Día 31: Amortentia

Draco Malfoy no podía dejar de pensar en la última clase de pociones. Y es que apenas había cruzado el umbral del salón, le abofeteó un delicioso aroma que se encerraba entre las frías y oscuras paredes.

A su alrededor, la mayoría mostraba caras de confusión y no faltaron los comentarios al aire de algunos que delataron que también habían sentido la Amortentia, aunque ninguno, salvo él y quizás la sangre sucia, sabían de qué se trataba exactamente.

—¡Que rico huele el salón hoy! –había gritado Lavender Brown mientras se dirigía a su mesa.

—¿Quién se bañó en perfume hoy? –se había quejado Goyle a sus espaldas.

Y

—¿Huele a caramelos de limón? Yo igual quiero –había vociferado Potter a sus amigos.

Pero Draco no prestó atención a su alrededor por mucho tiempo, porque sus ojos y-todos-sus-sentidos estaban sobre los cuatro calderos de la mesa de Slughorn, en especial de aquel del que emanaban extrañas volutas de vapor. El caldero de la Amortentia.

Y desde ese día no se podía sacar la estúpida pocioncita de la cabeza, y es que, de todos los aromas que sintió, hubo uno en particular que le hacía sentir cosquillas en el estómago y le ponía el corazón a mil. Pero por más que se estrujara la memoria no podía recordar a qué o a dónde pertenecía.

En ocasiones, y de forma imprevista, sentía un vuelco en el estómago y creía saberlo, pero cuando se pedía a sí mismo más detalles las palabras se le iban de la punta de la lengua tan rápido que casi sentía como se las tragaba, como a quién se le escapa una snitch de entre los dedos.

Estaba tan obsesionado por saber qué era, que hasta se había hecho de una pequeña muestra de Amortentia que sacaba de vez en cuando de su bolsillo intentando evocar algún recuerdo.

Pero nada.

Una tarde, al menos una semana después de la fatídica clase, en total desesperación se había sentado frente a sus amigos quienes, los muy desgraciados, ya estaban aburridos de oírlo.

—Necesito saberlo o me volveré loco –exclama, y por como Pansy hace mímica de sus palabras, sabe que ya ha repetido lo mismo en más de una ocasión.

—Draco, ya olvídalo –suspira Blaise, dejando a un lado el libro que tenía en las manos —¿Por qué quieres saberlo de todas formas? ¿Qué ganas con eso?

Draco lo mira con tal resignación, como si su amigo no se enterara de nada de la vida.

—¿Qué por qué quiero saberlo? Es como si te dijeran que estás enfermo, pero no te dicen de qué.

—¡No es nada como eso!

—Claro que sí, Blaise –le dice antes de suspirar como si todo estuviese perdido. El aludido rueda los ojos y Pansy se ríe. —Ese aroma se superpone a todos los otros cuando siento la Amortentia. Me preocupa.

—Eres tan dramático, Draco –bufa Pansy —A ver, vamos, descríbenos tu Amortentia, quizás te podemos ayudar a identificarlo.

Draco no vacila.

—Lo primero que huelo son libros, pero no a cualquiera sino a los que están en la biblioteca de casa. También siento algo frutal y fresco, como un bosque aunque si éste fuese sólo de manzanos. Igual siento un poco de mi perfume.

Pansy lo interrumpe.

—Eso es. Misterio resuelto –vocifera —Estás enamorado de ti mismo. Era de esperarse.

Draco la ignora.

—Por último, una mezcla de hierbas, como hinojo y menta, con lo que parece ser perfume, pero que estoy seguro de no haber olido jamás. Es distinto.

—Ya lo sé –ríe la chica —¿No estarás enamorado de la profesora Sprout? En el invernadero estamos rodeados de esas plantas… O de Pomfrey. Puede ser que te enamoró cuando te dio esa pomada para el acné.

—Yo no tengo acné, Pansy –le dice ofendido.

—Ya no, gracias a madame Pomfrey.

—Creo que sé de donde viene ese aroma –salta Blaise de pronto, quien se había mantenido en silencio hasta entonces. —Esa mezcla de hierbas que tiene demasiado hinojo. Es el champú que dejan los elfos en las duchas de chicos, pero las que están en los vestuarios del campo de quidditch.

Draco arruga la nariz.

—¿Alguien los usa? -pregunta

—Supongo.

—¿Ves por qué es importante saber de dónde proviene ese aroma? Resulta que, al parecer, me gusta la pobreza.

—No seas dramático, Draco.

—Bien, lo que sientes es el aroma del champú que hay en los baños del campo de quidditch. Y ese ligero toque de perfume es el distintivo de alguien. Sólo tienes que averiguar quién del equipo se baña con ese champú.

Y eso fue justamente lo que hizo Draco.

Para el último entrenamiento, antes del partido con Ravenclaw, Draco observó sigilosamente quién se llevaba alguna botella de champú a las duchas y quién no porque utilizaba las que ya estaban ahí.

Resulta que todos, al igual que él, traían el champú desde su casa.

—No es del equipo –le dice a sus amigos en cuanto se encuentra con ellos. Ninguno parece entender a qué se refiere exactamente, así que se ve en la obligación de explicarse. —Me gusta alguien que no es del equipo. Nadie usa el champú de la escuela.

—Obviamente –dice Pansy —Una vez olvidé mi botella en el dormitorio, la que tiene óleo extra alisante, así que utilicé el champú del colegio. Y fue la peor decisión, porque fue imposible acomodar mi cabello ese día.

—Bien. Ahora también resulta que la persona que me gusta anda por ahí sin peinar.

Pansy le apunta con un dedo

—¡Te debe gustar Hagrid! –lo codea —Te enamoró desde que te cargó hasta la enfermería cuando te atacó su pajarraco.

—No seas tonta, Pansy. –dice mientras la chica estalla en carcajadas.

—Deberías rendirte, Draco. Es una pérdida de tiempo. O tendrás que plantarte fuera de los vestuarios a oler a todos los que salen.

Draco Malfoy había esperado toda la semana el juego contra Ravenclaw, y no porque existía la posibilidad de que encontrase a la persona que lo tenía olfateando a la gente, sino porque de ese juego dependía que su equipo disputase por la copa final.

Y cuando ganan 520 puntos a 350, logrando posicionar a Slytherin en el primer lugar de la competencia, a Draco la felicidad le brota hasta de los poros, tanto que todo el asunto de la Amortentia desparece de sus preocupaciones. En su cabeza solo hay espacio para pensar en Potter, porque según sus cálculos si Potter, es decir, si Gryffindor le ganaba a Hufflepuff, ellos se enfrentarían en la final y a Draco nada le gustaba más que ver a Potter perder contra él.

Una enorme sonrisa de satisfacción se forma en su rostro camino a los vestuarios y casi es consciente de las mariposas revoloteando en su estómago si no fuera porque se distrae de sopetón cuando el vapor de las duchas lo envuelven al llegar.

Entonces se acuerda de la estúpida poción así que se pone en plan detective.

Sin embargo, se siente sumamente frustrado cuando ya está de vuelta en el castillo. Y es que se da cuenta de que, a pesar de que hubo chicos que sí utilizaron el champú de la escuela, ninguno despertó en el ese cosquilleo casi adrenalínico que le provocaba la Amortentia.

—Draco, puede que ni siquiera sea alguien que juegue al quidditch. –opina Pansy cuando él les comenta como le fue con su búsqueda.

—O puede ser alguien de Hufflepuff o Gryffindor –deduce, haciendo una mueca de desdén ante la idea.

Pansy asiente y cuando ambos toman asiento en su pupitre del salón de transformaciones, Draco se queda helado sintiendo como si un balde de agua fría le cayera encima cuando llega a su nariz nada más y nada menos que el aroma de su Amortentia.

Disimuladamente mira hacia su alrededor y tiene que reprimir un gemido al notar que uno que otro Gryffindor entra con el cabello mojado. Pero para su total desgracia, el aroma se intensifica cuando Potter y Weasley entran al salón. Y recién en ese momento cae en cuenta de que al menos una vez al mes los Gryffindor se juntan antes de las clases para repasar estrategias de vuelo y recién ese ese momento tiene sentido que cada vez que se distrae termine pensando en el cara-rajada.

Sus ojos inevitablemente se encuentran con los de Potter, pero Draco se siente tan avergonzado consigo mismo por lo que está descubriendo y el tiempo que le tomó, que ni siquiera nota lo mucho que el pelinegro se sonroja cuando él lo mira directamente.

Draco puede sentir sobre sus hombros la decepción de todos sus antepasados al saber que probablemente está enamorado de un Gryffindor, por lo que decide tajantemente que lo mejor es, ahora sí, olvidarse del tema. Abre molesto su libro de transformaciones, se echa un caramelo de limón a la boca y por primera vez se alegra de ver el rostro de la profesora McGonagall.

Cuando quedaban menos de doce horas para el partido contra Gryffindor, Draco decide ir a volar bajo el cielo nocturno de primavera.

Le encantaba subirse a la escoba para aclarar sus asuntos porque nada le tranquilizaba más que sentir el viento contra su piel. Y ese último tiempo vaya que tenía cosas que estaban a nada de provocarle un tic nervioso.

Primero que todo, se sentía agobiado ante su futuro. Lo habían aceptado en la escuela de medimagia aun sin rendir los E.X.T.A.S.I.S, pero ya no se sentía tan entusiasmado por seguir el camino de la medicina como cuando envió su postulación. ¿Y si se quería dedicar a viajar o a las pociones?

En segundo lugar, ese año le estaba costando bastante organizar su tiempo. En ese minuto tenía un montón de deberes acumulados y si no obtenía buena calificación en cada uno de ellos sus probabilidades de ser Premio Anual se reducían todavía más. Y es que tampoco eran probabilidades muy altas teniendo en cuenta que Dumbledore era el director.

Por último, y más grave, le abrumaba muchísimo haber descubierto que Potter le atraía un poquito. No estaba enamorado OBVIAMENTE, pero si se diera la oportunidad de un revolcón en el cuarto de escobas con Potter él no se negaría.

Lanza un quejido de frustración al encontrarse tan dispuesto a hacer todo eso con el Gryffindor.

Suspira, quiere gritar, pero decide que es mejor elevarse unos varios metros para luego volar en picado y a toda velocidad antes de saltar de la escoba y dar por terminada su sesión de vuelo-terapia.

En cuanto entra a los vestuarios para cambiarse de ropa y darse una ducha, ve a nada más y nada menos que al mismísimo Potter, quien parecía arreglarse para salir a volar.

—¿Qué haces aquí, Potter?

—No es tu asunto, Malfoy. –responde el aludido, abrochándose los zapatos.

—No deberías estar aquí. El toque de queda está por empezar. –le dice, cruzándose de brazos y levantando una ceja. Potter sube la vista y sus ojos verdes se posan sobre él.

—Tú también estas fuera del dormitorio.

—Yo puedo, soy prefecto.

Potter suspira, rueda los ojos decidido a ignorarlo. Comienza a doblar torpemente el uniforme que se había quitado antes de que él llegara y lo guarda en su mochila. Draco en cambio agita su varita para conjurar un hechizo no verbal y así sus cosas llegasen desde los casilleros hasta él, no sin antes pasando a golpear accidentalmente a Potter en la cabeza.

—¿Tanto te cuesta dar unos pasos hasta los casilleros? –le pregunta, sobándose el lugar donde el bolso de Draco lo había rozado.

—Hacemos magia por algo ¿no?

—Seguro… -comenta a regañadientes mientras mete las manos a sus bolsillos y saca de ellos una paleta que desenvuelve, pero antes de poder probarla, darse la vuelta y marcharse, Draco estira el brazo rápido cual buscador y le quita el dulce de las manos. Ante la mirada atónita del Gryffindor, y solo porque le gustaba joderlo, se mete la paleta a la boca intentando aguantar la risa.

Potter parpadea sorprendido por un instante, frunce el ceño y, sin ningún tipo de delicadeza, tira del palito del caramelo y se lo saca bruscamente de la boca.

—¿Crees que me importa que lo hayas lamido? –le dice y sin nada más que agregar, deposita el dulce en su lengua.

Draco, por supuesto, que no se esperaba que Potter hiciese algo como eso. Por el contrario, había imaginado que se enojaría y le diría alguna tontería. Pero ahí estaba el pelinegro, con una mirada desafiante, sonriendo mientras el palito del dulce salía por entre la comisura de sus labios.

Draco sale del estupor, y sin poder consentir que Potter se saliese con la suya, imita su jugada tirando del palo también. Oye como el caramelo choca con los dientes de éste y cuando lo libera se lo echa a la boca nuevamente.

Potter, se lo quita otra vez y cuando Draco está llevando su mano hacia el Gryffindor para hacer lo mismo, ambos parecen reparar en lo que están haciendo.

Los dos bajan los ojos hacia la paleta; roja, brillante y mojada. De pronto, el caramelo parecía ser una invitación a algo sucio y prohibido que los hace enrojecer violentamente hasta las orejas.

Draco se lo quita de las manos y Potter no opone resistencia, pero esta vez no se la lleva hasta la lengua. Inevitablemente sus ojos se vuelven al dulce por lo que parece ser una eternidad, el silencio parece hacerse más profundo y la atmósfera en la habitación cambia, Draco puede asegurar que los vellos de los brazos se le erizan y cuando Potter lo vuelve a mirar a los ojos, su corazón es toda una banda en un carnaval.

Antes de poder comprender qué está ocurriendo y cómo llegaron precisamente a ese punto, Potter se lanza hacia él para besarlo.

Draco demasiado sorprendido como para hacer algo, siente como los labios del pelinegro se abren delicadamente contra los suyos, como pidiendo permiso a pesar de todo.

El rubio lleva con cuidado las manos hasta la cintura de Potter y corresponde el beso con firmeza. Sus labios moviéndose lentamente contra los del otro. Calientes y pegajosos le hacen sentir una corriente eléctrica por todo su cuerpo.

Los dedos de Potter se aventuran por su cabello y los suyos por su espalda para atraerlo todavía más a él. Las lenguas de ambos se buscan y al encontrarse envían ondas de placer que se alojan en su pecho y más abajo de su estómago. Todo es tan perfecto que Draco no dudaría en dar su fortuna para seguir con ese beso por siempre.

De la garganta de Potter se escapa un gemido, bastando para traerlos a la realidad.

Se separan. Se miran a los ojos. Despeinados, con las mejillas rojas, los labios hinchados y la paleta descansando culpable en el suelo. Ninguno parece tener intenciones de darle fin a lo que hacían. La distancia de pronto duele, pero no alcanzan a retomar el beso porque a lo lejos se oye una seguillida de pasos que indudablemente se acercaba hacia ellos.

De un salto se separa el uno del otro y se dedican una mirada de complicidad.

—Harry, ¿estás bien? Llevo una eternidad esperándote. –exclama Weasley, asomando la cabeza por la puerta.

Cuando el pelirrojo se fija en él, le frunce el ceño.

—Ya voy. –responde Potter, desviando la vista hacia su amigo. —Estaba aclarando un asunto con Malfoy. –miente y a Draco le da risa.

—Pues a mí no me ha quedado nada claro, Potter –le dice.

—Oh cállate, Malfoy –replica. Le dedica una última mirada a él y luego a la paleta en el suelo antes de darse la vuelta y seguir a su amigo hacia el campo de quidditch.

Draco entonces se queda solo en los vestuarios, intentando asimilar lo que acaba de ocurrir, buscando una explicación de cómo ocurrió. Y entre tanta cosa que pensó le asalta la duda ¿Qué sentirá Potter en su Amortentia?