[b]CAPÍTULO IV
DESEQUILIBRIO[/b]
Tres estrellas veloces recorrieron las distancias marítimas sin ningún esfuerzo. Con la capacidad de alcanzar a un rayo de luz, el viaje de Atenas a Iraklión no tomó mucho. Y era el tiempo una comodidad que no podían dejar de lado estos valientes Santos, debido a que la amenaza del cruel dios del inframundo, Hades, se cernía inevitable.
Como en tiempos olvidados y solamente relatados en libros antiguos, extraños eventos se sucedían en diversos lugares del mundo: hambrunas, terremotos, caídas de granizo gigante, el espíritu de la guerra revolviéndose en diferentes sitios del mundo..., todos, extraños presagios de que el fin de la humanidad estaba a mano. Ni el peso de todo un mundo era suficiente para hacer más lenta la trayectoria de estos tres cometas.
"Allí está" dijo uno señalando a un puerto norteño de la Isla a donde dirigían sus caminos.
"Así es, Aioria" respondió Aldebarán. "Hemos llegado."
Cualquier ser vivo habría tenido dos reacciones inmediatas ante dicho acontecimiento... se habrían detenido y en estado de asombro habrían presenciado el descender de estas estrellas o quizá habrían huido despavoridos temiendo a lo desconocido. Esta reacción no habría extrañado tanto a estos tres poderosos seres como lo que ocurrió al descender.
El Puerto de Iraklión no registró su llegada. Aún bajando en medio de una congestionada calle.
Los tres Santos observaron a su alrededor mientras lo único que reinaba era una indiferencia total ante su llegada.
"¿Qué pasa?" preguntó Mú extrañado viendo a su alrededor.
"Esto no es normal" replicó Aioria observando que los marineros seguían descargando las cargas de los barcos que llegaban y que otros daban la bienvenida o se despedían de sus seres queridos antes de partir.
Aldebarán habló
"Amigos, quizá la presencia de estos eventos sea algo cotidiano para ellos, ¡recuerden que en esta isla existen tres templos de Atenea!"
"No" respondió Mú a las palabras del Toro Dorado. "Esta indiferencia no es algo normal."
"¡Tienes razón!" dijo Aioria mientras se veía a sí mismo. "Me siento... diferente"
"En efecto" respondió Mú una vez más "Yo también lo percibo... una extraña cosmoenergía que me afecta... no puedo localizar que está atacando en mí exactamente, pero lo siento, de una manera potente."
Aldebarán los observó al tiempo que decía.
"Sea lo que sea... parece que no me afecta a mí."
"¿Qué no lo sientes, Aldebarán?" preguntó el León Dorado asombrado. "Yo tampoco logro localizar que es esta sensación que me invade, pero me siento... extraño."
"No" respondió Aldebarán sin asombro. "De alguna forma parece que esto no me está afectando a mí."
Mú y Aioria se observaron con extrañeza, finalmente el Carnero Dorado habló.
"Tenemos que averiguar qué está sucediendo, pero me temo que no tenemos mucho tiempo para esto, Aldebarán..." dijo al tiempo que observaba a su amigo. "Parece que, efectivamente, tú no has sido afectado, por lo que yo sugeriría que fueras tú el que visite el Templo Central, al pie de Idhi Oros, mientras que Aioria y yo no dirigiremos a los otros dos respectivamente."
"Me parece una buena idea." Agregó Aioria con determinación. "Si me lo permiten, yo visitaré el templo en la punta del Monte Dhikti."
"Lo que me deja a mí el templo del Monte Levka Oris" respondió Mú.
"Muy bien" respondió Aldebarán tras escuchar las palabras de sus amigos dorados. "Nos veremos después, que Atenea les guíe y que Nike les corone".
"Igualmente, Aldebarán, que Nike te corone". Respondió Mú.
Aldebarán miró hacia el cielo al tiempo que dirigió su cosmoenergía hacia la cercana villa de Égida.
Mú y Aioria lo vieron partir.
"¿Por qué no está siendo afectado él?" preguntó finalmente Aioria con extrañeza.
"No lo sé, pero esto me preocupa... estamos siendo atacados directamente a nuestro cosmo, y ¡ni siquiera logramos reconocer que es lo que nos está afectando!"
Aioria detuvo a una transeúnte que pasaba junto a ellos, la mujer llevaba tomado de la mano a un pequeño niño de alrededor de siete años de edad.
"Espere" dijo el León Dorado.
La mujer detuvo su camino al tiempo que volteaba hacia el Santo de Atenea y lo vió con extrañeza.
"¿Qué quiere?" preguntó de manera arisca. "¿Por qué me detiene?"
"Quiero preguntarle algo." Dijo Aioria con voz amable.
La mujer lo observó con indiferencia esperando la pregunta del Santo. Aioria la observó y de pronto se dió cuenta que en verdad no sabía qué preguntar.
"¿Y bien?" preguntó la mujer con tono de fastidio.
Mú también sabía que lo mejor sería preguntar algo... pero inexplicablemente, no venía ninguna pregunta razonable a su cabeza.
"¡No sé qué decir!" dijo usando su cosmo Aioria a Mú.
"¡Ni yo!" respondió de la misma forma Mú. "¡No sé qué hacer!"
Imperceptible para ellos, estando absortos en su situación tan desconcertante, varios ciudadanos los habían rodeado ya.
"¿Qué están haciendo?" preguntó finalmente uno de los marineros que se habían acercado con tono agresivo. "¡Déjenla en paz!"
"¡Sí!" apoyaron varias personas "¡Déjenla en paz!"
"¡Ella no ha hecho nada! Y ¿quiénes son ustedes? ¿Por qué están vestidos así?" preguntó un anciano notablemente irritado.
"¡No, por favor!" dijo Mú mostrando sus manos en son de paz. "Nosotros no estamos haciéndole nada a esta mujer, solo queríamos preguntarle algo."
"¡Me están molestando!" gritó la mujer. "Me detuvieron y no han hecho nada sino mirarme fijamente... ¡me quieren hacer daño!"
"Algo anda muy mal aquí" dijo Aioria una vez más usando su cosmo hacia Mú.
"Si, esta gente pareciera estar con ánimos de lincharnos" respondió el joven de cabellos morados.
Un proyectil golpeó el rostro de Aioria que no hizo nada por evitarlo, el objeto se partió tras el impacto.
"¿Qué?" preguntó Aioria asombrado.
Los marineros, tomando palos algunos, otros portando navajas los comenzaron a rodear.
"¡Váyanse! ¡Déjenos en paz!"
Sus ojos parecían no estar vivos, sin brillo.
"¡Sus ojos!" pensó Mú asombrado. "¡Esta gente está siendo manipulada!" Extendiendo sus manos, Mú exclamó "¡Crystal Wall!"
Una pared ambarina rodeó a los Santos de Atena mientras la turba seguía su camino.
"¡Ahora sabemos que en realidad algo malo está ocurriendo aquí!" dijo Aioria con tono firme. "Quizá lo que esté afectando a esta gente sea lo que nos está atacando!"
"¡Exactamente!" dijo Mú con seguridad. "Creo que debemos llegar al fondo de esto, pero que no lo lograremos mientras no investiguemos lo que está ocurriendo en los Templos de Atenea."
"¡Mú!" dijo Aioria mientras observaba al Carnero Dorado. "¡Debemos librar esta isla del mal!"
Mú asintió con su cabeza con resolución, aunque su corazón se debatía con dudas.
"E..está bien" replicó el Santo Dorado. "Creo que será lo mejor".
Aioria notó que Mú dudaba, mientras que la gente se apilaba en la pared de cristal del Santo Dorado de Aries intentando traspasarla con vanos intentos por romperla para alcanzar a los objetos de su furia.
"¿Te sientes bien, Mú?" preguntó Aioria con un poco de temor. "¿Por qué estás dudando? ¿Acaso hay algo que tú sepas que yo no?"
Mú ahora fué el que observó a Aioria con asombro. ¡Pareciera que el valiente Aioria tuviera miedo!
"Aioria... salgamos de aquí, investiguemos y nos reunimos luego, es lo mejor."
Fué lo único que acertó a decir. Aioria asintió con su cabeza y ambos viendo hacie el cielo, dieron un brinco que los elevó, tomando cada quien un camino hacia el oeste y hacia el este.
***
Aldebarán logró observar la Villa de Égida a los pies de Idhi Orós, a primera vista, todo pareciera estar abandonado.
"¡Qué extraño!" pensó para sus adentros al tiempo que descendía en la bella Villa. Caminando observó que los edificios estaban limpios, pero que estaban solos. "Pareciera que no hubiera nadie aquí..."
Aldebarán caminó por la calzada central asombrándose con la semejanza que dicho sitio tuviera con el propio Santuario... era una sensación extraña, de conocer un lugar en el que nunca se ha estado.
"El maestro Dohko nos dijo que encontraríamos gente aquí... sin embargo, no veo a nadie." Volvió a pensar Aldebarán.
El gigante prosiguió su camino buscando señales de vida en la Villa. Mientras seguía su camino, no fué capaz de notar que algunas sombras parecían moverse en los recovecos de las construcciones y que detrás de él, el suelo se tornaba extraño... como si un surco estuviera siendo hecho desde dentro.
"Lo mejor será que me dirija hacia el templo" pensó Aldebarán finalmente cansado de buscar. A pesar de haber ampliado el radio de su cosmoenergía buscando presencias había fracasado. Caminando llegó hasta una amplia escalera de color blanco rodeada de columnas con una efigie rota de la Diosa Atenea... Aldebarán se agachó para observar los restos de la estatua al tiempo que levantaba la cabeza de esta.
"¿Quién pudo haberse atrevido a hacer esto?" se preguntó con indignación. Quemando su cosmoenergía con furia, Aldebarán vió hacia arriba, a donde las escaleras parecían desaparecer mientras seguían su ascenso. "¡Sea quien sea, haré pagar este atrevimiento!"
Dando un paso adelante no se percató de que una de sus piernas estaba siendo obstaculizada por una extraña forma alargada verdosa que había salido de la tierra.
"¿Qué?" se preguntó observando hacia atrás al ser impedido su paso.
***
Con una poderosa explosión sónica que acompañó a su descenso, Aioria, Santo Dorado del León, se posó a los pies del monte Dhikti, localizado en la región oriental de Creta. Todo parecía abandonado... incluso, decadente, muy lejos de ser lo que Dohko les mostrara algunos instantes antes.
"Es extraño" pensó para sus adentros Aioria ahogando un estremecimiento al ver el estado ruinoso del lugar que pensaba encontrar deslumbrante. "Es como ver parte del Santuario caído..."
Caminando hacia la base de las escaleras rodeadas por fragmentos de columnas, Aioria observó hacia arriba. Agachándose examinó los restos de las columnas.
"Pareciera que estuvieran así desde hace mucho tiempo!" pensó el valiente León extrañado. "¿Será posible que el control de Atenea hubiese fallado y que apenas se estuvieran dando cuenta de lo que estaba pasando?"
Poniéndose de pie, Aioria se dispuso a comenzar su ascenso por las escaleras cuando su cosmo detectó la presencia de alguien cerca de él... poniéndose alerta, su capa voló detrás de él al tiempo que Aioria, en posición amenazante se volvió hacia el sitio donde distinguiera la presencia.
"¡Salga de allí inmediatamente!" ordenó con autoridad incuestionable. "¡Usted está infringiendo un espacio que está prohibido!" Explicó. Una figura se movió detrás de una roca rápidamente. "¿Quién es?" preguntó Aioria cada vez más agresivo. "¡Muéstrese delante mío!"
"¡No!" respondió una voz femenina. "¡No haga nada por favor!"
Aioria dejó de explotar su cosmoenergía al ver que la figura que había detectado era la de una jóven mujer vestida de manera humilde y de aspecto lastimero.
"¡Gracias a Atenea!" exclamó la joven al ver a Aioria. "¡Usted debe de ser un Santo de Oro de ella! ¿No es verdad?" preguntó la mujer con esperanza.
"Si..." respondió Aioria asombrado. "Así es, yo soy Aioria, Santo Dorado del León" replicó "¿Quién eres tú y qué haces aquí?" Preguntó a su vez a la joven de cabello negro y grandes ojos que se acercó hasta él.
"Yo..." respondió la jóven llegando hasta el majestuoso Santo Dorado del León. "Mi nombre es Euríale, soy la sacerdotisa de Atena, y he estado esperando la llegada de la ayuda de ella" Sus ojos se llenaron de lágrimas al tiempo que se echaba a los brazos del Santo. "¡Estaba esperando la llegada del guardián de Atenea!" dijo entre sus sollozos.
Aioria abrazó a la joven tratando de comprender el alivio que la niña estaba sintiendo en esos momentos. Mientras Aioria guardaba sus preguntas tratando de proporcionar alivio a la niña, la abrazó reconfortadoramente, no percatándose de que la niña, sonreía con gesto extraño al Santo de Oro del León.
***
Mú caminaba mientras tanto por un complejo de pequeñas construcciones que rodeaban al arco que daba paso a las escaleras de Atenea.
"¡Cuánta paz se siente aquí!" pensó para sus adentros Mú de Aries al tiempo que una construcción que le recordaba a la Casa de Acuario le llamaba la atención. "Es como si la presencia de Atena lo llenara tanto, brindando seguridad y alivio."
Sin pensarlo, Mú dirigió sus pasos por la calle hacia la base de las escaleras.
"No parece haber problemas aquí." Pensó el Carnero Dorado al tiempo que veía hacia arriba. Sus sentidos desarrollados le permitían alcanzar a ver la entrada al Templo de Atenea Protectora en la punta del monte Levka Oris. "No alcanzo a percibir la presencia de nadie aquí" dijo para sus adentros. "Será mejor que suba de cualquier forma rápidamente, si no encuentro nada extraño, creo que deberé de alcanzar a Aioria..."
Traspasando el arco de piedra, Mú se disponía a iniciar el ascenso cuando algo llamó su atención.
Imperceptible para cualquier otro Santo, Mú pudo detectar un extraño ruido que le recordó el sonido de un cuerpo entrando al agua.
"¿Qué es eso?" preguntó extrañado. "¡Podría haber jurado que estaba yo solo aquí!" dijo Mú asombrado en voz alta.
Canalizando su cosmo hacia su sentido del oído, Mú pudo darse cuenta que el extraño sonido provenía de la construcción que le recordaba la Casa de Acuario, rápidamente volvió hacia el lugar que emitía dichos ruidos.
Llegando hasta la construcción circular y con columnas, Mú pudo comprobar que el sonido que escuchaba provenía desde dentro. Cautelosamente, el Carnero Dorado entró a la Fuente Sagrada de Levka Oris.
Sus pasos eran acompañados únicamente del eco.
"¡Soy muy torpe!" se reprochó Mú. "¡No debí de haber revelado mi presencia! No me queda otra alternativa sino usar mi velocidad para intentar sorprender aún al posible enemigo!"
Usando una gran velocidad, Mú llegó hasta una imponente cámara que guardaba una pequeña y circular piscina rodeada de flores. Sorprendido se detuvo al notar que dicha cámara estaba ocupada, y que en lo particular, la piscina estaba siendo usada por alguien.
"¿Qué?" exclamó sorprendido el Carnero Dorado.
Dentro de la piscina, una bella jóven de cabello rojo largo, rizado, tomaba un baño. Mú la observó sorprendido. La mujer parecía no haberse percatado de que el Santo Dorado estaba allí.
Mú recorrió el cuerpo de esta mujer, no podía evitarlo, su piel, blanca como el marfíl y de formas perfectas. Como hipnotizado observó a la mujer, que de pronto se volvió hacia el Santo Dorado.
Con vergüenza, Mú se sonrojó, pero no podía desviar su mirada de aquella belleza. La mujer se sonrió y saliendo de la piscina caminó hacia el Carnero Dorado que no podía moverse, como si un hechizo le hubiese detenido las piernas.
Deteniéndose delante de Mú, escurriendo aún agua, la extraordinaria mujer miró de manera enigmática al Carnero mientras continuaba sonriéndole.
"Hola" finalmente habló con una voz clara y armoniosa. Al abrir su boca, mostró una dentadura perfecta y blanca. Sus labios, rojos y definidos. "¿Qué has venido a hacer aquí, Mú?" preguntó ella finalmente.
"Yo... yo..." comenzó a responder Mú dudando. "No... ¡no lo sé!"
***
Aldebarán se dió cuenta que no podía moverse ya. La forma que salía de la tierra lo había comenzado a enredar hasta llegarle a la cara.
"¿Qué está... pasando?" preguntó asombrado al darse cuenta que ni siquiera su extraordinaria fuerza era suficiente para romper el abrazo de aquella cosa. "¡Siento que me falta el aire!" pensó finalmente.
En efecto, el extraño objeto había rodeado su cuello impidiéndole la respiración, sus ojos comenzaron a perder claridad, poco a poco todo se tornaba borroso.
"Creo que... estoy a punto de... desfallecer..." pensó Aldebarán desesperado.
Sin tener la elasticidad suficiente para arrodillarse, el Toro Dorado cayó pesadamente. Frente de el quedó claro, el lugar de donde estaba saliendo la extraña forma verde... con más claridad, pudo notar que parecía una serpiente aquello que le estaba abrazando.
"¿Qué...?" preguntó asombrado. Moviéndose pesadamente intentó tomar la base del objeto.
Fuerte como el acero, la bizarra forma no se movió, Aldebarán comenzó a quemar su cosmoenergía e intentó arrancar desde allí a su misterioso atacante.
"¡Aaaaaarrrrrrhhh!" gritó Aldebarán al tiempo que su cosmoenergía le liberaba del abrazo mortal del objeto que cedió finalmente. "¡Maldito! Enfréntame con honor... ¡cara a cara!"
Habiendo recuperado el aliento, Aldebarán tomó con ambas manos al extraño intruso y lo arrancó de manera efectiva desde la base.
"¿Qué?" preguntó asombrado al darse cuenta que aquello que le había atacado era, una serpiente gigante que le miraba llena de una furia fría. Su lengua bifida asomó amenazante al tiempo que el enorme reptil se movía rápidamente. "¿Qué es esto?" preguntó Aldebarán sorprendido.
Observando a su alrededor, comenzó a darse cuenta que el piso estaba cubierto de una cantidad inimaginable de serpientes verdes que le miraban con la misma actitud amenazadora que aquella gigante que acabara de descubrir.
"¿Qué clase de enemigo se escuda detrás de estos repugnantes seres?" preguntó lleno de furia. "¡Exijo que me enfrentes cara a cara!" gritó Aldebarán enojado.
"No es necesario que grites."
Se escuchó una voz responder finalmente. Asombrado Aldebarán se volvió hacia el lugar de donde provenía la voz. Viendo hacia arriba en las escaleras, finalmente lo vió.
Un imponente hombre de alrededor de dos metros y medio lo miraba con ojos crueles y oscuros. La calidad de su mirada, semejante a la de la serpiente gigante que enfrentaba. Pero ni el tamaño del hombre ni su horrible mirada eran lo más espantoso de tal ser, sino que su cabello y sus barbas estaban vivas... un cúmulo de serpientes lo enmarcaban, y su voz, parecía ser acompañada del trueno.
"¿Quién... quién eres tú?" preguntó Aldebarán estupefacto.
"Pobre imbécil..." respondió el extraño hombre. "No serías merecedor de conocer mi identidad de no ser por que en verdad será mejor que sepas quién te está mandando al reino de la Muerte, Santo de Atenea" dijo concluyendo la frase con un gesto de repugnancia al pronunciar el nombre de la diosa de la guerra. "Yo soy, Deimos, hijo de Ares y poseedor del cosmo del miedo... ¡regocíjate, pués de mis manos obtendrás la muerte!"
Al concluir su frase, las serpientes que enmarcaban su rostro lo rodearon otorgándole un aspecto más siniestro.
***
"¿Y qué pasó aquí?" preguntó Aioria a la bella jovencita que se describiera como Euríale,
sacerdotisa de Atena. "El aspecto de estos edificios es... ¡lamentable!" Dijo al tiempo que examinaba las evidencias de que aquellas ruinas parecieran estar así desde hace mucho tiempo ya.
"Pués en verdad fué algo terrible, Santo de Atena" respondió Euríale con rostro lastimero. "Un ser... terrible se presentó aquí amenazando y diciendo que Atenea no tendría más potestad sobre la Tierra, que nuestro refugio ahora no era seguro, y que se convertiría en una tumba que se cerraría sobre nosotros..." Euríale comenzó a derramar lágrimas de dolor al tiempo que se acercaba a una columna derrumbada. "Nadie sobrevivió a eso... ¡más que yo!"
Aioria sintió compasión y rabia entremezcladas, una pequeña niña, adoradora de Atena víctima de la crueldad de un ser despiadado que destrozara su mundo y su tranquilidad.
"No te preocupes, Euríale..." dijo Aioria resuelto. "¡Estos crímenes no quedarán impunes!"
"¿En verdad, Santo de Atenea?" preguntó Euríale con la esperanza renacida en sus ojos. "¡Gracias! ¡Sabía que usted se presentaría! ¡Sabía que Atenea no permanecería impasible!"
Aioria tomó a la sacerdotisa de la mano y le dijo.
"Atenea está preocupada por ustedes, por eso hemos venido..."
"¿Han venido?" preguntó la joven desconcertada. "¿No vino usted solo?"
Aioria, con el ánimo de dar esperanzas a la joven le sonrió al tiempo que le decía:
"No me encuentro aquí solo, otros dos Santos Dorados se encuentran ahora patrullando la Isla y proporcionando la ayuda en los otros templos, pronto se reunirán aquí..."
Tras esto sonrió de manera cálida. Euríale no se inmutó, ante la sorprendida mirada de Aioria que le cuestionó asombrado:
"¿Qué pasa, Euríale? ¿Qué te preocupa?"
Euríale respondió de manera rápida.
"Esperaba que sus compañeros hayan encontrado lo que buscaban... ignoro de lo que ha ocurrido en las otras Villas..."
El tono de la desaliñada joven demostró preocupación.
"Allá hay gente que aprecio mucho, no me gustaría que les ocurriera nada malo..."
Aioria conmovido ante la muestra de generosidad de la joven, que se preocupaba por otros en medio de su desgracia, hicieron que sonriera.
"No te preocupes, Euríale... ¡con los Santos de Atena aquí nada puede salir mal!"
Euríale lo observó fijamente a los ojos, y tras unos momentos, se sonrió, con aparente confianza renovada.
"¡Está bien!"
Aioria cambió su vista hacia la punta de la montaña y dijo:
"Ahora es tiempo de que suba al templo, es importante para mí llegar hasta arriba, quizá esa amenaza que los atacó se encuentra aún allí..."
Aioria se dió la media vuelta y se dirigía a las ruinosas y cuarteadas escaleras cuando la voz de Euríale lo detuvo.
"¡No! ¡No me deje aquí sola por favor, Santo de Atenea!" exclamó angustiosamente.
Aioria se detuvo, mientras que su capa voló con el viento y la miró fijamente...
"Pero, Euríale... no puedo arriesgarte, si esta amenaza está allá arriba, la pelea será fuerte..."
Euríale lo tomó de la mano y lo miró fijamente como rogando al tiempo que decía...
"No me deje sola... tengo miedo..."
Aioria la observó y sopesó todo en su mente.
"Está bien, ven conmigo, pero no te me separes, y harás todo lo que yo te pida ¿está bien?"
Euríale sonrió satisfecha al tiempo que le decía abriendo los ojos diciendo.
"No se preocupe, Señor Santo... [i]no me separaré de usted...[/i]"
Aioria se dió la media vuelta y dió el primer paso por la empinada escalera que parecía perderse en una repentina niebla que cubrió al monte.
***
La bella joven terminó de cubrirse con un hermoso manto que realzaba su belleza... sus cabellos rojos cayeron sobre su espalda de manera seductora, al tiempo que volvía su mirada ante un impasivo Mú.
"¿Qué pasa, Mú? ¿Estás sorprendido?"
La poderosa mente de Mú se resistía ante el extraño hechizo que esta mujer parecía tener sobre el.
"Esa cosmoenergía..." pensaba Mú con preocupación. "¿Qué pasa? No puedo dejar de sentirme afectado... mis sentidos están al máximo... ¡es tan bella!" exclamó para sus adentros impotente.
La joven calzó sus sandalias y se colgó un llamativo medallón en cadena de Oro con extraño diseño.
Temblando, Mú logró cerrar sus ojos y volverse, en una aparente muestra de pudor tardío...
"Eres fuerte, Mú..." dijo la joven al tiempo en que caminaba hacia el Carnero Dorado sonriendo. "Te has podido mover... ¡asombroso! ¡No debo de subestimar a los Santos de Atena!" Dijo al tiempo que se ponía delante de él.
Con su rostro volteado hacia otro lado, resistiendo la tentación de volver a ver el bello rostro de la misteriosa mujer, Mú logró preguntar.
"¿Qué está pasando? ¿Qué me estás haciendo?"
La mujer se sonrió de manera encantadora y luego profirió una risa que llenaba de paz a quien la escuchara, la sensación que se tiene cuando se observa una bella tarde.
"¿Yo?" preguntó la joven con gesto inocente. "Yo no te estoy haciendo nada, Mú... al menos, no te estoy haciendo nada de manera consciente, solamente estás siendo presa de mi belleza, y no es de extrañarse, pués es un regalo que me ha dado mi madre, la diosa del amor, Afrodita..."
Mú abrió sus ojos asombrado, aún resistiendo con todas sus fuerzas el volver su mirada hacia ese ser tan hermoso, que llenaba sus sentidos de manera embriagadora, pués teniéndola cerca, ahora, Mú percibía un aroma incomparable y seductor que sentía enloquecerlo.
"¡Vamos mi joven Santo!" dijo la hija de Afrodita tocando el mentón de Mú de manera delicada. La piel del Carnero Dorado se electrizó ante el contacto con esa aparición. "No te resistas, es inútil... conozco de las limitaciones que Atenea pone a sus Santos, siempre ha sido igual ella... exigiendo castidad a sus mujeres y a sus hombres."
Y volviendo el rostro de Mú hacia ella, la mujer le sonrió enigmáticamente. Mú cerró sus ojos haciendo uso de todo su cosmo, al tiempo que su cuerpo comenzaba a brillar.
"¿Te resistes aún?" preguntó la bella joven asombrada. "No lo hagas, Mú... es una pelea fútil..."
Entonces la joven comenzó a brillar llenando con su cosmo todo el lugar. El corazón de Mú se llenó de una sensación de paz incomparable, al tiempo que su cosmo disminuía...
"Quizá si es inútil..." pensó Mú para sus adentros al ser envuelto del pacífico cosmo de la bella mujer. "Quizá ella tiene razón..."
Harmonía observó satisfecha como Mú, finalmente, bajando sus defensas, abriera sus ojos para posar su vista en su extraordinaria belleza. El embeleso era total, Mú le sonrió al tiempo que observó los carnosos y rojos labios de la mujer.
"¿Lo ves?" preguntó la mujer al tiempo que pasaba sus brazos alrededor del cuello del alto Santo de Oro de Aries y acercaba su boca a la de éste. "Nadie puede luchar, al menos, no cuando yo estoy cerca..."
La mujer besó a Mú en la boca. El Carnero Dorado entonces sintió dentro de si, no un vuelco, sino una profunda paz.
"¿Quién eres tú?" preguntó el Santo de Oro con un suspiro tras haber recibido el beso de una diosa.
La bella joven lo observó aún sonriente, con gesto tierno y compasivo, y moviendo su cabeza en un, aparentemente, casual, pero bien estudiado, movimiento, al tiempo que con su melodiosa voz respondía
"Yo soy Harmonía, Mú..."
***
Una tras otra, de manera sucesiva, Aldebarán recibió el castigo de las serpientes gigantes que se aglomeraban cada vez más furiosamente a su alrededor.
"¡Malditas!" dijo observándolas con desprecio. "¡Son muy rápidas!"
Al menos un millar de serpientes amenazantes, comandadas por la más grande que le detuviera al comienzo, le miraban con ojos voraces, sus lenguas, repugnantes, salían y entraban de sus hocicos, en una grotesca parodia de sincronización.
El Toro Dorado estudiaba su posición, era obvio que estos animales no eran comunes, su velocidad era tan alta como las de un Santo Dorado, sus cueros, resistentes a sus golpes y sus ataques de cosmoenergía.
La risa malévola de Deimos resonó sobre la escena. Los animales y el Santo de Atenea del Toro habían llegado a un punto muerto dificil de sobrepasar.
"¡Estúpido humano!" finalmente habló el dios del Temor. "Atenea siempre se ha jactado de ser más lista que Ares, pero esta vez todo es diferente..."
Aldebarán sin quitar su mirada de los enemigos habló en voz alta.
"Nada ha cambiado, diosecillo..." dijo el Toro Dorado desafiante y valiente. "La superioridad de nuestra Diosa no estará en cuestión aquí... ¿tan poco es Ares que se conforma con mandar alimañas al campo de batalla?"
Deimos, confiado, respondió de manera irónica.
"¡Tonto! ¿Cómo osas de calificar a estos magníficos animales de alimañas? Estas serpientes son superiores a cualquier ser vivo sobre esta Tierra, tu mente pequeña no puede apreciar el valor de estos ejemplares, lamentablemente, aprenderás esta lección con una demostración práctica del poder de ellas sobre tí!"
Aldebarán carcajeó de manera irónica interrumpiendo el discurso del terrible personaje, que desconcertado, lo observó, pensando que quizá, el Santo de Atena finalmente, no tuviera una mente tan fuerte y hubiera enloquecido sabiéndose perdido. Aldebarán, de súbito interrumpió su risa al tiempo que decía.
"¿Y qué te hace pensar que me refería a estas serpientes, alimaña?"
Tras lo cual, Aldebarán volvió a reir de manera insultante. Deimos, ofendido y enojado, ardió en su cosmos que revolvió a las serpientes.
"¡Pagarás caro este insulto, mortal! Planeaba darte una muerte rápida y honorable, pero creo que eso es demasiado honor para tí... ¡morirás lentamente en la asfixia y la angustia!"
Y brillando con un cosmo verde y terrible, Deimos levantó sus brazos, al tiempo que las serpientes de su cabello y barbas se revolvían con un sonido terrible y temible.
"Venom Fang!" gritó, mientras que juntando sus manos súbitamente pareció aplaudir. Una onda de choque salió de sus manos, lanzando a Aldebarán hacia las serpientes que lo recibieron en su medio... los hocicos de las serpientes se abrieron voraces, mostrando sus profanos colmillos blancos...
***
Aioria tenía dificultades para proseguir con su camino, la niebla se había tornado cada vez más densa y su visión estaba nublada. El hecho de sentir escalones delante de él era el único indicio de que no habían llegado a la cumbre de la montaña.
"No sueltes mi mano, Euríale" dijo al tiempo que preguntaba. "¿Puedes saber si falta mucho para llegar al Templo de Atena?"
La voz de Euríale respondió.
"No Santo de Atena, no falta mucho... estamos a punto de llegar."
Aioria pensó tras escuchar la respuesta de la joven.
"La voz de Euríale suena extraña... seguramente el viento y el miedo la están distorsionando." Dijo confiado.
Tras subir alrededor de unos veinte metros con dificultades, Aioria pudo reconocer que habían llegado a la cumbre, pués no había más escaleras que subir.
"Hemos llegado" dijo con alivio el Santo de Oro del León. "Creo que encontraremos una amenaza aquí, Euríale, esta niebla es muy espesa, no es natural, ni siquiera mi cosmos puede penetrarla."
Encendiéndole, Aioria trató de iluminar su camino de manera inútil. Aioria se dió cuenta que Euríale no le respondía, alerta se volvió hacia donde esperaba encontrar a la jovencita al tiempo que decía.
"¡Euríale! ¡Euríale! ¿Dónde estás?"
La lúgubre canción del viento fué lo único que recibió como respuesta, acompañado del eco de su propia pregunta.
"¡No puede ser! ¡Habrá caído!"
Decidido se volvió hacia donde las escaleras estaban para buscar a la joven cuando una fuerte energía comenzó a salir del sitio en donde Aioria suponía estaba el templo de Atenea.
"¿Qué?" preguntó Aioria volviéndose en guardia hacia el sitio de donde recibiera este ataque de cosmoenergía. "¿Quién está allí?"
Sin esperar más, Aioria levantó su dedo y gritó:
"Lightning Plasma!"
Como si un cuchillo partiera mantequilla, la niebla que recibiera el impacto de la energía dorada del León Dorado, se abrió dejando un camino claro delante del majestuoso Santo de Atenea.
Aioria caminó con decisión al encuentro del cosmos agresor que sintiera. El joven Santo se quitó su capa preparándose a la pelea.
"¡Estoy aquí, villano! ¡Sal donde el León Aioria pueda verte!"
Gritó orgulloso quemando su cosmoenergía de manera terrible, levantando polvo y piedras a su alrededor. Aioria miraba fijamente hacia adelante preparado para encontrar cualquier cosa... cualquiera menos lo que encontró.
En un altar de piedra, Euríale, estaba sin sentido.
"¡Euríale!" gritó Aioria sorprendido, comenzando una carrera hacia la inerte joven. Un extraño sonido se hizo cada vez más grande, y con dificultad, logró esquivar un ataque de cosmoenergía muy poderosa que estuvo a punto de alcanzarle. Con la inercia del movimiento, Aioria rodó en el piso y en cuclillas se levantó alerta. "¿Te escudas detrás de una indefensa niña? No muy valiente me parece..."
De entre la niebla, unos delicados pasos se escucharon y una sombra fina se dibujó entre las brumas. Aioria alerta de encontrar a su enemigo al fin, se sorprendió al ver que la figura que emergía de entre la niebla no era otra que la de...
"¡Euríale!" exclamó el León Dorado asombrado, volviéndose hacia el altar donde pudo comprobar que su vista no lo había engañado, una joven idéntica a la niña estaba allí, sin sentido. "¿Qué está pasando aquí? ¡Déjate de juegos! Sigues escudándote tras la imagen de una niña..."
La niña observó a Aioria enigmáticamente al tiempo que sonreía.
"Pero yo soy Euríale, Aioria... aunque, tengo que decirte que, no te dije toda la verdad..."
"¿Qué?" Preguntó asombrado el León Dorado viendo que los ojos de la niña se cambiaban de color, adquiriendo un matiz rojizo y membranoso.
"Si, soy Euríale pero [b]no[/b] soy sacerdotisa de Atenea, soy una hija de la Gorgona y fiel sirviente de Fobos..." dijo al tiempo que el cuerpo de Euríale incrementaba su tamaño y su piel se tornaba gris y marchita.
"¿Gorgona?" preguntó Aioria al borde del paroxismo. "¿Fobos?"
El asombro de Aioria se tornó en indignación al saberse engañado y levantándose, orgullosamente desafió.
"¿Y dónde está tú amo? ¿Es tan cobarde como tú permaneciendo tras las sombras?"
Un cosmo temible barrió la niebla haciéndola esparcirse, ahora en una especie de viscosa telaraña... el León Dorado no pudo por menos de sentir un escalofrío que le recorría su cuerpo, al tiempo que una risa, terrible, la más terrible que ningún mortal pudiera imaginar encompasó un temblor en el suelo.
De entre la niebla, un gigante de tres metros, musculoso y de ojos pequeños y vacíos lo miró estudiándolo. Aioria sintió que el gigante podía analizar a través de su misma alma. La risa de Euríale comenzó a escucharse ahora, esta, irritante y perturbadora.
"Tonto hombrecito... has invocado la presencia de mi señor Fobos... ahora obsérvalo... ¡y teme!"
***
La armadura de Aries cayó pesadamente al suelo, al tiempo que Mú observaba con sorpresa como esta le despojaba dejándole desarmado ante un enemigo que era imposible de combatir.
"Así es, Mú" decía Harmonía aún con su hechizadora voz. "¿Cómo puedes combatir al ser que es el responsable de la paz entre los hombres y las naciones?" Preguntó desafiante. "Aún tu propia armadura reconoce lo inútil del intento..."
Acercándose, Harmonía acarició el morado cabello del hermoso joven, con suavidad.
"No luches, Mú, no luches contra esto que sientes, soy una diosa y tú solo un hombre, mejor, recibe con gusto el regalo que está prohibido para tí y tus congéneres, el regalo de mi amor..." decía ella al tiempo que le tomaba de la mano y lo encaminaba a un campo del Templo de la Fuente, lleno de jardines.
Dentro, el ambiente era bochornoso, la piel de Mú se llenó de sudor, al tiempo que notaba que muchas abejas volaban alrededor de las flores y la vegetación en un apasionado ritmo.
"El amor es algo tan frágil, Mú... tan frágil como un cristal..."
El Carnero Dorado abrió sus ojos asombrado tras escucharla. Ausente. Perdido y rendido al hechizo de la belleza que le dirigía.
Harmonía corrió por el campo al tiempo que se sentaba sobre la hierba y sonriendo, mirando a la distancia al Carnero Dorado, le extendió su mano invitante.
"¡Ven!" dijo insinuante.
Mú solo logró susurrar unas inaudibles palabras, al tiempo que se acercaba a la seductora y blanca mujer.
"¡Siéntate!" ordenó ella al tiempo que cortaba una flor roja y la colocaba en su cabello, perdiéndose en el fuego de su cabello. "Ven conmigo".
Mú se sentó, accediendo dócilmente a la petición de la diosa, hija de Ares y Afrodita. Ambos se observaron y se fundieron en un largo y profundo beso.
***
Un dolor indescriptible, ahogante, asfixiante inundó los sentidos del Santo Dorado de Tauro que recibió el castigo de las mordeduras de las serpientes de Deimos. Una a una, le atacaron traspasando la coraza que su Armadura de Oro le proporcionaba.
"No... ¡no puede ser!" decía al tiempo que movía sus brazos, sintiendo que la oscuridad lo inundaba y se apoderaba de sus sentidos.
Su piel, comenzó a transpirar, al tiempo que su tráquea se contraía, producto del envenenamiento en su cuerpo.
"¡No puedo morir así!" se decía a sí mismo Aldebarán, reuniendo fuerzas inexistentes. "¡Diosa mía, ayúdame!" imploró en su interior.
Las serpientes se hicieron a un lado al tiempo que, su cuerpo, exhausto y llevado a los límites yacía en el suelo. Los pasos de Deimos resonaron en las escaleras y bajó caminando hasta el joven Santo del Toro que respiraba pesadamente, siendo su respiración un acto heroico. Deteniéndose ante Aldebarán, Deimos escupió al Santo diciendo.
"Muy tarde te das cuenta de que tus palabras altaneras fueron un error, humano... solamente ahora te das cuenta que tu vida pudo haber tenido un fin más honroso... Pero no, esto no ha terminado, mi castigo es inexorable... este veneno no te matará, te quería vivo..."
Y dándole la espalda, Deimos caminó nuevamente hasta la escalera del Monte, mientras decía.
"Ofión, mi serpiente principal, te tragará vivo..." y viéndolo con una risa sádica, el dios del Temor agregó. "Si tan solo hubieras sabido callar en el momento adecuado, no serías víctima del horror que te espera, pués serás devorado vivo durante cientos de años, al quedar tú espíritu atrapado dentro de ella..."
Deimos subió las escaleras y volviéndose hacia el vencido Aldebarán, se cruzó de brazos, mientras observaba la temible procesión de serpientes que hacían lugar a la gigante Ofión. Aldebarán, lleno de miedo, observó como Ofión abría sus fauces y comenzaba a engullirlo con una fuerza terrible, magnificada por su debilidad de combatir el veneno que lo invadía.
***
Aioria esquivó un ataque una vez más asombrado de la creciente velocidad que alcanzaban. Era Euríale, la Gorgona la que lo atacaba ante la complaciente mirada de Fobos que no se movía, solo se limitaba a sonreir.
"Lightning Plasma!" gritó Aioria con furia al tener un tiro claro contra la espantosa mujer que ahora era Euríale.
El detestable ser se sonrió esquivando cada rayo del Santo de Leo con aparente facilidad. Sus ropas ahora se mostraban desgarradas, y su cara era una mueca y cadavérica efigie que le sonreía groseramente.
"¿Qué pasa, Santo de Atena?" preguntó ella con burla. "¿No decías que podías contra cualquiera que se te presentara? Pareces un gato asustado más que un temible león..."
"¡Maldita! exclamó ofendido Aioria que se volvió a poner de pie tras rodar evitando el cosmo de Euríale. "Te arrepentirás de desafiarme..."
Euríale rió burlonamente.
"¿Arrepentirme? ¡Si ni siquiera peleas! No dejas de moverte, estás perdido..."
Aioria se movió a la velocidad de la luz intentando golpear el abdómen del monstruo, pero ella lo esquivó ágilmente al tiempo que le ponía el pie, provocando que el Valiente León Dorado cayera pesadamente al suelo.
"Dime Aioria... ¿no te has preguntado por qué siendo yo una gorgona, no has quedado petrificado ante mi mirada?" dijo Euríale con aparente paciencia.
El León Dorado no se movió, esperando el ataque del monstruo. Escuchaba, esperando atentamente una apertura que le permitiera atacar, como si de un felino cazando a su presa se tratara.
"No, Euríale... tu aspecto horrible no hace sino hacer que olvide cualquier duda que tenga, solo me inspiras asco y un ansia grande por acabarte."
La Gorgona rió macabramente.
"¡Tonto! No comprendes mi retorcida belleza" y poniéndose junto a él, subió su pie en la espalda del caído Santo. "Bien, aunque no te lo preguntes yo te lo diré..., solo mi hermana, Medusa era capaz de hacer eso, en mí, mi poder se manifiesta de manera diferente, pero no te sientas aliviado, es igual de terrible..."
Y viendo hacia abajo volteó a Aioria hacia ella con un puntapie vigoroso. Con desprecio ella continuó.
"Mi poder es la putrefacción... ¡nada puede resistirme!"
"Nada puede resistir tú aliento..." dijo desafiante Aioria sin encontrar un espacio para atacar.
Euríale se rió y dijo.
"Eres como un gato boca arriba, arañando hasta el final... es curioso que menciones mi aliento, tonto Aioria, pués de mi boca sale... [b]¡¡LA MUERTE!![/b]"
Un humo negro y putrefacto salió de la boca de Euríale que envolvió a Aioria que horrorizado observó como su piel y su cuerpo se debilitaban.
"¿Qué?" preguntó Aioria asombrado. "¿Qué está pasando?"
Observando su armadura, esta comenzó a resquebrajarse...
***
Harmonía se levantó ante el impávido Mú. Con su belleza deslumbrante, la diosa se volvió hacia el tras caminar unos pasos.
"¡Mírame!" dijo al tiempo que ella comenzaba a despojarse de su ropa y mostrar su perfecto cuerpo ante Mú.
De muslos torneados y cadera redonda, breve cintura y pechos generosos. La amarfilada diosa se mostró tal cual delante del Santo Dorado de Aries. Acercándose hasta Mú, ella se acercó seductoramente mientras lo besaba.
Mú correspondió al beso al tiempo que la abrazaba. Tras besarse, Mú le acarició el rostro y le preguntó.
"Dime Harmonía... ¿quieres que luche a tú lado contra Atenea?"
Harmonía, no esperando esta pregunta sonrió satisfecha al tiempo que decía.
"¡Sabía que no había elegido mal! Un ser tan magnífico como tú no podía quedarse del lado de esa mojigata..." y acariciando dulcemente el cabello de Mú prosiguió. "Si, mi valiente guerrero, queremos acabar con esa traidora que ha deshonrado a nuestro padre, tú ayuda sería invaluable..."
"Ya veo." respondió Mú, justo cuando Harmonía le intentaba besar una vez más. De manera brusca, Mú volvió su rostro rechazando el beso de la hermosa diosa pelirroja.
"¿Qué pasa, Mú?" preguntó la bella mujer delicadamente al tiempo que llevaba su mano para acariciar al Santo Dorado de Aries tiernamente. Una mano firme la detuvo. Sorprendida ella observó la mano y miró boquiabierta que era la de su presa. "¿Qué estás haciendo? ¿Por qué me rechazas?"
Mú, volviéndose con una sonrisa respondió...
"Tú misma lo dijiste, Harmonía... el amor es una cosa tan frágil..." decía al tiempo, que Harmonía notaba por vez primera el tono ambarino que recubría el cuerpo de Mú de Aries... ¡El Caballero Aries!
"¿Qué?"
***
La Serpiente Ofión terminó por engullir a su grotesco bocado. No quedaba ningún rastro de Aldebarán de Tauro sobre la Tierra, con la excepción de unas gotas de su sangre en el piso y el caso con el cuerno mutilado del Toro.
"Una muerte indigna para un tonto mortal desorientado en sus creencias..." dijo Deimos a modo de epitafio. "Todo ha sido una pérdida de tiempo... entretenida, pero pérdida de tiempo al fin..."
Dando media vuelta, Deimos se disponía a subir las escaleras cuando de pronto, una ráfaga de viento le detuvo... volviéndose, observó como las serpientes se movían inquietas, llevando su vista rápidamente hacia Ofión, Deimos pudo observar como el gigantesco reptil se retorcía y se movía con dificultad...
"¿Qué?" preguntó Deimos sobresaltado.
***
Aioria tocó el piso intentando asirse de algo... en su camino, encontró una piedra, la cual tomó y con la fuerza y la velocidad de Santo Dorado que conservaba la lanzó contra Euríale, la piedra adquirió tal mortalidad, que entró por la boca de la Gorgona que comenzó a toser desesperada.
Fobos observaba todo con interés.
Aioria se levantó pesadamente, haciendo un recuento rápido de los daños... su armadura de Leo sin brillo, al borde de la fractura, pero eso no era todo... Debajo de su armadura, su piel se había vuelto más delgada, como la de un anciano, sus manos, debilitadas mostraban casi la piel pegada al hueso, al igual que todo su cuerpo...
Desesperada, Euríale vomitó la piedra, la cual, se hizo polvo al estrellarse con el polvo.
"¡Maldito humano!" exclamó la Gorgona fúrica, encendiendo su cosmo y sus rojos ojos. "¡Pagarás por esto! ¡Por mi señor Fobos lo juro!"
Aioria, enfrentando su miedo, se volvió hacia Fobos y Euríale y los apuntó con su dedo...
"¡Parece que no entienden, salvajes!" dijo desafiante. "[b]¡Yo soy un Santo Dorado de Atenea!"[/b]
***
Mú se volvió hacia la asombrada Harmonía que lo miraba enojada, tras el rechazo del humano y su aparente desdén hacia sus encantos y poder.
"[b]No importa que tan fuerte seas... la justicia de mi diosa perdurará..."[/b]Decía Mú con resolución y tranquilidad, una tranquilidad que irritó a la inmutable Harmonía...
***
Unas manos emergieron del hocico de Ofión, y en una grotesca escena, como si Ofión estuviese cambiando de piel, poco a poco, comenzó a sonar como era destrozada por dentro, siendo sus huesos hechos polvo con el poder de la furia de un honorable guerrero Sagrado de Atenea... victorioso, envuelto en la humedad del animal, Aldebarán emergió de las fauces, al tiempo que se paraba desafiante ante Deimos tirando con repugnancia los restos de la otrora, poderosa bestia Ofión...
Deimos observaba todo asombrado, como preguntando ¿Qué es esto? Aldebarán, tras sacudirse y tomar con calma su casco, se lo puso sobre la cabeza al tiempo que se volvía hacia Deimos para decir...
"Ya te has dado cuenta que con el poder de los Santos de Atena no hay nada seguro ¿no es verdad diosecillo? Pués bien, [b]¡de algo puedes estar seguro ahora: la amenaza de Ares desaparecerá hoy de la faz de la Tierra por nuestras propias manos!"[/b]
Continúa...
DESEQUILIBRIO[/b]
Tres estrellas veloces recorrieron las distancias marítimas sin ningún esfuerzo. Con la capacidad de alcanzar a un rayo de luz, el viaje de Atenas a Iraklión no tomó mucho. Y era el tiempo una comodidad que no podían dejar de lado estos valientes Santos, debido a que la amenaza del cruel dios del inframundo, Hades, se cernía inevitable.
Como en tiempos olvidados y solamente relatados en libros antiguos, extraños eventos se sucedían en diversos lugares del mundo: hambrunas, terremotos, caídas de granizo gigante, el espíritu de la guerra revolviéndose en diferentes sitios del mundo..., todos, extraños presagios de que el fin de la humanidad estaba a mano. Ni el peso de todo un mundo era suficiente para hacer más lenta la trayectoria de estos tres cometas.
"Allí está" dijo uno señalando a un puerto norteño de la Isla a donde dirigían sus caminos.
"Así es, Aioria" respondió Aldebarán. "Hemos llegado."
Cualquier ser vivo habría tenido dos reacciones inmediatas ante dicho acontecimiento... se habrían detenido y en estado de asombro habrían presenciado el descender de estas estrellas o quizá habrían huido despavoridos temiendo a lo desconocido. Esta reacción no habría extrañado tanto a estos tres poderosos seres como lo que ocurrió al descender.
El Puerto de Iraklión no registró su llegada. Aún bajando en medio de una congestionada calle.
Los tres Santos observaron a su alrededor mientras lo único que reinaba era una indiferencia total ante su llegada.
"¿Qué pasa?" preguntó Mú extrañado viendo a su alrededor.
"Esto no es normal" replicó Aioria observando que los marineros seguían descargando las cargas de los barcos que llegaban y que otros daban la bienvenida o se despedían de sus seres queridos antes de partir.
Aldebarán habló
"Amigos, quizá la presencia de estos eventos sea algo cotidiano para ellos, ¡recuerden que en esta isla existen tres templos de Atenea!"
"No" respondió Mú a las palabras del Toro Dorado. "Esta indiferencia no es algo normal."
"¡Tienes razón!" dijo Aioria mientras se veía a sí mismo. "Me siento... diferente"
"En efecto" respondió Mú una vez más "Yo también lo percibo... una extraña cosmoenergía que me afecta... no puedo localizar que está atacando en mí exactamente, pero lo siento, de una manera potente."
Aldebarán los observó al tiempo que decía.
"Sea lo que sea... parece que no me afecta a mí."
"¿Qué no lo sientes, Aldebarán?" preguntó el León Dorado asombrado. "Yo tampoco logro localizar que es esta sensación que me invade, pero me siento... extraño."
"No" respondió Aldebarán sin asombro. "De alguna forma parece que esto no me está afectando a mí."
Mú y Aioria se observaron con extrañeza, finalmente el Carnero Dorado habló.
"Tenemos que averiguar qué está sucediendo, pero me temo que no tenemos mucho tiempo para esto, Aldebarán..." dijo al tiempo que observaba a su amigo. "Parece que, efectivamente, tú no has sido afectado, por lo que yo sugeriría que fueras tú el que visite el Templo Central, al pie de Idhi Oros, mientras que Aioria y yo no dirigiremos a los otros dos respectivamente."
"Me parece una buena idea." Agregó Aioria con determinación. "Si me lo permiten, yo visitaré el templo en la punta del Monte Dhikti."
"Lo que me deja a mí el templo del Monte Levka Oris" respondió Mú.
"Muy bien" respondió Aldebarán tras escuchar las palabras de sus amigos dorados. "Nos veremos después, que Atenea les guíe y que Nike les corone".
"Igualmente, Aldebarán, que Nike te corone". Respondió Mú.
Aldebarán miró hacia el cielo al tiempo que dirigió su cosmoenergía hacia la cercana villa de Égida.
Mú y Aioria lo vieron partir.
"¿Por qué no está siendo afectado él?" preguntó finalmente Aioria con extrañeza.
"No lo sé, pero esto me preocupa... estamos siendo atacados directamente a nuestro cosmo, y ¡ni siquiera logramos reconocer que es lo que nos está afectando!"
Aioria detuvo a una transeúnte que pasaba junto a ellos, la mujer llevaba tomado de la mano a un pequeño niño de alrededor de siete años de edad.
"Espere" dijo el León Dorado.
La mujer detuvo su camino al tiempo que volteaba hacia el Santo de Atenea y lo vió con extrañeza.
"¿Qué quiere?" preguntó de manera arisca. "¿Por qué me detiene?"
"Quiero preguntarle algo." Dijo Aioria con voz amable.
La mujer lo observó con indiferencia esperando la pregunta del Santo. Aioria la observó y de pronto se dió cuenta que en verdad no sabía qué preguntar.
"¿Y bien?" preguntó la mujer con tono de fastidio.
Mú también sabía que lo mejor sería preguntar algo... pero inexplicablemente, no venía ninguna pregunta razonable a su cabeza.
"¡No sé qué decir!" dijo usando su cosmo Aioria a Mú.
"¡Ni yo!" respondió de la misma forma Mú. "¡No sé qué hacer!"
Imperceptible para ellos, estando absortos en su situación tan desconcertante, varios ciudadanos los habían rodeado ya.
"¿Qué están haciendo?" preguntó finalmente uno de los marineros que se habían acercado con tono agresivo. "¡Déjenla en paz!"
"¡Sí!" apoyaron varias personas "¡Déjenla en paz!"
"¡Ella no ha hecho nada! Y ¿quiénes son ustedes? ¿Por qué están vestidos así?" preguntó un anciano notablemente irritado.
"¡No, por favor!" dijo Mú mostrando sus manos en son de paz. "Nosotros no estamos haciéndole nada a esta mujer, solo queríamos preguntarle algo."
"¡Me están molestando!" gritó la mujer. "Me detuvieron y no han hecho nada sino mirarme fijamente... ¡me quieren hacer daño!"
"Algo anda muy mal aquí" dijo Aioria una vez más usando su cosmo hacia Mú.
"Si, esta gente pareciera estar con ánimos de lincharnos" respondió el joven de cabellos morados.
Un proyectil golpeó el rostro de Aioria que no hizo nada por evitarlo, el objeto se partió tras el impacto.
"¿Qué?" preguntó Aioria asombrado.
Los marineros, tomando palos algunos, otros portando navajas los comenzaron a rodear.
"¡Váyanse! ¡Déjenos en paz!"
Sus ojos parecían no estar vivos, sin brillo.
"¡Sus ojos!" pensó Mú asombrado. "¡Esta gente está siendo manipulada!" Extendiendo sus manos, Mú exclamó "¡Crystal Wall!"
Una pared ambarina rodeó a los Santos de Atena mientras la turba seguía su camino.
"¡Ahora sabemos que en realidad algo malo está ocurriendo aquí!" dijo Aioria con tono firme. "Quizá lo que esté afectando a esta gente sea lo que nos está atacando!"
"¡Exactamente!" dijo Mú con seguridad. "Creo que debemos llegar al fondo de esto, pero que no lo lograremos mientras no investiguemos lo que está ocurriendo en los Templos de Atenea."
"¡Mú!" dijo Aioria mientras observaba al Carnero Dorado. "¡Debemos librar esta isla del mal!"
Mú asintió con su cabeza con resolución, aunque su corazón se debatía con dudas.
"E..está bien" replicó el Santo Dorado. "Creo que será lo mejor".
Aioria notó que Mú dudaba, mientras que la gente se apilaba en la pared de cristal del Santo Dorado de Aries intentando traspasarla con vanos intentos por romperla para alcanzar a los objetos de su furia.
"¿Te sientes bien, Mú?" preguntó Aioria con un poco de temor. "¿Por qué estás dudando? ¿Acaso hay algo que tú sepas que yo no?"
Mú ahora fué el que observó a Aioria con asombro. ¡Pareciera que el valiente Aioria tuviera miedo!
"Aioria... salgamos de aquí, investiguemos y nos reunimos luego, es lo mejor."
Fué lo único que acertó a decir. Aioria asintió con su cabeza y ambos viendo hacie el cielo, dieron un brinco que los elevó, tomando cada quien un camino hacia el oeste y hacia el este.
***
Aldebarán logró observar la Villa de Égida a los pies de Idhi Orós, a primera vista, todo pareciera estar abandonado.
"¡Qué extraño!" pensó para sus adentros al tiempo que descendía en la bella Villa. Caminando observó que los edificios estaban limpios, pero que estaban solos. "Pareciera que no hubiera nadie aquí..."
Aldebarán caminó por la calzada central asombrándose con la semejanza que dicho sitio tuviera con el propio Santuario... era una sensación extraña, de conocer un lugar en el que nunca se ha estado.
"El maestro Dohko nos dijo que encontraríamos gente aquí... sin embargo, no veo a nadie." Volvió a pensar Aldebarán.
El gigante prosiguió su camino buscando señales de vida en la Villa. Mientras seguía su camino, no fué capaz de notar que algunas sombras parecían moverse en los recovecos de las construcciones y que detrás de él, el suelo se tornaba extraño... como si un surco estuviera siendo hecho desde dentro.
"Lo mejor será que me dirija hacia el templo" pensó Aldebarán finalmente cansado de buscar. A pesar de haber ampliado el radio de su cosmoenergía buscando presencias había fracasado. Caminando llegó hasta una amplia escalera de color blanco rodeada de columnas con una efigie rota de la Diosa Atenea... Aldebarán se agachó para observar los restos de la estatua al tiempo que levantaba la cabeza de esta.
"¿Quién pudo haberse atrevido a hacer esto?" se preguntó con indignación. Quemando su cosmoenergía con furia, Aldebarán vió hacia arriba, a donde las escaleras parecían desaparecer mientras seguían su ascenso. "¡Sea quien sea, haré pagar este atrevimiento!"
Dando un paso adelante no se percató de que una de sus piernas estaba siendo obstaculizada por una extraña forma alargada verdosa que había salido de la tierra.
"¿Qué?" se preguntó observando hacia atrás al ser impedido su paso.
***
Con una poderosa explosión sónica que acompañó a su descenso, Aioria, Santo Dorado del León, se posó a los pies del monte Dhikti, localizado en la región oriental de Creta. Todo parecía abandonado... incluso, decadente, muy lejos de ser lo que Dohko les mostrara algunos instantes antes.
"Es extraño" pensó para sus adentros Aioria ahogando un estremecimiento al ver el estado ruinoso del lugar que pensaba encontrar deslumbrante. "Es como ver parte del Santuario caído..."
Caminando hacia la base de las escaleras rodeadas por fragmentos de columnas, Aioria observó hacia arriba. Agachándose examinó los restos de las columnas.
"Pareciera que estuvieran así desde hace mucho tiempo!" pensó el valiente León extrañado. "¿Será posible que el control de Atenea hubiese fallado y que apenas se estuvieran dando cuenta de lo que estaba pasando?"
Poniéndose de pie, Aioria se dispuso a comenzar su ascenso por las escaleras cuando su cosmo detectó la presencia de alguien cerca de él... poniéndose alerta, su capa voló detrás de él al tiempo que Aioria, en posición amenazante se volvió hacia el sitio donde distinguiera la presencia.
"¡Salga de allí inmediatamente!" ordenó con autoridad incuestionable. "¡Usted está infringiendo un espacio que está prohibido!" Explicó. Una figura se movió detrás de una roca rápidamente. "¿Quién es?" preguntó Aioria cada vez más agresivo. "¡Muéstrese delante mío!"
"¡No!" respondió una voz femenina. "¡No haga nada por favor!"
Aioria dejó de explotar su cosmoenergía al ver que la figura que había detectado era la de una jóven mujer vestida de manera humilde y de aspecto lastimero.
"¡Gracias a Atenea!" exclamó la joven al ver a Aioria. "¡Usted debe de ser un Santo de Oro de ella! ¿No es verdad?" preguntó la mujer con esperanza.
"Si..." respondió Aioria asombrado. "Así es, yo soy Aioria, Santo Dorado del León" replicó "¿Quién eres tú y qué haces aquí?" Preguntó a su vez a la joven de cabello negro y grandes ojos que se acercó hasta él.
"Yo..." respondió la jóven llegando hasta el majestuoso Santo Dorado del León. "Mi nombre es Euríale, soy la sacerdotisa de Atena, y he estado esperando la llegada de la ayuda de ella" Sus ojos se llenaron de lágrimas al tiempo que se echaba a los brazos del Santo. "¡Estaba esperando la llegada del guardián de Atenea!" dijo entre sus sollozos.
Aioria abrazó a la joven tratando de comprender el alivio que la niña estaba sintiendo en esos momentos. Mientras Aioria guardaba sus preguntas tratando de proporcionar alivio a la niña, la abrazó reconfortadoramente, no percatándose de que la niña, sonreía con gesto extraño al Santo de Oro del León.
***
Mú caminaba mientras tanto por un complejo de pequeñas construcciones que rodeaban al arco que daba paso a las escaleras de Atenea.
"¡Cuánta paz se siente aquí!" pensó para sus adentros Mú de Aries al tiempo que una construcción que le recordaba a la Casa de Acuario le llamaba la atención. "Es como si la presencia de Atena lo llenara tanto, brindando seguridad y alivio."
Sin pensarlo, Mú dirigió sus pasos por la calle hacia la base de las escaleras.
"No parece haber problemas aquí." Pensó el Carnero Dorado al tiempo que veía hacia arriba. Sus sentidos desarrollados le permitían alcanzar a ver la entrada al Templo de Atenea Protectora en la punta del monte Levka Oris. "No alcanzo a percibir la presencia de nadie aquí" dijo para sus adentros. "Será mejor que suba de cualquier forma rápidamente, si no encuentro nada extraño, creo que deberé de alcanzar a Aioria..."
Traspasando el arco de piedra, Mú se disponía a iniciar el ascenso cuando algo llamó su atención.
Imperceptible para cualquier otro Santo, Mú pudo detectar un extraño ruido que le recordó el sonido de un cuerpo entrando al agua.
"¿Qué es eso?" preguntó extrañado. "¡Podría haber jurado que estaba yo solo aquí!" dijo Mú asombrado en voz alta.
Canalizando su cosmo hacia su sentido del oído, Mú pudo darse cuenta que el extraño sonido provenía de la construcción que le recordaba la Casa de Acuario, rápidamente volvió hacia el lugar que emitía dichos ruidos.
Llegando hasta la construcción circular y con columnas, Mú pudo comprobar que el sonido que escuchaba provenía desde dentro. Cautelosamente, el Carnero Dorado entró a la Fuente Sagrada de Levka Oris.
Sus pasos eran acompañados únicamente del eco.
"¡Soy muy torpe!" se reprochó Mú. "¡No debí de haber revelado mi presencia! No me queda otra alternativa sino usar mi velocidad para intentar sorprender aún al posible enemigo!"
Usando una gran velocidad, Mú llegó hasta una imponente cámara que guardaba una pequeña y circular piscina rodeada de flores. Sorprendido se detuvo al notar que dicha cámara estaba ocupada, y que en lo particular, la piscina estaba siendo usada por alguien.
"¿Qué?" exclamó sorprendido el Carnero Dorado.
Dentro de la piscina, una bella jóven de cabello rojo largo, rizado, tomaba un baño. Mú la observó sorprendido. La mujer parecía no haberse percatado de que el Santo Dorado estaba allí.
Mú recorrió el cuerpo de esta mujer, no podía evitarlo, su piel, blanca como el marfíl y de formas perfectas. Como hipnotizado observó a la mujer, que de pronto se volvió hacia el Santo Dorado.
Con vergüenza, Mú se sonrojó, pero no podía desviar su mirada de aquella belleza. La mujer se sonrió y saliendo de la piscina caminó hacia el Carnero Dorado que no podía moverse, como si un hechizo le hubiese detenido las piernas.
Deteniéndose delante de Mú, escurriendo aún agua, la extraordinaria mujer miró de manera enigmática al Carnero mientras continuaba sonriéndole.
"Hola" finalmente habló con una voz clara y armoniosa. Al abrir su boca, mostró una dentadura perfecta y blanca. Sus labios, rojos y definidos. "¿Qué has venido a hacer aquí, Mú?" preguntó ella finalmente.
"Yo... yo..." comenzó a responder Mú dudando. "No... ¡no lo sé!"
***
Aldebarán se dió cuenta que no podía moverse ya. La forma que salía de la tierra lo había comenzado a enredar hasta llegarle a la cara.
"¿Qué está... pasando?" preguntó asombrado al darse cuenta que ni siquiera su extraordinaria fuerza era suficiente para romper el abrazo de aquella cosa. "¡Siento que me falta el aire!" pensó finalmente.
En efecto, el extraño objeto había rodeado su cuello impidiéndole la respiración, sus ojos comenzaron a perder claridad, poco a poco todo se tornaba borroso.
"Creo que... estoy a punto de... desfallecer..." pensó Aldebarán desesperado.
Sin tener la elasticidad suficiente para arrodillarse, el Toro Dorado cayó pesadamente. Frente de el quedó claro, el lugar de donde estaba saliendo la extraña forma verde... con más claridad, pudo notar que parecía una serpiente aquello que le estaba abrazando.
"¿Qué...?" preguntó asombrado. Moviéndose pesadamente intentó tomar la base del objeto.
Fuerte como el acero, la bizarra forma no se movió, Aldebarán comenzó a quemar su cosmoenergía e intentó arrancar desde allí a su misterioso atacante.
"¡Aaaaaarrrrrrhhh!" gritó Aldebarán al tiempo que su cosmoenergía le liberaba del abrazo mortal del objeto que cedió finalmente. "¡Maldito! Enfréntame con honor... ¡cara a cara!"
Habiendo recuperado el aliento, Aldebarán tomó con ambas manos al extraño intruso y lo arrancó de manera efectiva desde la base.
"¿Qué?" preguntó asombrado al darse cuenta que aquello que le había atacado era, una serpiente gigante que le miraba llena de una furia fría. Su lengua bifida asomó amenazante al tiempo que el enorme reptil se movía rápidamente. "¿Qué es esto?" preguntó Aldebarán sorprendido.
Observando a su alrededor, comenzó a darse cuenta que el piso estaba cubierto de una cantidad inimaginable de serpientes verdes que le miraban con la misma actitud amenazadora que aquella gigante que acabara de descubrir.
"¿Qué clase de enemigo se escuda detrás de estos repugnantes seres?" preguntó lleno de furia. "¡Exijo que me enfrentes cara a cara!" gritó Aldebarán enojado.
"No es necesario que grites."
Se escuchó una voz responder finalmente. Asombrado Aldebarán se volvió hacia el lugar de donde provenía la voz. Viendo hacia arriba en las escaleras, finalmente lo vió.
Un imponente hombre de alrededor de dos metros y medio lo miraba con ojos crueles y oscuros. La calidad de su mirada, semejante a la de la serpiente gigante que enfrentaba. Pero ni el tamaño del hombre ni su horrible mirada eran lo más espantoso de tal ser, sino que su cabello y sus barbas estaban vivas... un cúmulo de serpientes lo enmarcaban, y su voz, parecía ser acompañada del trueno.
"¿Quién... quién eres tú?" preguntó Aldebarán estupefacto.
"Pobre imbécil..." respondió el extraño hombre. "No serías merecedor de conocer mi identidad de no ser por que en verdad será mejor que sepas quién te está mandando al reino de la Muerte, Santo de Atenea" dijo concluyendo la frase con un gesto de repugnancia al pronunciar el nombre de la diosa de la guerra. "Yo soy, Deimos, hijo de Ares y poseedor del cosmo del miedo... ¡regocíjate, pués de mis manos obtendrás la muerte!"
Al concluir su frase, las serpientes que enmarcaban su rostro lo rodearon otorgándole un aspecto más siniestro.
***
"¿Y qué pasó aquí?" preguntó Aioria a la bella jovencita que se describiera como Euríale,
sacerdotisa de Atena. "El aspecto de estos edificios es... ¡lamentable!" Dijo al tiempo que examinaba las evidencias de que aquellas ruinas parecieran estar así desde hace mucho tiempo ya.
"Pués en verdad fué algo terrible, Santo de Atena" respondió Euríale con rostro lastimero. "Un ser... terrible se presentó aquí amenazando y diciendo que Atenea no tendría más potestad sobre la Tierra, que nuestro refugio ahora no era seguro, y que se convertiría en una tumba que se cerraría sobre nosotros..." Euríale comenzó a derramar lágrimas de dolor al tiempo que se acercaba a una columna derrumbada. "Nadie sobrevivió a eso... ¡más que yo!"
Aioria sintió compasión y rabia entremezcladas, una pequeña niña, adoradora de Atena víctima de la crueldad de un ser despiadado que destrozara su mundo y su tranquilidad.
"No te preocupes, Euríale..." dijo Aioria resuelto. "¡Estos crímenes no quedarán impunes!"
"¿En verdad, Santo de Atenea?" preguntó Euríale con la esperanza renacida en sus ojos. "¡Gracias! ¡Sabía que usted se presentaría! ¡Sabía que Atenea no permanecería impasible!"
Aioria tomó a la sacerdotisa de la mano y le dijo.
"Atenea está preocupada por ustedes, por eso hemos venido..."
"¿Han venido?" preguntó la joven desconcertada. "¿No vino usted solo?"
Aioria, con el ánimo de dar esperanzas a la joven le sonrió al tiempo que le decía:
"No me encuentro aquí solo, otros dos Santos Dorados se encuentran ahora patrullando la Isla y proporcionando la ayuda en los otros templos, pronto se reunirán aquí..."
Tras esto sonrió de manera cálida. Euríale no se inmutó, ante la sorprendida mirada de Aioria que le cuestionó asombrado:
"¿Qué pasa, Euríale? ¿Qué te preocupa?"
Euríale respondió de manera rápida.
"Esperaba que sus compañeros hayan encontrado lo que buscaban... ignoro de lo que ha ocurrido en las otras Villas..."
El tono de la desaliñada joven demostró preocupación.
"Allá hay gente que aprecio mucho, no me gustaría que les ocurriera nada malo..."
Aioria conmovido ante la muestra de generosidad de la joven, que se preocupaba por otros en medio de su desgracia, hicieron que sonriera.
"No te preocupes, Euríale... ¡con los Santos de Atena aquí nada puede salir mal!"
Euríale lo observó fijamente a los ojos, y tras unos momentos, se sonrió, con aparente confianza renovada.
"¡Está bien!"
Aioria cambió su vista hacia la punta de la montaña y dijo:
"Ahora es tiempo de que suba al templo, es importante para mí llegar hasta arriba, quizá esa amenaza que los atacó se encuentra aún allí..."
Aioria se dió la media vuelta y se dirigía a las ruinosas y cuarteadas escaleras cuando la voz de Euríale lo detuvo.
"¡No! ¡No me deje aquí sola por favor, Santo de Atenea!" exclamó angustiosamente.
Aioria se detuvo, mientras que su capa voló con el viento y la miró fijamente...
"Pero, Euríale... no puedo arriesgarte, si esta amenaza está allá arriba, la pelea será fuerte..."
Euríale lo tomó de la mano y lo miró fijamente como rogando al tiempo que decía...
"No me deje sola... tengo miedo..."
Aioria la observó y sopesó todo en su mente.
"Está bien, ven conmigo, pero no te me separes, y harás todo lo que yo te pida ¿está bien?"
Euríale sonrió satisfecha al tiempo que le decía abriendo los ojos diciendo.
"No se preocupe, Señor Santo... [i]no me separaré de usted...[/i]"
Aioria se dió la media vuelta y dió el primer paso por la empinada escalera que parecía perderse en una repentina niebla que cubrió al monte.
***
La bella joven terminó de cubrirse con un hermoso manto que realzaba su belleza... sus cabellos rojos cayeron sobre su espalda de manera seductora, al tiempo que volvía su mirada ante un impasivo Mú.
"¿Qué pasa, Mú? ¿Estás sorprendido?"
La poderosa mente de Mú se resistía ante el extraño hechizo que esta mujer parecía tener sobre el.
"Esa cosmoenergía..." pensaba Mú con preocupación. "¿Qué pasa? No puedo dejar de sentirme afectado... mis sentidos están al máximo... ¡es tan bella!" exclamó para sus adentros impotente.
La joven calzó sus sandalias y se colgó un llamativo medallón en cadena de Oro con extraño diseño.
Temblando, Mú logró cerrar sus ojos y volverse, en una aparente muestra de pudor tardío...
"Eres fuerte, Mú..." dijo la joven al tiempo en que caminaba hacia el Carnero Dorado sonriendo. "Te has podido mover... ¡asombroso! ¡No debo de subestimar a los Santos de Atena!" Dijo al tiempo que se ponía delante de él.
Con su rostro volteado hacia otro lado, resistiendo la tentación de volver a ver el bello rostro de la misteriosa mujer, Mú logró preguntar.
"¿Qué está pasando? ¿Qué me estás haciendo?"
La mujer se sonrió de manera encantadora y luego profirió una risa que llenaba de paz a quien la escuchara, la sensación que se tiene cuando se observa una bella tarde.
"¿Yo?" preguntó la joven con gesto inocente. "Yo no te estoy haciendo nada, Mú... al menos, no te estoy haciendo nada de manera consciente, solamente estás siendo presa de mi belleza, y no es de extrañarse, pués es un regalo que me ha dado mi madre, la diosa del amor, Afrodita..."
Mú abrió sus ojos asombrado, aún resistiendo con todas sus fuerzas el volver su mirada hacia ese ser tan hermoso, que llenaba sus sentidos de manera embriagadora, pués teniéndola cerca, ahora, Mú percibía un aroma incomparable y seductor que sentía enloquecerlo.
"¡Vamos mi joven Santo!" dijo la hija de Afrodita tocando el mentón de Mú de manera delicada. La piel del Carnero Dorado se electrizó ante el contacto con esa aparición. "No te resistas, es inútil... conozco de las limitaciones que Atenea pone a sus Santos, siempre ha sido igual ella... exigiendo castidad a sus mujeres y a sus hombres."
Y volviendo el rostro de Mú hacia ella, la mujer le sonrió enigmáticamente. Mú cerró sus ojos haciendo uso de todo su cosmo, al tiempo que su cuerpo comenzaba a brillar.
"¿Te resistes aún?" preguntó la bella joven asombrada. "No lo hagas, Mú... es una pelea fútil..."
Entonces la joven comenzó a brillar llenando con su cosmo todo el lugar. El corazón de Mú se llenó de una sensación de paz incomparable, al tiempo que su cosmo disminuía...
"Quizá si es inútil..." pensó Mú para sus adentros al ser envuelto del pacífico cosmo de la bella mujer. "Quizá ella tiene razón..."
Harmonía observó satisfecha como Mú, finalmente, bajando sus defensas, abriera sus ojos para posar su vista en su extraordinaria belleza. El embeleso era total, Mú le sonrió al tiempo que observó los carnosos y rojos labios de la mujer.
"¿Lo ves?" preguntó la mujer al tiempo que pasaba sus brazos alrededor del cuello del alto Santo de Oro de Aries y acercaba su boca a la de éste. "Nadie puede luchar, al menos, no cuando yo estoy cerca..."
La mujer besó a Mú en la boca. El Carnero Dorado entonces sintió dentro de si, no un vuelco, sino una profunda paz.
"¿Quién eres tú?" preguntó el Santo de Oro con un suspiro tras haber recibido el beso de una diosa.
La bella joven lo observó aún sonriente, con gesto tierno y compasivo, y moviendo su cabeza en un, aparentemente, casual, pero bien estudiado, movimiento, al tiempo que con su melodiosa voz respondía
"Yo soy Harmonía, Mú..."
***
Una tras otra, de manera sucesiva, Aldebarán recibió el castigo de las serpientes gigantes que se aglomeraban cada vez más furiosamente a su alrededor.
"¡Malditas!" dijo observándolas con desprecio. "¡Son muy rápidas!"
Al menos un millar de serpientes amenazantes, comandadas por la más grande que le detuviera al comienzo, le miraban con ojos voraces, sus lenguas, repugnantes, salían y entraban de sus hocicos, en una grotesca parodia de sincronización.
El Toro Dorado estudiaba su posición, era obvio que estos animales no eran comunes, su velocidad era tan alta como las de un Santo Dorado, sus cueros, resistentes a sus golpes y sus ataques de cosmoenergía.
La risa malévola de Deimos resonó sobre la escena. Los animales y el Santo de Atenea del Toro habían llegado a un punto muerto dificil de sobrepasar.
"¡Estúpido humano!" finalmente habló el dios del Temor. "Atenea siempre se ha jactado de ser más lista que Ares, pero esta vez todo es diferente..."
Aldebarán sin quitar su mirada de los enemigos habló en voz alta.
"Nada ha cambiado, diosecillo..." dijo el Toro Dorado desafiante y valiente. "La superioridad de nuestra Diosa no estará en cuestión aquí... ¿tan poco es Ares que se conforma con mandar alimañas al campo de batalla?"
Deimos, confiado, respondió de manera irónica.
"¡Tonto! ¿Cómo osas de calificar a estos magníficos animales de alimañas? Estas serpientes son superiores a cualquier ser vivo sobre esta Tierra, tu mente pequeña no puede apreciar el valor de estos ejemplares, lamentablemente, aprenderás esta lección con una demostración práctica del poder de ellas sobre tí!"
Aldebarán carcajeó de manera irónica interrumpiendo el discurso del terrible personaje, que desconcertado, lo observó, pensando que quizá, el Santo de Atena finalmente, no tuviera una mente tan fuerte y hubiera enloquecido sabiéndose perdido. Aldebarán, de súbito interrumpió su risa al tiempo que decía.
"¿Y qué te hace pensar que me refería a estas serpientes, alimaña?"
Tras lo cual, Aldebarán volvió a reir de manera insultante. Deimos, ofendido y enojado, ardió en su cosmos que revolvió a las serpientes.
"¡Pagarás caro este insulto, mortal! Planeaba darte una muerte rápida y honorable, pero creo que eso es demasiado honor para tí... ¡morirás lentamente en la asfixia y la angustia!"
Y brillando con un cosmo verde y terrible, Deimos levantó sus brazos, al tiempo que las serpientes de su cabello y barbas se revolvían con un sonido terrible y temible.
"Venom Fang!" gritó, mientras que juntando sus manos súbitamente pareció aplaudir. Una onda de choque salió de sus manos, lanzando a Aldebarán hacia las serpientes que lo recibieron en su medio... los hocicos de las serpientes se abrieron voraces, mostrando sus profanos colmillos blancos...
***
Aioria tenía dificultades para proseguir con su camino, la niebla se había tornado cada vez más densa y su visión estaba nublada. El hecho de sentir escalones delante de él era el único indicio de que no habían llegado a la cumbre de la montaña.
"No sueltes mi mano, Euríale" dijo al tiempo que preguntaba. "¿Puedes saber si falta mucho para llegar al Templo de Atena?"
La voz de Euríale respondió.
"No Santo de Atena, no falta mucho... estamos a punto de llegar."
Aioria pensó tras escuchar la respuesta de la joven.
"La voz de Euríale suena extraña... seguramente el viento y el miedo la están distorsionando." Dijo confiado.
Tras subir alrededor de unos veinte metros con dificultades, Aioria pudo reconocer que habían llegado a la cumbre, pués no había más escaleras que subir.
"Hemos llegado" dijo con alivio el Santo de Oro del León. "Creo que encontraremos una amenaza aquí, Euríale, esta niebla es muy espesa, no es natural, ni siquiera mi cosmos puede penetrarla."
Encendiéndole, Aioria trató de iluminar su camino de manera inútil. Aioria se dió cuenta que Euríale no le respondía, alerta se volvió hacia donde esperaba encontrar a la jovencita al tiempo que decía.
"¡Euríale! ¡Euríale! ¿Dónde estás?"
La lúgubre canción del viento fué lo único que recibió como respuesta, acompañado del eco de su propia pregunta.
"¡No puede ser! ¡Habrá caído!"
Decidido se volvió hacia donde las escaleras estaban para buscar a la joven cuando una fuerte energía comenzó a salir del sitio en donde Aioria suponía estaba el templo de Atenea.
"¿Qué?" preguntó Aioria volviéndose en guardia hacia el sitio de donde recibiera este ataque de cosmoenergía. "¿Quién está allí?"
Sin esperar más, Aioria levantó su dedo y gritó:
"Lightning Plasma!"
Como si un cuchillo partiera mantequilla, la niebla que recibiera el impacto de la energía dorada del León Dorado, se abrió dejando un camino claro delante del majestuoso Santo de Atenea.
Aioria caminó con decisión al encuentro del cosmos agresor que sintiera. El joven Santo se quitó su capa preparándose a la pelea.
"¡Estoy aquí, villano! ¡Sal donde el León Aioria pueda verte!"
Gritó orgulloso quemando su cosmoenergía de manera terrible, levantando polvo y piedras a su alrededor. Aioria miraba fijamente hacia adelante preparado para encontrar cualquier cosa... cualquiera menos lo que encontró.
En un altar de piedra, Euríale, estaba sin sentido.
"¡Euríale!" gritó Aioria sorprendido, comenzando una carrera hacia la inerte joven. Un extraño sonido se hizo cada vez más grande, y con dificultad, logró esquivar un ataque de cosmoenergía muy poderosa que estuvo a punto de alcanzarle. Con la inercia del movimiento, Aioria rodó en el piso y en cuclillas se levantó alerta. "¿Te escudas detrás de una indefensa niña? No muy valiente me parece..."
De entre la niebla, unos delicados pasos se escucharon y una sombra fina se dibujó entre las brumas. Aioria alerta de encontrar a su enemigo al fin, se sorprendió al ver que la figura que emergía de entre la niebla no era otra que la de...
"¡Euríale!" exclamó el León Dorado asombrado, volviéndose hacia el altar donde pudo comprobar que su vista no lo había engañado, una joven idéntica a la niña estaba allí, sin sentido. "¿Qué está pasando aquí? ¡Déjate de juegos! Sigues escudándote tras la imagen de una niña..."
La niña observó a Aioria enigmáticamente al tiempo que sonreía.
"Pero yo soy Euríale, Aioria... aunque, tengo que decirte que, no te dije toda la verdad..."
"¿Qué?" Preguntó asombrado el León Dorado viendo que los ojos de la niña se cambiaban de color, adquiriendo un matiz rojizo y membranoso.
"Si, soy Euríale pero [b]no[/b] soy sacerdotisa de Atenea, soy una hija de la Gorgona y fiel sirviente de Fobos..." dijo al tiempo que el cuerpo de Euríale incrementaba su tamaño y su piel se tornaba gris y marchita.
"¿Gorgona?" preguntó Aioria al borde del paroxismo. "¿Fobos?"
El asombro de Aioria se tornó en indignación al saberse engañado y levantándose, orgullosamente desafió.
"¿Y dónde está tú amo? ¿Es tan cobarde como tú permaneciendo tras las sombras?"
Un cosmo temible barrió la niebla haciéndola esparcirse, ahora en una especie de viscosa telaraña... el León Dorado no pudo por menos de sentir un escalofrío que le recorría su cuerpo, al tiempo que una risa, terrible, la más terrible que ningún mortal pudiera imaginar encompasó un temblor en el suelo.
De entre la niebla, un gigante de tres metros, musculoso y de ojos pequeños y vacíos lo miró estudiándolo. Aioria sintió que el gigante podía analizar a través de su misma alma. La risa de Euríale comenzó a escucharse ahora, esta, irritante y perturbadora.
"Tonto hombrecito... has invocado la presencia de mi señor Fobos... ahora obsérvalo... ¡y teme!"
***
La armadura de Aries cayó pesadamente al suelo, al tiempo que Mú observaba con sorpresa como esta le despojaba dejándole desarmado ante un enemigo que era imposible de combatir.
"Así es, Mú" decía Harmonía aún con su hechizadora voz. "¿Cómo puedes combatir al ser que es el responsable de la paz entre los hombres y las naciones?" Preguntó desafiante. "Aún tu propia armadura reconoce lo inútil del intento..."
Acercándose, Harmonía acarició el morado cabello del hermoso joven, con suavidad.
"No luches, Mú, no luches contra esto que sientes, soy una diosa y tú solo un hombre, mejor, recibe con gusto el regalo que está prohibido para tí y tus congéneres, el regalo de mi amor..." decía ella al tiempo que le tomaba de la mano y lo encaminaba a un campo del Templo de la Fuente, lleno de jardines.
Dentro, el ambiente era bochornoso, la piel de Mú se llenó de sudor, al tiempo que notaba que muchas abejas volaban alrededor de las flores y la vegetación en un apasionado ritmo.
"El amor es algo tan frágil, Mú... tan frágil como un cristal..."
El Carnero Dorado abrió sus ojos asombrado tras escucharla. Ausente. Perdido y rendido al hechizo de la belleza que le dirigía.
Harmonía corrió por el campo al tiempo que se sentaba sobre la hierba y sonriendo, mirando a la distancia al Carnero Dorado, le extendió su mano invitante.
"¡Ven!" dijo insinuante.
Mú solo logró susurrar unas inaudibles palabras, al tiempo que se acercaba a la seductora y blanca mujer.
"¡Siéntate!" ordenó ella al tiempo que cortaba una flor roja y la colocaba en su cabello, perdiéndose en el fuego de su cabello. "Ven conmigo".
Mú se sentó, accediendo dócilmente a la petición de la diosa, hija de Ares y Afrodita. Ambos se observaron y se fundieron en un largo y profundo beso.
***
Un dolor indescriptible, ahogante, asfixiante inundó los sentidos del Santo Dorado de Tauro que recibió el castigo de las mordeduras de las serpientes de Deimos. Una a una, le atacaron traspasando la coraza que su Armadura de Oro le proporcionaba.
"No... ¡no puede ser!" decía al tiempo que movía sus brazos, sintiendo que la oscuridad lo inundaba y se apoderaba de sus sentidos.
Su piel, comenzó a transpirar, al tiempo que su tráquea se contraía, producto del envenenamiento en su cuerpo.
"¡No puedo morir así!" se decía a sí mismo Aldebarán, reuniendo fuerzas inexistentes. "¡Diosa mía, ayúdame!" imploró en su interior.
Las serpientes se hicieron a un lado al tiempo que, su cuerpo, exhausto y llevado a los límites yacía en el suelo. Los pasos de Deimos resonaron en las escaleras y bajó caminando hasta el joven Santo del Toro que respiraba pesadamente, siendo su respiración un acto heroico. Deteniéndose ante Aldebarán, Deimos escupió al Santo diciendo.
"Muy tarde te das cuenta de que tus palabras altaneras fueron un error, humano... solamente ahora te das cuenta que tu vida pudo haber tenido un fin más honroso... Pero no, esto no ha terminado, mi castigo es inexorable... este veneno no te matará, te quería vivo..."
Y dándole la espalda, Deimos caminó nuevamente hasta la escalera del Monte, mientras decía.
"Ofión, mi serpiente principal, te tragará vivo..." y viéndolo con una risa sádica, el dios del Temor agregó. "Si tan solo hubieras sabido callar en el momento adecuado, no serías víctima del horror que te espera, pués serás devorado vivo durante cientos de años, al quedar tú espíritu atrapado dentro de ella..."
Deimos subió las escaleras y volviéndose hacia el vencido Aldebarán, se cruzó de brazos, mientras observaba la temible procesión de serpientes que hacían lugar a la gigante Ofión. Aldebarán, lleno de miedo, observó como Ofión abría sus fauces y comenzaba a engullirlo con una fuerza terrible, magnificada por su debilidad de combatir el veneno que lo invadía.
***
Aioria esquivó un ataque una vez más asombrado de la creciente velocidad que alcanzaban. Era Euríale, la Gorgona la que lo atacaba ante la complaciente mirada de Fobos que no se movía, solo se limitaba a sonreir.
"Lightning Plasma!" gritó Aioria con furia al tener un tiro claro contra la espantosa mujer que ahora era Euríale.
El detestable ser se sonrió esquivando cada rayo del Santo de Leo con aparente facilidad. Sus ropas ahora se mostraban desgarradas, y su cara era una mueca y cadavérica efigie que le sonreía groseramente.
"¿Qué pasa, Santo de Atena?" preguntó ella con burla. "¿No decías que podías contra cualquiera que se te presentara? Pareces un gato asustado más que un temible león..."
"¡Maldita! exclamó ofendido Aioria que se volvió a poner de pie tras rodar evitando el cosmo de Euríale. "Te arrepentirás de desafiarme..."
Euríale rió burlonamente.
"¿Arrepentirme? ¡Si ni siquiera peleas! No dejas de moverte, estás perdido..."
Aioria se movió a la velocidad de la luz intentando golpear el abdómen del monstruo, pero ella lo esquivó ágilmente al tiempo que le ponía el pie, provocando que el Valiente León Dorado cayera pesadamente al suelo.
"Dime Aioria... ¿no te has preguntado por qué siendo yo una gorgona, no has quedado petrificado ante mi mirada?" dijo Euríale con aparente paciencia.
El León Dorado no se movió, esperando el ataque del monstruo. Escuchaba, esperando atentamente una apertura que le permitiera atacar, como si de un felino cazando a su presa se tratara.
"No, Euríale... tu aspecto horrible no hace sino hacer que olvide cualquier duda que tenga, solo me inspiras asco y un ansia grande por acabarte."
La Gorgona rió macabramente.
"¡Tonto! No comprendes mi retorcida belleza" y poniéndose junto a él, subió su pie en la espalda del caído Santo. "Bien, aunque no te lo preguntes yo te lo diré..., solo mi hermana, Medusa era capaz de hacer eso, en mí, mi poder se manifiesta de manera diferente, pero no te sientas aliviado, es igual de terrible..."
Y viendo hacia abajo volteó a Aioria hacia ella con un puntapie vigoroso. Con desprecio ella continuó.
"Mi poder es la putrefacción... ¡nada puede resistirme!"
"Nada puede resistir tú aliento..." dijo desafiante Aioria sin encontrar un espacio para atacar.
Euríale se rió y dijo.
"Eres como un gato boca arriba, arañando hasta el final... es curioso que menciones mi aliento, tonto Aioria, pués de mi boca sale... [b]¡¡LA MUERTE!![/b]"
Un humo negro y putrefacto salió de la boca de Euríale que envolvió a Aioria que horrorizado observó como su piel y su cuerpo se debilitaban.
"¿Qué?" preguntó Aioria asombrado. "¿Qué está pasando?"
Observando su armadura, esta comenzó a resquebrajarse...
***
Harmonía se levantó ante el impávido Mú. Con su belleza deslumbrante, la diosa se volvió hacia el tras caminar unos pasos.
"¡Mírame!" dijo al tiempo que ella comenzaba a despojarse de su ropa y mostrar su perfecto cuerpo ante Mú.
De muslos torneados y cadera redonda, breve cintura y pechos generosos. La amarfilada diosa se mostró tal cual delante del Santo Dorado de Aries. Acercándose hasta Mú, ella se acercó seductoramente mientras lo besaba.
Mú correspondió al beso al tiempo que la abrazaba. Tras besarse, Mú le acarició el rostro y le preguntó.
"Dime Harmonía... ¿quieres que luche a tú lado contra Atenea?"
Harmonía, no esperando esta pregunta sonrió satisfecha al tiempo que decía.
"¡Sabía que no había elegido mal! Un ser tan magnífico como tú no podía quedarse del lado de esa mojigata..." y acariciando dulcemente el cabello de Mú prosiguió. "Si, mi valiente guerrero, queremos acabar con esa traidora que ha deshonrado a nuestro padre, tú ayuda sería invaluable..."
"Ya veo." respondió Mú, justo cuando Harmonía le intentaba besar una vez más. De manera brusca, Mú volvió su rostro rechazando el beso de la hermosa diosa pelirroja.
"¿Qué pasa, Mú?" preguntó la bella mujer delicadamente al tiempo que llevaba su mano para acariciar al Santo Dorado de Aries tiernamente. Una mano firme la detuvo. Sorprendida ella observó la mano y miró boquiabierta que era la de su presa. "¿Qué estás haciendo? ¿Por qué me rechazas?"
Mú, volviéndose con una sonrisa respondió...
"Tú misma lo dijiste, Harmonía... el amor es una cosa tan frágil..." decía al tiempo, que Harmonía notaba por vez primera el tono ambarino que recubría el cuerpo de Mú de Aries... ¡El Caballero Aries!
"¿Qué?"
***
La Serpiente Ofión terminó por engullir a su grotesco bocado. No quedaba ningún rastro de Aldebarán de Tauro sobre la Tierra, con la excepción de unas gotas de su sangre en el piso y el caso con el cuerno mutilado del Toro.
"Una muerte indigna para un tonto mortal desorientado en sus creencias..." dijo Deimos a modo de epitafio. "Todo ha sido una pérdida de tiempo... entretenida, pero pérdida de tiempo al fin..."
Dando media vuelta, Deimos se disponía a subir las escaleras cuando de pronto, una ráfaga de viento le detuvo... volviéndose, observó como las serpientes se movían inquietas, llevando su vista rápidamente hacia Ofión, Deimos pudo observar como el gigantesco reptil se retorcía y se movía con dificultad...
"¿Qué?" preguntó Deimos sobresaltado.
***
Aioria tocó el piso intentando asirse de algo... en su camino, encontró una piedra, la cual tomó y con la fuerza y la velocidad de Santo Dorado que conservaba la lanzó contra Euríale, la piedra adquirió tal mortalidad, que entró por la boca de la Gorgona que comenzó a toser desesperada.
Fobos observaba todo con interés.
Aioria se levantó pesadamente, haciendo un recuento rápido de los daños... su armadura de Leo sin brillo, al borde de la fractura, pero eso no era todo... Debajo de su armadura, su piel se había vuelto más delgada, como la de un anciano, sus manos, debilitadas mostraban casi la piel pegada al hueso, al igual que todo su cuerpo...
Desesperada, Euríale vomitó la piedra, la cual, se hizo polvo al estrellarse con el polvo.
"¡Maldito humano!" exclamó la Gorgona fúrica, encendiendo su cosmo y sus rojos ojos. "¡Pagarás por esto! ¡Por mi señor Fobos lo juro!"
Aioria, enfrentando su miedo, se volvió hacia Fobos y Euríale y los apuntó con su dedo...
"¡Parece que no entienden, salvajes!" dijo desafiante. "[b]¡Yo soy un Santo Dorado de Atenea!"[/b]
***
Mú se volvió hacia la asombrada Harmonía que lo miraba enojada, tras el rechazo del humano y su aparente desdén hacia sus encantos y poder.
"[b]No importa que tan fuerte seas... la justicia de mi diosa perdurará..."[/b]Decía Mú con resolución y tranquilidad, una tranquilidad que irritó a la inmutable Harmonía...
***
Unas manos emergieron del hocico de Ofión, y en una grotesca escena, como si Ofión estuviese cambiando de piel, poco a poco, comenzó a sonar como era destrozada por dentro, siendo sus huesos hechos polvo con el poder de la furia de un honorable guerrero Sagrado de Atenea... victorioso, envuelto en la humedad del animal, Aldebarán emergió de las fauces, al tiempo que se paraba desafiante ante Deimos tirando con repugnancia los restos de la otrora, poderosa bestia Ofión...
Deimos observaba todo asombrado, como preguntando ¿Qué es esto? Aldebarán, tras sacudirse y tomar con calma su casco, se lo puso sobre la cabeza al tiempo que se volvía hacia Deimos para decir...
"Ya te has dado cuenta que con el poder de los Santos de Atena no hay nada seguro ¿no es verdad diosecillo? Pués bien, [b]¡de algo puedes estar seguro ahora: la amenaza de Ares desaparecerá hoy de la faz de la Tierra por nuestras propias manos!"[/b]
Continúa...
