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Capítulo 11
Justo a tiempo
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Recuerden, los personajes de Slayers pertenecen a su creador, de ninguna forma me estoy adjuicando propiedad alguna sobre ellos.
Gracias MGA_FGA, Fany, Cass Metallium, Wolf Greywords y Zelda M. También Gracias a Karo y a todos los que leen esta historia en el Altar de Zeros ().
Esta vez sí me tardé mucho en actualizar, gomen nasai, minna-san. Pero es que apenas unos días me acaban de hacer madrina de nuevo!!! Unos gemelos hermosos, niño y niña, nacidos el 11 de septiembre. Ya lo sé, vaya día para nacer, mientras muchos estaban de luto yo estaba de fiesta y festejando. Pero así es la vida... una llama siempre viva que al apagarse en una vela se vuelve a encender en otra. En este caso, en dos.
En fin, vamos al fic, que ya está dejando de ser ran rosado y no me refiero al color. Ejem.
*******
La noche se cernía sobre el herido paisaje. A lo lejos se podían ver espacios completos fulgurando en la creciente obscuridad. La esbelta figura de la Emperatriz de Koubuchi vestida en una liviana armadura revestida de plata se distinguía perfectamente sobre el negro corcel. Su hermoso rostro estaba endurecido pero sus ojos dorados parecían haber perdido el brillo. Uno de los soldados se acercó temeroso e hizo una profunda reverencia. La Emperatriz escuchó las noticias sin mostrar sentimiento alguno. Finalmente despidió al soldado y luego de unos minutos hincó al corcel en dirección al campamento.
Cuando estuvo lejos de los soldados y lejos de todo ser viviente la Emperatriz desvió al animal del camino y se adentró en el bosque que encubría el campamento de las tribus cercanas al lugar. A esas alturas la voz del ataque ya se estaría corriendo. La Emperatriz se había encargado de plantar sus estandartes donde cualquiera que se acercara al lugar pudiera reconocerlos de inmediato.
Había pasado más de una semana desde el secuestro del joven príncipe y cada día que pasaba se le hacía una eternidad. No habían dado con rastro alguno, sólo la desaparición de dos caballos, el caballo preferido del príncipe y otro de igual calidad.
Después de unos días la furia de la Emperatriz se había convertido en una dolorosa sensación de pérdida e impotencia. Pero iba a encontrar al príncipe, aún cuando le costara el invadir, destruir y volcar hasta la última brizna de hierba que aquellos dos caballos habían tocado en su huida.
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Ya era tarde en la noche y los príncipes estaban en sus respectivas habitaciones. Xellos continuaba durmiendo desde el suceso en la tarde. Descansando profundamente en su cama.
Una silenciosa figura se deslizó dentro de su recámara. Con lentitud se acercó a la cama y observó detenidamente al joven.
"Xellos." Llamó con determinación. "Despierta." Le ordenó. Xellos despertó de inmediato y volvió su rostro hacia la sombra. Aún en la obscuridad de su cuarto el joven reconoció la figura como aquella del Primer Ministro e instintivamente gruñó muy profundo en su garganta. El Ministro se echó a reir complacido.
"Veo que no me has olvidado." Xellos intentó abalanzarse sobre el hombre pero el Ministro le ordenó quedarse quieto. Sin poder hacer nada se quedó sobre la cama, en espera de lo que aquel hombre tuviera que decirle.
"Muchacho, esta noche, cuando todos estén profundamente dormidos. Tomarás esta daga y entrarás a la recámara donde duermen el Rey y la Reina." Le dijo al tiempo que colocaba en su mano el arma. "Clavarás el corazón del Rey y de la Reina mientras duermen. No harás ningún ruido."
Xellos observó el arma con los ojos muy abiertos y luego fijó la vista en el Ministro. Una luz púrpura se dejó ver por unos momentos haciendo que el hombre se alejara un poco. Xellos temblaba de la ira. Hizo ademán de hablar pero el Ministro lo silenció con un gesto.
El Ministro lo observó hasta que los ojos del chico volvieron a la normalidad. Aún le asombraba el hecho de que aquel mocoso fuera un demonio en realidad. Sonrió vilmente mientras le levantaba la barbilla. "Eres muy poderoso como para arriesgarme a dejarte con vida... ...¿no lo crees?" Nuevamente los ojos se tornaron de aquel color púrpura y mientras el Ministro continuaba algunas hebras de su cabello tomaron su color natural a pesar del collar.
"Dime, pequeño monstruo..." Dijo con una sonrisa retorcida al tiempo que saboreaba la palabra y se deleitaba en la sorpresa que le causaba al joven. "...¿qué me harás el día que te liberes del collar?" Le preguntó ampliando aquella sádica sonrisa.
"El día que me libere de este maldito collar voy a tomar mi espada de obscuridad y traspasaré tu negro corazón. Tú sangre la alimentará y tu alma se consumirá lentamente en agonía. Luego mi obscuridad consumirá tu cuerpo hasta que no queden mas que negras cenizas." Todo esto lo dijo entre dientes y augurando el mayor dolor.
"Eso pensé." Dijo al tiempo que lo soltaba desdeñosamente. "Bien, pequeña sabandija, como ves, no me puedo arriesgar a tenerte cerca por mucho tiempo, así que... ...cuando termines con la vida del Rey y la Reina, espero que, como un acto de justicia, termines con la tuya." El Ministro sonrió mientras se alejaba.
"Fue un desagradable placer conocerte, Xellos. Pero será un inmenso regocijo deshacerme de ti y de paso... quedarme con la princesa." Y diciendo esto se alejó hasta la puerta. "Ahora descansa hasta que sea el momento de cumplir tu encomienda."
Desde su posición el Ministro vio cómo el joven se volvía a recostar y prontamente caia en un profundo sueño, desvaneciéndose así el color púrpura de sus ojos y cabellos. El hombre cerró la puerta en silencio y desapareció pasillo abajo.
*******
La hora había llegado y Xellos se encontró despertando contra su voluntad. Comenzó a temblar descontroladamente pero su cuerpo parecía no tomarlo en consideración mientras su mano buscaba entre las sábanas el arma que el Ministro le había dado. Se cubrió con una bata y se puso unas zapatillas de seda.
Su cuerpo se movía silencioso hacia la puerta de la habitación. Se sentía como si estuviera dividido, su razón anhelaba que todo aquello fuera un sueño, pero mientras se deslizaba por el pasillo a obscuras sabía que aquello no podía más que ser una horrible pesadilla.
Cuando pasaba frente a la puerta de la princesa trató con todas sus fuerzas de detenerse, de desviarse o siquiera gritar para poder llamar la atención de la chiquilla, pero todo era en vano. Maldijo el collar y maldijo el momento en que el Ministro lo había podido encontrar solo en su habitación.
Xellos en realidad no sabía con exactitud el cuarto donde dormían el Rey y la Reina, por lo que tendría que vagar por el castillo hasta encontrarlo. Quizás eso le daría tiempo a ser descubierto, a que algún sirviente lo detuviera o le preguntara qué hacía despierto a esas horas. Al cabo de media hora comenzó a perder las esperanzas, ya no le quedaban muchos pasillos por revisar.
Su cuerpo continuaba temblando. No sólo le preocupaba la muerte de los padres de Filia, sino su propia vida. Aquella mano que sostenía la daga pronto lo traicionaría. Nuevamente volvió a rogar que alguien notara su presencia por los pasillos del castillo. Varias veces había tratado de tropezar y hacer algun ruido que llamara la atención, pero su cuerpo se negaba a obedecer.
Llegó a un pasillo completamente diferente, adornado ricamente y con los emblemas reales emblazonados en cada pared y puerta. Seguramente aquellas eran las habitaciones del Rey y la Reina.
"Kuso." Susurró.
Su mano se detuvo temblorosa en la primera puerta, la abrió silencioso y suspiró aliviado cuando la encontró vacía. Pero no bien había respirado un poco su cuerpo siguió a la próxima puerta. Esta habitación también estaba vacía y así casi todas las habitaciones. Cuando llegó al final del pasillo se encontró con otro pasillo mucho más adornado. Dos guardias vigilaban una puerta.
Sonrió con alegría, ahora sólo tendría que caminar a donde se encontraban los guardias y éstos lo detendrían. Fácil.
Caminó determinado hacia los hombres armados mientras sonreía. Pero su sonrisa no duró demasiado. Los hombres al verlo se pusieron pálidos y comenzaron a temblar a pesar de haber tomado posiciones de defensa. *¿Qué les sucede a estos tontos?* Atinó a pensar antes que de su mano brotaran dos flechas de energía y se clavaran en el pecho de los hombres a pesar de la armadura.
Los hombres ya no se movieron mientras las flechas continuaban clavadas. Sus miradas horrorizadas estaban inmóviles. Xellos comenzó a acercarse nuevamente para su desespero. Abrió la puerta de la habitación y la cerró tras de sí. Aquella era la antesala a la recámara real.
Cuando se acercaba a la próxima puerta un pequeño ruido llamó su atención, era como si alguien se aclarara la garganta. Giró suavemente y pudo discernir la figura de un hombre sentado cómodamente en uno de los divanes.
"Buenas noches joven Xellos." Dijo en una voz suave y apenas imperceptible, Xellos se sorprendió al poder escucharlo, no entendía cómo era que aquel leve susurro llegaba a sus oídos tan claramente. Levantó su mano y una flecha se formó en ella. Al lanzarla contra el hombre la misma se deshizo en un campo mágico hexagonal muy parecido al que había utilizado en el duelo con la princesa Lina.
"Detente." Dijo finalmente el hombre y Xellos obedeció con cierto alivio. El hombre se levantó del diván y se acercó. Xellos pudo entonces reconocerlo como el sastre real.
"¿Qué haces vagando por los pasillos tan tarde en la noche?" Le preguntó mientras se levantaba del diván con un gesto casi felino.
"Tengo órdenes." Murmuró.
El hombre se tensó al tiempo que se acercaba y entrecerró los ojos sospechosamente. "¿Cuáles órdenes y de quién?"
"De parte del Ministro. Debo matar al rey y la reina y luego quitarme la vida." Repitió monótonamente.
"¿Con esa arma?" Señaló la daga.
"Hai." Susurró al tiempo que bajaba la cabeza.
El hombre le pidió el arma y Xellos accedió de inmediato. Sentía que en cualquier momento su cuerpo se revelaría a toda la presión por la que había pasado. Estaba débil aún y el esfuerzo estaba cobrando su cuota.
"Joven Xellos, creo que aún está muy cansado por el duelo de esta tarde. Sería buena idea que regresara a su recámara y tratara de descansar. Le aconsejo que olvide las órdenes del Primer Ministro, de hecho, le aconsejo que olvide todo este desagradable incidente." Xellos abrió los ojos muy grandes. ¿Cómo era que aquel hombre sabía del duelo contra la princesa? Nadie había estado allí para verlo. Además, el hombre le seguía trayendo vagos recuerdos, recuerdos de un viaje agotador.
"Los guardias..."
"No te preocupes por ellos, estarán bien en la mañana y estoy seguro que no recordarán nada. Pero tú debes descansar. Olvida todo esto, no te hace bien. ¿Quieres que te acompañe hasta tu recámara?" Le dijo al ver que el joven se pasaba la mano por los ojos en un gesto cansado.
"Hai." Le dijo Xellos algo mareado.
"Bien, entonces vamos."
Mientras salían Xellos pudo ver cómo el sastre hacía desaparecer las flechas que estaban en los cuerpos inmóviles de los guardias y cómo luego se desplomaban silenciosamente a pesar de sus armaduras. Seguramente aquel no era un hombre cualquiera, después de lo que estaba viendo dudaba que fuera realmente un sastre.
Caminaron en silencio por los pasillos vacíos. Cada paso se le hacía más pesado según se iban acercando a su habitación hasta que simplemente ya no pudo caminar. Youki tuvo que ayudarlo a llegar hasta su cama y cuando ya estaba a punto de quedar dormido atinó a preguntarle al sastre. La voz adormilada y arrastrada por el cansancio.
"¿Quién eres?"
"Soy un amigo..." Le respondió el hombre con una sonrisa.
"¿Por qué?" Le dijo con los ojos cansados.
"Sore wa himitsu desu, alteza." Le dijo al tiempo que movía el dedo graciosamente. Xellos se quedó absorto observando la pequeñs garra frente a su rostro. "Pero permítame un pequeño regalo." El sastre cerró los ojos y luego de concentrarse una sortija plateada, muy parecida a la que usaba el joven apareció suspendida en el aire.
El sastre la tomó y procedió a remover una de las sortijas que la princesa le había obsequiado al joven reemplazándola con aquella nueva. "Cuando veas nuevamente al Ministro tocarás la piedra de la sortija de inmediato, eso es una órden. En el momento en que lo hagas yo podré ver y escuchar lo que te diga." Xellos asintió levemente. "Ahora descanse, no hay necesidad de recordar nada de esto." El joven volvió a asentir, ya con los ojos entrecerrados.
Youki se levantó de la cama y le dio un último vistazo al joven. Suspiró aliviado y luego su mirada se endureció.
"Ministro, usted no volverá a interferir en mis planes." Susurró mientras salía de la habitación y se dirigía a su sastrería.
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¿Les gustó? ¿No les gustó? Flamas, dudas, preguntas, sugerencias, críticas, todo es bienvenido como siempre.
¡¡Wolf!! Estoy esperando otro cap, así que no te tardes.
Besos y abrazos a todos, cuidense mucho, ¡Ja Ne!
Capítulo 11
Justo a tiempo
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Recuerden, los personajes de Slayers pertenecen a su creador, de ninguna forma me estoy adjuicando propiedad alguna sobre ellos.
Gracias MGA_FGA, Fany, Cass Metallium, Wolf Greywords y Zelda M. También Gracias a Karo y a todos los que leen esta historia en el Altar de Zeros ().
Esta vez sí me tardé mucho en actualizar, gomen nasai, minna-san. Pero es que apenas unos días me acaban de hacer madrina de nuevo!!! Unos gemelos hermosos, niño y niña, nacidos el 11 de septiembre. Ya lo sé, vaya día para nacer, mientras muchos estaban de luto yo estaba de fiesta y festejando. Pero así es la vida... una llama siempre viva que al apagarse en una vela se vuelve a encender en otra. En este caso, en dos.
En fin, vamos al fic, que ya está dejando de ser ran rosado y no me refiero al color. Ejem.
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La noche se cernía sobre el herido paisaje. A lo lejos se podían ver espacios completos fulgurando en la creciente obscuridad. La esbelta figura de la Emperatriz de Koubuchi vestida en una liviana armadura revestida de plata se distinguía perfectamente sobre el negro corcel. Su hermoso rostro estaba endurecido pero sus ojos dorados parecían haber perdido el brillo. Uno de los soldados se acercó temeroso e hizo una profunda reverencia. La Emperatriz escuchó las noticias sin mostrar sentimiento alguno. Finalmente despidió al soldado y luego de unos minutos hincó al corcel en dirección al campamento.
Cuando estuvo lejos de los soldados y lejos de todo ser viviente la Emperatriz desvió al animal del camino y se adentró en el bosque que encubría el campamento de las tribus cercanas al lugar. A esas alturas la voz del ataque ya se estaría corriendo. La Emperatriz se había encargado de plantar sus estandartes donde cualquiera que se acercara al lugar pudiera reconocerlos de inmediato.
Había pasado más de una semana desde el secuestro del joven príncipe y cada día que pasaba se le hacía una eternidad. No habían dado con rastro alguno, sólo la desaparición de dos caballos, el caballo preferido del príncipe y otro de igual calidad.
Después de unos días la furia de la Emperatriz se había convertido en una dolorosa sensación de pérdida e impotencia. Pero iba a encontrar al príncipe, aún cuando le costara el invadir, destruir y volcar hasta la última brizna de hierba que aquellos dos caballos habían tocado en su huida.
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Ya era tarde en la noche y los príncipes estaban en sus respectivas habitaciones. Xellos continuaba durmiendo desde el suceso en la tarde. Descansando profundamente en su cama.
Una silenciosa figura se deslizó dentro de su recámara. Con lentitud se acercó a la cama y observó detenidamente al joven.
"Xellos." Llamó con determinación. "Despierta." Le ordenó. Xellos despertó de inmediato y volvió su rostro hacia la sombra. Aún en la obscuridad de su cuarto el joven reconoció la figura como aquella del Primer Ministro e instintivamente gruñó muy profundo en su garganta. El Ministro se echó a reir complacido.
"Veo que no me has olvidado." Xellos intentó abalanzarse sobre el hombre pero el Ministro le ordenó quedarse quieto. Sin poder hacer nada se quedó sobre la cama, en espera de lo que aquel hombre tuviera que decirle.
"Muchacho, esta noche, cuando todos estén profundamente dormidos. Tomarás esta daga y entrarás a la recámara donde duermen el Rey y la Reina." Le dijo al tiempo que colocaba en su mano el arma. "Clavarás el corazón del Rey y de la Reina mientras duermen. No harás ningún ruido."
Xellos observó el arma con los ojos muy abiertos y luego fijó la vista en el Ministro. Una luz púrpura se dejó ver por unos momentos haciendo que el hombre se alejara un poco. Xellos temblaba de la ira. Hizo ademán de hablar pero el Ministro lo silenció con un gesto.
El Ministro lo observó hasta que los ojos del chico volvieron a la normalidad. Aún le asombraba el hecho de que aquel mocoso fuera un demonio en realidad. Sonrió vilmente mientras le levantaba la barbilla. "Eres muy poderoso como para arriesgarme a dejarte con vida... ...¿no lo crees?" Nuevamente los ojos se tornaron de aquel color púrpura y mientras el Ministro continuaba algunas hebras de su cabello tomaron su color natural a pesar del collar.
"Dime, pequeño monstruo..." Dijo con una sonrisa retorcida al tiempo que saboreaba la palabra y se deleitaba en la sorpresa que le causaba al joven. "...¿qué me harás el día que te liberes del collar?" Le preguntó ampliando aquella sádica sonrisa.
"El día que me libere de este maldito collar voy a tomar mi espada de obscuridad y traspasaré tu negro corazón. Tú sangre la alimentará y tu alma se consumirá lentamente en agonía. Luego mi obscuridad consumirá tu cuerpo hasta que no queden mas que negras cenizas." Todo esto lo dijo entre dientes y augurando el mayor dolor.
"Eso pensé." Dijo al tiempo que lo soltaba desdeñosamente. "Bien, pequeña sabandija, como ves, no me puedo arriesgar a tenerte cerca por mucho tiempo, así que... ...cuando termines con la vida del Rey y la Reina, espero que, como un acto de justicia, termines con la tuya." El Ministro sonrió mientras se alejaba.
"Fue un desagradable placer conocerte, Xellos. Pero será un inmenso regocijo deshacerme de ti y de paso... quedarme con la princesa." Y diciendo esto se alejó hasta la puerta. "Ahora descansa hasta que sea el momento de cumplir tu encomienda."
Desde su posición el Ministro vio cómo el joven se volvía a recostar y prontamente caia en un profundo sueño, desvaneciéndose así el color púrpura de sus ojos y cabellos. El hombre cerró la puerta en silencio y desapareció pasillo abajo.
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La hora había llegado y Xellos se encontró despertando contra su voluntad. Comenzó a temblar descontroladamente pero su cuerpo parecía no tomarlo en consideración mientras su mano buscaba entre las sábanas el arma que el Ministro le había dado. Se cubrió con una bata y se puso unas zapatillas de seda.
Su cuerpo se movía silencioso hacia la puerta de la habitación. Se sentía como si estuviera dividido, su razón anhelaba que todo aquello fuera un sueño, pero mientras se deslizaba por el pasillo a obscuras sabía que aquello no podía más que ser una horrible pesadilla.
Cuando pasaba frente a la puerta de la princesa trató con todas sus fuerzas de detenerse, de desviarse o siquiera gritar para poder llamar la atención de la chiquilla, pero todo era en vano. Maldijo el collar y maldijo el momento en que el Ministro lo había podido encontrar solo en su habitación.
Xellos en realidad no sabía con exactitud el cuarto donde dormían el Rey y la Reina, por lo que tendría que vagar por el castillo hasta encontrarlo. Quizás eso le daría tiempo a ser descubierto, a que algún sirviente lo detuviera o le preguntara qué hacía despierto a esas horas. Al cabo de media hora comenzó a perder las esperanzas, ya no le quedaban muchos pasillos por revisar.
Su cuerpo continuaba temblando. No sólo le preocupaba la muerte de los padres de Filia, sino su propia vida. Aquella mano que sostenía la daga pronto lo traicionaría. Nuevamente volvió a rogar que alguien notara su presencia por los pasillos del castillo. Varias veces había tratado de tropezar y hacer algun ruido que llamara la atención, pero su cuerpo se negaba a obedecer.
Llegó a un pasillo completamente diferente, adornado ricamente y con los emblemas reales emblazonados en cada pared y puerta. Seguramente aquellas eran las habitaciones del Rey y la Reina.
"Kuso." Susurró.
Su mano se detuvo temblorosa en la primera puerta, la abrió silencioso y suspiró aliviado cuando la encontró vacía. Pero no bien había respirado un poco su cuerpo siguió a la próxima puerta. Esta habitación también estaba vacía y así casi todas las habitaciones. Cuando llegó al final del pasillo se encontró con otro pasillo mucho más adornado. Dos guardias vigilaban una puerta.
Sonrió con alegría, ahora sólo tendría que caminar a donde se encontraban los guardias y éstos lo detendrían. Fácil.
Caminó determinado hacia los hombres armados mientras sonreía. Pero su sonrisa no duró demasiado. Los hombres al verlo se pusieron pálidos y comenzaron a temblar a pesar de haber tomado posiciones de defensa. *¿Qué les sucede a estos tontos?* Atinó a pensar antes que de su mano brotaran dos flechas de energía y se clavaran en el pecho de los hombres a pesar de la armadura.
Los hombres ya no se movieron mientras las flechas continuaban clavadas. Sus miradas horrorizadas estaban inmóviles. Xellos comenzó a acercarse nuevamente para su desespero. Abrió la puerta de la habitación y la cerró tras de sí. Aquella era la antesala a la recámara real.
Cuando se acercaba a la próxima puerta un pequeño ruido llamó su atención, era como si alguien se aclarara la garganta. Giró suavemente y pudo discernir la figura de un hombre sentado cómodamente en uno de los divanes.
"Buenas noches joven Xellos." Dijo en una voz suave y apenas imperceptible, Xellos se sorprendió al poder escucharlo, no entendía cómo era que aquel leve susurro llegaba a sus oídos tan claramente. Levantó su mano y una flecha se formó en ella. Al lanzarla contra el hombre la misma se deshizo en un campo mágico hexagonal muy parecido al que había utilizado en el duelo con la princesa Lina.
"Detente." Dijo finalmente el hombre y Xellos obedeció con cierto alivio. El hombre se levantó del diván y se acercó. Xellos pudo entonces reconocerlo como el sastre real.
"¿Qué haces vagando por los pasillos tan tarde en la noche?" Le preguntó mientras se levantaba del diván con un gesto casi felino.
"Tengo órdenes." Murmuró.
El hombre se tensó al tiempo que se acercaba y entrecerró los ojos sospechosamente. "¿Cuáles órdenes y de quién?"
"De parte del Ministro. Debo matar al rey y la reina y luego quitarme la vida." Repitió monótonamente.
"¿Con esa arma?" Señaló la daga.
"Hai." Susurró al tiempo que bajaba la cabeza.
El hombre le pidió el arma y Xellos accedió de inmediato. Sentía que en cualquier momento su cuerpo se revelaría a toda la presión por la que había pasado. Estaba débil aún y el esfuerzo estaba cobrando su cuota.
"Joven Xellos, creo que aún está muy cansado por el duelo de esta tarde. Sería buena idea que regresara a su recámara y tratara de descansar. Le aconsejo que olvide las órdenes del Primer Ministro, de hecho, le aconsejo que olvide todo este desagradable incidente." Xellos abrió los ojos muy grandes. ¿Cómo era que aquel hombre sabía del duelo contra la princesa? Nadie había estado allí para verlo. Además, el hombre le seguía trayendo vagos recuerdos, recuerdos de un viaje agotador.
"Los guardias..."
"No te preocupes por ellos, estarán bien en la mañana y estoy seguro que no recordarán nada. Pero tú debes descansar. Olvida todo esto, no te hace bien. ¿Quieres que te acompañe hasta tu recámara?" Le dijo al ver que el joven se pasaba la mano por los ojos en un gesto cansado.
"Hai." Le dijo Xellos algo mareado.
"Bien, entonces vamos."
Mientras salían Xellos pudo ver cómo el sastre hacía desaparecer las flechas que estaban en los cuerpos inmóviles de los guardias y cómo luego se desplomaban silenciosamente a pesar de sus armaduras. Seguramente aquel no era un hombre cualquiera, después de lo que estaba viendo dudaba que fuera realmente un sastre.
Caminaron en silencio por los pasillos vacíos. Cada paso se le hacía más pesado según se iban acercando a su habitación hasta que simplemente ya no pudo caminar. Youki tuvo que ayudarlo a llegar hasta su cama y cuando ya estaba a punto de quedar dormido atinó a preguntarle al sastre. La voz adormilada y arrastrada por el cansancio.
"¿Quién eres?"
"Soy un amigo..." Le respondió el hombre con una sonrisa.
"¿Por qué?" Le dijo con los ojos cansados.
"Sore wa himitsu desu, alteza." Le dijo al tiempo que movía el dedo graciosamente. Xellos se quedó absorto observando la pequeñs garra frente a su rostro. "Pero permítame un pequeño regalo." El sastre cerró los ojos y luego de concentrarse una sortija plateada, muy parecida a la que usaba el joven apareció suspendida en el aire.
El sastre la tomó y procedió a remover una de las sortijas que la princesa le había obsequiado al joven reemplazándola con aquella nueva. "Cuando veas nuevamente al Ministro tocarás la piedra de la sortija de inmediato, eso es una órden. En el momento en que lo hagas yo podré ver y escuchar lo que te diga." Xellos asintió levemente. "Ahora descanse, no hay necesidad de recordar nada de esto." El joven volvió a asentir, ya con los ojos entrecerrados.
Youki se levantó de la cama y le dio un último vistazo al joven. Suspiró aliviado y luego su mirada se endureció.
"Ministro, usted no volverá a interferir en mis planes." Susurró mientras salía de la habitación y se dirigía a su sastrería.
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¿Les gustó? ¿No les gustó? Flamas, dudas, preguntas, sugerencias, críticas, todo es bienvenido como siempre.
¡¡Wolf!! Estoy esperando otro cap, así que no te tardes.
Besos y abrazos a todos, cuidense mucho, ¡Ja Ne!
