Era una noche realmente oscura en la que, de vez en cuando, un rayo de la tormenta estival que se daba fuera de la casa (que a la vez hacía de tienda de cerámicas), alumbraba el pequeño salón adjunto al comedor.

Filia esperaba sentada en su sillón favorito, había quedado allí con alguien el día anterior. Por fin estarían fuera de las miradas expectantes de Amelia y de las de desaprobación que les lanzaba Zelgadis (sobre todo al demonio). A Filia no le hacían falta las advertencias de la quimera, ni siquiera las de Reena para saber que Xellos no era de fiar. Era un Mazoku , un demonio, un engreído Namagomi que había asesinado a gran parte de los de su especie. Pero a pesar de todo Filia podía perdonar... podía llegar a aceptar a ese abominable ser el cual le había hecho saber que tenía sentimientos en lo más profundo de su alma y que además estaban dirigidos hacia ella. Y ella también se había enamorado de él.

Sabían perfectamente que esos sentimientos debían estar ocultos bajo un negro mantel de esperanza y que debía mantenerse todo en el más alto de los secretos o si no los matarían a los dos, pero esa noche... esa noche estarían los dos juntos pasara lo que pasara.

Filia bostezó. Había esperado mucho rato, ya. "Namagomi... dónde te has metido..." pensó desesperanzada.

Un rayo iluminó la penumbrosa habitación y, dentro del salón, se pudo apreciar una forma aparentemente humana que hacía un momento no estaba allí, pues Xellos había aparecido. El susto que le dio a Filia fue enorme y ésta estuvo a punto de gritar.

Cuando la dragona se recuperó, muy lentamente, se levantó del sillón y se situó enfrente de Xellos, y casi al instante, se sumieron en un profundo abrazo. Entonces el tiempo paró. Filia no podía sentir el corazón de su amante, pero el calor que desprendía su cuerpo la sumía en un profundo mar de emociones que no deseaba que nunca terminaran. -¿Por qué has tardado tanto? Creía que no ibas a venir... -Asuntos de mi Ama... -respondió el Mazoku. Filia odiaba escuchar que Xellos había tenido que cumplir con órdenes de su ama. Y un sentimiento egoísta nacía en su corazón. Sólo ella podía ser su ama, sólo ella debía serlo. Ocultando inútilmente ese oscuro sentimiento celoso preguntó: -¿Qué asuntos?- Xellos besó delicadamente los rubios cabellos de Filia y dejó escapar suavemente entre sus labios un -Sore wa himitsu desu... -a lo cual Filia respondió con un pequeño gemido y una mueca de queja de los que se recuperó fácilmente.

La hora había llegado, el momento sobre el cual rotaban todos los planes y mentiras que Xellos había dicho y entrelazado en una telaraña fina e invisible.

Pero se debatía. ¿Qué podía hacer?¿ Era esto lo que de verdad deseaba?¿ O debía dejar llevarse por lo que fluía en su interior? No sabía por qué estaba tan confuso y extraño. Jamás había sentido sensación alguna (o por lo menos no de esa magnitud...).

Por otro lado, si revisaba lo que le esperaba en las dos opciones... en una, una muerte lenta, y posiblemente también muy dolorosa. Pero por la otra, respeto y dignidad por parte de los otros demonios y, lo que era más importante... habría cumplido las órdenes de su ama.

No le hizo falta pensarlo más, casi al acto se decidió. Y mientras Filia y él se abrazaban, su brazo se deslizó lentamente. Un rayo alumbró la habitación al tiempo que él abría sus ojos color amatista en un gesto de amenaza e ira, y todo lo demás a partir de entonces... fueron imágenes.

Un gemido de dolor. Unos ojos azules abiertos en forma de sorpresa... y otros amatistas de satisfacción. Sangre. Una mano enguantada cubierta de ella. Y un bastón que cayó al suelo a causa de un simple reflejo.

Xellos, con su enguantada mano, había perforado el abdomen de Filia gracias en parte a algún misterioso conjuro mágico.

Filia no comprendía. Lo único que sentía era sorpresa. El sentimiento de saber que había sido traicionada por el ser que más amaba en ese mundo le abatió mientras caía al suelo, parcialmente encima del bastón de Xellos.

Éste se había limpiado la mano como si tal cosa. Pero algo nuevo nació dentro de él dándole la sensación de que se moría por dentro, y de esto sí que conocía el nombre: dolor, pero no dio señales de ello.

Otro rayo cayó. Filia se sentía cada vez más débil y sólo podía pensar en una pregunta, mientras su sangre, que salía a trompicones, se derramaba por el suelo y lo manchaba todo.

Xellos se dio cuenta de que su bastón se manchaba también del rojo color de la sangre y fue a recogerlo agachándose. Retiró un poco a Filia, y cuando ya tenía el bastón agarrado una débil mano lo asió por la muñeca. El rostro de Filia reflejaba el dolor en su estado puro mientras sus lágrimas se mezclaban con la sangre. -¿Por... qué...? -Xellos sonrió con esa extraña sonrisa y esos ojos cerrados soltaron un brillo de astucia. -Ya te he dicho "querida Filia" que eran asuntos de mi señora -inquirió. Filia dejó su sorpresa a un lado, por fin comprendía... la ira y el odio se apoderó de ella que hacía esfuerzos por levantarse. ¡Todo había sido una estratagema de ese horrible Namagomi! -Entonces... tu objetivo... era matarme... desde el principio... lo has... y yo he sido tan estúpida de... creerte... maldito... Nama... gomi... - Filia hacía esfuerzos por hablar pues entre que cada vez se sentía más débil y entre los sollozos, las palabras se le atragantaban. Xellos reía entre dientes, pero el estado de Filia le hirió profundamente también a él. No podía hacer nada, eran órdenes de su ama, desobedecerlas sería prácticamente un suicidio. Así que siguió mintiendo, sobre todo, a sí mismo. -Jajaja... ¡Bingo labios de lagartija! La verdad es que desde que te vi pensé que estarías mejor muerta, pero tuve que esperar. Y ahora déjame la mano que tengo otros asuntos que hacer... como por ejemplo que mi ama me felicite por mi gran trabajo.

Se había pasado. Filia abrió los ojos desmesuradamente y, acto seguido, perdieron la luz que indicaba que en ese cuerpo existía vida alguna.

Xellos se irguió con bastón en mano y una solitaria lágrima resbaló por una de sus mejillas. Se enjuagó sin darse cuenta de que se manchaba la cara de sangre y dio media vuelta sobre sí mismo para irse, mientras recordaba cómo había empezado todo y qué los había traído a esta situación.