Capítulo 30: Una chispa

"It doesn't take a declaration, or an invasion to start a war. All it takes in an "us" and a "them". And a spark."

(No se necesita una declaración o una invasión para comenzar una guerra. Todo lo que se necesita en un "nosotros" y un "ellos". Y una chispa.)

Ada Palmer, Seven Surrenders.


El departamento de Seguridad Mágica contaba con una de las Redes de Vigilancia más avanzadas de toda Europa. Algunos argumentaban que se debía al talento y la iniciativa propia de la comunidad mágica inglesa. Megara Fishback tenía otra teoría mucho más lúgubre y menos popular: ella pensaba que se debía a las guerras.

La constante exposición a amenazas y ataques había obligado al Ministerio inglés a evolucionar y a desarrollar nuevas tecnologías para poder combatir a sus enemigos. No se le escapaba lo hermosamente irónico de que, para asegurar la paz, primero habían necesitado de la guerra. Las armas con las que contaban hoy para protegerse existían solo porque una amenaza mortal las había precedido.

Sin importar cuál de las dos posturas fuera la cierta, era innegable que tras la Segunda Guerra Mágica, la Red de Vigilancia había evolucionado hacia una versión capaz de monitorizar de forma mucho más precisa la magia que se realizaba dentro del país.

Sobre todo a la magia negra. Con la colaboración de los Inefables, habían logrado establecer el sistema de rastreo de Maldiciones Imperdonables y habían reforzador los Velos que protegían las zonas mágicas. Junto al Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas, habían perfeccionado la detección de cualquier evento fuera de lo habitual, explosiones de magia no controlada, actividad inusual en zonas mayoritariamente muggles, entre otras. Incluso el departamento de control de Criaturas Mágicas había colaborado, desarrollando magia para escanear la presencia de criaturas tanto aéreas como terrestres.

La Red de Vigilancia Mágica era el resultado de veinticinco años de trabajo coordinado entre múltiples departamentos, y uno de los mayores orgullos del Ministerio de Magia. Su control y manejo había estado históricamente a cargo del Departamento de Seguridad Mágica, algo que nadie se había atrevido a cuestionar hasta la llegada de Godwin Bradshaw a la jefatura del Departamento de Accidentes y Catástrofes Mágicas.

Desde el día uno Bradshaw hizo notar su descontento con el rol que cumplía su departamento dentro del Ministerio, considerando que no se le daba la misma importancia que a Seguridad Mágica, Misterios, o Relaciones Internacionales. Conforme fueron avanzando los años, su odio fue enfocándose de manera más certera en el departamento de Seguridad y, más específicamente, en el Cuartel de Aurores.

No era ningún secreto que la raíz de este resentimiento provenía de los inicios de Bradshaw en el Ministerio, cuando su primera elección y ambición había sido nada menos que ingresar al programa de formación de Aurores de Camelot. Sin embargo, Godwin no logró entrar al programa, y en cambio, terminó tomando una plaza libre dentro del Escuadrón de Revisión de Magia Accidental. Los años solo acrecentarían su envidia al trabajo que se llevaba a cabo en el sector de los Aurores, impulsándolo a crear su propia iniciativa dentro del departamento de Accidentes.

Así fue como nació el E.R.I.C (Equipo de Respuesta Inmediata a Catástrofes), una forma astuta de lograr introducirse dentro del codiciado sistema de vigilancia mágica. Cada vez que la Red de Vigilancia detectaba o era informada por los oficiales que patrullaban la ciudad de alguna actividad paranormal posiblemente vinculada con la magia, se alertaba al ERIC para que acudiera a la zona e intentara contener el incidente. Originalmente, habían sido creados como equipos de contingencia, para resolver lo que podía resolverse sin grandes complicaciones o bien controlar y esperar a que llegaran los equipos especiales. Y allí era donde volvía a tensarse la soga con Bradshaw, pues inevitablemente llegaba un punto en el cual debían ceder el poder a los Aurores, cuando de cuestiones de seguridad nacional o magia prohibida se trataba.

Pero con la aprobación de su última reforma de la Ley de Vigilancia, Bradshaw había conseguido algo que muchos creían imposible: había obligado al departamento de Seguridad a compartir su responsabilidad, y más importante aún, su autoridad en materia de seguridad y protección. El ERIC ya no era simplemente un equipo de contingencia, sino una unidad de combate. Y lentamente, con cada error que cometía el cuartel de Aurores, el ERIC ganaba más y más poder.

Así que cuando los Vigilantes (así era como llamaban a los operarios de la Red de Vigilnacia) llamaron a Megara y su equipo con carácter urgente, ésta no se sorprendió de encontrar en el interior de la habitación al oficial Fabius Tibalt, del ERIC.

—¿Qué mierda hace él aquí? —gruñó a su lado Quentin Clearwater, dando un paso amenazador hacia Tibalt.

—Estoy de guardia. Me mandaron a llamar, igual que a ti, Clearwater —respondió éste a la defensiva, manteniendo el mentón en alto de forma orgullosa.

—Tú no tienes nada que hacer aquí —insistió Quentin, entre dientes apretados.

—La ley dice lo contrario —retrucó Tibalt, plantándose con los brazos cruzados frente a él. El rostro de Clearwater se encendió con pura ira, un músculo en su mandíbula temblando a causa de la tensión.

Fishback alzó un brazo, colocándolo por delante de Quentin, conteniéndolo. Una mirada de advertencia fue suficiente para que Clearwater se mordiera la lengua, tragándose lo que fuese que estaba a punto de decir y que Megara estimaba que no serían palabras agradables.

El último año no había sido sencillo para Quentin, no desde la pérdida de su Mentor durante el ataque en el Callejón Diagon. Siempre había sido un muchacho de rígidos criterios y rigurosa moral. La muerte de Drake Mufson había endurecido aún más su carácter, reforzando las líneas estrictas que dividían sus creencias. Decidido a conseguir justicia por los crímenes del Callejón Diagon y Hogsmeade, Clearwater mostraba nula tolerancia hacia todo lo referente a la Rebelión de los Magos, y su recelo era más que evidente cuando se trataba de los miembros del ERIC. Quentin se había expresado en múltiples ocasiones abiertamente en contra de trabajar con el ERIC, convencido de que el único objetivo de dicha unidad era desestabilizar el poder y la autoridad de los Aurores, facilitando así un ataque externo por parte de la Rebelión hacia el Ministerio de Magia.

Megara no podía negar que, aunque sonaba sumamente paranoide, tenía sentido. Pero aquel no era el momento ni el lugar para discutirlo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, ignorando la riña entre Quentin y Tibalt, y dirigiéndose directamente hacia uno de los Vigilantes que se encontraba de pie junto a un tablero complejo y una proyección de partículas pequeñas, como polvo, que flotaban adoptando distintos dibujos y patrones, formando a una especie de mapa.

El Vigilante lucía particularmente nervioso, mientras movía su varita mágica haciendo girar tuercas sobre el tablero, cambiando la diagramación y los colores del mapa.

—Hemos detectado una actividad mágica anormal en el suroeste, cerca de Dartmoor —respondió el Vigilante, sin despegar los ojos del mapa. Una nueva bocanada de polvo brotó de una de las tuercas, dándole forma al mapa para imitar la región que acaba de nombrar.

—¿Qué tipo de actividad? —insistió Fishback, frunciendo el ceño.

—Una especie de… migración —respondió el Vigilante con cierta vacilación, mientras entornaba los ojos para analizar con más detalle el mapa. Señaló con un dedo hacia la zona donde podían distinguirse una multitud de pequeños puntos de color rojo que resaltaban contra el tono grisáceo del mapa. Se deslizaban como un enjambre de abejas, moviéndose y avanzando hacia el sur.

—¿Qué son esos puntos? —Rama Dallas, su Discípulo, formuló la pregunta con reticencia, como quien no está seguro de querer escuchar la respuesta. El Vigilante tragó saliva, y por primera vez, torció la vista de la pantalla para mirarlos.

—Personas —dijo en un tono lúgubre. Megara intentó contar los puntos. Estaban tan apretados entre sí que era imposible diferenciarlos por completo, pero debía de hacer varios cientos de ellos.

—¿Magos? —intervino Quentin, recuperando su actitud profesional. El Vigilante se encogió de hombros.

—No… Al menos no todos ellos —respondió mientras que se acariciaba el mentón de forma pensativa, como si fuese un acertijo que no terminaba de descifrar.

—Hay una comunidad de hombres lobos viviendo en el Parque de Dartmoor —la voz del oficial Tibalt se escuchó como un susurro, casi como si no quisiera que lo escucharan. Pero todos los rostros se giraron de inmediato hacia él, atentos. El hombre se sonrojó, visiblemente incómodo con la repentina atención que recibía. —Se exiliaron hacia las profundidades del bosque después de que se aprobara la reforma a la Ley de Control y Registro de Hombres Lobos el año pasado… Se negaron a colocarse el Rastreador, y han estado prófugos dentro del bosque desde entonces.

Megara recordaba muy bien aquella reforma. Había supuesto una convulsión para todo el Ministerio, y la ruptura de años de diálogo con la comunidad licántropa. Tras el ataque a una muchacha en Hogsmeade por parte de un hombre lobo, el Departamento de Criaturas Mágicas había modificado la ley que regulaba a los hombres lobos, haciendo obligatoria la colocación de un Rastreador mágico. Muchos dentro de la comunidad licántropa se habían sentido insultados y ofendidos por esta nueva ley, negándose a cumplirla, escapando hacia lugares donde el Ministerio no pudiera perseguirlos. Los pocos avances que el gobierno había conseguido con los licántropos en los últimos años se habían desvanecido a causa de esa medida. Viejos resentimientos y falsos temores habían resurgido, y la distancia entre magos y hombres lobos se había ensanchado.

—¿Estás seguro? —quiso asegurarse Fishback. Tibalt pestañó con pesadez, tomando aire profundo antes de responder.

—Antes del ERIC, yo trabajaba para la Unidad de Captura de Hombres Lobos —explicó, evitando mirarla a la cara cuando lo decía—. Mi unidad fue la encargada de lidiar con la zona de Dartmoor—cerró los ojos momentáneamente, el recuerdo atormentándolo.

—¿A qué carajo te refieres con "lidiar", Tibalt? —la voz de Quentin vibraba grave y peligrosa. Tibalt se frotó el rostro con ambas manos, intentando ahuyentar las imágenes que invadían su mente.

—Debíamos asegurarnos de que todos los hombres lobos se colocaran un Rastreador. Es un procedimiento sencillo e indoloro, y ni siquiera te das cuenta que lo tienes puesto… —explicó con la voz quebrada, justificándose de forma anticipada.

—Pero ellos no quisieron —adivinó Megara, sintiendo una extraña molestia en el pecho, imaginándose lo que había sucedido a continuación.

—No, no quisieron —dijo Tibalt con voz torturada—. La situación se salió de control… —tartamudeó, sin encontrar la forma de explicarse—. Teníamos órdenes de arrestar a aquellos que se negaran, de usar la fuerza si era necesario… Así que eso hicimos. Logramos contener a varios de ellos, pero el resto huyó hacia el bosque.

—Joder, Fabius —meneó la cabeza Megara, llevándose una mano a la frente.

—Pedí el traslado al día siguiente —agregó con un tono que rozaba la desesperación—. He intentado compensarlo desde entonces.

—¿En el ERIC? —exclamó Quentin con sorna. Tibalt le lanzó una mirada furibunda.

—Estoy aquí para ayudar —le aseguró Tibalt.

—Pues vamos a necesitar de esa ayuda —dijo Megara, una sombra turbando sus rasgos mientras observaba a la masa de hombres lobos avanzar por el mapa. —Se están aproximando a un asentamiento de civiles muggles —les informó.

Un silencio expectante se extendió entre ellos, denso y alarmante. Ellos eran los únicos de guardia esa noche, por lo que decisión recaía sobre sus hombros. Megara se irguió en toda su estatura, asumiendo la responsabilidad de lo que preveía sería una catástrofe.

—Activa la alarma de emergencia. Llama a los refuerzos —le ordenó al Vigilante.

Aquella prometía ser una noche larga y peligrosa.


Molly despertó con el golpeteo insistente en la puerta de su habitación, saltando de la cama y sacando la varita de debajo de la almohada de forma refleja. Desde que vivía entre la Juventud Rebelde se había acostumbrado a dormir con un arma siempre cerca. Era un sueño intranquilo y superficial, pero era la única forma de asegurarse que despertaría a la mañana siguiente. No confiaba en nadie allí adentro. No debía confiar en nadie. Draco se lo había advertido, y ella lo había comprobado en carne propia: aquí cada uno velaba por sus propios intereses. Molly incluida.

—¡Despierta, princesa! —la voz jocosa de Jolie resonó desde el otro lado de la puerta con esa entonación que Molly nunca terminaba de descifrar si era amigable o sarcástica.

—Es la madrugada. ¿Qué sucede? —Molly abrió la puerta todavía aturdida por el sueño, los ojos hinchados y la visión borrosa.

Jolie le arrojó un bulto contra el pecho que Weasley logró atrapar a duras penas.

—¿Querías ser uno de nosotros? Ha llegado tu oportunidad —le respondió Cartier con una sonrisa torcida. —¡Vístete y baja de inmediato a la sala principal! —le gritó por sobre el hombro, mientras se alejaba hacia la siguiente puerta.

Molly bajo la mirada hacia el bulto que se encontraba entre sus manos y tardó en comprender lo que estaba viendo. Por un instante, fue como si su corazón se detuviera en su pecho, una pausa alerta. Cerró nuevamente la puerta de la habitación antes de que alguien más notara su estupefacción.

Era una túnica. Pero no era cualquier túnica. Era una túnica escarlata. Una túnica encantada.

Una túnica de la Rebelión.

La dejó caer al piso como si la tela le hubiese quemado en los dedos, aterrada frente a la realización. Retrocedió tomando distancia de la prenda, su respiración acelerándose en su pecho, sus pensamientos arremolinándose peligrosamente dentro de su mente.

Esa túnica representaba todo lo que Molly repudiaba. Era el motivo por el cual se había unido a los Aurores. Era lo que buscaba erradicar. No podía ponerse esa túnica sin traicionar sus principios más básicos y arraigados dentro de ella. Sin traicionarse a sí misma.

Haz lo que tengas que hacer para sobrevivir ahí adentro, Molly.

Las palabras ominosas palabras de Draco adquirían un nuevo significado ahora. Como si él hubiese previsto que este momento llegaría. Como si él supiese cómo se sentiría ella al respecto.

Molly maldijo entre dientes y tomó la túnica del suelo, deslizándola con un movimiento rápido por encima de sus hombros, sin demorarse, sin detenerse a pensarlo demasiado, tan rápido como arrancar una venda de un herida.

Y allí estaba ella ahora frente a un espejo. Con el cabello oscuro de su madre y las pecas de su padre, los anteojos torcidos en el puente de su nariz y una expresión seria en los labios… Y la túnica roja cubriéndole los hombros como un manto, cayendo por su espalda, aferrada alrededor de su cuello con un rubí precioso.

Con manos temblorosas, sujetó la capucha entre sus dedos y tiró de ella hacia delante, para cubrirse la cabeza. El efecto fue inmediato. El hechizo modificado de oscuridad se activó en la capucha tan pronto como ésta quedó colocada sobre su cabeza, obstaculizando la visibilidad de su rostro. Era una pieza mágica soberbia, porque no afectaba en lo más mínimo la visibilidad de Molly desde el interior. Pero mientras llevara puesta esa capucha, nadie sabría quién era ella.

Tan solo una bruja más en las filas de la Rebelión, peleando contra los que alguna vez la habían considerado su amiga. Un escalofrío le recorrió la espalda. Volvió a tirar de la capucha hacia atrás, descubriendo su rostro, incapaz de seguir mirando ese reflejo.

El alboroto del exterior la regresó a la realidad. La esperaban en la sala principal. Abandonó la habitación sin volver a mirarse en el espejo.

Hero Morgan aguardaba con brazos cruzados al frente de la sala, observando cuidadosamente mientras los jóvenes brujos ingresaban a la misma. Molly recorrió sus rostros en un escaneo veloz, buscando a una persona en particular, pero no la encontró. No había señales de Gweneth Rosier por ningún lado. No supo si sentirse aliviada o aún más intranquila. Cuando se trataba de Gweneth nunca sabía cómo sentirse.

En cambio, reconoció a Zafira Avery ubicada a la derecha de Heros, una expresión ansiosa en su rostro, sus ojos claros relampagueando con anhelo mientras contemplaba cómo la gente se acumulaba frente a ella. En una esquina del salón, recostado contra una de las columnas, aguardaba también Lancelot Wence. Llevaba la misma expresión vacía y desapasionada que Molly le había visto la primera noche allí, cuando la había torturado sin un ápice de vacilación.

No eran los únicos rostros conocidos. Y no se le pasó por alto que todos vestían de rojo, con túnicas idénticas a la suya, fabricadas en una tela resistente y peculiar, que le recordaba de forma preocupante al material con el que fabricaban los uniformes para los Aurores, diseñados para proteger y repeler hechizos simples.

—Hermanos y hermanas —los llamó Zafira cuando todos estuvieron en el interior, alzando las manos a modo de bienvenida. —Los hemos convocado hoy aquí porque algo terrible ha sucedido esta noche. Un acto de violencia y despotismo por parte del Ministerio que no podemos ignorar, y que nos obliga a intervenir —anunció en un tono solemne y sombrío. El silencio se hizo absoluto en la sala, y Zafira lo prolongó varios segundos para acrecentar la expectativa que sus palabras habían ocasionado. —Una comunidad de hombres lobos, a la cual varios de nuestros hermanos magos estaban asistiendo, fue brutalmente atacada por las fuerzas de seguridad de nuestro gobierno mientras intentaban recuperar sus tierras —informó Zafira con gesto serio, mientras meneaba la cabeza con pesadez.

La indignación no se hizo esperar entre el público. Las voces de muchos se alzaron por encima del murmullo general, y aunque Molly no llegaba a distinguir todo lo que decían, el descontento y el desprecio hacia la noticia eran evidentes. Reclamaban justicia y explicaciones. Insultaban al gobierno y a las fuerzas de seguridad. Demandaban acción… y venganza.

Zafira les permitió gritar durante varios minutos, asintiendo de manera condescendiente con la cabeza a los comentarios de odio y división, alimentando el repudio hacia el gobierno y fomentando la creencia de que el Ministerio se había vuelto una fuerza autoritaria y peligrosa.

—Lamentablemente, las malas noticias no terminan ahí, mis queridos colegas —continuó Zafira, llevándose una mano al pecho como si pronunciar aquellas palabras le generara un intenso dolor—. Durante el enfrentamiento, dos hombres lobos y un mago fallecieron. La mayor parte de la manada se vio obligada a regresar al bosque donde llevan meses escondiéndose, pero varios de nuestros hermanos brujos fueron apresados durante el enfrentamiento y enviados a Azkaban —una ola de gritos iracundos siguió a sus palabras—. Tres de ellos fueron trasladados a San Mungo dado que presentaban heridas que requerían atención médica, pero su destino será también la prisión una vez que reciban el alta… A menos que nosotros actuemos.

Molly estaba sorprendida con la habilidad que tenía Zafira para desvirtuar los hechos y encausarlos a su favor. Dudaba de que a ella le importara una mierda la comunidad de hombres lobos, pero la ventaja que este enfrentamiento generaba a su favor era evidente. Civiles habían muerto durante el mismo. Dos de ellos eran miembros de una de las comunidades más maltratadas del mundo mágico. Una comunidad a la cual el gobierno había ignorado sistemáticamente, y a la que, tras el asesinato de Dalia Cruz, había perseguido viciosamente. Una comunidad a la cual la Rebelión le había ofrecido ayuda a cambio de que pelearan a su lado.

El discurso de Zafira Avery era consistente con lo que Molly le había escuchado decir en otras ocasiones anteriores: de alguna forma, se las apañaba para que todo siempre girara en torno a la abolición del Estatuto de Secreto Mágico. Pronunciaba aquel discurso como si fuese una obviedad que solo un necio podía ignorar: si el mundo mágico no estuviese tan restringido y limitado, los hombres lobos no estarían relegados a vivir en bosques inhóspitos. No se verían forzados a inhibir y restringir su naturaleza, a reprimir sus poderes. Los accidentes relacionados a ataques de hombres lobos o lo peligros asociados a las transformaciones sin el uso de poción Matalobos eran justificados por Zafira como el resultado de años de opresión que los había imposibilitado a poder controlar su magia.

Y ahora, por fin, se le presentaba una oportunidad para justificar su discurso. La pequeña llama que habían encendido con el crimen de Dalia Cruz había escalado hasta convertirse en un verdadero incendio que amenazaba con devorarse la frágil paz que sostenía a la comunidad mágica. Las palabras de Avery eran como gasolina, alimentando una chispa con la esperanza de convertirla en una llamarada.

—Cada uno de ustedes ha sido especialmente seleccionado para esta misión de rescate. Hemos visto en ustedes las aptitudes necesaria para poder llevar a cabo una de las tareas más difíciles y a la vez más heroicas que podría habérseles presentado —la voz de Zafira destilaba enérgico orgullo que el público devoraba famélico. Molly sentía la opresión en su pecho crecer con cada palabra que le escuchaba pronunciar, el final volviéndose cada vez más evidente y aterrador—. Hoy, antes de que el sol asome en el cielo, liberaremos a nuestros tres hermanos que se encuentran prisioneros en San Mungo. ¡No permitiremos que ningún otro mago o bruja inocente pague los errores del Ministerio! ¿Quién está conmigo? —exclamó Zafira con bravura, levantando el puño en el aire con excesivo entusiasmo, ocasionando una oleada de gritos y ovaciones entre los presentes, que alzaron también sus manos en gestos de incondicional apoyo.

En medio de aquel ambiente caldeado, Heros Morgan y Jolie Cartier se abrieron paso entre la gente, separándolos en dos grupos. Molly calculaba que no podía haber más de quince personas en total en aquel lugar. Y a pesar de que ella se sentía completamente desorientada, el resto de los presentes parecían saber exactamente lo que debían hacer. Han estado preparándose para esto, comprendió. Aquello no era un rescate improvisado. Era un plan metódicamente trazado, pensado en su absoluto detalle.

—Tú vienes conmigo, cariño —le dijo Jolie al pasar junto a Molly, palmeándole el hombro con una fuerza que tomó por sorpresa a la muchacha, doblándole las rodillas.

—¿A dónde? —le preguntó Molly, intranquila. Era como caminar por un precipicio con los ojos vendados: no tenía idea de cuál era el plan. Y Jolie pareció disfrutar su incertidumbre, porque una de sus sonrisas gatunas se dibujó en sus labios.

—¿Es que no estuviste prestando atención al hermoso discurso de nuestra querida Zafira? —dijo con sorna Jolie—. Vamos a hacer una visita a San Mungo.

—¿Y cómo, exactamente, piensas entrar con toda esta gente? ¿Planeas simplemente golpear a la puerta y entrar? —inquirió Weasley, irritada.

—¿Quieres que nos maten a todos, Molly? —chasqueó la lengua Jolie—. Usaremos la puerta trasera—respondió Jolie con simpleza, como si eso fuese explicación suficiente, y empezó a caminar hacia la salida del salón, con el resto de su equipo siguiéndola como fieles soldados.

—El hospital debe de estar repleto de Aurores custodiando a los… prisioneros —Molly seleccionó cuidadosamente sus palabras, asegurándose de no llamarlos criminales.

—Pues entonces vamos a necesitar de tus particulares habilidades. Me han dicho que haces unos escudos de la puta madre —se atrevió a bromear Cartier en un tono sobrador.

La estaban poniendo a prueba. Lo sabía. Estaban midiéndola, viendo hasta dónde se atrevía a llegar. Qué tanto estaba dispuesta a sacrificar. Igual que lo habían hecho la noche en que la habían torturado. Solo que esto era un tipo de tortura diferente.

No tuvo tiempo para seguir interrogándola. El resto del grupo les dio alcance, rodeándolas e interponiéndose entre ambas, empujando para avanzar por los estrechos pasillos hacia el exterior de la vivienda, donde los aguardaban una serie de trasladores caseros e ilegales.

Era una noche despejada e, irónicamente, sin luna. El grupo de Heros Morgan fue el primero en partir, desapareciendo con un chasquido seco que resonó ominosamente en el silencio nocturno. Jolie comprobó su reloj, contando los minutos mientras transcurrían. Esperó quince minutos para dar finalmente la señal. Molly se sujetó al Traslador y sintió el distintivo tirón a nivel del ombligo cuando éste se activó.

Cuando sus pies volvieron a tocar el suelo, ya no se encontraba en las afueras de la ciudad, sino en pleno Londres, o al menos, en lo que esperaba que fuera Londres, porque el caos general dificultaba identificar la ciudad.

En solo quince minutos, el grupo de Heros Morgan se las había arreglado para causar una escandalosa revuelta en la calle frente a la entrada oculta de San Mungo. Habían incendiado los contenedores de basura, habían explotado los cristales de los edificios circundantes, y varios magos estaban lanzando chispas de color rojo hacia el cielo, como fuegos artificiales que proyectaban una luz sangrienta sobre el apocalíptico escenario.

Molly reconoció los uniformes de los Aurores en medio del desastre, apagando incendios, controlado los derrumbes de los edificios muggles e intentando apresar a los causantes de todo aquel descontrol.

—Muévete —gruñó por lo bajo Jolie, dándole un empujón hacia una calle lateral.

Molly había ingresado en varias ocasiones a San Mungo, pero siempre lo había hecho por la entrada principal del edificio Purge y Dowse. Sabía que existían otras formas de acceder al hospital, pero desconocía dónde se encontraban.

Jolie, sin embargo, parecía saber perfectamente a dónde se dirigía, pues caminaba con determinación. El estrecho callejón se encontraba desierto y oscuro, a excepción de un único farol que resaltaba a mitad de cuadra. La bruja se detuvo bajo el mismo y volvió a comprobar la hora en su reloj. Luego, sus ojos se posaron expectantes sobre la pared de ladrillo frente a ella.

Como si los hubiese llamado con el pensamiento, los ladrillos comenzaron a replegarse unos sobre otros, revelando la presencia de una puerta oculta. La puerta se abrió y una sonrisa perturbadoramente sincera se dibujó en el rostro de Jolie.

—Siempre puntual, Gweny —saludó a la Sanadora.

Gweneth Rosier se encontraba en el arco de la puerta, sosteniéndola abierta para que el grupo de Jolie Cartier pudiese ingresar al hospital. Vestía su túnica verde oliva y la misma expresión seria e inescrutable que Molly le había visto cada vez que se habían cruzado en San Mungo. Su mirada se desvió tan solo unos instantes hacia Molly, para luego regresar velozmente a Jolie.

—Se encuentran en la cuarta planta —le informó de manera expeditiva Rosier a su vieja amiga de Beauxbatons—. Pero hay aurores vigilando el corredor.

—Tú llévanos hasta allí. Nosotros nos encargaremos de los aurores —prometió Jolie, guiñándole un ojo de manera confiada.

—Esto es un hospital, Jojo —le susurró Gwen por lo bajo, una de sus manos cerrándose con fuerza sobre el antebrazo de Jolie, reteniéndola. Sus labios estaba tensos en un gesto de evidente advertencia.

—Bien —aceptó Cartier, poniendo los ojos en blanco—. Intentaremos causar el menor daño posible —le prometió en un tono aburrido, como si Gwen le hubiese arruinado el momento—. ¡Prestad atención! —llamó al resto. Todos giraron sus rostros hacia ella, expectantes. —Debemos movernos rápido. Cada segundo que pasamos aquí adentro disminuye nuestras chances de salir con vida —hizo una breve pausa para permitir que las palabras penetraran en el grupo—. La mayor parte de los aurores estarán ocupados conteniendo al grupo de Morgan, pero aun así, calculamos que habrá al menos tres aurores custodiando el cuarto piso. Nuestro objetivo no es matar aurores —recalcó Jolie, arrojándoles una mirada intensa a cada uno de ellos—. Estamos aquí para rescatar a los prisioneros. Una vez que tengamos asegurados a nuestros objetivos, saldremos por este mismo lugar por donde hemos entrado. Quiero que todos sincronicen sus relojes. Tenemos quince minutos para salir de aquí. ¿Entendido? —les advirtió. Un movimiento de asentimiento silencioso recorrió al grupo—. Colóquense sus capuchas, Rebeldes. Es hora de trabajar —les ordenó Jolie, mientras sus dedos tiraban de la tela roja hacia arriba para cubrir su cabeza, el hechizo de oscuridad ocultando su socarrona sonrisa.

Molly obedeció, imitándola y deslizando la capucha una vez más sobre su cabello. La magia que embebía la tela era fascinante. Era liviana, prácticamente imperceptible sobre su cuerpo, y sin embargo, emanaba un halo de protección y de energía reconfortante. Igual que como lo había hecho alguna vez el uniforme de aurora.

Rosier los guió por los pasillos laterales y caminos menos transitados, esos que habitualmente solo utilizaba el personal que trabaja en el hospital. Había pocos Sanadores durante la noche, únicamente aquellos que se encontraban de guardia cuidando a los enfermos o atentos a cualquier urgencia que pudiese surgir, y Rosier seleccionaba cuidadosamente el camino para evitar toparse con ninguno de ellos. A lo lejos, podían escuchar el estruendo del combate que estaba teniendo lugar en la calle. Pero dentro de San Mungo, reinaba una quietud inquietante, como la calma que antecede a una tormenta.

—Gweny, quédate aquí —sugirió la voz de Jolie en un tono protector, desde debajo de su capucha, cuando llegaron al rellano de la cuarta planta, antes de cruzar la puerta que comunicaba las escaleras con las habitaciones donde estaban los prisioneros. —Olivia, Patrick y Daniel —llamó dirigiéndose hacia el grupo. Tres personas dieron un paso al frente—. Ustedes cubrirán hacia la derecha. El resto vendrá conmigo —ordenó.

Jolie empujó la puerta y se introdujo en la cuarta planta. El resto de los rebeldes, Molly incluida, la siguieron.

Les tomó unos segundos a los Aurores que custodiaban el pasillo comprender lo que estaba sucediendo. Fue suficiente para que Jolie derribara a uno de ellos con un solo maleficio. Los otros tres, en cambio, lograron esquivar la primera salva de ataques y encontrar resguardo detrás de las columnas que sostenían el edificio.

Molly reaccionó de forma más instintiva que voluntaria. Su varita se encontró en su mano antes de que fuese capaz de comprender la magnitud de lo que estaba haciendo. Un hechizo aturdidor voló hacia ella, y con un movimiento de su muñeca, lo desvió, haciéndolo impactar contra la pared, arrancando pequeños trozos de mármol y piedra.

Así, sin más, se encontró peleando en el bando contrario. Enfrentándose a quienes tan solo unos meses atrás habían sido sus colegas. Vestida en una túnica de la Rebelión, ayudándolos a atacar un hospital repleto de personas inocentes, liberando a criminales de terminar en Azkaban, perpetuando el ciclo de violencia.

El corredor se llenó rápidamente de gritos, explosiones y destellos de colores, mientras maldiciones y hechizos volaban en todas las direcciones. A pesar de que llevaban las capuchas colocadas, Molly no tuvo dificultad para reconocer a Jolie Cartier. Se movía como propulsada por una fuerza indomable, abriéndose paso hacia la habitación donde se encontraba su objetivo. Se mantuvo, sin embargo, fiel a su palabra con Gweneth, y su repertorio de ataques, aunque efectivo, no fueron mortales.

Inmersa en un combate mano a mano con uno de los Aurores, Jolie no se percató de que se había abierto una brecha en la retaguardia. Dos de los Rebeldes a quienes había enviado a cubrir el corredor hacia la derecha habían sido derribados. Molly reconoció a un antiguo compañero de Camelot abriéndose camino hacia Jolie, su varita lista para atacarla por la espalda.

El escudo de Molly no solo evitó que Jolie fuese derribada, sino que envió el ataque de regreso hacia el auror, golpeándolo de lleno en el pecho y haciéndolo aullar de dolor, para luego desplomarse inconsciente.

Jolie apenas se detuvo a hacer un gesto con la cabeza en su dirección a modo de agradecimiento antes de sumergirse nuevamente en la batalla. A pesar de las dos pérdidas que habían sufrido, todavía seguían quedando cuatro rebeldes en pie, contra tan solo un auror. Comprendiendo que no lograría superar a sus enemigos, el auror gastó su último esfuerzo en enviar una señal a través la placa que llevaba en el pecho, solicitando refuerzos.

—Saben que estamos adentro —informó Molly, inclinándose junto al cuerpo inmóvil del último auror, comprobando primero que todavía tenía pulso, para luego inspeccionar su placa. La misma brillaba todavía con la magia de aquel último mensaje de auxilio que había enviado.

—Será mejor que nos apuremos, entonces —fue la respuesta que obtuvo de Jolie, quien a continuación derribó la puerta de la habitación frente a ellos.

—Por fin —exclamó uno de los magos que yacía en el interior de la misma—. Empezaba a pensar que no lo lograrían —se quejó, lanzando una mirada furibunda hacia el exterior, donde apenas llegaba a verse la destrucción que habían dejado a su paso.

—Vamos, Jeremy. ¿Cuándo me has visto fallar? —se rió Jolie, mientras se acercaba a la cama de Jeremy para liberarlo de los grilletes mágicos que lo sujetaban a la misma. —Molly, muñeca, ¿te molestaría ayudarnos? —agregó por encima del hombro en su dirección, haciendo un movimiento con la mano para señalar al otro hombre esposado a la cama contigua.

Molly se sentía como una intrusa dentro de su propio cuerpo. Sus manos traicionaban a su mente una y otra vez, obedeciendo órdenes que despreciaba. Le tomó tan solo unos segundos romper el hechizo de los grilletes, familiarizada con el sistema subyacente. Automáticamente, se giró hacia la tercer cama, solo para caer en cuenta en ese momento de que el último prisionero se encontraba dormido, su pecho subiendo y bajando a un ritmo acompasado y lento.

—Recibió un golpe fuerte en la cabeza y los sanadores le han dado un sedante —explicó Jeremy, mientras se frotaba las muñecas entumecidas allí donde los grilletes lo habían lastimado.

—Ya veo… —masculló Jolie, acercándose—. Olivia los guiará por el mismo camino por el que entramos. Molly y yo nos encargaremos de él —le aseguró, sin siquiera consultarlo con ella. Extendió una de sus manos hacia la cabeza del hombre inconsciente para peinarle los cabellos en un gesto de extrema dulzura que desentonaba completamente con la versión de Jolie que Molly había conocido hasta entonces.

Nadie se atrevió a contradecirla. Molly los observó salir de la habitación y alejarse por el desolado pasillo de la cuarta planta, esquivando cuerpos y escombros.

—¿Ya se han ido todos? —le preguntó Cartier, todavía acariciando con suavidad la cabeza del hombre desconocido.

—Sí —confirmó Weasley.

Jolie chasqueó la lengua y, acto seguido, tomó la almohada de debajo de la cabeza del hombre y la colocó sobre su rostro. Lo hizo con tal delicadeza y cuidado que Molly no comprendió lo que verdaderamente estaba sucediendo hasta que el hombre empezó a sacudirse en la cama, luchando inútilmente por alcanzar la almohada que lo estaba sofocando con sus manos que seguían atadas a los postes.

—¡Estás asfixiándolo! —exclamó Molly, histérica.

—Tranquila… Todo terminará pronto —le susurró Jolie, inclinando su peso aún más sobre la almohada, comprimiéndola un poco más contra el rostro del pobre hombre, ignorando por completo lo que Molly le había gritado.

Horrorizada, Molly observó cómo el hombre se estremecía, sacudiendo las piernas inútilmente, sus manos retorciéndose en ángulos dolorosos contra los grilletes, en un último y desesperado intento por respirar. Los segundos se prolongaron agónicamente, cada instante pareciendo una eternidad, mientras la vida se escurría del cuerpo de aquel hombre sin que ella pudiera hacer nada para ayudarlo.

Finalmente, el hombre dejó de moverse. Sus manos cayeron flácidas contra los grilletes a ambos costados de la cama, y Jolie aflojó la presión sobre la almohada.

—¿Por… —las palabras se atragantaron en la boca de Molly, el impacto de lo que acaba de suceder todavía demasiado fresco e irreal—. ¿Por qué hiciste eso? —le temblaba la voz a causa de la indignación acumulada.

—No podíamos llevarlo con nosotros —respondió Jolie en un tono imperturbable, dándole la espalda al cadáver para enfrentarse a Molly.

—¿Y por eso tenías que matarlo? —agradeció que la capucha mágica le estuviese ocultando el rostro en ese momento, porque de lo contrario Jolie habría visto las lágrimas de impotencia en sus ojos.

—Le ha dado una muerte rápida. Eso es mejor que pasarse el resto de su vida en Azkaban —ofreció como explicación Cartier. Molly sintió cómo la ira se acumulaba en la punta de sus dedos, burbujeando por salir. Y Jolie también lo percibió—. ¿Qué pasa, Molly? ¿Esto se está volviendo demasiado real para ti, cariño? —se jactó de manera provocadora.

Molly respiró profundo, controlándose. Cartier soltó una risa por lo bajo, dando la partida por ganada, y al pasar junto a ella, sus hombros chocaron de forma intencional, empujándola a un lado. La mirada de Weasley se detuvo una última vez en el cuerpo todavía tibio del hombre al que Jolie había asesinado. Yo dejé que lo matara. Podría haberla detenido y no lo hice, pensó con remordimiento. Y luego, salió de la habitación, ignorando los otros cuerpos desparramados por el pasillo del hospital, rezando internamente porque siguieran con vida, dejando atrás tanto a sus antiguos colegas como a los nuevos. Cartier ni siquiera se detuvo a comprobar que los dos rebeldes que habían sido derribados se encontraban vivos.

Corrieron por las escaleras traseras, apresurándose para llegar hasta la puerta de salida antes de que detectaran su presencia. El resto del grupo, o al menos los que habían logrado salir ilesos de allí, los aguardaban en el oscuro callejón.

—¿Dónde está Gwen? —disparó Jolie tan pronto como su mirada terminó de recorrer las cabezas y contarlas.

—Dijo que necesitaba buscar algo antes de irse —informó Olivia, quien ya se había bajado la capucha de su túnica, dejando su rostro al descubierto.

—Mierda —insultó Jolie por lo bajo, comprobando una vez más su reloj.

—¿A dónde fue? —interrumpió Molly. Olivia se encogió de hombros.

—Estábamos ocupados intentando escapar antes de que tus viejos amigos del cuartel de aurores nos cayeran encima, ¿sabes? No tuve tiempo de preguntarle —espetó con resentimiento. Molly dio un paso hacia ella, y a pesar de que su rostro todavía estaba escondido en la sombra de la capucha, algo en su actitud debió de intimidar a Olivia, porque la expresión desdeñosa se esfumó de su rostro para ser reemplazada por una de cautela—. Dijo algo de unos papeles importantes… Una investigación, o algo así. Se fue corriendo hacia el subsuelo sin dar más explicaciones —agregó en un tono más dócil.

Molly giró sobre sus talones, dispuesta a regresar al edificio. Fue Jolie quien la retuvo, interponiéndose en su camino.

—No puedo esperarlas —le advirtió por lo bajo.

—Pues no lo hagas —fue la respuesta de Weasley, y esta vez fue su hombro el que impactó contra Jolie, haciéndola a un lado.

Molly empezó a correr sin ninguna dirección aparente más que descender las escaleras y esperar que la suerte la cruzara con Gweneth. La tranquilidad que había inundado las escaleras la primera vez que habían entrado había sido reemplazada por una estridente y alarmante sirena. Todas las luces habían sido encendidas. Molly se sentía sumamente expuesta. Era cuestión de minutos, segundos incluso, para que todo el lugar estuviese repleto de fuerzas de seguridad. Aún así, siguió bajando, introduciéndose más y más en el hospital.

Un cartel al llegar al segundo subsuelo captó su atención: "Laboratorio y Centro de Investigación". Empujó la puerta y se introdujo con la varita lista.

Era una sala amplia, con largas filas de mesas para elaborar pociones, las paredes cubiertas por estanterías repletas de distintos frascos, instrumentos mágicos y libros. Apenas había un puñado de luces encendidas, lo suficiente como para iluminar la figura delgada que yacía en el suelo, a pocos metros de las escaleras, vestida con el uniforme verde lima característico de San Mungo. Molly corrió hacia ella con el corazón en la garganta.

—Gweneth —la llamó, arrodillándose a su lado, girando el cuerpo con cuidado para poder examinarle el rostro.

No era Gweneth.

Aún así, Molly notó el hilo de sangre que salía de la boca de la desconocida y la sacudió con cuidado, intentando despertarla.

—No va a responderte —le dijo la voz serena de Rosier, surgiendo de entre las estanterías, cargando en sus brazos varios tomos de cuadernos y anotaciones. Sus ojos contemplaban con un frío desapego a la sanadora inconsciente que Molly sostenía entre sus brazos—. No tendría que haber estado aquí. Ella no acostumbra a trabajar por las noches.

—¿Qué le has hecho? —se asustó Weasley. La lista de víctimas inocentes seguía creciendo sin control.

—Se golpeó el rostro contra la mesa cuando la golpeó el hechizo Aturdidor —explicó Rosier sin darle demasiada importancia—. Va a estar bien —agregó al ver que Molly seguía sin soltarla—. ¿Qué haces aquí?

—Vine por ti —confesó Weasley, dejando ir finalmente el cuerpo aturdido de la sanadora y poniéndose de pie. Gwen curvó una ceja inquisitiva, y a pesar de la situación comprometida en que se encontraban, Molly sintió que su estómago daba un vuelco y sus mejillas se sonrojaban. —Este lugar está a punto de llenarse de Aurores. Tenemos que salir lo más pronto posible.

No había terminado de decir aquellas palabras que la puerta del laboratorio volvió a abrirse.

—¡Cuidado! —exclamó Molly, empujando a Gwen a un lado e invocando un escudo frente a ellas que detuvo la primera salva de hechizos.

No esperó a que su contrincante volviera a atacar, y antes de que su escudo se hubiese desvanecido por completo, lanzó un contra ataque. Tomó al auror desprevenido, quien se vio forzado a retroceder. Molly lo reconoció: era Rama Dallas, otro de sus compañeros de Camelot.

Familiarizada con la forma de combate de Rama, y sin darle respiro para acomodarse y responder, Weasley lanzó otro ataque, y otro. Rama esquivó los primeros, pero el último lo golpeó en el muslo, haciéndolo trastabillar y caer de rodillas. Molly le lanzó un hechizo aturdidor, dejándolo fuera de combate de manera limpia.

—¡Detente, YA! —le ordenó una de las voces que Molly hubiese deseado jamás cruzarse mientras llevaba puesta esa túnica roja. Su cuerpo se congeló, más por sorpresa que por obediencia. Giró lentamente para enfrentárselo, deseando con todo su ser estar equivocada.

Hamilton Knight estaba de pie frente a ella y mantenía la varita en alto, apuntándole directamente al pecho. Su rostro estaba enfurecido y sus ojos castaños centelleaban de manera peligrosa. No tenía dudas de que Hamilton le dispararía si daba la más mínima señal de amenaza.

—Baja tu varita, ahora —siguió dándole órdenes. Molly obedeció, bajando con extrema lentitud hacia el suelo, depositando la varita con mucho cuidado a sus pies. —¿Se encuentra usted bien, señorita? —preguntó a continuación Hammer, digiriéndose hacia Gwen.

Rosier había caído al suelo a causa del empujón que Molly le había dado, y algunos papeles se le habían escapado de entre las manos, desparramándose a su alrededor. Se apresuró a recogerlos, ignorando completamente la pregunta de Hamilton.

La atención del auror se centró entonces en ella, sus ojos entornándose mientras examinaba su rostro, el reconocimiento finalmente alcanzándolo. Molly identificó el momento exacto en que las piezas encajaron dentro de la mente de Hammer, sus ojos abriéndose enormes y estupefactos, su piel perdiendo el color, su mano cerrándose con más fuerza en torno a su varita.

—LEVANTA LAS MANOS —le gritó a Rosier, la alarma en su voz delatando sus emociones. Gwen no respondió de inmediato, y unas chispas brotaron de manera amenazante desde la varita de Hammer—. LEVÁNTALAS O DISPARARÉ —la amenazó.

—Soy Sanadora del hospital —Gwen fingió perfecta inocencia. Habría engañado a cualquier otra personas, pero Hamilton la conocía.

—Sé perfectamente quién eres —siseó Hammer entre dientes apretados, algo peligroso asomando en su voz.

Gwen levantó el mentón en un gesto orgulloso, pero apoyó los papeles sobre la mesa más cercana y sin despegarle los ojos, levantó finalmente las manos.

—Bájate la capucha —ordenó a continuación Hammer, desviando su varita de regreso hacia Molly—. Quiero verte a la cara.

Lo sabe. Sabe que soy yo. Hammer hablaba con determinación, pero Molly notó que el pulso temblaba. Molly tragó saliva, sin moverse, y Hamilton, impaciente, disparó un haz de luz que pasó rozándole la cabeza. Resignada, Weasley sujetó el dobladillo de la capucha y la empujó hacia atrás.

Habría preferido que Hammer le gritara, o que se enfureciera con ella, incluso que le lanzara un maleficio. Habría preferido cualquier reacción, con tal de no tener que enfrentarse al crudo dolor que envolvió el rostro de su amigo al reconocerla.

—Jasper intentó advertirme —murmuró Knight, una sonrisa amarga curvando sus labios—. Pero no quería creer que fueras capaz de caer tan bajo —escupió las palabras con negro resentimiento.

—Hammer… —suspiró Molly, intentando dar un paso hacia él.

Knight reaccionó con rapidez, disparando un nuevo chispazo contra el piso justo por delante de los pies de Molly, obligándola a detenerse en seco.

—Ahórrate las explicaciones para el juicio —la interrumpió Hammer—. Quedan detenidas por conspirar contra el gobierno y cometer actos de violencia... —les empezó a enumerar los cargos.

En mi bolsillo —masculló por lo bajo Rosier, casi sin mover los labios, para que sólo Molly pudiese oírla.

Torció una mirada de soslayo hacia Gwen, veloz para que Hammer no se percatase. Tan abrumado por el descubrimiento de que Molly era parte de la Rebelión, e hirviendo en su furia, Hammer se había olvidado de desarmar a Gweneth. El extremo de su varita asomaba por el bolsillo de su túnica de sanadora, al alcance de la mano de Molly si ésta se movía lo suficientemente rápido.

Actuó con ventaja de la sorpresa, tomando a Hamilton desprevenido. Su mano se deslizó como un rayo, sujetando la varita de Gwen entre sus dedos con firmeza y extrayéndola de su bolsillo. Los segundos que Hammer tardó en reaccionar y dispararle fueron suficientes para que Molly empujara a Rosier detrás de ella y crease una protección para cubrirlas a ambas.

Como si hubiese estado esperando la señal, Gwen se apresuró a recuperar los papeles de la mesa. Hamilton lanzó un nuevo ataque que hizo estallar la mesa en cientos de fragmentos, y Gwen rodó por el suelo propulsada por la potencia del impacto, los documentos asegurados contra su pecho, su propio cuerpo actuando de escudo.

En medio del caos, Molly se inclinó y se deslizó por el suelo hasta dar con su propia varita. Con ambas varitas, la suya y la de Gwen, aseguradas en sus manos, Molly se lanzó a toda prisa hacia la sanadora. Arrojó una serie de hechizos por sobre su hombro, sin siquiera preocuparse por apuntar. Rosier apenas había logrado ponerse de pie cuando llegó a su lado y la empujó para que corriese hacia la salida.

Treparon las escaleras saltando de a dos escalones, Gwen por delante cargando su preciada documentación, mientras Molly invocaba barreras y creaba obstáculos para demorar a Hamilton.

—¡Por aquí! —la alertó Gwen, empujando la puerta de un entrepiso, un camino diferente al que Molly había tomado para llegar hasta el laboratorio.

Un escalofrío recorrió la espalda de Molly en cuanto cruzaron la puerta. No se trataba simplemente debido al aspecto lúgubre de la sala en la que habían entrado, sino a que, verdaderamente, el lugar se encontraba a una temperatura varios grados por debajo de la normal. A ambos lados había estructuras en cuyo frente se distinguían puertas metálicas y pequeñas, como las que uno acostumbraba a ver en los frigoríficos. En el centro de la sala resaltaban varias mesas de disección fabricadas en acero inoxidable. Una de ellas todavía se encontraba manchada con una sustancia roja y pegajosa.

Estaban en la morgue de San Mungo.

Un haz de luz roja pasó volando por sobre su cabeza, errándole por escasos centímetros. Molly tomó a Gwen del brazo, arrastrándola con ella detrás de uno de los frigoríficos, cubriéndose del incesante ataque de Hamilton. Uno de sus hechizos golpeó contra el frigorífico, sacudiéndolo, amenazando con tumbarlo y aplastarlas a ambas.

—¡Deja de esconderte! ¡Pelea conmigo! —le gritó Hamilton, iracundo y fuera de sí.

—¿Dónde está la salida? —le preguntó Molly a Gwen, luego de asomarse apenas lo necesario para poder contener el siguiente golpe de Hammer, ganando tiempo.

—Al otro lado de la sala. Hay un ducto para… desechos biológicos —explicó Gwen, señalando con la cabeza hacia el extremo opuesto a donde se encontraban ellas.

—Ten —le dijo entregándole de regreso su varita, mientras intentaba detectar dónde se encontraba Hamilton a través del reflejo en una de las puertas metálicas del frigorífico opuesto—. Cuando te diga, quiero que corras hacia allí y salgas de aquí —le ordenó Molly.

—¿Qué harás tú? —preguntó Gwen, apretando los labios en una línea recta, no convencida con el plan. Casi al unísono con la pregunta, otro hechizo de Knight impactó sobre el metal de una de las puertas, provocando un sonido chirriante que reverberó en la sala haciendo que a Molly le dolieran los tímpanos.

—Voy a entretenerlo —le explicó sin muchos detalles Weasley, distinguiendo finalmente la dirección de donde venían los disparos de su amigo, y aprovechando para disparar con mayor puntería.

—No puedes quedarte —se negó Gwen, cerrando su mano en torno al brazo de Molly, apremiante. —Ese auror está fuera de sí. Va a matarte —le advirtió con voz sombría.

—No, no lo hará —Molly intentó sonar segura.

—¿Realmente eres tan ilusa como para pensar que no te matará simplemente porque es un auror? —le dijo Rosier con brusquedad, casi irritada.

—No. Creo que no lo hará porque es mi amigo —siguió defendiéndolo Weasley, a pesar de que los ataques de Hammer escalaban en violencia y brutalidad con cada minuto que pasaba.

Gwen la miró con una expresión de lástima tan evidente que Molly no pudo sostenérsela. Sabía lo ingenuo que debía de escucharse lo que acababa de decir, sobre todo teniendo en cuenta que Hamilton no daba señales de querer dialogar o encontrar una solución pacífica. Pero Molly no estaba dispuesta a darse por vencida. No con Hammer. No con el muchacho que le había conversado con tanta bondad aquel primer día en Camelot y que la había acompañado incondicionalmente desde entonces. Sí, él era temperamental e impulsivo, y tenía una tendencia a sumergirse en situaciones peligrosas sin meditarlo previamente. Pero también era bueno. En toda la dimensión de la palabra. No iba a matarla. Molly necesitaba creer eso. Porque sin eso, nada de lo que estaba haciendo (de lo que había hecho ese día) tenía sentido.

Toda la maldad que había presenciado ese día. Toda la muerte y la destrucción. No podía ser en vano. Tenía que haber algo más que eso. Tenía que haber gente buena.

—¿Lista? —le preguntó Molly, mientras hacía girar la varita en la palma de su mano, ajustando el empuñe.

Gwen vaciló, en una disyuntiva entre quedarse a ayudarla y arriesgarse a ser capturada y perder los documentos que había robado del laboratorio, o escapar de allí y abandonar a Molly.

El frigorífico volvió a retumbar con el impacto de otro ataque, crujiendo como una lata al ser aplastada. La indecisión desapareció de los ojos ambarinos de Gwen para ser reemplazados con su práctica frialdad. Asintió con un movimiento decidido y seco de cabeza.

—¡Ahora! —le ordenó Molly, saliendo por fin del escondite, y repeliendo las lenguas de fuego que habían brotado de la varita de Hamilton como respuesta.

El calor de las llamas golpeó contra el frío de la morgue provocando que una nube de vapor cubriera el ambiente, dificultando la visión. Por el rabillo del ojo, Molly distinguió la figura de Gwen moviéndose furtivamente hacia el ducto para residuos.

—¡A la mierda con tus escudos, Molly! ¡Pelea como corresponde! —se indignó Hammer, completamente indiferente al hecho de que Gwen se estaba escapando.

—No quiero pelear contigo —confesó Molly, entornando la mirada para poder ver a través de la niebla—. Y creo que tú tampoco quieres.

Un viento huracanado, proveniente de donde se encontraba Knight, sopló en la morgue disipando la bruma. Tan solo unos metros la separaban de Hamilton, pero bien podrían haber sido kilómetros. Nunca se había sentido tan lejos de su amigo.

—Te equivocas —le respondió él con voz grave, y con una sacudida de su muñeca, las mesas de disección detrás de Molly salieron despedidas en el aire hacia ella.

Molly repelió dos de ellas y se lanzó contra el suelo para esquivar la tercera. Rodó sobre su propio cuerpo y se reincorporó de inmediato, adquiriendo una postura agazapada de combate.

—Soy mejor duelista que tú, Hammer —puntualizó Molly, intentando apelar al lado más lógico de su amigo—. No vas a ganarme.

Pero Hamilton no respondía a ninguna lógica esa noche. Sus emociones, caóticas e febriles, habían tomado el control por sobre su razón. Las palabras de Molly solo lograron encender más su ira, haciendo que arremetiera con más saña.

Molly apenas logró contener el hechizo explosivo que le lanzó. Su escudo tembló y se fragmentó bajo la potencia del ataque, y el suelo bajo sus pies se resquebrajó, amenazando con ceder.

Resignada, comprendió que no iba a detenerse. No hasta que Molly pelease con él.

Molly apuntó y disparó. Su ataque, aunque un simple hechizo aturdidor, tomó a Hamilton desprevenido. La sorpresa dio lugar a la indignación mientras desviaba otro ataque de Molly, pero ella no se detuvo. Siguió disparando, un hechizo tras otro, aumentado la intensidad, presionando a Hamilton a retroceder y forzándolo a defenderse, acorralándolo.

Lo conocía. Lo había visto entrenar en la arena de Camelot. Había realizado múltiples simulaciones junto a él. Habían practicado hasta entrada la noche en la sala de entrenamiento. Molly podía predecir cada movimiento, cada hechizo, cada estrategia de Hamilton. Conocía sus puntos fuertes… Y sus debilidades.

Y esa noche, la mayor debilidad de su amigo eran sus propias emociones turbulentas. Lo estaban desbordando, volviéndolo más impaciente y desordenado de lo habitual.

Aprovechándose de eso, Molly siguió presionándolo, sabiendo que con cada nuevo ataque que ella detenía, y con cada contraataque que le devolvía, el enojo y el dolor dentro de él se acrecentaban, volviéndolo más propenso a cometer un error.

Eso era todo lo que se necesitaba. Un traspié. Un pequeño descuido. Un instante de vacilación, un movimiento equivocado, un segundo de demora en reaccionar…

Los ataques de Hamilton se volvieron cada vez más erráticos, su enojo llevándose lo mejor de él. Con un grito de exasperación, Hammer lanzó otro de sus potentes hechizos explosivos. Esta vez, Molly estaba esperándolo. Lo desvió hábilmente de regreso hacia él, haciéndolo golpear en el suelo ya resquebrajado por los anteriores hechizos.

La habitación tembló, las columnas que sostenían el cielorraso se sacudieron, las baldosas que cubrían el piso se agrietaron y terminaron por fragmentarse, el suelo cediendo a los pies de Hamilton.

Su ex compañero saltó hacia atrás, intentando evitar caer por el defecto hacia la planta inferior. Abusando del momento de exposición de su amigo, Molly volvió a disparar, esta vez con un hechizo aturdidor, que lo golpeó en el hombro derecho.

Se escuchó un crujido y Hammer soltó el aire que tenía en los pulmones con un gruñido de dolor. Sus ojos se encontraron con los de Molly antes de desplomarse hacia atrás. El corazón de Weasley se estrujó de manera dolorosa al ver la expresión de absoluta desalación y traición que tiñó la mirada de su amigo.

Corrió hacia él, esquivando la grieta en el suelo. Hamilton estaba tumbado de espaldas. El uniforme de auror lucía chamuscado allí donde el hechizo de Molly había impactado, pero se mantenía indemne. De seguro le había roto algún hueso, pero no se trataba de una herida mortal. Knight seguía consciente, aunque visiblemente descolocado. Aún así, intentó girar sobre su pecho y arrastrarse hacia donde había caído su varita. Molly fue más rápida. Pateó el trozo de manera con uno de sus pies, enviándolo hacia el extremo contrario de la habitación, lejos de su alcance.

Cuando Hammer volvió a girar su rostro hacia ella, no había dolor ni traición en su mirada, sino el más puro y visceral odio que Molly jamás le hubiese visto. Y estaba dirigido hacia ella.

—¿Vas a matarme? —me preguntó con voz ronca, su respiración entrecortada. No parecía asustado, sino más bien hablaba como si estuviese desafiándola a hacerlo.

La pregunta la hirió todavía más. Que Hammer, su amigo Hammer, la creyera capaz de hacer algo así… Cree que soy uno de ellos, comprendió Molly. Y a pesar de que ese había sido su objetivo al infiltrarse en la Rebelión, la dureza de la realidad no dejaba de herirla.

Para que este plan tuyo tenga éxito, tendrás que hacer cosas que ni siquiera puedes imaginarte. Tendrás que darle la espalda a tu familia, traicionar a tus amigos, renegar de todos tus principios y olvidar tu moral.

No fue capaz de responder la pregunta de Hamilton, ni siquiera de sostenerle esa mirada encendida. En cambio, sacudió una última vez su varita, unas sogas amarrándose alrededor de las manos y los pies de Knight, reteniéndolo.

—¿Por qué, Molly? ¿Por qué lo hiciste? —gritó Hamilton, su voz quebrándose por primera vez, mostrando su lado más frágil, mientras la observaba alejarse hacia el ducto de escape. Molly no respondió, y su indiferencia gatilló nuevos gritos de su amigo—. ¿Qué fue lo que te ofrecieron? ¿Qué pueden haberte prometido para que traicionaras todo lo que eres? —siguió presionándola, rugiendo contra las sogas en un intento por liberarse.

—Lo siento mucho, Hammer —suspiró ella, sin girar a mirarlo. No tenía la fuerza para hacerlo. No quería ver el reflejo de lo que se había convertido en el rostro de su amigo.

—¡Voy a atraparte, Molly! ¡A ti y a Rosier! Voy a atraparlas, y pagarán por lo que hicieron hoy… Por todo —era la promesa de una persona fuera de sus cabales, envalentonado por una cólera devoradora.

Molly se deslizó por el ducto como si fuese un tobogán, los gritos enfurecidos de Hammer resonando como un eco distante y acechante. Aterrizó sobre un montón de bolsas de residuos, y el hedor a putrefacción la invadió de inmediato, provocándole arcadas. Se tambaleó, inestable, intentando ponerse de pie entre los restos de sangre y piezas de autopsias.

—Toma mi mano —le dijo una voz imperativa y conocida. Gwen Rosier estaba asomada por encima del enorme contenedor, una de sus manos delicadas extendida hacia ella para proveerle un punto de sostén.

Molly la aceptó, enroscando sus dedos con los de la sanadora. Gweneth tiró de su mano, ayudándola a ponerse de pie y trepar fuera del contenedor. Molly se sacudió la túnica, intentando limpiarse el olor a muerte de su cuerpo. Una rápida mirada a su alrededor le confirmó que se encontraban en el incinerador del hospital.

Ella y Gwen se miraron durante unos instantes sin decir nada. La había esperado. Rosier se había quedado allí, rodeada de restos humanos y podredumbre, de cenizas y fuego, esperándola.

—Estás viva —rompió el silencio Gweneth, carraspeando para aclararse la garganta, pero la habitual indiferencia de su voz se sintió forzada. Molly le sonrió.

—Te dije que no iba a matarme —se regodeó Weasley. Uno de los extremos de la boca de Gwen se curvó en una expresión torcida.

—No le demos tiempo a arrepentirse —dijo Rosier, y sin esperar su respuesta, empezó a caminar hacia lo que Molly esperaba que fuese la salida de aquel lugar.

Les tomó varios minutos de pasadizos subterráneos poder salir de San Mungo. Los recorrieron en silencio, atentas a cualquier señal que pudiese alertarlas de un peligro inminente. Pero aquella zona aislada y tétrica del hospital se encontraba vacía, toda la acción teniendo lugar en las plantas superiores. La alarma seguía resonando en el edificio, alertando del peligro.

Molly se sorprendió al encontrarse con que Jolie Cartier se había quedado a esperarlas en el callejón trasero, oculta entre las sombras. En algún punto, se había removido su túnica roja de la Rebelión, en un intento por pasar desapercibida en caso de que alguien la divisara allí. Al verlas salir del hospital, se lanzó hacia ellas como una flecha, la preocupación tiñendo sus facciones, todo rastro de su característica actitud burlona ausente.

Molly creyó que Jolie iba a abrazar a Gwen, pero se contuvo, limitándose a tomarle el rostro con las manos, como queriendo asegurarse de que verdaderamente era ella y que se encontraba sana y salva.

—No vuelvas a hacer algo así de estúpido, ¿quieres? —la retó Cartier, soltándola tras comprobar que, efectivamente, no estaba herida. Torció el rostro para mirar a Molly con una expresión indescifrable. —Gracias —fue todo lo que masculló. Molly se limitó a aceptar el agradecimiento con un gesto de cabeza.

Unos pasos resonaron en el extremo del callejón, el ruido de gente aproximándose. Cartier extendió su brazo para que tanto Molly como Gwen se sujetaran. En un torbellino de colores, las tres desaparecieron, dejando atrás San Mungo. Sin embargo, cuando los colores volvieron a tomar forma, Molly se encontró con un paisaje completamente distinto al que se había esperado encontrar.

—Esta no es la casa de los Ponce —masculló sin esconder su estupor.

—Qué observadora —Jolie había recuperado su sagaz humor. Molly la fulminó con la mirada—. No pueden volver allí. Es el primer lugar a dónde irán a buscarlas.

—¿Y qué es este lugar? —insistió Molly, sus ojos analizando la inmensa torre frente a ella, construida para resistir el paso de tiempo y la inclemencia del clima frío y tempestuoso de aquella zona.

—El Torreón del Norte —respondió Gwen en un tono sombrío, y por la expresión en su rostro, tampoco estaba contenta de estar allí.

—Vuestro nuevo hogar, chicas —les informó Jolie con sarcasmo.


¡Por fin!

Pido disculpas por las demoras. He estado un tanto ocupada estos últimos meses. Para los que no lo saben, me he mudado (a otro país) y ha sido un tanto caótico las últimas semanas.

Pero por fin encontré el momento y el lugar para poder escribir de nuevo! Y he regresado con un poco (bastante) de acción :)

Espero que les guste este capítulo. He leído todos sus mensajes y reviews, e intentaré responderlos en el próximo capítulo. ¡Aguardo sus comentarios! :)

Saludos,

G.

P.D: dedicado especialmente a Angélica, que cumplió años esta semana. ¡Espero que lo disfrutes!