Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es bornonhalloween, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to bornonhalloween. I'm only translating with her permission.


Capítulo 12

—Su cuarto no estará listo hasta las cuatro. ¿Puedo sugerirles que dejen sus bolsos con el botones y disfruten del día explorando la ciudad? —dice el maligno recepcionista jodepolvos.

—Suena bien —contesta Edward con una sonrisa tensa. Siento un pequeño consuelo que esto sea tan difícil para él como lo es para mí—. ¿Deberíamos ir a ver esas bicicletas, Bella?

Oye, si Edward quiere montar una bicicleta ahora mismo con esa... ¿situación? Estoy adentro.

Después de diez minutos moviendo el asiento de mi bicicleta hasta que Anticuado esté suficientemente satisfecho de que todo sea seguro y esté cómodo para mí, y otros cinco minutos para ajustar la tira del casco, nos aventuramos por la calle principal. Napa es exactamente cómo siempre lo imaginé: escénica, pintoresca, jodidamente romántica. Estoy vestida más para montar a la amazona que a horcajadas, pero Edward finge no notarlo. El caballero perfecto. Qué novedoso.

Él me dirige hacia el río, donde nos detenemos, bajamos de nuestras bicicletas, y caminamos de la mano hacia la orilla. Edward se inclina para besarme, olvidando nuestro cascos en el ardor del momento hasta que estos chocan entre sí con un repiqueteo que sacude nuestras cabezas. Las tiras que él tan meticulosamente ajustó bajo mi barbilla son separadas; los cascos descartados al suelo. Enlaza sus dedos entre mi cabello y me jala fuertemente hacia su cuerpo, sin intentar ocultar su deseo. Sus besos son húmedos y desesperados. Desde nuestra charla en el coche y el ataque a un lado de la carretera, Anticuado no es el hombre educado y cuidadosamente controlado de siempre. Ciertamente no escucharás mis quejas.

Él se separa el tiempo suficiente para preguntar en voz alta si puede sobornar a una mucama para entrar a nuestro cuarto antes, y estallo en carcajadas.

—¿Esto es lo que pasa cuando le dices al chico que puede comer el postre primero?

Él jadea contra mi cuello y deja un último beso detrás de mi oído mientras recupera los sentidos.

—¿Sabes? Almorzar no es una mala idea. Si nos quedamos aquí, puede que te taclee al suelo, y eso no sería muy caballeroso. Además, no quiero ensuciar tu hermoso vestido blanco con manchas de césped.

—Está bien, de acuerdo. Pero creo que deberíamos tener una regla este fin de semana, primero el postre en cada comida.

La risita de Edward retumba a lo largo de la orilla del río.

—Sabía que había una razón por la que me gustabas.

~OS~

Con nada mejor que hacer y ningún lugar más privado donde ir, dejamos nuestras bicicletas en el hotel, tomamos la cámara de Edward del coche, y vamos a almorzar a pie. Por nuestra nueva regla, comenzamos con una gran porción de pastel del diablo con el cual nos turnamos para alimentar al otro, entonces nos atiborramos con pequeñas ostras y un Merlot local que se desliza por la garganta demasiado fácil. Necesitamos los afrodisíacos extra tanto como un niño de catorce años a su primera Playboy, pero sí que lo estamos pasando bien al succionarlos.

Edward observa la hora como un niño en el último día de clases. ¿Qué tan ridículo es que dos adultos sean rehenes del horario de limpieza? No tengo duda que Edward nos tendrá en nuestro cuarto a más tardar 4:01.

Nuestra caminata de regreso al hotel es más un apoyo mutuo contra el hombro del otro que nos impulsa hacia adelante solo por inercia. Nuestras manos unidas se mecen a un ritmo que desacelera y estamos reacios a dejar entre nosotros. Edward toma varias fotografías en el camino, pero no sale de su corazón; honestamente, no creo que le guste soltarme la mano para sostener la cámara. Hemos esperado una largo tiempo para esto, y el vino ha disminuido cualquier inhibición restante que no ha sido invalidada ya por nuestro festín de ostras.

Me encuentro lo suficientemente cerca para absorber el aroma de Edward—el jabón de ropa que usa para su suave camisa blanca de algodón, el champú que persiste en las puntas grises y negras de su cabello, el aroma a un jabón masculino en su piel. El vino y el chocolate, las ostras, la salsa de rábano picante y el limón que no puedo esperar a probar en sus labios.

Sus labios, los cuales me sonríen ahora mismo.

—¿En qué piensas?

Mi respuesta se escapa de inmediato. Esto es lo que él me hace. El Efecto Edward.

—En besarte.

Su sonrisa se agranda.

—Qué coincidencia —dice, y sus labios se encuentran en los míos antes de terminar la palabra.

Quizás esté analizando esto demasiado ahora mismo, medio ebria y cachonda, pero este beso se siente —e incluso sabe— diferente. Hasta ahora, nuestros besos han sido el comienzo, la mitad, y el final de la historia. Este, sin embargo, sabe que solo es el capítulo uno. Y qué primer acto es, con solo un problema—estamos detenidos en la acera. Parece que hemos llegado a la misma conclusión al mismo tiempo, separándonos con sonrisas reticentes.

Mis pensamientos están volviéndose locos, repitiendo cada mirada sexy, cada casi caricia, cada triste sacudida de cabeza de Edward justo antes que él presionara la pausa en el pasado. Hoy no.

—¿Edward?

—¿Hmm?

—¿Recuerdas esa noche en tu estudio...?

—Oh, . —Tiene una sonrisa adorable en su rostro que me hace reír.

—¿Recuerdas decir algo sobre cómo imaginabas desnudarme por primera vez?

No es la parte más feliz de su recuerdo de esa noche, y su sonrisa se cae.

—Sí.

—Bueno, ¿cómo... imaginabas... desvestirme?

Incluso a través de sus Ray-Bans, puedo sentir el calor cuando me mira, la dilatación de sus orificios nasales mientras me respira. Esa expresión pasa por su rostro, la expresión no-debería-comer-el-postre-primero, pero esta vez, la vence.

Sus labios se curvan ligeramente en las esquinas.

—Hay distintas variaciones de la escena —dice con un tono que derrocha deseo—, dependiendo de mi nivel de paciencia... y lo que tienes puesto. —Se acerca un poco más, más contacto, menos espacio—. Por ejemplo, este solero...

Un estremecimiento recorre el largo de la cremallera en mi espalda.

—Creo que te pondría frente a mí, ambos de pie frente al espejo.

Mis párpados se cierran; mi respiración se acelera. Puedo ver la imagen que está describiendo como si fuera una fotografía frente a mí.

—Besaría tus hombros primero, luego tomaría tu cabello con una mano, descubriendo tu cuello... —Su mirada se mueve hacia la parte trasera de mi cuello. Su lengua se desliza por su labio inferior—. Comenzaría a bajar la cremallera y observaría la tela caer a ambos lados, dejando un sector de piel que besaría... hasta llegar a tu sostén.

Un gemido se me escapa. No estoy segura de que pueda sobrevivir al relato. ¿Cómo demonios sobreviviré a la acción?

—Tendría que soltar tu cabello para desabrochar tu sostén. Entonces, terminaría de abrir la cremallera, por completo... —Echa un vistazo alrededor para ver qué tan bajo va, exactamente—. Carajo.

Por mucho que me encante estar con mi educado caballero, hay algo tan jodidamente sexy sobre Edward ligeramente fuera de control. ¿Un elemento de imprevisibilidad, quizás? O quizás el solo saber que yo provoco esto en él. Yo. El postre de Edward.

De alguna manera, milagrosamente, regresamos a Napa River Inn a la hora indicada. El recepcionista desliza un sobre de papel con dos llaves plásticas sobre el mostrador. Edward busca nuestros bolsos del capitán de botones, desliza uno en cada hombro, y prácticamente me carga hacia el ascensor. Sujetándome contra la pared del fondo, comienza el beso de capítulo dos, deteniéndose abruptamente cuando suena la campana, para sacarme del ascensor y jalarme por el pasillo.

Preparo la llave mientras él se presiona contra mí por detrás.

—¡Más rápido, más rápido! —bromea, mordisqueando mi lóbulo.

—¡Eso no ayuda! —Deslizo la tarjeta, una y otra vez hasta que finalmente la luz marca verde.

Edward se estira a mi alrededor y sostiene el pomo.

—Eres demasiado lenta.

Y estamos adentro. Mi corazón late en mi garganta—¡bum, bum, bum! Los bolsos se deslizan de los hombros de Edward y caen al suelo—¡bum, bum, bum!

Da un paso hacia mí, y otro.

Estoy temblando. No puedo respirar.

Jamás he deseado algo o a alguien de la manera que deseo a este hombre, y él me observa de la misma manera.

¿Cómo irá esto? ¿Cómo se moverá Edward? ¿Cómo se sentirá a mi alrededor? ¿Dentro de mí? ¿Quién seré con él?

No tengo idea de los detalles, pero sé, con alarmante seguridad, que seremos muy, muy buenos en esto juntos.

Sus manos encuentran la parte trasera de mi cabeza; sus labios encuentran los míos. Su lengua, dulce y sexy y familiar. Tan increíble.

Más profundo. Más lento. Beso, beso, beso, bessssssso.

Todo mi mundo consiste en este delicioso festín de beso. Casi podría ser suficiente—si el movimiento urgente de su lengua junto con la mía y sus gruñidos demandantes no me dejaran ardiendo por mucho más.

Su mano en mi espalda me jala contra su firme cuerpo. Dos manos ahora. Brazos fuertes sosteniéndome, deslizándose hacia abajo, dando un apretón. Bessssssso. Aprettttttón.

Respiración muy pesada. Jadeos. Suspiros mareados. Girando. Volando.

La punta de un dedo se desliza por mi cuello. Su tacto es fuego. Estoy en llamas.

Mis dedos se cuelan por debajo de su camisa, encontrando piel. Él jadea. Arriba, arriba, arriba, apartando la camisa. Su estómago está bronceado y firme. Una suave línea de vello se extiende desde su ombligo a la hebilla de su cinturón. Pezones oscuros se endurecen bajo mis dedos. Sus brazos se cierran a mi alrededor; floto dentro de ellos. Fuertes, seguros, robustos.

Respira.

Su aliento sopla contra mi cabello. De una manera suave y relajante. Respira.

Un dedo lleva mi cabello por detrás de mi oreja. Sus labios están allí, justo en mi oído, haciendo cosquillas.

—¿Qué tal si encontramos ese espejo así puedo quitarte el vestido? —Sus palabras vibran en su pecho, luego en el mío.

—Sí.

Lo hace, exactamente cómo prometió, excepto que no sabíamos que él estaría sin camisa. No me advirtió que mirarlo a los ojos en el espejo mientras ardían en mí sería como mirar al sol, y no podría hacerlo por mucho tiempo porque me derretiría.

No sabía lo emocionante que encontraría verlo girar mis pezones entre sus dedos o cómo no querría que se detuviera. Abro los brazos y los envuelvo alrededor de su cuello así él podía tomar lo que sea que quiera.

No sabía que mis rodillas cederían la primera vez que él me tocara entre las piernas, y que él me tendría que sostener como a una muñeca de trapo contra su cuerpo mientras ambos observábamos cómo me hacía estallar en un millón de pedazos de éxtasis.

Me carga hacia la cama, y sus ojos no abandonan mi cuerpo desnudo —y los míos el suyo— mientras desabrocha el cinturón, se quita los zapatos, abre sus jeans y aparta sus calzoncillos oscuros. Esperar no es una opción. Me apoyo contra su pecho, balanceándome al borde de la cama, y envuelvo mis brazos alrededor de su cintura y beso su vientre, yendo cada vez más abajo.

Él gime cuando lo tomo en mi boca y jala de mi cabello entre sus dedos y gruñe.

—Bella... Bella. Será mejor que te detengas.

No quiero detenerme, pero lo hago.

Él me besssssa de nuevo y sube a la cama y me acuesta boca arriba. Rodilla, rodilla, mano, mano, rodilla, mano, rodilla, mano. Se cierne sobre mí como un enorme gato, lamiendo, mordisqueando, y ronroneando al subir por mi cuerpo. Se apoya sobre sus codos y me encuentro debajo de él y él sobre mí y se retuerce entre mis muslos y siento ese mágico piel contra piel por todo mi cuerpo. Caliente, duro, y listo.

Se apoya sobre sus palmas, rompiendo nuestro beso. Atontado con deseo, pregunta si estoy lista para esto.

—¿Estás segura?

Y digo «¡Sí, sí, SÍ!», y él se ríe y dice «ya regreso». Por supuesto que él se encargaría de eso porque él se encarga de todo.

Regresa todo envuelto y gloriosamente erecto. Voy a necesitar pasar mucho tiempo con eso, pero no ahora. Hemos esperado lo suficiente.

Mis rodillas se separan en invitación. Sus labios siguen el gentil movimiento de su palma a lo largo del interior de mi muslo, dejando suaves besos como pequeñas linternas iluminando el camino. Él deja un último beso en mi entrada, como si reconociera lo lejos que hemos viajado para llegar a este punto.

Me toca con sus talentosos dedos, se arrima más, y encuentra mi mirada con una intensidad que arrasa todo excepto lo que sucede justo aquí en esta cama.

Guía su punta a mi entrada, y no hay vuelta atrás. Entra en mí, siempre con cuidado de no lastimarme pero persistente en su búsqueda del placer. Cómo logra este delicado balance me llena de asombro.

Él se acerca y mece sus caderas, yo hago lo mismo con las mías. Con un poco de modificaciones íntimas, descubrimos el ángulo perfecto para los dos. Se mueve más profundo, luego hacia atrás y adelante de nuevo, hasta que todo de él se encuentra dentro de mí y estoy llena, y literalmente no hay espacio entre nosotros.

—¿Estás bien? —pregunta innecesaria pero dulcemente. Le aseguro que estoy mucho más que bien.

Encuentra su ritmo, embiste sus caderas, abandona sus modales. Finalmente. Este es Edward, puro y real.

Gime; me estremezco.

Lo jalo más profundo dentro de mí, tenso mis muslos a su alrededor. Él gruñe, primal y excitante. Su boca encuentra mi pecho; sus dientes rozan mi pezón. Cierro los ojos pero inmediatamente los abro de nuevo, porque la dicha desinhibida de Edward es una experiencia hermosa, y no quiero perderme de ningún momento—especialmente la primera vez.

Las lágrimas se acumulan en mis ojos mientras él persigue su éxtasis. Se tensa, jadea entrecortado, y embiste dentro de mí con movimientos erráticos y potentes. Mis lágrimas se liberan junto con él, cayendo por mis mejillas. Sé con seguridad que jamás seré más feliz que en este momento exacto.

Edward levanta la cabeza y me sonríe soñolientamente.

—Eres increíble —dice, y desliza la yema de su pulgar bajo mis ojos, uno a la vez—. Gracias.

Una lágrima solitaria rueda por su mejilla, y me doy cuenta que ya estoy equivocada. Ya soy más feliz.