Disclaimer: Ningún personaje me pertenece, son todos de J. K. Rowling y quien quiera que haya comprado parte de los derechos, todos excepto aquello que no lo son, que ya aparecerán y que son totalmente de mi invención.

Dedicatoria: Se lo dedico a Malkavian Kyrie Croiff, si no fuera por ella ahora no estaría publicándolo. Sigue con tu fic que está genial!

Notas de autora: HI! Este es mi primer fic publicado así que por favor sean buenos ^^. La R está puesta por seguridad la mayoría de los capítulos serán PG-13. No tiene spoilers del 5 libro ya que no me lo he leído aún -_-'. Pero de todas maneras esto es un universo alterno. Sólo díganme si sigo con este fic o lo tiro directamente. Disfruten de su lectura!

1. Una luz que se enciende en las tinieblas

Hacía apenas unas horas, el bebé había permanecido dormido en una cuna al lado de su madre, que le había dado a luz el día anterior.

Todos sus hermanos y familiares habían saltado de alegría al saber de su nacimiento. Incluso su hermano más pequeño, que tenía aproximadamente un año, sonrió al ver a ese pequeño ser entre todas aquellas mantitas tejidas por su madre con tanto cariño. Después de todo, al fin tenía una niña, después de haber tenido seis hijos, se cumplía su ilusión de dar a luz a una preciosa niña.

No sólo eso, el-que-no-debía-ser-nombrado había sido derrotado definitivamente y ahora todos podían dormir tranquilos, sabiendo que el futuro de aquella pequeña no estaría plagado de pesadillas en las que la muerte estaba a la orden del día. Viviría prósperamente entre todos sus hermanos que se encargarían de cuidarla tanto como su propia madre o incluso más.

Pero eso había sido hacía unas horas, antes de que aquel hombre escondido entre las sombras cogiera a la pequeña para llevársela lejos de sus progenitores, para asegurar que no tendría el maravilloso futuro que todos le auguraban.

El bebé descansaba entre los fuertes brazos del hombre, tapado totalmente por una túnica negra, desgarrada en ciertos puntos, entre ellos una de las mangas, que dejaba al descubierto su antebrazo cubierto hasta el codo por unas apretadas vendas teñidas de rojo. 

La pequeña niña abrió sus ojos castaños al sentir el traqueteo producido por el coche, que acababa de arrancar, y en el que ella estaba. Notó un aura extraña rodeándola, unos brazos diferentes acogiéndola y unas manos heladas que podía percibir a pesar de tener tres mantas de lana entre ellas y su diminuto cuerpo. Sus ojos se llenaron de lágrimas que empezaron a caer por sus mejillas mientras gimoteaba al sentir a aquel extraño.

El hombre soltó un juramento al ver al bebé revolverse hipando y llorando. Odiaba a los bebés, no los soportaba ni ellos lo soportaban a él. Aún así, hizo un intento de callar al bulto entre las sábanas, meciéndolo suavemente de un lado a otro. Pero la niña no paraba de lloriquear y los intentos de silenciarla no hacían más que provocar su llanto. Ella lo único que quería era volver a su acogedora y cálida cunita junto a esos seres que irradiaban tanto calor, no quería estar más tiempo junto a él.        

-¡Cállate, estúpida niña! –siseó lo suficiente alto para que el bebé lo escuchara.

La niña reaccionó a la orden, callando, aunque las lágrimas seguían fluyendo por sus ojos y seguía estremeciéndose levemente. A pesar de ser sólo un bebé y no tener conocimiento, sintió miedo de aquella voz.

-Incluso tenías puesto ya un nombre –dijo él mirando la pulserita que colgaba de su muñeca, despectivamente. Cogió su pequeña muñeca entre su pulgar y su índice derechos, sin apretar siquiera, y con la otra movió el brazalete hasta que le fue posible leer el nombre-. Virginia Weasley. No está mal viniendo de la cabeza de unos padres como los tuyos. Me gusta.

La niña entrecerró sus ojos, mientras el extraño soltaba su muñeca bruscamente, casi con repugnancia.

-Nunca hubiera dicho que una cosa como tú me serviría en un futuro –susurró él en el oído del bebé, que ladeó su cabecita lejos de la boca de su raptor-. Pero... –calló de repente al darse cuenta de lo que hacía. ¡Dios! ¡Le había estado hablando a un bebé incapaz de entenderlo! Quizá hubiera sido un impulso, pero, de todas maneras, ahora se sentía estúpido por haberlo hecho.

Metió prisa al conductor con un gesto, que al instante, aceleró la marcha. El impulso lo empujó levemente hacia atrás, junto con la niña que quedó pegada a su pecho y que ahogó un pequeño grito infantil.

-¿Asustada? –él sonrió irónicamente-. Ya verás cuando te deje con ese par de bastardos –y había vuelto a hablar con la pequeña. Aunque ahora no se sintió estúpido, se sintió poderoso, casi un dios. Estaba a punto de decidir el destino de alguien, y eso hizo que dentro de él creciera un intenso estremecimiento de placer, una sensación indescriptible que aumentaba sin mesura dentro de su ser.

Era cierto, iba a cambiar la vida de la pequeña y no lo sentía. La dejaría en manos de aquellos perversos muggles a los que no les importaba nada más que ellos mismos. Los había observado durante meses y sabía que eran perfectos para sus propósitos y expectativas.

Con su índice izquierdo recorrió suavemente el perfil de la niña, que temblaba como una hoja ante su toque. Su sonrisa se ensanchó al notar el terror infantil.

-Llegamos, señor –anunció el conductor del coche, frenando suavemente delante de una casa que no tenía el aspecto de estar muy cuidada. Una luz titilando en la ventana, indicaba la presencia de alguien dentro de ella.

Tranquila y elegantemente, salió del vehículo. Rápidamente, le indicó al conductor que se fuera, y al instante, el automóvil volvió a acelerar alejándose de su antigua posición.

Sabía que estaba hecho una pena, todo lleno de cortes y magulladuras; que su vestimenta no estaba ni mucho menos en condiciones; que su aspecto no era de lo más saludable; pero no se molestó en arreglarlo. Unos muggles de semejante calaña no valían lo suficiente como para que él gastara sus energías arreglándose.

Dio unos cuantos golpes en la puerta, con la suficiente fuerza para que se oyeran dentro, incluso con el volumen de aquel aparato muggle al que llamaban televisor moderadamente alto. Oyó como una voz profunda de varón se quejaba al ser molestado y se levantaba de un sillón que sonaba como si tuviera los muelles rotos.

-¿Quién coño se atreve a molestarnos a estas horas de la noche? –preguntó malhumorado el propietario de la casa abriendo la puerta bruscamente y mostrándose ante su visitante-. ¿Se puede saber a qué coño ha venido?

Él sonrió afablemente a aquel intento de hombre, que, en su opinión, ni siquiera merecía ser llamado así, mientras se inclinaba con cortesía.

-William Mells, supongo –contestó él a su hostil recibimiento. Miró por encima del hombro de éste y vio como se acercaba a la entrada, manteniendo una distancia prudente, una mujer cercana a los veinticinco años exageradamente maquillada. Supuso que ella era su mujer-. Y ella tiene que ser Diane Mells –la mujer asintió con la cabeza, algo sorprendida ante la visita de alguien que no reaccionaba negativamente ante la contrariedad de su marido-. He venido para entregarles la que, a partir de este momento, va a ser su hija.

William Mells lo miró cuestionando la salud mental del sujeto, sin tomárselo en serio. Diane no reaccionó mejor, se echó a reír a carcajadas como si éste hubiera contado un chiste muy bueno. Él no perdió la calma, ensanchó su sonrisa amable y esperó tranquilamente a que dijeran algo coherente que pudiera tomar como respuesta.

-¿Estás loco? ¡Si has venido a gastarnos una jodida broma, te aseguro que no hace ni puta gracia! ¡Lárgate de aquí antes de que te mate de una paliza! –bramó William, totalmente exasperado y señalándole la carretera con el índice, mientras temblaba de furia.

-Hablo totalmente en serio –respondió él, empuñando su varita precavido-. Cuidarás a la niña.

William vio como lo apuntaba con la varita y no pudo más que reprimir una carcajada sarcástica. Era una situación verdaderamente divertida, un extraño con pinta de vagabundo con un bebé en brazos y apuntándole con un palo le estaba ordenando que cuidara a la niña que portaba. Toda la diversión que podía causarle la escena se transformó en ira, al ver que el hombre no cesaba en su empeño y lo apuntaba aún.

-¿Qué demonios pretendes hacer con un palo? ¿Matarme de risa? –le preguntó sarcástico aunque molesto-. Mira como me río. Ja, j...  

Se vio interrumpido cuando el extraño murmuró un "crucio". De la varita salió un rayo rojo que impactó de lleno en él, tirándole contra la pared.

William se revolcó en el suelo pegando alaridos mientras un dolor insoportable invadía su cuerpo. Y él sólo sonrió, sabiendo lo que William estaba sintiendo en ese mismo instante. Miles de puñaladas atravesándole de lleno, agujas ardientes traspasando los límites de su piel y un picor intenso recorriendo el interior de sus venas. Y aún conociendo los horrores que el muggle estaba pasando en ese mismo instante, en su cabeza sólo se repetía una cosa: "Se lo merece"

De reojo, vio como Diane se acurrucaba contra una esquina, su boca abierta en sorpresa y en sus ojos reflejado el horror de lo que estaba viendo. Contempló como se llevaba una mano temblorosa a la boca. ¿Creía que después le pasaría a ella? Se equivocaba. No le quedaba tanta energía como la que desearía y esa ramera barata no merecía su esfuerzo. 

-"Finite crucio" ¿Me tomará en serio ahora? –preguntó el hombre, instándole a levantarse.

William Mells se levantó todo lo rápido que su cuerpo dolorido le permitía. Asintió mirándole con una expresión de terror, echándose hacia atrás cuando él daba un paso hacia delante hasta que su fornida espalda topó con la pared.

-Ahora, escúchame –dijo él, poniendo la varita debajo de la barbilla de William-. Mantendrás al bebé y dirás que es tu propia hija a cualquier persona que sospeche. Puedes maltratarla todo lo que quieras, pero ten claro un par de cosas: primero, como la niña muera, tú también mueres al igual que esa puta –le amenazó mientras señalaba despectivamente a Diane-; y segundo, nada de violaciones. La niña debe permanecer virgen porque si no es así, atente a las consecuencias –le susurró suavemente, clavando la punta de su varita en su cuello-. Haré una visita cada mes para comprobar que cumplís el trato y, creo que no hace falta que diga que ocurrirá si intentáis llamar a la policía. ¿No? Por cierto, si no os importa, llamadla Virginia.

Con movimientos suaves y sigilosos, más propios de un aristócrata que de un vagabundo, se acercó a Diane y le entregó el bebé, que ella cogió torpemente entre sus brazos. No pudo evitar darse cuenta de que la mujer carecía de instinto maternal o lo había perdido. Cogía a la niña como si fuera un cojín o algo parecido, incluso él lo hacía mejor.

-Hasta la próxima, y no olvidéis mis advertencias –les aconsejó mientras salía por la puerta, que en ningún momento había sido cerrada.

Al mirar atrás, vio como la entrada se cerraba rápidamente y se regocijó al notar la impresión que había dado. Sabía que no harían nada que pusiera en peligro sus miserables vidas. Esos muggles no tenían dignidad ni honor alguno.

Sin esfuerzo se desapareció del lugar hasta llegar a su casa.

El ministerio no sería capaz de saber lo que había hecho. Ese día, después de la derrota del Señor Oscuro, todo estaba descontrolado y cada cual hacia lo que quería. Tampoco se darían cuenta del sello que había conjurado en los registros de Hogwarts, que tenían apuntado el nombre de Virginia desde el momento de su nacimiento. El sello que había empleado, haría el nombre de Virginia invisible. No lo borraría, pero tampoco constaría en los archivos. El inconveniente era que tenía que renovarlo cada año, exactamente, 365 días y 6 horas después de hacer cada uno de ellos. De todas maneras, esa era una molestia muy pequeña comparado con lo que la niña le ofrecería en su momento.

Ese mismo martes, otro niño era entregado a unos muggles en un barrio menos conflictivo de Londres. Los magos lo llamaban "el niño que vivió".

15 AÑOS Y MEDIO DESPUÉS

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Ginny se levantó a las seis y media de la mañana, como hacía cada día desde que tenía memoria. Ya no necesitaba despertador, se despertaba por inercia. Probablemente lo hacía para evitar la primera paliza del día. Irse cuanto antes, evitaba cualquier contacto con su padre, y por consiguiente cualquier posibilidad de poder enfadarlo.

Cogió su uniforme, compuesto por una falda corta de cuadros verdes y azules, y una camisa blanca simple de botones, junto con una chaqueta azul oscura y se la puso. Se peinó su largo cabello pelirrojo recogiendo algunos mechones que tapaban sus ojos con unas horquillas. Ya sólo le quedaba el maquillaje.

Ella no necesitaba el maquillaje para parecer más guapa, como las otras chicas de su clase, Ginny lo necesitaba para tapar los cortes o moratones que surcaban su cuerpo. Muchas veces, no había conseguido disimularlos lo suficiente y había sido acribillada a preguntas por su única amiga, Elizabeth. Pero, con el tiempo, ella dejó de preguntarle. Virginia estaba segura de que al final descubrió lo que ocurría. Finalmente, después de ver las pruebas tatuadas en su cuerpo, fue capaz de creer todo lo que se rumoreaba de su familia, que era cierto en su mayoría. A pesar de todo, era la mejor amiga que había tenido nunca, para ser sinceros, la única amiga que había tenido en toda su vida. Pero, se fue. Hacia un año que se había ido a Liverpool, lejos de Londres y de ella.

Lo único que le hacía aguantar era su fuerza. Había vivido durante quince años de su vida de esa manera y ahora no pensaba desistir. Conseguiría lo que había soñado desde su infancia, estudiaría y lograría un buen trabajo, y se iría de ese infierno rutinario para no volver, no caería en la mediocridad en la que habían caído sus progenitores.

Salió de su casa a las siete y media, sin hacer ruido alguno, y a pesar de que sus clases comenzaban a las nueve, anduvo hacia su colegio para esperar dentro de su aula, donde podía aprovechar para estudiar o leer. Cualquier cosa antes que quedarse en su casa.

Cuando pasaba por delante de las casas de sus vecinas, éstas la miraban con el ceño fruncido. Ninguna de ellas sabía de donde había salido esa chiquilla. De repente, un día, Diane Mells, conocida por su "promiscuidad", apareció con un bebé en brazos, afirmando encarecidamente que era su hija ante los interrogatorios de las chismosas mujeres que vivían en las casas vecinas, con las que no mantenía contacto alguno, pero que al ver que tenía una hija se habían interesado repentinamente en ella. Todo el mundo sabía que ese interés no era más que curiosidad. Y es que había muchas dudas en torno a aquel retoño, que ahora ya tenía quince años. Su aspecto confirmaba las sospechas de estas señoras, que no paraban de repetir a quien quisiera escucharlas que aquella niña no podía ser de los Mells.

Virginia Mells en nada se parecía a su padre; un hombre fornido y hosco, de ojos pequeños y azules, pelo negro grasiento y apariencia mal cuidada. Tampoco guardaba similitud alguna con su madre, una mujer de mala vida, rubia y menuda, de pupilas turquesas y con un encanto que iba en decadencia.

Cualquiera de sus vecinas explicaría sus teorías de que la niña era una hija bastarda de William Mells o una niña robada a la que pretendían llevar por el camino de su madre para conseguir dinero. Ninguna de ellas era cierta. Aún así, la gente no se cansaba de rumorear sobre su origen.

Ginny siguió andando, haciendo rodeos en lugares donde sabía que había borrachos que podían intentar propasarse con ella, hasta llegar a su colegio, que era exclusivamente para chicas, y entrar en su clase.

Su día transcurrió como era normal, con las miradas de reojo de sus compañeras junto con comentarios que bajaban de volumen cuando ella estaba cerca. Esas cosas acababan por agotarla, así que cuando a las seis acabó su jornada, salió todo lo rápido que pudo de su clase. Era su último día y empezaba sus vacaciones de verano, pero eso no la alegraba como a las demás chicas de su colegio. Quería echarse a llorar, pero por orgullo no lo hizo. Si había algo que no podía permitirse perder era su orgullo y su dignidad, eran las únicas cosas que aún mantenía con ella. Las demás las había perdido o permanecían en ella latentes e inactivas.

Ya no sabía como hacer para evitar a sus padres, no sabía como hacerlo. Iba a pasar todo el verano encerrada en su casa y ya no podría hacer nada. Tendría que sucumbir.

Suspiró cansada mientras aminoraba el ritmo de sus pasos.

La llegada a casa no iba a ser cálida, probablemente le darían un trozo de pan medio quemado con mermelada para que merendara. Ni siquiera le ofrecerían un té, para ella no había más que agua para beber. Sobre la comida, bueno, comía como mucho una o dos veces al día, aunque había veces en las que no comía nada en tres días. No obstante la comida no era de lo más deseable. Solían ser sobras de la cena de ellos.

Al menos, cada vez había menos palizas por día. Hacía unos años eran constantes, tanto por parte de su madre como de su padre. Ahora sólo venían por parte de su padre y se limitaban a tres o cuatro a la semana. Pero, el maltrato psicológico no cesaba nunca.

A veces, le preguntaba a Dios que hizo para merecer esa vida y ese trato.

¿Qué mal había hecho ella?

-¡Mira a quien tenemos aquí! ¡Si es la pequeña Virginia! Quizás ya no tan pequeña.

Ginny se sobresaltó al ser sacada tan abruptamente de sus pensamientos. No se tranquilizó al ver aquellos cuatro chicos que habían empezado a rodearla. Lo peor de todo era que los conocía de sobra. Demasiado para lo que ella hubiera querido.

-¡Hace tanto tiempo que no te veía! –siguió el chico que evidentemente lideraba a los otros. Probablemente no era el más alto y fornido, pero era bastante atlético y bien parecido. Posiblemente, era su carácter dominante lo que le ayudó a conseguir aquel puesto entre sus compañeros-. ¿Nos estabas evitando, Virginia?

Ginny lo miró con el ceño fruncido mientras él se iba acercando, obviamente sin buenas intenciones en lo que respectaba a ella. Si le hubieran pedido que definiera en una palabra la sensación que le provocaba aquel chico hubiera respondido sin dudarlo. Asco.

-Desgraciadamente no se puede evitar a la peste, Sean –le contestó ella desafiante, mirándolo como si fuera basura-. Tarde o temprano te encuentra.

-Sabes que prefiero que me llamen "Scorpion", linda –replicó él, ignorando la indirecta que le había sido dirigida-. Estás mucho mejor que hace un año. Aún me pregunto por qué no saliste conmigo cuando te lo pedí –le susurró en uno de sus oídos melosamente, posando una de sus manos en su cintura-. Es increíble que ni siquiera me hayas dado un beso aún.

-Yo aún me pregunto cómo puede tu estupidez superar tu incompetencia, Sean. Eso SÍ que es increíble –le dijo despectivamente, quitándose la mano de este de encima y empujándolo levemente para poder apartarlo-. Si no acepté a salir contigo es porque la presuntuosidad e idiotez no me parece una buena combinación en un niñato estúpido.

Sean la observó furiosamente. Ginny lo rechazaba cada vez que se acercaba a ella y encima lo insultaba delante de sus amigos. Siempre se las había pasado por alto, con la esperanza de que algún día reaccionara y se diera cuenta de lo atractivo que era. Lo había intentado todo, desde ser "amable" hasta salir con todas las chicas del barrio para intentar darle celos, pero nada funcionaba con ella. Era un hueso duro de roer.

-Mira, Virginia, no me las tomaré como algo personal si te vienes conmigo y nos montamos una fiesta en mi coche –le sugirió Sean, cambiando su expresión de furia por una lujuriosa mientras se reía acompañado de todos sus amigos.

-Tómatelas como te dé la gana, pero yo ya te dije claramente mi decisión y es... ¡No! –le gritó Ginny en la cara. Se puso a andar dejándolos helados y furiosos.

Hacia un año que no veía a Sean, un año que fue mucho más placentero, en lo que cabe, de lo que lo habían sido los otros. Gracias a los rumores, se enteró de que se fue a vivir a Southampton con su tía abuela Louisa. Por desgracia, su tía se cansó de él y se lo devolvió a sus padres, que tampoco estaban muy alegres de tenerlo de vuelta. Su regreso, además, ponía a Ginny en problemas de acoso constante.

-Es una pena que no te dediques al trabajo de tu mamá –gritó Sean haciendo que ella se parara en el sitio-. Estuve a punto de gastar mi dinero en una noche con ella hace un par de días, pero pensé: "Para que gastar mi dinero en la madre cuando puedo conseguir a su hija gratis"

Ginny apretó los dientes y volvió a echar a andar forzando el paso.

-Bueno, después de todo, no creo que pase mucho tiempo antes de que te vea relevando a tu madre en la esquina –continuó él, siguiéndola junto con sus compañeros.

-¡Yo no soy como mi madre, Sean! –exclamó ella enfurecida, girándose para mirarlo a la cara-. ¡Pierdes el tiempo! ¡Nunca seré como ella!

Sean, aprovechando su descuido, se abalanzó sobre ella, apoyándola contra un muro y besándola bruscamente ante los silbidos de los otros chicos.

-Pienso igual que tú, eres mucho mejor que ella –le murmuró jadeando y subiendo sus manos por sus muslos hasta llegar a su trasero, que manoseó con fuerza.

Ella se deshizo de él y le pegó una bofetada que lo dejó desconcertado, tanto a él como a los demás. Pero la confusión no duró mucho, pronto la acorralaron y ahí fue cuando verdaderamente empezó a sentir pánico.

-Ahora vas a pagar por lo que le has hecho a mi cara, zorra –siseó él, señalándose la marca rojiza que se había formado en su mejilla.

Ginny vio como dirigía sus manos a su chaqueta, arrancándole de un estirón todos los botones y dejándola únicamente con la camisa blanca que se transparentaba bastante. Pero él no se conformaba, Ginny sabía lo que pretendía de ella y eso le provocaba un horror insólito. Gritó y forcejeó cuando sus manos ansiosas empezaron a desabrochar los botones que salvaban su desnudez, aunque ella intentara evitarlo. Pero nadie la escuchaba, y si la oían, se hacían los sordos para evitarse problemas.

Se sentía tan impotente, tan inútil... más de lo que se había sentido viviendo en su casa. Era tan desolador ver como te lo quitaban todo, hasta tu dignidad. Ella no quería acabar igual que su madre, no quería acabar siendo la mujer que todos despreciaban pero que aún así utilizaban a su antojo. No quería ser subyugada por nadie. No quería... No quería... ¡No lo haría!

De pronto, pegó un último grito de rabia y cuando abrió los ojos, los cuatro estaban en el suelo, medio confundidos, intentando levantarse adoloridos. Sean era el que había quedado más malparado, yacía a un par de metros de ella, totalmente inconsciente.      

No sabía lo que había pasado, pero no le importó. Salió corriendo a lo máximo que le daban sus piernas. No lloraba, no decía nada, sólo quería escapar. No se había acordado ni de su chaqueta que permanecía tirada en el suelo junto a Sean y sus amigos. Lo único que tenía era el maletín agarrado fuertemente entre sus dedos. Corrió durante mucho tiempo, tanto que ya no era consciente de cuanto. 

Repentinamente, se vio detenida por algo que la hizo caer de bruces al suelo. Se quejó frotándose el brazo derecho, que había amortiguado la mayor parte del golpe.

-¿Estás bien?

Virginia levantó la mirada de golpe y se encontró con sus ojos grises. Él le tendió su mano, pero lo único que Ginny hizo fue mirarle. Eran las primeras palabras amables dirigidas a ella en meses.

En ese instante, creyó ver una tenue luz rodeando al chico.

FIN CAPÍTULO 1.

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Iré subiendo los capítulos cada dos semanas o cada mes, sólo aviso!

Hasta la próxima! ^^