Y un día más, se sentó sobre las rocas, acunada por la brisa, a ver como el Sol se ponía sobre el mar.

Cuántos días como aquel había pasado? Quizás no sólo días, sino años, décadas... siglos... Tiempo lleno de soledad y tristeza.

Respiró profundamente, notando como lgunas fuerzas volvían a su ser, mientras los últimos rayos del astro acariciaban su cuerpo.

Las primeras estrellas aparecieron en el cielo, pero no se molestó en verlas. Le habían fallado, le habían traicionado. No habían llevado a cabo su cometido, lo que tanto había implorado

Se levantó despacio, tratando de no marearse con el esfuerzo. Sí... levantarse se había convertido en un auténtico esfuerzo. Cada día que pasaba, tenía menos y menos fuerzas para caminar... y cada atardecer que contemplaba, la vida se extinguía más y más de su alma.

Se encaminó hacia su casa, arrastrando los pies por la arena, dejando un pequeño surco detrás suya. No sentía nada, no percibía nada. En otras ocasiones, habría disfrutado del choque del agua contra sus pies, pero ahora le parecía molesta, fría y molesta.

Se apartó de la orilla y se apartó del mar. A él, a quien había confiado sus secretos una vez. Aquel que presenció su felicidad... Ahora él también le había traicionado. Todos le haían traicionado. El Sol, la luna, las estrellas... todos los que antaño fueran sus amigos ya no lo eran. Le habían fallado.

Se detuvo en la puerta de madera clara y observó con cuidado el tallado en forma de enredadera que había en ella. ¿Para qué tanta belleza? ¿Para qué tanta maravilla? La vida no era en verdad tan etérea ni tan bonita como había acostumbrado a creer. La vida era dura, su camino peligroso... y muchos eran los que ni siquiera alcanzaban la meta.

Abrió la puerta despacio, haciendo un notable esfuerzo al empujarla; definitivamente, tenía que hacer algo conr especto a recuperar algo de sus fuerzas, la situación estaba legando a un punto crítico ya.

Pero alguien terminó de abrirla por ella. Una elfa, ya bastante adulta, de pelo largo y cobrizo, ojos grises y pecas que gracilmente adornaban su cara, la recibió con una sonrisa. Una sonrisa que se borró al ver aquel rostro tan marcado por el sufrimiento.

- Hija mía...- susurró la mujer tomando a la caminante del brazo, ayudándola a entrar, procurando no aplicar sobre la extremadamente delgada forma demasiada fuerza, temiendo romper alguno de sus frágiles huesos

- ¿Cariño?¿Quién...- otro elfo, un hombre, también bien entrado en la madurez, de pelo oscuro y ojos grises, alto, más alto de lo que acostumbraban a ser los machos de la raza de los elfos, apareció tras una puerta. Y sonrió tristemente al ver a la doncella.

Se acercó a la joven y la abrazó con cuidado, para luego depositar un sueva beso sobre su frente

- ¿Qué tal te encuentras, pequeña mía?

La joven no respondió, simplemente, levantó la vista a su padre. Y sonrió con tristeza. Luego se separó de él y comenzó a subir las escaleras de madera blanca, hacia su habitación.

Sus padres la observaron mientars subía con dificultad las escaleras. La habían visto decaer, sufrir, marchitarse como una flor... Pero aquel sufrimiento estaba ya durando demaisado. La agonía de su hija se había prolongado ya más de un milenio de la vida de los hombres. La cadencia que la acompañaba no prometía un futuro feliz para ella, ys e preguntaban, cuando terminaría aquel eterno sufrimiento que la consumía en dolor y lágrimas. La impotencia que sentían al no poder ayudarla, les desesperaba. Pero en cambio, algo de esperanza reinaba en sus corazones, puesto que si la pequeña había sobrevivido tanto tiempo, sin desvanecerse, era porque en el fondo, en el medio de toda aquella tormenta, había aún algo que la impulsaba a seguir adelante.

Y ese era un pensamiento alentador, pues quizás un día, la joven, recuperaría su antigua gracia y volvería a reir con las gaviotas

            La elfa miró su reflejo mientras se peinaba con lentitud. Sus ojos habían perdido brillo, se habían vuelto totalmente opacos. Al igual que sus cabellos, una vez cobizos como las hojas recien caidas del otoño, ahora eran oscuros, del mismo color que la tierra mojada. Sus facciones, tan risueñas una vez, eran lánguidas, y estaba visiblemente demacrada. ¿Cuánto peso había perdido ya?

Se levantó y miró el reflejo de su cuerpo desnudo. Sus piernas extremadamente delgadas, sus costillas tan marcadas, sus brazos, carentes de toda aquella musculatura que siempre le había permitido subir a lo árboles más rápido que los demás... ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que su cuerpo fuera tan efímero que ni siquiera produciría reflejo? Sintió las la´grimas querer asomar a sus ojos, pero estaba cansada. No tenía ni fuerzas para llorar. Se miró una vez más, fijamente y sonrió con tristeza. ¿Dónd eestaba aquel ser tan maravilloso, rebosante alegría?¿Dónde estaba aquella eterna sonrisa agraciada por la misma Kementari?

- Hace ya mucho tiempo que Listel abandonó este mundo- susurró la joven

            Listel se levantó apresurada esa mañana. No solía levantarse de madrugada, cuando aún las estrellas brillaban en el cielo, pero los gritos de alegría que se oían fuera eran más que un estimulante para levantarse. Esas risas, esas canciones... sólo podían significar una cosa...

Salió corriendo de la habitación, dejando a a su madre con la palabra en la boca y corrió todo lo rápido que pudo hacia la entrada de la ciudadela. Las lágrimas de felicidad casi inundaban sus ojos... la risa gritaba por salir de su alma...

Por fin, después de tanto tiempo... después de tantas noches rogando a los cielos, volvía. Arenor volvía. A ella. Por ella. Para siempre. Para estar a su lado...

Los soldados regresaban, los héroes de la Última Alianza. Sabía que no volvían todos, pero no tenía miedo. Había pedido a las estrellas que cuidaran de él, que se lo trageran a su lado otra vez. Se lo había pedido al mar, a la luna... al atardecer... Y corrió más rápido.

Se detuvo entre el gentío, buscando con la mirada, pero no le encontraba, no era capaz de ver entre tanta gente. Y fue entonces cuando notó una mano sobre su hombro. Listel se volvió con una sonrisa, pero no era con quien ella esperaba encontrarse el que se hallaba allí. Era otro elfo, otro soldado, alguien a quien ella no conocía. Un gesto de preocupación y tristeza labraban su rostro. Listel tuvo un mal presentimiento.

- ¿Sois vos Listel?...- el hombre no dio oportunidad de responder a la elfa- Sí, no cabe la menor duda... Sois tal y como os describió Arenor

- ¿Dónde...?- trató de preguntar la joven, pero un nudo en la garganta se lo impidió

El elfo tomó las manos de Listel entre las suyas y depositó algo en ellas. La muchacha comenzó a temblar, sus ojos a llenarse de lágrimas mientras bajaba la vista hasta sus manos y vio...

- No...- susurró la joven

- Lo siento, mi señora... - susurró el hombre, y dando media vuelta, la dejo sola entre la multitud

Listel estaba en estado de shock, el mundo a su alrededor había dejado de existir, no oía voces, sólo ecos lejanos, silencio y el palpitar desbocado de su corazón. Las lágrimas no fluían, su cuerpo no reaccionaba. En sus manos seguía el objeto... que ella miraba incrédula... era una pequeña caracola, recogida al borde del mar cuando aún eran pequeños. Listel la había guardado y con ella había confeccionado un colgante que había regalado a Arenor en su cumpleaños. Arenor siempre la había llevado encima, incluso para dormir. Era el símbolo de una amistad que había durado años y siglos... una amistad que había madurado... que había dado fruto... y que ahora...

De repente el mundo se volvió un caos, todo giró a su alrededor, las lágrimas brotaron salvagemente de sus ojos y su cuerpo, se sumió en el dolor y en la pena su alma... La oscuridad la encerró... y ya no recordó nada más...

Lirian y Nastel subieron corriendo por la escalera al oir un grito desesperado procedente de la habitación de la muchacha. Abrieron la puerta alarmados, y se encontraron con un cuerpo que temblaba violentamente en el suelo, desnudo, casi confundido con las sombras. Lirian no lo pudo evitar: mientras su marido tomaba en brazos el cuerpo agonizante de Listel y lo depositaba en la cama, lloró. Lloró por el largo dolor que sufría su hija. Las noches ocurrían así: día sí, día tambien, tras esa escapada, que cada evz se hacía más dificultosa, que la joven hacía para ver el atardecer, la elfa volvía a casa con menos vida en los ojos. Y siempre terminaba llorando, gritando, inconsciente... La pena de amor la consumía lentamente...

- Listel, pequeña mía...- susurró su padre, también con lágrimas en los ojos, mientras acariciaba el pelo de la joven, que con el calor de las suaves y sedosas mantas, comenzaba a dejar de temblar.- Tranquila Listel, corazón... Ya pasó todo...

Nastel miró a su mujer, las manos en la cara, apoyada en el marco de la puerta, llorando en silencio. Cerró los ojos, y dejó que sus lágrimas también se escaparan.

- Ada...- susurró debilmente la joven

- Dime, cariño...- respondió su padre, tomando las manos de la joven fuertemente entre las suyas, tratando de sonreir

- ¿Por qué me han castigado los Valar?

Nastel miró nuevamente a su mujer y vio que ella tampoco sabía qué responder a ello. Afortunadamente, antes de que pudieran decir nada, Listel quedó dormida, de cansancio y consumida por la pena.

(Continuara....)