-¡Pero qué dices! -exclamó la muchacha con los ojos como platos-. ¿Hablas en serio? Debes tener algo de fiebre porque ¡es completamente absurdo! -clamó adquiriendo tonos dramáticos-, ¡estás completamente loca! No, no te dejaré lanzarte a lo desconocido, hundirte en la desgracia.

-Mîrthil, amiga mía -dijo Morwen asiéndola por los hombros y hablándole con voz segura y calmada-, escúchame atentamente. Estoy decidida a ir, y nada podrá detenerme, así que tienes dos opciones: o me ayudas como la amiga que eres, o me das la espalda en este momento de necesidad. Nada de lo que digas me disuadirá de mi empeño.

Mîrthil lanzó un profundo suspiro y pareció relajarse un poco, pero la mirada de preocupación no desapareció de su rostro.

-Si es así, no me dejas opción. Te apoyaré, aunque el calambre en mi estómago me advierte que escoges un mal camino.

Morwen no pudo evitar reírse y miró a su amiga divertida.

-¿Aún tienes ese calambre de estómago? -y rió otro poco-. Creía que era un invento que utilizabas de niña para llamar la atención.

-Por su puesto que no- le espetó Mîrthil, entre ofendida y dolida-. Este calambre es como un aviso de cosas que pasarán, nunca me ha fallado. ¡Y no lo invento, me oyes! ¿para qué quieres que te ayude si piensas que soy una mentirosa? No deberías confiar en mí -terminó cruzando los brazos sobre el pecho y haciendo un pequeño puchero con los labios.

-Bueno, que no es para tanto. No te quise molestar, y claro que no pienso que seas una mentirosa; pero no me negarás -y aquí no pudo ocultar una sonrisa- que tiene su gracia.

-Como quieras- dijo Mîrthil dejando claro con su tono que no lo consideraba nada gracioso-. Iré a conseguirte esas ropas y las demás cosas que necesitas. Mi hermano pequeño es más o menos de tu talla y anda entretenido con los preparativos de la guerra, no será difícil tomarlo todo sin que se dé cuenta. ¿Pero no sospechará tu familia al ver que no apareces?

-Dije que pasaría la noche contigo para ponernos al día en noticias y rumores-dijo Morwen, luciendo un poco culpable-. Lamento haberte envuelto en esto, seguramente te harán preguntas en la mañana.

-No pasa nada, me las arreglaré -le sonrió Mîrthil mientras sacudía sus trenzas negras-. Ya que me he decidido a apoyarte no voy a quedarme a medio camino. Volveré en un instante.

Y diciendo esto abandonó la habitación cerrando tras ella las puertas de roble. Una vez sola, Morwen se echó de espaldas sobre la cama y acunada por las suaves pieles se puso a repasar paso por paso todo el plan que había preparado. En algún punto de su recuento la imagen de Aglarod surgió de improviso y se superpuso a todas las demás. Recordó vívidamente su encuentro en la calle. ¿Cómo se atrevía ese simple montaraz a pretender tener derechos sobre su persona? Había sentido el impulso de replicarle ofendida que ella podía cuidar muy bien de sí misma, pero entonces lo había pensado mejor. El soldado le había parecido fácil de manejar cuando lo vio en el salón de su madre: tenía en los ojos una expresión de asombro cuando la miraba que lo hacía parecer más joven, y ella había advertido en su actitud la honesta lealtad a la Casa de Emyn Arnen. Pero cuando intercambiaron algunas palabras ya no estuvo tan segura de ello. Por más que pareciera muy joven había en él una determinación y una fuerza de carácter que la hacían temer por el éxito de sus planes: si él hubiera presentido que ella no solo no se iba a dejar dominar por un soldado sino que no tenía la menor intención de regresar luego de la evacuación, se hubiera negado rotundamente a llevarla. Por eso había tenido que ceder y tragarse su orgullo, para darle una ilusión de seguridad.

Suspiró con desasosiego. No veía llegar la hora de partir hacia la aventura. Por fin, por fin tendría su parte en la historia, como su madre, y le correspondería algún crédito por la victoria, porque no dudaba ni por un instante que la alcanzarían.

Mîrthil volvió sorprendentemente rápido, llevando en los brazos unas ropas verdes y accesorios propios de un soldado.

-Aquí tienes. Creo que esto servirá, aunque no tengo una idea muy clara de lo que debe utilizar un montaraz. Te verás muy simpática disfrazada de uno -dijo con una risa nerviosa.

Morwen tomó las ropas de sus manos y procedió a examinarlas con ojo crítico, pensando que probablemente tendría que usar esta misma indumentaria por muchos largos días.

-No está mal -dijo sintiendo el áspero tejido con los dedos-. Me las arreglaré bien con ellas.

Mîrthil, pensativa, la observaba revisar una pieza tras otra examinando sus detalles. De pronto dijo:

-No alcanzo a comprender lo que quieres hacer. El campo de batalla no es lugar para una mujer, allí no hay nada que pueda atraer nuestra atención. Se me revuelve el estómago solo de pensar en toda esa sangre -dijo arrugando la nariz y poniendo cara de asco-, los soldados apestosos y cubiertos de sudor. Absolutamente horrible, para nada divertido -la miró con los ojos muy abiertos.

-No voy porque sea divertido -dijo Morwen como si hablara con un niño pequeño-, sino porque es lo correcto. El ejercito de Ithilien está diezmado y agotado, necesitan brazos frescos, y aunque es poco lo que yo pueda aportar estando allí siempre será más que si no estuviera. Además, ¿por qué no va ser lugar para una mujer? ¿no puede una mujer defender su tierra como los hombres?

Mîrthil hizo un gesto de negación y dijo muy segura de sí misma:

-Mientras los hombres luchan las mujeres protegen y conservan el hogar, que aunque no lo parezca puede ser tan duro como enfrentarse directamente al enemigo. Gondor siempre ha dado mujeres fuertes, pero su fortaleza reside en hacerle frente a las malas épocas sin abandonarse a la desesperación y en mantener la vida del reino a flote para cuando vuelvan los hombres. Puede ser que tu madre te haya enseñado costumbres diferentes, al ser de otro pueblo ¿eh? ¿no lo crees? Siempre he pensado que eras algo loca -dijo levantando las cejas-. Ahora estoy completamente convencida.

-Sí, puede ser que esté un poco loca- dijo Morwen sonriéndole-. A decir verdad, creo que también voy porque quiero conocer algo nuevo y tener una experiencia que nunca tendría si hago solamente lo que es correcto y permitido. Todo no puede ser bordar e ir a reuniones sociales, y pensar en el matrimonio y los hijos y en cuidar la casa para los hombres. Afuera está el mundo real y yo lo quiero conocer.

Mîrthil la miró incrédula y aprehensiva.

-Si tú lo dices. Yo sigo pensando que estás loca.

-Me iré ya a la cama -dijo Morwen encogiéndose de hombros-. Mañana tendré un día agotador. Buenas noches.

-Buenas noches. Que tengas sueños agradables, llenos de espadas y yelmos y hombres sucios lanzando alaridos -dijo Mîrthil maliciosa.

Morwen le respondió lanzándole una almohada a la cabeza.

~*~ ~*~

Bajo una arcada, cerca de la puerta principal de la ciudad, esperaba un jinete encapuchado, casi indistinguible en el oscuro rincón donde se escondía. Pronto se escuchó el trote de otro caballo que subía por la calle empedrada. La figura encapuchada tuvo que sujetar con mano firme las riendas cuando su montura se removió inquieta.

La lámpara más cercana iluminó al jinete que se acercaba. Este se reclinó sobre su caballo y con voz queda llamó hacia las sombras:

-¡Princesa! ¿estás ahí? Ya es la hora.

Entonces la figura encapuchada abandonó su refugio y avanzó hacia la luz.

-Aquí estoy, Aglarod, llevo esperándote un buen rato.

-Lo siento, he estado ocupado con los preparativos de la marcha desde la madrugada. Salgamos cuanto antes.

Ambos cabalgaron lado a lado hasta las afueras, donde se levantaba el campamento del ejército de Ithilien. La actividad bullía en cada rincón mientras miles de soldados se aprestaban para la marcha.

-Mi compañía está por allá -dijo Aglarod señalando a la izquierda, hacia quince hombres agrupados en un claro, con los caballos ya dispuestos a montar.

-Partiremos de inmediato. ¿Tienes algún inconveniente, princesa? -dijo Aglarod mirándola detenidamente por primera vez. Notó que bajo la larga capa no sobresalía un vestido, sino pantalones de soldado. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. La muchacha era de cuidado, tendría que mantener un ojo sobre ella todo el tiempo.

-Ninguno, he venido preparada. Y por favor, no me llames princesa, Morwen es suficiente.

Él le hizo una pequeña inclinación de cabeza, aún con la expresión divertida en el rostro, y volviéndose a los soldados les dio la orden de montar.

Antes de salir, uno de sus hombres se le acercó.

-¿Estás seguro de esto mi capitán? -dijo mirando preocupado en dirección a Morwen.

-No habrá ningún problema, Finiron. Nos ayudará con la evacuación y la mandaré de vuelta con la última embarcación. No obstante adviérteles a los hombres que su protección es una prioridad hasta el momento en que nos abandone. No quiero incidentes.

-Será como tú digas. Pero por su apariencia -dijo Finaron observándola nuevamente- yo diría que nos va a dar mucho trabajo.

Ambos hombres se miraron y sonrieron. El valor era algo que los montaraces de Ithilien nunca despreciarían.

La partida abandonó el campamento a todo galope hacia Ossgiliath. En menos de dos horas habían rebasado la ciudad y alcanzado la rivera este del Anduin. Una enorme multitud se arremolinaba en la orilla, esperando su turno para abordar las barcazas, y un río humano se arrastraba tras ellos, por el camino, en dirección a la ciudad y sus puentes salvadores. Algunas compañías habían llegado antes que ellos e intentaban poner un poco de orden y agilizar el movimiento. Aglarod y sus hombres se acercaron al embarcadero más cercano para ver como familias enteras, con el agua a la rodilla, trataban de apoderarse de los botes con todas sus posesiones. La barahúnda era tremenda.

Los montaraces saltaron con agilidad de sus caballos y se mezclaron con la muchedumbre, tratando de calmar los ánimos, pero el terror de la guerra inminente la hacía irrazonable. Entonces Morwen echó atrás su capa, dejando que sus cabellos claros resbalaran sobre sus hombros, y se dirigió a la multitud alzando la voz:

-¡Pobladores de Ithilien! ¡Escúchenme!

Su voz, con un poder inexplicable, se elevó sobre el bullicio. Algunos se volvieron hacia ella y reconocieron a la princesa, esparciendo con rapidez el rumor a su alrededor. Pronto cesó el forcejeo y Morwen se encontró enfrentando a la muchedumbre. Entonces habló con claridad:

-¿Por qué huyen con tanto desorden? Ithilien siempre se ha enorgullecido del valor de sus habitantes. Está bien que los más débiles se aparten del camino de la guerra, pero aun esto debe ser hecho con dignidad. Si continúan pisoteándose unos a otros no será necesaria la intervención de los variags para mermar a la población - diciendo esto suavizó su expresión con una sonrisa, al ver las caras apenadas de sus súbditos-. Estoy segura de que con orden lograrán salir más de prisa. Comenzaremos por aquí -señaló a los más próximos al agua y desmontando del caballo caminó en su dirección.

Un poco más allá, Aglarod se volvió hacia su compañero y le hizo un guiño de satisfacción:

-¿Qué te dije?

Ambos se encaminaron hacia donde Morwen ahora daba órdenes eficaces: limitaba la cantidad de personas y equipaje por bote, y orientaba a los montaraces que mantuvieran a las familias en una estricta línea a lo largo de la rivera.

Muchas horas después, a punto de esconderse el sol, solo quedaban por allí algunos grupos de rezagados. La tierra se veía pisoteada y fangosa y por toda la orilla flotaban innumerables desperdicios sobre el agua turbia. Morwen se encontraba sentada sobre una roca, con aspecto muy cansado y un poco sudorosa por el arduo trabajo del día.

Aglarod la contemplaba desde el embarcadero, donde acababa de zarpar un bote. Después de pensarlo un poco se acercó a ella y se sentó a su lado.

-Ha sido increíble como has manejado a toda esa gente -le dijo sonriéndole cálidamente. Morwen contempló asombrada como su rostro se transformaba con la sonrisa. Ahora volvía a parecer muy joven, como en el salón el día anterior, y algo más profundo parecía asomar en sus ojos, que le recordaba a su padre Faramir-.Sin ti no hubiéramos podido terminar a tiempo -continuó diciendo Aglarod-, me alegro de haberte traído conmigo, princesa.

-Y yo me alegro de haber venido-dijo ella sonriéndole a su vez-. Nunca había estado tan cerca de mi pueblo como este día.

-Te comprendo, pero ahora es necesario que vuelvas con tu familia, el último bote está por partir -dijo él, volviéndose inmediatamente serio.

La muchacha sintió que el corazón comenzaba a latirle con violencia. ¡No podía permitir que la regresaran ahora, cuando estaba tan cerca de su cometido!

-¡No! -dijo con voz firme, mirándolo retadora- Me quedaré aquí a defender Ithilien. Soy una doncella guerrera, igual que lo fue mi madre. ¿Sabes lo que hizo ella? Yo puedo hacer otro tanto, soy tan hábil con la espada como el mejor montaraz -en su voz, mezclado con la resolución, había un tono de súplica.

Aglarod la miró estupefacto por un momento, sin creer lo que oía. Volvió la mirada al río mientras se pasaba una mano por los cabellos, suspirando con enojo. Entonces se inclinó hacia ella y la miró directo a los ojos. Recalcando cada palabra, le dijo con una suavidad engañosa:

-No irás a la guerra. Te montarás en el próximo bote y regresarás a la Ciudad Blanca. Si me obligas, princesa o no, te ataré y te echaré dentro del bote. ¿Comprendes? -terminó diciendo a pocas pulgadas de su rostro, en un tono que hizo a Morwen bajar la mirada temerosa. Pero al instante la asaltó la idea de que en unos minutos estaría de regreso a casa, de vuelta a la inactividad y al desaliento. Volvió a mirarlo a los ojos, decidida esta vez a no dejarse dominar.

-Pero comprende. Yo.

-¡No insistas! -la interrumpió Aglarod con un gesto de impaciencia- Esta vez no cederé a tus súplicas.

Pero Morwen había recordado cómo había logrado convencerlo la vez anterior, cómo su contacto parecía haberlo afectado de un modo especial, y con un rápido gesto volvió a tomar sus manos entre las suyas.

-¡Por favor! -exclamó con un timbre de desesperación que hizo estragos en la voluntad de Aglarod-. Si te demuestro que soy tan buena como cualquiera de tus soldados ¿me dejarás ir contigo?

-Si algo te sucediera sería terrible para tus padres, y yo sería castigado por mi irresponsabilidad. No puedo llevarte, Morwen.

-Tú mismo has dicho que el número es nuestro principal problema -Morwen trató de sonar convincente- ¿Acaso un soldado más no es una buena cosa? No deberías rechazarme. Además, mi padre conoce mi carácter, no te culpará por algo que ha sido solo mi decisión.

-Pero me culparía yo por haber cedido a tus ruegos cuando lo cuerdo sería permanecer sordo a ellos.

-¿Acaso no ves que mi único deseo es defender la tierra que amo, en la que he crecido y que guarda todos mis recuerdos? ¿Cómo te sentirías tú si en un momento como este estuvieras obligado a permanecer lejos mientras otros se ocupan de tu labor? -el enojo de no poder convencerlo crecía en ella por momentos- ¿Crees que puedo sentarme a tejer mientras espero que el futuro de mi mundo sea decidido por otros? No está en mi naturaleza hacer eso. Y si no me llevas contigo -terminó diciendo colérica- ya buscaré yo la manera de unirme a otra compañía cuando llegue a la otra orilla.

Ante esto, Aglarod suspiró, sintiéndose derrotado. Si sentía temor por llevarla a la batalla sería infinitamente peor dejarla a su suerte en el convulso mundo que era ahora Ithilien, y él no podía prescindir de un soldado que garantizara su vuelta a casa. Tendría que llevarla con él, tal vez así habría alguna oportunidad de protegerla, aunque esta doncella colérica que ahora lo miraba con los ojos como ascuas no deseaba ser protegida. Tal vez lo mejor sería disminuir un poco su confianza en sí misma, de modo que dependiera más de él para su seguridad. Solo había un modo de conseguirlo.

-Bien. De acuerdo -dijo Aglarod, al tiempo que se ponía de pie y sacaba su espada del cinturón donde pendía--. Demuéstrame que eres tan buena como dices y te llevaré en la avanzada conmigo.

Morwen se mostró algo sorprendida de este cambio tan repentino. Pero se recuperó en un momento y, espada en alto, caminó hasta situarse de frente a su rival.

-Cuando quieras.