Capítulo II

"¡Socorro! ¡Alguien ayúdelo, este hombre está herido!"

El grito resonó en las paredes de piedra y se hizo escuchar por sobre el bullicio de una de las intersecciones más concurridas de Zion.

Nadie supo cómo ocurrió. Pero cuando la mujer gritó ya era demasiado tarde y el comandante Locke estaba muerto, apuñalado por un desconocido en plena calle y frente a decenas de transeúntes.

La ciudad ignoraba que le quedaban 24 horas de vida. No sabía de la suerte que habían corrido casi todos sus soldados. Tampoco sabía que la persona que se suponía debía salvarlos estaba en un coma del cual nadie esperaba que despertara. El Concejo se había asegurado de que nada perturbara la paz de Zion en lo que se creía serían sus últimas horas de vida. Y ahora la población estaba conmocionada por un asesinato, el primero que habían tenido en años.

La noticia llegó rápidamente a oídos de todos los habitantes de Zion, excepto de una. Pasaron unas horas antes de que Trinity supiera de la muerte de Locke, y escuchó la noticia con indiferencia. De todas maneras, todos estaban muertos; era sólo cuestión de horas. La guerra en la que había peleado tantos años iba a llegar a su fin. Y el desenlace no era justamente el que ella había esperado. Una parte de sí misma todavía se resistía a creerlo. Se preguntaba cómo sería el final. Lo único que sabía era que a ella la encontraría precisamente donde estaba: junto a la camilla donde estaba el hombre que amaba, que una vez estuvo destinado a salvar el mundo. O tal vez no.

No sabía cuántas horas faltaban para que se cumpliera el plazo, y no le importaba. Cerró los ojos y lentamente fue quedándose dormida, deseando que le fuera posible dormir y no darse cuenta del fin de todo. Sin embargo, pocos minutos después la despertaron pasos y gritos en los pasillos. No pasó mucho tiempo antes de que entraran dos capitanes, visiblemente alterados.

"Maldición, es muy bueno verlos vivos. ¿Dónde está su capitán?"

"No está aquí. ¿Qué quiere decir con 'vernos vivos'? ¿Qué está pasando?" Trinity se sacudió algo de su apatía al escuchar el miedo en su voz.

"Búscalo. O a su cadáver. No me extrañaría."

"¿Qué demonios quiere decir con eso? ¿Qué está pasando?" Se levantó de su asiento, ahora alarmada.

El capitán de más edad, que aún conservaba algo de compostura, contestó con semblante grave:

"Parece ser que en las últimas horas hemos experimentado una… reducción en el número de capitanes. Es decir, en los que quedaban".

"¿Reducción…?"

"¡Asesinados!" exclamó el capitán joven. "Mifune, Ballard, Roland… todos muertos… Niobe, muerta…"

"¡Capitán, por favor! Calma.", interrumpió el otro, y agregó dirigiéndose a Trinity: "Se acaba de declarar el estado de alerta máxima. El Concejo entrará en sesión urgente, y, hasta entonces, hay órdenes expresas de que ningún soldado u oficial permanezca solo. Y, soldado…le sugiero que no intente encontrar a su capitán".

Los capitanes se retiraron y continuaron su ronda por los pasillos. Trinity volvió a sentarse en la camilla junto a Neo. Así que Morpheus estaba muerto. El bastardo también se le había adelantado. Parecía que se empeñaban en dejarla sola en el peor momento.

"Neo, si me escuchas, este sería un muy buen momento para despertar".

No recibió ninguna respuesta. Ningún movimiento, ningún cambio en el ritmo de su respiración.

"Despierta. Vamos, despierta. Por favor."

Nada.

Se levantó de la camilla y pestañeó repetidamente para contener las lágrimas.

"Contrólate. ¿Qué clase de soldado eres?", se dijo a sí misma.

Salió de la habitación y cerró la puerta con candado. No serviría de mucho, pero era lo único que podía hacer. Quería asistir a la reunión en caso de que alguien tuviera noticias de Morpheus. Aunque, en realidad, le daba lo mismo. Ya estaba deseando que todo acabara de una vez.

Cuando llegó a la sala de reuniones la impresionó verla casi vacía. No pudo evitar pensar que todos los soldados que normalmente llenaban los puestos habían muerto. ¿Y, como si esto fuera poco, alguien estaba matando a los que quedaban? Le parecía increíble.

El concejal Hamann fue el primero en tomar su puesto. Parecía haber envejecido años desde la última reunión.

"Dada la gravedad de la situación, considero conveniente que comencemos inmediatamente. Los demás se nos unirán lo antes posible", comenzó.

"Como sin duda todos ustedes saben, además de la inminencia del ataque del ejército enemigo, en este momento enfrentamos una amenaza interna. Uno de los asuntos más urgentes a tratar es, por supuesto, la seguridad de la población. Pero también debe decidirse cuánta información les será proporcionada, a fin de evitar el caos y el desorden…"

Los ojos de Trinity estaban fijos en Hamann, pero había dejado de escucharlo. Qué más daba, si todos iban a morir en pocas horas. Estaba a punto de levantarse para volver con Neo cuando entró un grupo de soldados dando muestras de gran agitación. Uno de ellos se acercó al concejal y le susurró algo al oído. Hamann se levantó de su asiento y luego volvió a sentarse, con la cabeza entre las manos. Sin esperar ninguna señal de su parte, el soldado se dirigió al resto de los asistentes:

"Dillard y West… ¡muertos!"

Eso marcó el final de la reunión. Los soldados se dispersaron en medio de una confusión generalizada.

Trinity caminó como una autómata hasta la habitación de Neo, donde se sentó nuevamente a aguardar el final, que, a su juicio, se hacía esperar demasiado.

El último en retirarse del salón fue el concejal Hamann. Se alejó de la confusión del área de soldados y oficiales, y caminó por los sectores donde los habitantes dormían tranquilamente, hasta llegar a la sala de máquinas. Allí permaneció en silencio, observando su actividad silenciosa, hasta que un ruido casi imperceptible a sus espaldas lo hizo volverse.

El primer golpe lo tomó por sorpresa; intentó protegerse usando con los brazos, sin éxito. Sólo pudo distinguir la mano que lo golpeaba y, entre las sombras, una cara, antes de caer al suelo.

"Morpheus?"

Continuará…