¡Hola de nuevo! Disculpen que no haya publicado rápido este capítulo, la universidad me ha tomado mucho tiempo y está acabando poco a poco con mi cordura.
Espero les haya gustado el capítulo anterior, si es así, me gustaría saber que opinan de la historia, pienso que sería divertido establecer una dinámica con ustedes y leer sus teorías, opiniones o lo que esperan de ella.
Antes de pasar al capítulo, déjenme decirles que debo estar publicando esto en la semana del 7 de noviembre o antes incluso, si es así, déjenme decirles que tendrán dos capítulos más sin falta antes de Navidad, esto como una disculpa mía por hacerles esperar tanto.
Ahora sí, no me ando más con rodeos, vayamos al capítulo.
Capítulo Dos
Las calles de París se inundaban debido a la lluvia, las gotas caían sobre el suelo, toldos y mesas, provocando un inesperado cierre de negocios debido a la intensidad de la tormenta que poco a poco se acercaba.
A varios metros, una pequeña isla bordeada por el río Sena era el centro de atención, la conocidísima Notre Dame ardió en llamas hace algunos años, y el proceso de reconstrucción se estaba tomando su tiempo.
Las pesadas máquinas de construcción removían el material con rapidez, dejando a la vista algunas grietas en la tierra bajo el antiguo monumento. Grietas que serpenteaban por el suelo y se dirigían al borde de la isla para bajar al río.
Una pequeña capsula sobresalió al momento de abrir el pavimento, la tempestad que estaba por azotar París detuvo el movimiento constructor y obligó a los trabajadores a suspender las obras.
Las ratas salieron de los setos que adornaban el lugar y se ocultaron con rapidez en el alcantarillado, uno de estos curiosos animales observó la cápsula y la manipuló con sus patas, provocando que esta se abriera y el roedor saliera despavorido.
La carta en su interior se vio azotada por la lluvia y el viento, y fue por este último que se activó.
Un tornado bajó a la tierra y se condensó, formando la imagen de un reptil estilizado y con plumas cubriendo su cuerpo.
Un rayo retumbó en el cielo sobre la catedral, y la sombra del Pyroraptor hizo temblar París.
Reese Drake se encontraba en el laboratorio trabajando en los diseños que tenía para el nuevo Dino Lector, había pensado hacer algo mucho más estético y funcional para que los chicos lo llevasen a todos lados sin llamar la atención.
Las maquinas del laboratorio que se encargaban del ensamblaje de los componentes iniciaron su trabajo. La rubia decidió descansar un poco, se reclinó en la silla del escritorio y alzó la mirada hacia el techo.
Las rocas de Max y Rex se encontraban tendidas sobre una mesa, ordenadas con sumo cuidado; las cartas de ambos estaban en un recipiente al lado de la zona de ensamblaje, después de todo, sería lo último que pondrían en los nuevos dispositivos.
—¿Debería hacer un manual? —se preguntaba la rubia, llevándose un dedo al mentón y haciendo una ligera mueca con el labio inferior—. Mejor no, no lo van a leer.
Reese se quitó los zapatos y la bata de laboratorio para dejarlos a un lado, quedándose más cómoda en la camisa de tono beige y los pantalones ligeros que llevaba aquel día. Subió los pies sobre la silla y se soltó el cabello.
—¿Qué se supone que haga en mi tiempo libre?
Se dedicó a dar vueltas en la silla como una peonza, observando el techo del laboratorio girar y girar, solía hacerlo cuando nadie la veía, era una forma de producir ideas.
—¿Y si saco los patines? —Reese sonrió ante la idea y se permitió recordar ciertos momentos divertidos—. La última vez que los usé, hice los primeros prototipos de los anti gravitatorios, el Doctor Taylor estuvo en el hospital una semana.
Una risa brotó de sus labios.
Si no se equivocaba, el padre de Max volvería de su expedición en la tarde de ese mismo día, haría una de sus famosas rondas de entrega de regalos caros y extravagantes, se sentaría en una silla a comer un sándwich de mantequilla de maní, y estropearía algún dispositivo mientras contaba anécdotas graciosas.
Dios, como extrañaba esa rutina.
Y aquello se le hacía gracioso, pues hace seis años, trabajar con Spike Taylor era una completa pesadilla, el hecho de que fuera un loco total por los fósiles le provocó estrés y falta de sueño, dos visitas al psicólogo y pastillas para poder dormir.
Luego le tomó el ritmo y se acostumbró.
Por esa misma razón, se encontraba trabajando a las dos de la madrugada, luego de haber analizado y observado con asombro la contienda prehistórica de la que Max fue participe, se dio cuenta de dos cosas.
Si dos dinosaurios se encontraban, su entorno cambiaba para evitar ocasionar daños reales.
Y por supuesto, la energía que liberaban las cartas de habilidades era mucho mayor a la que pensó en un inicio, por eso el primer Dino Lector explotó cuando Max la activó.
Para buena suerte del castaño, Reese ya había pensado en un dispositivo mucho más potente y superior, algo que pudieran llevar en todo momento y pasar completamente desapercibidos.
Iba a gozar como una niña el verlos encenderse por primera vez.
Su sonrisa se acrecentó al recordar el resto de las funcionalidades que incorporó en ambos dispositivos, no serían un simple lector como el primer y destrozado prototipo. Las más de dieciséis funciones que les implantó debían ser útiles en algún momento, si no lo fueran, podría llamarse un fracaso de laboratorio.
Y hablando de aquello, entre los distintos módulos que reposaban a un lado de la zona de ensamblaje, uno de ellos se encendió, no había conexión a pantalla por lo que la imagen no pudo ser transmitida.
Reese se levantó de la silla para caminar descalza hacia la pequeña zona de descanso del laboratorio, con dos máquinas expendedoras y una pequeña mesa para café.
Si el módulo hubiera estado transmitiendo, se habría percatado de que un punto rojo se hacía presente sobre la ciudad de París.
Max sentía sus ojos pesados, y para él era de lo más extraño, en condiciones normales, tenía la energía suficiente para correr algunas diez vueltas por el campo de fútbol de la escuela.
Ahora era todo lo contrario, la experiencia anterior lo había agotado por completo, dejándolo exhausto, no podía pronunciar ni diez palabras seguidas sin sentir que se le dormía la lengua y el esfuerzo se iba por el caño.
La explicación de Reese estaba relacionada a la extraña conexión que hubo entre Max y Gabu en el momento máximo del combate, la carta de habilidades parecía hacer mucho más que lanzar un dinosaurio al ataque.
Era como un vínculo.
La energía de Gabu luego del combate estaba por los suelos, no pudo volver a materializarse ni siquiera en su forma enana y tierna, pues debía descansar y reponer todo aquello que perdió contra el tiranosaurio de la mujer peliverde.
La ancianita, al menos así la llamaba Zoe.
En cuanto Max pensó en aquel apodo, sintió un grito en la lejanía, experimentando por decimotercera vez la sensación de que alguien inexistente le llamaba por la espalda.
A unos cuantos pasos de él, Rex dormía envuelto en sábanas como una oruga, Max pensó que se lo merecía, pues a pesar de no estar involucrado directamente en la pelea, su mejor amigo la pasó muy mal cuando se enfrentaron directamente y sin armas al depredador más mortífero del Cretácico.
El sueño era una buena recompensa, y al despertar, tendría un nuevo Dino Lector y podría conocer a su nuevo compañero.
—Solo espero que no se coma a nadie —dijo para sí mismo el castaño, pues a diferencia suya, Rex tenía un carnívoro capaz de desmembrarlos con facilidad.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo al imaginar las posibilidades, el castaño anotó mentalmente no pensar en cosas turbias antes de irse a dormir, o le darían pesadillas.
Dio unas cuantas vueltas en la cama, se tapó, se destapó y comenzó a dormir a pierna suelta en cuanto la manta tocó el suelo de la habitación de descanso extremo del laboratorio.
Esa habitación había sido construida en un principio para acoger las noches de desvelo que Reese solía frecuentar en los inicios de su trabajo. El lugar contaba con dos camas alejadas, una mesa de café en el centro de dos sofás blancos y un pequeño refrigerador en la esquina.
Saliendo de la habitación, lo único que debías hacer es recorrer un pequeño pasillo antes de toparte con las escaleras que te llevarían directamente a la entrada del laboratorio.
Zoe Drake se encontraba justamente subiendo esas escaleras, lo único que vestía era una camiseta larga perteneciente a Reese y unas medias largas. Llevaba un vaso de agua entre sus manos y la bebía con tranquilidad mientras subía los escalones.
Los ojos de Zoe tomaron un pequeño desvío en cuanto llegó al segundo piso, en la pared de la derecha y a unos metros de la puerta colgaba un reloj de pared con forma de Triceratops que había comprado el padre de Max hace un par de años.
—Faltan casi cinco horas para las siete —se percató la adolescente de cabello rosa, observando con curiosidad el movimiento de las agujas del reloj—. Y tenemos clase.
Soltó un suspiro antes de volver a caminar por el pasillo, sopesando lo que había ocurrido la noche del día anterior. Zoe sabía que en la ciudad los chismes y las noticias vuelan más que las aves o los colibríes; en el fondo, se estaba preparando para verse en el periódico o en las noticias en un evento sin precedentes.
Abrió la puerta de la habitación contigua a la que dormían los chicos, encontrándose de nuevo con la habitación de huéspedes que solían usar el Doctor Owen y el Doctor Taylor en sus pijamadas, es decir, sus investigaciones importantes sobre dinosaurios.
Dejó el vaso en la mesa de noche y se dejó caer de cara sobre la cama, respiró profundo un par de veces y al sentir que no le llegaba el aire, decidió hacer la cabeza a un lado para dormir mejor.
Esperaba no quedarse dormida en clase, seguramente tendría alguna que otra pesadilla con el dinosaurio de la ancianita.
Cerró los ojos y sin pensárselo demasiado, se durmió de inmediato.
La luz del cuartel parpadeaba de forma lenta, con una iteración de tres segundos antes de que el interruptor volviera a encenderse y apagarse, la habitación contaba con una pequeña escalera incrustada en dos desniveles. En el más alto descansaba una silla muy sofisticada, moderna y de aspecto futurista, el panel de botones que se desplegaba por la derecha otorgaba control total sobre su propio establecimiento.
Un hombre peli azul estaba sentado en esa misma silla, con los ojos inyectados en sangre y una fúrica mirada dirigida a una mujer peliverde con la cabeza inclinada sobre el suelo de la habitación.
—¿Podrías repetirme la razón por la que perdiste al Triceratops y al Carnotauro? —exigió en una especie de pregunta falsa el hombre, dejando notar las marcas rojizas alrededor de su rostro y la expresión de seriedad total.
—¡No fue mi culpa! ¡Tenía al Carnotauro en mis manos! —replicó la mujer totalmente angustiada, sabía que el hombre frente a ella no era blando con los castigos, la última vez estuvo dos semanas sin salir del cuartel debido al dolor.
—Lo has dicho tu misma, tenías al Carnotauro, pero un chiquillo te lo arrebató de las manos, tus compañeros tuvieron éxito en su misión, sin embargo, has caído bajo, Úrsula.
Aquella declaración fue un golpe directo al orgullo de la peliverde, que, por más que intentase negarlo sabía que el líder tenía razón, tantas misiones exitosas para subir de rango no sirvieron de nada contra un adolescente sudoroso y hormonal.
—Seth, por favor, permíteme demostrarte que…
—No tienes nada que demostrar —interrumpió Seth con una pequeña sonrisa adornando sus labios, se acomodó en la silla que parecía adoptar como una especie de trono y se llevó una mano al mentón—. Desde este momento quedas degradada, ¿sabes que significa eso?
—No… por favor… —Úrsula levantó la cabeza de golpe e hizo frente a los ojos brillantes de Seth, que sonreía como un desquiciado a punto de cometer un crimen.
—Una pena que tu trabajo en solitario solo duró una misión.
Seth presionó uno de los botones de su amplio mando incrustado en el reposabrazos, un sonido metálico resonó entre las paredes de la habitación y una luz blanca comenzó a aparecer por la derecha.
Una compuerta se abrió con lentitud, soltando un vapor que serviría como una especie de entrada triunfal para un grupo de personas ilustres y victoriosas. Algo que claramente no eran.
—Así que terminaste volviendo a nosotros, Úrsula —dijo la figura delgada y alta, a simple viste parecía tener síntomas claros de una grave desnutrición.
—Ya decía yo que el ascenso me parecía mucho —pronunció la segunda figura, que, en resumidas cuentas, era la antítesis de la primera. El tipo en cuestión era bajito y regordete, demasiado sencillo de reconocer si lograbas verlo por la calle.
Al ver a sus dos compañeros, Úrsula comenzó a gritar con desesperación.
Cuando los primeros rayos de la mañana golpearon los ojos de Reese, se dio cuenta de dos cosas: se había dormido junto a una de las ventanas del laboratorio, y lo había hecho en una posición demasiado incómoda, por lo que obtuvo un dolor de espalda que estaba comenzando a hacerla insultar mentalmente.
Se levantó como pudo y se dirigió con lentitud hacia la zona de ensamblaje, los dos primeros dispositivos habían terminado su construcción en algún momento de la madrugada y estaban listos.
Apoyó las manos en la mesa y se detuvo, apretando ligeramente los dientes en un intento de aguantar el dolor. Su cabello rubio cayó por su frente y le cubrió los ojos por sobre las gafas, así que levantó una mano y se lo acomodó como pudo.
Las pantallas de los dispositivos se encendieron automáticamente, dejando a Reese con una expresión digna de película de Tobe Hooper. Los altavoces instalados en los laterales empezaron a emitir un pequeño pitido acompañado de una luz roja.
—¿Por qué? —preguntó Reese sin esperar una respuesta, pues estaba sola en el primer piso del laboratorio y debían ser las ocho de la mañana, así que los chicos ya debían estar en la escuela.
La rubia se acomodó las gafas en un vano intento de darle credibilidad a lo que sus ojos observaban, es cierto que había equipado los dispositivos con un sistema de localización, pero aquello era sumamente diferente.
El sonido de pasos por las escaleras la hizo desviar su atención, Zoe era la primera de los tres en bajar a la primera planta y estirar las piernas. Reese alzó una ceja al ver que su hermana se encontraba en el mismo lugar que ella, un viernes a las ocho y en horario de clase.
—Zoe, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Reese con una expresión seria y los brazos cruzados. Zoe no había reparado en la presencia de su hermana hasta que esta le lanzó la pregunta, sintió que las palabras se aglutinaban en su garganta y provocaban un cuello de botella para impedirle hablar.
—Eh… ¿desayunando? —respondió Zoe con la primera palabra que logró formar, pero dejando la oración en plena incertidumbre.
—Jovencita, tú y yo tenemos que hablar de muchas cosas —sentenció Reese Drake, haciéndole una seña a su hermana para que se acercara a la zona de ensamblaje.
—Pero, Reese…
—Sin excusas, ven aquí, ahora —pronunció la mayor en un tono autoritario y con los ojos ocultos por el brillo de las gafas. Zoe suspiró y bajó los brazos, hundió ligeramente los hombros y bajó la cabeza con resignación, caminando hacia su hermana.
Se posicionó del otro lado de la mesa en la que descansaban los nuevos lectores de sus mejores amigos, sus ojos brillaron con cierta curiosidad al percatarse del nuevo diseño. No dijo nada al respecto para no intentar molestar más a Reese.
Obviamente, la rubia se reía por dentro.
Zoe se sentó en una pequeña silla y mantuvo la mirada baja.
—Zoe, puedes mirar a donde quieras, ni que fuera a mandarte a la cárcel —comentó la rubia antes de sentarse con cuidado e intentando acomodar la posición de su espalda.
—A veces parece que sí —respondió con rapidez Zoe.
—Claro que no, además, no puedes ir a la cárcel, todavía eres menor de edad —argumentó con obviedad la mayor de las dos—. Pero ese no es el punto.
—¿Entonces cuál es el punto? —preguntó la adolescente de cabello rosa.
—Ayer saliste de la escuela, cuando claramente tenías cuatro horas más de clase en la tarde —expuso el problema Reese, apoyando los codos sobre la mesa y juntando las manos como el padre de cierto chico depresivo—. Quién sabe cuántas veces lo habrás hecho.
—Solo fui a ver a mis amigos, tú sabes que desde que estoy en ese lugar, tengo menos tiempo para verlos —explicó Zoe, sintiendo que sus palabras rebotaban en un campo de fuerza y no lograban llegar al corazón de su hermana. Aunque conociéndola mejor, Zoe debía apuntar al cerebro si quería llegar a Reese.
—Los ves todos los fines de semana, en cenas de trabajo, en cenas normales, en navidad, todos los cumpleaños, incluso el padre de Max trabaja conmigo —enumeró Reese con cierta sorpresa al percatarse de que esos dos muchachos pasaban más tiempo con ella que con sus propios padres.
—Reese, son mis amigos, me gusta salir con ellos, no puedes evitar que lo haga. —Zoe se cruzó de brazos e imitó el gesto de enojo de la rubia.
—Y no lo voy a hacer, pero no puedo permitir que faltes a tus responsabilidades como estudiante —explicó Reese con mal sabor de boca al escuchar las creencias de su hermana respecto a ella—. Quiero saber la razón, me corrijo, creo saber la razón.
—¿Y cuál es la razón según tú mente brillante?
—¿Qué te traes con Max?
El silencio se hizo notar en aquella sección del laboratorio, Reese esbozó una pequeña y juguetona sonrisa al ver que el rostro de Zoe pasaba por todos los tonos de rojo.
—Max y yo…bueno…es… —Zoe se cubrió el rostro con las manos y aguantó un chillido de colegiala—. Todavía no lo sabemos, solo, estamos probando.
—Con tal de que no prueben otras cosas, por mí no se preocupen.
—¡Reese! —exclamó la menor con el rostro completamente rojo y abrazándose.
—Ahora, pasando al segundo tema de la conversación —comenzó la rubia antes de ser interrumpida por su hermana.
—¡¿Está conversación tiene varios temas?!
—Este es el último, Zoe —calmó Reese a su hermana menor, pues si seguía con el mismo tipo de reacciones, no podía descartar que sufriera alguna especie de colapso.
La adolescente se acomodó en la pequeña silla y tomó una respiración profunda.
—Está bien.
Reese se quitó las gafas por un momento y las dejó apoyadas cerca de los lectores, para su sorpresa, el pitido de hace minutos había dejado de sonar en algún momento sin que se diera cuenta. La pantalla seguía mostrando el mapa de Francia y un punto rojo sobre lo que debía ser París.
Decidió posponerlo hasta el final de la conversación con su hermana.
—Zoe, dime la razón por la que estás aquí y no en la escuela —pidió amablemente la rubia.
—Las clases se suspendieron —respondió Zoe con seguridad, evitando que Reese mire como su pie izquierdo se encontraba en constante movimiento contra el suelo, una especie de tic nervioso que la delataba.
—Voy a suponer que te creo —suspiró la mayor, volviendo a ponerse las gafas y acomodando su largo cabello.
El golpeteo del calzado en la escalera hizo que ambas hermanas desviaran la atención hacia ella, Max y Rex bajaron del segundo piso a toda velocidad y con cuidado de no caerse.
—Zoe, a que no sabes, se suspendieron las clases de las escuelas —exclamó Max con alegría y alzando su teléfono para enseñar la noticia, aunque estaban algo lejos como para leerla del todo, lo único que ambas hermanas diferenciaron fue la foto de la portada de las escuelas cerradas.
—¿En serio? —preguntaron las Drake a la vez, Reese movió la cabeza y miró a su hermana mientras enarcaba la ceja.
—Claro que lo sabía, Max, la noticia me llegó primero —dijo Zoe, en definitiva, si supiera silbar lo habría hecho.
—Max, diles lo importante —le recordó Rex al castaño.
Una bombilla se encendió en la cabeza de Max, el castaño salió corriendo hacia la televisión puesta en el área de descanso y se lanzó hacia el sofá. Tomó el control y presionó el botón para encenderla.
El canal de noticias se hizo presente, con la famosa presentadora dando una de las notas finales del programa:
Las escuelas han decidido cerrar sus puertas por lo que queda de la semana en respuesta al evento ocurrido la noche anterior. Se comenta desde las altas esferas que los destrozos podrían tardar un mes en repararse.
Zoe se acercó al sofá para observar las noticias, las imágenes de las calles y edificios destrozados provocaron expresiones de horror no solo en ella, también en Rex.
Por otra parte, Reese simplemente se quedó observando la familiar pantalla con el punto rojo parpadeando.
Algunos expertos son reacios a aceptar que el choque de titanes fuera entre dos dinosaurios, criaturas extintas hace sesenta y cinco millones de años. En el sector médico hay altas preocupaciones debido al conteo de víctimas del ataque.
En la barra inferior del noticiero, se pusieron unas letras grandes y llamativas que decían: "15 Heridos". Max abrió los ojos y entreabrió los labios, quedándose sin aliento cuando pasaron las imágenes de las ambulancias movilizándose entre las calles de la ciudad.
Entre los heridos se encuentran el ministro de educación y algunos maestros del Instituto Central, el primer informe médico da a entender que sus heridas son leves, pero se mantendrán en observación.
—Esto es algo mucho más serio de lo que pensaban, niños —pronunció la rubia con cierto pesar.
—Las decisiones que tomemos y las acciones que hagamos, pueden cambiar la vida de las personas —añadió Rex, poniendo una mano sobre el hombro de Max. El castaño se notaba afectado, pues la razón principal por la que había salido corriendo por aquella puerta era para evitar que su madre saliera lastimada.
Y varias personas habían sufrido eso en su lugar.
Pasando a otras noticias, este vídeo acaba de llegar justo desde París, dónde una criatura está comenzando a sembrar el caos en la capital francesa. Las imágenes hablan por sí solas.
El vídeo que se mostró en pantalla hizo que los tres adolescentes se quedaran con la boca abierta. La grabación provenía desde una cámara alta de un local de comida, donde un dinosaurio pequeño y emplumado comenzaba a saltar entre las mesas y ahuyentaba a los clientes.
—¡¿Qué es esa cosa?! —exclamó Zoe mientras se echaba hacia atrás en el sofá y tomaba un cojín.
—Quizá sea un Velociraptor —supuso Rex con los ojos brillantes, Max ladeó la cabeza e hizo una mueca de notorio desacuerdo.
—Claro que no, ese es un Pyroraptor.
Para sorpresa de los chicos y suspiro de Reese, el dueño de aquella frase entró por la puerta del laboratorio como si fuera su propia casa. Un sombrero vaquero cubría un desordenado cabello castaño, el hombre alto y musculoso llevaba una barba y vestía con un chaleco repleto de bolsillos.
—Bienvenido de nuevo, Doctor Taylor —dijo Reese para posteriormente quejarse de su dolor de espalda.
—¡Spike Taylor está listo para atrapar dinosaurios!
Reese se quedó totalmente anonadada cuando vio aquel vídeo en las noticias locales, eso quería decir que el módulo de localización global que implantó en los nuevos dispositivos también servía como un rastreador.
La sorpresa inicial no duró demasiado, pues el padre de Max había atravesado la puerta principal hace dos minutos, y no hay que decir que, aparte de dolor de espalda, ya comenzaban los primeros síntomas de la migraña.
—Chicos, si van a comenzar la verdadera caza de dinosaurios, necesitan a un experto como yo. —Spike Taylor sonrió ampliamente y abrió sus bolsillos, sacando veinte dispositivos diferentes y poniéndolos en fila como si fuera una exposición.
—Papá, créeme que estoy feliz de verte y todo eso, pero ¿cómo supiste que estábamos involucrados? —preguntó Max con suma curiosidad y una cierta inquietud.
—Reconocería la tecnología de Reese en cualquier parte, incluso si fuera chatarra —respondió su padre con alguna especie de orgullo extraño, sin embargo, de pronto sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral en cuanto se percató de que la rubia lo mataba con la mirada.
—Así que chatarra, eh… —Los ojos claros de Reese se ocultaron tras el brillo de sus gafas y tronó los nudillos, al ver aquel gesto, el Doctor Taylor salió corriendo hacia la planta superior del laboratorio.
—Tu papá no sabe medir sus palabras —le dijo Zoe al castaño que miraba la escena con una gota de sudor en la cabeza.
—Apenas sabe usar una cinta métrica —respondió Max.
—Chicos, dejemos la capacidad métrica del papá de Max a un lado y pensemos en lo importante. —Rex caminó para bordear el sofá y ponerse frente a ellos, señalando el video de la tele como si fuera una evidencia importantísima para un caso de asesinato.
—¿Qué es lo importante en esta situación, Rex? —preguntó Zoe con mucha más tranquilidad que hace diez minutos, las imágenes transmitidas no eran fáciles de digerir para nadie, mucho menos si estuviste involucrado de alguna forma.
—Hay un dinosaurio suelto en las calles de Paris, y no sé si lo notaron, pero no podemos ir a Paris —explicó el rubio totalmente derrotado al asumir que él era el que tenía más de la mitad de las neuronas del grupo.
—Ah, pero si eso es muy evidente, Rex. —Max le lanzó una de sus típicas sonrisas de cabeza hueca y se levantó del sofá como si tuviera un trampolín en el trasero—. Tendremos que usar los ahorros del domingo.
—¿Te dan dinero los domingos? —preguntó Rex enarcando una ceja con cierto escepticismo.
—¿Ahorras? —preguntó Zoe al recordar que Max en ciertas ocasiones se convierte en un comprador compulsivo como su padre.
—¿Siquiera sabes lo que es ahorrar?
—¿Cargas con más de una moneda en el bolsillo?
—¡Ah, chicos, deténganse! —exclamó Max con hastío y enfurruñado por los comentarios de sus mejores amigos—. ¿De verdad creen que no guardo dinero?
—Sí —respondieron los dos al unísono, dejando a Max con una cara de idiota, que no era diferente a su expresión habitual.
—Dejen de hablar de la situación económica de Max —sugirió Reese, acercándose al sofá con cierta lentitud, el dolor de su espalda ya no era tan intenso como en un inicio, pero sí ocasional—. Tengo una idea, con ella podrán viajar a distintas partes del mundo siempre que aparezca algún dinosaurio.
—¡¿En serio?! —exclamaron los tres adolescentes, cada uno con una expresión distinta en el rostro, Zoe estaba ilusionada, Max estaba sonriente y Rex algo escéptico.
—Las rocas parecen detectar la firma energética de los dinosaurios que son materializados, esta misma mañana, los nuevos lectores pitaban y mostraban un punto en el mapa —explicó la rubia acomodándose los lentes y poniendo una mano en su cintura—. Estaban avisándonos que encontraron la señal del Pyroraptor.
—Funcionan como un localizador —resumió en pocas palabras el rubio, que se llevó una mano al rostro en expresión pensativa y arrugó levemente el ceño—. Pero eso no soluciona lo otro, ¿cómo iremos a esos países?
—Antes de responder esa pregunta, primero debo enseñarles algo.
Los ojos claros de Reese se vieron ocultos por sus gafas, y ella sonrió.
Úrsula se veía en la necesidad de hacer el ritual recomendado por su psicólogo, respirar hondo, contar hasta diez y luego soltar.
No funcionó.
Habían pasado cinco minutos desde que se embarcaron en aquel transporte submarino a alta velocidad y comenzaron a cruzar la mitad del Atlántico. Los ingenieros del cuartel hicieron todo lo posible para diseñar cuatro submarinos con las mismas capacidades.
Soportaban las temperaturas frías del océano y su constante presencia de icebergs en zonas nórdicas, estaba equipado con calefacción y una zona increíble de recreación que seguramente no usarían.
Úrsula habría disfrutado el viaje como se debe, pero con un submarino repleto de una horda de androides haciendo ejercicio de forma inútil y los dos idiotas de sus compañeros, apenas podía tomarse una siesta.
—¡Cállense de una vez par de idiotas! ¡¿Por qué no van a molestar a otro sitio en vez de joderme a mí, pedazo de imbéciles?! —gritó la peliverde con una vena hinchada en la frente a punto de explotar como una erupción cutánea.
Las razones obvias eran que Zander y Ed jugaban con globos de agua en la piscina interior de la zona recreativa del submarino de lujo de Seth, y por alguna razón extraña que procesaron sus diminutos cerebros, decidieron lanzarle uno a Terry.
El Tiranosaurio estaba pasando el rato en su forma enana, aquella que usaba Úrsula para pasar tiempo con el reptil sin que este pudiera amenazar con comérsela. A pesar de parecer un peluche abrazable del tamaño de un niño pequeño, el ceño del dinosaurio se frunció con molestia y se lanzó con las fauces abiertas a la cabeza de Zander.
El alboroto había sido de tal magnitud, que los droides entrenados para retener y capturar tenían que ir a socorrerlos con la máxima prontitud posible.
Luego de varios forcejeos, una pequeña explosión azotó el vehículo, Terry había saltado a morder a uno de los droides y lo hizo explotar como un globo, sus componentes cayeron por todas partes y electrocutaron a los dos idiotas.
Fue en aquel momento donde la puerta se abrió, y el rostro magullado y furioso de Úrsula les dio el mayor susto de sus vidas, los gritos no se hicieron esperar, e incluso el pobre Terry parecía comparecer en el regaño grupal.
—¡Aléjense de mi vista, ahora! —ordenó la mujer peliverde con autoridad, haciendo que Zander y Ed corrieran despavoridos hacia una puerta estrecha, en la que de forma inesperada terminaron atorándose.
El pequeño Tiranosaurio miró la puerta y luego comenzó a caminar hacia su banquito especial adaptado, donde se recostó y decidió dedicar buena parte del camino a dormir.
—¡Úrsula, estamos atorados! —exclamaron sus dos compañeros al ver que de verdad les era imposible cruzar la puerta.
La mujer peliverde reprimió un grito de furia y se acercó corriendo, estiró la pierna y les pegó una tremenda patada que les hizo atravesar el pórtico y golpearse con la pared de enfrente.
—Siempre somos maltratados por esta mujer —se quejó Zander mientras alucinaba con estrellas girando sobre su cabeza.
—Ni mi mamá me trataba tan feo —respondió Ed tumbado sobre el suelo.
—¿De qué estás hablando? ¡Tú no tuviste mamá!
—¡Pues tú tampoco tuviste!
—¡Deténganse, por si se olvidaron, ninguno de los tres tiene padres! —sentenció la discusión Úrsula con una mirada de irritación, tenía los puños apretados y parecía estar a punto de noquear a alguien como si se tratase de un combate de boxeo.
Los tres se quedaron en silencio por un momento, volviendo a caer en cuenta de la realidad. Un droide apareció corriendo por el puente de mando y se dirigió a donde estaban los miembros de aquella expedición.
Se encontraban a punto de llegar.
—¡Esto es increíble! —chilló Max con alegría al terminar de ajustarse el guante en su antebrazo izquierdo. A su lado, Rex hacía lo mismo con un brillo de emoción en los ojos, los dos parecían niños pequeños con juguetes nuevos por probar.
—Lo sé, es lo más avanzado que he hecho hasta ahora, el Dino Guante no solo les permitirá canalizar el poder de las rocas para materializar a sus dinosaurios y habilidades, también podrán acceder a un amplio catálogo de funciones que irán descubriendo con el tiempo —explicó Reese con una sonrisa orgullosa y retirándose las gafas para enfatizar el efecto dramático.
—¡Se ven hermosos, Reese! —Zoe sintió su sentido perfecto de la moda gritar en su pecho al ver tales piezas de tecnología perfectamente sintetizadas con lo textil.
—Se sienten muy cómodos —comentó finalmente el rubio con algo de timidez y vergüenza, todo ello se debía a que fue el primero en saltar de la emoción en cuanto vio los nuevos dispositivos que Reese había diseñado para ellos.
—Y es sencillo de usar, solo recuerden que usan gestos con los dedos para la mayoría de las cosas —agregó Reese, levantando la mano hacia una de sus pantallas y haciendo aparecer una infografía sobre el Dino Guante.
El dispositivo se formaba de un guanto negro que cubría el antebrazo, se sentía ligero e invisible, pero por dentro tenía una configuración tecnológica que le permitía funcionar. Llegando a la zona de la muñeca, se hacía presente una pantalla rectangular con bordes delgados y dos ranuras, todo recubierto con detalles de su respectivo elemento. De la parte superior, un patrón de circuitos se extendía hasta los dedos del guante, que tenían una pequeña punta azul en el centro.
—Para activarlo, deben poner rectos los dedos de la mano, y bajar con fuerza el anular —explicó Reese mientras ejecutaba el gesto con fuerza en la mano derecha, el movimiento era similar a accionar un gatillo.
Ambos chicos asintieron y repitieron el movimiento a la perfección, Rex se sorprendió al ver la pantalla encenderse antes de mostrar un menú típico de teléfono móvil. Max por otro lado observó con un puchero en los labios como su Dino Guante se mantenía inmóvil.
—Reese, el mío no se activó —se quejó Max al ver como Rex empezaba a juguetear con su nuevo dispositivo.
—Eh, Max, lo hiciste con la mano equivocada —le dijo Zoe acercándose por detrás y poniendo la mano en su hombro mientras se reía.
—Ah —respondió el castaño con las mejillas rojas y sintiéndose sumamente avergonzado por la risa de su amiga. Para intentar mitigar la sensación, hizo con rapidez el gesto y finalmente se encendió la pantalla.
—Bien, ahora que ambos tienen los dispositivos encendidos, voy a explicar la función más importante de todas. —Reese mostró un pequeño apartado de la imagen, a parte de la ranura que se encontraba al lado derecho de la pantalla, el Dino Guante contaba con una en la parte superior—. Lo que ven aquí es el almacén de cartas, y se activa con un gesto similar al anterior.
Rex estaba pasando el dedo por la pantalla, viajando entre los distintos iconos desconocidos del menú. Tenían formas demasiado extravagantes para su gusto, solo pudo reconocer dos de ellos, el primero era una galería de imágenes, y el segundo una aplicación similar a Google Maps.
Max no pudo esperar a que Reese les enseñara el gesto para activar aquella función. Denotando su característica impaciencia, comenzó a mover los dedos como un poseso, hasta que finalmente, una carta fue proyectada por la parte superior.
—¡Lo hice! —exclamó el castaño tomando la carta y pasándola por el lector del Dino Guante de forma invertida, materializando al Gabu pequeñito y tierno.
—Sí, no creí que llegaríamos tan pronto a la fase del autodescubrimiento —comentó Reese al ver que su explicación no iba a ser necesaria—. Fuera de estas dos funciones principales, el resto deben descubrirlas ustedes, algunas funcionarán con gestos, y otras no.
—Reese, te luciste —halagó Zoe a su hermana mayor.
—Siempre lo hago.
Rex replicó el gesto de Max y activó el almacén de cartas, de la parte superior la carta del Carnotauro fue dispensada y tomada por la mano derecha del rubio.
—Vamos, Rex, inténtalo —alentó Max a su mejor amigo, Gabu corría en círculos alrededor de las piernas del castaño y se sentaba en el suelo con alegría.
Rex asintió y tomó una respiración profunda, levantó la mano y contó mentalmente hasta tres.
—¡Chicos!
El grito desconcentró al grupo, los tres adolescentes se giraron para ver al padre de Max completamente envuelto en cinta y rodando por el suelo del laboratorio.
—¡¿Papá?! ¡Aún no es el día de disfrazarse de momia! —reclamó Max mientras corría hacia el bulto rodante para retirarle todo el material adhesivo que traía encima.
—¿Eso lo has hecho tú, Reese? —preguntó Zoe a su hermana mayor, la rubia simplemente mantuvo una expresión estoica, la luz reflejada en sus gafas tampoco dejaba pistas a la vista sobre sus pensamientos.
Al menos hasta que el Doctor Taylor pegó el primer grito, entonces una sonrisa apareció en el rostro de Reese. Zoe se estremeció al recordar la pequeña parte bromista de su hermana, por esa razón siempre dormía fuera el día de los inocentes.
Ignorando las dos situaciones que ocurrían a su alrededor, Rex deslizó la carta por el lector en sentido contrario e inició el espectáculo eólico, aunque en menor medida.
Una ola de viento furioso y salvaje entró de sopetón por la ventana que había funcionado de despertador para Reese, se expandió por todo el laboratorio y luego procedió a arremolinarse sobre la carta.
Rex normalmente disfrutaba sentir el viento en el rostro, en días calurosos le gustaba ponerse bajo la sombra y recibir las invisibles caricias en sus mejillas.
Sin embargo, aquella situación, no se parecía en nada a la que se encontraba viviendo, este viento era brusco y daba más cachetadas que caricias. Rex tuvo que mantener fuerte el cuello y sostenerse en el respaldo del sofá para evitar caerse.
—¡Max! —llamó el Doctor Taylor a su hijo para que lo socorriera, pues debido al viento, había comenzado a girar violentamente hacia la puerta de salida del laboratorio.
—¡Ah, ya voy!
Zoe se apoyó en la mesa de ensamblaje y soltó un quejido al sentir el aire frío colarse entre su pijama, Reese se mantuvo de pie e inmóvil como una estatua, sin inmutarse por el veloz movimiento de la corriente.
Un fuerte soplido cerró todas las ventanas del recinto y concentró los vientos salvajes, que se fueron haciendo cada vez más pequeños hasta formar una figura bípeda con cuernos y cola.
La materialización terminó de forma abrupta y dejó a un Carnotauro pequeño y mirando a su alrededor como si estuviera perdido, los ojos brillantes de Rex hicieron contacto visual con los de su compañero.
—Increíble —murmuró la rubia, acercándose un poco al pequeño carnívoro y mirando fijamente su cuerpo, específicamente, las escamas que cubrían por completo al pequeño Carnotauro—. Es azul.
Y en efecto, una de las particularidades que tenía nuestro nuevo pequeño amigo, es el color azul que bañaba sus escamas, dándole un aspecto bello y armonioso.
—¿Los dinosaurios podían tener esos colores? —preguntó Zoe con curiosidad, la adolescente ladeó la cabeza al percatarse que el nuevo compañero de Rex olfateaba el ambiente con inquietud.
—No lo sabemos con exactitud, normalmente siempre se les ha recreado con los típicos tonos de los reptiles —aclaró Reese mientras tomaba un par de notas.
—¡Listo papá, ya estas libre! —dijo con alivio el castaño, sentándose en el suelo y siendo cubierto por los restos de cinta provenientes de un Doctor Taylor deslumbrante y sonriendo como cierto maestro de peinado de tazón.
—¡Muchas gracias, Max! —Spike estiró los brazos y pegó un salto gigantesco hasta llegar al pequeño dinosaurio azul.
—Creo que no le gusta llamar la atención —sentenció Rex, agachándose para cubrir a su nuevo amigo de las miradas, el Carnotauro lo miró con confusión, incapaz de reconocer a la criatura que tenía frente a él—. ¿Ya estás tranquilo, amigo?
El pequeño dinosaurio ladeó la cabeza y dio unos pequeños pasos en el suelo del laboratorio, resbalándose de inmediato debido a que sus patas no estaban preparadas para caminar en ese tipo de material.
—No puede andar en interiores —dijo Reese mientras anotaba datos curiosos y destacables sobre el pequeño ejemplar que tenían en frente—. Me gustaría verlo a campo abierto.
—A mí también —sollozó cómicamente el papá de Max al sentir que su sueño de ver dinosaurios reales podría hacerse realidad en cualquier momento, porque las versiones enanas claramente no contaban para él.
El tema de conversación hubiera seguido girando en torno al Carnotauro, sin embargo, como si fuera una especie de manifestación fantasmagórica, la pantalla principal del laboratorio de Reese se encendió.
El horrendo sonido de la estática hizo eco en las paredes del laboratorio, impregnando el ambiente de una tensión tan pesada que sería capaz de hundir el Titanic.
—Eh, Reese tu pantalla ha vuelto loca —dijo Zoe con temor, echándose hacia atrás.
—¡Esto no es nada! —exclamó Max, sintiéndose bastante tranquilo en aquella situación, al menos hasta que la estática se hizo mucho más violenta y soltó un potente rugido que hizo chillar al castaño y abrazar a Gabu.
—¡No se preocupen, niños! —El Doctor Taylor se ajustó el sombrero y caminó con galantería hacia la pantalla, aunque pareciera muy valiente por fuera, por dentro estaba temblando como un chihuahua.
—Ustedes son imposibles —se lamentó Reese, caminando hacia el ordenador principal del laboratorio con toda la calma del mundo y sentándose en la silla. Sus dedos comenzaron a teclear con rapidez y mucha habilidad, los jugadores de osu seguro debían envidiarla.
Mientras aquello ocurría, Rex le daba pequeñas caricias al dinosaurio, sintiéndose embelesado y con un cariño en su corazón creciendo a pasos agigantados.
—Te voy a llamar, Ace.
Y al igual que Max y Gabu, Rex y Ace sabían que juntos serían imparables.
Las calles de París se encontraban frías y húmedas debido a la lluvia. El cielo se encontraba nublado en su totalidad, impidiendo el paso de los rayos del sol, y, por ende, que el calor azote la ciudad.
—Úrsula, estamos cansados —se quejó Zander con los brazos caídos y la espalda repleta de bolsas caras y ornamentales, en el interior de ellas, carteras y zapatos de diseñador esperaban a ser utilizados por la peliverde que caminaba en frente del grupo.
—No hemos comido nada desde que llegamos, necesito mantener mi forma —añadió Ed, que caminaba con cierta dificultad debido a la cantidad de bolsas que cargaba en los brazos, similar a las que su compañero portaba en la espalda.
—Pues aprovecha tu forma y rueda para llegar más rápido a por el dinosaurio —gruñó la peliverde con los brazos en jarras y el ceño fruncido—. ¿Cómo es posible que se estén quejando? ¿No ven que es su deber ayudar a una bella señorita como yo?
—¿Dónde está la bella señorita? —preguntó Zander exhausto, las gotas de sudor resbalaban por su rostro y jadeaba como un perro sediento.
—¡Justo frente a ustedes par de ineptos! —gritó Úrsula.
En aquel preciso instante, la calle contigua se cubrió por completo de gritos de pánico.
—Has asustado a la gente con tus gritos —comentó Ed, ganándose un buen golpe en la cabeza.
—Por supuesto que no, esos gritos significan que el dinosaurio está a la vuelta de la esquina.
—Nunca mejor dicho —añadió Zander.
Una fuerte ráfaga de viento mandó a volar las mesas y sillas de los restaurantes que las tenían en la acera. Las ventanas de los escaparates contiguos se rompieron y el impacto de los objetos provocó una colisión entre los autos que pasaban cerca.
En el centro del desastre, el Pyroraptor se movía entre los objetos con rapidez, una ráfaga de viento provocada por el aleteo de sus plumas era la que se encargaba de lanzarlos volando en distintas direcciones.
El pequeño dinosaurio seguía corriendo por la calle con agilidad, desconociendo por completo su entorno y los sonidos que lo envolvían.
—¡Vamos, Terry!
Un muro de fuego cubrió por completo la calle contraria a la que estaba ocurriendo el desastre, cortando de forma abrupta la ruta improvisada del Pyroraptor, el pequeño agitó los brazos y se le erizaron las plumas.
Las personas que se habían refugiado en los pisos superiores o detrás de varios vehículos, solo pudieron contemplar con profundo terror a un imponente Tiranosaurio surgir de las llamas.
Las noticias no tardaron en hacer público lo que ocurría en París, se formó un perímetro de seguridad que abarcaba unas tres calles alrededor del epicentro. Se cerraron los negocios y la gente comenzó a abandonar sus casas por temor a lo que pudiera ocurrir.
—¡Terry, atrapa a ese dinosaurio enano! —ordenó la peliverde mientras tomaba una silla del suelo y la acomodaba para sentarse—. Y ustedes dos, sirvan para algo y consigan algo de comer.
—¡Sí, Úrsula!
Zander y Ed tomaron posiciones de soldados y soltaron las bolsas, que, al quedar en el aire, solo pudieron caer sobre lo primero que tuvieron cerca.
—¡Ah, par de idiotas! —se quejó la peliverde al ser sepultada bajo una montaña de productos textiles y manufacturados en Asia. Los dos idiotas aprovecharon la situación y salieron corriendo a atiborrarse de agua y comida.
Mientras aquello ocurría, Terry se acercaba al Pyroraptor con la intención de acorralarlo, el pequeño dinosaurio retrocedía lentamente ante la imponente imagen de los filosos dientes del depredador.
Sin embargo, ambas partes olvidaron un detalle importante, minúsculo, pero importante.
El Pyroraptor se agitó y su cuerpo comenzó a brillar, el viento comenzó a girar a su alrededor, soltando oleadas que cada vez se hacían más fuertes.
Úrsula logró liberarse de la montaña de bolsas y observó la situación que tenía delante de sus narices, reprendiéndose mentalmente por haber olvidado un detalle clave sobre el dinosaurio que perseguían.
—Olvidé que tenía una carta de habilidades.
Y efectivamente, aquello cobró más importancia cuando el Pyroraptor se lanzó hacia Terry y lo hizo volar por los aires envuelto en un tornado. El pobre Tiranosaurio comenzó a dar vueltas mientras se alejaba.
—¡Terry! —Úrsula se levantó y comenzó a correr hacia la dirección en la que se alejaba el Tiranosaurio, el tornado comenzaba a disolverse con el pasar de los segundos y si seguía en aquella dirección, Terry aterrizaría de emergencia sobre un restaurante carísimo de la zona.
—¿Entonces los que dijeron que los dinosaurios se convirtieron en aves tenían razón? —preguntó Ed desde el interior de una pequeña cafetería y pegándole unos mordiscos a un pastel de chocolate.
—Parece que sí, después de todo Terry comenzó a volar —respondió Zander comiendo un sándwich de queso fundido.
Úrsula se mantuvo alejada para evitar los escombros que caerían por todas partes. El tornado desapareció y Terry cayó sobre la estructura entera del restaurante, destrozándola por completo.
La nube de polvo cubrió buena parte de la calle y dejó a los parisinos en vilo, las noticias no dejaban de transmitir con detalle toda la situación, algunas personas en sus casas querían creer que lo que veían no era otra cosa más que una mala película.
Algunos reporteros más intrépidos no tardaron en intentar colarse dentro del perímetro asegurado para conseguir una buena exclusiva, sus intentos fueron detenidos por la fuerza policial, pero tenían en claro que no se rendirían hasta lograrlo.
Toda la atención estaba puesta en un solo punto de la ciudad, por lo que nadie se percató que, a varios metros, una pequeña luz apareció flotando en el aire, una estrella solitaria a la que poco a poco comenzaron a acompañarle.
Una, dos, tres, los puntos de luz aparecieron poco a poco y se fueron juntando, creando una masa luminosa que aumentó su tamaño.
Las partículas luminosas que parecían componer aquella forma se estabilizaron y tomaron un color azulino, poco a poco del centro de aquel nido de luces, una imagen comenzó a aparecer.
Un sonido de ruptura aceleró el proceso, y la masa blanca se abrió en su totalidad, revelándose como un portal, una grieta oculta en una asolada calle parisina.
—Y por favor, no se olviden el látigo —recordó Spike Taylor, a los chicos que cruzaron el portal en aquel momento.
—Está bien papá, no creo que necesitemos un látigo —dijo Max con una sonrisa y observando el lugar donde se encontraban—. ¡¿Esto es París?! ¡Increíble!
—Gracias por querer ayudarnos Señor Taylor —agradeció Rex con una pequeña inclinación de cabeza.
—No se preocupen chicos, ahora recuerden, tengan cuidado, y traigan recuerdos si pueden —aconsejó con una sonrisa el padre de Max, el portal soltó un zumbido y comenzó a cerrarse poco a poco—. Oh y no se olviden de activar el…
El Doctor Taylor se vio interrumpido por una Zoe que lo empujó para saltar por el portal.
—¡Zoe, espera! —Reese aparecía en el fondo de la imagen, con los dedos en el teclado y una expresión preocupada—. ¡¿Qué crees que haces?!
—Me voy a París con mis amigos, nos vemos —se despidió la adolescente con una sonrisa, tomó de los hombros a sus desconcertados amigos y tiró de ellos para ponerlos lejos del portal.
E inevitablemente, este se cerró.
Los tres se mantuvieron estáticos por algunos segundos, los ojos de Max pasaron de Zoe a Rex y mostró una sonrisa. Por el lado del rubio, Rex se ruborizó ligeramente ante el abrazo de la menor de las Drake.
—Entonces, ahora estás con nosotros. —Rex ladeó la cabeza para evitar mostrar sus mejillas coloradas.
—¡Genial, estaremos los tres! —declaró Max con alegría, el castaño luego comenzó a correr por los alrededores para ver la ciudad—. ¡No entiendo nada de lo que estoy leyendo, esto es increíble!
Una gota de sudor cayó por la nuca de Rex y Zoe.
Los tres se encontraban vestidos con ropa casual, y con ello me refiero a la más casual posible, todo con el fin de pasar desapercibidos en la capital francesa. Ahora, analizando la situación, todo era mucho más sencillo por la aparente ausencia de personas.
—Bueno, ya estamos aquí, el siguiente paso es localizar al Pyroraptor —indicó Rex, activando el guante con el movimiento de gatillazo que le había encantado a su mejor amigo—. Max, deja de tontear y ven.
—Eh, chicos, no creo que sea necesario buscarlo —comentó Zoe, señalando que, por encima de sus cabezas, la nube de polvo producida por la destrucción se acercaba para cubrirlos.
—Tenemos que ir por otro lado —se percató Rex, notando el cordón policial que demarcaba la zona.
—Solo, entremos, no pasará nada —dijo Max, acercándose y cruzando por debajo de la cinta—. ¿Lo ven?
Rex soltó un suspiro de frustración y caminó hacia donde se encontraba su amigo castaño.
Zoe no tenía un lector ni un dinosaurio, pero había estado decidida en ir a acompañar a sus amigos, por lo que ahora no podía echarse atrás, viendo que Rex cruzó el cordón policial, se dio ánimos para ir con ellos.
Sin embargo, un rugido que los tres reconocieron se hizo presente, Max y Rex comenzaron a correr en su dirección mientras tomaban sus cartas. Zoe se decantó por seguirlos, pero mientras tomaba el cordón para cruzar por él, vio por el rabillo del ojo a una criatura pequeña tumbar un bote de basura.
—¿Eh?
La adolescente desvió la mirada y observó un plumaje de tinte rojizo desaparecer por un pequeño callejón.
—¡Chicos, creo que lo encontré! —anunció la pelirrosa con alegría, pero para su sorpresa, nadie le respondió, sus amigos ya se habían adelantado demasiado—. ¿Chicos?
Zoe se sintió algo nerviosa al estar sola en aquel lugar, las voces de las personas se oían lejanas y distantes, los choques de acción comenzaron a aparecer justo donde sus amigos desaparecieron, y si no estaba equivocada, tendría un dinosaurio carnívoro justo frente a ella.
Respiró profundamente y se armó de valor, caminó hacia el lugar donde había visto desaparecer ese plumaje, y lo hizo sin mirar atrás.
Max y Rex llegaron a un punto muerto en aquella zona acordonada, frente a ellos, la mujer peliverde acariciaba la cabeza del Tiranosaurio con cuidado y para hacerlo sentir mejor.
—¡Vamos, Terry, levántate y vayamos por ese dinosaurio enano! —animó Úrsula, el Tiranosaurio soltó un gruñido y comenzó a incorporarse, dejando caer al suelo las pesadas rocas que tenía sobre su cuerpo.
—Oye, es la ancianita —dijo Max.
Una expresión fúrica se apoderó del rostro de Úrsula, la mujer tomó una piedra del suelo y la lanzó con una fuerza descomunal en dirección al castaño.
—¡Abajo! —Rex tomó a su amigo y lo obligó a agachar la cabeza, el proyectil pasó de largo y perforó el chasis de un auto que tenían justo detrás, dejando a los dos amigos con caras pálidas.
—¡Nadie volverá a decirme ancianita! —vociferó de forma salvaje la peliverde—. ¡Ve por ellos, Terry!
Terry soltó un rugido y se lanzó al ataque, los chicos no esperaron demasiado, sus ojos brillaron por un pequeño instante y tomaron las cartas con la mano derecha.
Las movieron con destreza, se prepararon y bajaron los brazos con rapidez, pasando las cartas por el lector.
—¡DINO PASE! —exclamaron al unísono, las dos cartas brillaron con intensidad y una tormenta apareció en el cielo de París.
—¡Triceratops, ruge!
—¡Carnotauro, acaba con ellos!
Un tornado bajó a la tierra envuelto en chispas, soltando rayos a diestra y siniestra, los ojos de Max fulguraban al ritmo de los rayos, y los de Rex se nublaron como una tormenta.
Con un potente rugido, Gabu se materializó en su forma adulta, soltando descargas de sus cuernos y cargando su cuerpo con electricidad. A su lado, el cuerpo de Ace se formaba de los agitados vientos de tormenta, rugió tal cuál lo hiciera un ciclón y estiró las patas.
—¡Adelante, chicos! —Ordenaron los mejores amigos en una perfecta sincronía.
Terry se detuvo de inmediato al ver que, en lugar de un dinosaurio, aparecían dos, se sentía confundido, por lo que no pudo seguir con su ataque. Úrsula reconoció al Carnotauro que tenía delante y apretó los puños.
—¡Tú, voy a quitarte a ese dinosaurio! —sentenció la peliverde con una mirada seria.
—¡Inténtalo, Ace y yo somos inseparables! —Rex mostró una sonrisa perfecta.
La ciudad a su alrededor se vio distorsionada, y cambió, volviéndose un escenario prehistórico con pilares de piedra a su alrededor, formando una especie de arena de lucha.
—¡Gabu, ataca de frente!
—¡Ace, ve con todo!
Los dos se lanzaron al ataque, Ace aprovechó su velocidad para acercarse todo lo posible al Tiranosaurio y dar el primer golpe.
—¡Terry, aguanta!
El primer impacto de Ace era más rápido que potente, una vez que golpeó el torso de Terry, se alejó con rapidez para permitir el golpe de Gabu, que utilizó sus cuernos para lanzar hacia atrás al Tiranosaurio.
Resintiéndose de ambos golpes, el aullido lastimero de Terry demostraba que el pobre ya había sido apaleado suficiente por el tornado anterior del Pyroraptor.
—Terry, no aguantará solo mucho tiempo, ¡¿dónde está el idiota de Zander?! —preguntó Úrsula con desesperación y ganas de darle un par de golpes por desaparecer.
—Oye, Max, podemos acabar con esto de una vez. —Rex señaló el Dino Guante de su amigo, recordándole que tenía una carta preparada para una situación similar.
—Es cierto. —Utilizando el segundo gesto, Max retiró su carta ganadora, aquella que había derrotado por completo a Terry en su primer enfrentamiento.
Mientras los chicos se organizaban, los tres dinosaurios intercambiaban golpes, Ace y Gabu encadenaban ataques simples que aturdían a Terry y lo debilitaban. Tenían la ventaja, pero debían ser cuidadosos, Terry era perfectamente capaz de acertar un golpe fulminante para cualquiera de los dos.
Ace aprovechaba su velocidad para escapar de las fauces del Tiranosaurio, pero Gabu no tuvo tal oportunidad, en cuanto los colmillos de Terry se aferraron a su cuello, fue sacudido con violencia.
—¡Max! —gritó Rex.
Max hizo girar la carta entre sus dedos, mostró una sonrisa y activó el Dino Guante.
—¡EMBATE ELÉCTRICO! —Pronunció mientras pasaba la carta por el lector, soltando una cantidad inmensurable de electricidad. Su voz reverberó por el aire y se fue distorsionando a medida que el cielo se oscurecía.
Las nubes de tormenta se posicionaron sobre el Triceratops y soltaron un rayo, Terry todavía tenía sujetado a Gabu por el cuello y no planeaba soltarlo.
—¡Terry, suéltalo, ahora! —bramó Úrsula, dándose cuenta de que aquel movimiento terminaría friendo a su dinosaurio como efecto colateral.
Y cuando el rayo estuvo a centímetros de impactar, la tierra tembló bajo sus pies.
Incrementando de forma lenta y pausada, el sonido del agua corriendo fue captado por los oídos de todos los presentes.
Una ola se acercaba.
Zoe sabía que era mala idea el perseguir un dinosaurio por las calles de París. En cuanto se alejaron lo suficiente del combate principal, las calles volvieron a ser inundadas por personas que caminaban hacia sus domicilios.
Las tiendas cerraban luego de hacer las últimas ventas, las personas caminaban cargadas de bolsas y algunas entraban directamente al portal de sus respectivos departamentos. Zoe miraba en todas las direcciones posibles, algunas personas que se detuvieron a observarla pensaron que estaba perdida y quisieron acercarse a ayudar.
La adolescente salió corriendo de inmediato a una dirección totalmente aleatoria, al menos, desde afuera daba aquella impresión. Zoe había logrado divisar las plumas rojizas de la cola del Pyroraptor y volvió a seguir al pequeño dinosaurio.
El trayecto de Zoe era cada vez más confuso, había pasado callejones, parques y se había alejado demasiado de los edificios. Había llegado a un túnel abandonado de metro que se encontraba saltando algunas tapias y setos.
Se frotó los brazos con cierta inseguridad, el hecho de caminar sola por aquel lugar tan silencioso la habían puesto nerviosa, tenía que encontrar al Pyroraptor de una vez.
En aquel momento, Zoe cayó en cuenta de algo, si ella encontraba al Pyroraptor, ¿cómo lo enfrentaría? ¿Cómo podría comunicarse con los chicos? Sus teléfonos prácticamente no funcionaban en otras partes del mundo, y tampoco tenía conexión a internet para poder enviarles un mensaje.
Quizá había sido mala idea salir corriendo por perseguir a un dinosaurio. Después de todo, no había nada que pudiera hacer para poder traerlo con ella en forma de carta.
Un pequeño sonido gutural la hizo desviar la mirada, el Pyroraptor bajaba por una pequeña formación cubierta de hierbas y plantas, parecía que la naturaleza se había apoderado por completo de aquel lugar.
Zoe debía tomar una decisión, así que comenzó a caminar hacia el mismo camino que tomó el dinosaurio, y bajó con cuidado, evitando pisar mal sobre las lianas y raíces de antiguas plantas. Una vez sus pies tocaron tierra, se percató de que el sistema de vías parecía abandonado, el polvo y la suciedad se habían encargado de cubrir el metal.
El Pyroraptor entró en el túnel y Zoe lo siguió de cerca, en el interior de aquel oscuro lugar, los grafitis y pinturas llenaban las paredes, creando un museo escondido para la mayoría de la población.
El pequeño dinosaurio siguió caminando hasta que desvió de su trayectoria, dio un salto en un pequeño desnivel y desapareció.
—¿Eh? ¿A dónde se fue? —Zoe entrecerraba los ojos para poder ver mejor, pero la oscuridad aún la mantenía ciega, tomó su teléfono y activo la linterna al máximo para poder fijarse mejor en las zonas que tenía bajo sus pies.
El desnivel por el que había desaparecido el dinosaurio estaba cerca, por lo que caminó en silencio y con suma lentitud para evitar ahuyentarlo. En cuanto llegó, la linterna iluminó un estrecho agujero en la pared.
Zoe tragó saliva y bajó por el desnivel, se agachó para ver mejor el orificio y percatarse que del otro lado, había un camino que serpenteaba al lado del túnel. Se arrastró con cuidado para cruzar, y una vez del otro lado, se levantó y vio el desastre que había destrozado buena parte de su ropa.
—Ay, no —se lamentó la pelirrosa al ver su camiseta manchada de tierra y barro, sus zapatillas no iban a tardar en ponerse de la misma forma.
Enfocando la linterna hacia el frente, comenzó a caminar, escuchando los sonidos del Pyroraptor haciendo eco en las paredes de los estrechos pasillos.
Las paredes se iban haciendo cada vez más estrechas, Zoe sentía que le costaba respirar y poder mantenerse de pie. Llegó al final del pasillo y se topó con una pared tapada de rocas y un pequeño agujero a su izquierda.
—Eh…yo creo que ya me voy de aquí… —susurró con un ligero temblor en las piernas, el lugar se sentía húmedo y el aire arenoso, le daba la sensación de que las paredes parecían inclinarse sobre ella con la intención de dejarla sepultada en aquel lugar.
Emprendió el camino de regreso a aquel agujero por donde había entrado, pero una pequeña sensación de tranquilidad la inundó de repente, provocándole algo de sueño. Intentó dar algunos pasos más, pero finalmente cayó de rodillas y su cabeza tocó el frio suelo de tierra.
Siguiendo por aquella red de túneles el Pyroraptor saltaba por caminos de huesos y corría por los estrechos pasadizos. En uno de ellos, los cráneos apilados uno tras otro, ocultaban un secreto, una pequeña roca con patrones de hierba grabados en ella, había comenzado a brillar.
La ola impactó sobre ambos dinosaurios y los separó de inmediato, brindándoles una fuerte sacudida, debido a la fuerza del agua, terminaron impactando contra uno de los pilares de piedra del escenario de batalla, no hacía falta decir que el ataque de Gabu falló.
—Disculpen la tardanza —dijo Zander acomodándose los lentes oscuros. El hermano perdido del espantapájaros se puso al lado de Úrsula y tomó con una mano un dispositivo de función similar al Dino Guante de los chicos—. Estaba practicando la puntería con Spiny.
De la gigantesca ola que había arrasado a Terry y Gabu, un inmenso Spinosaurio salió de ella, listo para la pelea.
—¿A sí? ¡Pues no sirvió de nada, dile que apunte mejor, también le dio a Terry! —regañó Úrsula a su compañero, dándole un golpe en toda la cabeza y provocando así, el crecimiento de un chichón.
—Estaban juntos, además, Terry lo aguantó bien, solo míralo —Señaló el adulto hacia el Tiranosaurio.
Los cuatro que estaban presentes vieron como Terry estaba boca arriba y viendo estrellitas con los ojos debido al impacto del agua.
—¿Cómo está Gabu? —preguntó de inmediato Rex.
—No creo que aguante más tiempo —masculló el castaño al ver que su Triceratops apenas podía levantarse debido al potente impacto del Spinosaurio, la pantalla del Dino Guante mostró una barra circular alrededor de la imagen de Gabu que se ponía en rojo.
—Entonces quedamos Ace y yo.
—Bueno, niño, creo que es hora de que te rindas —dijo Zander con una sonrisa en el rostro y sosteniendo una carta entre sus manos—. No quieres que use esto.
Rex dispensó una segunda carta y la sujetó, miró a su enemigo con una expresión seria y utilizó sus dedos para girar con rapidez la carta de habilidades.
—Tú tampoco quieres que la use —habló con una voz grave y ronca el rubio, provocando escalofríos en Max y Úrsula.
—Eso lo averiguaremos ahora.
Los dos activaron las cartas a la vez.
—¡ONDA DE CHOQUE! ¡Ve por ellos, Spiny!
—¡CICLÓN! ¡Acábalo, Ace!
Ambos dinosaurios prepararon sus ataques, una corriente de agua rodeó al Spinosaurio y un ciclón comenzó a girar alrededor del Carnotauro, ambos se vieron con una profunda rivalidad. Ace comenzó a correr hacia Spiny para impactar con su movimiento, pero el de la espina lanzó la corriente de agua y esta comenzó a envolver a Ace para así causarle daño.
Ace logró acercarse lo suficiente, y a pesar del dolor, saltó para impactar un cabezazo directo a la mandíbula de Spiny. En ese preciso momento, todo pareció congelarse, Max bajó la mirada y abrió los ojos con sorpresa, al ver que pequeñas plantas comenzaban a romper el asfalto.
El golpe directo de Ace hizo retroceder a Spiny, pero el inmenso carnívoro se dio la vuelta y golpeó al Carnotauro con su larga cola.
—¡Ace!
Ace no se amilanó ante tal golpe, siguió utilizando su velocidad para buscar golpear en puntos ciegos al Spinosaurio. Terry y Gabu habían terminado de quedar inconscientes en el campo de batalla, por lo que volvieron a sus respectivos dueños en forma de carta.
—Ten cuidado, muchacho, porque Spiny tiene más de una sorpresa —añadió Zander con una carta diferente en la mano.
Rex y Max se desconcertaron al ver que el tipo del Spinosaurio tenía más de una carta de habilidades. El rubio sabía que había dado todo lo que tenía en ese único ataque ejecutado por Ace, si seguían así las cosas se pondrían muy feas, incluso él se sentía cansado.
—¡Ace, retrocede! —ordenó Rex para intentar mantener una distancia prudencial ante los ataques físicos de Spiny.
El inmenso réptil soltó un rugido y los miró fijamente.
—Ahora, prepárense para entregarnos a sus dinosaurios.
Y con aquella última oración, Zander activó la otra carta, dejando a los dos amigos con un pensamiento en común.
Necesitaban un milagro para ganar.
Y bueno gente, ese fue el segundo capítulo, si gustan dejar sus opiniones estaré encantado de leerlas y tomarlas en cuenta.
¿Qué piensan del nuevo Dino Lector?
Y como lo dije arriba, estaré trayéndoles un capítulo más y quizá un pequeño especial de navidad o escena extra. Pero pasando a otro tema, me gustaría aumentar la interacción con ustedes, ¿qué dinosaurio les gustaría que apareciera?
Pueden ir dejándomelo en las reviews, así como las ciudades donde les gustaría ver a estos amigos extintos provocar sus destrozos.
Con eso dicho, me despido gentecita, nos vemos en el siguiente capítulo.
