Entre las brumas observa. La furia había quedado atrás ya hacía un tiempo... tiempo, era algo de lo que gozaba de sobra, y sin embargo, detestaba perderlo. Los movimientos y avances, ataques y contraataques le llamaron la atención ¡estaban tan equivocados pensando que el no estaba consciente de lo que estaba ocurriendo!

Quizá eso le molestara un poco, el hecho de que creyeran que él estaba ignorante de todo lo que estaba ocurriendo. Claro, quizá su silencio podía hacer creer de eso a los autores... ¡qué pobres herederos suyos! Cayendo en sus mismas trampas... y aunque había estado tentado a moverse no pudo por menos evitar cuestionarse de los resultados sin su intervención. Así era, lo admitió sinceramente, no se había movido por que quizo saber lo que ocurriría, y finalmente ese poco de tiempo perdido le había servido en algo, medir.

La medición, la proyección, el planear... cosas que en su mente habían sido postergadas ya de manera definitiva, al menos, hasta que las estrellas y el cosmos lo dictaminaran una vez más... lamentablemente, ¡los dioses en ocasiones son tan humanos! Siempre forzándolo todo, siempre queriendo ganarle la partida al tiempo...

El ser se sonrió

"Es imposible" dijo con voz atronadora "ni siquiera los inmortales escapan al juicio del tiempo."

Se había cansado de observar. Se había cansado de planear. No permitiría que usaran su nombre de manera equivocada. Había llegado el momento de tomar el control en sus manos de lo que estaba ocurriendo.

Un trueno iluminó de rojo el eter que le envolvía. Lo habían obligado a salir de su encierro tras su movimiento fallido... un error podía tolerarlo en esta generación, más no dos... no estaba en juego una victoria o una pérdida, no estaba en juego su dinastía, no estaba en juego su lugar divino, era algo que era tan importante como todo esto junto...

[i]SU HONOR.[/i]

[b]

CRÓNICAS ZODIACALES:

TAURO: HONOR

CAPÍTULO V: EL VENGADOR DE SU ORGULLO[/b]

Deimos observó a Aldebarán con una mezcla de furia y asombro.

"¡Ofión!" exclamó con voz entrecortada el dios del temor, las serpientes que enmarcaban su rostro se agitaron furiosas, chillando y creando un cuadro aterrador del dios guerrero hijo de Ares. "¿Cómo te has atrevido, tonto humano?" preguntó sin perder la sorpresa de la proeza realizada por el Santo Dorado del Toro. "¡Te arrepentirás por lo que has hecho!"

Aldebarán, majestuoso, orgulloso, retador se irguió ante Deimos.

"¡Soy un Santo a las órdenes de la diosa Atenea, Deimos!" gritó al tiempo que le señalaba "¡Jamás me arrepentiré de lo que he hecho!"

Deimos observó como el Toro Dorado lo señalaba sintiendo que a la sensación de sorpresa se aumentaba la del insulto.

"¡Maldito hijo de una perra humana!" gritó Deimos lleno de furia. "¿Te atreves a desafiar a los dioses? ¡Nunca te lo perdonaré!"

Un cosmo amenazante comenzó a crecer alrededor de Deimos al tiempo que sus ojos se iluminaban de un cosmo aterrador, las piedras de la escalinata se estremecieron y parecieron pulverizarse en las secciones que el dios pisara. Las serpientes que rodeaban a Aldebarán volvieron a sentirse agitadas.

"Habrás terminado con Ofión, maldito humano, pero la venganza será de ella"

Deimos dió un paso adelante al tiempo que se dirigía al roto cuerpo de Ofión, la serpiente gigante. Aldebarán adoptó una posición de guardia.

Deimos se agachó ante el hocico roto de la serpiente gigante y con su mano tocó los restos del monstruo, sosteniendo los colmillos de Ofión, sus manos se mostraron llenas de sangre al tiempo que el dios del temor parecía orar.

"Gaea, Madre Tierra, recibe en tu seno de vuelta a tu hija Ofión que perdió su vida a manos de un humano miserable, permite que su espíritu goce de los Campos Elíseos y que sea mi mano, con tú oportuna intervención, los que podamos extraer la venganza a causa de este detestable crímen..." el cosmo de Deimos brilló de manera impresionante.

Aldebarán se cubrió los ojos con sus manos.

"¿Qué es esto?" preguntó asombrado. "¡Es como una estrella brillando delante de mis ojos! Su cosmo se ha incrementado de manera terrible... ¿es esto el poder de un verdadero dios?" preguntó el Toro Dorado con un pequeño estremecimiento. "¡Athena!" dijo en voz baja. "¡Diosa mía, confío en tí y en tus palabras!"

Levantando las manos con gran poder, Deimos mostró en sus palmas los colmillos de la serpiente y profiriendo un poderoso grito los estrelló en la tierra con su cosmo, los grandes dientes se partieron en miles de pedazos y sus fragmentos salpicaron la tierra alrededor. Deimos se levantó y dando la espalda a Aldebarán se alejó hasta su lugar inicial en las escaleras.

"Aunque tengo todos los deseos de terminar contigo con mis propias manos, humano, dejaré que la justicia de los dioses te alcance por medio de mi ejército... ¡podrás haber vencido a Ofión!" dijo Deimos al tiempo que se volvía nuevamente hacia el frente para observar como desde un palco la pelea que se desarrollaría. "Y te concedo que eso fué una hazaña extraordinaria, sin embargo, la pelea que has llevado a cabo no ha sido ni siquiera el comienzo de tus dificultades, y esa proeza, por asombrosa que haya sido, no significa sino un pequeño esfuerzo para lo que viene..."

Las serpientes que le rodeaban, los cientos de serpientes mostraron sus lenguas bífidas amenazantes, al tiempo que se enroscaban en diversos puntos del suelo... Aldebarán notó que ellas rodeaban aquellos sitios donde hubieran caído fragmentos de los colmillos de Ofión que el propio Deimos destrozara momentos antes.

Un silencio mortal invadió de pronto la escena. Deimos, al igual que Aldebarán, observaron callados y alertas lo que venía. La tierra comenzó a estremecerse.

***

"¿Por qué?" preguntó con voz dulce y llena de dolor la hermosa mujer.

Con todo el aspecto de la derrota sobre de ella, la pelirroja Harmonía se dejó caer al suelo entre llanto y sollozos. Su perfecto cuerpo desnudo se mostraba sin vergüenza ante Mú que no esperaba esa reacción de parte de la diosa que le besara... un beso lleno de paz que de no haber sido por su Crystal Wall pudiera haberle hecho mucho daño.

"¿Por qué me rechazaste, mi bello Mú?" preguntó Harmonía con el mismo tono doloroso que empleara desde que Mú le mostrara lo inútil de su táctica. "¡Nunca en miles de años alguien me había rechazado! ¿Por qué lo haces tú?" y llorosa concluyó. "¡Soy un fracaso!"

El corazón compasivo de Mú sintió pena por la diosa de la Paz. Poco a poco, se acercó hasta la diosa y en un gesto caballeroso, se acercó hasta donde su armadura yacía inerte, caída ante el cosmo pacífico de la diosa y la despojó de su capa. Acto seguido caminó hasta donde estaba la caída Harmonía y cubrió el exquisito cuerpo desnudo de la bella mujer.

"Tome" dijo Mú asumiendo una posición de respeto por la mujer.

Harmonía recibió la capa y se cubrió el cuerpo. Se sonrió al tiempo que veía a Mú y le decía.

"¡Dime que te gusto, Mú!" le invitó. "¡Dime que no has hecho sino jugar conmigo para saber lo que siento por tí! Qué estás dispuesto a seguirme hasta las puertas del infierno, que dejarás de lado tú pasión por Atenea..."

Los ojos suplicantes de la diosa miraron a Mú cuestionantes, con la esperanza de poder escuchar de labios del Santo Dorado del Carnero las palabras que ella esperaba escuchar. El bello joven observó a la mujer y con un gesto de pena respondió al fin.

"No puedo prometer aquello que no estoy dispuesto a hacer, señora Harmonía" dijo Mú finalmente con voz tranquila y como ofreciendo una disculpa. "Atenea es la razón de mi vida y de mi lucha en esta vida, creo en su causa y en sus principios."

Los ojos de Harmonía comenzaron a brillar por las lágrimas que comenzaron a asomar a sus ojos.

"¿Por qué no se une usted a su causa? Usted es la diosa de la paz, ella aborrece la guerra injustificada... ¡son aliadas naturales! Recapacite y únase mejor a nosotros... no deseo pelear con usted."

Mú fue ahora el que observó cuestionante a Harmonía, sus ojos suplicantes por que la diosa abrazara su causa, que comprendiera lo importante de la misión de Atenea.

"Entonces..." respondió Harmonía finalmente tras que el silencio entre los dos se tornara doloroso "...no puedo hacer nada por tí, ni puedo hacer nada por mí" dijo con dolor Harmonía. "Yo tampoco puedo prometer algo que no estoy dispuesta a ofrecer, en efecto, soy una diosa de paz, pero solo de la paz que precede a la guerra, y tú, eres un guerrero que predica la paz pero que sirve a una diosa de la guerra."

Mú comprendió lo irónico de las palabras de Harmonía. Su espíritu estaba alerta aunque inmerso en un profundo dolor. Paz, guerra, paz... un ciclo irrompible y en ocasiones incomprensible del cual todos eran parte, aún en contra de sus propios deseos. Harmonía se levantó finalmente dejando caer la capa que la cubría.

"Mú, quiero que te des cuenta que es inútil pelear contra mí, pués ante todo, soy una diosa, tus ataques no tendrán efecto sobre mí, si acaso es que tu voluntad extraordinaria logra romper el efecto de mi presencia."

Mú se puso en guardia al tiempo que Harmonía levantaba ambos brazos mostrando una vez más su cautivante cuerpo, sus carnes firmes, su blanca piel.

"¿Creés que esto terminará tan fácilmente?" dijo ella al tiempo que unas lágrimas escurrían por su bello rostro. "Lamentablemente, no es así."

Mú observó a Harmonía en esa posición de entrega, de rendición. Sus manos, parecían sostener algo entre sí. En un gesto rápido, Harmonía volvió sus manos en un gesto rápido y de la nada se materializaron dos discos idénticos uno del otro con un diseño elegante.

"Te atreviste a rechazarme" dijo Harmonía aún llorando. "Te atreviste a humillarme... ¡ninguna mujer puede aceptar eso de manera pacífica! Desgraciadamente para tí yo no soy cualquier mujer, soy una diosa, hija de Ares y poseedora de mi Talismán." Llorando, la pelirroja dijo finalmente. "Sin embargo, soy compasiva, y lo único que haré es borrarte de este plano de existencia para que reflexiones del error que has cometido, quizá, si mi interés por tí sigue vivo en otra era te visite para saber si te has dado cuenta de ello, pero por lo pronto tendré que usar este Talismán para mandarte a... ¡OTRA DIMENSIÓN!"

Una fuerte corriente de energía explotó de ambas mitades del Talismán que formaron una especie de triángulo, Mú abrió sus ojos asombrado, al tiempo que la fuerte energía de los artículos mágicos crecía y lo envolvía.

***

Tembloroso, casi exhausto, Aioria observó sus manos y la armadura que la cubría. Parecía que la vida hubiera abandonado a su coraza de León Dorado, y que la fuerza vital de sus miembros hubiera desaparecido, ahora la Armadura parecía demasiado pesada, demasiado grande.

"¿Qué pasa, Gatito?" preguntó Euríale aún brillando amenazadoramente. "¿Dónde están las amenazas? ¿Se te ha acabado el ingenio para crear más insultos?"

Aioria observó a Euríale en un rápido gesto. La horrible gorgona de ojos viscosos lo miraba de la misma manera como le hablaba, guasonamente.

"¿O es que acaso finalmente has reconocido que estás enfrentándote a una amenaza superior a tí en todo aspecto?" preguntó una vez más la monstruosa mujer. "¿Qué se siente, Aioria de Leo? ¿Qué se siente reconocer el final del camino de tú miserable vida?"

Aioria cerró los ojos tratando de controlar la furia y el miedo que le invadían en estos momentos. Se resistía a creer que lo que la espantosa aparición dijera fuera cierto. ¡No podía dejarse llevar por la corriente de terror que lo estaba comenzando a inundar!

"Esto..." dijo Aioria mientras hacía un esfuerzo por quemar su cosmo. "¡Esto no es el final monstruo infernal!" exclamó finalmente en un heroico esfuerzo por explotar sus fuerzas más allá del límite. "Mi armadura podrá haber perdido su brillo, pero... ¡mientras exista un hálito de vida en este cuerpo mío, mi cosmo brillará intensamente para destruirte!"

Euríale, impasible observó el despliegue impresionante de fuerzas del León Dorado. Como siempre, preparada para cualquier cosa, respondió.

"Así sea, Aioria, Santo Dorado del León." Dijo la gorgona. "Terminaré por extinguir el brillo de tú cosmo junto con la débil llama de tú vida... te demostraré que eso no es más que un simple juego de niños ante el poder de aquellos que somos protegidos por los dioses."

La bruma era espesa y cubría totalmente al sol, pareciera que de pronto hubiera anochecido, y horribles, entre las nubes bajas de la cima del monte Dhikti, dos círculos asomaban como dos siniestras lunas impasibles y frías... los ojos del gigantesco Fobos, que impasible, como una enorme gárgola se limitaba a observar el encuentro de estos dos terribles guerreros.

"¡Acepté el reto desde que fuí investido con el grande honor de ser sirviente de Atenea, monstruo maligno!" gritó Aioria finalmente. "Siempre he sabido del riesgo de perder mi vida en el intento, así que tus amenazas están totalmente de más, si he de perecer combatiéndote, será por la voluntad divina de Atena, ¡pero ello no impedirá que te lleve conmigo en mi viaje final por el Estigia!"

Euríale carcajeó de manera vil al tiempo que decía.

"¡Así sea!"

***

"¿Qué nuevo horror es este?" preguntó Aldebarán al observar la causa del estremecimiento de la tierra.

Increíblemente, de aquellos sitios donde hubieran caído los fragmentos de los colmillos de Ofión, guerreros esqueléticos, totalmente armados se levantaban. Investidos con armaduras, espadas y escudos, los terribles seres, si se les podía llamar tal, montaron sobre las gigantes serpientes.

"¡Mío es el ejército de los Guerreros Serpiente, Santo de Atenea!" explicó finalmente Deimos en tono triunfal. "¡Ellos son hijos de Ofión y de la Madre Tierra, son invencibles!"

Aldebarán observó a la legión de guerreros que se levantaba en contra de sí.

Grotescas figuras que alguna vez fueran humanas, defensores de naciones y de hombres, personas que lucharan con pasión y con honor... ¿o acaso sería que no eran sino más que seres creados de manera mágica por este dios del temor?

Deimos sonrió.

"Tú dos impresiones son correctas, Santo de Atenea" dijo sorprendiendo al Toro dorado. "Ellos son tanto antiguos guerreros como seres creados por magia." Aclaró. "En sus vidas anteriores fueron fieros guerreros que combatieran contra el enemigo, lucharon valientemente, pero formaron parte del ejército vencido, sus almas, despojadas de honor, permanecieron encerradas en las entrañas de Gaea junto con sus podridos cuerpos... han resucitado con la esperanza de ser parte del ejército que resulte victorioso y les gane la gloria de los Campos Elíseos para sus torturados espíritus..."

"¡Tú!" dijo Aldebarán horrorizado al escuchar lo que el dios del Temor dijera. "¡Eres peor de lo que imaginaba! Estas almas han ganado la gloria de los Campos Elíseos no importando si hubieran ganado o perdido, pués su honor fué ensalzado al entregar sus vidas por la causa de sus naciones y principios... ¿tan poco respeto tienes por su sacrificio que te atreves a deshonrarlos manipulándolos de esta manera?"

Las serpientes que enmarcaban el rostro del Dios del Temor se agitaron al tiempo que el temible dios se carcajeaba.

"¿Puede ser de otra manera?" preguntó burlonamente.

Una gota de sudor recorrió la frente de Aldebarán al escuchar la respuesta del hijo mayor de Ares. ¿Cómo era posible que un ser tan espantoso como este pudiera ser un dios? ¿Quién lo podía permitir?

Deimos agregó.

"El temor..." dijo finalmente. "El temor te está invadiendo, Santo de Atenea, ya vas comprendiendo lo insignificante de la raza humana para nosotros los dioses... te haré una confidencia... renacerás en tú propio cuerpo en un futuro, cuando te necesite, esta batalla la tienes perdida, por lo que formarás parte de mi ejército de Guerreros Serpiente, te ofreceré en el futuro la posibilidad de alcanzar los Campos Elíseos, hoy, por lo pronto, no los ganarás, pués lamentablemente eres parte del equipo perdedor..."

Tras ocupar sus monstruosas monturas, los Guerreros Serpiente se comenzaron a alistar a la batalla contra el Santo Dorado del Toro.

"¡Eso no lo permitiré!" exclamó Aldebarán ante la amenaza de Deimos.

"¡Ya lo veremos!" exclamó a su vez Deimos en respuesta al tiempo que lanzaba su mano adelante ordenando el inicio de la batalla.

El ejército de muertos avanzó inmisericorde.

***

Un brillo casi glorioso iluminó los alrededores de las faldas del Monte Levka Oris, la Fuente de Atenea Cretense se encontraba en el centro de tal destello, la causa, la explosión de la ira de una diosa despechada por un hombre, de un hombre leal a su diosa y su causa.

En el centro de la Sala donde se originara ese despliegue de poder tan imponente, una bella mujer se encontraba de pie, impasible, como si lo que estuviera ocurriendo no fuera sino una leve llovizna.

Después, poco a poco, la luz fué disminuyendo en intensidad, y Harmonía bajando sus brazos al fin habló con voz calma.

"Así fué, rápido, limpio y sin sangre mi amado Mú" cerrando sus ojos, la diosa dejó de lado la furia que la había invadido hacía unos instantes. "Que la soledad de la Dimensión de Harmonía permita a tú alma hallar la respuesta a la pregunta que seguramente, te invadirá durante los siguientes eones... ¿en qué me equivoqué?"

Sin haber soltado los discos de extraño diseño, Harmonía volvió sus manos haciendo que desaparecieran de nueva cuenta. En prodigioso hecho, su cuerpo se cubrió de un bello vestido y su cabello adquiría forma en un clásico peinado griego.

"Padre... Hermanos, mi misión ha sido cumplida, el Santo de Atenea ha desaparecido de la faz de este mundo."

Interrumpió sus palabras al observar la capa que el bello joven Santo del Carnero usara para cubrir su cuerpo hacía unos minutos. La diosa la levantó al tiempo que la llevaba hasta sus labios.

"¡Cómo me hubiera gustado..."

Pero Harmonía no pudo concluir sus palabras, un cántico, o más bien una especie de llamado llenó a la sala de la Fuente de Atenea en Creta, volviéndose hacia el sitio de donde provenía dicho llamado, la diosa observó asombrada que el origen era la caída Armadura de Aries, la cual comenzó a estremecerse.

"¿Qué es esto?" preguntó extrañada.

Mucho más rápido que sus propios ojos pudieran distinguir, en el espacio de un parpadeo, la Armadura de Aries había desaparecido.

"¿A dónde se fué?" volvió a cuestionar Harmonía sorprendida.

***

Usando una velocidad muy cercana a la de la luz, el combate entre la gorgona Euríale y el Santo Dorado del León, Aioria, se llevaba a cabo ante la mirada torva y fría del gigante Fobos.

"¡Tú vida te abandona, Santo de Atenea!" gritó Euríale en el fragor de la batalla, esquivando golpes maestros del León Dorado. "Y con ella, tú velocidad y tú pericia."

"¡Si dejaras de hablar tanto, monstruo, esta pelea sería mucho mejor!" respondió valientemente el Santo de Leo, volviendo a su actitud desafiante e irónica.

Euríale con sorpresa observó que Aioria, encontrando de manera ágil un punto débil en su defensa en el vientre, dirigía su ataque ahora hacia allí, moviéndose con esfuerzo, logró defender su vientre. Aioria sonrió ante la sorpresa de Euríale.

"¡Te engañé!" dijo el León al tiempo que con ambas manos la tomaba por el cuello y suspendía el ataque. Levantándola con fuerza extraordinaria, Aioria comenzó a estrangular a la horrible Gorgona llamada Euríale. "¡La pelea ha terminado!"

Retorciéndose de dolor y sorprendida ante las fuerzas existentes aún en el marchito cuerpo del Santo de Atenea, Euríale respondió.

"¡Acábame rápido, Aioria!" finas gotas de saliva salieron de su deforme hocico. "¡No desperdicies la oportunidad que un error mío pudo darte!"

Aioria sonriendo dijo.

"¡Créeme que no lo haré! ¡Acabaré contigo en este instante!" dijo finalmente.

Euríale ahora sonrió y dijo.

"¡Te lo dije!"

Abriendo la boca, Euríale gritó:

"¡LA PUTREFACCIÓN!"

Un humo negro volvió a salir de la boca del monstruoso ser envolviendo a Aioria en una nube tóxica mucho más dolorosa y repugnante que la anterior. La fuerza finalmente lo abandonó al tiempo que Euríale mordía una de sus manos.

Los colmillos agudos de la gorgona lo hicieron ahora gritar de dolor, al tiempo que arrancaba el guante de la Armadura. Pesadamente, Aioria, cayó, mientras sangraba de su mano.

***

Aldebarán esquivaba los golpes certeros de espada de los rápidos Guerreros Serpiente.

"Diosa mía... ¡ayúdame! No sé que hacer, no deseo combatir a estas pobres almas torturadas."

Veinte guerreros finalmente lo rodearon al tiempo en que le atacaron directamente a las piernas haciéndole caer pesadamente.

"¡Necesito que me ilumines, Atenea!" exclamó el Toro de Oro.

Sus atacantes se detuvieron ante él. Levantando la vista, observó como aquellos esqueletos parecían observarle mientras que las serpientes lo miraban hambrientamente.

El veneno de estas ya había dejado de surtir efecto, pero el esfuerzo por recuperarse y seguir luchando había minado mucho sus fuerzas. Ahora se encontraba en una posición dificil, no deseaba ser parte de la tortura de estos guerreros que merecían la gloria y que eran retenidos contra cualquier ley natural por Ares y sus hijos. ¡No quería formar parte de un acto tan bajo! Sin embargo, parecía ahora muy claro, era matar o morir.

Los esqueletos levantaron sus brazos preparándose a dar una estocada final en el joven guerrero de Atenea.

"Perdónenme valientes guerreros" pensó para sí al tiempo que iluminaba su cuerpo con la brillantez de su cosmo y lanzaba una poderosa explosión que arrojó a las serpientes y a los esqueletos lejos de él, mientras se partían en pedazos. Aldebarán se levantó al tiempo que las lágrimas acudían a sus ojos. "Atenea ten misericordia de ellos, pués ciertamente yo no la tendré para con Deimos."

Los cuerpos inertes de las serpientes que lo rodearan se deshicieron al tiempo que se convertían en huesos, pero terriblemente, los dientes de estas serpientes al tocar el piso se convertían en más guerreros esqueléticos.

"¡No puedo creerlo!" exclamó Aldebarán ante lo que sus ojos observaban. "¡Más Guerreros Serpiente!"

Y si acaso eso no fuera suficiente, los restos de huesos que habían sido esparcidos, se levantaron por sí mismos, manos arrastrando escudos y espadas, piernas que caminaban solas, cráneos que seguían arrastrándose contra el Santo de Atenea, como poseídos por una fuerza infernal que les consumiera y les obligara a acabar con su enemigo aún así, desmembrados. El resto de las fuerzas Serpiente volvieron a la carga contra el poderoso Santo de Atenea.

***

Ante los atónitos ojos de Harmonía, un resplandor dorado apareció ante sus ojos. Lleno de gloria, lleno de fulgor.

"¡Parece un dios!" exclamó la hija de Ares al observar que ese fulgor dorado adquiría una forma humana y dibujaba la silueta de la Armadura de Aries totalmente armada y cubriendo a su dueño... ¡Mú de Aries! "¿Cómo es posible?" Exclamó finalmente cuando Mú terminó de materializarse ante la pelirroja.

Sosteniendo su casco entre las manos, Mú respondió a la pregunta de Harmonía.

"Creo que me subestimó, Lady Harmonía" dijo con tono tranquilo. "Mandarme a otra dimensión a mí no es una buena idea, la mente más poderosa del mundo en psicokinésis." Afirmó Mú sin falsas modestias. "No existen distancias que mi mente y mis sentidos no puedan abarcar, como puede ver, su ataque hacia mí fué inútil."

Harmonía retrocedió temerosa. ¿Qué clase de hombre era este que tenía frente de sí?

"Ahora, vuelvo a ofrecerle una oportunidad de desistir en su ataque, me apena tener que luchar en ocasiones, usted, a su manera, intentó ser misericorde conmigo conservando mi vida, le devuelvo la cortesía pidiéndole de manera respetuosa que por favor, se rinda."

La diosa de la Paz observó a Mú y dejando de lado la sorpresa se sonrió al final diciendo.

"No te sobreestimes, Mú"

E irguiéndose ella prosiguió.

"Sabes que no puedes luchar contra el espíritu de la paz..." levantado un dedo señaló a Mú, el cual se vió envuelto una vez más en una luz blanquecina.

Mú, para su sorpresa, observó como nuevamente su armadura de Aries abandonaba su cuerpo. En aquella otra dimensión, lejos de la influencia del cosmo de Harmonía, su armadura respondió, pero nuevamente ante la paz que ella emanaba, su armadura caía presa del sortilegio de la energía cósmica de la diosa.

"Ríndete tú, Mú..." dijo ella. "No tienes otra alternativa."

Mú se sonrió por igual y respondió finalmente.

"Jamás me rendiré."

***

Sin fuerzas. No hubo más movimiento que viniera de parte de él. Aioria, el orgulloso León Dorado, Guerrero de Atenea, había caído finalmente ante el ataque de Euríale. Su sangre fluía sin control de su marchito cuerpo. La Armadura del León, dañada más allá de cualquier reparación, sin brillo ni siquiera se mostraba dorada, parecía un pedazo de hierro, sucio y próximo a la oxidación.

Con pasos pesados, poco a poco, Euríale se aproximó ante el cuerpo del Santo caído de Atenea.

"Nada, mortal, nada semejante a tí puede soportar la inevitable fuerza de Euríale, ustedes están condenados a la muerte, y por lo tanto, a la putrefacción. Nada es eterno, sólo los dioses." Dijo finalmente Euríale triunfante.

Llevándose su mano al cuello, recordó el dolor que le causara el ataque de Aioria hacía apenas unos instantes antes.

"Maldito humano... ¡nadie nunca me había puesto la mano encima! Atenea tiene guerreros efectivos en sus fuerzas, pero finalmente, inferiores a los de nuestro señor Ares."

Dentro de la mente de Aioria, su vida resistía a abandonarle.

"¿Qué es esto que siento?" preguntó Aioria finalmente próximo a sucumbir al beso de la noche. "¿Acaso estoy muriendo finalmente?" Se preguntó. "¿Es este el día en que mi misión termina? ¿Con un fracaso?"

Lleno de angustia, Aioria siguió sus cuestionamientos.

"¿Cómo he de morir si ni siquiera cumplí con mi parte de la misión?" Una lágrima escapó de sus ojos ante la ignorancia de Euríale que seguía lamentándose por el dolor de su cuello... también, escapando a su atención, los ojos de Fobos se movieron, pués el si registró el movimiento del moribundo Santo del León. "¡Mis amigos confiaban en que al menos llevara a cabo esta tarea! ¡Perdón amigos!"

Un sentimiento de angustia invadió a Aioria, comprendiendo que eran sus últimos momentos.

"¡Qué tristeza morir! ¡Qué tristeza morir bajo estas circunstancias! No me siento tranquilo, no sé si acaso podremos ganar esta batalla tan cruel... ¡Hermano!" dijo al tiempo que recordaba al gentil y poderoso Aioros. "¿Acaso te sentías así mientras morías? ¿Acaso este sentimiento de impotencia te acompañó en tus últimos instantes?" Se preguntó. "¡Perdóname por juzgarte tan cruelmente! Por haber creído en los rumores, por haber hecho de tú paso a la muerte algo más angustioso."

Una luz pareció verse del otro lado de un túnel interminable por el que Aioria parecía caminar contra su voluntad. Del otro lado, una silueta gentil parecía esperarle. De su espalda parecían salir un par de alas con fulgor dorado.

"¿Hermano?" preguntó Aioria en una mezcla de sentimientos.

"Hermano" respondió finalmente la figura del otro lado con la voz inconfundible y jamás olvidada de Aioros de Sagitario. "No avances más."

"¡Pero!" dijo Aioria sin concluir su frase.

"No es tu tiempo aún... ¡levántate! Esta no es la peor de tus batallas... ¡eres un Santo Dorado de Atenea! Mi paso a la muerte fué menos angustioso por que sabía que tú estarías allí cuando yo no estuviera... es una larga historia la mía y la de mi paso a este lado de existencia, una historia que no será contada hoy, eso es para otros tiempos." Extendiendo sus brazos, Aioros dijo. "Con mi flecha dorada abriré el camino por el que tienes que volver... ¡nos veremos en otro momento hermano! ¡No olvides tener fé!"

"¡Hermano!" gritó nuevamente Aioria al tiempo en que comenzaba a alejarse del túnel y su figura desaparecía.

El cuerpo de Aioria se movió poco a poco... Euríale se volvió asombrada ante el sonido que provenía del cuerpo del León Dorado que parecía volver del paso del más allá.

"¿Qué? ¿Cómo es posible?" preguntó asombrada.

"Te quiero..." concluyó Aioria al tiempo que abría sus húmedos ojos para encontrarse con las dos lunas que eran los ojos de Fobos.

"¿Cómo es posible?" preguntó Euríale al tiempo que se acercaba al cuerpo de Aioria que comenzaba a moverse. "¿No sabes rendirte, hombrecillo?" preguntó enojada la gorgona.

Aioria cerró sus ojos y sin pensarlo dos veces respondió con dos palabras.

"LIGHTNING PLASMA!"

Tomada por sorpresa, la miríada de golpes a la velocidad de la luz atravesaron el cuerpo de Euríale... envuelta por las brumas, Aioria pudo tan solo distinguir como la cabeza de la Gorgona se desprendía del cuerpo, lanzándola al viaje de la muerte de manera irremediable.

Aioria se puso de pie para encontrarse con su pie con la cabeza de Euríale... tan horrible en su muerte como en la vida. La primera amenaza estaba terminada, ahora era hora de enfrentar al dios del Miedo. Volviéndose hacia arriba observó a Fobos, impasible como había estado desde el comienzo.

"¡Es tú turno, Fobos!"

Los ojos de Fobos se abrieron asombrados.

***

Un cosmo dorado emanó del cuerpo de Aldebarán que explotó con gran fuerza, provocando que su energía lo mantuviera intocable por el radio de enemigos que le rodeaban con fiereza.

"Estoy cansado" pensó con angustia Aldebarán. "No creo poder sostener esto durante mucho tiempo..."

Las tropas de Guerreros Serpiente se aproximaron amenazantes una vez más al tiempo que abría su círculo de cosmo. Las monturas de los esqueletos se quejaron fúricas ante la descarga de energía del que fueron presas.

"¿Cuánto tiempo más permanecerás a la defensiva, tonto humano?" preguntó Deimos con tono de fastidio. "Creí que esta pelea sería más interesante pero veo que esperaba demasiado de tí... eres un pobre bufón."

Aldebarán respondió a las palabras de Deimos.

"Lo dice el mejor de todos... creo que debo hacer caso de lo que dices... ¿tienes... algún consejo?" concluyó.

Deimos sonrió apenas.

"Estás perdido y lo sabes." Dijo al fin. "Tus palabras no hacen sino demostrar lo desesperado que estás... ¡ríndete al fin, Aldebarán! No eres más que un simple ser humano con reservas limitadas de fuerza... al contrario de mis guerreros, que finalmente están muertos y no se cansan... esto no puede durar mucho."

Aldebarán cerró sus ojos buscando la inspiración para continuar, rogando a Atena que le iluminara el camino a seguir.

De pronto su cuerpo brilló en una explosión final. Los Guerreros Serpiente retrocedieron y en medio de ese impresionante círculo que el cosmo dejara a su alrededor, Aldebarán, Santo Dorado de Tauro, con sus manos juntas y en un fulgor purísimo permanecía con el espíritu calmado y con rostro confiado... sus manos juntas como en oración.

"¿Qué... qué está haciendo?" preguntó Deimos en voz baja.

"[i][b]Valientes guerreros...[/b][/i]" dijo Aldebarán finalmente al tiempo que su cosmo proyectaba su voz y su mensaje... un mensaje que transmitió a los guerreros Serpiente que lo observaban. [i][b]"El motivo de mi presencia aquí es una lucha por la causa justa de la libertad y el amor, el principal motor de mi pelea es el amor que una diosa magnífica nos profiere, su nombre es... Atenea..."[/b][/i]

Los guerreros Serpiente parecían impasibles oyendo las palabras del Santo Dorado de Tauro al tiempo que Deimos gritaba.

"¿Qué están haciendo? ¡Ataquénlo!"

Pero para la desilusión del dios del temor, sus tropas parecían ignorarle.

[b][i]"Atenea es la diosa de la guerra y de las causas justas, quien cobija mi misión, y ella siente dolor por su situación, nobles luchadores, comprende lo injusto y doloroso de su estado, ya que a ella, sin importarle el bando, concede la muerte y los Campos Elíseos a quienes se encomienden a ella."[/i][/b]

Imposible como pudiera parecer, las tropas Serpiente parecieron dibujar un rostro de sorpresa en sus descarnados rostros. ¿Qué era esto que estaban escuchando?

[b][i]"Mi diosa les ofrece la oportunidad de liberarse del yugo opresor de los dioses de la guerra y de Ares, permitiéndoles gozar de la gloria que les ha sido injustamente denegada... no permitan que otros padezcan el mismo mal que ustedes, siempre hay una salida diferente... luchen a mi lado contra Deimos y alcancen el perdón divino y la paz que tan ansiosamente han anhelado durante tanto tiempo."[/i][/b]

Las tropas Serpiente comenzaron a mirarse unas a las otras. En un lenguaje imperceptible para dioses y hombres ellos parecían hablarse a sus espíritus.

"¡No lo escuchen!" gritó Deimos fúrico. "¡Ustedes son guerreros de Ares! ¡No se permitan ser traidores a nuestro padre y guía!"

[b][i]"¿Cómo escuchar las palabras de un dios que no respeta a sus fieles?"[/i][/b] replicó a esto Aldebarán. Su cosmo aumentó en potencia, ayudado por el de Atenea, cuya silueta apareció por encima de Aldebarán con gesto de misericordia y compasión, al tiempo que pasaba sus brazos alrededor del Santo Dorado de Tauro. Abriendo los ojos, el cosmo de Aldebarán se extendió por toda la isla transmitiendo su mensaje. [b][i]"¡La hora de su liberación ha llegado!"[/i][/b]

Los habitantes de la isla observaron al cielo mientras escuchaban la voz de Aldebarán, aún con temor en sus corazones y mentes.

[b][i]"¡Tengan fé todos ustedes, los oprimidos y usados en una causa injusta!"[/i][/b]

Mú y Harmonía escucharon por igual las palabras de Aldebarán con sorpresa.

[b][i]"Crean... ¡tengan fé!"[/i][/b] Agregó el Santo dorado de Tauro.

Aioria miró a su alrededor preguntándose si acaso las palabras de Aldebarán eran inspiradas por su hermano Aioros que hablara lo mismo hacía unos minutos antes.

[b][i]"¡Con fé nunca habrá temor!"[/i][/b] Concluyó Aldebarán finalmente su mensaje.

Las tropas Serpiente permanecieron inmóviles ante el final de las palabras, viéndose unas a las otras, hablándose en el lenguaje silencioso que habían empleado.

Unas carcajadas sordas invadieron el aire, Deimos reía insanamente.

"¡Qué patético! ¿Creías que mis tropas me abandonaría? Ellos son hijos de Ares, su lealtad es absoluta, sus almas mías, de tu diosa no conocen nada sino un mensaje ridículo, mientras que de Ares conocen la verdad de su poder... el que ellos estén aquí es testimonio de ello."

Aldebarán sonrió al tiempo que veía a Deimos y le dijo.

"Ares y tú no son más que una partida de dictadores que creén que es mejor ser temido a ser respetado, ese ha sido su error todo este tiempo, una causa, de entre tantas, de su fracaso... observa Deimos, como has perdido esta batalla."

Deimos dejó de reir ante las palabras de Aldebarán el cual se cruzó de brazos y dejó que los guerreros esqueléticos se volvieran hacia el dios del Temor.

"¿Qué?" preguntó Deimos retrocediendo.

Las tropas alzando sus espadas las dirigieron hacia sus monturas, las gigantescas serpientes, y con decisión, atravesaron los cráneos de los monstruosos reptiles que murieron al instante, y que al tocar el suelo, tornándose en huesos originaban más guerreros Serpientes, que se levantaban en contra del dios hijo de Ares.

"Se acabó" dijo finalmente Aldebarán. "El temor que ocasionabas no existe más... hoy como nunca me he dado cuenta de que no es solo sino cuestión de decidirnos a enfrentar nuestros miedos lo que determina de que lado está la justicia."

"¡Imposible!" gritó Deimos sorprendido. "¡Esto no puede estar ocurriendo!"

"Oh, pero lo está." respondió Aldebarán.

Llevando su mano hacia la vaina de su espada, Deimos mostró su gigantesca espada.

"¡Esto no ha terminado aún, Santo de Atenea! Tienes un juicio muy pobre si creés que esto será suficiente para terminar conmigo."

Aldebarán se sonrió y bajó la vista al tiempo que decía.

"¡Adelante!"

Las tropas Serpiente avanzaron contra Deimos, llenas de la esperanza de la gloria, inspirados por el espíritu y coraje de Aldebarán se lanzaron contra el Dios del Temor sin dudarlo.

"¡No!" gritó Deimos tras destruir a algunos. "¡Malditos! ¡Alejénse! ¡No lo hagan!"

El cuerpo de Deimos desapareció ante la turba de guerreros.

***

Mú bajó su cabeza sonriendo con orgullo. El buen Aldebarán. Siempre siendo fuente de inspiración para él, no en vano era uno de sus mejores amigos... ¡le admiraba tanto!

"Ya lo oiste, Harmonía... parece que su causa está perdida, ríndete por fin."

Harmonía riéndose respondió.

"¿Te atreves a decir eso aún sin tu armadura? ¡No me impresionas, Mú! No cometeré el error de mandarte tan solo a una gran distancia en esta ocasión, haré que atravieses el océano del tiempo de igual manera previniendo tu siguiente encarnación... ¡estás perdido, Santo de Atenea!"

Moviéndose de manera rápida, Harmonía movió sus manos y apareció de nueva cuenta las dos mitades de su talismán.

"¡A OTRA DIMENSIÓN!"

La luz del ataque volvió a invadir a Mú el cual desapareció nuevamente ante la mirada llena de odio de Harmonía. Satisfecha se sonrió.

"Como te lo dije, no tendrás escapatoria ahora..."

Una vez más, la armadura de Aries comenzó a moverse y sorprendida, la diosa de la Paz observó para su sorpresa que esta desaparecía.

"¿Cómo es posible?"

Pero la armadura no abandonó el recinto, apareciéndose detrás de ella justamente a gran velocidad, el cuerpo del Carnero Dorado apareció cubierto por ella.

"¿Qué?" preguntó sorprendida Harmonía al tiempo que recibía un golpe dado con el canto de la mano de Mú en su cuello. "¿Cómo es posible? ¿Osas tocar a una diosa?"

La diosa cayó pesadamente al tiempo que Mú permanecía con los ojos cerrados embestido con su armadura.

"Sé que no puedo usar ninguna de mis técnicas especiales contigo, Lady Harmonía, pués cada ataque mío se me regresaría en mayor intensidad, sin embargo, mis ataques de manera física PUEDEN afectarte..."

"¿Pero cómo puedes tener la voluntad de pelear contra MÍ? ¿La diosa de la PAZ? ¡Es imposible!"

Mú, con decisión abrió sus ojos y miró a la hermosa pelirroja al tiempo que afirmaba.

"No han nada imposible para un Santo de Atenea!"

***

Mientras tanto, en las villas y ciudades de Creta, las palabras de Aldebarán parecían haber levantado un manto opresor que los mantenía cautivos, poco a poco, cada persona de la isla comenzó a sentirse liberada del miedo que les había invadido en los últimos días.

"¿Qué ha pasado?" preguntaba la gente mientras despertaba.

"¡No recuerdo lo que estoy haciendo aquí!" decía otra.

Los marineros que hubieran amenazado a los Santos Dorados de Atenea unas horas antes y que habían permanecido impasibles tras la partida de estos, cobraron un brillo de vida en sus ojos al tiempo en que se miraban cuestionantes, y tiraban los cuchillos y palos que usaran.

"¡Ya no tengo miedo!" exclamó uno, al tiempo que los demás decían

"¡Yo tampoco!"

***

Fobos se estremeció, el miedo de la población desaparecía al tiempo que sentía sus propios poderes desvanecerse.

Aioria, reluciente y lleno de fé cerró sus ojos y finalmente dijo.

"Así que no dejan de ser unos seres traidores ustedes ¿no es verdad?" preguntó enojado. Explotando su cosmo, el brillo de la Armadura de Leo se recuperó en su totalidad como si no hubiese sufrido daño alguno. "¡Habías estado jugando con mi mente todo este tiempo, diosecillo!"

Fobos retrocedió un paso. Siempre había sido algo que Deimos lamentara que el dios del Terror, Fobos, fuera un cobarde.

"¡No aprecio que jueguen conmigo, monstruo!"

Y moviéndose rápidamente, Aioria se lanzó contra el gigante que parecía querer gritar al tiempo que veía su poder resquebrajarse por toda la isla al ir recuperando la fé en sus creencias. A la altura de la frente del azorado Fobos, Aioria gritó:

"LIGHTNING BOLT!"

Con un golpe devastador que podría atravesar montañas y bosques completos, atravesar vastos océanos hasta volver a tocar tierra, Fobos recibió un golpe en el entrecejo que lo hizo caer pesadamente.

No hubo exclamación de dolor. Fobos estaba mudo, presa de un terror absoluto.

***

"¡Traidores malditos! El castigo sufrido hasta ahora ha sido muy poco para seres tan viles como ustedes..." exclamó Deimos al tiempo que con su espada terminaba con más Guerreros Serpiente.

Pero Deimos se daba cuenta que al tiempo en que acababa con ellos, sus almas abandonaban sus cuerpos dirigiéndose a los Campos Elíseos, Atenea había cumplido con su promesa a pesar de que ellos hubieran sido creyentes de Ares.

En una ráfaga huracanada, Deimos partió a los últimos guerreros que quedaban. Las tropas de Guerreros Serpiente habían desaparecido al fin. Visiblemente agitado, Deimos observó a Aldebarán, aún cruzado de brazos y desafiante delante de él.

"Athenea, esos guerreros y yo te agradecemos esto, Deimos..." dijo el Toro Dorado.

"¿De qué estás hablando?" preguntó Deimos recuperando el aliento.

"Por tu propia mano los liberaste del yugo injusto que les había impuesto tú padre, sin querer, has sido instrumento de nuestra causa."

Deimos, humillado y llevado al límite se irguió al tiempo que exclamaba.

"¡Este es el último insulto que recibo de tú parte maldito Santo de Atenea! ¡Prepárate a morir en mis manos!"

Lanzándose impetuosamente con su espada por delante, Deimos alcanzó a Aldebarán, la hoja de su espada se tiñó de sangre ante la sonrisa satisfecha del dios del Temor.

***

La velocidad alcanzada por Mú de Aries alcanzó proporciones asombrosas, nunca la diosa Harmonía había enfrentado a nadie, pués escapaba a sus intereses, y esta primera ocasión que ella decidía hacerlo, tenía por rival a uno de los más extraordinarios seres de todo el universo delante de sí.

"¿Por qué su armadura lo sigue cubriendo? ¿Por qué no logro afectarle más?" se preguntaba ella, al tiempo que sentía los punzantes dolores de Mú en todo su cuerpo.

"¡Está perdida, Lady Harmonía! ¡Se acabó su juego!"

"¡No más!" exclamó la diosa finalmente mostrando una vez más sus manos. "¡Desapareceré todo este sitio para terminar contigo, Mú de Aries!"

Las mitades del Medallón de Harmonía aparecieron nuevamente en sus manos.

"¡Me obligaste a llegar a estos extremos, Santo de Atenea! ¡No me importa perecer en el intento con tal de llevarte conmigo!"

Y levantando sus manos, Harmonía finalmente gritó:

"FINAL DIMENSION!"

Su cosmo aumentó pero para su sorpresa observó que no pasaba... ¡absolutamente nada!

"¿Qué es esto?"

Viendo hacia sus medallones, Harmonía descubrió para su sorpresa que una de las mitades de su medallón no estaba en sus manos... ¡había desaparecido!

"¿Perdió algo, Lady Harmonía?" escuchó la voz de Mú preguntar mientras jugaba con el medallón en una de sus manos.

"¿Cómo llegó allí?" preguntó asombrada.

"Se lo dije una vez, mi mente no tiene límites para el transporte de objetos... sólo necesitaba que los volviera a aparecer en esta dimensión." Dijo sonriendo Mú pícaramente, como un niño que hubiera cometido una travesura.

"Mú... ¡por favor! No hagas nada con ese Talismán... ¡Me rindo!" la voz de la diosa fué suplicante.

"Ya he escuchado ese tono antes, Harmonía." respondió Mú con tono desconfiado. "Le ofrecí la posibilidad de rendirse pacíficamente antes de llegar a estas alturas, lamento decirle que no confío más en usted, tendré que terminar esta batalla de una manera u otra."

"¿Por qué? ¿Cómo lograste combatirme, Mú de Aries? ¡Eso es imposible!" respondió Harmonía aún con sorpresa.

"Se sorprenderá más al escuchar la respuesta... en efecto, no puedo combatir contra usted, el espíritu de la paz, pero si puedo combatir a su talismán, por ello es que no me vi más afectado por usted, simplemente dejé de combatirla."

"Quiere decir qué..."

Mú sonrió y agregó:

"En efecto, Lady Harmonía, yo sigo sin luchar contra usted, sigo luchando contra su Amuleto, el cual está a punto de perder la batalla al usar su propio poder contra él mismo..."

De manera rápida, Mú logró arrebatar la segunda mitad del amuleto de manos de Harmonía al tiempo en que los sostuvo entre sus manos.

"Me pregunto... ¿qué pasará si junto estas mitades?" dijo Mú observando a Harmonía cuestionante.

"¡No! ¡No lo hagas!" imploró la diosa. "¡Si lo haces desapareceré de esta dimensión hasta mi siguiente encarnación! Me rindo Mú... ¡deja que goce de la vida!"

El Carnero Dorado observó a Harmonía y respondió a sus palabras.

"¿Gozar de la vida que querían que otros no tuvieran? ¿Del mismo mundo que planeaban conquistar? Eso no sería justo, Lady Harmonía... espero que la siguiente vez que cruce su camino con la de los Santos de Atenea sea en circunstancias más favorables para usted..."

Mú, haciendo brillar su poder cósmico, acercó ambas mitades del Amuleto de Harmonía y las juntó ante la mirada aterrada de la diosa.

"¡Noooo!" gritó ella cuando las mitades se juntaron. Su cuerpo, despidiendo un destello ambarino, comenzó a desaparecer poco a poco... corriendo hasta donde Mú se encontrara, la diosa dijo. "Mú... ¡júrame que nos encontraremos una vez más! ¡Dime que me amarás...*" La diosa había logrado abrazar una vez más al joven Lemuriano, mientras que plantaba un último beso al hombre que la hubiera derrotado.

Destellos ambarinos fueron lo único que quedó en el lugar donde Harmonía estuviera. Mú bajó su cabeza con un poco de tristeza.

Caminando un poco, soltó el Talismán de Harmonía en el suelo al tiempo que se alejaba unos pasos.

"STARLIGHT EXTINCTION!" gritó al tiempo que concluyó su batalla contra el Talismán usando su técnica final.

El artículo mágico recibió el castigo al tiempo que era mandado fuera de esta existencia, mientras que Mú rogaba que esto previniera que alguna vez fuese usado una vez más para dañar a la humanidad.

***

Aldebarán se arrodilló delante de Atenea. La hermosa diosa lo miraba con un rostro de bondad absoluta y agradecimiento.

"Aldebarán... agradezco tú desempeño en esta Guerra contra el Patriarca, gracias a tí, mis Santos de Bronce lograron liberar al Santuario del mal y volverlo a las manos correctas."

Sonriendo, el Santo Dorado tocó su partido cuerno y sonrió.

"Mi Señora, al observar la vitalidad y la entrega de estos jóvenes, no me quedaba ninguna otra alternativa... de no haberlo hecho estoy seguro que ¡no tendría ninguno de mis cuernos!" Aldebarán carcajeó jovialmente ante la sonrisa de Atenea.

"De cualquier forma, tú comportamiento fué ejemplar, mi querido Santo Dorado... quiero corresponder a la atención ofreciéndote un regalo... Pídeme lo que deseés, que yo lo concederé si puedo."

Aldebarán interrumpió sus risas ante la seriedad del momento y dijo.

"¿Lo que yo quiera?"

Atenea asintió. Aldebarán se llevó una mano al mentón al tiempo que alzaba su vista meditando qué podría pedirle a la diosa de la Guerra. De pronto, sus ojos se ampliaron al llegar la idea de aquello que más deseaba.

"Lo tengo" dijo finalmente.

"Habla sin temor, Aldebarán." Respondió Atenea esperando la petición de su honorable Santo.

"Señora, yo quisiera que me prometieras que mi muerte no será en vano... que si soy derrotado por un adversario me concedas el golpe final de su muerte y llevarlo conmigo al final... ¿será posible?"

Atenea miró durante lo que le pareció un largo tiempo a Aldebarán.

"Creo que no... ¿es mucho pedir, verdad?" preguntó una vez más el Santo Dorado de Tauro.

Atenea sonrió y dijo.

"De ninguna manera, Aldebarán... te lo prometo." dijo finalmente la diosa al asombrado Tauro. "El golpe final será tuyo, tu muerte será honorable."

Deimos exclamó...

"¿QUÉ?"

Su espada no había atravesado ni la armadura dorada de Tauro, ni el cuerpo del Santo de Atenea, había sido detenida por ambas manos de este las cuales sangraron ante el contacto de la aguda hoja.

"¡Maldito Santo de Atenea, morirás en mis manos!"

Aldebarán, soportando estoicamente el dolor, respondió a las palabras del dios del temor.

"Deimos... sé que un día debo de morir cumpliendo mi deber o no para con Atenea, eso es lo sé verdaderamente, concedo que esta lucha ha sido muy dura pero tengo que decirte algo... ¡Moriré otro día!"

"¿Qué?" preguntó asombrado Deimos al ver que Aldebarán cambiaba su postura sin soltar su espada. "¿Por qué sigues luchando?"

"Por que creo en que el mundo debe sobrevivir sin pestes como ustedes, creo en mi diosa y sobre todo... ¡en su palabra!" y brillando con intensidad absoluta, Aldebarán gritó finalmente: "GREAT HORN!"

El rostro de Deimos se iluminó ante la explosión de energía cósmica que lo bañó sin control, confiado en ser un dios, supo que ningún golpe lo tocaría y que el ataque rebotaría en contra de su autor. Cuando la luz se disipó, Deimos abrió los ojos con una sonrisa malévola esperando encontrar el cuerpo muerto de Aldebarán.

Cuando se aclaró el humo del ataque encontró que el Santo Dorado de Tauro seguía vivo, de pie y luchando.

"¿Qué?" preguntó Deimos sorprendido. "¿Qué está pasando?"

Y sin que pudiera explicarse el hecho, su espada se tornó en mil pedazos, al tiempo que la armadura de Deimos volaba también en miles de fragmentos...

"¡No puede ser! ¡Soy un dios! ?¡Esto no es posible!"

Deimos cayó pesadamente sobre su espalda al tiempo que cerraba sus ojos. No había muerto, pero si había caído derrotado ante un Santo de Atenea.

Aliviado, Aldebarán tosió un un rastro de sangre cayó de sus entrañas. Arrodillándose, teniendo apenas fuerzas para proseguir, permaneció allí... descansando.

"Atenea... ¡gracias!" dijo con el mismo alivio que sentía.

Dos estrellas fugaces de color dorado se aproximaron hasta donde estaba él. Mú y Aioria llegaban con dos niñas cargando en brazos. Una de ellas, la misma que estuviera en el altar de Atenea en el templo del monte Dhikti.

"¡Aldebarán!" gritó Mú al tocar tierra y dejar a la niña que cargaba. Gritando se acercó hasta él. "¿Estás bien?"

Aldebarán volvió su mirada hacia arriba y miró a Mú.

"Amigo..." dijo sonriéndose. "Sólo me duele si me río..."

Aioria sonrió al igual que Mú ante la respuesta del Toro Dorado. Pesadamente, el Santo de Atenea se levantó con la ayuda de sus amigos.

"Esta pelea fué muy dura..." dijo Mú "Pero hubiera sido imposible sin tu inspiración... ¡gracias!"

Aioria asintió al tiempo que decía.

"Mú tiene razón... ¡nos inspiraste y de esa manera nos mostraste el camino a seguir, Aldebarán! ¡Eres un héroe!"

Aldebarán se sonrió y llevándose las manos a las costillas dijo.

"¡Déjenme en paz!"

Los tres rieron mientras que las niñas se reunían con una tercera que salía de un refugio de detrás de la montaña.

Las tres, casi idénticas, de cabello negro y bello rostro, vestidas a la usanza griega clásica se acercaron hasta los Santos Dorados de Atenea, pero mientras se acercaban, el cielo se tornó negro y un relámpago los separó... Los Santos Dorados, apenas logrando rescatarlas del impacto del rayo que cayera...

"¿Qué está pasando?" preguntó Mú sorprendido.

"¿Ahora quién nos ataca?" dijo Aioria enojado.

"Caballeros... permanezcamos alertas, tendremos que unir nuestras fuerzas si nuestros enemigos se han recuperado..."

Un terrible cosmo invadió el lugar, temible, imponente, gigante, mucho más grande que los de los dioses que hubieran enfrentado... Un hombre, de ojos rojos y de alrededor de 3 metros, en armadura negra y azul se apareció ante ellos.

"¡El es..." comenzó a decir Mú.

"Ares" dijo la aparición con voz atronadora que hizo que las niñas se taparan los oídos con dolor. "Yo soy Ares... padre de Deimos, de Fobos y de Harmonía... los dioses que ustedes tres han derrotado."

"¡Mú!" exclamó Aioria "¡Llévate a las niñas a un lugar seguro, Aldebarán y yo lo contendremos mientras regresas!"

Mú asintió al tiempo que tomaba entre sus manos a las niñas, mientras que Aldebarán y Aioria se alistaban para la pelea.

Ares se carcajeó.

"¿Creén en verdad que habría un lugar seguro para ustedes si quisieran enfrentar mi ira? No hagan que la admiración ganada por sus combates con mis hijos se desvanezca de manera tan fácil..."

Ante estas palabras, el propio Mú detuvo su huida. Aldebarán y Aioria aún alertas lo escucharon.

"Tranquilos, Santos de Atenea, no he venido a atacarles, todo lo contrario, he venido a ensalzarles por los grandes guerreros que son."

"¿Qué?" preguntó Mú asombrado, esto no lo esperaba.

"Mis hijos actuaron bajo iniciativa propia, nunca mandados por mí en un intento por complacerme. Los tres fallaron miserablemente. No solo han deshonrado sus nombres, sino que mi propio honor, ya que está escrita entre las reglas de la Guerra Sagrada, que una vez derrotado un dios por otro, no deberá volver sino hasta un determinado tiempo."

"Entonces ¿usted no quiere la Tierra ahora?" preguntó Aioria sorprendido.

"La quiero, claro, pero no por ahora, pués debo honrar los pactos divinos, incluso yo, el dios Ares. Mis tres hijos recibirán su merecido por actuar con esa iniciativa... No puedo hacer nada por deshacer el daño que ellos causaron en la gente que mataron, pero permitanme, a manera de compensación, ayudar a la reconstrucción de los templos de la diosa Atenea."

"¿Qué?" preguntaron los tres Santos Dorados asombrados.

Usando sus poderes prodigiosos, los daños ocasionados en la isla de Creta y a los tres templos de Atenea fueron reparados de manera inmediata... lo derrumbado, reconstruido, lo roto, rehecho, hasta la estatua de su diosa, reparada de manera inmediata.

"Permanezcan alertas jóvenes Santos, mi hermana como siempre, ha hecho un buen papel en el arte de la guerra, pero las Parcas son caprichosas, y a veces su juicio puede favorecernos y en otras abandonarnos cuando más lo necesitamos... espero encontrar su órden en el futuro, hacen de este universo un sitio más entretenido en donde vivir, y la carga de la eternidad menos dificil de sobrellevar..."

Y terminando sus palabras, el dios Ares desapareció con gran estruendo junto con sus hijos.

"'¿Entretenido?'?" preguntó Aldebarán ofendido. "¿Qué quizo decir? ¿Qué somos meras distracciones?"

Mú sonriendo dijo.

"Creo que no todos pueden decir que conocen el lado amable del dios Ares, Aldebarán, es mejor que te conformes con eso y que no cuestiones cada palabra que dijo..."

Aldebarán sonrió respondiendo.

"Quizá tienes razón."

El Cosmo de Atenea se comenzó a percibir en la Villa la cual recuperó su invisibilidad a los ojos externos...

"¿Qué?" preguntó Aioria.

Mirando hacia atrás, los Santos Dorados observaron como las jóvenes sacerdotisas, uniendo sus manos, restauraban la gloria de Atenea alrededor de la isla.

"¡Así que ya han vuelto a sus actividades!" dijo Aldebarán sonriendo.

"Como debemos hacerlo nosotros" agregó Mú. "Recuerden las palabras de Ares, debemos permanecer alertas, creo que se refería a la batalla que viene."

Los tres asintieron.

"Creo que la reconstrucción y volver a poblar estas villas es una responsabilidad de sus sacerdotisas." Dijo Aioria.

"Santos de Atenea... ¡esperen!" dijo una voz joven.

Los Santos volviéndose hacia las niñas vieron con sorpresa que debajo de la montaña, varias personas salían.

"Esperábamos la ayuda de Atenea y sus santos debajo de las montañas... algunos perecieron, pero muchos seguimos con vida... sentimos una gran desesperanza durante un momento, pero las palabras del Santo que tengo frente a mí, nos hicieron recuperar la esperanza de la vida y de un mejor mañana..."

Con voz dulce, la joven sacerdotisa dió un paso hacia el Santo Dorado de Tauro y extendiendo sus manos ofreció una bella flor morada de los jardines de Atenea.

"No tengo como agradecerle más que con esto, las flores las cuales hago crecer y que son lo que más quiero después de mi deber... Santo de Atene, acepte mi humilde regalo con el agradecimiento de mí y de los guerreros que liberó a los Campos Elíseos impresos en él."

Aldebarán se rascó la cabeza un poco apenado, al tiempo que Mú y Aioria asentían diciendo.

"¡Vamos Aldebarán! ¡Recíbela!" Dijo Aioria.

"Amigo... ¡te la mereces!" agregó Mú sonriendo. "Tú inspiración no solo nos salvó a nosotros, sino que guió fuera de las tinieblas a esta gente que nos esperaba... y ahora me entero que incluso a los muertos."

Aldebarán sonrió ante las palabras de sus amigos y agachándose, recibió la flor de la joven sacerdotisa de Atenea.

"Gracias" dijo él modestamente. El estudió la flor dándole vueltas con su mano grande temiendo deshacerla con su fuerza. "¡Gracias en verdad! La conservaré... con la ayuda de mi cosmo no permitiré que muera nunca."

Los Santos Dorados de Aries y Leo sonrieron ante la reacción de Aldebarán, el cual visiblemente estaba conmovido.

"Amigo, ha llegado el tiempo de partir..." dijo finalmente Mú.

"El Maestro nos espera." Agregó Aioria ansioso "Al igual que nuestra nueva batalla."

Aldebarán sonrió ante las palabras de sus amigos y recordó que tenía como siempre un deber que cumplir. Un deber que enfrentaba jubiloso ya que contaba con el respaldo de grandes amigos los cuales quería y de los que recibía también cariño... y también contaba con el respaldo de una diosa justa y compasiva, que cumplía su palabra, ante los que creían en ella, y el creía que su vida tendría un gran sentido, por que la promesa de una diosa lo acompañaría incluso en la muerte...

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"Cuando se pierde la fe y el honor desaparece, entonces muere el hombre"

-- John G. Whittier