Harry Potter: Una lectura distinta, vol. 6
Por edwinguerrave
Copyright © J.K. Rowling, 1999-2008
El Copyright y la Marca Registrada del nombre y del personaje Harry Potter, de todos los demás nombres propios y personajes, así como de todos los símbolos y elementos relacionados, para su adaptación cinematográfica, son propiedad de Warner Bros, 2000.
El Príncipe Mestizo (o "El Misterio del Príncipe")
CAPÍTULO 29 El lamento del fénix
—Qué malo —comentó Paula, entristecida, mientras Snape colocaba el pergamino en el atril—, tanto esfuerzo para nada. Y de paso se murió el profesor Dumbledore.
—La muerte era inevitable —filosofó Dumbledore, sonriéndole a la niña—. Fuera por la maldición del anillo, por mi edad o por la debilidad que me había causado la poción, era inevitable mi cruce del velo. Lo importante, si podemos verlo así, es que siempre quise que fuera en mis términos, bajo mis condiciones.
Varios miraron al profesor con incredulidad, pero no interrumpieron. Remus suspiró al ver el atril con el nuevo capítulo frente a su asiento.
—Este capítulo se llama El lamento del fénix —declaró con voz sentida, aunque firme—, y comienza con una conversación.
—Ven, Harry…
—No.
—No puedes quedarte aquí, Harry… Vamos, ven conmigo…
—No.
No quería marcharse del lado de Dumbledore, no quería irse a ningún sitio. La mano de Hagrid temblaba en el hombro del muchacho.
—Me imagino lo que estarías viviendo —reflexionó Molly—, aunque es imposible de comparar, creo que fue lo mismo que sentí al estar ante los cuerpos de mis hermanitos queridos.
Harry sólo asintió, al igual que Ron, Percy, Dennis y Susan, mientras que Neville suspiraba fuertemente.
Entonces otra voz dijo:
—Vamos, Harry.
Una mano mucho más pequeña y suave le había cogido la suya y tiraba de él para que se levantara. El muchacho obedeció a ese contacto sin prestarle atención. Cuando ya había echado a andar a ciegas, abriéndose paso entre el corro de gente, percibió un perfume floral y se dio cuenta de que era Ginny quien lo guiaba hacia el castillo. Oía voces ininteligibles; sollozos, gritos y lamentos hendían la oscuridad, pero ellos siguieron su camino, subieron los escalones de piedra y entraron en el vestíbulo. Harry veía caras cuyos rasgos no distinguía; sus compañeros lo miraban con ojos escrutadores al tiempo que susurraban y se hacían preguntas, y los rubíes de Gryffindor brillaban en el suelo como gotas de sangre mientras ambos se dirigían hacia la escalinata de mármol.
—Sólo tú lograste sacarlo de ese trance —comentó Lily sonriéndole a su nuera.
—Creo que era la única que podía hacerlo —respondió Ginny tomando la mano de Harry.
—Vamos a la enfermería —dijo Ginny.
—No estoy herido —replicó Harry.
—Son órdenes de la profesora McGonagall —repuso ella—. Están todos allí: Ron, Hermione, Lupin… Todos.
El miedo volvió a prender en el pecho de Harry: se había olvidado de los cuerpos inertes que había dejado atrás.
La alarma se instaló en muchos de los asistentes, al recordar lo que se había leído en los capítulos anteriores.
—¿A quién más han matado, Ginny?
—No te preocupes, a ninguno de los nuestros.
—Pero la Marca Tenebrosa… Malfoy dijo que había pasado por encima de un cadáver.
—Pasó por encima de Bill, pero él está bien, sigue vivo.
—Sí —interrumpió el propio Bill—, vivito y coleando.
Ese comentario relajó ligeramente el ambiente, aunque algunos seguían tensos.
Sin embargo, Harry advirtió en el tono de Ginny algo que no auguraba nada bueno.
—¿Estás segura?
—Claro que estoy segura. Está… un poco molido, pero nada más. Lo atacó Greyback. La señora Pomfrey dice que no… que no volverá a ser el de antes… —A Ginny le tembló un poco la voz—. En realidad no sabemos qué consecuencias tendrá. Verás, Greyback es un hombre lobo, pero no se había transformado cuando lo atacó…
—No nos adelantemos —insistió Bill cuando vio que algunos lo miraban extrañados.
—Pero los demás… Había otros cuerpos en el suelo.
—Neville está en la enfermería, pero la señora Pomfrey afirma que se pondrá bien. El profesor Flitwick perdió el conocimiento, aunque sólo está un poco débil y se ha empeñado en ir a vigilar a los de Ravenclaw. Y hay un mortífago muerto; lo alcanzó una maldición asesina que aquel tipo rubio y corpulento disparaba en todas direcciones… Si no llega a ser por tu poción de la suerte, Harry, me parece que nos habrían matado a todos, pero las maldiciones pasaban rozándonos…
—Bien pensado, papá —dijo JS—, lo de darle la poción a mamá y a los tíos.
Llegaron a la enfermería. Al entrar, Harry vio a Neville acostado en una cama cerca de la puerta; al parecer dormía. Ron, Hermione, Luna, Tonks y Lupin se apiñaban alrededor de una cama al fondo de la habitación. Todos se volvieron hacia la puerta. Hermione corrió hacia Harry y lo abrazó; Lupin también fue hacia él, con gesto de aprensión.
—¿Te encuentras bien, Harry?
—Sí, estoy bien. ¿Cómo está Bill?
Nadie contestó. Harry miró por encima del hombro de Hermione y vio una cara irreconocible sobre la almohada; Bill tenía tantos cortes y magulladuras que costaba identificarlo.
—Es que fue una pelea tremenda —reconoció el propio Bill—, aparte que el malnacido ese era más pesado que yo, tenía el extra de la licantropía.
—No lo dudo —reconoció Remus—, cada vez que peleaba con él, como humanos o como lobos, era duro.
La señora Pomfrey le aplicaba en las heridas un ungüento verde de olor penetrante. Harry recordó la facilidad con que Snape le había cerrado las heridas causadas por el Sectumsempra a Malfoy, al pasar sobre ellas la varita.
—¿No puede curarlo con algún encantamiento? —le preguntó a la enfermera.
—Para esto no hay encantamientos. He probado todo lo que sé, pero las mordeduras de hombre lobo son incurables.
—Pero no lo han mordido con luna llena —objetó Ron, que contemplaba el rostro de su hermano como si creyera poder arreglarlo con la fuerza de la mirada—. Greyback no se había transformado, así que Bill no se convertirá en un… en un… —Miró vacilante a Lupin.
—No, no creo que Bill se convierta en un hombre lobo propiamente dicho —observó Lupin—, pero eso no significa que no exista cierto grado de contaminación. Esas heridas están malditas. Es poco probable que se curen por completo y… Bill podría desarrollar algunos rasgos lobunos a partir de ahora.
—Como comer la carne casi cruda —recordó Vic, con cierto estremecimiento—. Demasiado cruda para mi gusto.
—Por eso es que papá come antes que nosotros —dijo Dom, provocando algunas risitas que aligeraron el ambiente.
—Seguro que a Dumbledore se le ocurre alguna solución —insistió Ron—. ¿Dónde está? Bill peleó contra esos maníacos bajo las órdenes de Dumbledore, así que el director está en deuda con él, no puede dejarlo en la estacada…
—De haber podido estar —reflexionó Dumbledore—, te aseguro que hubiera hecho todo lo que estuviera a mi alcance para ayudarlo.
—Disculpe, profesor —se adelantó Ron a la mirada de su madre—, en ese momento no sabía lo que había pasado.
—Lo sé —reconoció Dumbledore, inclinando la cabeza.
—Dumbledore ha muerto —dijo Ginny.
—¡No! —Lupin, atónito, miró a Harry con la esperanza de que éste lo desmintiera, pero al ver que se quedaba callado, se desplomó en una silla, al lado de la cama de Bill, y se tapó la cara con ambas manos.
Era la primera vez que Harry lo veía derrumbarse; como tuvo la impresión de que interrumpía algo íntimo, se dio la vuelta y miró a Ron, con el que intercambió una silenciosa mirada que confirmaba las palabras de Ginny.
—Me sorprendió —admitió Remus—, creo que a todos los que estábamos acompañando a Bill.
—¿Cómo ha muerto? —susurró Tonks—. ¿Qué ha sucedido?
—Lo mató Snape —declaró Harry—. Yo estaba delante, lo vi con mis propios ojos. Dumbledore y yo fuimos directamente a la torre de Astronomía porque ahí había aparecido la Marca. El no se encontraba bien, estaba muy débil, pero creo que sospechó que nos habían tendido una trampa cuando oyó pasos que subían por la escalera. Entonces me inmovilizó; yo no podía hacer nada, y además llevaba puesta la capa invisible. Luego Malfoy abrió la puerta y lo desarmó —Hermione se tapó la boca con la mano y Ron soltó un gemido. A Luna le temblaban los labios—. Llegaron más mortífagos, y entonces Snape… Snape… lo mató. Con el Avada Kedavra —Harry no pudo continuar.
—Bueno —intervino Al—, creo que la narración del capítulo fue más completa que eso que dijo papá.
La señora Pomfrey rompió a llorar. Nadie le hizo caso excepto Ginny, que susurró:
—¡Chist! ¡Escuche!
La enfermera, con los ojos como platos, tragó saliva y se tapó la boca con la mano. Fuera, en la oscuridad, un fénix cantaba de un modo que Harry no había oído nunca: era un triste lamento de una belleza sobrecogedora. Y el muchacho sintió, como ya le había ocurrido anteriormente al oír cantar esa ave, que la música estaba dentro de él y no fuera: lo que resonaba por los jardines y entraba por las ventanas del castillo era su propio dolor convertido, mediante magia, en música.
—¡Wow! —exclamaron varios en la Sala, impactados por ese detalle.
Harry no sabía cuánto tiempo habían permanecido escuchando, ni por qué aquel sonido que tan bien expresaba su desconsuelo reducía un poco el dolor que sentían todos los presentes, pero tuvo la impresión de que había transcurrido una eternidad cuando la puerta de la enfermería volvió a abrirse y entró la profesora McGonagall. Ella, como los demás, mostraba huellas de la reciente batalla: tenía varios arañazos en la cara y desgarrones en la túnica.
—Molly y Arthur están en camino —anunció, y rompió el hechizo de la música: todos volvieron en sí de golpe, como si salieran de un trance, y, abandonando sus posiciones, miraron de nuevo a Bill, o se frotaron los ojos, o movieron la cabeza—. ¿Qué ha pasado, Harry? Según Hagrid, estabas con el profesor Dumbledore cuando… cuando ha sucedido. Nos ha dicho que el profesor Snape ha participado en…
—Snape mató a Dumbledore —dijo Harry. La profesora lo miró fijamente y se tambaleó como si fuera a desmayarse. La señora Pomfrey, que ya se había serenado un poco, se adelantó e hizo aparecer una silla que colocó detrás de la profesora McGonagall.
—Snape —repitió ésta con un hilo de voz, y se dejó caer en la silla—. Todos nos preguntábamos… Pero él confiaba… En todo momento confió… ¡Snape!… No puedo creerlo…
—Nadie lo creía y nadie lo va a creer —escupió Snape, paseando su mirada por la audiencia de la Sala—, y no me preocupa, porque así debía ser.
—Snape era un experto oclumántico —intervino Lupin con una voz más áspera de lo habitual—. Eso ya lo sabíamos.
—¡Pero Dumbledore nos juró que estaba en nuestro bando! —susurró Tonks—. Siempre pensé que el director sabía algo sobre Snape que nosotros ignorábamos…
—Sí, siempre insinuó que tenía un motivo irrefutable para confiar en él —musitó McGonagall mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo con ribete de tela escocesa—. Claro, con el historial que tenía Snape… es lógico que la gente se hiciera preguntas. Pero Dumbledore me aseguró de manera muy explícita que el arrepentimiento de Snape era absolutamente sincero… ¡No quería oír ni una palabra contra él!
Dumbledore sólo asintió en silencio, mientras Remus leía con voz algo tensa.
—Me encantaría saber qué le contó Snape para convencerlo —terció Tonks.
—Yo lo sé —dijo Harry, y todos se quedaron mirándolo—. Snape le proporcionó a Voldemort la información que provocó que éste emprendiera la búsqueda de mis padres. Pero Snape le dijo a Dumbledore que no se había dado cuenta de lo que había hecho, que se arrepentía profundamente de haberlo dicho y que lamentaba que mis padres hubieran muerto.
—¿Y se lo creyó? —se extrañó Lupin—. ¿Dumbledore se creyó que Snape lamentaba que James hubiera muerto? Pero si lo odiaba…
—Y tampoco creía que mi madre valiera un pimiento —añadió Harry—, porque ella era hija de muggles… La llamaba «sangre sucia».
—Fue una sola vez, Harry —reconoció Lily.
—Más que suficiente —intervino James—, quizás si nunca lo hubiera dicho, hubiera sido distinto, le hubiéramos dado una oportunidad.
—¿Tú crees, Cornamenta? —preguntó Sirius, aún afectado por lo que se había leído desde el capítulo de la cueva—. El problema era no sólo él, sino sus amiguitos.
—Cierto —reconoció James—. Lunático, por favor.
Nadie le preguntó cómo lo sabía. Parecían horrorizados y conmocionados, como si trataran de asimilar la monstruosa verdad de lo ocurrido.
—Todo esto es culpa mía —dijo de pronto la profesora McGonagall, retorciendo su húmedo pañuelo con ambas manos, muy turbada—. Yo tengo la culpa. ¡Envié a Filius a buscar a Snape, le pedí que fuera a buscarlo para que nos ayudara! Si no lo hubiera alertado de lo que estaba pasando, quizá no se hubiese unido a los mortífagos. No creo que supiera que habían entrado en el castillo hasta que se lo contó Filius, ni creo que estuviera enterado de que iban a venir.
—No es culpa tuya, Minerva —dijo Lupin con firmeza—. Necesitábamos ayuda y nos tranquilizó saber que Snape estaba en camino…
—¿Y cuando llegó a donde se libraba la batalla, se unió al bando de los mortífagos? —preguntó Harry, que quería obtener hasta el más nimio detalle de la duplicidad y la infamia de Snape y recogía febrilmente más razones para odiarlo y jurar vengarse de él.
—No sé exactamente qué sucedió —dijo la profesora McGonagall, abstraída—. Resulta todo tan confuso… Dumbledore nos había dicho que se ausentaría del colegio unas horas y que debíamos patrullar por los pasillos por si acaso. Remus, Bill y Nymphadora debían ayudarnos… (Tonks, con tristeza, sonrió y asintió en silencio) así que nos pusimos a vigilar. Todo parecía tranquilo y los pasadizos secretos que daban al exterior del colegio estaban controlados. Sabíamos que nadie podía entrar volando, pues había poderosos sortilegios en todos los accesos al castillo. Todavía no me explico cómo pudieron colarse los mortífagos…
—Yo sí —dijo Harry, y explicó brevemente lo de los dos armarios evanescentes y el pasillo secreto que formaban—. O sea que entraron por la Sala de los Menesteres —Casi sin proponérselo, miró a Ron y Hermione, que estaban anonadados.
—No estoy haciendo reclamo alguno —dijo Harry al ver a Ron y Hermione mirarlo con inquietud—, no lo hice en aquel momento y no lo voy a hacer ahorita.
—Lo estropeé todo, Harry —se lamentó Ron con gesto sombrío—. Hicimos lo que nos ordenaste: abrimos el mapa del merodeador y al no localizar a Malfoy pensamos que estaría en la Sala de los Menesteres, de modo que Ginny, Neville y yo fuimos a hacer guardia en el pasillo… Pero Malfoy se nos escapó.
—Salió de la sala cuando llevábamos una hora vigilando la entrada —explicó Ginny—. Iba solo y llevaba ese repugnante brazo reseco…
—Su Mano de la Gloria —especificó Ron—. Esa que sólo ilumina al que la sostiene, ¿te acuerdas?
—Una de las compras en Borgin y Burkes —recordó Rose—, aparte del collar maldito y la reparación del armario evanescente.
Draco sólo encogió los hombros, ante la mirada de tristeza de sus hijos.
—Pues bien —continuó Ginny—, debió de asomarse a ver si había alguien antes de permitir que salieran los mortífagos, porque tan pronto nos vio lanzó algo al aire y todo se puso negrísimo…
—Polvo peruano de oscuridad instantánea —explicó Ron con amargura—. ¿Te suena? Cuando pille a Fred o George… No deberían venderle sus productos a cualquiera.
—Lo probamos todo: Lumos, Incendio… —dijo Ginny—. Pero nada rompía la oscuridad; lo único que conseguimos fue salir a tientas del pasillo mientras oíamos pasar a la gente por nuestro lado. Malfoy sí podía ver porque llevaba esa mano que los guiaba, pero no nos atrevimos a echar ninguna maldición por si nos dábamos unos a otros, y cuando llegamos a un pasillo iluminado, ellos ya se habían marchado.
—Es imposible romper el efecto de oscuridad de esos polvos —reconoció Fred.
—Por eso era tan atractivo en nuestro catálogo —admitió George—, y por eso terminamos retirándolo de las ventas.
—Por suerte —intervino Lupin con voz ronca—, Ron, Ginny y Neville tropezaron con nosotros casi de inmediato y nos contaron lo ocurrido. Encontramos a los mortífagos unos minutos más tarde; se dirigían hacia la torre de Astronomía. Es evidente que Malfoy no esperaba que hubiera tanta gente vigilando, pero al menos se había quedado sin polvo de oscuridad. Empezamos a pelear, ellos se dividieron y los perseguimos. Uno de ellos, Gibbon, se escabulló y subió por la escalera de la torre.
—¿Para poner la Marca? —preguntó Harry.
—Seguramente sí; debieron de acordarlo así antes de salir de la Sala de los Menesteres —supuso Lupin—. Pero no creo que a Gibbon le agradara la idea de esperar a Dumbledore allí arriba, solo, porque volvió a bajar rápidamente por la escalera y siguió peleando hasta que lo alcanzó una maldición asesina que habían lanzado contra mí.
—La esquivé por nada —reconoció Remus, con tono tranquilo. Algunos de los más jóvenes asentían con cada segmento de la narración.
—Y si Ron estaba vigilando la Sala de los Menesteres con Ginny y Neville —dijo Harry volviéndose hacia Hermione—, tú debías de estar…
—Frente al despacho de Snape, sí —susurró ella con lágrimas en los ojos—. Con Luna. Estuvimos muchísimo rato sin que pasara nada… Pero no sabíamos qué estaba sucediendo arriba, pues Ron se había llevado el mapa del merodeador. Cuando ya era casi medianoche, el profesor Flitwick bajó corriendo a las mazmorras. Iba gritando que había mortífagos en el castillo; creo que ni siquiera se dio cuenta de nuestra presencia porque irrumpió en el despacho de Snape y le oímos decirle que tenía que subir con él a ayudar; después oímos un fuerte golpe y Snape salió a toda velocidad de su despacho, y nos vio y… y…
—¿Qué? —urgió Harry.
—¡Fui tan estúpida, Harry! —dijo Hermione con voz quebrada—. Snape nos dijo que el profesor Flitwick se había desmayado y que fuéramos a atenderlo mientras él… mientras él subía a combatir a los mortífagos… —Se tapó la cara, avergonzada, y siguió hablando a través de los dedos, que amortiguaban su voz—. Entramos en su despacho para ver si podíamos echar una mano al profesor Flitwick y lo encontramos inconsciente en el suelo… Y… ahora está tan claro… Snape debió de hacerle un encantamiento aturdidor, ¡pero no nos dimos cuenta, Harry, no nos dimos cuenta y lo dejamos escapar!
—No tienen la culpa —dijo Lupin—. Hermione, si no hubieran obedecido a Snape, probablemente les habría matado a Luna y a ti.
—Lo que dice papá es verdad —comentó Teddy—. Además, ustedes no sabían cuales eran las verdaderas intenciones del profesor Snape.
—A pesar de todo lo que Harry nos decía —reconoció Hermione—, no creía que fuera capaz de hacerlo.
—Y entonces subió —discurrió Harry, que se imaginaba a Snape ascendiendo como una flecha por la escalinata de mármol mientras sacaba su varita de la negra túnica, que ondeaba tras él, al tiempo que recorría los peldaños—, y llegó a donde los demás estaban peleando…
—Teníamos problemas, perdíamos —dijo Tonks en voz baja—. Gibbon había caído, pero el resto de los mortífagos parecía dispuesto a combatir hasta la muerte. Habían herido a Neville, Greyback había atacado a Bill… La oscuridad era total y volaban maldiciones por todas partes. Draco Malfoy había desaparecido; supongo que se escabulló y subió a la azotea de la torre… Otros mortífagos lo siguieron, pero uno de ellos bloqueó la escalera con alguna maldición, pues Neville se lanzó hacia ella y salió despedido por los aires…
—¡Papá! —exclamaron a coro los cuatro hijos de Neville.
—Ese fue el golpe más fuerte que llevé ese día —reconoció, acariciando a Paula—; la herida no fue mucho, pero el golpazo por la maldición bloqueadora sí me dejó fuera de combate.
—No podíamos atravesar la barrera —explicó Ron—, y ese mortífago inmenso no paraba de lanzar embrujos que rebotaban en las paredes y nos pasaban muy cerca…
—Y entonces llegó Snape —continuó Tonks—, pero al cabo de un momento desapareció.
—Yo lo vi correr hacia nosotros, pero en ese instante el mortífago enorme me lanzó un embrujo que pasó rozándome, me agaché para esquivarlo y no me enteré de lo que ocurría —dijo Ginny.
—Y yo lo vi atravesar la barrera invisible como si no existiera —intervino Lupin—. Intenté seguirlo, pero salí despedido, igual que Neville.
—Snape debía de saber un hechizo que nosotros no conocíamos —dedujo la profesora McGonagall—. Al fin y al cabo, era el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Creí que perseguía a los mortífagos que habían escapado hacia la azotea…
—En eso tenían razón —reconoció Snape—, sabía cuál había sido la maldición que habían colocado en esa puerta.
—No digas más nada, Severus —recomendó Dumbledore—, dejemos que la lectura nos siga ilustrando.
—Pues sí —dijo Harry, colérico—, pero para ayudarlos y no para atraparlos… Y seguro que esa barrera sólo podías atravesarla si tenías una Marca Tenebrosa en el brazo… ¿Qué pasó cuando bajó?
—Ese mortífago tan enorme acababa de lanzar un maleficio que hizo que se desprendiera medio techo, pero también rompió la maldición que interceptaba la escalera —explicó Lupin—. Todos echamos a correr (bueno, los que todavía nos teníamos en pie), y entonces Snape y el chico salieron de entre una nube de polvo, y como es lógico, a ninguno se le ocurrió atacarlos…
—Los dejamos pasar sin más —dijo Tonks con voz débil— porque creímos que los perseguían los mortífagos, y a continuación bajaron éstos con Greyback y reanudamos la pelea. Me pareció oír que Snape gritaba algo, pero no sé qué fue…
—Gritó: «Ya está» —precisó Harry—. Porque ya había cumplido su cometido.
Se produjo un silencio. El lamento de Fawkes todavía resonaba por los jardines del castillo. Mientras la melodía se propagaba por el cielo, unos pensamientos inoportunos afloraron en la mente de Harry: ¿Se habrían llevado el cadáver de Dumbledore del pie de la torre? ¿Qué harían con él? ¿Dónde descansaría? Apretó con fuerza los puños, metidos en los bolsillos, y notó el roce del pequeño bulto del Horrocrux falso en los nudillos de la mano derecha.
—Para completar —comentó Al en un suspiro mal contenido.
Las puertas de la enfermería se abrieron de golpe y todos se sobresaltaron: los señores Weasley entraron en la sala precipitadamente, seguidos de Fleur, cuyo hermoso rostro estaba crispado por el pánico.
—Molly… Arthur… —dijo la profesora McGonagall; se levantó de un brinco y corrió a saludarlos—. Lo siento tanto…
—Bill —susurró la señora Weasley, y pasó por delante de la profesora, pues acababa de ver la maltrecha cara de su hijo—. ¡Oh, Bill!
—Fue algo terrible ver a mi apuesto hijo con esas heridas —reconoció Molly, mientras Fleur asentía en silencio—. Gracias a Merlín ya casi no se le ven, la barba ayuda mucho.
—Dichoso él que puede tener barba —soltó Lavender, lo que provocó risas en la Sala.
Lupin y Tonks se levantaron y se apartaron para que los Weasley pudieran acercarse más a la cama. La madre de Bill se inclinó sobre su hijo y le besó la ensangrentada frente.
—¿Dices que lo atacó Greyback? —le preguntó el señor Weasley a la profesora McGonagall—. Pero ¿no se había transformado? ¿Y entonces? ¿Qué le va a pasar a Bill?
—Todavía no lo sabemos —respondió ella, y miró a Lupin con gesto de impotencia.
—Seguramente tendrá alguna secuela, Arthur —dijo Lupin—. Es un caso muy raro, posiblemente el único… No sabemos cómo se comportará cuando despierte…
—Ya sabemos cómo se comporta cuando se despierta —comentó Dom, provocando risas.
—Especialmente cuando está de malas —complementó Louis, lo que hizo sonreir a sus padres.
La señora Weasley le quitó el apestoso ungüento de las manos a la señora Pomfrey y empezó a aplicárselo a Bill en las heridas.
—¿Y Dumbledore? —preguntó su marido—. Minerva, ¿es verdad que está…?
Mientras la profesora McGonagall asentía con la cabeza, Harry notó que Ginny se movía a su lado y la miró. La muchacha tenía los ojos entornados y clavados en Fleur, que contemplaba a Bill con el terror reflejado en la cara.
—Muerto… Dumbledore… —susurró el señor Weasley, pero su esposa sólo tenía ojos para su hijo mayor. La señora Weasley rompió a sollozar y sus lágrimas cayeron sobre el mutilado rostro de Bill.
—Ya sé que no importa el aspecto que tenga… Eso no es… lo más… importante… Pero era un chico tan guapo… Siempre fue muy guapo. ¡Mira que pasarle esto precisamente ahora que iba a casarse!
—Fleur —consultó Remus—, ¿te gustaría leer esta parte?
—No, Remus, gracias —dijo Fleur—, vas bien, sigue, por favor.
El licántropo sólo encogió los hombros y siguió leyendo.
—¿Se puede sabeg qué significa eso? —saltó Fleur—. ¿Qué quiegue decig «iba» a casagse?
La señora Weasley la miró con los ojos anegados en lágrimas y gesto de asombro.
—Pues… nada, que…
—¿Cree que Bill ya no quegá casagse conmigo? —inquirió Fleur—. ¿Piensa que pog culpa de esas mogdedugas dejagá de amagme?
—No, yo no he dicho eso…
—¡Pues se equivoca! —gritó Fleur. Se irguió cuan alta era y se apartó la larga melena plateada—. Paga que Bill no me quisiega haguía falta algo más que un hombgue lobo!
—¡Así se habla! —exclamó Vic, emocionada, abrazando a su madre, quien sonreía tontamente. Dom y Louis las miraban sonriendo, mientras que Bill asentía en silencio.
—Sí, claro que sí —dijo la señora Weasley—, pero pensé que quizá… dado el estado en que… en que…
—¿Creyó que no queguía casagme con él? ¿O quizá confiaba en que no quisiega casagme con él? —replicó Fleur; estaba tan enfadada que le temblaban las aletas de la nariz—. ¿Qué más da el aspecto que tenga? ¡Me paguece que tenemos de sobga con mi belleza! ¡Lo único que demuestgan esas cicatguices es la gan valentía de mi futugo maguido! ¡Y déme eso! ¡Ya lo hago yo! —añadió con fiereza al tiempo que apartaba a la señora Weasley de un empujón y le quitaba el ungüento de las manos.
La madre de los Weasley tropezó, chocó contra su marido y se quedó mirando cómo Fleur le curaba las heridas a Bill con una expresión muy extraña. Nadie decía nada; Harry no se atrevía ni a moverse. Como todos los demás, esperaba que la señora Weasley estallara.
—Fueron momentos muy tensos, debo decirlo —comentó Ginny.
—No lo dudo —replicó Hugo—, aunque conociendo a la abuela Molly y a la tía Fleur, no me parece que fueran a gritarse delante de tío Bill.
—¿En ese momento? —preguntó Fred.
—Había una probabilidad real que ocurriera —complementó George, provocando sonrisas apenadas en suegra y nuera.
—Nuestra tía abuela Muriel —dijo la mujer tras una larga pausa— tiene una diadema preciosa, hecha por duendes, y estoy segura de que lograré que te la preste para la boda. Muriel quiere mucho a Bill, ¿sabes?, y a ti te quedará muy bonita, con el pelo que tienes.
—Gacias —dijo Fleur fríamente—. Será un placer.
Y de repente ambas se abrazaron llorando. Harry, desconcertado, se preguntó si el mundo se habría vuelto loco; se dio la vuelta y vio que Ron estaba tan pasmado como él y que Ginny y Hermione se miraban con asombro.
—Amor —dijo Remus, volteando a ver a Tonks—, ¿te gustaría leer esta parte…?
—No —interrumpió Tonks sonriendo.
—…conmigo? —complementó Remus, haciendo sonrojar a Tonks. Luego de unos segundos de simular que lo pensaba, la metamorfomaga aceptó y se apretó a su esposo, comenzando el diálogo que tuvieron en ese momento:
—¿Lo ves? —dijo entonces una agresiva voz (—¿Agresiva? —preguntó Tonks, recibiendo la respuesta silenciosa de varios de los que estuvieron presentes). Tonks fulminaba con la mirada a Lupin—. ¡Fleur sigue queriendo casarse con él, aunque lo hayan mordido! ¡A ella no le importa!
—Es diferente —replicó Lupin moviendo apenas los labios y poniéndose tenso—. Bill no será un hombre lobo completo. Son dos casos totalmente…
—¡Pero a mí tampoco me importa! ¡No me importa! —gritó Tonks agarrando a Lupin por la pechera de la túnica y zarandeándolo—. Te lo he dicho un millón de veces…
Y de pronto Harry lo comprendió todo: el significado del patronus de Tonks y el de su cabello desvaído, y el motivo por el que había ido rápidamente a buscar a Dumbledore tras oír el rumor de que Greyback había atacado a alguien. No era de Sirius de quien Tonks se había enamorado…
—¡¿Quéee?! —exclamó Tonks al oir la narración de lo que Harry había pensado—. ¡Imposible! Sí, yo quería y quiero a mi primo Sirius, pero como familia, nunca hasta ese punto. Sí, me deprimió su partida, como a muchos, pero mi problema era con éste —y sin mediarlo, le soltó un revés al brazo de Remus, haciéndole mirarla extrañado y provocando risas en la Sala—. Sigue, te toca a ti.
—Y yo te he dicho a ti un millón de veces —replicó Lupin con la vista clavada en el suelo para no mirarla— que soy demasiado mayor para ti, demasiado pobre, demasiado peligroso…
—Siempre he mantenido que has tomado una postura ridícula respecto a este tema, Remus —intervino la señora Weasley asomando la cabeza por encima del hombro de Fleur mientras le daba unas palmaditas en la espalda a su futura nuera.
—No he tomado ninguna postura ridícula —se defendió Lupin—. Tonks merece a alguien joven y sano.
—Pero ella te quiere a ti —terció el señor Weasley esbozando una sonrisa—. Y al fin y al cabo, Remus, los jóvenes sanos no siempre se mantienen así. —Y con tristeza señaló a su hijo, que yacía entre ellos.
—Ahora no es momento para hablar de esto —dijo Lupin esquivando todas las miradas, y añadió con abatimiento—: Dumbledore ha muerto…
—Dumbledore se habría alegrado más que nadie de que hubiera un poco más de amor en el mundo —dijo la profesora McGonagall con tono cortante, y en ese momento se abrieron otra vez las puertas de la enfermería y entró Hagrid.
—Totalmente de acuerdo, Minerva —comentó Dumbledore—, siempre lo he pensado así.
Tenía la frente empapada y los ojos hinchados; lloraba desconsolado y llevaba un pañuelo de lunares en la mano.
—Ya está… Ya lo he hecho, profesora —dijo entre sollozos—. Me… me lo he llevado. La profesora Sprout ha enviado a los chicos a acostarse. El profesor Flitwick está descansando, pero dice que se pondrá bien en un periquete, y el profesor Slughorn ya ha informado al ministerio.
—Gracias, Hagrid —dijo McGonagall, y se puso en pie—. Tendré que hablar con los del ministerio en cuanto lleguen. Hagrid, por favor, diles a los jefes de las casas (Slughorn puede representar a Slytherin) que quiero verlos en mi despacho de inmediato. Y me gustaría que tú también estuvieras presente.
—Buena idea —comentó Frank, quien asentía vigorosamente.
El guardabosques asintió, se dio la vuelta y salió de la enfermería arrastrando los pies. La profesora se dirigió entonces a Harry:
—Antes de hablar con ellos desearía charlar un momento contigo. Si quieres acompañarme…
El muchacho murmuró un «Nos vemos luego» dirigido a Ron, Hermione y Ginny, y siguió a McGonagall hacia la puerta. Los pasillos estaban vacíos y sólo se oía la lejana canción del fénix. Harry tardó unos minutos en comprender que no iban al despacho de la profesora sino al de Dumbledore, y unos segundos más en darse cuenta de que, como hasta entonces ella había sido la subdirectora, tras la muerte de Dumbledore debía de haber pasado a ser directora… y por lo tanto, le correspondía ocupar la habitación que había detrás de la gárgola.
—Así es, Harry —reconoció Dumbledore—, al menos hasta que el Consejo Escolar o el Ministerio la ratificaran o nombraran otro director.
Subieron en silencio por la escalera de caracol móvil y entraron en el despacho circular. Harry no sabía muy bien qué esperaba encontrar allí: quizá los muebles estarían tapados con sábanas negras, o a lo mejor habían llevado el cadáver de Dumbledore…
Sin embargo, el despacho estaba casi igual que cuando el anciano profesor lo había abandonado unas horas antes: los instrumentos de plata zumbaban y echaban humo en sus mesitas de patas finas, la espada de Gryffindor seguía reluciendo en la urna de cristal a la luz de la luna, y el Sombrero Seleccionador reposaba en un estante, detrás de la mesa. Pero la percha de Fawkes estaba vacía: el fénix seguía en los jardines cantando su lamento. Y un nuevo retrato se había añadido a los anteriores directores y directoras de Hogwarts…
Dumbledore dormía apaciblemente en un lienzo con marco de oro, colgado de la pared que había detrás de la mesa, con las gafas de media luna sobre la torcida nariz.
—Debo reconocer que Hogwarts generó un muy acertado retrato de este no tan humilde servidor —comentó el propio Dumbledore, provocando algunas risas.
Tras echarle un vistazo a ese retrato, la profesora McGonagall hizo un extraño movimiento, como si se armara de valor, bordeó la mesa y se colocó frente a Harry, con el semblante tenso y surcado de arrugas.
—Me gustaría saber qué hicieron el profesor Dumbledore y tú esta noche cuando se marcharon del colegio —dijo.
—No puedo contárselo, profesora —respondió Harry. Como suponía que se lo preguntaría, tenía la respuesta preparada. Dumbledore le había pedido en ese mismo despacho que no le revelara el contenido de sus clases particulares a nadie, salvo a Ron y Hermione.
—Podría ser importante, Harry —insistió ella.
—Lo es —convino el muchacho—. Es muy importante, pero él me pidió que no se lo contara a nadie.
—Y si hay algo que Harry honra es la palabra empeñada —admitió Hermione—, nunca lo he visto fallar a alguna petición o promesa.
—Gracias, Hermione —agradeció Harry, algo cohibido.
La profesora lo fulminó con la mirada.
—Potter —a Harry no se le escapó que volvía a llamarlo por su apellido—, en vista de la muerte del profesor Dumbledore, creo que te darás cuenta de que la situación ha cambiado un poco…
—A mí me parece que no —replicó Harry, y se encogió de hombros—. El profesor Dumbledore no me dijo que dejara de obedecer sus órdenes si él moría.
—Pero…
—Aunque hay una cosa que usted sí debería saber antes de que lleguen los del ministerio: la señora Rosmerta está bajo la maldición imperius. Ella ayudaba a Malfoy y los mortífagos; así fue como el collar y el hidromiel envenenado…
—¿Rosmerta? —se extrañó McGonagall, incrédula, pero, antes de que pudiera continuar, llamaron a la puerta y los profesores Sprout, Flitwick y Slughorn entraron en el despacho, seguidos de Hagrid, que todavía lloraba a lágrima viva y temblaba de aflicción.
—Otra interrupción —gruñó Al, haciendo que Harry encogiera los hombros.
—¡Snape! —exclamó Slughorn, que parecía el más afectado, pálido y sudoroso—. ¡Snape! ¡Fue alumno mío! ¡Y yo que creía conocerlo!
En ese momento un mago de cutis cetrino y flequillo corto y negro que acababa de llegar a su lienzo, hasta entonces vacío, habló desde lo alto de la pared con voz aguda:
—Minerva, el ministro llegará dentro de unos segundos, acaba de desaparecerse del ministerio.
—¿Scrimgeour? —preguntó Naira.
—Es lo más seguro —respondió Rose—, porque nunca se leyó que después de presentarse ante el primer ministro lo hayan cambiado.
—Gracias, Everard —respondió McGonagall, y se volvió con rapidez hacia los profesores—. Quiero hablar con ustedes del futuro de Hogwarts antes de que él llegue aquí —dijo—. Personalmente, no estoy segura de que el colegio deba abrir sus puertas el curso próximo. La muerte del director a manos de uno de nuestros colegas es una deshonra para Hogwarts. Es algo horroroso.
—Yo estoy convencida de que Dumbledore habría deseado que el colegio siguiera abierto —opinó la profesora Sprout—. Creo que mientras un solo alumno quiera venir, Hogwarts debe permanecer disponible para él.
—Pero ¿tendremos algún alumno después de lo ocurrido? —se preguntó Slughorn mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo de seda—. Los padres preferirán que sus hijos se queden en casa, y no me extraña. En mi opinión, no creo que corramos más peligro en Hogwarts que en cualquier otro sitio, pero es lógico que las madres no piensen lo mismo, y, como es natural, querrán que las familias se mantengan unidas.
—Estoy de acuerdo —concedió la profesora McGonagall—. Pero, de cualquier modo, no es cierto que Dumbledore nunca concibiera una situación por la que Hogwarts tuviera que cerrar, pues se lo planteó cuando volvió a abrirse la Cámara de los Secretos. Y, a mi entender, su asesinato es más inquietante que la posibilidad de que el monstruo de Slytherin viviera escondido en las entrañas del castillo.
—De alguna manera, tenían razón —reconoció Dumbledore, haciendo sonreir a una silenciosa profesora Sprout—, cada uno tenía razón en sus planteamientos.
—Hay que consultar a los miembros del consejo escolar —apuntó el profesor Flitwick con su aguda vocecilla; tenía un gran cardenal en la frente, pero por lo demás parecía haber salido ileso de su desmayo en el despacho de Snape—. Debemos seguir el procedimiento establecido. No hay que tomar decisiones precipitadas.
—Tú todavía no has dicho nada, Hagrid —dijo McGonagall—. ¿Qué opinas? ¿Debería continuar Hogwarts abierto?
El guardabosques, que había estado llorando en silencio y tapándose la cara con su gran pañuelo de lunares, alzó sus enrojecidos e hinchados ojos y dijo con voz ronca:
—No lo sé, profesora… Eso tienen que decidirlo usted y los jefes de las casas…
—El profesor Dumbledore siempre tuvo en cuenta tus opiniones —le recordó ella con amabilidad—, y yo también.
En la Sala, los profesores, a excepción de Snape, asintieron en silencio, haciendo sonreir a Hagrid.
—Bueno, yo me quedo aquí —aseguró Hagrid mientras unas gruesas lágrimas volvían a resbalarle hacia la enmarañada barba—. Éste es mi hogar, vivo aquí desde que tenía trece años. Y si hay niños que quieren que les enseñe, lo haré. Pero… no sé… Hogwarts sin Dumbledore… —Tragó saliva y volvió a ocultarse detrás de su pañuelo.
Se quedaron en silencio.
—Muy bien —concluyó la profesora McGonagall mirando por la ventana para ver si llegaba el ministro—, entonces coincido con Filius en que lo más adecuado es consultar al consejo escolar, que será quien tome la decisión final. Y respecto a cómo enviar a los alumnos a sus casas… hay razones para hacerlo cuanto antes. Podríamos hacer venir el expreso de Hogwarts mañana mismo si fuera necesario…
—¿Y el funeral de Dumbledore? —preguntó Harry, que llevaba rato callado.
—Me recuerda eso que la abuela Molly siempre nos dice —comentó Lucy—, "los niños no intervienen en conversaciones de adultos".
—Así me decía papá —reconoció Dudley—. Que no le hiciera caso, ya es otra historia.
—Pues… —titubeó McGonagall, y añadió con voz levemente temblorosa—: Me consta que su deseo era reposar aquí, en Hogwarts…
—Entonces así se hará, ¿no? —saltó Harry.
—Si el ministerio lo considera apropiado —repuso ella—. A ningún otro director ni directora lo han…
—Ningún otro director ni directora hizo tanto por este colegio como él —gruñó Hagrid.
—Dumbledore debería descansar en Hogwarts —afirmó el profesor Flitwick.
—Sin duda alguna —coincidió la profesora Sprout.
—Y en ese caso —continuó Harry—, no deberían enviar a los estudiantes a sus casas antes del funeral. Todos querrán decirle…
La última palabra se le quedó atascada en la garganta, pero la profesora Sprout terminó la frase por él:
—… adiós.
—Exactamente —dijo Harry—. Gracias, profesora Sprout.
Ésta sólo asintió, sonriendo en silencio.
—Bien dicho —dijo el profesor Flitwick con voz chillona—. ¡Muy bien dicho, sí, señor! Nuestros estudiantes deberían rendirle homenaje, es lo que corresponde. Podemos organizar el traslado a sus casas después de la ceremonia.
—Apoyo la propuesta —bramó la profesora Sprout.
—Supongo que… sí… —dudó Slughorn con voz nerviosa, mientras Hagrid soltaba un estrangulado sollozo de asentimiento.
—Ya viene —dijo de pronto la profesora McGonagall, que observaba los jardines—. El ministro… Y, por lo que parece, trae una delegación…
—¿Puedo marcharme? —preguntó Harry. No tenía ningunas ganas de ver a Rufus Scrimgeour esa noche, ni de ser interrogado por él.
—Lo que habíamos dicho —reconoció Rose.
—Sí, vete —repuso McGonagall—, y deprisa.
La profesora fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que saliera Harry, que bajó la escalera de caracol a toda prisa y echó a correr por el desierto pasillo; se había dejado la capa invisible en la torre de Astronomía, pero no le importaba; en los pasillos no había nadie que pudiera verlo, ni siquiera Filch, la Señora Norris ni Peeves. Tampoco se cruzó con nadie hasta que entró en el pasadizo que conducía a la sala común de Gryffindor.
—Pero sí la rescataste, ¿no? —preguntó James.
—Por supuesto, papá —confirmó Harry, haciendo soltar el aire a su padre.
—¿Es cierto? —susurró la Señora Gorda cuando Harry llegó ante el retrato—. ¿Es verdad que Dumbledore… ha muerto?
—Sí.
La Señora Gorda emitió un gemido y, sin esperar a que Harry pronunciara la contraseña, se apartó para dejarlo pasar. Ya se imaginaba que la sala común estaría abarrotada de estudiantes y cuando entró por el hueco del retrato se produjo un silencio. Vio a Dean y Seamus sentados con otros compañeros; eso significaba que el dormitorio debía de estar vacío, o casi. Sin decir una palabra ni mirar a nadie, cruzó la sala y se metió por la puerta que conducía a los dormitorios de los chicos.
—Nos dimos cuenta cuando entraste —reconoció Seamus—, pero sinceramente no quisimos llamarte. Tu rostro lo decía casi todo.
Tal como había supuesto, Ron lo estaba esperando, vestido y sentado en su cama. Harry se sentó en la suya y los dos se limitaron a mirarse a los ojos un instante.
—Están hablando de cerrar el colegio —apuntó Harry.
—Lupin ya dijo que seguramente lo harían. —Hubo una pausa—. ¿Y bien? —añadió Ron en voz muy baja, como si temiera que los muebles escucharan—. ¿Encontraron uno? ¿Encontraron un Horrocrux?
Harry negó con la cabeza. Todo lo que había sucedido alrededor del lago negro parecía una remota pesadilla. ¿De verdad había ocurrido, y tan sólo unas horas atrás?
—¿No lo encontraron? —preguntó Ron—. ¿No estaba allí?
—No. Alguien se lo llevó y dejó uno falso en su lugar.
—¿Se lo llevaron?
Harry sacó el guardapelo falso de su bolsillo, lo abrió y se lo tendió a Ron. El relato completo podía esperar; esa noche nada importaba salvo el final, el final de su inútil aventura, el final de la vida de Dumbledore…
—No fue para nada inútil —comentó Dumbledore con rudeza.
—Fue lo que sentí en ese momento —reconoció Harry—. Después entendí que sí, nos había ahorrado una nueva visita a la cueva, pero ahora nos ponía en el predicamento de buscar a ver dónde estaba ese guardapelo, quién lo tenía.
—Entiendo —aceptó Dumbledore, suavizando su semblante.
—R.A.B. —susurró Ron—. Pero ¿quién era?
—No lo sé —Harry se tumbó en la cama, completamente vestido, y se quedó mirando el techo. No sentía ninguna curiosidad por averiguar quién era R.A.B.; más bien dudaba que algún día volviera a sentir curiosidad por algo. Sin embargo, advirtió que los jardines estaban en silencio. Fawkes había dejado de cantar.
Y aunque no fuera capaz de explicar cómo, supo que el fénix se había ido, se había marchado de Hogwarts para siempre, igual que Dumbledore, que se había marchado del colegio, del mundo… y había abandonado a Harry.
—Y con esta reflexión termina el capítulo —indicó Remus, quien se sintió aliviado al soltar el pergamino en el atril.
—Fueron momentos muy duros —reconoció Arthur—, por lo de la muerte de Dumbledore, por lo de Bill, por lo que decidirían hacer con el colegio.
—Y sobre todo —dijo Harry—, por lo que me tocaba asumir de ese momento en adelante. Pero como dice el profesor Dumbledore, no nos adelantemos.
—Así es, Harry —aprobó el anciano director—. Parece que la Sala ya asignó a su próximo lector.
Roxanne veía interesada el pergamino delante de su asiento.
Buenas noches desde San Diego, Venezuela! Un día duro, una semana pesada, pero un compromiso ineludible, el traerles este nuevo capítulo, el penúltimo en este sexto volumen de esta "aventura astral de tres generaciones y ocho libros", y en el cual se narran las consecuencias de lo ocurrido en el capítulo anterior: primero en la enfermería, luego en el despacho de la Dirección del colegio y finalmente en la habitación de los estudiantes de sexto año de Gryffindor, actos durante los cuales Harry va reconstruyendo los hechos que ocurrieron mientras se encontraba fuera del colegio con Dumbledore y comenzando a entender lo que el futuro próximo le espera. Lo que a mí me espera es un cambio (que es absolutamente necesario, y que espero que sea para mejor), y que me sigan acompañando como hasta ahora lo han hecho, con sus visitas, marcas de favorito, alertas activadas y comentarios, como esta semana tuvieron la oportunidad de aportar HpGw6 (Sí, un capítulo duro y que siempre da esa sensación de vacío tremendo) y creativo (El gran tema es comprender quién era el "tóxico/a" en esa relación)... Gracias, de verdad gracias por seguir acompañándome en esta locura! Saludos y bendiciones!
