Sin memoria Por Lord Shao Kahn

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Capítulo 3: La batalla de los cielos

Pocos días después Shinnok dio la orden a todas las compañías. Los ejércitos estaban formados y a la espera, ocupando una vasta superficie ante el palacio. El señor del Infierno les dio unas últimas indicaciones a sus cabecillas y abrió un gigantesco portal. Entre estos se encontraban un siniestro hechicero de tez blanca, que se hacía llamar Quan-Chi. Aunque no conocía bien a ese hombre, le pareció que no era alguien digno de confianza. Había en él un extraño aire de superioridad que le inquietaba sobremanera. Encabezaba varias legiones, que le seguían fielmente. Aún así tenía un modo de actuar que no acababa de encajarle a nuestro hombre.

La primera compañía entró. Estaba liderada por Reptil, un extraño ser que había sido enviado al Netherealm por genocidio contra distintas especies. Su grupo entró con decisión. Eran los que debían abrir la brecha en las defensas divinas. Al hombre del turbante le parecía un plan digno de un ser estúpido. Él nunca lo hubiera hecho así.

Por otro lado, ese idiota de Reiko no le había quitado ojo de encima desde aquel día de la inspección. Seguro que intentaría algo, y él debería estar atento.

- ¡Es nuestro turno! – gritó Reiko – ¡Avanzad, compañía!

Miles de botas marcaron el paso al unísono. El portal se cernía amenazante ante ellos. Reiko entró sin vacilar, y los que encabezaban le siguieron. Entre ellos el hombre del turbante, armado, como el resto, con una lanza. Al entrar en contacto con el portal sintió un calor abrasador. Luego frío, mucho frío. Miles de luces danzaban a gran velocidad alrededor de él. Aunque era la primera vez que viajaba por un portal, la experiencia no le fue en absoluto incómoda ni extraña. Cuando todas las luces se detuvieron se encontró en medio de una gran polvareda. Trozos de personas estaban esparcidos por el suelo. Olía a rancio y hacía demasiado calor. Le hubiera interesado saber cómo eran los cielos, pero desde el medio de la contienda no se veía nada más que sangre y acero. Alrededor de él se luchaba a muerte en una batalla de proporciones colosales. Los gritos de dolor y muerte se oían por doquier. Intentó recuperarse del viaje rápidamente, pues los ataques le llovían por todas direcciones. Con la lanza se deshizo de varios aliados celestiales, que caían, sangrantes, al suelo. Los ejércitos celestiales estaban formados por seres de aspecto humanoide con el rostro cubierto, algunos, por un casco de estilo griego; algunos más de estilo medieval... Unos ojos sobrenaturales brillaban dentro de los cascos con un fulgor azulado. Otros iban sin casco. Eran las almas de todos los seres muertos en todos los reinos que habían ascendido. Se enfrentaban ahora a un segundo juicio final, esta vez por parte de las ánimas malditas, las que habían pecado y descendido. Mientras tanto, ríos de sangre corrían por el suelo. Él supuso que Shinnok y sus generales se estarían encargando de los dioses. El escenario era desconcertante. Aunque eso no le impidió ver a la figura que se cernía tras él, amenazante. Esperaba que hiciera eso, así que cuando Reiko le atacó con su lanza por la espalda, no le cogió por sorpresa en absoluto.

Las dos armas se cruzaron en el aire varias veces. Algunos de los guerreros de Shinnok, que estaban cerca, se detuvieron por un segundo para ver lo que ocurría, aunque decidieron no entrometerse. Los dos luchadores peleaban a muerte ajenos a la batalla que les rodeaba.

- ¡Haré que pagues por tu osadía, traidor! – gritó Reiko.

El hombre no contestó. Con una fuerte patada rompió la lanza de su oponente y girando sobre si mismo intentó golpearle con su arma. Reiko, en un alarde de destreza golpeó el brazo del hombre para hacer que así se desprendiera de su arma. Cuando esta se le cayó al suelo y Reiko se le abalanzó, él saltó a su encuentro. Los dos lucharon fieramente durante un tiempo. Pero el hombre del turbante era demasiado fuerte y ágil para el malogrado general, que sucumbió ante una fuerte patada en la cabeza. Vomitando sangre, intentó encarar de nuevo al del turbante, pero este comenzó a golpearle de forma repetida, hasta que Reiko no soportó más.

Sujetando a Reiko por el cuello, el hombre del turbante comenzó a reír ostentosamente. Reiko se estaba muriendo, pero una intensa luz de color verdoso salió de repente del interior de su pecho. Su cuerpo se arqueó con espasmos, y él gritó con sumo dolor. Aquella luz era extrañamente absorbida por el otro hombre, que no paraba de reír. Ya comenzaba a recordarlo todo.

- ¡HAHAHAHAHA! ¿Querías ver mi rostro, verdad? – dijo con voz atronadora de nuevo.

Mientras decía estas palabras se quitaba poco a poco el turbante. Cuando lo hubo retirado por completo, Reiko le miró con terror, sin articular palabra.

La luz había dejado de brillar entre ellos. El hombre cogió a Reiko por las sienes.

- ¡Muere estúpido! – exclamó el hombre.

Diciendo esto le retorció el cuello hasta que este se rompió con un chasquido. Él dejo el cuerpo en el suelo y se unió de nuevo a la batalla.

Kontinuará...