado te creerá —aconsejó Sango—. Tengo entendido que pasará a trabajar con Kagome dentro de poco. —Kagura suspiró y deseó mentalmente para que no fuera demasiado tarde.
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Despertó cerca de las nueve de la mañana cuando los rayos de sol entraron por su ventana. Suspiró hastiado, odiaba que el maldito sol le molestara en los días que sabía que tenía turno de noche. Intentó moverse hacia el lado, para huir del rayo que avanzaba con lentitud hacia su rostro cuando sintió un peso extraño en su torso. Abrió los ojos sorprendido de encontrar una cabellera azabache durmiendo plácidamente en su pecho.
Los flashes de la noche anterior lo abrumaron, recordando al fin que no se encontraba en su solitaria habitación, solo y abandonado por la mujer que amaba como estos meses atrás. Por fin, la suerte le había sonreído, pudiendo probar su inocencia delante de ella la noche anterior.
Suspiró de satisfacción recordando lo que vino después. Había echado tanto de menos aquella intimidad que tenía con ella, entenderla sin palabras, ajustándose al otro y vibrando como la primera vez que compartieron la cama, aunque aquella no fuera la suya. Sonrió al recordar el primer encuentro, siendo pillados por su hermano y su cuñada después de ser avisados para cuidar de Rin, hará ya ocho años.
La abrazó con todo el cuidado del mundo, acercando su nariz a su cabello, disfrutando de las sensaciones que ella le despertaba. No cabía en sí de su dicha, porque aquella noche, aunque era la primera de muchas en las que tendría que trabajar su relación con ella, era el primer paso para volver a tenerla a su lado.
Y esta vez, haría lo posible para cuidarla como se merecía.
Escuchó el teléfono sonar, tensándose por unos segundos, viéndola gruñir con suavidad. Sonrió, si alguien podía ser más gruñón que él al despertarse, esa era ella. Se apiadaba de su yo del futuro cuando tuviera que despertar a su hijo para ir al colegio.
Aquella idea, más cerca de la realidad de lo que en un principio recordaba, le hizo sonreír como un idiota. No sabía hasta ese momento, cuantas ganas había tenido de tener un hijo, una pequeña persona que entre él y Kagome sacarían adelante. Sin querer se imaginaba a aquel pequeño feto como una jovencita muy parecida a su madre, pero, sin embargo, corrompida por el carácter terco de él que volviera loca a su madre.
Acarició los brazos desnudos de Kagome, sabiendo que la aventura había comenzado.
El teléfono volvió a sonar, desconcertándolo. Estiró la mano y lo cogió sin mirar muy bien quien era. Tarde se dio cuenta que el aparato que tenía en su mano era del de Kagome, quien había recibido un mensaje de Kikyō otra vez. Suspiró y, sin poder contener la curiosidad, abrió el mensaje. Esperaba que no tuviera la indecencia de intentar inculparlo otra vez.
Aunque, si lo pensaba, Kikyō nunca lo había empujado hacia fuera. Siempre estaba Onigumo con ella, pero entendía, ahora con perspectiva, que todo había sido un entramado de ella que además también engañaba a su marido. ¿Por qué, sino, él estaría con ella, aconsejándole que se replanteara su vida?
Se concentró en el mensaje descubriendo que Kagome había recibido no solo de Kikyō, sino que además, tenía bloqueado el número de Onigumo algo que lo desconcertó, pero al entrar en el chat, solo había llamadas perdidas, unos diez. ¿El alemán habría amedrentado de alguna manera a la detective? Lo dudaba mucho. Por mucho que pudiera parecer un poco peligroso, el rubio no tenía opción contra la detective.
Su nariz lo reafirmaba.
Abrió el último mensaje de la filóloga, descubriendo un nuevo mensaje en lo que creía era griego antiguo, con algunas palabras resaltadas en negro sin ningún sentido aparente.
Χαλεποὶ πόλεμοι γὰρ ἀδελφῶν
TrGF 5.2, 975
σχολὴ μὲν οὐχί, τῷ δὲ δυστυχοῦντι πως
τερπνὸν τὸ λέξαι κἀποκλαύσασθαι πάλιν
Eneo, TrGF 5.2, 563
ἀδελφή kαì ἅμαὅπλῳδιατηρέi
Suspiró, nunca había sido bueno con las lenguas y no entendía nada en absoluto. Decidió dejar el teléfono a un lado y levantarse, no sin antes mover con suavidad a la joven hacia un lado para que el sol no la molestara. Sin ningún tipo de miedo, le movió un mechón de pelo y besó su frente con suavidad. Porque, así como sabía que era un ogro cuando algo la despertaba de forma abrupta, también sabía que sus caricias mañaneras no la sobresaltaban.
Decidió correr las cortinas y salir de la habitación, cogiendo, ahora sí, su móvil para hacer aquello que tenía en mente, mirar si Sōta le había dicho algo. Por suerte, ni él ni Rin se habían puesto en contacto, por lo que supuso que su noche también había sido un éxito.
Sabiendo que Kagome se levantaría cansada, decidió prepararle el desayuno y dejarle una nota, informándole que esa noche tendría guardia, pero que si ella quería después vendría hasta aquí una noche más.
Aun y la sensación extraña que le recorría el pecho, Inuyasha quiso eliminar aquellos nervios irracionales y disfrutar de la vida. Ahora que podía, aprovecharía la nueva familia que el destino le había dado.
Y no iba a dejar que un mal presentimiento se lo arruinara.
¡Hola!
Aquí aparezco una semana más con otro capítulo. Aviso a navegantes, quedan pocos capítulos, entamos entrando en el principio del desenlace... ¿como van vuestras mentes detestivescas? ¡Ya habéis encontrado al culpable? Espero que este capítulo os mantenga en vilo y os haga aguantar un poco más. Dentro de poco todos los enigmas serán resueltos (parezco Conan xD)
Vamos con los agradecimientos:
kcar: Muchísimas gracias por el comentario! Espero que este capítulo ayude a desvelar más pistas. Muchas gracias por estar ahí una semana más y espero que nos veamos el en siguiente!
Marlenis Samudio: Poco a poco va apareciendo más información y sí, los mensajes encriptados tienen un importante significado... pero hasta que la protagonista no se decida a traducirlos nos quedaremos con la dudua xD. Sí, la verdad es que se siente bien escribir situaciones románticas de estos dos, como ya sabes, me encanta esta pareja xD Muchas gracias por el mensaje y por estar ahí una semana más. Espero que este también te agrade.
Tatiana Ocampo: Aún queda un poco de drama... pero sí, la pareja que hacen me encanta y más en esta historia. Por lo menos en este capítulo hemos visto un poco más de ese amor. Muhas gracias por el mensaje y espero que este capítulo también te guste.
Guest: Muchísimas gracias por el comenatrio. Espero que este capítulo también lo disfrutes.
R.T: ¡Sí! No podía dejar escapar la referencia de los 3 días. Me encanta en el anime y aquí me venía de perlas. Muchas gracias por tu comentario una semana más y por estar ahí también al pendiente. Espero que este capítulo también te guste y que te mantenga en vilo.
Susanis: Muchas gracias por seguir dándole una oportunidad. Sí, poco a poco se va estrechando el círculo, y ya parece que algo se está dejando ver. Espero que este capítulo también te agrade y que dé para aguantar una semana más.
Como siempre agradecer a Carli89, DannaLBurgos, Eren Vega, Jacqueline Mendoza, Jiyuu Akabane, Klaudia VR, Lilliana1118, Marlenis Samudio, Mar Zubia Cazares, MariaGpe, Susanisa, hadadelcementerio, jessicatoledo . barrera78, kcar y yema22 por vuestros me gusta y por seguir esta historia. Sin olvidar a todos aquellos que sean lectores fantasmas, gracias por darle la oportunidad, aunque sea por error xD! Sin todos vosotros yo seguramente no seguiría escribiendo
Bueno pues ya está, aquí lo dejo. Cualquier pregunta o comentario ya sabéis donde dejarlo.
¡Muchas gracias!
Nos vemos en los bares.
